Capítulo 006. El viaje a Alemania.
El viaje a Alemania, Cartas de la Alemania comunista, a propósito de Leipzig en la época comunista (1968):
“Un ciudad sin tiendas en las calle es un cementerio desamortizado, marginal, obsesionado. El hombre o la mujer que no puede comprar las cosas que apetece donde le da la gana, es un ser empequeñecido, un desgraciado”.
“Un ciudad sin tiendas en las calle es un cementerio desamortizado, marginal, obsesionado. El hombre o la mujer que no puede comprar las cosas que apetece donde le da la gana, es un ser empequeñecido, un desgraciado”.
“No hay que olvidar nunca que el comunismo, como doctrina que quiere imponerse, está basado en la práctica, en el cinismo más puro y premeditado. Esto no es ninguna crítica. Es la realidad misma”.
“…el marxismo-leninismo que los comunistas emplean en su conversación, es puramente el más recreativo…para primarios e ignorantes que es lo que somos la inmensa mayoría de personas que formamos parte del género humano”.
“Cuando las cosas son sencillas, tienden a enrevesarlas: cuando son ininteligibles las simplifican con una facilidad que llega a la desfachatez”.
“Ahora estamos en la minifalda que es una situación muy buena, entre otras razones, porque la minifalda ha demostrado que hay muchas mujeres que tienen la rodilla más bella que la cara, lo cual nos ha desplazado de la monotonía, que ya convenía. La minifalda me hacía augurar pues, en Sajonia, algún resultado positivo. La desilusión, sin embargo, fue completa. En esta República (RDA) no se practica la microfalda y todo es larguísimo. Las escasísimas señoritas que encontré en trance de acortamiento de faldas, no llegaban a la rodilla. Fue literalmente horrible y de buena gana hubiera protestado”.
“He tratado de dar, a la transcripción literaria de estos pasos, un aire de frivolidad”.
“La feria de la ciudad se terminará…Leipzig entrará en su vida habitual, en su normalidad: se convertirá en una vasta concentración humana mortecina, triste, con una depresión inmensa, inenarrable”.
“Los comunistas creen que hay dos clases de economías, la buena y la mala, la comunista y la capitalista. Sin embargo, no hay más que una clase que en definitiva consiste en trabajar, producir, vender y ganar dinero. Todo lo demás son anécdotas”.
“Estas cosas – el consumo, la confección – son inseparables de la libertad de comercio y de la iniciativa individual”.
“No se olvide que la presencia de la Alemania oriental en el sistema del comunismo representa la entrada en este mundo del primer país realmente moderno, europeo e íntegramente civilizado”.
“Por mi oficio periodístico he tenido que leer muchas constituciones…he leído la de la República Democrática Alemana…Es una constitución escrita con un ímpetu idealista, muy bien presentada, tan bien presentada que acaba por ser ligeramente aburrida, irreal. Se parte de la existencia de hechos previos, sublimes, incontrovertibles, eternos, pero en la práctica se implanta inmediatamente el monolitismo del partido, la política es llevada a los últimos detalles de la simple conveniencia de la clase que manda; la crítica es considerada peligrosa aun formulada por los colegas de mejor buena fe; se implanta la economía nueva aunque produzca dolores infinitos”.
“Los alemanes fueron unos hitlerianos perfectos. En Occidente, ahora, son unos demócratas indiscutibles. En el Este, los comunistas son considerados de excelente categoría. A veces uno llega a sospechar si en el mundo comunista los únicos comunistas de verdad sin los alemanes que lo son. Es el temperamento. Los alemanes tienen un temperamento que a veces les da disgustos muy serios”.
“El partido comunista de la República Democrática Alemana ha convertido esta superficie del germanismo en una jaula hermética…la jaula es completa, sobre todo por lo que hace referencia a los alemanes de la República federal, considerados auténticos enemigos…Los alemanes de Bonn pueden entrar y salir de Rusia, de Polonia, de Checoslovaquia,…perfectamente y negociar con ellos…En el único país que no pueden entrar es en la Alemania oriental, si no hay un cadáver legalizado y previo”.
