Aly Herscovitz. Cenizas en la vida europea de Josep Pla

Capítulo 006. El viaje a Alemania.

El viaje a Alemania, Cartas de la Alemania comunista, a propósito de Leipzig en la época comunista (1968):

“Un ciudad sin tiendas en las calle es un cementerio desamortizado, marginal, obsesionado. El hombre o la mujer que no puede comprar las cosas que apetece donde le da la gana, es un ser empequeñecido, un desgraciado”.

“No hay que olvidar nunca que el comunismo, como doctrina que quiere imponerse, está basado en la práctica, en el cinismo más puro y premeditado. Esto no es ninguna crítica. Es la realidad misma”.

“…el marxismo-leninismo que los comunistas emplean en su conversación, es puramente el más recreativo…para primarios e ignorantes que es lo que somos la inmensa mayoría de personas que formamos parte del género humano”.

“Cuando las cosas son sencillas, tienden a enrevesarlas: cuando son ininteligibles las simplifican con una facilidad que llega a la desfachatez”.

“Ahora estamos en la minifalda que es una situación muy buena, entre otras razones, porque la minifalda ha demostrado que hay muchas mujeres que tienen la rodilla más bella que la cara, lo cual nos ha desplazado de la monotonía, que ya convenía. La minifalda me hacía augurar pues, en Sajonia, algún resultado positivo. La desilusión, sin embargo, fue completa. En esta República (RDA) no se practica la microfalda y todo es larguísimo. Las escasísimas señoritas que encontré en trance de acortamiento de faldas, no llegaban a la rodilla. Fue literalmente horrible y de buena gana hubiera protestado”.

“He tratado de dar, a la transcripción literaria de estos pasos, un aire de frivolidad”.

“La feria de la ciudad se terminará…Leipzig entrará en su vida habitual, en su normalidad: se convertirá en una vasta concentración humana mortecina, triste, con una depresión inmensa, inenarrable”.

“Los comunistas creen que hay dos clases de economías, la buena y la mala, la comunista y la capitalista. Sin embargo, no hay más que una clase que en definitiva consiste en trabajar, producir, vender y ganar dinero. Todo lo demás son anécdotas”.

“Estas cosas – el consumo, la confección – son inseparables de la libertad de comercio y de la iniciativa individual”.

“No se olvide que la presencia de la Alemania oriental en el sistema del comunismo representa la entrada en este mundo del primer país realmente moderno, europeo e íntegramente civilizado”.

“Por mi oficio periodístico he tenido que leer muchas constituciones…he leído la de la República Democrática Alemana…Es una constitución escrita con un ímpetu idealista, muy bien presentada, tan bien presentada que acaba por ser ligeramente aburrida, irreal. Se parte de la existencia de hechos previos, sublimes, incontrovertibles, eternos, pero en la práctica se implanta inmediatamente el monolitismo del partido, la política es llevada a los últimos detalles de la simple conveniencia de la clase que manda; la crítica es considerada peligrosa aun formulada por los colegas de mejor buena fe; se implanta la economía nueva aunque produzca dolores infinitos”.

“Los alemanes fueron unos hitlerianos perfectos. En Occidente, ahora, son unos demócratas indiscutibles. En el Este, los comunistas son considerados de excelente categoría. A veces uno llega a sospechar si en el mundo comunista los únicos comunistas de verdad sin los alemanes que lo son. Es el temperamento. Los alemanes tienen un temperamento que a veces les da disgustos muy serios”.

“El partido comunista de la República Democrática Alemana ha convertido esta superficie del germanismo en una jaula hermética…la jaula es completa, sobre todo por lo que hace referencia a los alemanes de la República federal, considerados auténticos enemigos…Los alemanes de Bonn pueden entrar y salir de Rusia, de Polonia, de Checoslovaquia,…perfectamente y negociar con ellos…En el único país que no pueden entrar es en la Alemania oriental, si no hay un cadáver legalizado y previo”.

“La teoría de la jaula como método para cambiar la mentalidad de la ciudadanía…creo daría algún resultado si viviéramos tres o cuatro siglos atrás…Pero en la época que vivimos, tan rápida, con tantas comunicaciones, con un sistema de relaciones comerciales basadas en el hecho de que todo el mundo necesita, ¿será posible cambiar de signo político una naturaleza apasionada y voraz, por una naturaleza virtuosa, inerte, obediente y fiel a lo que dicen dos o tres libros que tan poco gente ha leído?...A la gente no le gusta lo que tiene…sino lo que no tiene…Cuando yo felicitaba a los alemanes del Este de vivir en un país en que se había instaurado la justicia y que la explotación del hombre por el hombre se había felizmente terminado, me contestaron que la justicia es algo muy relativo, que ahora les explotaba el estado de una manera implacable y fría, que lo que les interesaba realmente era tener automóvil, nevera, cigarrillos y, de tarde en tarde, alguna señorita”.

“Los comunistas alemanes…Con uno de ellos discutí…la cuestión de la frontera occidental del país…Le dije que no comprendía la existencia de una frontera tan peligrosa y tan rígida. Añadí que la tendencia a convertir un país en una jaula hermética e infranqueable sólo podía explicarse por la necesidad de crear una generación comunista ortodoxa basada en la modificación del espíritu a través del lavado del cerebro…

-Algo hay de esto, en efecto –me contestó- No puede negarse. Pero no creo que pueda prescindirse, en este asunto, de otro factor de gran peso y es que si la frontera hubiera sido normal hubiera huido de este país una cantidad de gente desorbitada”.

“¿Cómo es posible que los trabajadores, que constituyen el humus de donde salen habitualmente los comunistas, tengan estas casas abandonadas?

-Las casas – contestó mi interlocutor – han sido colectivizadas. Los antiguos propietarios desaparecieron, prácticamente, en la vorágine. Las casas son de propiedad colectiva de la ciudad. Antes, el que las alquilaba tenía que pagar el alquilar al propietario. Ahora tienen que pagar un alquiler mucho más módico a la ciudad. Algunos lo pagan, otros menos, otros nada…los ocupantes tenían visiblemente más interés en sus casas cuando pagaban el alquiler que ahora que son de la colectividad. De las casas se ocupan los burócratas…

¿Sabe usted lo que es un comunista auténtico?

-He leído tantas definiciones que no puedo salir, francamente, de la perplejidad. (Pla)

-El comunista auténtico es el hombre que trabaja por sus hijos y por la colectividad y que personalmente no quiere ni desea absolutamente nada.

-La definición no está mal. Pero, ¿Conoce usted alguna persona que no desee ni quiera absolutamente nada?

-Hay preguntas que no pueden contestarse”.


“…me recuerda una observación que oí un día formular a un amigo mío, médico de profesión, que ha vivido largos años en Rusia, según el cual, la URSS produce centenares y centenares de millones de toneladas de acero y en Moscú es muy difícil comprar un clavo para plantar en la pared y colgar en él el abrigo o la americana”.

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Capítulo 012. El realquilado de la peluquera.

 «La cama alemana es absolutamente original. La cama es una plataforma sobre la cual hay un somier y el colchón, con la particularidad de que estos dos elementos forman una unidad caracterizada por el hecho de que la cabecera del artefacto forma un ligero plano inclinado. El somier-colchón tiene, pues, dos momentos; en la parte del tronco forma un plano inclinado; en la de los pies, es horizontal. En este sentido se puede afirmar que la cama alemana es el precedente de la cama de clínica, que es una cama que girando un manubrio se parte por la mitad y la cabecera puede levantarse. Por otra parte, esta cama no contiene más que estos elementos: el somier-colchón sobre el que hay una sábana y el edredón encima con el que uno se abriga cuando se sabe utilizar positivamente. Acostumbrados como estamos a dormir en una cápsula cerrada por todos los lados menos por el embozo de la sábana, dormir bajo un edredón de pluma muy ligero, completamente libre y de una movilidad facilísima hace que si uno no lo sabe utilizar se quede sobre la cama sin abrigo muy fácilmente. Para dormir bien en una cama alemana hay que tener el bachillerato del edredón, es decir, hay que saber embutirse en las morbideces delicadas del plumaje. En realidad es una reminiscencia de la piel del bosque con la que la gente se envolvía para dormir estableciendo un contacto directo y personal. El cojín alemán suele ser cuadrado, grande y plano y se pone sobre el plano inclinado que forma la cabecera del somier-colchón. En la cama del germanismo se duerme así, con el tronco del cuerpo necesariamente levantado. Habituarse a este levantamiento obligado, cuando la costumbre es la horizontalidad, es un poco difícil y a veces largo. Puede ayudar el saber hacer coincidir el punto de unión de las dos partes del cuerpo (el tronco y las extremidades) con el ángulo obtuso que forma la superficie de la plataforma. Cuando se sabe adaptar el edredón al cuerpo el hecho es un hallazgo.»

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Capítulo 013. Una vidilla.

Eugeni Xammar, La Veu de Catalunya, 20 de enero de 1923:

“Ayer domingo, día de luto nacional: manifestaciones de protesta contra la ocupación de la cuenca del Ruhr por el ejército francés. En Berlín las fuerzas protestatarias se han dividido. El Partido Socialista ha dicho que no quería ningún tipo de contacto con los monárquicos y antisemitas, y ha protestado por cuenta propia. Quince mítines con una gran afluencia de público y un orden perfecto, puesto que los socialistas son el único partido de orden que existe hoy por hoy en Alemania. Los comunistas también han protestado: contra la ocupación de la cuenca del Ruhr, contra el capitalismo francés y alemán, y contra todo y todos. La salvación —dijo uno de los oradores— debe venirnos de Rusia. Estos comunistas son unos bromistas consumados”.

