“Ningún poder en la tierra podrá arrancarte lo que has vivido.” Viktor Frankl
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Documental sobre la represión en Cuba: Gusano
Ejemplo de como se reprime en Cuba a los defensores de la libertad, utilizando incluso a niños.
Guerras, revoluciones y romanticismo
Cuando lean o escuchen a algún idiota sobre lo románticas que son las guerras o las revoluciones, les muestran estas fotos y luego les invitan a ir al lugar a "disfrutar".
Represión mortal en Egipto:
Guerra en Siria:
Represión mortal en Egipto:
A dead body of a supporter of deposed President Morsi lies on the ground near Cairo University and Nahdet Misr Square, where they were camping in Giza, south of Cairo, on August 14, 2013. (Reuters/Mohamed Abd El Ghany)
Dead bodies of Syrian rebels lie on the ground, killed during an ambush by Syrian forces near the Damascus suburb of Adra, on August 7, 2013. Syrian government forces killed more than 60 rebels Wednesday in the ambush near Damascus.
Gomorra. Roberto Saviano. 2006
Por Manuel Álvarez López.
Una gran crónica de la Camorra napolitana, y sus conexiones con el crimen en el mundo. El relato está hecho desde dentro, el autor vivió esa realidad, además de con datos de prensa, juicios y arrepentidos. Echo en falta que no haya una base bibliográfica. De cualquier manera el libro es una joya, que muestra una realidad cruda y violenta, centrada en Nápoles y alrededores, pero que se extiende más allá. La lectura es ágil y hay multitud de personas e historias que se entremezclan. Lo incluyo entre mis libros favoritos.
Uno de los problemas de los estados en tema de seguridad es cuando se persiguen actos que no deberían ser considerados delitos, por ejemplo, la prostitución y las drogas, y eso hace que haya menos medios para perseguir otros acots que sí lo son, como la trata y explotación de personas y la violencia. Por ejemplo, en el libro (p. 63) se trata el tema de préstamos a comerciantes : "Los comerciantes que tienen que comprar sus artículos pueden pagarlos al contado, o con letras de cambio. Si pagan al contado, el precio es menor, entre la mitad y dos tercios del importe que pagarían con letras de cambio. en estas condiciones, al comerciante le interesa pagar al contado y también le interesa a la empresa vendedora. El efectivo lo ofrece el clan con un tipo de interés del 10 por ciento por término medio. De este modo, se crea automáticamente una relación mercantil de hecho entre el comerciante comprador, el vendedor y el financiador oculto, es decir, los clanes. Los beneficios de la actividad se reparten al 50 por ciento, pero puede suceder que el endeudamiento haga ingresar porcentajes cada vez mayores en las arcas del clan y que al final el comerciante se convierta en un simple testaferro que percibe un sueldo mensual". Entiendo que en este caso el único delito es que el dinero viene de una actividad ilícita y no del hecho de prestar un dinero a otras personas.
Siguiendo con el tema anterior, las drogas en sí mismas no son un problema, aunque sí lo son algunas de las consecuencias derivadas de su consumo, aun así éste debería ser libre y cada uno eligir qué meterse al cuerpo, por el contrario un delito es, por ejemplo, usar a personas como "cobayas, cobayas humanos, para experimentar cortes: comprobar si un corte es dañino, qué reacciones provoca, hasta dónde pueden estirar el polvo. cuando los 'cortadores' necesitan muchos cobayas, bajan los precios. De veinte euros la dosis, descienden hasta diez. Se corre la voz y los heroinómanos vienen hasta Las Marcas y Lucania por pocas dosis" (p. 83).
Hay gente que se relacionó tangencialmente con miembros de la camorra y sufrieron una muerte atroz, como Gelsomina verde. "Secuestrada, torturada, asesinada de un tiro en la nuca disparado tan de cerca que la bala había salido por la frente. Después la habían metido en un coche, su coche, y la habían quemado. Había salido con un chico Gennaro Notturo, que había optado por estar con los clanes y luego se había acercado a los Españoles" (p. 97).
Uno de los problemas que hay en las zonas con mucha delincuencia es la falta de empleo, eso lleva a situaciones límite a muchas personas, que se agarran a lo que sea, incluso a la Camorra, porque "no trabajar durante años te transforma; ser tratado como una mierda por tus superiores, sin contrato, sin respeto, sin dinero, acaba contigo" (p. 100).
Lo anterior lleva a que "el mercado de la droga es fuente de sustento, un sustento mínimo que para la mayoría de la gente de Secondigliano no tiene ningún valor de enriquecimiento. Los empresarios de los clanes son los únicos que obtienen un beneficio exponencial. Todos los que trabajan en la venta, el almacenamiento, la ocultación y la vigilancia reciben solo un sueldo corriente a cambio de exponerse a arrestos, a meses y años de cárcel" (p. 108).
Hay una parte del libro donde el autor se equivoca radicalmente o yo no me he enterado de lo que quería explicar. El autor escribe: "La lógica del empresariado criminal, el pensamiento de los boss coincide con el neoliberalismo más radical. Las reglas dictadas, las reglas impuestas, son las de los negocios, el beneficio, la victoria sobre cualquier competidor. El resto igual a cero. El resto no existe. Estar en situación de decidir sobre la vida y la muerte de todos, de promocionar un producto, de monopolizar un segmento de mercado, de invertir en sectores de vanguardia es un poder que se paga con la cárcel o con la vida" (p. 128). No sé que es el neoliberalismo, pero entiendo que tiene mucho que ver con el liberalismo, y éste se basa en los principios de la propiedad privada, los contratos libres y la no violencia. Nada que ver con lo que se indica en el libro. Carlos Rodríguez Braun lo explica muy bien:
Autores: Roberto Sabiano.
Traductor: Teresa Clavel y Francisco J. Ramos Mena.
Editorial: DeBOLS!LLO
Fecha: 2006 (2010).
Páginas: 325.
ISBN: 9788483468463.
Uno de los problemas de los estados en tema de seguridad es cuando se persiguen actos que no deberían ser considerados delitos, por ejemplo, la prostitución y las drogas, y eso hace que haya menos medios para perseguir otros acots que sí lo son, como la trata y explotación de personas y la violencia. Por ejemplo, en el libro (p. 63) se trata el tema de préstamos a comerciantes : "Los comerciantes que tienen que comprar sus artículos pueden pagarlos al contado, o con letras de cambio. Si pagan al contado, el precio es menor, entre la mitad y dos tercios del importe que pagarían con letras de cambio. en estas condiciones, al comerciante le interesa pagar al contado y también le interesa a la empresa vendedora. El efectivo lo ofrece el clan con un tipo de interés del 10 por ciento por término medio. De este modo, se crea automáticamente una relación mercantil de hecho entre el comerciante comprador, el vendedor y el financiador oculto, es decir, los clanes. Los beneficios de la actividad se reparten al 50 por ciento, pero puede suceder que el endeudamiento haga ingresar porcentajes cada vez mayores en las arcas del clan y que al final el comerciante se convierta en un simple testaferro que percibe un sueldo mensual". Entiendo que en este caso el único delito es que el dinero viene de una actividad ilícita y no del hecho de prestar un dinero a otras personas.
Siguiendo con el tema anterior, las drogas en sí mismas no son un problema, aunque sí lo son algunas de las consecuencias derivadas de su consumo, aun así éste debería ser libre y cada uno eligir qué meterse al cuerpo, por el contrario un delito es, por ejemplo, usar a personas como "cobayas, cobayas humanos, para experimentar cortes: comprobar si un corte es dañino, qué reacciones provoca, hasta dónde pueden estirar el polvo. cuando los 'cortadores' necesitan muchos cobayas, bajan los precios. De veinte euros la dosis, descienden hasta diez. Se corre la voz y los heroinómanos vienen hasta Las Marcas y Lucania por pocas dosis" (p. 83).
Hay gente que se relacionó tangencialmente con miembros de la camorra y sufrieron una muerte atroz, como Gelsomina verde. "Secuestrada, torturada, asesinada de un tiro en la nuca disparado tan de cerca que la bala había salido por la frente. Después la habían metido en un coche, su coche, y la habían quemado. Había salido con un chico Gennaro Notturo, que había optado por estar con los clanes y luego se había acercado a los Españoles" (p. 97).
Uno de los problemas que hay en las zonas con mucha delincuencia es la falta de empleo, eso lleva a situaciones límite a muchas personas, que se agarran a lo que sea, incluso a la Camorra, porque "no trabajar durante años te transforma; ser tratado como una mierda por tus superiores, sin contrato, sin respeto, sin dinero, acaba contigo" (p. 100).
Lo anterior lleva a que "el mercado de la droga es fuente de sustento, un sustento mínimo que para la mayoría de la gente de Secondigliano no tiene ningún valor de enriquecimiento. Los empresarios de los clanes son los únicos que obtienen un beneficio exponencial. Todos los que trabajan en la venta, el almacenamiento, la ocultación y la vigilancia reciben solo un sueldo corriente a cambio de exponerse a arrestos, a meses y años de cárcel" (p. 108).
Hay una parte del libro donde el autor se equivoca radicalmente o yo no me he enterado de lo que quería explicar. El autor escribe: "La lógica del empresariado criminal, el pensamiento de los boss coincide con el neoliberalismo más radical. Las reglas dictadas, las reglas impuestas, son las de los negocios, el beneficio, la victoria sobre cualquier competidor. El resto igual a cero. El resto no existe. Estar en situación de decidir sobre la vida y la muerte de todos, de promocionar un producto, de monopolizar un segmento de mercado, de invertir en sectores de vanguardia es un poder que se paga con la cárcel o con la vida" (p. 128). No sé que es el neoliberalismo, pero entiendo que tiene mucho que ver con el liberalismo, y éste se basa en los principios de la propiedad privada, los contratos libres y la no violencia. Nada que ver con lo que se indica en el libro. Carlos Rodríguez Braun lo explica muy bien:
El liberalismo, por tanto, y al revés de lo que se piensa, no es una doctrina principalmente económica, sino moral y política. El mercado libre es solo una parte del liberalismo, que los liberales defendemos porque defendemos el derecho de propiedad y el derecho derivado de contratar con nuestra propiedad voluntariamente con la propiedad de nuestro prójimo. Es verdad que el socialismo de todos los partidos, en la medida en que limita, condiciona e infringe más o menos la propiedad, y limita, condiciona e infringe más o menos los contratos, es antiliberal, pero no lo es por razones económicas sino, otra vez, por razones morales y políticas.