“La teoría de la jaula como método para cambiar la mentalidad de la ciudadanía…creo daría algún resultado si viviéramos tres o cuatro siglos atrás…Pero en la época que vivimos, tan rápida, con tantas comunicaciones, con un sistema de relaciones comerciales basadas en el hecho de que todo el mundo necesita, ¿será posible cambiar de signo político una naturaleza apasionada y voraz, por una naturaleza virtuosa, inerte, obediente y fiel a lo que dicen dos o tres libros que tan poco gente ha leído?...A la gente no le gusta lo que tiene…sino lo que no tiene…Cuando yo felicitaba a los alemanes del Este de vivir en un país en que se había instaurado la justicia y que la explotación del hombre por el hombre se había felizmente terminado, me contestaron que la justicia es algo muy relativo, que ahora les explotaba el estado de una manera implacable y fría, que lo que les interesaba realmente era tener automóvil, nevera, cigarrillos y, de tarde en tarde, alguna señorita”.
“Los comunistas alemanes…Con uno de ellos discutí…la cuestión de la frontera occidental del país…Le dije que no comprendía la existencia de una frontera tan peligrosa y tan rígida. Añadí que la tendencia a convertir un país en una jaula hermética e infranqueable sólo podía explicarse por la necesidad de crear una generación comunista ortodoxa basada en la modificación del espíritu a través del lavado del cerebro…
-Algo hay de esto, en efecto –me contestó- No puede negarse. Pero no creo que pueda prescindirse, en este asunto, de otro factor de gran peso y es que si la frontera hubiera sido normal hubiera huido de este país una cantidad de gente desorbitada”.
“¿Cómo es posible que los trabajadores, que constituyen el humus de donde salen habitualmente los comunistas, tengan estas casas abandonadas?
-Las casas – contestó mi interlocutor – han sido colectivizadas. Los antiguos propietarios desaparecieron, prácticamente, en la vorágine. Las casas son de propiedad colectiva de la ciudad. Antes, el que las alquilaba tenía que pagar el alquilar al propietario. Ahora tienen que pagar un alquiler mucho más módico a la ciudad. Algunos lo pagan, otros menos, otros nada…los ocupantes tenían visiblemente más interés en sus casas cuando pagaban el alquiler que ahora que son de la colectividad. De las casas se ocupan los burócratas…
¿Sabe usted lo que es un comunista auténtico?
-He leído tantas definiciones que no puedo salir, francamente, de la perplejidad. (Pla)
-El comunista auténtico es el hombre que trabaja por sus hijos y por la colectividad y que personalmente no quiere ni desea absolutamente nada.
-La definición no está mal. Pero, ¿Conoce usted alguna persona que no desee ni quiera absolutamente nada?
-Hay preguntas que no pueden contestarse”.
“…me recuerda una observación que oí un día formular a un amigo mío, médico de profesión, que ha vivido largos años en Rusia, según el cual, la URSS produce centenares y centenares de millones de toneladas de acero y en Moscú es muy difícil comprar un clavo para plantar en la pared y colgar en él el abrigo o la americana”.
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Capítulo 012. El realquilado de la peluquera.
«La cama alemana es absolutamente original. La cama es una plataforma sobre la cual hay un somier y el colchón, con la particularidad de que estos dos elementos forman una unidad caracterizada por el hecho de que la cabecera del artefacto forma un ligero plano inclinado. El somier-colchón tiene, pues, dos momentos; en la parte del tronco forma un plano inclinado; en la de los pies, es horizontal. En este sentido se puede afirmar que la cama alemana es el precedente de la cama de clínica, que es una cama que girando un manubrio se parte por la mitad y la cabecera puede levantarse. Por otra parte, esta cama no contiene más que estos elementos: el somier-colchón sobre el que hay una sábana y el edredón encima con el que uno se abriga cuando se sabe utilizar positivamente. Acostumbrados como estamos a dormir en una cápsula cerrada por todos los lados menos por el embozo de la sábana, dormir bajo un edredón de pluma muy ligero, completamente libre y de una movilidad facilísima hace que si uno no lo sabe utilizar se quede sobre la cama sin abrigo muy fácilmente. Para dormir bien en una cama alemana hay que tener el bachillerato del edredón, es decir, hay que saber embutirse en las morbideces delicadas del plumaje. En realidad es una reminiscencia de la piel del bosque con la que la gente se envolvía para dormir estableciendo un contacto directo y personal. El cojín alemán suele ser cuadrado, grande y plano y se pone sobre el plano inclinado que forma la cabecera del somier-colchón. En la cama del germanismo se duerme así, con el tronco del cuerpo necesariamente levantado. Habituarse a este levantamiento obligado, cuando la costumbre es la horizontalidad, es un poco difícil y a veces largo. Puede ayudar el saber hacer coincidir el punto de unión de las dos partes del cuerpo (el tronco y las extremidades) con el ángulo obtuso que forma la superficie de la plataforma. Cuando se sabe adaptar el edredón al cuerpo el hecho es un hallazgo.»
