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Número Especial I, revista Desperta Ferro: La guerra de los Treinta años


Otro gran número de la revista de historia militar y política Desperta Ferro. Esta vez el número se centra en la edad moderna. De hecho la revista va a tener dos líneas, una la original, centrándose en las épocas antigua y medieval, y otra de la época moderna.

El número es muy interesante en su totalidad, pero destaco el artículo "Vivir y morir en el mar", por Magadalena de Pazzis Pi Corrales, del que transcribo estos dos párrafos sobre "La vida a bordo" (p.44):
"La falta de higiene no contribuía a 'animar' a embarcar, ya que el hedor que llegaban a desprender los fletados durante semanas y meses, lavados en el mejor de los casos con agua putrefacta, resultaba insoportable; además, viajaban a bordo todo tipo de 'inquilinos'; pulgas, piojos, chinches, cucarachas, ratas y otros roedores que deambulaban por doquier en las embarcaciones; a lo que se unía la particular circunstancia de los galeotes, hacinados y encadenados a su banco, siempre preparados para la eventualidad de la boga cuando las circunstancias lo requieran. 
Si nos detenemos a valorar las raciones de los embarcados, es obvio que no suponía el atractivo para la vida a bordo, pero era mucho en comparación con su vida de miseria y malnutrición. La falta de alimentos frescos se suplía con el elevado consumo de pan y vizcocho, hecho con harina de trigo más o menos entera al que se añadía levadura antes de inflarlo para introducirlo en el horno, asado después de nuevo a temperatura moderada para que se secase y durara más que el pan corriente. Junto a estos ingredientes  el vino, el agua y la cerveza -especia de fango verdoso porque decía que 'se mareaba' en el mar-, y el resto de lo que componían la dieta a bordo, como arroz, habas, garbanzos, tocino, pescado, queso y otras legumbres. Los forzados recibían una ración menor que los buenos boyas, aunque en la cena ingerían la 'mazamorra', una especie de sopa preparada con el vizcocho más estropeado y de menor contribución calórica, si cabe. Con todo, fue relativamente razonable el buen valor nutricional y el aporte vitamínico y de proteínas, aunque fue real igualmente la deficiencia de sales minerales por el desgaste elevado que se producía cuando entraban en combate".
También dejo un audio sobre el mismo tema: La Guerra de los Treinta Años en La Mecánica del Caracol.

Y aquí el resumen del número:


  •  Los orígenes de la guerra, por Alfredo Alvar (CSIC) El inicio de la Guerra de los Treinta Años en 1618 cogió a la Monarquía de España en mala situación política. Pero ni por sorpresa, ni con los brazos caídos. Aquella España era mucha España, aunque tuviera sus fisuras, como siempre han tenido todos los sistemas políticos, que parece que la Historia de España es un permanente devenir de incansables y recurrentes crisis y más crisis, que no paran de azotarla. Si hay tantas crisis, ¿cuándo se está en la cresta de la ola?, ¿nunca?; ¿se puede organizar un imperio planetario por gentes en permanente crisis? Imposible creerlo.





  •  La revolución militar, por Eduardo de Mesa (Universidad de Dublín) Los ejércitos de la casa de Austria durante el siglo XVII, a pesar del mito de la decadencia que aún hoy tiene adeptos, fueron una de las maquinas militares más importantes, eficaces y decisivas del Mundo Moderno. Su evolución desde el siglo XVI permitió que la Monarquía Hispánica lograse defender sus intereses por todo el globo en uno de los momentos más críticos de la historia de España.




  • • La batalla de Nördlingen, por Enrique Martínez Ruíz (UCM) Tras firmar con Richelieu el tratado de Bärwald, por el que recibe una fuerte ayuda económica y se compromete a respetar el catolicismo donde estuviera establecido en el Sacro Romano Imperio Germánico y a los aliados alemanes de Francia, Gustavo Adolfo de Suecia se decide en 1630 a intervenir más directamente en la guerra alemana, iniciando la fase que hoy conocemos como periodo sueco de la Guerra de los Treinta Años.




  • • Identidad nacional y religión en España durante la Guerra de los Treinta Años, por Mateo Ballester Rodríguez (UCM) La Guerra de los Treinta Años tuvo un poderoso efecto dinamizador en el desarrollo de algunas identidades nacionales en el continente europeo. Éste fue el caso de la identidad nacional española, que se convierte en la época en fundamento central de la lealtad política e instrumento de movilización militar, en convivencia con los sentimientos de lealtad a la figura del rey y a la ortodoxia católica.




  • • 1640: la guerra dels segadors, por Maria Ángeles Pérez Samper (UB La Guerra dels Segadors fue una guerra dentro de otra guerra, una guerra entre Cataluña y la Monarquía Española, dentro de la gran guerra europea de los Treinta Años y, más concretamente, dentro de su etapa culminante, la guerra por la hegemonía entre España y Francia. Las causas y consecuencias, las vicisitudes de una y otra interfirieron decisivamente en ambas.