Quizás el autor quiera referirse al mercantilismo, para explicarlo recurrimos a Manuel Ayau:
Por el contrario, el mercantilismo —como también el socialismo y el nacional socialismo (nazismo)— se basa en el dirigismo de la economía por parte del gobierno; es decir, por los burócratas y políticos. Ellos son encargados de legislar e instrumentar las políticas económicas, para encausar el diario quehacer de los habitantes hacia ciertas metas y no hacia las metas que cada persona escogería. Así proliferan reglamentos que criminalizan hasta faltas leves sin intención y surge el terrorismo fiscal.
El nivel de envenenamiento y de confusión metal de mucha gente se puede sintetizar "en una carta de un chaval encerrado en un correccional de menores" (p. 129):
Todos los que conozco o han muerto o están en la cárcel. yo quiero ser un boss. Quiero tener supermercados, tiendas, fábricas, quiero tener mujeres. Quiero tres coches, quiero que cuando entro en una tienda se me respete, quiero tener almacenes en todo el mundo. y después quiero morir. Pero como muere un boss auténtico, uno que manda de verdad. Quiero que me maten".
Dentro de la barbarie también hay mucha gente que tiene un buen comportamiento, y lo pagan. Es el caso de Peppino Diana, cuyas acciones no dejaban lugar a la duda (p. 247):
Otro caso de una persona que tuvo un comportamiento noble, fue el de una profesora que declaró como testigo en un caso de asesinato. Pero eso la llevó al ostracismo social. Y es que "no es la confesión en sí lo que da miedo; no es el haber señalado a un killer lo que provoca escándalo. La lógica de la omertá no resulta banal. Lo que hace escandaloso el gesto de la joven maestra ha sido la decisión de considerar natural, instintivo y vital el hecho de poder declarar. Tener esa actitud vital es como creer realmente que la verdad puede existir, y esto, en una tierra en la que la verdad es aquello que te hace ganar y la mentira aquello que te hace perder, se convierte en una decisión inexplicable. Así sucede que las personas que te rodean se sienten en dificultades, se sienten descubiertas por la mirada de quien ha renunciado a las reglas de la propia vida, que ellos, en cambio, han aceptado del todo" (p. 301).
Es impresionante que el ser humano sea capaz de tantas cosas buenas, basta leer El optimista racional de Matt Ridley, y de las barbaridades que se explican en este libro.
Titulo: Gomorra.El objetivo no era vencer a la Camorra. como él mismo recordaba, 'vencedores y vencidos van en el mismo barco'. El objetivo era, en cambio, comprender, transformar, testimoniar, denunciar, hacerle el electrocardiograma al corazón del poder económico como un modo de saber cómo alejar el miocardio de la hegemonía de los clanes.Lo asesinaron.
Otro caso de una persona que tuvo un comportamiento noble, fue el de una profesora que declaró como testigo en un caso de asesinato. Pero eso la llevó al ostracismo social. Y es que "no es la confesión en sí lo que da miedo; no es el haber señalado a un killer lo que provoca escándalo. La lógica de la omertá no resulta banal. Lo que hace escandaloso el gesto de la joven maestra ha sido la decisión de considerar natural, instintivo y vital el hecho de poder declarar. Tener esa actitud vital es como creer realmente que la verdad puede existir, y esto, en una tierra en la que la verdad es aquello que te hace ganar y la mentira aquello que te hace perder, se convierte en una decisión inexplicable. Así sucede que las personas que te rodean se sienten en dificultades, se sienten descubiertas por la mirada de quien ha renunciado a las reglas de la propia vida, que ellos, en cambio, han aceptado del todo" (p. 301).
Es impresionante que el ser humano sea capaz de tantas cosas buenas, basta leer El optimista racional de Matt Ridley, y de las barbaridades que se explican en este libro.
Autores: Roberto Sabiano.
Traductor: Teresa Clavel y Francisco J. Ramos Mena.
Editorial: DeBOLS!LLO
Fecha: 2006 (2010).
Páginas: 325.
ISBN: 9788483468463.
Cometarios de Juan Abreu sobre Mao: la historia desconocida
Emanaciones.
Comentario 5:
Comentario 6:
Mientras debatían sobre la posibilidad de desatar la Tercera Guerra Mundial, Stalin reflexionó: “¿Deberíamos temerla? En mi opinión, no… Si es inevitable que haya una guerra, librémosla ahora y no dentro de unos cuantos años”.
Y entonces, se produce un momento de gran belleza y magnífico esplendor humano e histórico. El momento en que lo único que se interpone en el camino del esclavismo comunista mundial son los soldados de Estados Unidos de América que desembarcan en Inchon, justo por debajo del paralelo 38, cortando el paso al ejército norcoreano y al ejército chino.
Comentario 10:
El actor Michael Caine, “que fue llamado a filas durante la guerra, por aquel entonces simpatizaba con el comunismo. Pero la experiencia hizo que lo aborreciera para siempre. Los soldados chinos cargaban en una oleada tras otra, con el fin de agotar las balas occidentales, lo que llevó al actor a pensar: si no les preocupan las vidas de su propio pueblo, ¿cómo puedo esperar que se preocupen por mí?”
Para no ser menos que la Beauvoir, Sartre expelió lo siguiente: “la violencia revolucionaria de Mao es profundamente moral”. Mientras se paseaba por París agitando el Pequeño libro rojo de Mao. Un panfleto lleno de estupideces.
Leo una biografía de Mao. Por donde voy ya Mao tiene treinta años y acaba de descubrir el vértigo del crimen. Hasta ahora ha sido un lidercillo de provincias, vago y segundón, que siente un gran desprecio por los campesinos. Ha vivido del dinero de su familia y de Moscú y hecho muy poco por la causa del proletariado mundial. Prefiere comer y leer y escribir algún poema ocasional. Pero todo eso cambia con la experiencia de la violencia. “Matar a golpes a una o dos personas es poca cosa”, dice. E instruye a sus pupilos. Si las víctimas se ponen tercas: “Hay que seccionarles los tendones del tobillo y cortarles las orejas”.
Padece estreñimiento y vive obsesionado con la defecación.
Aparece Chiang Kai-shek, un militar que al principio es aliado de los comunistas pero al que le basta (un tipo sensato sin duda) un viaje a la Unión Soviética para comprender que tiene que deshacerse de los comunistas. El 12 de abril de 1927 emite una orden de arresto contra los comunistas. Sus tropas asaltan todos los bastiones comunistas en Shanghai y abren fuego contra los que ofrecen resistencia. Matan alrededor de trescientos comunistas. Muy pocos a todas luces.
Pero el gran error de Chiang Kai-shek fue no matar a Mao. Tenía que haberse concentrado exclusivamente en matar a Mao. No existía nada más importante. Es lo único que tendría que haber hecho: matar a Mao. En Cuba pasó lo mismo. Batista, por sobre todas las cosas, tenía que haber matado a Fidel Castro. Eso lo hubiera convertido en el gran benefactor de Cuba. Pero no lo hizo. Una verdadera lástima.
Mao, mientras Chiang Kai-shek consolida su poder al frente de los nacionalistas, ha conseguido hacerse con un pequeño ejército de bandoleros. Se dedica a saquear y asesinar. Sólo ha participado en una batalla, de lejos, a través de unos prismáticos. Los soviéticos, que desconfian de él, comienzan a apoyarlo pues aprecian su falta de escrúpulos. Cada vez que Mao y sus bandoleros llegan a un pueblo o a una pequeña ciudad, saquean lo que pueden y asesinan a los “burgueses” en la plaza pública después de someterlos a variadas torturas. Mao, generalmente, se instala en la casa de alguno de los “burgueses” que ha matado. A Mao le gusta el lujo y la comodidad. Bebe mucha leche y todos los días consume un kilo de ternera cocida y un pollo entero.
“Puedo comer y cagar mucho”, dice.
Entre los años 1929 y 1931 Mao se mantuvo alejado de los combates y se concentró en purgar de posibles adversarios a su ejército. Mediante estas purgas aumentó su control sobre un número considerable de bandoleros.
Varios líderes rojos se rebelaron contra Mao. ¡Dadnos una vida tranquila y un trabajo pacífico! Clamaban los campesinos. La respuesta de Mao fue asesinar a miles de campesinos e imponer un régimen de terror en los territorios bajo su control. Mao y sus bandidos no se limitaban a matar, una de sus torturas favoritas se aplicaba a las mujeres: “les quemaban particularmente la vagina y les cortaban los senos con puñales”.
Según un informe secreto remitido a la jefatura comunista, en la zona de Jiangxi, completamente saqueada por Mao, “se interrumpieron todos los trabajos para matar. Todos vivían con miedo. Las torturas más espantosas eran generalizadas”. Las había de muchas clases. Una de ellas consistía en meter el cañón al rojo de una pistola por el ano de las víctimas. Sólo en el condado Victoria había ciento veinte tipos de tortura. En una de ellas, bautizada como “ángel tocando la cítara”, los torturadores metían un alambre por el pene de la víctima.
En total, siempre según el informe aludido, murieron en Jiangxi decenas de miles de personas, sólo en el ejército fueron purgados alrededor de diez mil soldados, una cuarta parte del propio ejército de Mao en aquellas fechas.
Estas purgas y matanzas pueden considerarse el momento fundacional del maoísmo.
No es verdad que el comunista Mao quisiera mejorar la vida de los chinos. No es verdad que las ideas de los comunistas rusos y chinos fueran “en el fondo” buenas. Consistían fundamentalmente en esclavizar a medio planeta.
Dejo el libro y pienso en lo estupendo que sería que existiera el Infierno para en cuanto llegue allí irme corriendo a buscar a Sartre y darle una patada en el culo.
Comentario 5:
Sigo vadeando el montón de sangre y mierda de Mao. Ya casi tiene cuarenta años y no es nadie. No se ve por ningún sitio al Gran Timonel que produjo tantos cosquilleos anales a la izquierda europea.
Mientras aparece, se crea un Estado Rojo, al sudoeste de Jiangxi. Se sovietiza la vida y el paisaje. Se talan árboles se construyen plazas de mártires y se convocan concentraciones. Se inaugura un gigantesco monumento en forma de bala gigante. Los cabecillas del Estado Rojo viven en la mansión de la persona más rica de la ciudad, previamente aniquilada. Mao ni siquiera es responsable de la operación, ha llegado Zhou Enlai, un hombre de Moscú, que está al mando. “En cada aldea se fundan decenas de comités: comité de reclutamiento, comité de la tierra, comité de confiscación, comité de registro, comité de toque de queda, entre otros. A partir de los seis años se recluta a los niños para el Cuerpo de Niños. A los quince pasan a la Brigada de Juventudes. Todos los adultos van a parar al Ejército de Defensa”.
