No siempre fue una vergüenza

por Arturo Pérez-Reverte.



Como saben, me gusta recordar viejos episodios de nuestra Historia. Sobre todo si causan respeto por lo que algunos paisanos nuestros fueron capaces de hacer. O intentar. Situaciones con posible lectura paralela, de aplicación al tiempo en que vivimos. Les aseguro que es un ejercicio casi analgésico; sobre todo esos días funestos, cuando creo que la única solución serían toneladas de napalm seguidas por una repoblación de parejas mixtas compuestas, por ejemplo, de suecos y africanos. Sin embargo, cuando una de esas viejas historias viene a la memoria, concluyo que quizás no sea imprescindible el napalm. Siempre hubo aquí compatriotas capaces de hacer cosas que valen la pena, me digo. Y en alguna parte estarán todavía. Como estuvieron.

Era un navío de 70 cañones y tenía un bonito nombre: Glorioso. Lo mandaba el capitán don Pedro Mesía de la Cerda, y en 1747 traía de La Habana cuatro millones de pesos en monedas de plata. El 15 de julio, cerca de las Azores, el navío se topó con un convoy inglés escoltado por tres barcos de guerra que casi lo doblaban en número de cañones: el navío Warwick, la fragata Lark y un bergantín. En aquel tiempo, un navío de América era un bombón: solía llevar caudales a bordo, así que los ingleses le dieron caza. Manteniendo el barlovento con mucho arte, el Glorioso se batió toda la noche, tuvo un respiro al caer el viento durante el día, y volvió a pelear la noche siguiente: primero dejó fuera de combate a la fragata, que se hundió; y tras hora y media de combate con el Warwick en la oscuridad, sin otra luz que los fogonazos artilleros -los españoles dispararon 1.006 cañonazos y 4.400 cartuchos de fusil-, el navío inglés se retiró con el rabo entre las piernas. Que no siempre Britania, aunque lo venda con trompetas, parió leones.
Sin embargo, la odisea del Glorioso no había hecho más que empezar. Siguiendo rumbo a Finisterre, el 14 de agosto volvió a dar con una fuerza británica: el navío Oxford, la fragata Shoreham y la corbeta Falcon. Como en el caso anterior, los ingleses le fueron encima igual que lobos. Pero el comandante Mesía y su gente eran de esa casta de colegas que aprietan los dientes y venden caro el pellejo. Por segunda vez asomaron los cañones y batieron el cobre como los buenos: después de tres horas de arrimar candela, pese a haber perdido el bauprés, una verga y tener la popa hecha una piltrafa, el Glorioso continuó navegando hacia España mientras los ingleses se retiraban con graves daños.
Fondeó el navío en Corcubión, desembarcando los caudales, y volvió a la mar para reparar averías en Cádiz, pues vientos contrarios descartaban El Ferrol. Y el 17 de octubre, a la altura del cabo San Vicente, volvió a encontrarse con una fuerza enemiga. Esta vez eran cuatro fragatas corsarias con base en Lisboa y bajo el mando del comodoro Walker: King GeorgePrince FrederickPrincess Amelia y Duke, que sumaban 960 hombres y 120 cañones. Inmediatamente le dieron caza, aunque el español, resabiado, no reveló su nacionalidad -treta común del mar- hasta que la King George se acercó a preguntársela. Entonces Mesía izó pabellón de combate y le largó al rubio una andanada que le desmontó dos cañones y el palo mayor. Siguieron tres horas de carnicería muy bien sostenida por el Glorioso; pero al rato se unieron a la fiesta las otras fragatas y dos navíos de línea ingleses que navegaban cerca, el Darmouth y el Russell: seis barcos y 250 cañones contra los 70 del solitario español, maltrecho y corto de gente por los combates anteriores y la travesía del Atlántico. Aun así, el comandante Mesía y su tripulación, a quienes a esas alturas daban ya igual seis guiris que sesenta, se defendieron como gato panza arriba bajo un fuego horroroso durante dos días y una noche. Que se dice pronto. Aún tuvieron la satisfacción de acertar en una santabárbara y ver volar al Darmouth, que se fue a tomar por saco con 314 de sus 325 tripulantes. Y al fin, el 19 de octubre -33 muertos y 130 heridos a bordo, agotada la munición, el barco desarbolado, chorreando sangre por los imbornales, raso como un pontón y a punto de hundirse-, el comandante convocó a los oficiales que seguían vivos, los puso por testigos de que la tripulación había hecho lo imposible, y arrió la bandera.
De tal modo, fiel a su nombre, acabó viaje el navío español Glorioso. Había librado tres combates contra 12 barcos enemigos, de los que hizo volar uno y hundió otro; pero la hazaña final no corresponde sólo a quienes con tanta decencia lo defendieron, sino al navío mismo: remolcado a Lisboa por los vencedores para repararlo e izar en él su pabellón, los destrozos se revelaron tan graves que se negó a flotar y fue desguazado. Ningún inglés navegó jamás a bordo de ese barco.    