“Nosotros, con el debido respeto al Morgen Post, miramos las cosas desde otro ángulo. Y mientras haya alemanes que crean que la ocupación de la cuenca del Ruhr por el ejército francés es un motivo suficiente para perseguir extranjeros por las calles de Berlín, nos parece muy bien que haya alemanes capaces de ir a ver, en día de luto nacional, Tienes una boca que da gusto o Casado con tu mujer. Es necesario que se cumpla la ley de las compensaciones”.

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Capítulo 017. El Berlín canalla. Un rufianismo fundamental (I).

Josep Pla. Notas dispersas:

«El marco no cesaba de bajar, de forma implacable. Antes de comer, cambiaba el billetito; cuando acababa los marcos, volvía a cambiar. Había casas que no cerraban nunca... Mientras, frecuentábamos el restaurante que más nos apetecía, pedíamos una botella de vino del Rin, enviábamos tres o cuatro violetas —dos reales de violetas— a la puta más descarada. A veces cogíamos unos trenes magníficos, tan pronto estábamos en Breslau como en Bonn, en Múnich como en Hamburgo, en Stettin como en Chemnitz. Vi entonces una enorme cantidad de museos, de catedrales, de universidades, de célebres lugares, de monumentos históricos, de sitios de recreo con señores gordos y bien vestidos, señoritas de la prostitución, importantísimos pederastas, la casa de Kant en Koenigsberg, la de Schiller en Yena, el convento de Lutero en Erfurt, conciertos memorables, bailes impelentes, luces fastuosas. Tuve la impresión de vivir durante una temporada, no precisamente corta, en un mundo de puros criminales, en el que yo hacía un papel absolutamente modesto e insignificante, pero levemente teñido de un rufianismo fundamental.


Berlín llegó a tener un aspecto muy brillante. Era la capital del país que había perdido la guerra, pero parecía la del país que la había ganado. [...] Llegó un momento en que todo se subastaba. Cuando se necesitó la módica suma de un millón de marcos para comprar un dólar, se produjo como una especie de locura general —entre los extranjeros, sobre todo—. La prostitución fue en franco aumento, al igual que la inversión femenina... Vi llegar a algunos aventureros de mi país: lo primero que hacían era mantener a una señorita, alquilar un piso y regalarle un perrito que era una monada. «¡Qué señoras más guapas!», solía decirme. Siempre aligera un poco pensar que hay pequeños canallas más considerables. [...]


Tan pronto como la moneda perdió el valor, empezó el alza de precios. [...]

Berlín, ciudad burguesa, nórdica, confortable, que llevaba decenios nadando en una próspera abundancia, era un inmenso depósito de objetos evaluables. [...] En Berlín, dejaron de abundar las tiendas. Aparecieron los racionamientos, las largas colas para comprar un pedazo de pan moreno o un trozo de vianda. Estas colas, vistas sobre la perspectiva de la nieve invernal —de aquel invierno sin fuego, ni brasa, ni humo—, son cosas que no pueden ser descritas por poco respeto que la dignidad humana produzca en la propia sensibilidad.

Se puso a prueba la fuerza de la especie humana, la cual es enorme, ciertamente, pero cuyo límite es muy inferior a la hipérbole de la fraseología optimista. La candela quemaba boca abajo. [...] De pronto, los periódicos empezaron a publicar noticias sobre los adolescentes que se suicidaban.»

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Capítulo 021. Mokum letal.

Durante siglos Amsterdam fue refugio (mokum) de los judíos europeos. Venían del Este, los llamados asquenazíes, o del sur, los sefardíes. La familia Herscovitz o Herscovici debe de ser asquenazí. En el mokum se hablaba una lengua producto de la mezcla de las nacionalidades: el bargoens. En el bargoens había palabras del yiddish, del holandés y de las lenguas magiares. La palabra melic («ombligo» en castellano) significa «barriga» en bargoens: también los nómadas magiares habían pasado por Cataluña... El bargoens puede compararse al lunfardo argentino, producto, igualmente, de la convivencia de emigrantes en un nuevo entorno. El hecho de que una gran parte de la población judía se sintiera segura en Amsterdam fue, paradójicamente, la razón por la que el exterminio fue aún mayor en Holanda que en los otros países europeos ocupados. En los años previos a la invasión alemana, la población judía había aumentado. La letal llamada del mokum.

Un estudio científico niega que el nivel del mar esté subiendo más rápido por Carmelo Jordá

Un nuevo estudio científico publicado en el Journal of Geophysical Research descarta que el nivel del mar esté subiendo más rápido. Esto desmonta otra de las predicciones apocalípticas de los calentólogos, que hablan de apocalípticas inundaciones por el calentamiento global.

Las teorías oficiales del calentamiento global nos aseguran que el nivel del mar está ya subiendo alarmantemente o subirá de forma catastrófica en los próximos años. Sin embargo, la realidad es muy diferente, al menos según un estudio recién publicado en el Journal of Geophysical Research y en el que sus autores afirman que "no hemos encontrado una aceleración significativa" de la subida del nivel del mar.

Se trata de un estudio que han realizados dos miembros del Alfred Wegener Institute for Polar and Marine Research de Alemania, una institución que incluso colabora con el IPCC, y del que se ha hecho eco el blog español Barcepundit.

Los autores del informe aseguran que según los datos que han recopilado con su propia y novedosa metodología, entre 1900 y el 2006 el nivel del mal subió entre 1,5 y 0,25 mm. al año, lo que concuerda con mediciones anteriores. Sin embargo, destacan que en este periodo no se ha producido un incremento significativo de este crecimiento del nivel de los mares, al contrario de lo que aseguran las teorías calentológicas, que predicen catastróficas crecidas de varios metros por el deshielo de los glaciares y de la capa que nieve que cubre Groenlandia.

Y es que tal y como señala otro blog que se hace eco del estudio, The Hockey Schtick, el nivel del mar viene subiendo de forma natural desde el final de la última glaciación, hace 20.000 años, una subida que ha sido más gradual desde hace unos 8.000 años y que, como hemos visto, no ha variado sensiblemente en el último siglo.

Guerreras sin fronteras por Arcadi Espada‏


Hay algunas cuestiones a discutir en la foto de la soldada israelí –y en las otras nuevas que ha publicado el periodista Dimi Reider en su blog. La Autoridad Palestina ha dicho que las fotos son humillantes. Es un adjetivo inmediato; pero sólo puede aplicarse a la soldada. Respecto a los prisioneros la humillación no proviene del acto de la fotografía (tal vez ni se enteraron) sino de lo que se ve en la fotografía: un apreciable documento del trato a los prisioneros. El ejército israelí, que se ha apresurado a arremeter contra la soldada, debe ponerle un pie a esas fotos: qué, quién, cómo, cuándo y dónde. Y también debería comprometerse a una revisión de su programa deontológico. Hay más cuestiones vinculadas, que la fotografía comparte con otras de su clase. Una llamativa, y ya observada en la guerra de Irak, es la naturaleza de la nueva mujer: más Judith que Verónica.

Luego está facebook, el asunto. La soldada colgó las fotos el 3 de agosto. Pero sólo hasta el lunes 16 no hicieron efecto: la razón principal es que habló de ellas la televisión. Es decir durante 13 días las fotos no se movieron del ámbito personal de la soldada. Tiene una importancia relativa que se colgaran en su perfil público y todo el mundo pudiera verlas: todo el mundo no deja de ser una optimista teoría, muy del gusto del ingenuo exhibicionismo internáutico. Si alguien entre sus conocidos no la hubiese sacado del círculo, la foto seguiría calmadamente en su lugar. En términos analógicos habríamos descrito el suceso diciendo que la soldada estaba en su casa, enseñando el álbum de guerra, y alguien le robó una foto y la llevó a la televisión. Es llamativo que la soldada se aventurara a correr el riesgo de que la robaran. Puede que sea víctima del síndrome facebook: cuando, en paralelo al desvanecimiento de las fronteras entre la realidad y la ficción, tampoco ya se distingue entre lo público y lo privado. Ella se sentía en su casa, comentando su vida. Hay que reconocer que en este asunto concreto era difícil hacer las cosas de otro modo: ¿Cómo enseñar el álbum a los amigos, tal vez remotos, (y comentarlo, y troncharse) sin utilizar facebook? ¿Y cómo se controla, incluso en un grupo privado, que una copia no pueda circular libremente? ¡Ah, si los derechos de autor sólo fueran un problema de la SGAE!

Hay otra hipótesis: que no viera riesgo. Nada inmoral que ocultar. ¡Al fin y al cabo no salía desnuda! La hipótesis de que estas jóvenes guerreras sin fronteras no distingan entre un prisionero y una pieza de caza.

Córdoba house por Ignacio Camacho‏

O hay libertad de culto o no. O es culpable la religión del atentado o no.


Córdoba house

DE todos los cafés de todas las ciudades del mundo, se quejaba Rick Blaine-Bogart en «Casablanca», Ilsa-Ingrid Bergman había tenido que aparecer precisamente en el suyo para

resucitar un viejo dolor enterrado. Algo así ha tenido que decir Barack (Hussein) Obama para rectificar su notable patinazo al defender el derecho de los musulmanes a construir una mezquita en la Zona Cero del 11-S: de todos los solares de todas las ciudades de todos los Estados Unidos, ése es probablemente el más inoportuno porque revive heridas mal cerradas en la conciencia de un pueblo atacado. Presa de un ataque de zapaterismo—síndrome que se manifiesta en decirle a todo el mundo lo que quiere oír—, el presidente americano sucumbió a la tentación de granjearse las simpatías islámicas durante una cena conmemorativa del Ramadán, pero la reacción irritada de sus compatriotas le ha forzado a recular ante una lógica corriente adversa de opinión pública. Al final ha dejado las cosas, acaso un poco tarde, en su justo término: el derecho a levantar mezquitas no se discute en una sociedad abierta, pero quizás en ese sitio no se trate de una buena idea.