Zhou Enlai profesionaliza el crimen. Los asesinos al servicio de Mao “eran cínicos y corruptos y buscaban, ante todo, el beneficio personal”. Ahora se emplea a profesionales entrenados por los soviéticos. Mao queda fascinado con esta maquinaria implacable y más tarde, la impondrá en toda China.
Apenas instaurado, se hizo patente que el nuevo Estado Rojo no podía sobrevivir sin matanzas continuas. “El bienestar de los ciudadanos nunca formó parte del programa político”.
Páginas después me entero de que “el mito Mao”, lo creó un norteamericano: Edgar Snow, un periodista. Siempre hay un periodista norteamericano idiota o hijo de puta o ambas cosas (como Herbert Matthews) cuando un asesino lo necesita.
Como es lógico, muchos de los habitantes del nuevo Estado Rojo, optaron por el suicidio. Inmediatamente Mao desplegó la siguiente consigna: “Los suicidas son los elementos más vergonzantes de las filas revolucionarias”.
Comentario 6:
Ya he pasado los capítulos dedicados a la famosa Larga Marcha de la Revolución China. Resulta que La Larga Marcha a fin de cuentas no es más que un cuento inventado por Mao y los comunistas. Mao se pasó la Larga Marcha en un palanquín cargado por esclavos, jóvenes camaradas, quiero decir. Jamás estuvo en peligro y la cantada batalla en el puente sobre el río Dadu nunca tuvo lugar. Yo mismo he visto películas pavorosas en la isla pavorosa que narraban con lujo de detalles el heroísmo de los rojos chinos y de Mao en esa batalla pero todo es mentira no hubo tal batalla. Sólo hubo un asesino gordo en su palanquín a lomos de jóvenes esclavizados e ideológicamente imbecilizados. Eso fue la legendaria Larga Marcha de Mao.
Me leo otras cien páginas de matanzas, torturas y planificadas hambrunas comunistas. Los mataron a palos. Las jóvenes eran ofrecidas como putas del Partido a los jerarcas comunistas chinos y a los asesores soviéticos. Los mataron de hambre. Los mataron de terror. Estamos hablando de millones de personas. Y todavía no ha llegado al poder Mao.
Y aquí hago un alto para pedirles un favor. Si alguien dice cualquier cosa buena de Mao o de los comunistas chinos o de la Revolución China, o de los comunistas en general, denle un par de bofetadas. Es lo que se merece. Hay que carecer de cualquier tipo de decencia para celebrar a Mao o decir cualquier cosa positiva de semejante asesino y su llamada Revolución. Dos bofetadas. Y si es posible ya que estamos en eso también una patada en el culo.
Cuando Mao por fin tomó el poder gracias a la ayuda norteamericana, soviética y a las estupideces de Chiang Kai-shek, se puso sin demora a la tarea de convertir a toda China en una gran zona roja. Es decir en un gran campo de concentración. Cientos de asesores soviéticos viajaron a China. Las matanzas se hicieron comunes e institucionalizadas. Mao, personalmente, reprendía a los cuadros del partido en las provincias por “ser muy blandos y no matar bastante”. Cuando las provincias elevaban las tasas de ejecuciones, Mao se sentía “muy complacido”.
El 30 de marzo de 1951, Mao ordenó: “En muchos lugares no se atreven a matar contrarrevolucionarios a gran escala y con amplia difusión publicitaria. Esta situación debe cambiar”. Sólo en Pekín se celebraron 30.000 mítines con condenas y ejecuciones a los que asistieron 3,4 millones de personas.
“Mao quería que la población, tanto los adultos como los niños, fueran testigos de la violencia y las muertes, con el propósito de aterrorizarla e insensibilizarla, para lo cual llegaría mucho más lejos que Stalin o Hitler, cuyos crímenes más repugnantes se llevaron a cabo en su mayor parte lejos de la vista del público”.
La cantidad de suicidios igualaba, según los investigadores, la de ejecutados. Los chinos se suicidaban por cualquier medio para escapar del régimen del gran Mao, por ejemplo, “muchos metían la cabeza en una trituradora de grano”.
En 1970, Mao se describió a sí mismo ante el imbécil (o el hijo de puta, cómo saberlo) de Edgar Snow, como “un hombre sin ley ni límites”.
Esto se tradujo al inglés como “Mao, el “monje solitario”.
Mao no tuvo necesidad de robar el dinero del Estado chino, como han hecho la mayoría de los dictadores, sencillamente consideraba el dinero del Estado como suyo. Era infinitamente mejor. Mao apreciaba la buena vida y no se privaba de ningún capricho. Le gustaban las casas de campo. Durante sus veintisiete años de mandato acumuló cincuenta casas de campo, de las cuales cinco se hallaban en Pekín. Estas casas de campo se levantaban en lugares de gran belleza. A veces ocupaban montañas enteras, que se acordonaban para uso exclusivo de Mao. Todas estaban construidas a prueba de balas y algunas de ellas disponían de refugios nucleares, excavados a gran profundidad. Tenían grandes puertas de acero y el coche de Mao podía entrar directamente al salón. También el tren particular de Mao llegaba hasta el interior de estas casas de campo. En muchos casos se construyó un túnel subterráneo que recorría toda la distancia entre el aeropuerto más cercano y la casa de campo de Mao. Cuando Mao volaba en su avión, todos los aviones en el espacio aéreo de China tenían que aterrizar.
Mao era un gourmet. Se hacía traer su comida favorita desde cualquier punto del país. Un pescado especial que le gustaba tenía que ser enviado vivo desde Wuhan, a mil kilómetros de distancia, en una bolsa de plástico con agua que debía mantenerse oxigenada permanentemente. Las verduras de su gusto, así como la leche y las aves de corral, se producían en una granja especial llamada Jushan.
A Mao no le gustaba darse baños ni ducharse. Pasó un cuarto de siglo sin cuarto de baño. Su higiene se limitaba a ser frotado por sus sirvientes con toallas tibias. Tampoco se cepillaba los dientes.
Mao disponía de un ejército de esclavas sexuales reclutadas entre las jóvenes camaradas a lo largo y ancho del país. Aparte de cantantes, bailarinas, animadoras del Partido y doncellas de sus casas de campo, Mao también apreciaba a las enfermeras. A veces, a cambio de los servicios sexuales de sus hijas, la familia de las esclavas recibía alguna pequeña cantidad de dinero.
Este dinero provenía de la llamada Cuenta Especial de Mao. En ella guardaba el dinero de los royalties de sus escritos. Al margen de todos sus privilegios y de ser dueño de todo el dinero del Estado, Mao también tenía acaparado el mercado editorial, al tiempo que prohibía la obra de la gran mayoría de los escritores chinos. Toda la población estaba obligada a comprar las obras de Mao. La Cuenta Especial de Mao llegó a acumular una cifra astronómica para la época.
Mao fue el único millonario que generó la China de Mao.
Comentario 9:
Llego a la Guerra de Corea. Mao quiere la guerra porque así se asegurará la ayuda de Stalin para crear una infraestructura bélica que convierta a China en una gran potencia militar. Para Stalin “el principal aliciente de esta guerra era que los chinos, con sus inmensos efectivos militares, que Mao se mostraba impaciente por utilizar, podían ser capaces de eliminar, o en cualquier caso mantener ocupados, a un número tal de soldados estadounidenses que el equilibrio de poder podía inclinarse a favor de Stalin y permitirle hacer realidad sus planes, que incluían apoderarse de varios países europeos, entre ellos Alemania, España e Italia.”
Comentario 9:
Llego a la Guerra de Corea. Mao quiere la guerra porque así se asegurará la ayuda de Stalin para crear una infraestructura bélica que convierta a China en una gran potencia militar. Para Stalin “el principal aliciente de esta guerra era que los chinos, con sus inmensos efectivos militares, que Mao se mostraba impaciente por utilizar, podían ser capaces de eliminar, o en cualquier caso mantener ocupados, a un número tal de soldados estadounidenses que el equilibrio de poder podía inclinarse a favor de Stalin y permitirle hacer realidad sus planes, que incluían apoderarse de varios países europeos, entre ellos Alemania, España e Italia.”
Hubo un momento, en que Stalin consideró la posibilidad de atacar desde el aire a la flota estadounidense que se encontraba en alta mar, en septiembre de 1950. En octubre, Stalin le comenta a Mao que “la coyuntura constituía una oportunidad única (y fugaz), dado que dos de los países capitalistas más importantes, Alemania y Japón, estaban militarmente fuera de circulación.”
Mientras debatían sobre la posibilidad de desatar la Tercera Guerra Mundial, Stalin reflexionó: “¿Deberíamos temerla? En mi opinión, no… Si es inevitable que haya una guerra, librémosla ahora y no dentro de unos cuantos años”.
Voy leyendo como estos dos asesinos comunistas ( Kim Il Sung no es más que un títere) arman la trama cuyo objetivo es convertir la mayor parte del planeta en un enorme campo de concentración.
Y entonces, se produce un momento de gran belleza y magnífico esplendor humano e histórico. El momento en que lo único que se interpone en el camino del esclavismo comunista mundial son los soldados de Estados Unidos de América que desembarcan en Inchon, justo por debajo del paralelo 38, cortando el paso al ejército norcoreano y al ejército chino.
Detengo la lectura y dedico un emocionado momento a recordar y agradecer a esos muchachos que combatieron y murieron en defensa de nuestra libertad.
Y después de esto naturalmente me produce un desprecio aún mayor el antiamericanismo español.
Comentario 10:
Mao se pasó la Guerra de Corea en un búnker subterráneo por miedo a que los norteamericanos lo bombardearan. Cosa que deberían haber hecho, en mi opinión. (Ya lo he dicho otras veces pero lo repito con gusto: el magnicidio debería ser una asignatura obligatoria en todas las escuelas del mundo). Si los norteamericanos se hubieran concentrado en lanzar una enorme bomba sobre la cabeza de Mao, los chinos hubieran sido los primeros en agradecerlo.
Ya el ejército chino había perdido más de cien mil hombres. Pero Mao le decía a Stalin que no se preocupara que ya estaba enviando 200.000 soldados más. Los chinos combatían con la táctica de “oleadas humanas”, utilizando la única ventaja que tenían: la superioridad numérica.
