Héroes, 22 de octubre: Luis Carlos Gancedo Ron, Luciano Mata Corral, Domingo Javier García González y Máximo Casado Carrera



A las seis y media de la tarde del domingo 22 de octubre de 1978 miembros de la banda terrorista ETA ametrallaron a cuatro guardias civiles que volvían andando al cuartel de Las Arenas de Guecho (Vizcaya) después de hacer un servicio de vigilancia, matando en el acto al sargento LUCIANO MATA CORRAL y al guardia LUIS CARLOS GANCEDO RON, e hiriendo gravemente a Andrés Silverio Martín, que fallecería cuatro días después, el 26 de octubre. También resultó herido el cuarto guardia civil, Carlos Troncoso Currito, que consiguió sobrevivir al atentado. El agente Troncoso tenía 26 años, estaba casado y era natural de Isla Cristina (Huelva).
Los guardias civiles habían ido, como todas las tardes que había partido oficial de fútbol en el campo de Gobelas, a realizar el habitual servicio de seguridad. Una vez que terminó el partido, el sargento y los tres guardias regresaron andando al cuartel por la calle Máximo Aguirre. Caminaban divididos en parejas, una por cada acera de la calle. La calle, en la zona residencial del barrio de Santa Ana, tenía árboles y la iluminación era escasa. No habían recorrido ni cincuenta metros cuando cuatro terroristas, que les estaban esperando parapetados detrás de una tapia de medio metro que separa el edificio de Telefónica de la calle Máximo Aguirre, en la acera de la derecha, abrieron fuego con metralletas y escopetas de caza cargadas con postas. Los dos guardias civiles que caminaban por esa acera derecha, Luciano Mata y Luis Carlos Gancedo, fueron alcanzados de lleno por los disparos. El sargento Mata murió en el acto y el agente Gancedo fallecería poco después, mientras era trasladado al Hospital Civil de Basurto. Simultáneamente, y casi sin tener tiempo de reaccionar, fueron ametrallados los otros dos guardias civiles, Andrés Silverio y Carlos Troncoso.
Nada más cometer el atentado, los etarras, miembros de dos grupos de ETA que se habían unido para la ocasión, salieron corriendo hacia dos vehículos, un Seat 124 y un Seat 850, donde les esperaban otros dos terroristas. Los vehículos habían sido previamente robados y abandonados posteriormente a pocos kilómetros del lugar de los hechos.
El cuerpo del sargento Luciano Mata permaneció tendido sobre un jardín durante casi una hora hasta que el juez de guardia ordenó el levantamiento del cadáver y su posterior traslado al depósito judicial del Hospital de Basurto.
Los cuatro guardias civiles estaban adscritos al cuartel de la Guardia Civil de Las Arenas, situado a poco más de quinientos metros del lugar del ametrallamiento. La capilla ardiente se instaló hacia las diez y media de la noche del mismo domingo en la sede de la Comandancia de la Guardia Civil de La Salve en Bilbao y los funerales por sus almas se celebraron al día siguiente, 23 de octubre, a las diez de la mañana en la más estricta intimidad, asistiendo sólo las primeras autoridades y miembros de las Fuerzas de Seguridad. Al término del acto religioso, los féretros de los dos guardias civiles fueron introducidos en sendos coches fúnebres que los condujeron por carretera a sus lugares de origen para ser enterrados.
Unos trescientos militantes del Partido Comunista de Euskadi se manifestaron en el barrio de Romo, donde estaba el campo de fútbol de Gobelas, para mostrar su rechazo al atentado y al clima de violencia que se estaba viviendo en el País Vasco.
Los tres guardias civiles fueron homenajeados en julio de 2010 en Guecho, en un acto en el que se quiso recordar a todas las víctimas de ETA asesinadas en la localidad o que fuesen vecinas de la misma. En el acto, el alcalde de Guecho, Imanol Landa (PNV) señaló que el homenaje pretende "recobrar y traer al presente la realidad de la memoria de quienes en nuestro pueblo fueron objeto de la sinrazón, de la barbarie y de la deshumanización más absoluta que supone la violencia terrorista en su expresión máxima, el asesinato". Además lanzó un mensaje de autocrítica por la respuesta social, institucional y política "que, salvo en honrosas excepciones no estuvo a la altura de las dramáticas y terribles circunstancias" que vivieron las víctimas de ETA.
Este atentado, como muchos cometidos por la banda terrorista, quedó impune. A día de hoy no se sabe quiénes fueron los autores del ametrallamiento de los cuatro guardias civiles.

Luis Carlos Gancedo Ron, de 28 años, estaba casado y tenía dos hijos. Era natural de Buyando, en el concejo de Tineo (Oviedo).



Luciano Mata Corral, sargento de la Guardia Civil de 55 años, era natural de Puebla de Valdivia (Palencia). Estaba casado y tenía dos hijos. Le faltaban cuatro días para jubilarse, pues el día 26 de octubre cumplía 56 años, edad reglamentada para el retiro de los sargentos.