Al fondo de toda esta polémica, que nos resulta familiar en un país también golpeado por el fundamentalismo islámico, no late tanto el problema de la tolerancia como el de la reciprocidad. El Estado liberal consagra la libertad de culto y la hace efectiva sin mayores problemas, como prueba la celebración masiva del Ramadán en Europa y América, pero esa pacífica coexistencia no debe enturbiarse con gestos interpretables como provocación innecesaria. La alianza de civilizaciones funciona de hecho en la realidad cotidiana —en España los trabajadores musulmanes gozan incluso del derecho a adaptar su jornada a la práctica del ayuno— sin trabas significativas al ejercicio de la oración ni de la prédica. Se trata de una cuestión asumida con naturalidad en el seno de las sociedades democráticas, que sin embargo no cuenta con un tratamiento recíproco en la mayoría de las naciones islámicas, donde no suelen concederse permisos para erigir iglesias cristianas ni para conmemorar la Navidad o la Semana Santa. Es esa falta de correlato lo que causa recelos y da lugar a sentimientos de agravio.

El debate de Nueva York no por eso un asunto de libertades sino de sensibilidad. Esa Córdoba House —vaya por Dios, el mito andalusí— que algún imán quiere edificar en el lugar donde más duele la tragedia no va a cicatrizar heridas, sino a reabrirlas. Y aunque queda claro que el Islam no es responsable de lo que allí ocurrió, también lo está que el impacto ambiental de una iniciativa así no acerca voluntades sino que las separa. La tolerancia es recíproca o no es tolerancia; el error de Obama sugiere que en caso de susceptibilidad al menos es menester atenerse al sentido común de la coexistencia.

Can the Dead (Capitalism) Be Brought Back to Life? by Robert Higgs‏

I pose this question seriously, not as a physiologist, but as an economic historian. I am provoked to raise the question by an advertisement that Amazon sent me recently, calling my attention a book titled Can Capitalism Survive? Creative Destruction and the Future of the Global Economy. Seeing this sales pitch, my immediate reaction was my usual sadly amused reply to such a question: Can capitalism survive? What an odd question! Assuming that capitalism ever existed at all, it has been dead for at least a century.

At first glance, I did not recognize that the book being advertised is one for which, in a sense, I am responsible. It turns out that the “new” book is only an old (portion of a) book, now adorned by a new subtitle and two new introductory paragraphs by the Newsweek columnist Robert J. Samuelson. If I reveal that the book’s author is Joseph A. Schumpeter, many readers will recognize it immediately as Part II of that famous economist’s best-known work Capitalism, Socialism and Democracy, first published in 1942, with subsequent editions in 1947 and 1950.

The new book’s front cover has a blurb from Fortune that declares Schumpeter to have been “the most influential economist of the twentieth century . . . a major prophet.” The back cover has an embarrassingly superficial blurb by publisher Steve Forbes that, among other things, describes Schumpeter as “the twentieth century’s foremost economist.”

I do not consider Schumpeter entitled to be called the most influential economist of the past century―that distinction unfortunately belongs to John Maynard Keynes, and Milton Friedman surely deserves the second place. As for Schumpeter’s rank as a prophet or as the intellectually foremost economist, I would place him below Ludwig von Mises and F. A. Hayek.

Nevertheless, Schumpeter was unquestionably one of the most important economists of his day, and his work has continued for good reason to attract readers ever since his death in 1950. His analysis of the historical dynamics of classic capitalism, which makes up Part II of Capitalism, Socialism, and Democracy, though contestable on various grounds, may be, all in all, the best ever written, and it certainly remains among the most thought-provoking. (My own thoughts on Schumpeter’s analysis appear briefly in my book Crisis and Leviathan, pp. 239-44.)

In the mid-1970s, having read Capitalism, Socialism and Democracy repeatedly and having used it to good effect in my teaching, I sent a proposal to Harper & Row, the publisher. I proposed that Part II of the book be published as a separate work with an introduction by me. I asked for a reasonable royalty on sales of this proposed book. Harper & Row declined my offer. The publisher liked the idea of a stand-alone publication of Part II, with my introduction, but did not want to pay me a royalty. Not long afterward, in 1978, I was surprised to find in the bookstores the very volume I had proposed, with an introduction by Robert Lekachman, who evidently had been willing to work for less than I when he was approached by the publisher. Somewhat pushed out of shape by this pilfering of my idea, I wrote a letter to Harper & Row to let their managers know how unprofessional, at best, I considered their action to be. As I recall―although my memory is foggy in this regard―Harper then sent me a nominal “finder’s fee.”

(This episode, by the way, was but one of many that led me to propound Higgs’s Law of Publishing, which states: All publishers strive to maximize losses, but by virtue of sheer stupidity, some of them screw up so royally that they earn enough income to remain in business.)

Returning from the foregoing personal digression, what are we to make of the idea that capitalism might survive, indeed, of the idea that it has survived to date, when in fact it has scarcely ever existed and, even when prevailing economic conditions and institutions verged most closely on the capitalist model, sometime between the 1830s and World War I in the United States, they suffered a variety of government interventions and distortions that made the prevailing economic order, like nearly all such orders in reality, a form of “mixed economy”?

My friend Sheldon Richman has been on something of a crusade recently against the defense of capitalism by those who favor a free society, which of course includes a free-market economy. He prefers that defenders of freedom avoid the defense of something called capitalism because, first, the term derives in large part from enemies of the free society, such as the Marxists, and, second, because it has always served and continues to serve the enemies of a free society as a perennial object of misplaced responsibility, a (nonexistent) malefactor to be blamed for every economic problem the government’s countless interventions bring about.

Thus, most recently, by undertaking a series of decisive interventions stretching from the Fed‘s mismanagement of monetary policy, to Fannie and Freddie’s subsidies of unqualified home buyers, to the self-serving idiocies of Barney Frank, Chris Dodd, and Co., among other ill-fated actions, the government created the complex of interrelated disasters that includes the housing boom and bust, the financial debacle of 2008, and the economic recession since 2007. And who’s to blame? That’s right: capitalism. Which must then be “reformed” by mountains of additional government interventions laid atop the previously existing mountain, leaving, of course, Barney and Chris sitting pretty as the reformers, and the key troublemakers―the Fed, Fannie, and Freddie―smelling like roses, with the Fed being given even more power, and Fannie and Freddie being fed a diet of hundreds of billions of dollars in ongoing taxpayer-funded bailouts to continue doing the damage they do.

Perhaps, if we all frankly admitted that capitalism has been as dead as a dodo since 1914, if not even longer, then such factually absurd, ideologically inspired, politically tactical blame-casting would be precluded. It would make no more sense than blaming our economic troubles on the divine right of absolute monarchs, centuries after that doctrine has been abandoned. Perhaps.

So far, however, I have refrained from coming completely onboard Richman’s crusade ship. For many proponents of the free society, capitalism has always signified the ideal of the free-market society more than it has referred to any of its deeply compromised and distorted instantiations that have occurred historically. These people are understandably reluctant to give up still another cherished shibboleth to their enemies, as they previously surrendered their most positive and important ideological identity as liberals. So, even though I rarely use the term capitalism, and I strive to make as clear as I can the difference between the ideal free society (which I defend) and the realities of any existing or previously existing society (which I only study), for now, I decline to condemn those who continue to defend capitalism. They may be making a rhetorical mistake, as Richman insists, yet their hearts are in the right place. It will be easier to straighten out people’s rhetoric in due course than to bring about the change of heart that so many misguided people must experience, if even a shred of freedom is to be preserved.

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My grounds for opposing “capitalism” are not those specified above. Negative references to capitalists predate Marx. For example, Thomas Hodgskin, a laissez faire advocate and mentor to Herbert Spencer, thought of capitalism as the existing system in which government openly favors capital at the expense of labor and consumers through controls, tariffs, subsidies, and the like. (The word certainly suggests that.) This was the common view among radical liberals throughout the nineteenth century. The American Benjamin Tucker, a self-described consistent Manchester man, regarded capitalism that way. But it’s not just semantics, the actual on-the-ground architects of the American system (e.g. Hamilton and Lincoln) favored heavy government assistance to business, a form of industrial policy and corporatism. Nock and Ekirch understood this completely. I see no grounds for associating capitalism with freed markets.

This is more than a rhetorical matter.

PS: I haven’t condemned anyone.

Sheldon Richman
Aug 16, 2010 (2 days ago)

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Sheldon,

I apologize for mischaracterizing your grounds for your crusade against “capitalism,” and I am puzzled that I managed to misunderstand you so completely. You obviously know your motives better than I, so I am not arguing against them as such if I affirm that your crusade against something called capitalism would make more sense if it were based on the grounds I wrongly attributed to you.

I am well aware that Marx did not invent the term capitalism, but the present worldwide use and — for most intellectuals and secondhand dealers in ideas, the hostility toward — capitalism may be traced fairly directly to Marxists. People such as Hodgson and Tucker, in contrast, are virtually unknown outside the circle of intellectual historians and a small group of libertarians.

More important, the prevailing use of the term “capitalism” in intellectual and ideological writings and political struggles changed greatly in the twentieth century. In the nineteenth century, many writers, as you note, attacked “capitalism” because they identified it with a prevailing system that contained many government intrusions, often in favor of the “capitalists” of the day who had influence with the government. In the twentieth century, in contrast, intellectuals who wished to defend the free society, including free markets, came by and large to defend “capitalism.” Without explicitly pro-capitalist works such as Milton Friedman’s CAPITALISM AND FREEDOM and Ayn Rand and associates’ CAPITALISM: THE UNKNOWN IDEAL, we could probably count the number of contemporary libertarians on our fingers and toes.