El actor Michael Caine, “que fue llamado a filas durante la guerra, por aquel entonces simpatizaba con el comunismo. Pero la experiencia hizo que lo aborreciera para siempre. Los soldados chinos cargaban en una oleada tras otra, con el fin de agotar las balas occidentales, lo que llevó al actor a pensar: si no les preocupan las vidas de su propio pueblo, ¿cómo puedo esperar que se preocupen por mí?”
Mao advirtió a su jefe militar: “No trates de buscar una victoria rápida”. Quería una guerra larga que permitiera desgastar las fuerzas norteamericanas y de esa forma hacer posible que Stalin invadiera Europa, que por cierto estaba llena en aquella época de intelectuales maoístas y comunistas que competían por ponerse al servicio de la esclavitud y competían entre ellos para ver quién era más estúpido y más comunista.
Habían muerto ya 37.000 soldados norteamericanos.
“El poder que Mao ejerce no es más dictatorial que el de Roosevelt”, eructó Simone de Beauvoir tras una breve vista a China. Acto seguido, se sentó y escribió un libro gordo titulado La larga marcha, y cobró una buena pasta por el bodrio. “Mao evita la violencia”, concluyó la Beauvoir en su bodrio bien pagado.
Por lo años en que la Beauvoir ¿idiota, canalla? soltaba estas sandeces, Mao mataba de hambre a veintisiete millones de personas. Bueno no a todas las mató de hambre, a muchos los mató a palos o los ejecutó.
Para no ser menos que la Beauvoir, Sartre expelió lo siguiente: “la violencia revolucionaria de Mao es profundamente moral”. Mientras se paseaba por París agitando el Pequeño libro rojo de Mao. Un panfleto lleno de estupideces.
Gracias a gentuza como la Beauvoir y Sartre y gracias en general a un ejército de miserables de su calaña o semejantes, Mao consiguió ocultar a la opinión pública occidental el genocidio generalizado y la esclavitud del pueblo chino.
Cuando por fin algunos chinos pudieron denunciar las atrocidades de Mao, gracias a que habían arriesgado sus vidas escapando a nado a Hong Kong: ¡sus voces recibieron escaso crédito en occidente!
Supongo que en ese momento la Beauvoir estaría demasiado ocupada consiguiendo que sus alumnas se la chuparan a ella y a Sartre, como para prestar atención al asunto.
Comentario 12:
Comentario 12:
La famosa Revolución Cultural de Mao consistió en destruir gran parte de la milenaria cultura china y sustituirla por el Pequeño Libro Rojo lleno de idioteces de Mao. Y fue, sobre todo, una enorme purga. Los artistas, los intelectuales y hasta los maestros fueron perseguidos, internados en campos de concentración y en muchos casos aniquilados. Desaparecieron los libros excepto los libros de Mao y se prohibió la música, el cine y en general cualquier manifestación cultural. La posesión de un libro se convirtió en algo muy peligroso. Mao organizó a bandas de estudiantes para sembrar el terror en todo el país. Mao, personalmente, ordenó destruir la casa museo de Confusio. “Mao odiaba a Confusio porque el confusionismo sostenía que un gobernante debía cuidar de sus súbditos”. He aquí los lemas de la Guardia Roja, creada por Mao para llevar adelante sus planes: “A la mierda los sentimientos humanos” “Seremos brutales”.
Y lo fueron. Por poner un ejemplo, “la directora de un colegio, una mujer de cincuenta años y madre de cuatro hijos, fue pateada y pisoteada por las chicas (la Guardia Roja de Mao), que además le echaron encima agua hirviendo. También le ordenaron que caminara de un lado a otro cargada de pesados ladrillos, azotándola con cinturones del ejército de hebilla metálica y palos de madera tachonados con clavos, mientras caminaba dando tropezones. No tardó en desplomarse y morir”. Escenas como estas se sucedían en todas las ciudades del país.
Un dato para los rojos culosgordos que me encuentro a cada rato: “en 1960 las amas de casa de las ciudades chinas consumían menos de 1200 calorías diarias. Los presos de los campos de concentración de Auschwitz ingerían entre 1300 y 1700 calorías diarias”. Y no es que no hicieran nada las mujeres chinas, se les obligaba a trabajar once horas cada día.
Después de todo esto y en medio de todo esto, Kissinger y Nixon viajaron a China. Allí Mao los humilló, según testigos presenciales, a pesar de que Nixon ya había hecho regalos muy valiosos a Mao para que este accediera a invitarlo a China. Nixon estaba dispuesto a hacer casi cualquier cosa “de cara a sus propios fines electorales”. Entre estos regalos, estaba un escaño con derecho a veto en la ONU, que le fue arrebatado a Taiwan. Y aún hubo más, en una conversación con Zhou Enlai, Kissinger dio a entender (según grabaciones salidas más tarde a la luz) que renunciarían a defender Taiwan y se lo entregarían a China.
Kissinger describió a Mao y sus asesinos como “un grupo de monjes que han preservado su pureza revolucionaria”. “Pueden rivalizar con nosotros en el aspecto moral”. Añadió.
Mao no paraba de reírse y había recuperado el ánimo, bastante decaído a causa de la edad y la mala salud. No paraba de reírse de la imbecilidad de los norteamericanos y del mundo libre por haberle regalado (a cambio de nada) un escaño con derecho a veto en la ONU. Declaró: “Gran Bretaña, Francia, Holanda, Bélgica, Canada, Italia… todos se han convertido en Guardias Rojos”.
Y lo peor del caso es que no le faltaba razón.
Comentario 13:
También tuvo tiempo Mao, ya en las últimas, de pactar con Deng Xiaoping, a quien había purgado en 1966 y más tarde rehabilitado, para que se culpara y se castigara a su mujer, la siniestra Madame Mao, por cualquier “error” léase crímenes y matanzas de los comunistas. Todo a cambio de que lo dejaran morir en la cama, y en el poder, tranquilamente.
“En la actualidad, el retrato de Mao y su cadáver siguen presidiendo la plaza de Tiananmen, situada en el centro de la capital china. El régimen comunista actual se declara heredero de Mao y se esfuerza afanosamente por perpetuar su mito”.
Comentario 13:
No crean ustedes que Mao reventó fácilmente. Estuvo reventando largo rato. Antes de reventar del todo tuvo tiempo de retrasar, hasta que no tuvo remedio, la operación para extirpar un cáncer a su colaborador y esclavo de toda la vida Zhou Enlai. Mao no resistía la idea de que Zhou lo sobreviviera. Zhou Enlai, un asesino siniestro y servil que siempre fue fiel a Mao, andaba orinando sangre y rogando a Mao que permitiera su operación, pero Mao se negó hasta que estuvo seguro de que su fiel colaborador moriría antes que él.
También tuvo tiempo Mao, ya en las últimas, de pactar con Deng Xiaoping, a quien había purgado en 1966 y más tarde rehabilitado, para que se culpara y se castigara a su mujer, la siniestra Madame Mao, por cualquier “error” léase crímenes y matanzas de los comunistas. Todo a cambio de que lo dejaran morir en la cama, y en el poder, tranquilamente.
Al final de su vida, Mao se convirtió en un viejo llorón que sentía lástima de sí mismo y se lamentaba de haber fracasado en su plan de esclavizar el mundo en nombre del comunismo. Le importaba un bledo “que las cifra de muertes resultantes de su mal gobierno superaran con mucho los 70 millones de personas (en tiempos de paz).”
“La autocompasión, a la que siempre había sido propenso, fue la emoción que dominó al absolutamente inmisericorde Mao en sus últimos días”.
Pasados diez minutos de la medianoche del 8 de septiembre de 1976, murió Mao. Sus últimas palabras fueron: “Me siento mal. Llama a los doctores”. Los doctores acudieron pero afortunadamente no pudieron hacer nada y Mao al fin reventó.
“En la actualidad, el retrato de Mao y su cadáver siguen presidiendo la plaza de Tiananmen, situada en el centro de la capital china. El régimen comunista actual se declara heredero de Mao y se esfuerza afanosamente por perpetuar su mito”.
La vida cotidiana en la Alemania nazi (y III), por Javier Bilbao
“¿Qué otra cosa podría desear para los demás sino paz y tranquilidad?” Hitler, 1935
Los carteles de propaganda política de la primera mitad del siglo XX ya fueran nazis, soviéticos, estadounidenses o de ambos bandos de la Guerra Civil española, no solo suelen ser muy atractivos estéticamente, también resultan enormemente interesantes por su carga semiótica, por la manera en que intentan expresar unas ideas. Sobre estas líneas tenemos uno del Partido Nazi para las elecciones del Reichstag de julio de 1932. El texto dice “Los trabajadores hemos despertado”, y como es costumbre en este partido está protagonizado por un supermacho alemán de mandíbula granítica, aquí representado como un auténtico gigante, con el brazo arremangado y el botón de arriba suelto para que veamos que está fuerte. En esta ocasión, sin embargo, no mira solemnemente al horizonte embargado por alguna emoción patriótica, sino hacia unos enanitos a los que muestra una mueca de desprecio y actitud desafiante, con el puño cerrado dispuesto a romper cabezas.
El primero que tiene enfrente representa con su gorra roja al bolchevismo, y sostiene un cartel que dice “¡Barones de Hitler!; Decretos de emergencia; Acoso y calumnias; Los gerifaltes en el tocino, el pueblo en la miseria”. A su lado vemos a un judío susurrándole al oído. En otras ocasiones, según el discurso nacionalsocialista, controlaban el capitalismo internacional. Así que los judíos podían mover los hilos de una cosa y de la contraria, bien. Tras ellos dos, vemos a un tipo con un puñal en la mano, tal vez un agitador socialista o un simple criminal. Finalmente asomando sobre el horizonte se eleva una colosal esvástica sobre un fondo rojo, que es también el color del texto. De manera que según este cartel se mostraban como los auténticos rojos y los auténticos proletarios, no como esos enanos y bien alimentados bolcheviques y socialistas en quienes confiaban los trabajadores antes de despertar. Así es como el NSDAP quería mostrarse ante las elecciones, en un país en el que el 46% de la población era clase obrera. Y no le fue mal, dado que se convirtió en el principal partido, con 13,5 millones de votos.