¿Hay algún responsable de la burbuja inmobiliaria?



Enfermo sin vivienda

por Dania Virgen García.



Jorge Luis Blanco Santos, de 40 años de edad, residente en la calle Salvador número 255, entre San Gabriel y San Quintín, municipio Cerro, a quien hay que practicarle periódicamente hemodiálisis, desde hace aproximadamente un año vive en condiciones precarias.

Ha escrito a varias instancias del gobierno, pero las repuestas han sido nulas.

Blancos Santos padece hepatitis C y cirrosis hepática en primer grado. Se atiende en el hospital “Salvador Allende”, del Cerro, adonde acude  tres veces a la semana para su tratamiento.

Fue jubilado con una pensión de 270 pesos en moneda nacional, debido a su enfermedad, pero ese dinero  no le alcanza ni para comprar sus medicamentos.

La casa de Jorge Luis, construida en 1940, se encuentra en muy mal estado, con filtraciones, vigas descabezadas podridas, y rotas, paredes con huellas de humedad, y abofadas, pisos hundidos, escaleras rajadas y rotas. Se han producido derrumbes parciales.

La vivienda fue declarada inhabitable e irreparable el 15 de marzo de 2003, con medidas de emergencia de demolición total para salvar la planta baja,

Asegura Blanco Santos que ha escrito al Consejo de Estado, a Raül Castro, al Ministerio de la Salud, la Dirección Provincial del PCC, la Dirección Provincial de Vivienda, al Canal Habana, pero no ha recibido respuesta alguna, solamente de la Dirección Provincial de Vivienda, en la que le respondieron que su caso quedaba sin  solución.

En la actualidad Jorge Luis Blanco Santos, se encuentra viviendo en casa de unos vecinos, llamados Mireya, y Luis, unos ancianos que le brindaron lo poco que tienen para que conviviera con ellos hasta que se le solucione su situación.

Afirma la fuente que será puesto en lista para trasplante en este mes de julio.

“Estoy desesperado, no tengo a donde más acudir, solamente a la opinión mundial, para que conozcan mi caso, que en Cuba no se respetan los derechos humanos, y no se preocupan por los enfermos”, expresó Blanco santos.

dania@cubadentro.com

Más noticias en Cuba por Dentro.

Spending & saving

by Donald Boudreaux‏.