Even the great Ludwig von Mises wrote a book titled THE ANTI-CAPITALIST MENTALITY to analyze this mentality and expose its fallacies.

I greatly fear that the main effect of any crusade against “capitalism” will be to cause pro-freedom people who encounter it to reject the crusaders immediately, given that the greatest enemies of the free society for the past century, especially the Communists, ceaselessly attacked capitalism, blamed it for every imaginable evil, and held out the prospect that by destroying it, we can create heaven on earth. I don’t believe in guilt by association; I simply insist that you won’t do the pro-freedom cause much good by sleeping in the same “anti-capitalist” bed as these well-known enemies of the free society.

People such as Mises and Friedman, who unashamedly endorsed capitalism, never defended the countless interventions that mark the existing (or previously existing) system, such as tariffs, subsidies, price controls, and so forth. For them, as for most people nowadays, capitalism and the free-market system are synonymous. It’s more important to get the substance right than to choose a particular word to denote the ideal system of political economy we seek to defend.

Of course — and I suspect this is your real grievance — many political actors and political commentators purport to defend capitalism while taking countless actions that actually undermine and tend to destroy the free society, and the free market in particular. Such hypocrisy is to be exposed and condemned; you are a great living example of how to do so tirelessly. However, we can’t get rid of political hypocrisy; politics and lying are as hand and glove. I don’t think, though, that this sort of grievance justifies a movement to attack capitalism. Again, we have a better chance of getting our message through if we simply attack the particular objectionable government action or program.

Robert Higgs
Aug 16, 2010 (2 days ago)

The Fed Can't Solve Our Economic Woes by Gerald P. O'Driscoll JR.‏

A policy of low interest rates is a textbook response of monetary authorities to the economic weakness brought on by deficient aggregate demand. The policy is justified by pointing to various ways in which money can promote economic activity—including by stimulating investment, discouraging savings, encouraging consumption spending, and allowing individuals to lower their debt burdens by refinancing existing debt. While these effects are theoretically plausible, this textbook policy does not apply to our present situation.

First, our lingering crisis and economic weakness was brought on not by a Keynesian failure of effective demand, but by a Hayekian asset boom and bust. Second, the textbook case for low interest rates treats the policy as one of benefits without costs. No such policy exists.

The housing boom and bust was a classic asset bubble, such as occurred frequently in the 18th and 19th centuries. Easy money working through cheap credit made long-term investments appear more valuable than would otherwise have been the case.

In most cases, investment booms drive industries with sound fundamentals. When the cheap credit keeps flowing, however, fundamentals are forgotten and the process evolves into a mania (to use the old-fashioned term). What cannot be sustained will not be, so the boom ends in a crisis.

In these scenarios, the collapse of demand is a consequence—not the cause—of the bust. Policies to address crises must get cause and effect right.

When housing prices peaked and then turned down, there were repercussions throughout the financial system and then the broader economy. Mortgage-related securities soured, hitting the balance sheets of the institutions that had purchased them. As that became known, the prices of the securities of these institutions (mainly but not exclusively financial) fell. Credit dried up and the economy tanked. A general rout in the stock market ensued.

The financial panic and ensuing great recession was a classic balance-sheet recession. As balance sheets shrank in value, demand collapsed. There was a liquidity crisis as well, centered around Lehman's collapse, but the driving force was collapsing balance sheets, impaired capital values and, for many, insolvencies.

The declines in home values, investor portfolios and 401(k) plans, and the uncertainties surrounding retirement plans, have all had a big impact. The solution lies in restoring balance sheets. For financial firms, that means raising capital. For consumers and businesses alike, that means saving more of their reduced incomes.

Yet public policy has focused almost exclusively on stimulating spending without much regard to why spending, especially consumption, has flagged. Until balance sheets (corporate and household) are restored, increased spending cannot be sustained.

Temporary spending and tax breaks are always dubious, and especially so now when the rational motivation is to save more and consume less. One-off tax credits for homes, for example, merely borrowed sales from the future. These fiscal programs predictably depressed rather than augmented future consumption.

What is in short supply is not liquidity, but savings. The Fed can supply the former but not the latter. Both fiscal and monetary polices need to shift their focus. The Fed has done the heavy lifting and responded more than adequately to liquidity issues. Now there is little further it can do that is beneficial.

Its move toward Japan-style quantitative easing is a misstep. And historically low interest rates—about which the Bank of International Settlements, the bank for central banks, sounded a warning in its 2009/2010 annual report—will inevitably distort economic activity, as they did during the housing boom. Low interest rates slow the process of restoring balance sheets by keeping asset prices artificially inflated. They also penalize saving, thus prolonging the process of rebuilding balance sheets.

In the fiscal realm, policy must be reoriented from stimulating consumption to encouraging productive investment (not renewed financial speculation). That means no income-tax increases or costly new mandates. In particular, the Bush tax cuts should not be allowed to expire. No matter how the administration spins it, their expiration would entail a large increase in marginal tax rates in the midst of economic weakness. That would further impede savings and capital accumulation, discouraging firms from expanding and hiring workers. Treasury Secretary Tim Geithner is proposing to repeat the mistake of Herbert Hoover, who persuaded Congress to raise taxes in 1932.

Markets are resilient, but their recovery can be impeded by bad policies. At present, both monetary and fiscal policies are on the wrong track.

Mr. O'Driscoll is a senior fellow at the Cato Institute. He was formerly a vice president at the Federal Reserve Bank of Dallas and later at Citigroup.

A Memo to Alan Greenspan by John Stossel‏

Why the former Fed chairman should keep quiet

I'm getting tired of Alan Greenspan. First, the former Federal Reserve chairman blamed an allegedly unregulated free market for the housing and financial debacle. Now he favors repealing the Bush-era tax cuts.

This has a certain sad irony. Recall that Greenspan once was an associate of Ayn Rand, the philosophical novelist who provided a moral defense of the free market, or as she put it, the separation of state and economy. Greenspan even contributed three essays to Rand's book Capitalism: The Unknown Ideal—one for the gold standard, one against antitrust laws, and one against government consumer protection.

It was slightly bizarre when Greenspan accepted President Reagan's appointment to run the Fed—maybe he thought that as long as the Fed exists, better someone like him run it rather than one who really believes government should centrally plan money and banking. Be that as it may, Greenspan went on to pursue an easy-money policy in the early 2000s that is widely credited, along with the government's easy-mortgage policy, for the boom and bust that followed.

During a congressional hearing two years ago, Greenspan shocked me by blaming the free market—not Fed and housing policies—for the financial collapse. As The New York Times gleefully reported, "(A) humbled Mr. Greenspan admitted that he had put too much faith in the self-correcting power of free markets."

He said he favored regulation of big banks, as if the banking industry weren't already a heavily regulated cartel run for the benefit of bankers. Bush-era deregulation is a myth perpetrated by those who would have government control the economy.

We libertarians were distressed by Greenspan's apparent abandonment of his free-market philosophy and his neglect of the government's decisive role in the crisis.

But at least he took a shot at the new controls Congress coveted: "Whatever regulatory changes are made, they will pale in comparison to the change already evident. ... (M)arkets for an indefinite future will be far more restrained than would any currently contemplated new regulatory regime."

But now Greenspan, going beyond what even President Obama favors, calls on Congress to let the 2001 and 2003 Bush tax cuts expire—not just for upper-income people but for everyone. "I'm in favor of tax cuts, but not with borrowed money. Our choices right now are not between good and better; they're between bad and worse. The problem we now face is the most extraordinary financial crisis that I have ever seen or read about," he told the Times.

He says he supported the 2001 cuts because of pending budget surpluses, but now that huge deficits loom, new revenues are needed.

Why? Brian Riedl of the Heritage Foundation says that since the cuts, "The rich are now shouldering even more of the income tax burden." The deficit has grown not because we are undertaxed but because government overspends. "Tax revenues are above the historical average, even after the tax cuts," Riedl writes.

Given the stagnant economy, this is the worst possible time for tax increases. (Is there ever a good time?) Taking money out of the economy will stifle investment and recovery, and it's unlikely to raise substantial revenue, even if that were a good thing.

Finally, the stupidest thing said about tax cuts is the often-repeated claim that "they ought to be paid for." How absurd! Tax cuts merely let people keep money they rightfully own. It's government programs, not tax cuts, that must be paid for. The tax-hungry politicians' demand that cuts be "paid for" implies the federal budget isn't $3 trillion, but $15 trillion—the whole GDP—with anything mercifully left in our pockets being some form of government spending. How monstrous!

If cutting taxes leaves less money for government programs, the answer is simple: Ax the programs!

John Stossel is host of Stossel on the Fox Business Network. He's the author of Give Me a Break and of Myth, Lies, and Downright Stupidity. To find out more about John Stossel, visit his site at johnstossel.com.

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Olivenza, hija de España y nieta de Portugal por Fernando Díaz Villanueva‏

Hoy me tocaba contarle como Alfonso VI de Castilla y León (o de León y Castilla, que tanto da porque castellanos y leoneses venimos a ser lo mismo desde hace mil años) a punto estuvo de perder todo lo que había conseguido en una legendaria cabalgada a orillas del Tajo.

Pero no, voy a dar un pequeño rodeo y, como la imaginación nos permite viajar en el tiempo a una velocidad pasmosa, me voy a situar un siglo después, cuando León y Castilla se habían vuelto a separar y reinaba Alfonso IX, zamorano de nación y último monarca del reino leonés.