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Capítulo 013. Una vidilla.
Eugeni Xammar, La Veu de Catalunya, 20 de enero de 1923:
“Ayer domingo, día de luto nacional: manifestaciones de protesta contra la ocupación de la cuenca del Ruhr por el ejército francés. En Berlín las fuerzas protestatarias se han dividido. El Partido Socialista ha dicho que no quería ningún tipo de contacto con los monárquicos y antisemitas, y ha protestado por cuenta propia. Quince mítines con una gran afluencia de público y un orden perfecto, puesto que los socialistas son el único partido de orden que existe hoy por hoy en Alemania. Los comunistas también han protestado: contra la ocupación de la cuenca del Ruhr, contra el capitalismo francés y alemán, y contra todo y todos. La salvación —dijo uno de los oradores— debe venirnos de Rusia. Estos comunistas son unos bromistas consumados”.
“Nosotros, con el debido respeto al Morgen Post, miramos las cosas desde otro ángulo. Y mientras haya alemanes que crean que la ocupación de la cuenca del Ruhr por el ejército francés es un motivo suficiente para perseguir extranjeros por las calles de Berlín, nos parece muy bien que haya alemanes capaces de ir a ver, en día de luto nacional, Tienes una boca que da gusto o Casado con tu mujer. Es necesario que se cumpla la ley de las compensaciones”.
Josep Pla. Notas dispersas:
«El marco no cesaba de bajar, de forma implacable. Antes de comer, cambiaba el billetito; cuando acababa los marcos, volvía a cambiar. Había casas que no cerraban nunca... Mientras, frecuentábamos el restaurante que más nos apetecía, pedíamos una botella de vino del Rin, enviábamos tres o cuatro violetas —dos reales de violetas— a la puta más descarada. A veces cogíamos unos trenes magníficos, tan pronto estábamos en Breslau como en Bonn, en Múnich como en Hamburgo, en Stettin como en Chemnitz. Vi entonces una enorme cantidad de museos, de catedrales, de universidades, de célebres lugares, de monumentos históricos, de sitios de recreo con señores gordos y bien vestidos, señoritas de la prostitución, importantísimos pederastas, la casa de Kant en Koenigsberg, la de Schiller en Yena, el convento de Lutero en Erfurt, conciertos memorables, bailes impelentes, luces fastuosas. Tuve la impresión de vivir durante una temporada, no precisamente corta, en un mundo de puros criminales, en el que yo hacía un papel absolutamente modesto e insignificante, pero levemente teñido de un rufianismo fundamental.
Berlín llegó a tener un aspecto muy brillante. Era la capital del país que había perdido la guerra, pero parecía la del país que la había ganado. [...] Llegó un momento en que todo se subastaba. Cuando se necesitó la módica suma de un millón de marcos para comprar un dólar, se produjo como una especie de locura general —entre los extranjeros, sobre todo—. La prostitución fue en franco aumento, al igual que la inversión femenina... Vi llegar a algunos aventureros de mi país: lo primero que hacían era mantener a una señorita, alquilar un piso y regalarle un perrito que era una monada. «¡Qué señoras más guapas!», solía decirme. Siempre aligera un poco pensar que hay pequeños canallas más considerables. [...]
Tan pronto como la moneda perdió el valor, empezó el alza de precios. [...]
Berlín, ciudad burguesa, nórdica, confortable, que llevaba decenios nadando en una próspera abundancia, era un inmenso depósito de objetos evaluables. [...] En Berlín, dejaron de abundar las tiendas. Aparecieron los racionamientos, las largas colas para comprar un pedazo de pan moreno o un trozo de vianda. Estas colas, vistas sobre la perspectiva de la nieve invernal —de aquel invierno sin fuego, ni brasa, ni humo—, son cosas que no pueden ser descritas por poco respeto que la dignidad humana produzca en la propia sensibilidad.
Se puso a prueba la fuerza de la especie humana, la cual es enorme, ciertamente, pero cuyo límite es muy inferior a la hipérbole de la fraseología optimista. La candela quemaba boca abajo. [...] De pronto, los periódicos empezaron a publicar noticias sobre los adolescentes que se suicidaban.»