No economic instinct runs more deeply than the instinct about the alleged supremacy of spending. It screams: “Buying more output from existing producers is key to economic health! The more spent, the better!” It’s this instinct that makes reports on “consumer confidence” seem relevant. More “confident” consumers mean more freely spending consumers, and more freely spending consumers mean a healthier economy. Q.E.D — or so our instinct tells us.
This instinct is old. It’s also fallacious. Like all long-lived fallacies, however, a tiny kernel of truth looms within it. That kernel is the businessperson’s correct understanding that higher demand for his output is indeed good for him and his suppliers (including his workers).
From this truth, the typical businessperson concludes that higher demand for the output of all existing firms — or higher demand at least for the outputs of those firms that today sell less than they sold yesterday — is the principal cause of economic vigor.
Unsurprisingly, this fallacy leads to disparagement of savings. Every dollar that you save is a dollar that you don’t spend buying bread from your local baker or beer from your local pub. The baker and bartender see that you’d spend more if you saved less. They see — perhaps accurately — that their revenues would rise if you saved less.
But what goes unseen is all-important.
Simplifying only a tad, you have two chief reasons for savings. First, you want to increase your ability to consume tomorrow. Second, you want to protect your ability to consume — your “assets,” broadly speaking — from being unduly depleted tomorrow.
Although these motives overlap each other, the first might be thought of as evidence of optimism, while the second is evidence of pessimism.
If you’re optimistic, you reduce consumption today to invest in projects that, hopefully, will turn a profit and enable you to consume more tomorrow. You might invest conservatively (say, in mutual funds) or entrepreneurially (say, by opening your own business). A necessary condition for making such investments is reasonable confidence that tax rates and regulations will not be so burdensome as to devour your hoped-for gains.
An absence of confidence about tax rates and regulatory burdens remaining reasonable, though, sparks the second, very different, motive for saving: fear of the future. Fearful of the future, you sock money away. You don’t commit your money to expanding existing enterprises or to creating new ones. Government policy renders such investment imprudent. You simply conserve your spending power.
Saving of the first sort enlarges the economy’s stock of capital. The pie grows. Saving of the second sort diminishes the economy’s stock of capital. The pie shrinks.
In both cases, saving nevertheless hurts some existing businesses. If you reduce your spending at the pub in order to save to open your own business, your bartender is harmed. But clearly your saving in this case is economically beneficial.
If, however, you reduce your spending at the pub because you become more anxious about the state of the economy, your bartender suffers no less than if you saved more to open your own firm.
It’s tempting to conclude that saving of the second sort is undesirable. But resist that temptation. Saving driven by such pessimism is merely a symptom of bad policies. To blame such savings for an economic slump — or to endorse government spending as a helpful device to make up for this saving — is to miss the real culprit: unwise and imprudent policies that discourage commerce and industry.

Víctimas, 19 de julio: Antonio Torrón Santamaría, Ignacio Barangua Arbués y José María Martín-Posadillo

Libertad Digital.