El noveno de los Alfonsos fue mal padre y peor marido, amigo de pendencias y constante en sus odios, que fueron muchos a lo largo de sus casi 60 años de vida. A modo de reparación hizo dos regalos a España. El primero la fundación del Estudio General de Salamanca, que devendría universidad –y de las buenas– años después. El segundo la reconquista de Extremadura, consumada con éxito poco antes de su muerte tras innumerables campañas contra los invasores almohades, los mismos que sus vecinos habían derrotado en las Navas de Tolosa, una batalla a la que Alfonso IX, muy en su línea, se negó a acudir porque ni castellanos, ni aragoneses, ni portugueses, ni navarros le dejaban ser el jefe.

La reconquista de Extremadura terminó en abril de 1230 con la toma de Badajoz. La morisma local salió en estampida hacia el sur abandonando pueblos, acequias y heredades. El yermo resultante tenía por tanto que ser repoblado por cristianos, tarea no precisamente sencilla dada la debilidad demográfica del reino leonés. Uno de esos lugares que habían quedado vacíos era la vega del Guadiana al sur de la capital. Alfonso entregó la comarca a la Orden del Temple para que la custodiase y, en la medida de lo posible, la repoblase con cristianos traídos del norte.

Así nació Olivenza como una pequeña encomienda situada a en la margen izquierda del río. La derecha pertenecía a Sancho II de Portugal, conquistador del Alentejo. Los templarios fundaron una minúscula aldea de frontera que pasó sin pena ni gloria hasta que 70 años más tarde, en 1297, María de Molina, reina regente de Castilla (y León), se la cedió al rey portugués para que dejase de enredar en los asuntos de Castilla. Olivenza conservó el nombre, los habitantes y fue fortificada por sus nuevos dueños.

Se convirtió en la plaza más oriental del reino luso y en una de las joyas de la corona. Tenía nueve baluartes, uno más que la propia Badajoz, y, junto a la fortaleza de Elvas, formaba una inexpugnable muralla defensiva en el camino de Lisboa. Los sucesivos monarcas portugueses la cortejaron con atenciones, privilegios y nuevas defensas. Levantaron en ella un imponente castillo con la mayor torre del homenaje del reino y construyeron un larguísimo puente fortificado sobre el Guadiana para acudir en su auxilio al que llamaron Ponte da Ajuda.

Durante la guerra que siguió a la sublevación portuguesa de 1640 Olivenza cayó ante las tropas de Felipe IV, pero unos años más tarde fue devuelta en aras de la buena vecindad. Este fugaz episodio bélico reveló que la plaza ya no era invulnerable. Concebida para la guerra medieval, los largos asedios y las cargas de infantería sobre la muralla, sus baluartes poca resistencia podían ofrecer a la artillería y a la movilidad de los ejércitos modernos. Privada de su conexión con Elvas tras la voladura del Puente de Ayuda, nadie daba un céntimo por ella.

El coste en hombres y pertrechos era inmenso, mucho más de lo que la plaza valía. Se encontraba a tiro de piedra de Badajoz y totalmente rodeada por un enemigo que, para el siglo XVIII, era ya infinitamente superior en el campo militar. Si un ejército portugués conseguía llegar hasta ella para romper un hipotético sitio tendría la retaguardia cortada por el río, exponiéndose a una carnicería segura y a perder la ciudad. Los generales portugueses lo sabían, como sabían que su suerte estaría echada si España decidía invadir Portugal, un país volcado en el mar, en franca decadencia, sometido a los ingleses y mal defendido por un ejército valiente pero pequeño e inexperto.

La temida ocasión llegó en la primavera de 1801. Manuel Godoy, valido del rey y amante de la reina, pidió a Portugal que cerrase sus puertos a los navíos ingleses. Ante la negativa portuguesa Godoy, que era natural de Badajoz, se dirigió con un ejército a la frontera. Ocupó varias plazas, entre ellas Olivenza, y obligó al regente Juan a firmar un humillante tratado de paz en el que consumaba la cesión de Olivenza a España por los siglos de los siglos. Entre medias, mientras sitiaba Elvas, en un arranque de romanticismo, envió un ramo de naranjo a la reina por lo que esta, la última guerra entre España y Portugal, ha pasado a conocerse como Guerra de las Naranjas.

Terminadas las guerras napoleónicas el monarca portugués se agarró a la napoleonidad implícita de la conquista de Olivenza para recuperarla. Sin ningún éxito. El Congreso de Viena, en un alambicado lenguaje diplomático, recomendó a españoles y portugueses que dirimiesen sus diferencias fronterizas cuando y como creyesen oportuno. Y hasta ahí llegó la reclamación legal. España miró hacia otro lado... y Portugal, a su manera, también.

Olivenza pasó de ser alentejana a ser extremeña, algo que, en rigor y conociendo la zona, es casi lo mismo. El Alentejo y Extremadura son dos regiones muy bonitas, de mucho aprovechamiento para casi cualquier cosa y con un paisaje y un paisanaje tan parecido que asusta. Durante algo más de dos siglos se ha seguido hablando un dialecto del portugués, el oliventino, que está a punto de desaparecer por falta de hablantes. La arquitectura permanece. El castillo sigue ahí como orgulloso testigo abaluartado de otros tiempos. Las iglesias y el ayuntamiento, manuelino en su fachada y del PSOE en su interior, dan fe de la centenaria presencia portuguesa.

Por lo demás hoy Olivenza es una ciudad española porque sus habitantes quieren ser eso mismo. Tanto y de tal manera que el presidente de la Junta de Extremadura, Guillermo Fernández Vara, es oliventino. Nadie en Olivenza se avergüenza de su pasado portugués, más bien todo lo contrario. El cancionero popular no falla y dictamina en una conocida tonadilla que "las muchachas de la Olivenza no son como las demás, porque son hijas de España y nietas de Portugal".

Eso en lo que toca a este lado de la raya, en el otro una minoría irredentista ligeramente enloquecida mantiene encendida la llama de la reclamación pasándose por el arco del triunfo 200 años de historia, la voluntad de los oliventinos y hasta el sentido común. Comparan el caso de Gibraltar con el de Olivenza, sin percatarse de que el primero fue ocupado y el segundo cedido y, sobre todo de que, en esencia, españoles y portugueses somos la misma cosa con nombres distintos.

Políticas de estímulo de la demanda por Victoriano Martín‏

"Hoy ya no se piensa en la utilidad de un abultado gasto público para estimular la actividad", J.S. Mill, Of the influence of consumption on production (1829).

En la actualidad, a pesar del desconcierto reinante por la crisis, la mayor parte de la profesión de los economistas está de acuerdo en que el crecimiento económico, la prosperidad y, en definitiva, el aumento del nivel de vida en los diferentes países han sido el resultado de un proceso de reducción de costes, gracias al aumento de la productividad, provocado por los avances tecnológicos, fruto a su vez del aumento del capital humano, mediante las mejoras y generalización de los programas educativos y de investigación.

Todo ello permitió el desarrollo y perfeccionamiento de un marco institucional que a su vez potenció el crecimiento económico.

Pensamiento económico

Pues bien, todo esto que forma parte del núcleo duro de la corriente principal de pensamiento de la economía como disciplina y que ha sido corroborado por la evidencia empírica, si uno analiza la mayor parte de los trabajos publicados en la prensa diaria y en los semanarios, propios de la profesión, uno se da cuenta del desconcierto existente entre los economistas, víctimas de un complejo de culpa por no haber previsto el estallido de la crisis, como si la profesión de los economistas tuviera entre sus funciones una labor profética.

Una parte importante, los pseudokeynesianos, de cuyas ideas el propio Keynes se horrorizaría, aprovecharon la ocasión no sólo para poner en tela de juicio la economía como disciplina sino incluso para denigrar al mercado y el capitalismo.

Otra parte no menos importante y nada crítica con las ideas ortodoxas ha vuelto sus ojos hacia las peores políticas de los keynesianos que, tras una época de crecimiento a partir de la segunda guerra mundial y hasta finales de la década de 1960, sin duda no provocado por aquellas políticas, sino a pesar de ellas, fueron la causa de que las economías desarrolladas experimentaran altos niveles de paro con unos tipos de inflación superiores al 20%, pero desafortunadamente no se han fijado en las mejores ideas de Keynes y de gran utilidad para interpretar la crisis, esto es, la ineficacia de la política monetaria al dispararse la demanda de dinero en épocas de incertidumbre desatada por la falta de confianza en situaciones como la crisis que estamos sufriendo.

Pero el panorama no ha sido mucho más alentador en la filas de la ortodoxia pura, que en su mayoría recibió con alivio el disparate de los programas de rescate, con el pretexto de evitar un presunto riesgo sistémico -dicho sea de paso con gran regocijo por parte de los críticos-, no se sabe muy bien si por prejuicios o por intereses, y culparon a los organismos reguladores del desastre, pasando por alto que fue la aristocracia del sistema financiero, que tras haber capturado al regulador y con la inestimable ayuda de ese oligopolio que constituyen las agencias de valoración y que nadie sabe de dónde las viene esa especie de ciencia infusa que las coloca por encima del bien y del mal para conocer lo bueno y lo malo, inundó los mercados de los tristemente famosos activos tóxicos, y que todavía nos tienen sumidos en la incertidumbre.

No se entiende muy bien que no exista un análisis serio del papel de las agencias de valoración y su responsabilidad en el desaguisado financiero y su participación en la preparación de aquellos paquetes denominados derivados y que Warren Buffet, no dudó en calificar de "armas de destrucción masiva para el sistema financiero", el mismo Warren Buffet que hace unos meses cuando se criticaba el papel de tales instituciones se despachó en su defensa con un "todos nos equivocamos".

Diagnóstico único

En definitiva, parece que existe unanimidad en el diagnóstico de la crisis, que comenzó como la mayoría de las crisis severas en la esfera del dinero y las finanzas y se trasladó al resto de la economía real. Pero a partir de aquí, hasta las últimas medidas de ajuste y austeridad tomadas in extremis por la mayoría de los países europeos a fin de sanear unas cuentas públicas al borde de la banca rota, lo que ha predominado ha sido la confusión y el desconcierto.