Una vez que Hitler fue designado canciller, seis meses después de estas elecciones y en sintonía con esta proclamada cercanía a la clase trabajadora, se celebró por primera vez en Alemania el 1 de Mayo, rebautizado como Día Nacional del Trabajo. Aprovechando la estela de ese gesto propagandístico, al día siguiente los sindicatos fueron prohibidos. También fueron ilegalizados el Partido Comunista y el Partido Socialista. Como sucesor de los sindicatos se instauró unos días después, el 10 de mayo de 1933, el Frente Alemán del Trabajo. Estaba dirigido por uno de los nazis más influyentes, Robert Ley. Piloto durante la Primera Guerra Mundial, sufrió lesiones en el lóbulo frontal del cerebro en un aterrizaje forzoso, a lo que se atribuye su comportamiento inestable —como cuando propinó una paliza al ministro-presidente de Baden— y sus declaraciones en ocasiones pintorescas (que eran objeto de chistes entre la población alemana): “un barrendero echa mil microbios a la cuneta con un solo golpe de escoba; un científico se jacta de haber descubierto un solo microbio en toda su vida”. Bajo su mando esta organización pretendía abolir los antagonismos entre patronos y trabajadores, alcanzar también aquí la unidad y la armonía prometidas para Alemania.
La vida cotidiana en la Alemania nazi (II), por Javier Bilbao
Las almas de los alemanes muertos en combate son guiadas por las valquirias hacia el Valhalla (coronado por una gran esvástica), donde el dios Wotan se prepara para la Batalla del Fin del Mundo, el Ragnarök.
(Viene de la primera parte)
“Cuando un opositor dice: “no me acercaré a vosotros”, yo le respondo sin inmutarme: “tu hijo ya nos pertenece”.” Adolf Hitler, 6 de noviembre de 1933.
Como escribió el corresponsal estadounidense William L. Shirer tras asistir a un gran acto del Partido Nazi: “está devolviendo boato, color y misticismo a las vidas grises de los alemanes del siglo XX”. Las espectaculares concentraciones del partido con cientos de miles de participantes y su fastuosa decoración e iluminación con reflectores antiaéreos, sus desfiles de precisión milimétrica, sus ritos paganos y su monumentalidad, su reivindicación de la fuerza, camaradería, épica y acción, la oportunidad que ofrecía al individuo de disolverse en el grupo, la evocación de un pasado legendario junto a la promesa de un futuro radiante… todo ello atrajo a muchos alemanes, pero eran ingredientes que encajaban como un guante especialmente en la mentalidad y el carácter de los más jóvenes. Nada valoraba más el nazismo que la juventud, como herramienta y como ideal, opuesta a la que consideraban decrépita República de Weimar, con un ancianoHindenburg a su frente. De hecho la media de edad de todos los integrantes del partido al llegar al poder era de apenas 28 años. Así que la educación de los jóvenes era un asunto de importancia vital para Hitler:
“El chico alemán del futuro debe ser delgado y flexible, rápido como un galgo, resistente como el cuero y duro como el acero Krupp. Debemos educar un nuevo tipo de ser humano, hombres y mujeres absolutamente disciplinados y saludables. Nos hemos comprometido a dar al pueblo alemán una educación que comienza en la infancia y nunca termina.”
Por ello, poco más de tres meses después de la toma del poder, el nuevo Ministro de Interior Wilhelm Frickestableció el 9 de mayo de 1933 en el Diario General de los Profesores Alemanes que la enseñanza objetiva de la historia era una falacia del liberalismo. Los nuevos principios que la escuela debía enseñar eran:
1) La vida es una lucha constante donde la raza y la sangre son primordiales.
2) La importancia del coraje en la batalla y el sacrificio del individuo por un fin superior.
3) Admiración por el liderazgo del Führer.
4) Odio a los enemigos de Alemania.
Las diferentes asociaciones de profesores fueron absorbidas por una ya existente, la Liga Nacionalsocialista de Maestros, de la que llegaron a ser miembros el 97% de todos los profesores. Ellos debían liderar el cambio a un nuevo sistema educativo. Solo un día después de este manifiesto del ministro, los estudiantes universitarios hicieron hogueras con libros de autores judíos, izquierdistas y en general de cualquier tipo que no encajase en la doctrina del nuevo régimen. Las bibliotecas escolares fueron también rápidamente depuradas y los libros de texto de los alumnos, aunque inicialmente eran los mismos de la época de Weimar, pasaron a ser reescritos y complementados con nuevas publicaciones cargadas de doctrina nazi a partir de 1936.
Adelanto de Los ángeles que llevamos dentro, de Steven Pinker
El Cultural.
Este libro versa sobre lo que acaso sea lo más importante que haya acontecido jamás en la historia humana. Aunque parezca mentira -y la mayoría de la gente no lo crea-, la violencia ha descendido durante prolongados períodos de tiempo, y en la actualidad quizás estemos viviendo en la época más pacífica de la existencia de nuestra especie. Esta disminución, por cierto, no carece de complicaciones, puesto que no ha conseguido llevar la violencia al nivel cero ni garantiza que la violencia continúe disminuyendo en adelante. Sin embargo, desde los enfrentamientos bélicos hasta las zurras a los niños ha habido un avance inequívoco, palpable en escalas de milenios a años.
El retroceso de la violencia afecta a todos los aspectos de la vida. La existencia diaria es muy distinta si hemos de estar siempre preocupados por si nos raptarán, violarán o matarán, y es difícil promover o desarrollar artes sofisticadas, centros de aprendizaje o comercio si las instituciones pertinentes son saqueadas e incendiadas poco después de haber sido construidas.
La trayectoria histórica de la violencia afecta no sólo a cómo se vive la vida sino también a cómo se entiende la vida. Para nuestra idea de significado y finalidad, lo esencial sería saber si los esfuerzos de la especie humana durante largos períodos de tiempo nos han hecho mejores o peores. Concretamente, ¿cómo vamos a conseguir que cobre sentido la modernidad de la erosión de la familia, la tribu, la tradición y la religión producida por las fuerzas del individualismo, el cosmopolitismo, la razón y la ciencia? En buena medida depende de cómo entendamos el legado de esta transición: si vemos el mundo como una pesadilla de crímenes, terrorismo, genocidios y guerras, o como un período que, con arreglo a los estándares históricos, está bendecido por niveles inauditos de coexistencia pacífica.
La cuestión de si el signo aritmético de las tendencias en la violencia es positivo o negativo también tiene que ver con nuestra concepción de la naturaleza humana. Aunque diversas teorías de la naturaleza humana arraigadas en la biología suelen estar asociadas al fatalismo respecto a la violencia, y aunque la teoría de que la mente es una pizarra en blanco está a mi juicio es al revés. ¿Cómo vamos a entender el estado natural de la vida cuando apareció nuestra especie y dieron comienzo los procesos de la historia? La creencia de que la violencia ha aumentado sugiere que el mundo que hemos construido nos ha contaminado, quizá de manera irreparable. La idea de que la violencia ha disminuido sugiere que empezamos fatal y que los artificios de la civilización nos han conducido en una dirección noble, en la que ojalá continuemos.
Es éste un libro voluminoso, pero no hay más remedio. Primero debo convencer al lector de que la violencia ha descendido realmente en el transcurso de la historia, sabiendo que la idea misma invita al escepticismo, la incredulidad y a veces, incluso, al enfado. Nuestras facultades cognitivas nos predisponen a creer que vivimos en una época violenta, en especial cuando son avivadas por medios que siguen la consigna: «Si hay sangre, muéstralo». La mente humana tiende a calcular la probabilidad de un acontecimiento a partir de la facilidad con que puede recordar ejemplos, y las escenas de carnicerías tienen más probabilidades de llegar a los hogares y grabarse en la mente de sus habitantes que las secuencias de personas que mueren de viejas. Con independencia de lo pequeño que sea el porcentaje de muertes violentas, en números absolutos siempre habrá las suficientes para llenar el telediario de la noche, de modo que la impresión de la gente respecto de la violencia no se corresponderá con las proporciones reales de dicha violencia.
La psicología moral también distorsiona nuestro sentido del peligro. Nadie ha reclutado jamás activistas para una causa que anuncie que las cosas están mejorando, y a los portadores de buenas noticias a menudo se les aconseja que mantengan la boca cerrada, no vaya a ser que la gente se confíe y caiga en la autocomplacencia. Asimismo, buena parte de nuestra cultura se resiste a admitir que pueda haber algo bueno en la civilización, la modernidad y la sociedad occidental. Pero quizá la principal causa de la impresión de la omnipresente violencia surge de una de las fuerzas que inicialmente la hicieron descender. La disminución de la conducta violenta ha ido en paralelo con el declive de las actitudes que toleran o glorifican la violencia, y a menudo las actitudes van a la cabeza. Según los criterios de las atrocidades masivas de la historia humana, la inyección letal a un asesino en Texas o un crimen por discriminación en el que un miembro de una minoría étnica es intimidado por vándalos, es un asunto bastante leve. Pero desde una posición estratégica contemporánea, lo vemos como signos de lo bajo que puede caer nuestra conducta y no de lo alto que pueden haber llegado nuestros estándares.
Pese a las ideas preconcebidas, deberé convencer al lector de mis afirmaciones con cifras, que extraeré de conjuntos de datos disponibles y que representaré en gráficas. En cada caso explicaré de dónde proceden y haré todo lo que pueda para interpretar cómo encajan en la historia de la evolución de la violencia. El problema que me he propuesto entender es la reducción de la violencia en diversas escalas: la familia, el barrio, entre tribus y otras facciones armadas, y entre países y estados importantes. Si la historia de la violencia en cada nivel específico tuviera una trayectoria idiosincrásica, cada una pertenecería a un libro aparte. Pero para mi gran y reiterado asombro, las tendencias globales en casi todos los casos, vistos desde la posición ventajosa del presente, apuntan a la baja. Esto requiere documentar las diversas tendencias entre un simple par de portadas y buscar elementos comunes en cuándo, cómo y por qué ha sucedido.
Espero convencer al lector de que demasiadas clases de violencia se han movido en la misma dirección para que todo sea una mera coincidencia, lo cual a mi juicio exige una explicación. Es natural contar la historia de la violencia como una saga moral -una heroica lucha de la justicia contra el mal-, pero éste no es mi punto de partida. Mi enfoque es científico en el sentido mplio de buscar razones de por qué pasan las cosas. Quizá descubramos que un avance concreto en la paz se debió a emprendedores morales y sus acciones. Pero tal vez descubramos también que la explicación es más prosaica, como un cambio en la tecnología, el gobierno, el comercio o el conocimiento. Tampoco podemos entender el descenso de la violencia como una fuerza imparable del progreso que está conduciéndonos a un punto omega de paz perfecta. Es un conjunto de tendencias estadísticas en la conducta de grupos de seres humanos de diversas épocas, y como tal pide una explicación en función de la psicología y la historia: cómo la mente humana afronta circunstancias cambiantes.