Cuatro años después, el 22 de octubre de 1982, y también en Guecho (Vizcaya), la banda terrorista ETA asesinaba a DOMINGO JAVIER GARCÍA GONZÁLEZ, propietario del Bar Nicolás en la localidad vizcaína. Domingo estaba en el bar de su propiedad, en la calle Andrés Cortina, donde en esos momentos se encontraban apenas media docena de clientes. Poco antes de las 19:00 horas, dos miembros de la banda terrorista ETA entraron en el local a cara descubierta y con las pistolas en la mano. Tras ordenar a los clientes que se estuviesen quietos, se dirigieron a Domingo, que se encontraba detrás de la barra del bar, y uno de ellos efectuó dos disparos directamente a la cabeza de la víctima y luego la remató en el suelo a bocajarro. "Uno de los autores del atentado", según contó un cliente del bar, "gritó entonces: 'Quietos todos'. Añadió 'gora ETA militarra' y seguidamente ambos se dieron a la fuga" (El País, 23/10/1982). En el lugar de los hechos se recogieron dos casquillos de bala del calibre 9 milímetros parabellum, marca SF.
En marzo de 2010 se detuvo en Francia a José Lorenzo Ayestaran Legorburu, alias Fanecas, un etarra de la vieja ETA, la que se benefició de la amnistía de 1977, con veinte atentados y diez asesinatos a sus espaldas, entre ellos el de Domingo García González. El veterano asesino se reincorporó casi inmediatamente después de beneficiarse de la amnistía a la banda terrorista, manteniéndose activo durante los años ochenta. Posteriormente fue deportado a Venezuela, y Hugo Chávez estuvo a punto de concederle la nacionalidad venezolana, pese a que España había pedido su extradición en 1996. La Audiencia Nacional tiene dictadas varias órdenes de búsqueda y captura contra él en, al menos, diez sumarios. Ayestaran fue arrestado junto al número uno y jefe militar de ETA, Ibon Gogeaskoetxea y Beinat Aguinagalde en la localidad francesa de Cahan.
Domingo Javier García González era natural del barrio de Deusto, en Bilbao, aunque vivía en Guecho. Tenía 30 años, estaba casado y era padre de tres niños de corta edad: un niño de apenas año y medio y dos niñas, la mayor de 5 años. Según su esposa, Domingo no había sido amenazado en ninguna ocasión y no militaba en ningún partido político.
El 22 de octubre de 2000, seis días después del asesinato en Sevilla del doctor Antonio Muñoz Cariñanos, la banda terrorista ETA asesinaba en Vitoria, mediante una bomba-lapa colocada bajo su vehículo, al jefe de Servicios de la prisión de Nanclares de Oca (Álava), MÁXIMO CASADO CARRERA. A las 7:45 horas Máximo salió de su domicilio para dirigirse a su puesto de trabajo en la cárcel alavesa, en el que hacía el turno de mañana. Para ello fue al aparcamiento donde tenía estacionado el vehículo, un aparcamiento colectivo con acceso limitado a los vecinos a través de una puerta de seguridad que requería de una llave específica para cada una de las comunidades de vecinos que lo utilizaban. Nada más poner en marcha el vehículo, hizo explosión una bomba colocada bajo el mismo, junto a la rueda delantera izquierda, que le causó la muerte en el acto. Compuesta por entre 1,5 y 2 kilos de explosivo, el mecanismo de activación era muy sensible, ya que el coche apenas se movió unos metros de donde estaba aparcado.
El estruendo provocó la alarma entre los vecinos de esta manzana situada en el último tramo de la calle del Beato Tomás de Zumárraga, frente al edificio del seminario de Vitoria y a escasos metros de la ronda de circunvalación, una vía rápida de salida hacia cualquier destino desde la capital alavesa. Los primeros vecinos que accedieron hasta las inmediaciones del garaje observaron una gran columna de humo. Entre ellos estaba la esposa de Máximo, Concepción Jaular, que bajó a interesarse por lo sucedido sin sospechar que su marido había sido asesinado.
Máximo Casado había sido amedrentado y amenazado en varias ocasiones por su condición de funcionario de prisiones y había mantenido discusiones con vecinos proetarras. Durante el secuestro del también funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara, había recibido amenazas por carta de ETA, como otros funcionarios de otras cárceles de España, además de que aparecieron pintadas amenazantes en su barrio y de que le quemaron su buzón en una ocasión. Según comentaron fuentes policiales en el bloque e viviendas donde vivían Máximo y su familia también residían jóvenes terroristas callejeros vinculados a Jarrai, la organización juvenil proetarra, y había discutido con un vecino a cuyos hijos, próximos a Herri Batasuna, los acusó de dañarle el buzón. Todo ello le llevó a plantearse seriamente la posibilidad de irse del País Vasco, donde llevaba más de diecisiete años, y trasladarse a alguna ciudad cercana, un comportamiento habitual en los funcionarios de prisiones que trabajaban en el País Vasco pero fijaban su residencia en localidades próximas, como Miranda de Ebro, Burgos o Logroño. Cuatro días después del asesinato, su viuda, Concepción Jaular, remitía una carta abierta, publicada en varios diarios, donde anunciaba su decisión firme de abandonar inmediatamente el País Vasco con sus hijos.