A esto coopera sobre todo la resistencia de la que hemos denominado aristocracia financiera, que sigue defendiendo con uñas y dientes la liberalización extrema de derivados y hedge funds, a pesar de que la evidencia empírica haya demostrado con creces que esta falta de regulación llevaba en su seno el germen de la autodestrucción. Pero, además, buena prueba de la confusión y el desconcierto ha sido el debate que tuvo el periódico Financial Times, un enfrentamiento dialéctico entre partidarios del estímulo de la demanda y los partidarios del ajuste y austeridad a fin de reestablecer la confianza.

Por lo que se refiere a los partidarios del estímulo a la demanda, en su razonamiento aparecen los argumentos, que sistemáticamente la corriente principal de pensamiento ha ido rebatiendo, también antes, pero sobre todo a partir de la publicación en 1776 de La Riqueza de las Naciones de Adam Smith. Desde la teoría de la circulación de los mercantilistas, desenmascarada primero por John Locke (1691) y de forma más rigurosa por R. Cantillon (en torno a 1730) y D. Hume (1755), hasta aquellas otras de la insuficiencia de demanda efectiva o su contrapartida en las crisis de sobreproducción, cuyos "principales apóstoles de esta doctrina" fueron en palabras de John Stuart Mill, T. R. Malthus, T. Chalmers y M. de Sismondi, una doctrina, continúa Mill, que "me parece...inconsistente en su misma concepción". Esta doctrina ponía en tela de juicio uno de los principios básicos de la economía clásica, la llamada Ley de Say, que sostiene que la oferta genera su propia demanda y que la sobreproducción es imposible.

La teoría fue enunciada por el economista francés Jean Baptiste Say en 1803, aunque su contenido podemos encontrarlo en las obras de A. R. I. Turgot y de Adam Smith. La Ley de Say se convertiría en la bestia negra de J. M. Keynes en la Teoría General, quien con su crítica a la teoría cuantitativa del dinero y su teoría de la insuficiencia de la demanda efectiva reivindicaría tanto a los mercantilistas como a Malthus, al tiempo que denigraba a David Ricardo.

Las contradicciones de J.S.Mill

El autor que se enfrentó de forma más rigurosa con el problema de la sobreproducción y de la demanda efectiva fue sin duda J. S. Mill, quien redefinió de forma rigurosa la Ley de Say en una economía monetaria. Todo esto viene a cuento porque he podido contemplar con asombro que siendo J. S. Mill uno de los economistas más preclaros de la economía de la oferta se le utiliza para apoyar las tesis del estímulo de la demanda, como hace Brad DeLong en el Financial Times del 20 de julio pasado y más recientemente en El País del 15 de agosto. He vuelto a leer el ensayo de Mill Of the influence of consumption on production, escrito en 1829 aunque publicado en 1844 en Essays on some unsettled questions of Political Economy. Supongo que el profesor DeLong, aunque en ningún momento lo cita, se refiere a este ensayo.

Pues bien, ni en este ensayo, ni mucho menos en los Principios de Economía Política de 1848 se encuentra base teórica alguna para apoyar las políticas de estímulo a la demanda. El que J. S. Mill piense que en una economía monetaria "pueda haber un exceso temporal de bienes en general, no como consecuencia de una sobreproducción sino por falta de confianza en los mercados" como ocurre en la actualidad en la crisis en la que nos encontramos, no implica que postule en ningún momento estímulos a la demanda.

Dice además J. S. Mill: "Puede existir una sobreabundancia de todos los bienes respecto al dinero. Lo que sucedía era que en ese momento...las personas en general, ...preferirían poseer dinero y no otros bienes".

Pero por si quedaba alguna duda dice Mill: "Nada puede ser más quimérico que el miedo a que la acumulación de capital pueda generar pobreza y no riqueza...Nada es más cierto que el hecho de que el producto es lo que constituye el mercado del producto, y que cada incremento de la producción, si se distribuye entre todas las clases de productos en la proporción indicada por el interés privado, crea o más bien constituye su propia demanda".

Pero además, "el efecto habitual de las medidas del Gobierno para incentivar el consumo es simplemente obstruir el ahorro, es decir, promover el consumo improductivo a expensas del reproductivo y disminuir la riqueza nacional por los mismo medios con los que se pretendía incrementarla".

Victoriano Martín, catedrático de Historia del Pensamiento Económico. Universidad Rey Juan Carlos.

Aznaridades por Javier Nart‏

Afirma el ex presidente Aznar que Israel es un Estado democrático, que su combate es el nuestro.

Hagamos algunas precisiones.

Dejando de lado la partición de 1947 donde se otorgó el 60 por ciento de Palestina al 35 por ciento de su población judía, y dando por buena incluso la limpieza étnica que significó la expulsión de sus hogares de más de un millón de árabes, observemos el presente.

El problema de Medio Oriente no es el de la seguridad israelí, garantizada por su infinita superioridad militar.

Queda, y esa es cierta, la amenaza terrorista.

Pero la ecuación no puede resolverse si no se contempla la esencia del conflicto: la ocupación.

Porque Israel no se limitó a establecer un glacis de seguridad. No, Israel desde el tercer día de la conquista comenzó a colonizar y a limpiar de árabes el territorio de Cisjordania y Gaza.

Y la colonización no es un tema opinable: está tipificado como crimen de guerra en la Convención de Ginebra y el Código Penal español.

¿Democracia? ¿Igualdad? Cualquier judío del mundo tiene automático derecho a establecerse en Israel a diferencia de los palestinos expulsados.

Tampoco el ex presidente Aznar admitiría que España definiera la españolidad por la catolicidad. Israel no podría jamás ser admitido en la Unión Europea por carecer de esa mínima base democrática.

Y recuerde el ex presidente que en España, discriminar por religión o raza es asimismo delito tipificado en nuestro Código Penal.

Más allá de recetas primarias aznaristas está, entre otros, el historiador S. Sand que afirma que "Israel tiene que ser un estado de sus ciudadanos y no de los judíos del mundo", ¡negando a los judíos derecho histórico alguno sobre la tierra palestina!

El Sr. Sand seguramente debe ser un feroz antisemita, un judeófobo radical, un islamista peligroso? si no fuera porque es hijo de supervivientes del campo de Auschwitz. Y es judío.

Pero sobre todo es demócrata.

Javier Nart, abogado.

Europa está cada vez más en entredicho por Antonio Papell‏

La concepción multipolar del mundo que ha llevado a Obama a la Casa Blanca, y que contrasta con el hegemonismo de su predecesor republicano, Bush, adquiere plena visibilidad con el decisivo despegue de China, que ya se ha convertido en la segunda potencia mundial por Producto Interior Bruto.

En el segundo trimestre del año, Japón creció un 0,1% con respecto al anterior mientras China ha exhibido un espectacular ritmo continuado de crecimiento del 9% anual. En definitiva, el PIB nominal trimestral chino llegaba a 1,335 billones (billones europeos: millones de millones) de dólares en dicho trimestre, en tanto Japón se estancaba en 1,286 billones. La población de China es de 1.314 millones de habitantes y la de Japón, menos de la décima parte, apenas 127 millones.

En realidad, no es la primera vez que China supera en un trimestre a Japón en Producto Interior Bruto pero todo indica que esta vez la diferencia de los ritmos respectivos consolidarán la situación actual.

Pese a esta escalada, China sigue siendo un país del Tercer Mundo, con una renta per capita de apenas 3.600 dólares, menos de la décima parte de la japonesa, de 37.800. En realidad, la renta china es la 127 del mundo, y está en el bloque de los países africanos.

Ello explica varias cosas a la vez: la gran productividad de la potencia asiática, dados sus bajísimos salarios; la gran desigualdad interna, que mantiene una situación en la que escenas de opulencia y brillantez tecnológica contrastan con episodios de verdadera miseria; y la supervivencia de un régimen autoritario realista, que permite el desarrollo capitalista pero que también mantiene embridadas, con apoyo de las elites, a las masas populares.

En cualquier caso, lo cierto es que China va incluso a la zaga de los Estados Unidos. Si cuatro años atrás alcanzó al Reino Unido y más recientemente ha sobrepasado a Alemania y Japón, también alcanzará al gigante norteamericano en 2027 según Goldman Sachs o antes, en 2020, según Pricewaterhouse Coopers.

Y las débiles bases económicas de su desarrollo irán consolidándose a medida que suban las rentas y se afiancen sus estructuras, aunque paulatinamente bajará su productividad y se generarán inevitables conflictos políticos y sociales (una vez saciada la necesidad económica, la población demandará libertades).

Europa tiene que espabilarse

Lo relevante del caso es que China es ya un actor global de primer orden, con un peso muy significante en los equilibrios mundiales. Aunque su potencia militar es exigua, su prestigio diplomático crece. En suma, cabe hablar con propiedad de bipolaridad USA-China en el concierto internacional, con actores de segundo orden que contemplan el espectáculo desde su relativa irrelevancia.

La conclusión de estas evidencias desde el punto de vista europeo es que el Viejo Continente puede quedarse en una posición marginal si no acentúa su integración y se convierte en un único actor, capaz de tutear a chinos y norteamericanos y de influir por tanto en los equilibrios globales.

Durante la Guerra Fría, Europa, bajo el paraguas americano, pudo amodorrarse sin problemas en la tensa quietud reinante. Hoy, en cambio, no podrá desempeñar un papel significativo en el concierto mundial, ni siquiera conservar su destacado nivel de vida, si no da nuevos pasos hacia la federalización de la Unión Europea de forma que pueda hablar con una sola voz y actuar como un único interlocutor económico.