Una parte amplia del libro explora la psicología de la violencia y la no violencia. La teoría de la mente que invocaré es una síntesis de ciencia cognitiva, neurociencia afectiva y cognitiva, psicología social y evolutiva, y otras ciencias de la naturaleza humana que examiné en Cómo funciona la mente, La tabla rasa: la negación moderna de la naturaleza humana y The Stuff of Thought. Según esta concepción, la mente es un sistema complejo de facultades emocionales y cognitivas puesto en marcha en el cerebro, que debe su diseño básico a los procesos de la evolución. Algunas de estas facultades nos predisponen a diversas clases de violencia. Otras -«los mejores ángeles de nuestra naturaleza», en palabras de Abraham Lincoln- nos predisponen a la cooperación y la paz. Para explicar el descenso de la violencia hemos de identificar los cambios en el medio cultural y material que han dado ventaja a nuestra tendencia pacífica.
Por último, necesito mostrar cómo nuestra historia se ha imbricado con nuestra psicología. En los asuntos humanos, todo está conectado con todo, lo cual es especialmente cierto si hablamos de violencia. A lo largo del tiempo y el espacio, las sociedades más pacíficas también suelen ser más ricas, sanas y cultas, estar mejor gobernadas, respetar más a las mujeres y practicar más el comercio. No es fácil decir cuál de estos rasgos felices inició el círculo virtuoso y cuál se incorporó sin tener un papel importante, y es tentador resignarse a circularidades insatisfactorias, como que la violencia disminuyó porque la cultura se volvió menos violenta. Los científicos sociales distinguen las variables «endógenas» -las de dentro del sistema, donde acaso se vean afectadas por los mismos fenómenos que están intentando explicar- de las «exógenas» -las que se ponen en movimiento debido a fuerzas externas-. Las fuerzas exógenas pueden tener su origen en el terreno práctico, como los cambios en la tecnología, la demografía o los mecanismos del comercio y el gobierno. Pero también pueden originarse en el terreno intelectual, a medida que ideas nuevas se conciben, difunden y adquieren vida propia. La explicación más satisfactoria de un cambio histórico es la que identifica un desencadenante exógeno. Partiendo de los datos, intentaré identificar fuerzas exógenas que se han engranado con nuestras facultades mentales de diversas maneras en distintos momentos y que, al parecer, han generado descensos en los niveles de violencia.
Los análisis que tratan de justificar estas cuestiones dan como resultado un libro grande -lo bastante grande para que no estropee la historia si anticipo las principales conclusiones-. Los ángeles que llevamos dentro es un relato de seis tendencias, cinco demonios interiores, cuatro ángeles y cinco fuerzas históricas.
Seis tendencias (capítulos 2 al 7). Para dar cierta coherencia a los muchos avances que componen el repliegue de nuestra especie con respecto a la violencia, los agrupo en seis tendencias principales.
La primera, que tuvo lugar en la escala de los milenios, fue la transición desde la anarquía de la caza, la recolección y las sociedades hortícolas -en las que nuestra especie pasó la mayor parte de su historia evolutiva- hasta las primeras civilizaciones agrícolas con ciudades y gobiernos, que comenzaron hace unos cinco mil años. Este cambio fue acompañado por una disminución de las incursiones y las contiendas que caracterizaban la vida en un estado natural y por un descenso, más o menos a la quinta parte, en los índices de muertes violentas. A esta imposición de la paz la denomino «proceso de pacificación».
La segunda transición abarcó más de medio milenio, y donde está mejor documentada es en Europa. Entre finales de la Edad Media y el siglo xx, los países europeos asistieron a una disminución, entre diez y quince veces, de sus índices de homicidios. En su obra clásica El proceso de la civilización, el sociólogo Norbert Elias atribuía este sorprendente descenso a la consolidación de un patchwork de territorios feudales en grandes reinos con una autoridad centralizada y una infraestructura comercial. Con un gesto de asentimiento a Elias, llamo a esta tendencia «proceso de civilización».
La tercera transición se extendió en la escala de los siglos, y se inició en torno a la Era de la Razón y la política de la Ilustración europea en los siglos xvii y xviii (aunque había habido antecedentes en la Grecia clásica y el Renacimiento, y paralelismos en otras partes del mundo). Se produjeron entonces los primeros movimientos organizados para abolir formas de violencia socialmente toleradas, como el despotismo, la esclavitud, los duelos, la tortura judicial, las matanzas supersticiosas, el castigo sádico y la crueldad con los animales, junto con los primeros indicios de pacifismo sistemático. A veces los historiadores denominan «revolución humanitaria» a esta transición.
La cuarta transición importante tuvo lugar al acabar la Segunda Guerra Mundial. Desde entonces, las dos terceras partes de un siglo han sido testigos de un avance sin precedentes históricos: las grandes potencias y los países desarrollados en general han dejado de librar guerras entre sí. A esta situación bienaventurada los historiadores la han denominado la «larga paz».
La quinta tendencia también tiene que ver con los combates armados, pero es más indirecta. Aunque a los lectores de noticias quizá les cueste creerlo, desde el final de la Guerra Fría en 1989 han disminuido en todo el mundo los conflictos organizados de toda clase: guerras civiles, genocidios, represión a cargo de gobiernos autocráticos y atentados terroristas. Como reconocimiento al carácter provisional de este feliz avance, lo llamaré la «nueva paz».
Finalmente, después de la Segunda Guerra Mundial, en la posguerra inaugurada simbólicamente por la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948, ha crecido la aversión a la agresión a escalas más pequeñas, incluyendo la violencia contra minorías étnicas, mujeres, niños, homosexuales y animales. Estos productos derivados del concepto de derechos humanos -derechos civiles, derechos de las mujeres, derechos de los niños, derechos de los gais y derechos de los animales- se reafirmaron en una sucesión de movimientos, desde finales de la década de 1950 hasta la actualidad, que denominaré las «revoluciones por los derechos».
Cinco demonios interiores (capítulo 8). Muchas personas creen implícitamente en la «teoría hidráulica de la violencia»: los seres humanos albergan un impulso interno hacia la agresividad (instinto de muerte o sed de sangre), que crece dentro de nosotros y que, de vez en cuando, debe ser liberado. Nada podría estar más lejos de un conocimiento científico contemporáneo de la psicología de la violencia. La agresividad no es un impulso único, no digamos ya un impulso creciente. Es el resultado de varios sistemas psicológicos que difieren en cuanto a sus desencadenantes ambientales, su lógica interna, su base neurológica y su distribución social. El capítulo 8 está dedicado a explicar cinco de ellos. La violencia depredadora o instrumental es simplemente una violencia utilizada como un medio práctico para un fin. El dominio es el deseo de autoridad, prestigio, gloria y poder, en forma de gestos viriles entre individuos o de luchas por la supremacía entre grupos raciales, étnicos, religiosos o nacionales. La venganza alimenta el impulso moralizador hacia la represalia, el castigo y la justicia. El sadismo es el placer obtenido del sufrimiento de otro. Y la ideología es un sistema de creencias compartido, que por lo general supone la visión de una utopía que justifica la violencia ilimitada en pos de un bien ilimitado.
Cuatro mejores ángeles (capítulo 9). Los seres humanos no son buenos de manera innata (tampoco malos), pero vienen provistos de impulsos que pueden alejarlos de la violencia y orientarlos hacia la cooperación y el altruismo. La empatía (especialmente en el sentido de «preocupación compasiva») nos empuja a sentir el dolor de otros y a alinear sus intereses con los nuestros. El autocontrol nos permite prever las consecuencias de actuar sobre los impulsos y, por tanto, inhibirlos. El sentido moral consagra una serie de normas y tabúes que rigen las interacciones entre las personas de una cultura, a veces de maneras que reducen la violencia, aunque a menudo (cuando las normas son tribales, autoritarias o puritanas) de maneras que la incrementan. Y la facultad de razonar nos permite liberarnos de nuestras posiciones estratégicas provincianas, reflexionar sobre el modo en que vivimos la vida, deducir maneras en que podríamos mejorar, y guiar la diligencia de los otros mejores ángeles de nuestra naturaleza. En un apartado también examinaré la posibilidad de que, en la historia reciente, el Homo sapiens haya evolucionado literalmente para volverse menos violento, en el sentido técnico biológico de un cambio en el genoma. No obstante, el libro se centrará en transformaciones exclusivamente ambientales: cambios en circunstancias históricas que enlazan de diferentes formas con una naturaleza humana estable.
Cinco fuerzas históricas (capítulo 10). En el último capítulo intento volver a reunir la psicología y la historia identificando fuerzas exógenas que favorecen nuestra inclinación a la paz y que han impulsado los múltiples descensos de la violencia. El Leviatán, estado y sistema jurídico con un monopolio del uso legítimo de la fuerza, puede calmar la tentación del ataque explotador, inhibir el impulso de venganza y burlar las inclinaciones interesadas que hacen creer a todas las partes que están del lado de los ángeles. El comercio es un juego de suma positiva en el que todo el mundo puede ganar; mientras el progreso tecnológico permite el intercambio de bienes e ideas en distancias cada vez mayores y entre grupos más grandes de socios, las otras personas llegan a ser más valiosas vivas que muertas y tienen menos probabilidades de volverse blancos de la demonización y la deshumanización. La feminización es el proceso por el que las culturas han respetado cada vez más los intereses y valores de las mujeres. Como la violencia es en buena medida un pasatiempo masculino, las culturas que dan poder a las mujeres tienden a alejarse de la glorificación de la violencia y es menos probable que engendren subculturas de jóvenes desarraigados. Las fuerzas del cosmopolitismo, como la alfabetización, la movilidad y los medios de comunicación de masas, pueden inducir a la gente a adoptar la perspectiva de gente distinta y ampliar su círculo solidario. Por último, una redoblada aplicación de conocimiento y racionalidad a los asuntos humanos -la escalera mecánica de la razón- puede forzar a las personas a reconocer la inutilidad de los ciclos de violencia, a rebajar el privilegio de los intereses de uno sobre los de los demás, y a redefinir la violencia como un problema que hay que resolver y no como un combate que hay que ganar.