El ministro del Interior, Jaime Mayor Oreja, reconoció que el asesinato del funcionario podría estar vinculado a un salto cualitativo en las acciones de un grupo de terroristas callejeros que anteriormente había atentado contra dos jóvenes afiliados a las Juventudes del Partido Popular y contra un guardia civil. El primero de estos atentados se produjo en el mes de mayo de 2000, cuando un artefacto compuesto por dos bombonas de gas destrozó el acceso a la vivienda donde residían, junto a sus padres, dos hermanos afiliados a Nuevas Generaciones del País Vasco. La bomba destrozó la entrada del piso, situado en el número 90 de la calle del Beato Tomás de Zumárraga, cinco portales más allá de donde residía el funcionario asesinado por ETA. Además, en agosto otro sabotaje provocó el caos en este bloque de viviendas. Un artefacto de gran potencia situado junto a la puerta del domicilio de un guardia civil destrozó el descansillo de esta casa. La explosión se produjo sobre las 10:40 horas, cuando en la casa se encontraba el hijo del agente, ya que éste se había incorporado a su turno de trabajo en el cuartel de Sansomendi, situado a unos doscientos metros de esta vivienda.
Por otra parte, las amenazas de la banda a los funcionarios de prisiones continuaron tras el asesinato de Máximo Casado. Unos días después, ETA envió un fax a la cárcel de Córdoba en cuyo texto se leía: "Carceleros, tendréis guerra y muerte por todos aquellos compañeros y compañeras patriotas que habéis maltratado física y psicológicamente... Vuestros días están contados" (Alonso, R., Domínguez, F. y García Rey, M., Vidas rotas. Historia de los hombres, mujeres y niños víctimas de ETA, Espasa, 2010, pág. 1.083).
La información sobre dónde vivía Máximo Casado, la matrícula de su vehículo, la ubicación de su plaza de garaje e, incluso, la llave de acceso al aparcamiento, se la habían suministrado a ETA los chivatos de la banda Juan Carlos Subijana Izquierdo y Zigor Bravo Saez de Urabain, colaboradores necesarios en el asesinato.
Subijana Izquierdo, alias Txampi o Kepa, pasó a la clandestinidad en 2003 tras cumplir condena en España por colaboración con organización terrorista, y fue detenido en Francia en 2004. Acusado de formar parte del grupo Ustargi de ETA, se le atribuye su participación en varios atentados con bomba cometidos en Vitoria en el año 2000. Trasladado a España en febrero de 2009, en marzo de 2010 la Audiencia Nacional lo condenó junto a Zigor Bravo a un total de 56 años de prisión por el asesinato del funcionario de prisiones Máximo Casado. La condena resulta de sumar sendas penas de 25 años por un delito de asesinato terrorista y otros 3 años por daños. Según argumentó la Fiscalía, Zigor Bravo era vecino de Máximo Casado y fue él el que suministro la información de los horarios del funcionario de prisiones, además de la llave de su garaje para que los terroristas pudieran colocar la bomba-lapa en los bajos de su vehículo. Una de las principales pruebas esgrimidas por el tribunal es la declaración que Subijana efectuó ante la Guardia Civil en la que admitió que Bravo le proporcionó información sobre Casado que luego él trasladó a otros miembros de ETA todavía no juzgados. Posteriormente, el etarra alegó que dichas declaraciones fueron realizadas bajo tortura, táctica habitual en los miembros de la banda.
Por su parte, Zigor Bravo fue detenido, inicialmente, en noviembre de 2001, cuando sólo había sobre él sospechas de su colaboración en el asesinato de Máximo. En octubre de 2003, el entonces juez de la Audiencia Nacional, Guillermo Ruiz Polanco, procesó a Bravo junto a otros 15 presuntos miembros de los llamados "comandos de información" de ETA, básicamente chivatos de la peor calaña, por facilitar datos a la banda terrorista para la comisión de atentados, entre ellos los que les proporcionó un preso etarra sobre funcionarios de la cárcel de Nanclares de Oca (Álava). Según el auto de procesamiento, Juan Carlos Subijana integraba desde 1997 uno de esos grupos de chivatos junto a José Ramón Acedo y Zigor Bravo, facilitando "en numerosas ocasiones" datos a la banda terrorista para la ejecución de atentados. Subijana recibía de Enrique Celestino Uriarte, interno en la prisión de Nanclares de Oca, información sobre los funcionarios de este centro para atentar contra ellos y pedía a miembros de los grupos de chivatos que la comprobaran o recabaran más datos. En agosto de 2006 Zigor Bravo fue detenido por segunda vez en Vitoria tras la aparición de nuevas pruebas que reforzaron las sospechas de su colaboración directa en el asesinato de Máximo Casado. Fue precisamente Subijana quien, tras su detención en junio de 2004 en Francia por formar parte de los "taldes de reserva", implicó directamente en los hechos a Bravo. 
Máximo Casado Carrera, de 44 años estaba casado con Concepción Jaular. Era padre de una niñade 10 años y ejercía como tal de un chaval de 18, fruto de un matrimonio anterior de Concepción. Natural de Santa Elena de Jamuz (León), donde fue enterrado, desde 1983 trabajaba en la prisión de Nanclares de Oca, en la que empezó como maestro, hasta que aprobó unas oposiciones en 1984, convirtiéndose en funcionario de carrera. En 1990 logró la plaza de jefe de Servicios, cuarto cargo en el organigrama del centro penitenciario. Estaba afiliado al sindicato Comisiones Obreras (CCOO), llegando a ser delegado del mismo en la prisión. Aunque leonés de nacimiento, llevaba casi dos décadas viviendo en Vitoria y estaba perfectamente integrado en el País Vasco. Cuando fue asesinado estudiaba quinto curso de euskera. La calle donde nació en Santa Elena de Jamuz y unos jardines cercanos a su domicilio en Vitoria llevan el nombre de Máximo Casado. En este último lugar se colocó posteriormente un monolito en su memoria. En febrero de 2011 se inauguró en Valladolid el Centro de Inserción Social Máximo Casado, en memoria del funcionario asesinado, con la asistencia de su viuda y sus hijos.