Apenas dos semanas después del asesinato de Alberto Aznar Feix, la banda terrorista ETA volvía a asesinar en Portugalete (Vizcaya). A las 14:40 horas del 19 de julio de 1984, dos terroristas asesinaban de un tiro en la nuca al sargento de la guardia civil ANTONIO TORRÓN SANTAMARÍA en el portal de su domicilio.
El sargento de la Guardia Civil, adscrito a la compañía de especialistas fiscales en el puerto de Santurce, volvía de su trabajo vestido de paisano. En torno a las 14:30 horas llegó al portal de su domicilio. Pese a que solía tomar medidas de autoprotección, no se dio cuenta de que dos terroristas se le acercaron por la espalda. Le dispararon un único tiro en la nuca y se desplomó en el suelo prácticamente muerto. En el lugar de los hechos se recogió un casquillo de bala marca SF del calibre 9 milímetros parabellum. Los asesinos emprendieron la huida a pie por las calles de Portugalete, según contaron testigos presenciales, mientras unas vecinas trataban de evitar que se desangrara, tapándole la herida con una toalla. Una de ellas subió al domicilio para comunicarle a la esposa que su marido había sido asesinado.
Euskadiko Ezkerra (EE) y PCE-EPK manifestaron tras el atentado su más enérgica protesta por este atentado. Para EE, el asesinato de Antonio Torrón era una provocación contra las medidas de reinserción de etarras. Por su parte, la ejecutiva del Partido Socialista de Euskadi (PSE) reiteró su llamamiento al lehendakari del Gobierno vasco, Carlos Garaikoetxea, para que asistiese a los funerales por la víctima. El ministro del Interior, José Barrionuevo, comentó en Radio Nacional de España con tristeza e ironía que el atentado era "una hazaña de valientes gudaris".
A primeras horas de la tarde se instaló la capilla ardiente en el Gobierno Civil de Vizcaya. El funeral se celebró al día siguiente, 20 de julio, en la Iglesia de los Agustinos de Portugalete, donde fue enterrado.
En agosto de 2009 fue detenido por la Policía Nacional el etarra Juan Manuel Inciarte Gallardo, aliasButo y Jeremías, nada más llegar al aeropuerto de Barajas. En situación de busca y captura desde julio de 1991, el etarra llevaba varios años afincado en México, de donde fue expulsado debido a su situación irregular en el país. La detención de Inciarte Gallardo comenzó a gestarse con unadenuncia anónima en México que indicaba la presencia de un ciudadano extranjero que podría residir en el país de forma ilegal. Ante la posibilidad de que su nacionalidad fuese española y se tratase de un miembro de ETA, comenzó la investigación de la Comisaría General de Información, que comprobó la verdadera identidad del individuo. Las Fuerzas de Seguridad lo consideran presunto autor material del asesinato de Antonio Torrón, entre otros cometidos como miembro del grupo Vizcaya de ETA.
Antonio Torrón Santamaría, de 55 años, estaba casado con Pilar Gómez Heredia y tenía dos hijos: José Antonio, de 29 años, y María Pilar, de 27. Natural de Burgos, llevaba treinta años viviendo en Vizcaya, quince de ellos en Portugalete. Antonio iba a retirarse en marzo de 1985 y pensaba abandonar el País Vasco en esa fecha, según declaró su hija María Pilar. "Estaba contando los días que le quedaban hasta marzo de 1985". "Mi padre no estaba amenazado; jamás había hecho nada". Sin embargo, reconoció que su padre tenía miedo y tomaba medidas de precaución, cambiando con frecuencia de hábitos. "Nunca solía volver a la misma hora de su trabajo, y normalmente volvía en su coche, porque tenía miedo". El sargento de la Guardia Civil estaba destinado en la unidad del Servicio Fiscal en el puerto de Santurce, no muy lejos de su domicilio de Portugalete.
A las once y cuarto del 19 de julio de 1989, Henri Parot y Jacques Esnal, miembros del denominado grupo Francés de ETA, asesinaban en Madrid al comandante del Ejército de TierraIGNACIO BARANGUA ARBUÉS y al coronel JOSÉ MARÍA MARTÍN-POSADILLO MUÑIZ cuando salían del Cuartel General del Ejército en un vehículo oficial conducido por el soldado Fernando Vilches Herranz, que prestaba su primer día de servicio y resultó gravemente herido.
El atentado se produjo en un momento en el que los rumores sobre la posible reanudación de las negociaciones, tras el fracaso de la Conversaciones de Argel entre el Gobierno de Felipe González y ETA, eran cada vez más fuertes, pese a los desmentidos del propio presidente del Ejecutivo. El mismo día del asesinato de los dos militares, el juez Baltasar Garzón declaraba en Estrasburgo: "Nunca ya deberá propugnarse tipo alguno de negociación o pacto con una organización criminal que ha anulado su propia capacidad de negociar políticamente" (El País, 20/07/1989)