Cuando uno se hace consciente del declive de la violencia, el mundo comienza a tener otro aspecto. El pasado parece menos inocente; el presente, menos siniestro. Empezamos a valorar los pequeños regalos de coexistencia que habrían parecido utópicos a nuestros antepasados: la familia interracial jugando en el parque, el cómico que suelta una ocurrencia sobre el comandante en jefe, los países que tranquilamente evitan una crisis en vez de aumentar las posibilidades de guerra. El cambio no es hacia la autocomplacencia: disfrutamos de la paz que hoy tenemos porque muchos individuos de generaciones pasadas quedaron horrorizados por la violencia de su época y se esforzaron por reducirla, del mismo modo que nosotros debemos esforzarnos por reducir la violencia que persiste en la actualidad. De hecho, reconocer la disminución de la violencia ratifica que tales esfuerzos merecen la pena, sin lugar a dudas. La crueldad del hombre hacia el hombre ha sido desde hace tiempo tema de moralización. Al saber que algo la ha hecho disminuir, también podemos considerarla una cuestión de causa y efecto. En vez de preguntar: «¿Por qué están en guerra?», deberíamos preguntarnos: «¿Por qué hay paz?». Podemos obsesionarnos no sólo con lo que hemos estado haciendo mal sino también con lo que hemos estado haciendo bien. Porque hemos estado haciendo algo bien, y sería bueno saber exactamente qué es.
Muchas personas me han preguntado por qué emprendí el análisis de la violencia. No debería ser ningún misterio: la violencia es una preocupación natural de todo aquel que estudie la naturaleza humana. Empecé a aprender sobre el descenso de la violencia en un libro de Martin Daly y Margo Wilson sobre psicología evolutiva, Homicide, en el que examinaban los elevados índices de muertes violentas en sociedades sin estado y la disminución de homicidios desde la Edad Media hasta la actualidad. En varios de mis libros anteriores he citado estas tendencias descendentes, junto con avances humanos como la abolición de la esclavitud, el despotismo y castigos crueles en la historia de Occidente, en apoyo de la idea de que el progreso moral es compatible con un enfoque biológico de la mente humana y un reconocimiento del lado oscuro de nuestra naturaleza. Reiteré estas observaciones en respuesta a la pregunta anual del foro online, que en 2007 era: «¿Sobre qué eres optimista?». Mi sarcasmo provocó una oleada de correspondencia de expertos en criminología histórica y estudios internacionales, según los cuales las pruebas de una reducción histórica de la violencia eran más amplias de lo que yo había pensado. Fueron sus datos los que me convencieron de que ahí había una historia infravalorada esperando ser contada.
Este libro versa sobre lo que acaso sea lo más importante que haya acontecido jamás en la historia humana. Aunque parezca mentira -y la mayoría de la gente no lo crea-, la violencia ha descendido durante prolongados períodos de tiempo, y en la actualidad quizás estemos viviendo en la época más pacífica de la existencia de nuestra especie. Esta disminución, por cierto, no carece de complicaciones, puesto que no ha conseguido llevar la violencia al nivel cero ni garantiza que la violencia continúe disminuyendo en adelante. Sin embargo, desde los enfrentamientos bélicos hasta las zurras a los niños ha habido un avance inequívoco, palpable en escalas de milenios a años.
El retroceso de la violencia afecta a todos los aspectos de la vida. La existencia diaria es muy distinta si hemos de estar siempre preocupados por si nos raptarán, violarán o matarán, y es difícil promover o desarrollar artes sofisticadas, centros de aprendizaje o comercio si las instituciones pertinentes son saqueadas e incendiadas poco después de haber sido construidas.
La trayectoria histórica de la violencia afecta no sólo a cómo se vive la vida sino también a cómo se entiende la vida. Para nuestra idea de significado y finalidad, lo esencial sería saber si los esfuerzos de la especie humana durante largos períodos de tiempo nos han hecho mejores o peores. Concretamente, ¿cómo vamos a conseguir que cobre sentido la modernidad de la erosión de la familia, la tribu, la tradición y la religión producida por las fuerzas del individualismo, el cosmopolitismo, la razón y la ciencia? En buena medida depende de cómo entendamos el legado de esta transición: si vemos el mundo como una pesadilla de crímenes, terrorismo, genocidios y guerras, o como un período que, con arreglo a los estándares históricos, está bendecido por niveles inauditos de coexistencia pacífica.
La cuestión de si el signo aritmético de las tendencias en la violencia es positivo o negativo también tiene que ver con nuestra concepción de la naturaleza humana. Aunque diversas teorías de la naturaleza humana arraigadas en la biología suelen estar asociadas al fatalismo respecto a la violencia, y aunque la teoría de que la mente es una pizarra en blanco está a mi juicio es al revés. ¿Cómo vamos a entender el estado natural de la vida cuando apareció nuestra especie y dieron comienzo los procesos de la historia? La creencia de que la violencia ha aumentado sugiere que el mundo que hemos construido nos ha contaminado, quizá de manera irreparable. La idea de que la violencia ha disminuido sugiere que empezamos fatal y que los artificios de la civilización nos han conducido en una dirección noble, en la que ojalá continuemos.
Es éste un libro voluminoso, pero no hay más remedio. Primero debo convencer al lector de que la violencia ha descendido realmente en el transcurso de la historia, sabiendo que la idea misma invita al escepticismo, la incredulidad y a veces, incluso, al enfado. Nuestras facultades cognitivas nos predisponen a creer que vivimos en una época violenta, en especial cuando son avivadas por medios que siguen la consigna: «Si hay sangre, muéstralo». La mente humana tiende a calcular la probabilidad de un acontecimiento a partir de la facilidad con que puede recordar ejemplos, y las escenas de carnicerías tienen más probabilidades de llegar a los hogares y grabarse en la mente de sus habitantes que las secuencias de personas que mueren de viejas. Con independencia de lo pequeño que sea el porcentaje de muertes violentas, en números absolutos siempre habrá las suficientes para llenar el telediario de la noche, de modo que la impresión de la gente respecto de la violencia no se corresponderá con las proporciones reales de dicha violencia.
La psicología moral también distorsiona nuestro sentido del peligro. Nadie ha reclutado jamás activistas para una causa que anuncie que las cosas están mejorando, y a los portadores de buenas noticias a menudo se les aconseja que mantengan la boca cerrada, no vaya a ser que la gente se confíe y caiga en la autocomplacencia. Asimismo, buena parte de nuestra cultura se resiste a admitir que pueda haber algo bueno en la civilización, la modernidad y la sociedad occidental. Pero quizá la principal causa de la impresión de la omnipresente violencia surge de una de las fuerzas que inicialmente la hicieron descender. La disminución de la conducta violenta ha ido en paralelo con el declive de las actitudes que toleran o glorifican la violencia, y a menudo las actitudes van a la cabeza. Según los criterios de las atrocidades masivas de la historia humana, la inyección letal a un asesino en Texas o un crimen por discriminación en el que un miembro de una minoría étnica es intimidado por vándalos, es un asunto bastante leve. Pero desde una posición estratégica contemporánea, lo vemos como signos de lo bajo que puede caer nuestra conducta y no de lo alto que pueden haber llegado nuestros estándares.
Pese a las ideas preconcebidas, deberé convencer al lector de mis afirmaciones con cifras, que extraeré de conjuntos de datos disponibles y que representaré en gráficas. En cada caso explicaré de dónde proceden y haré todo lo que pueda para interpretar cómo encajan en la historia de la evolución de la violencia. El problema que me he propuesto entender es la reducción de la violencia en diversas escalas: la familia, el barrio, entre tribus y otras facciones armadas, y entre países y estados importantes. Si la historia de la violencia en cada nivel específico tuviera una trayectoria idiosincrásica, cada una pertenecería a un libro aparte. Pero para mi gran y reiterado asombro, las tendencias globales en casi todos los casos, vistos desde la posición ventajosa del presente, apuntan a la baja. Esto requiere documentar las diversas tendencias entre un simple par de portadas y buscar elementos comunes en cuándo, cómo y por qué ha sucedido.
Espero convencer al lector de que demasiadas clases de violencia se han movido en la misma dirección para que todo sea una mera coincidencia, lo cual a mi juicio exige una explicación. Es natural contar la historia de la violencia como una saga moral -una heroica lucha de la justicia contra el mal-, pero éste no es mi punto de partida. Mi enfoque es científico en el sentido mplio de buscar razones de por qué pasan las cosas. Quizá descubramos que un avance concreto en la paz se debió a emprendedores morales y sus acciones. Pero tal vez descubramos también que la explicación es más prosaica, como un cambio en la tecnología, el gobierno, el comercio o el conocimiento. Tampoco podemos entender el descenso de la violencia como una fuerza imparable del progreso que está conduciéndonos a un punto omega de paz perfecta. Es un conjunto de tendencias estadísticas en la conducta de grupos de seres humanos de diversas épocas, y como tal pide una explicación en función de la psicología y la historia: cómo la mente humana afronta circunstancias cambiantes.
Una parte amplia del libro explora la psicología de la violencia y la no violencia. La teoría de la mente que invocaré es una síntesis de ciencia cognitiva, neurociencia afectiva y cognitiva, psicología social y evolutiva, y otras ciencias de la naturaleza humana que examiné en Cómo funciona la mente, La tabla rasa: la negación moderna de la naturaleza humana y The Stuff of Thought. Según esta concepción, la mente es un sistema complejo de facultades emocionales y cognitivas puesto en marcha en el cerebro, que debe su diseño básico a los procesos de la evolución. Algunas de estas facultades nos predisponen a diversas clases de violencia. Otras -«los mejores ángeles de nuestra naturaleza», en palabras de Abraham Lincoln- nos predisponen a la cooperación y la paz. Para explicar el descenso de la violencia hemos de identificar los cambios en el medio cultural y material que han dado ventaja a nuestra tendencia pacífica.
Por último, necesito mostrar cómo nuestra historia se ha imbricado con nuestra psicología. En los asuntos humanos, todo está conectado con todo, lo cual es especialmente cierto si hablamos de violencia. A lo largo del tiempo y el espacio, las sociedades más pacíficas también suelen ser más ricas, sanas y cultas, estar mejor gobernadas, respetar más a las mujeres y practicar más el comercio. No es fácil decir cuál de estos rasgos felices inició el círculo virtuoso y cuál se incorporó sin tener un papel importante, y es tentador resignarse a circularidades insatisfactorias, como que la violencia disminuyó porque la cultura se volvió menos violenta. Los científicos sociales distinguen las variables «endógenas» -las de dentro del sistema, donde acaso se vean afectadas por los mismos fenómenos que están intentando explicar- de las «exógenas» -las que se ponen en movimiento debido a fuerzas externas-. Las fuerzas exógenas pueden tener su origen en el terreno práctico, como los cambios en la tecnología, la demografía o los mecanismos del comercio y el gobierno. Pero también pueden originarse en el terreno intelectual, a medida que ideas nuevas se conciben, difunden y adquieren vida propia. La explicación más satisfactoria de un cambio histórico es la que identifica un desencadenante exógeno. Partiendo de los datos, intentaré identificar fuerzas exógenas que se han engranado con nuestras facultades mentales de diversas maneras en distintos momentos y que, al parecer, han generado descensos en los niveles de violencia.