Morir de frío, por Antón Uriarte

CO2.


Número de defunciones por meses del año en España, Enero 2001- Abril 2012


Entre el 6 de Febrero y el 18 de Marzo de este año, 2012, hubo en Francia 6.000 muertes más (+13 %) que el número medio de defunciones registradas en los años precedentes. Por causa del frío.

En España ocurrió algo semejante. Si se hubiese tratado de muertes por calor habrían publicado las cifras de ese mes y del siguiente en portadas de periódicos y telediarios. Como fueron muertes por frío, hay que rebuscar en la web para encontrarlas (ver aquí).

Este Febrero de 2012 fue calificado por la agencia meteorológica española AEMET como extremadamente frío. Más frío que cualquiera del período de referencia 1971-2000. Hay que remontarse hasta la década de los 60, para encontrar una temperatura media en febrero tan fría.

En la gráfica de arriba dibujo las defunciones totales en España, mes por mes, desde enero del 2001 hasta Abril del 2012. Las diferencias de la mortalidad total entre los diferentes meses del año, con un mínimo en el mes de septiembre, son debidas al aumento de la mortalidad de las personas mayores en los meses de invierno. Que el invierno es peor para la salud humana, en especial para las personas mayores, es algo que cualquiera con sentido común sabe desde siempre.

Es cierto que el exceso de calor de Agosto de 2003 causó muchas más muertes que las de un agosto normal, pero aún así las defunciones no fueron tantas como las de este mismo Febrero de 2012 y mucho menos que las del frío Enero de 2005.

Por otra parte, en toda Europa occidental, especialmente en el Reino Unido,  el incremento del coste de la energía hace que cada año aumente el porcentaje de gasto de los hogares en las facturas de gas y de electricidad. La carestía de las renovables y las pegas al fracking y a la utilización de combustibles fósiles tienen la mayor parte de la culpa.  Hasta ahora, con todo el dinero público utilizado en asustar sobre el "cambio climático", poco ha importado el daño ocasionado precisamente por esa obsesión del CO2 y el "calentamiento".



L'hiver 2011-2012 a été meurtrier pour les personnes âgées - Libération
'Devastating' power bill rises to hit more than 8million homes: Mail Online
Pobreza energética en España
AEMET
INE Mortalidad meses


Adelanto de Los ángeles que llevamos dentro, de Steven Pinker

El Cultural.

Este libro versa sobre lo que acaso sea lo más importante que haya acontecido jamás en la historia humana. Aunque parezca mentira -y la mayoría de la gente no lo crea-, la violencia ha descendido durante prolongados períodos de tiempo, y en la actualidad quizás estemos viviendo en la época más pacífica de la existencia de nuestra especie. Esta disminución, por cierto, no carece de complicaciones, puesto que no ha conseguido llevar la violencia al nivel cero ni garantiza que la violencia continúe disminuyendo en adelante. Sin embargo, desde los enfrentamientos bélicos hasta las zurras a los niños ha habido un avance inequívoco, palpable en escalas de milenios a años. 

El retroceso de la violencia afecta a todos los aspectos de la vida. La existencia diaria es muy distinta si hemos de estar siempre preocupados por si nos raptarán, violarán o matarán, y es difícil promover o desarrollar artes sofisticadas, centros de aprendizaje o comercio si las instituciones pertinentes son saqueadas e incendiadas poco después de haber sido construidas. 

La trayectoria histórica de la violencia afecta no sólo a cómo se vive la vida sino también a cómo se entiende la vida. Para nuestra idea de significado y finalidad, lo esencial sería saber si los esfuerzos de la especie humana durante largos períodos de tiempo nos han hecho mejores o peores. Concretamente, ¿cómo vamos a conseguir que cobre sentido la modernidad de la erosión de la familia, la tribu, la tradición y la religión producida por las fuerzas del individualismo, el cosmopolitismo, la razón y la ciencia? En buena medida depende de cómo entendamos el legado de esta transición: si vemos el mundo como una pesadilla de crímenes, terrorismo, genocidios y guerras, o como un período que, con arreglo a los estándares históricos, está bendecido por niveles inauditos de coexistencia pacífica. 