El dilema de la pendiente por Manuel Conthe‏

¿Resulta moralmente admisible una “Ley de plazos” que permita el aborto libre? ¿Deben prohibirse las corridas y, si se hace, extenderse la prohibición a los correbous o encierros? ¿Es Cataluña una nación? ¿Debe permitirse a la policía parar espontáneamente y pedir que se identifiquen a personas de ciertas razas o etnias, por si son inmigrantes ilegales? ¿Deberían los Bancos Centrales elevar transitoriamente su objetivo de inflación (desde el 2% a, digamos, el 4% ó 6%) para facilitar la salida de la crisis financiera?


¿Debieran subirse los impuestos directos a los “ricos” para rebajar el déficit presupuestario provocado por la crisis? ¿Representan genuino “capital” las participaciones preferentes y otros productos híbridos emitidos por las entidades de crédito?

A mi juicio, todas esas dispares cuestiones –algunas de las cuales han dominado la vida política española en los últimos meses– resultan polémicas porque encierran un dilema común y espinoso: el de la “pendiente resbaladiza” (slippery slope).

Ese dilema surge del inevitable uso social de conceptos y reglas que no tienen una frontera nítida, ya que se proyectan sobre una realidad continua y gradual; en consecuencia, cualquier criterio de demarcación es siempre algo arbitrario, lo que hace que no nos repugne –e incluso nos atraiga– que se altere ligeramente; por desgracia, sin embargo, una serie de pequeñas alteraciones sucesivas nos podría llevar, pendiente abajo, a un resultado inaceptable, muy alejado del inicial; ahora bien, si para conjurar ese peligro nos aferramos a un criterio rígido e inamovible ¿no estaremos pecando de irracionales y aplicando varas de medir muy distintas a situaciones casi idénticas?

Paradoja del sorites

Eubúlides de Mileto, filósofo griego contemporáneo de Aristóteles, formuló el dilema en su célebre paradoja del “sorites” o “montón” (soros, en griego): si tenemos un montón de trigo, no desaparecerá si nos limitamos a retirar un solo grano.

Así pues, si un montón tiene granos, seguirá siendo un montón aunque pase a tener n-1. Ahora bien, si aplicamos ese razonamiento y vamos sustrayendo grano a grano, acabaremos llegando a la sorprendente conclusión lógica de que puede existir un montón de trigo sin un solo grano. Otra variante de la paradoja popularizada por Eubúlides es la “paradoja del calvo”: ¿cuántos pelos se le tienen que caer a un hombre para que podamos llamarle “calvo”? Si aceptamos que la caída de un único pelo no convertirá nunca a nadie en “calvo”, llegaremos a la conclusión de que nadie se convertirá en calvo por mucho pelo que pierda.

La paradoja se formula a veces como la “paradoja del batracio”: si filmamos el proceso de crecimiento de un renacuajo, ¿cuándo podremos decir con precisión que se ha transformado en rana? La versión, en fin, del “hombre rico”, nos demostrará que un mendigo jamás podrá hacerse rico, pues si una persona no es rica, no empezará a serlo por recibir una moneda y, en consecuencia, nunca llegará a serlo por muchas monedas que reciba.

La paradoja del sorites fue utilizada por los Escépticos para atacar a los Estoicos, cuya Lógica reposaba sobre el principio de “dualidad” o “bivalencia”: las personas y objetos tienen o no tienen ciertas características, sin que quepan situaciones intermedias. De ahí que los Estoicos negaran que existan grados de virtud: una persona es viciosa o, por el contrario, perfectamente virtuosa; de igual forma, establecían una nítida divisoria entre la sabiduría y la ignorancia.

Fronteras de la persona

La paradoja del sorites y el dilema de la pendiente resbaladiza afloran cuando las leyes tratan de delimitar el grado de protección que merecen aquellos seres que, como los fetos humanos o ciertos mamíferos –grandes simios (chimpancés, orangutanes…), toros…–, no son personas, al menos en sentido pleno.

En lo que atañe a los embriones humanos, es legítimo atribuirles –como hacen muchos juristas americanos, siguiendo la estela de la célebre sentencia que en 1973 legalizó el aborto Roe vs. Wade– un status moral gradual (graduated fetal status), en función del avance de la gestación.

Como, por otro lado, el derecho a vivir de esos “seres humanos emergentes” puede reñir con el derecho de la mujer embarazada a tener el pleno dominio sobre su cuerpo (right of bodily dominion), resulta lógico que las leyes de muchos países –entre ellos, la reciente Ley 2/2010 en España– otorguen a la madre un derecho absoluto e incondicional a abortar hasta que el feto alcanza cierta edad –en España, 14 semanas–, derecho que pasa a estar condicionado a ciertas causas médicas una vez rebasado ese hito.

En materia de “derechos” de los animales –asunto al que la catedrática de Ética Adela Cortina dedicó su reciente libro “Las fronteras de la persona” (Taurus, 2009)– el filósofo americano David De Grazia argumenta que los grandes simios son “personas limítrofes” o, si se quiere, “personas no humanas”. No se apoya, pues, en el enfoque utilitarista, nacido en Jeremy Bentham, de evitar el sufrimiento a cualquier ser con capacidad de sentir (sentience), sino en que las leyes ya consideran “personas” a seres humanos que, como los niños, los discapacitados psíquicos o los enfermos en estado vegetativo, no poseen todas las características de los seres humanos. ¿Por qué no ampliar –señala De Grazia– el concepto de “persona” y atribuir también derechos a seres no humanos? No hace falta advertir, sin embargo, la peligrosa “pendiente resbaladiza” a la que puede llevar el concepto de “persona limítrofe” aplicado a seres humanos.

La iniciativa popular que ha dado origen a la reciente prohibición de las corridas en Cataluña no se basa en el argumento expuesto, sino en el mero deseo de prohibir los espectáculos crueles. Pero muchos detractores de la prohibición la vienen atacando con su propio “sorites”: si de verdad obedeciera a tan nobles motivos ¿no debiera haberse extendido a los espectáculos de toros embolados y correbous, tan arraigados en Cataluña?

Fronteras de las naciones

El presidente Zapatero tenía razón cuando en noviembre de 2004 afirmó en el Senado que los conceptos de nación y nacionalidad son “discutidos y discutibles”. Su error estuvo, probablemente, en no calibrar el inevitable “dilema de la pendiente” que iba a suscitar la ampliación del alcance efectivo de tales conceptos en el nuevo Estatuto de Cataluña, asunto con el que el Tribunal Constitucional ha tenido que lidiar durante varios años.

La sentencia del Tribunal confirma, en efecto, que “el término nación es extraordinariamente proteico (pg. 467), pero, con buen criterio, tras recordar que el artículo 1.2 de la Constitución atribuye en exclusiva la soberanía o poder constituyente al “pueblo español”, señala que expresiones del Estatuto como “nación” y “realidad nacional” carecen de “eficacia jurídica interpretativa” y afirmaciones como el “derecho inalienable al autogobierno” o que “los poderes de la Generalitat emanan del pueblo de Cataluña” no pueden referirse a un poder constituyente o fuente de soberanía ajenos a la Constitución española.

La lectura de la sentencia muestra el extraordinario esfuerzo del Tribunal por encontrar en muchos preceptos y afirmaciones del Estatuto interpretaciones posibles que, sin rebasar el concepto de “autonomía” y entrar en el de la “soberanía”, queden “de este lado” de la Constitución.

No tengo hoy espacio para exponer otros muchos dilemas de la pendiente que anidan en debates económicos recientes. Los dilemas de la pendiente darán origen a encendidas disputas sociales y prolongadas desavenencias, que reflejarán el conflicto entre dos impulsos antagónicos: por un lado, nuestro natural repudio a tratar de forma muy distinta realidades próximas separadas tan sólo por una frontera arbitraria; por el otro, el temor a que una sucesión de pequeños cambios se transforme en una pendiente resbaladiza que nos conduzca, gradual pero inexorablemente, a un destino que no deseamos.

El primer impulso, muy acusado en personas idealistas o ingenuas, nos aconsejará ser flexibles y comprensivos; el segundo, nacido a menudo de la experiencia y típico de las personas realistas, nos aconsejará “enrocarnos” en criterios rígidos que, aunque arbitrarios y poco racionales, eviten peligrosas derivas.

En presencia de dilemas de la pendiente no será fácil encontrar un criterio definitivo y estable que sea invulnerable a la crítica y deje a todos satisfechos. Los debates sociales serán tan prolongados como el de la paradoja del sorites: formulada en Grecia en el siglo IV antes de Cristo, todavía sigue suscitando controversias entre los lógicos.

La encuesta por Florencio Domínguez‏

La adicción a los sondeos para tomar decisiones conduce a prácticas políticas más conservadoras

En plena contienda entre los dos aspirantes a liderar la lista autonómica del Partido Socialista de Madrid se ha difundido la encuesta encargada por la dirección del PSOE que da ventaja a Trinidad Jiménez a la hora de enfrentarse a la actual presidenta de la Comunidad, Esperanza Aguirre.

La difusión de la encuesta forma parte de la batalla interna y está pensada, tal vez, para convencer a los afiliados del PSM de la bondad de la candidata que tiene las bendiciones de la ejecutiva federal o, quizás, para demostrar a esos mismos afiliados que el afán de cambiar a Tomás Gómez por Trinidad Jiménez no obedecía a un capricho de preferencias personales, sino que tiene detrás una razón de peso político: el aumento de las posibilidades de llegar al poder.

Los resultados concretos de ese sondeo son la anécdota, salvo para los directamente implicados en la contienda, que ven sus intereses beneficiados, en un caso, y perjudicados, en otro, y que reaccionaron ante los números en función de cómo les iba en la feria. El perjudicado, Gómez, restó importancia al trabajo, y la beneficiada, Jiménez, se mostró satisfecha.