Durante siglos Amsterdam fue refugio (mokum) de los judíos europeos. Venían del Este, los llamados asquenazíes, o del sur, los sefardíes. La familia Herscovitz o Herscovici debe de ser asquenazí. En el mokum se hablaba una lengua producto de la mezcla de las nacionalidades: el bargoens. En el bargoens había palabras del yiddish, del holandés y de las lenguas magiares. La palabra melic («ombligo» en castellano) significa «barriga» en bargoens: también los nómadas magiares habían pasado por Cataluña... El bargoens puede compararse al lunfardo argentino, producto, igualmente, de la convivencia de emigrantes en un nuevo entorno. El hecho de que una gran parte de la población judía se sintiera segura en Amsterdam fue, paradójicamente, la razón por la que el exterminio fue aún mayor en Holanda que en los otros países europeos ocupados. En los años previos a la invasión alemana, la población judía había aumentado. La letal llamada del mokum.
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Capítulo 017. El Berlín canalla. Un rufianismo fundamental (I).
Josep Pla. Notas dispersas:
«El marco no cesaba de bajar, de forma implacable. Antes de comer, cambiaba el billetito; cuando acababa los marcos, volvía a cambiar. Había casas que no cerraban nunca... Mientras, frecuentábamos el restaurante que más nos apetecía, pedíamos una botella de vino del Rin, enviábamos tres o cuatro violetas —dos reales de violetas— a la puta más descarada. A veces cogíamos unos trenes magníficos, tan pronto estábamos en Breslau como en Bonn, en Múnich como en Hamburgo, en Stettin como en Chemnitz. Vi entonces una enorme cantidad de museos, de catedrales, de universidades, de célebres lugares, de monumentos históricos, de sitios de recreo con señores gordos y bien vestidos, señoritas de la prostitución, importantísimos pederastas, la casa de Kant en Koenigsberg, la de Schiller en Yena, el convento de Lutero en Erfurt, conciertos memorables, bailes impelentes, luces fastuosas. Tuve la impresión de vivir durante una temporada, no precisamente corta, en un mundo de puros criminales, en el que yo hacía un papel absolutamente modesto e insignificante, pero levemente teñido de un rufianismo fundamental.
Berlín llegó a tener un aspecto muy brillante. Era la capital del país que había perdido la guerra, pero parecía la del país que la había ganado. [...] Llegó un momento en que todo se subastaba. Cuando se necesitó la módica suma de un millón de marcos para comprar un dólar, se produjo como una especie de locura general —entre los extranjeros, sobre todo—. La prostitución fue en franco aumento, al igual que la inversión femenina... Vi llegar a algunos aventureros de mi país: lo primero que hacían era mantener a una señorita, alquilar un piso y regalarle un perrito que era una monada. «¡Qué señoras más guapas!», solía decirme. Siempre aligera un poco pensar que hay pequeños canallas más considerables. [...]
Tan pronto como la moneda perdió el valor, empezó el alza de precios. [...]
Berlín, ciudad burguesa, nórdica, confortable, que llevaba decenios nadando en una próspera abundancia, era un inmenso depósito de objetos evaluables. [...] En Berlín, dejaron de abundar las tiendas. Aparecieron los racionamientos, las largas colas para comprar un pedazo de pan moreno o un trozo de vianda. Estas colas, vistas sobre la perspectiva de la nieve invernal —de aquel invierno sin fuego, ni brasa, ni humo—, son cosas que no pueden ser descritas por poco respeto que la dignidad humana produzca en la propia sensibilidad.
Se puso a prueba la fuerza de la especie humana, la cual es enorme, ciertamente, pero cuyo límite es muy inferior a la hipérbole de la fraseología optimista. La candela quemaba boca abajo. [...] De pronto, los periódicos empezaron a publicar noticias sobre los adolescentes que se suicidaban.»
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Capítulo 021. Mokum letal.
Durante siglos Amsterdam fue refugio (mokum) de los judíos europeos. Venían del Este, los llamados asquenazíes, o del sur, los sefardíes. La familia Herscovitz o Herscovici debe de ser asquenazí. En el mokum se hablaba una lengua producto de la mezcla de las nacionalidades: el bargoens. En el bargoens había palabras del yiddish, del holandés y de las lenguas magiares. La palabra melic («ombligo» en castellano) significa «barriga» en bargoens: también los nómadas magiares habían pasado por Cataluña... El bargoens puede compararse al lunfardo argentino, producto, igualmente, de la convivencia de emigrantes en un nuevo entorno. El hecho de que una gran parte de la población judía se sintiera segura en Amsterdam fue, paradójicamente, la razón por la que el exterminio fue aún mayor en Holanda que en los otros países europeos ocupados. En los años previos a la invasión alemana, la población judía había aumentado. La letal llamada del mokum.