La cuestión de si el signo aritmético de las tendencias en la violencia es positivo o negativo también tiene que ver con nuestra concepción de la naturaleza humana. Aunque diversas teorías de la naturaleza humana arraigadas en la biología suelen estar asociadas al fatalismo respecto a la violencia, y aunque la teoría de que la mente es una pizarra en blanco está a mi juicio es al revés. ¿Cómo vamos a entender el estado natural de la vida cuando apareció nuestra especie y dieron comienzo los procesos de la historia? La creencia de que la violencia ha aumentado sugiere que el mundo que hemos construido nos ha contaminado, quizá de manera irreparable. La idea de que la violencia ha disminuido sugiere que empezamos fatal y que los artificios de la civilización nos han conducido en una dirección noble, en la que ojalá continuemos. 

Es éste un libro voluminoso, pero no hay más remedio. Primero debo convencer al lector de que la violencia ha descendido realmente en el transcurso de la historia, sabiendo que la idea misma invita al escepticismo, la incredulidad y a veces, incluso, al enfado. Nuestras facultades cognitivas nos predisponen a creer que vivimos en una época violenta, en especial cuando son avivadas por medios que siguen la consigna: «Si hay sangre, muéstralo». La mente humana tiende a calcular la probabilidad de un acontecimiento a partir de la facilidad con que puede recordar ejemplos, y las escenas de carnicerías tienen más probabilidades de llegar a los hogares y grabarse en la mente de sus habitantes que las secuencias de personas que mueren de viejas. Con independencia de lo pequeño que sea el porcentaje de muertes violentas, en números absolutos siempre habrá las suficientes para llenar el telediario de la noche, de modo que la impresión de la gente respecto de la violencia no se corresponderá con las proporciones reales de dicha violencia. 

La psicología moral también distorsiona nuestro sentido del peligro. Nadie ha reclutado jamás activistas para una causa que anuncie que las cosas están mejorando, y a los portadores de buenas noticias a menudo se les aconseja que mantengan la boca cerrada, no vaya a ser que la gente se confíe y caiga en la autocomplacencia. Asimismo, buena parte de nuestra cultura se resiste a admitir que pueda haber algo bueno en la civilización, la modernidad y la sociedad occidental. Pero quizá la principal causa de la impresión de la omnipresente violencia surge de una de las fuerzas que inicialmente la hicieron descender. La disminución de la conducta violenta ha ido en paralelo con el declive de las actitudes que toleran o glorifican la violencia, y a menudo las actitudes van a la cabeza. Según los criterios de las atrocidades masivas de la historia humana, la inyección letal a un asesino en Texas o un crimen por discriminación en el que un miembro de una minoría étnica es intimidado por vándalos, es un asunto bastante leve. Pero desde una posición estratégica contemporánea, lo vemos como signos de lo bajo que puede caer nuestra conducta y no de lo alto que pueden haber llegado nuestros estándares. 

Pese a las ideas preconcebidas, deberé convencer al lector de mis afirmaciones con cifras, que extraeré de conjuntos de datos disponibles y que representaré en gráficas. En cada caso explicaré de dónde proceden y haré todo lo que pueda para interpretar cómo encajan en la historia de la evolución de la violencia. El problema que me he propuesto entender es la reducción de la violencia en diversas escalas: la familia, el barrio, entre tribus y otras facciones armadas, y entre países y estados importantes. Si la historia de la violencia en cada nivel específico tuviera una trayectoria idiosincrásica, cada una pertenecería a un libro aparte. Pero para mi gran y reiterado asombro, las tendencias globales en casi todos los casos, vistos desde la posición ventajosa del presente, apuntan a la baja. Esto requiere documentar las diversas tendencias entre un simple par de portadas y buscar elementos comunes en cuándo, cómo y por qué ha sucedido. 

Espero convencer al lector de que demasiadas clases de violencia se han movido en la misma dirección para que todo sea una mera coincidencia, lo cual a mi juicio exige una explicación. Es natural contar la historia de la violencia como una saga moral -una heroica lucha de la justicia contra el mal-, pero éste no es mi punto de partida. Mi enfoque es científico en el sentido mplio de buscar razones de por qué pasan las cosas. Quizá descubramos que un avance concreto en la paz se debió a emprendedores morales y sus acciones. Pero tal vez descubramos también que la explicación es más prosaica, como un cambio en la tecnología, el gobierno, el comercio o el conocimiento. Tampoco podemos entender el descenso de la violencia como una fuerza imparable del progreso que está conduciéndonos a un punto omega de paz perfecta. Es un conjunto de tendencias estadísticas en la conducta de grupos de seres humanos de diversas épocas, y como tal pide una explicación en función de la psicología y la historia: cómo la mente humana afronta circunstancias cambiantes. 