Los análisis que tratan de justificar estas cuestiones dan como resultado un libro grande -lo bastante grande para que no estropee la historia si anticipo las principales conclusiones-. Los ángeles que llevamos dentro es un relato de seis tendencias, cinco demonios interiores, cuatro ángeles y cinco fuerzas históricas.
Seis tendencias (capítulos 2 al 7). Para dar cierta coherencia a los muchos avances que componen el repliegue de nuestra especie con respecto a la violencia, los agrupo en seis tendencias principales.
La primera, que tuvo lugar en la escala de los milenios, fue la transición desde la anarquía de la caza, la recolección y las sociedades hortícolas -en las que nuestra especie pasó la mayor parte de su historia evolutiva- hasta las primeras civilizaciones agrícolas con ciudades y gobiernos, que comenzaron hace unos cinco mil años. Este cambio fue acompañado por una disminución de las incursiones y las contiendas que caracterizaban la vida en un estado natural y por un descenso, más o menos a la quinta parte, en los índices de muertes violentas. A esta imposición de la paz la denomino «proceso de pacificación».
La segunda transición abarcó más de medio milenio, y donde está mejor documentada es en Europa. Entre finales de la Edad Media y el siglo xx, los países europeos asistieron a una disminución, entre diez y quince veces, de sus índices de homicidios. En su obra clásica El proceso de la civilización, el sociólogo Norbert Elias atribuía este sorprendente descenso a la consolidación de un patchwork de territorios feudales en grandes reinos con una autoridad centralizada y una infraestructura comercial. Con un gesto de asentimiento a Elias, llamo a esta tendencia «proceso de civilización».
La tercera transición se extendió en la escala de los siglos, y se inició en torno a la Era de la Razón y la política de la Ilustración europea en los siglos xvii y xviii (aunque había habido antecedentes en la Grecia clásica y el Renacimiento, y paralelismos en otras partes del mundo). Se produjeron entonces los primeros movimientos organizados para abolir formas de violencia socialmente toleradas, como el despotismo, la esclavitud, los duelos, la tortura judicial, las matanzas supersticiosas, el castigo sádico y la crueldad con los animales, junto con los primeros indicios de pacifismo sistemático. A veces los historiadores denominan «revolución humanitaria» a esta transición.
La cuarta transición importante tuvo lugar al acabar la Segunda Guerra Mundial. Desde entonces, las dos terceras partes de un siglo han sido testigos de un avance sin precedentes históricos: las grandes potencias y los países desarrollados en general han dejado de librar guerras entre sí. A esta situación bienaventurada los historiadores la han denominado la «larga paz».
La quinta tendencia también tiene que ver con los combates armados, pero es más indirecta. Aunque a los lectores de noticias quizá les cueste creerlo, desde el final de la Guerra Fría en 1989 han disminuido en todo el mundo los conflictos organizados de toda clase: guerras civiles, genocidios, represión a cargo de gobiernos autocráticos y atentados terroristas. Como reconocimiento al carácter provisional de este feliz avance, lo llamaré la «nueva paz».
Finalmente, después de la Segunda Guerra Mundial, en la posguerra inaugurada simbólicamente por la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948, ha crecido la aversión a la agresión a escalas más pequeñas, incluyendo la violencia contra minorías étnicas, mujeres, niños, homosexuales y animales. Estos productos derivados del concepto de derechos humanos -derechos civiles, derechos de las mujeres, derechos de los niños, derechos de los gais y derechos de los animales- se reafirmaron en una sucesión de movimientos, desde finales de la década de 1950 hasta la actualidad, que denominaré las «revoluciones por los derechos».
Cinco demonios interiores (capítulo 8). Muchas personas creen implícitamente en la «teoría hidráulica de la violencia»: los seres humanos albergan un impulso interno hacia la agresividad (instinto de muerte o sed de sangre), que crece dentro de nosotros y que, de vez en cuando, debe ser liberado. Nada podría estar más lejos de un conocimiento científico contemporáneo de la psicología de la violencia. La agresividad no es un impulso único, no digamos ya un impulso creciente. Es el resultado de varios sistemas psicológicos que difieren en cuanto a sus desencadenantes ambientales, su lógica interna, su base neurológica y su distribución social. El capítulo 8 está dedicado a explicar cinco de ellos. La violencia depredadora o instrumental es simplemente una violencia utilizada como un medio práctico para un fin. El dominio es el deseo de autoridad, prestigio, gloria y poder, en forma de gestos viriles entre individuos o de luchas por la supremacía entre grupos raciales, étnicos, religiosos o nacionales. La venganza alimenta el impulso moralizador hacia la represalia, el castigo y la justicia. El sadismo es el placer obtenido del sufrimiento de otro. Y la ideología es un sistema de creencias compartido, que por lo general supone la visión de una utopía que justifica la violencia ilimitada en pos de un bien ilimitado.
Cuatro mejores ángeles (capítulo 9). Los seres humanos no son buenos de manera innata (tampoco malos), pero vienen provistos de impulsos que pueden alejarlos de la violencia y orientarlos hacia la cooperación y el altruismo. La empatía (especialmente en el sentido de «preocupación compasiva») nos empuja a sentir el dolor de otros y a alinear sus intereses con los nuestros. El autocontrol nos permite prever las consecuencias de actuar sobre los impulsos y, por tanto, inhibirlos. El sentido moral consagra una serie de normas y tabúes que rigen las interacciones entre las personas de una cultura, a veces de maneras que reducen la violencia, aunque a menudo (cuando las normas son tribales, autoritarias o puritanas) de maneras que la incrementan. Y la facultad de razonar nos permite liberarnos de nuestras posiciones estratégicas provincianas, reflexionar sobre el modo en que vivimos la vida, deducir maneras en que podríamos mejorar, y guiar la diligencia de los otros mejores ángeles de nuestra naturaleza. En un apartado también examinaré la posibilidad de que, en la historia reciente, el Homo sapiens haya evolucionado literalmente para volverse menos violento, en el sentido técnico biológico de un cambio en el genoma. No obstante, el libro se centrará en transformaciones exclusivamente ambientales: cambios en circunstancias históricas que enlazan de diferentes formas con una naturaleza humana estable.
Cinco fuerzas históricas (capítulo 10). En el último capítulo intento volver a reunir la psicología y la historia identificando fuerzas exógenas que favorecen nuestra inclinación a la paz y que han impulsado los múltiples descensos de la violencia. El Leviatán, estado y sistema jurídico con un monopolio del uso legítimo de la fuerza, puede calmar la tentación del ataque explotador, inhibir el impulso de venganza y burlar las inclinaciones interesadas que hacen creer a todas las partes que están del lado de los ángeles. El comercio es un juego de suma positiva en el que todo el mundo puede ganar; mientras el progreso tecnológico permite el intercambio de bienes e ideas en distancias cada vez mayores y entre grupos más grandes de socios, las otras personas llegan a ser más valiosas vivas que muertas y tienen menos probabilidades de volverse blancos de la demonización y la deshumanización. La feminización es el proceso por el que las culturas han respetado cada vez más los intereses y valores de las mujeres. Como la violencia es en buena medida un pasatiempo masculino, las culturas que dan poder a las mujeres tienden a alejarse de la glorificación de la violencia y es menos probable que engendren subculturas de jóvenes desarraigados. Las fuerzas del cosmopolitismo, como la alfabetización, la movilidad y los medios de comunicación de masas, pueden inducir a la gente a adoptar la perspectiva de gente distinta y ampliar su círculo solidario. Por último, una redoblada aplicación de conocimiento y racionalidad a los asuntos humanos -la escalera mecánica de la razón- puede forzar a las personas a reconocer la inutilidad de los ciclos de violencia, a rebajar el privilegio de los intereses de uno sobre los de los demás, y a redefinir la violencia como un problema que hay que resolver y no como un combate que hay que ganar.
Cuando uno se hace consciente del declive de la violencia, el mundo comienza a tener otro aspecto. El pasado parece menos inocente; el presente, menos siniestro. Empezamos a valorar los pequeños regalos de coexistencia que habrían parecido utópicos a nuestros antepasados: la familia interracial jugando en el parque, el cómico que suelta una ocurrencia sobre el comandante en jefe, los países que tranquilamente evitan una crisis en vez de aumentar las posibilidades de guerra. El cambio no es hacia la autocomplacencia: disfrutamos de la paz que hoy tenemos porque muchos individuos de generaciones pasadas quedaron horrorizados por la violencia de su época y se esforzaron por reducirla, del mismo modo que nosotros debemos esforzarnos por reducir la violencia que persiste en la actualidad. De hecho, reconocer la disminución de la violencia ratifica que tales esfuerzos merecen la pena, sin lugar a dudas. La crueldad del hombre hacia el hombre ha sido desde hace tiempo tema de moralización. Al saber que algo la ha hecho disminuir, también podemos considerarla una cuestión de causa y efecto. En vez de preguntar: «¿Por qué están en guerra?», deberíamos preguntarnos: «¿Por qué hay paz?». Podemos obsesionarnos no sólo con lo que hemos estado haciendo mal sino también con lo que hemos estado haciendo bien. Porque hemos estado haciendo algo bien, y sería bueno saber exactamente qué es.
Muchas personas me han preguntado por qué emprendí el análisis de la violencia. No debería ser ningún misterio: la violencia es una preocupación natural de todo aquel que estudie la naturaleza humana. Empecé a aprender sobre el descenso de la violencia en un libro de Martin Daly y Margo Wilson sobre psicología evolutiva, Homicide, en el que examinaban los elevados índices de muertes violentas en sociedades sin estado y la disminución de homicidios desde la Edad Media hasta la actualidad. En varios de mis libros anteriores he citado estas tendencias descendentes, junto con avances humanos como la abolición de la esclavitud, el despotismo y castigos crueles en la historia de Occidente, en apoyo de la idea de que el progreso moral es compatible con un enfoque biológico de la mente humana y un reconocimiento del lado oscuro de nuestra naturaleza. Reiteré estas observaciones en respuesta a la pregunta anual del foro online
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