Los etarras siguieron el vehículo oficial que, al llegar a la avenida Ciudad de Barcelona, se detuvo para hacer unas gestiones frente a una oficina de Renfe, cerca de la estación de Atocha. En ese momento, sin que a las víctimas les diese tiempo de apearse del automóvil, fueron tiroteados a través de la luneta trasera y de las ventanas laterales, provocando la muerte en el acto del coronel y el comandante, y dejando gravemente herido al soldado conductor. En el lugar del atentado se encontraron cinco casquillos del calibre 9 milímetros parabellum y veintiséis del calibre 7,62. Los terroristas hicieron los disparos desde un vehículo Peugeot 505 robado el 28 de mayo en Guipúzcoa, que se situó a la altura del coche oficial, y dispararon apostados desde las ventanillas.
El vehículo utilizado por los terroristas fue localizado poco después por la Policía a escasa distancia del lugar del atentado, aparcado en doble fila a la altura del número 27 de la avenida Menéndez y Pelayo, esquina con la calle de Ibiza. Un equipo de desactivación de explosivos del Cuerpo Nacional de Policía revisó exhaustivamente el coche hasta descartar que hubiese alguna bomba-trampa.
El alcalde de Madrid, Agustín Rodríguez Sahagún, y su primer teniente de alcalde, José María Álvarez del Manzano, se trasladaron al lugar del atentado, donde expresaron su absoluta repulsa por el crimen. A continuación, Rodríguez Sahagún se trasladó al Hospital Gregorio Marañón para interesarse por el estado del soldado herido.
Los cadáveres de los dos militares permanecieron en el interior del vehículo hasta que, en torno a la una de la tarde, el juez de guardia ordenó su levantamiento. La capilla ardiente de los dos mandos militares se instaló en el Cuartel General del Ejército.
El soldado Fernando Vilches Herranz, de 18 años, fue alcanzado por tres proyectiles. Uno de ellos quedó alojado en la segunda vértebra cervical y le produjo contusión medular. Fue trasladado al Hospital Gregorio Marañón, donde se le intervino de sus heridas, calificadas de muy graves. Fernando se había incorporado al servicio militar en el mes de mayo de 1979 y realizaba su primer servicio como conductor. Tardó ciento cuarenta días en recibir el alta médica, pero quedó con numerosas secuelas que le imposibilitaron para desempeñar "las funciones de la que, hasta el momento del hecho, era su profesión de carpintero y montador de cubiertas" (Sentencia nº 33 de la Audiencia Nacional del año 2001 por la que se condenó a Francisco Múgica Garmendia, aliasPakito, como autor por cooperación necesaria).
En 1993 la Audiencia Nacional condenó a dos penas de 28 años de prisión mayor a Henri Parot como autor material del atentado, y otros 19 años de prisión menor por el delito de asesinato frustrado. En la sentencia se consideran como hechos probados que la dirección de ETA había encargado a Parot y Jacques Esnal que cometieran atentados contra militares en Madrid, para lo que ambos se desplazaron desde Francia. Cuando vieron salir el vehículo oficial del Cuartel General del Ejército, lo siguieron, atentando contra él minutos después. Parot disparó cinco balas con una pistola Sig-Sauer contra el coche ocupado por los militares, mientras que Jacques Esnal lo ametralló con un Kalashnikov. Este último fue condenado a cadena perpetua por el Tribunal de lo Criminal de París junto a Jean Parot, hermano de Henri, por la comisión de más de veinte asesinatos en España.
Años después, en 2001, fue condenado Francisco Múgica Garmendia, como autor por cooperación necesaria del atentado, a dos penas de 28 años de prisión mayor, y a 19 de prisión menor por el asesinato frustrado del soldado Fernando Vilches.
Ignacio Barangua Arbués, comandante del Cuerpo de Intendencia del Ejército de Tierra de 36 años, era natural de Zaragoza. Estaba casado y tenía una hijade 12 años. En el momento de su asesinato estaba destinado en la Dirección de Transportes del Mando Superior de Apoyo Logístico del Ejército de Tierra.


José María Martín-Posadillo, coronel del Cuerpo de Intendencia del Ejército de Tierra de 56 años, era natural de Toledo. Estaba casado con María Isabel Franco y tenía tres hijos. Igual que el comandante Barangua, estaba destinado en la Dirección de Transportes del Mando Superior de Apoyo Logístico del Ejército de Tierra cuando fue asesinado. El coronel fue enterrado en Zaragoza.

En marzo de 2005 ambos militares fueron ascendidos, con carácter honorífico y a título póstumo, por Real Decreto del Consejo de Ministros.

Priscilla Warren Roberts

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