Una parte amplia del libro explora la psicología de la violencia y la no violencia. La teoría de la mente que invocaré es una síntesis de ciencia cognitiva, neurociencia afectiva y cognitiva, psicología social y evolutiva, y otras ciencias de la naturaleza humana que examiné en Cómo funciona la mente, La tabla rasa: la negación moderna de la naturaleza humana y The Stuff of Thought. Según esta concepción, la mente es un sistema complejo de facultades emocionales y cognitivas puesto en marcha en el cerebro, que debe su diseño básico a los procesos de la evolución. Algunas de estas facultades nos predisponen a diversas clases de violencia. Otras -«los mejores ángeles de nuestra naturaleza», en palabras de Abraham Lincoln- nos predisponen a la cooperación y la paz. Para explicar el descenso de la violencia hemos de identificar los cambios en el medio cultural y material que han dado ventaja a nuestra tendencia pacífica. 

Por último, necesito mostrar cómo nuestra historia se ha imbricado con nuestra psicología. En los asuntos humanos, todo está conectado con todo, lo cual es especialmente cierto si hablamos de violencia. A lo largo del tiempo y el espacio, las sociedades más pacíficas también suelen ser más ricas, sanas y cultas, estar mejor gobernadas, respetar más a las mujeres y practicar más el comercio. No es fácil decir cuál de estos rasgos felices inició el círculo virtuoso y cuál se incorporó sin tener un papel importante, y es tentador resignarse a circularidades insatisfactorias, como que la violencia disminuyó porque la cultura se volvió menos violenta. Los científicos sociales distinguen las variables «endógenas» -las de dentro del sistema, donde acaso se vean afectadas por los mismos fenómenos que están intentando explicar- de las «exógenas» -las que se ponen en movimiento debido a fuerzas externas-. Las fuerzas exógenas pueden tener su origen en el terreno práctico, como los cambios en la tecnología, la demografía o los mecanismos del comercio y el gobierno. Pero también pueden originarse en el terreno intelectual, a medida que ideas nuevas se conciben, difunden y adquieren vida propia. La explicación más satisfactoria de un cambio histórico es la que identifica un desencadenante exógeno. Partiendo de los datos, intentaré identificar fuerzas exógenas que se han engranado con nuestras facultades mentales de diversas maneras en distintos momentos y que, al parecer, han generado descensos en los niveles de violencia. 

Los análisis que tratan de justificar estas cuestiones dan como resultado un libro grande -lo bastante grande para que no estropee la historia si anticipo las principales conclusiones-. Los ángeles que llevamos dentro es un relato de seis tendencias, cinco demonios interiores, cuatro ángeles y cinco fuerzas históricas. 

Seis tendencias (capítulos 2 al 7). Para dar cierta coherencia a los muchos avances que componen el repliegue de nuestra especie con respecto a la violencia, los agrupo en seis tendencias principales. 

La primera, que tuvo lugar en la escala de los milenios, fue la transición desde la anarquía de la caza, la recolección y las sociedades hortícolas -en las que nuestra especie pasó la mayor parte de su historia evolutiva- hasta las primeras civilizaciones agrícolas con ciudades y gobiernos, que comenzaron hace unos cinco mil años. Este cambio fue acompañado por una disminución de las incursiones y las contiendas que caracterizaban la vida en un estado natural y por un descenso, más o menos a la quinta parte, en los índices de muertes violentas. A esta imposición de la paz la denomino «proceso de pacificación». 

La segunda transición abarcó más de medio milenio, y donde está mejor documentada es en Europa. Entre finales de la Edad Media y el siglo xx, los países europeos asistieron a una disminución, entre diez y quince veces, de sus índices de homicidios. En su obra clásica El proceso de la civilización, el sociólogo Norbert Elias atribuía este sorprendente descenso a la consolidación de un patchwork de territorios feudales en grandes reinos con una autoridad centralizada y una infraestructura comercial. Con un gesto de asentimiento a Elias, llamo a esta tendencia «proceso de civilización». 

La tercera transición se extendió en la escala de los siglos, y se inició en torno a la Era de la Razón y la política de la Ilustración europea en los siglos xvii y xviii (aunque había habido antecedentes en la Grecia clásica y el Renacimiento, y paralelismos en otras partes del mundo). Se produjeron entonces los primeros movimientos organizados para abolir formas de violencia socialmente toleradas, como el despotismo, la esclavitud, los duelos, la tortura judicial, las matanzas supersticiosas, el castigo sádico y la crueldad con los animales, junto con los primeros indicios de pacifismo sistemático. A veces los historiadores denominan «revolución humanitaria» a esta transición. 

La cuarta transición importante tuvo lugar al acabar la Segunda Guerra Mundial. Desde entonces, las dos terceras partes de un siglo han sido testigos de un avance sin precedentes históricos: las grandes potencias y los países desarrollados en general han dejado de librar guerras entre sí. A esta situación bienaventurada los historiadores la han denominado la «larga paz». 

La quinta tendencia también tiene que ver con los combates armados, pero es más indirecta. Aunque a los lectores de noticias quizá les cueste creerlo, desde el final de la Guerra Fría en 1989 han disminuido en todo el mundo los conflictos organizados de toda clase: guerras civiles, genocidios, represión a cargo de gobiernos autocráticos y atentados terroristas. Como reconocimiento al carácter provisional de este feliz avance, lo llamaré la «nueva paz». 