La categoría de ese episodio está en que se pone de manifiesto que la encuesta se ha convertido hace tiempo en la última ratio de los dirigentes políticos. Se hace aquello que según las consultas previas vaya a ser bien valorado por los ciudadanos y se para lo que pueda provocar más rechazo que aceptación. Salvo en circunstancias de causa mayor, como la aplicación de drásticas políticas de recorte económico adoptadas por obligación tras la presión de los principales líderes del mundo, no se asumen medidas que puedan enemistar al político que las toma con sus electores.

El uso de la encuesta como referencia de la toma de decisiones tiene su complemento perfecto en el globo sonda: un batidor se adelanta para anunciar una determinada medida –la conveniencia de subir los impuestos o cualquier otra–, luego se estudia la reacción suscitada por el anuncio y según el efecto provocado se sigue adelante, se deja para otra ocasión o se archiva para siempre.

El abuso del empleo de la encuesta conduce al abandono de una función característica de los partidos y los dirigentes políticos: la de liderar la sociedad, marcando objetivos hacia los que caminar y ejerciendo la persuasión para sumar voluntades hacia proyectos que supongan cambios relevantes. La adicción a los sondeos para tomar decisiones ha conducido a nuestros principales líderes a desarrollar prácticas políticas más conservadoras: uno no arriesga para ganar, sino que se queda a la espera de que el rival cometa errores y que el triunfo venga solo; otro no toma a tiempo las decisiones necesarias pero impopulares para solucionar los problemas confiando en que algún milagro evite tener que dar ese paso, agravando con ello la situación que había que resolver.

Humillados y ofendidos por Pedro G. Cuartango‏

Publicada en 1861, ‘Humillados y ofendidos’ es la novela con la que Fedor Dostoievski cosechó su gran primer éxito, a pesar de que no tuvo una buena acogida por parte de la crítica. Aun cuando la obra está concebida como un folletín y hay concesiones al sentimentalismo, no hay duda de que el escritor ruso muestra lo mejor de su talento.

El maestro de San Petersburgo tenía una asombrosa capacidad para penetrar en los entresijos del alma humana, pero siempre destacan en sus trabajos los personajes fascinados por el mal. Quedará para siempre la genial creación de su Raskolnikov, atrapado por la codicia, el alcohol y los remordimientos, o del nihilista Stavroguin, que empuja a unos hombres ilusos al crimen. En ‘Humillados y ofendidos’, Dostoievski traza con una perspicacia diabólica el carácter del malvado príncipe Valkovsky, que destruye a todos los seres humanos con los que se relaciona.

Valkovsky arruina a su honrado administrador Ikmeniev, abandona a su mujer y su hija, intenta aprovecharse de su amante y manipula a su hijo Aliocha, destruyendo su amor por Natacha. Hay en la novela una larga conversación entre Valkovsky e Ivan Petrovich, el protagonista, en la que el príncipe, totalmente borracho, hace una exaltación de las ventajas del mal. Son 25 o 30 páginas que deberían figurar en cualquier antología de la literatura universal, al mismo nivel que la apasionada declaración de amor de Hans Castorp a Madame Chauchat en la ‘La montaña mágica’ de Thomas Mann.

Valkovsky es un sofista que defiende de forma brillante la inocuidad del bien y la superioridad moral del mal, que es para él una forma de legítimo egoísmo. Considera un favor hacia su hijo forzarle al matrimonio con una noble millonaria, de la que él podría sacar rédito a costa de destrozar la felicidad de su vástago.

Los bajos instintos de Valkovsky le llevan a visitar el miserable piso en el que viven Aliocha y Natacha para fomentar la discordia y reírse de la desgracia de esta mujer atormentada. El príncipe disfruta con la ofensa y la humillación y utiliza su fortuna para hundir a sus adversarios.

Tal y como sucede en la realidad, el mal triunfa en las novelas de Dostoievski, en las que con frecuencia los buenos son víctimas de la explotación o el oprobio, mientras que los que carecen de prejuicios llegan a lo más alto en la escala social.

Nuestra sociedad también está llena de malvados como Valkovsky que anteponen el éxito o el dinero a cualquier otro valor. Lo malo es que son presentados como triunfadores que merecen ser imitados por los demás. Incluso algunos de ellos adoptan un discurso pseudoético para confundir al personal. Haría falta un nuevo Dostoievski para desenmascarar a esos falsos profetas que atraen tanto a algunos ilusos.

Polvo serán; mas tendrán sentido por Arcadi Espada‏

El delegado Lorente publicó ayer en el periódico una pieza antológica. Uno de esos textos que marcan época y la empaquetan. Un documento para meterlo con algunas monedas, un teléfono móvil y unas gafas de la ottica Micromega en alguna de esas cápsulas del tiempo para marcianos posnucleares. Un j’accuse, sustentado en la enfermedad y no en la razón, pero j’accuse al fin. Al que no le faltaba, incluso, su rasgo de humor, como en este párrafo:

«Como se deduce de algunos artículos y opiniones aparecidos estos días, hay quien prefiere esconder la realidad de fondo bajo argumentos basados en percepciones individuales que se apoyan a su vez en datos aislados e inconexos.»

¡Datos aislados e inconexos el delegado Lorente!

En este artículo sobre el que volveré una vez y otra hay una frase cardinal y luminosa:

«No se puede ser simplista y decir que es una Ley contra los hombres. No es así; sólo actúa contra quienes se aprovechan de las circunstancias que la cultura sitúa a su alcance para ejercer la violencia, algo que no pueden hacer las mujeres. Pero ello no significa que ellas no sean sancionadas cuando agreden: lo son de manera proporcional al significado de la violencia que ejercen, y no sólo al resultado de la agresión.»

Sí, comprendo que sea difícil encontrarla entre la exuberancia. Pero escribir que las sanciones se establecen en razón del SIGNIFICADO de la violencia y no sólo de su RESULTADO es un altísimo ejercicio de precisión. Es evidente que el delegado Lorente tiene que ser tratado (y con él, por cierto, toda la pandilla de vividores a cuenta de la sociología, los estudios culturales y la subvención que le surten de conceptos como ése del «modelo ecológico de la violencia»); pero no, en absoluto, de la enfermedad semántica, para la que muestra más credenciales que Alonso Quijano, adarga.

La precisión del delegado, por lo demás, debe hacer enrojecer a los magistrados del Tribunal Constitucional que legitimaron una ley (la de la Violencia de Género) que privilegiaba el significado frente a los hechos. Y de la que ahora reniegan, aunque sin saber cómo, en un ejercicio más bochornoso que el verano barcelonés.

Es difícil hacer las maletas en Iraq por Inocencio Arias‏

Tony Blair anunció que entregará la astronómica cifra que ha recibido por sus memorias a una Fundación de las Fuerzas Armadas que cuida de la rehabilitación de los heridos de guerra.

La cantidad es jugosa, más de cinco millones de euros, con ella podrá construirse un centro de rehabilitación. El gesto ha provocado polémica. A nadie le amarga un dulce tan sabroso y los responsables de la Fundación han elogiado efusivamente al político por ceder todos los derechos de su obra. No falta, sin embargo, quien argumente que si Blair no hubiera apoyado la intervención de Iraq, que produjo muertos y heridos, el centro quizás no fuera necesario. En cualquier caso, la noticia ha provocado un aumento espectacular de las peticiones del libro que saldrá dentro de un par de meses. Del número 40 en la lista de Amazon ha saltado al 7 en pocas horas.

Coincide esto con la discusión sobre la conveniencia de que los soldados de Estados Unidos abandonen en breve Iraq como prometió Obama que quiere concentrarse en Afganistán. El Presidente se había opuesto firmemente a la intervención en Iraq cuando era senador y al poco de llegar a la Presidencia estableció un calendario para la marcha de sus soldados. Se inicia ahora la última fase, y nos encontramos ante una situación paradójica, la opinión pública de Estados Unidos y una buena parte de la clase política quieren que sus tropas abandonen en Iraq, la retirada ha sido planeada significativamente para que preceda a las elecciones parciales americanas de Noviembre. Simultáneamente, personalidades políticas variopintas iraquíes manifiestan que no es el momento y que hacerlo precipitadamente sería una insensatez.

La primera protesta vino de un lugar sorprendente. Tarek Aziz, antiguo Viceprimer ministro y Ministro de exteriores del depuesto Sadam Hussein, fulminaba al Presidente americano por la decisión: “Obama abandona Iraq a los lobos, es un hipócrita”. Paralelamente y desde el lado vencedor, el Teniente General Babakar Zebari, Comandante en jefe de las Fuerzas armadas iraquíes repite educadamente el mismo mensaje: la marcha americana sería prematura, mis tropas no están aún preparadas para tomar el relevo…

El aviso del general iraquí tiene su fundamento, el gobierno de Bagdad no funciona, la violencia ha vuelto, en julio fueron asesinadas 535 personas, este lunes, un atentado contra un centro de reclutamiento en Bagdad, uno de los blancos predilectos de los terroristas, ha causado más de 40 muertos. Proclamar que los americanos se van parece exacerbar a los terroristas que hace tiempo que ya no buscan matar estadounidenses sino crear el caos en la facción contraria. De ahí el temor de Tarek Aziz que debe imaginar que, sin el freno de los estadounidenses, la mayoría dominante ahora en el país, salida de las urnas, puede no tener excesivas contemplaciones hacia la minoría que gobernó despóticamente con Sadam Hussein.

Una vez más, se sabe cómo se entra en un país pero no como se sale. La permanencia de Estados Unidos es impopular tanto en aquella nación como en una parte significativa de Iraq que ve en los soldados yanquis a invasores. La salida abrupta crea problemas y esquizofrénicamente es vista con recelo por muchos de los que en Iraq se sienten incómodos con los americanos.