Finalmente, después de la Segunda Guerra Mundial, en la posguerra inaugurada simbólicamente por la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948, ha crecido la aversión a la agresión a escalas más pequeñas, incluyendo la violencia contra minorías étnicas, mujeres, niños, homosexuales y animales. Estos productos derivados del concepto de derechos humanos -derechos civiles, derechos de las mujeres, derechos de los niños, derechos de los gais y derechos de los animales- se reafirmaron en una sucesión de movimientos, desde finales de la década de 1950 hasta la actualidad, que denominaré las «revoluciones por los derechos». 

Cinco demonios interiores (capítulo 8). Muchas personas creen implícitamente en la «teoría hidráulica de la violencia»: los seres humanos albergan un impulso interno hacia la agresividad (instinto de muerte o sed de sangre), que crece dentro de nosotros y que, de vez en cuando, debe ser liberado. Nada podría estar más lejos de un conocimiento científico contemporáneo de la psicología de la violencia. La agresividad no es un impulso único, no digamos ya un impulso creciente. Es el resultado de varios sistemas psicológicos que difieren en cuanto a sus desencadenantes ambientales, su lógica interna, su base neurológica y su distribución social. El capítulo 8 está dedicado a explicar cinco de ellos. La violencia depredadora o instrumental es simplemente una violencia utilizada como un medio práctico para un fin. El dominio es el deseo de autoridad, prestigio, gloria y poder, en forma de gestos viriles entre individuos o de luchas por la supremacía entre grupos raciales, étnicos, religiosos o nacionales. La venganza alimenta el impulso moralizador hacia la represalia, el castigo y la justicia. El sadismo es el placer obtenido del sufrimiento de otro. Y la ideología es un sistema de creencias compartido, que por lo general supone la visión de una utopía que justifica la violencia ilimitada en pos de un bien ilimitado. 

Cuatro mejores ángeles (capítulo 9). Los seres humanos no son buenos de manera innata (tampoco malos), pero vienen provistos de impulsos que pueden alejarlos de la violencia y orientarlos hacia la cooperación y el altruismo. La empatía (especialmente en el sentido de «preocupación compasiva») nos empuja a sentir el dolor de otros y a alinear sus intereses con los nuestros. El autocontrol nos permite prever las consecuencias de actuar sobre los impulsos y, por tanto, inhibirlos. El sentido moral consagra una serie de normas y tabúes que rigen las interacciones entre las personas de una cultura, a veces de maneras que reducen la violencia, aunque a menudo (cuando las normas son tribales, autoritarias o puritanas) de maneras que la incrementan. Y la facultad de razonar nos permite liberarnos de nuestras posiciones estratégicas provincianas, reflexionar sobre el modo en que vivimos la vida, deducir maneras en que podríamos mejorar, y guiar la diligencia de los otros mejores ángeles de nuestra naturaleza. En un apartado también examinaré la posibilidad de que, en la historia reciente, el Homo sapiens haya evolucionado literalmente para volverse menos violento, en el sentido técnico biológico de un cambio en el genoma. No obstante, el libro se centrará en transformaciones exclusivamente ambientales: cambios en circunstancias históricas que enlazan de diferentes formas con una naturaleza humana estable. 

Cinco fuerzas históricas (capítulo 10). En el último capítulo intento volver a reunir la psicología y la historia identificando fuerzas exógenas que favorecen nuestra inclinación a la paz y que han impulsado los múltiples descensos de la violencia. El Leviatán, estado y sistema jurídico con un monopolio del uso legítimo de la fuerza, puede calmar la tentación del ataque explotador, inhibir el impulso de venganza y burlar las inclinaciones interesadas que hacen creer a todas las partes que están del lado de los ángeles. El comercio es un juego de suma positiva en el que todo el mundo puede ganar; mientras el progreso tecnológico permite el intercambio de bienes e ideas en distancias cada vez mayores y entre grupos más grandes de socios, las otras personas llegan a ser más valiosas vivas que muertas y tienen menos probabilidades de volverse blancos de la demonización y la deshumanización. La feminización es el proceso por el que las culturas han respetado cada vez más los intereses y valores de las mujeres. Como la violencia es en buena medida un pasatiempo masculino, las culturas que dan poder a las mujeres tienden a alejarse de la glorificación de la violencia y es menos probable que engendren subculturas de jóvenes desarraigados. Las fuerzas del cosmopolitismo, como la alfabetización, la movilidad y los medios de comunicación de masas, pueden inducir a la gente a adoptar la perspectiva de gente distinta y ampliar su círculo solidario. Por último, una redoblada aplicación de conocimiento y racionalidad a los asuntos humanos -la escalera mecánica de la razón- puede forzar a las personas a reconocer la inutilidad de los ciclos de violencia, a rebajar el privilegio de los intereses de uno sobre los de los demás, y a redefinir la violencia como un problema que hay que resolver y no como un combate que hay que ganar. 

Cuando uno se hace consciente del declive de la violencia, el mundo comienza a tener otro aspecto. El pasado parece menos inocente; el presente, menos siniestro. Empezamos a valorar los pequeños regalos de coexistencia que habrían parecido utópicos a nuestros antepasados: la familia interracial jugando en el parque, el cómico que suelta una ocurrencia sobre el comandante en jefe, los países que tranquilamente evitan una crisis en vez de aumentar las posibilidades de guerra. El cambio no es hacia la autocomplacencia: disfrutamos de la paz que hoy tenemos porque muchos individuos de generaciones pasadas quedaron horrorizados por la violencia de su época y se esforzaron por reducirla, del mismo modo que nosotros debemos esforzarnos por reducir la violencia que persiste en la actualidad. De hecho, reconocer la disminución de la violencia ratifica que tales esfuerzos merecen la pena, sin lugar a dudas. La crueldad del hombre hacia el hombre ha sido desde hace tiempo tema de moralización. Al saber que algo la ha hecho disminuir, también podemos considerarla una cuestión de causa y efecto. En vez de preguntar: «¿Por qué están en guerra?», deberíamos preguntarnos: «¿Por qué hay paz?». Podemos obsesionarnos no sólo con lo que hemos estado haciendo mal sino también con lo que hemos estado haciendo bien. Porque hemos estado haciendo algo bien, y sería bueno saber exactamente qué es. 

Muchas personas me han preguntado por qué emprendí el análisis de la violencia. No debería ser ningún misterio: la violencia es una preocupación natural de todo aquel que estudie la naturaleza humana. Empecé a aprender sobre el descenso de la violencia en un libro de Martin Daly y Margo Wilson sobre psicología evolutiva, Homicide, en el que examinaban los elevados índices de muertes violentas en sociedades sin estado y la disminución de homicidios desde la Edad Media hasta la actualidad. En varios de mis libros anteriores he citado estas tendencias descendentes, junto con avances humanos como la abolición de la esclavitud, el despotismo y castigos crueles en la historia de Occidente, en apoyo de la idea de que el progreso moral es compatible con un enfoque biológico de la mente humana y un reconocimiento del lado oscuro de nuestra naturaleza. Reiteré estas observaciones en respuesta a la pregunta anual del foro online , que en 2007 era: «¿Sobre qué eres optimista?». Mi sarcasmo provocó una oleada de correspondencia de expertos en criminología histórica y estudios internacionales, según los cuales las pruebas de una reducción histórica de la violencia eran más amplias de lo que yo había pensado. Fueron sus datos los que me convencieron de que ahí había una historia infravalorada esperando ser contada. 


Ahorro e inversión, por Carlos Rodríguez Braun

Expansión.

Paul Krugman insiste en que las políticas monetarias expansivas no padecen inconveniente alguno ahora, porque no hay inflación. Con este argumento pasa algo similar a la defensa por parte de Smiley de la expansión del gasto público durante su Gobierno. En efecto, durante los años de la burbuja los socialistas sacaban pecho porque "extendemos derechos", y ahora alegan inocencia porque en esos años el déficit se redujo, incluso hubo superávit, y bajó el porcentaje de deuda pública sobre el PIB. Los secunda Krugman: "España no se metió en problemas porque sus Gobiernos fueran derrochadores".

Esto parte de la base de que la senda de gastos e ingresos es análogamente perdurable, lo que es absurdo; y parte de nuestros males deriva de que los políticos aumentaron irresponsablemente el gasto público. Asimismo, no es verdad que no pasó nada con la expansión monetaria: la deflación y la caída de los tipos de interés se interrumpieron a mediados de 2009. En cambio, la recuperación económica, que supuestamente iba a ser garantizada por esa expansión, y por la del gasto, ha sido débil en algunos países y se ha revertido en otros, como en España. Asimismo, la masiva compra de deuda pública no solo no ha resuelto los problemas sino que los puede agravar en el futuro, si las autoridades monetarias deben vender esos títulos.

La segunda idea que enlaza al Nobel y a Smiley es el pretendido efecto benéfico ineluctable de la expansión de la demanda. En su combate contra la "secta de la austeridad", Krugman ha subrayado que todos los que piensan que el iPhone 5 puede ser una buena noticia para la economía son keynesianos, lo admitan o no, porque creen que el Estado debe gastar más en una economía deprimida, y no menos.

Según él, lo que importa del nuevo ingenio de Apple no es el producto en sí, sino simplemente el hecho de que la gente gaste. En efecto, como dijo el propio Keynes, la cosa es gastar, gastar en cualquier cosa, en enterrar botellas para desenterrarlas después: la demanda es lo que falta, sostenía Keynes y sostiene Krugman, y todo lo que la impulse servirá para reducir el paro. Ésta es exactamente la misma falacia que defendió Smiley cuando, en vez de reducir el gasto público lo aumentó con el Plan E. ¿No era de puro sentido común gastar más precisamente en la construcción, el sector donde más aumentaba el paro?

Pues no, no lo era, porque la crisis derivaba de una sobreinversión alimentada por el intervencionismo, y lo necesario era facilitar la recomposición de una estructura productiva desajustada, y no echarle gasolina al fuego. No hay que gastar en cualquier cosa, sino facilitar el ahorro y la inversión reduciendo el gasto y los impuestos, es decir, justo al revés de lo que piensa el ilustre tándem.

No hay que gastar en cualquier cosa, sino facilitar el ahorro y la inversión.