  • La gran estrategia de los Habsburgo, por Friedrich Edelmayer (Universidad de Viena) Durante la primera mitad del siglo XVII la imagen de Europa cambiaba de una forma radical. Mientras que al inicio del siglo la Monarquía Hispánica bajo los Austrias (Habsburgo) de Madrid era la potencia hegemónica en Europa, España perdió esta posición desde mediados del siglo en favor de otras monarquías poderosas. Suecia y la monarquía de los Austrias de Viena se habían convertido en potencias regionales, lo que dio paso a un nuevo sistema político bastante complicado que ha venido a llamarse “equilibrio de las fuerzas”, aunque no bajo el liderazgo de la Monarquía Católica sino bajo el de Francia.




  • Wallenstein, por Friedrich Edelmayer (Universidad de Viena) Para muchos, Wallenstein sigue siendo uno de los generales más destacados y exitosos de la Edad Moderna, defensor de la fe católica contra los protestantes y, finalmente, victima inocente de la cruel política del emperador Fernando II, que ordenó su asesinato. Una vida tan brillante y tan misteriosa ha producido y sigue produciendo muchas narraciones fabulosas que están fuera de lo que se puede confirmar si ojeamos los documentos históricos.




  • Vivir y morir en el mar, por Magadalena de Pazzis Pi Corrales (UCM) A lo largo de los siglos modernos la Monarquía Hispánica, como potencia hegemónica, tuvo que hacer un extraordinario esfuerzo para proteger y mantener sus posesiones y no siempre con los resultados deseados. El carácter esencialmente marítimo de los territorios que la integraban y la necesidad de dominar el mar para sostenerlos forzó a sus gobernantes a una política de guerra naval ofensiva y defensiva, adecuada a las variadas circunstancias que se fueron presentando en la relación de amistad o enfrentamiento con el resto de las potencias europeas.


  • Reconstruyendo la Guerra de los Treinta Años, por Philippe Chabrand Hacer reconstrucción histórica no es fácil: se debe escoger bien la época que queremos reconstruir, definir el tipo de personaje, su atavío, su equipo y su armamento, si es que el personaje es militar. Por lo que mi respecta, yo reconstruyo la época medieval y, especialmente, el siglo XVI, desde hace 17 años y, a buen seguro, sigo aprendiendo y experimento cada día, porque la reconstrucción es ciertamente una búsqueda continua.

  • Esto es la guerra, por Arcadi Espada

    El Mundo.


    Estoy leyendo lentamente el importantísimo libro de Pinker. Apenas hay página que no me haga pensar en algo. Esta cita por ejemplo del politólogo Carl Kaysen:
    «Sin duda está en marcha una profunda transformación de la estructura internacional de Europa —y del mundo entero—. En el pasado, este tipo de cambios a menudo tenían lugar gracias a la guerra. El razonamiento expuesto en este ensayo respalda la predicción de que esta vez los cambios pueden producirse sin guerra (aunque no forzosamente sin violencia interna en los países afectados). Hasta aquí —mediados de enero— muy bien. El autor y sus lectores verificarán la predicción cada día con impaciencia e inquietud.»
    Esto está escrito mucho antes de la crisis. Y mucho antes de que yo escribiera que el relato mediático de la crisis era un relato de guerra. Y mucho antes también de que algunos alegres optimistas de nuestro tiempo escribieran que la salida de la Gran Depresión fue la guerra. No. Esa salida es imposible. Un imposible lógico. Porque esto que sucede (incluido el mentón de nuestro Ben Plantat) ya es la guerra. A eso hemos conseguido reducirla.

    Cuartos de final en Goes por Arturo Pérez-Reverte

    Patente de Corso.


    Me pide la afición otro de esos episodios históricos que cuento de vez en cuando, más que nada porque casi nadie habla de ellos. Bien mirado, si nos agrada que nuestras selecciones y equipos ganen partidos de fútbol, carreras ciclistas y medallas olímpicas, y recordamos con entusiasmo el gol de Zarra o el tour de Bahamontes, no veo por qué hemos de ignorar otra clase de confrontaciones y campeonatos donde nuestros paisanos, durante siglos, se estuvieron jugando algo más que una final de copa. A fin de cuentas, por poco que nos guste aquella España y lo que tenía dentro, los jugadores del equipo eran los nuestros. Tatarabuelos y gente así. Con nuestra camiseta.

    Esta vez le toca al socorro de Goes, cuyo 440 aniversario se cumplirá el 20 de este mes. Corría el año 1572, y las provincias holandesas afirmaban su rebelión contra una España que, como de costumbre, luchaba sola contra medio mundo. Ocho mil soldados holandeses reforzados por los habituales ingleses, protestantes alemanes y hugonotes franceses, cercaban el pequeño enclave de Goes, entre las bocas del Escalda, donde cuatrocientos españoles aguantaban como podían, dientes apretados, esperando socorro. Correspondía éste a un ejército enviado por el duque de Alba, bajo el mando de don Sancho Dávila y el maestre de campo Cristóbal de Mondragón, que se había visto detenido por falta de embarcaciones y la solidez de la defensa enemiga. Goes iba a quedar abandonada a su suerte; y la guarnición española, mandada por un duro capitán llamado Isidro Pacheco que tenía orden de no rendirse ni harto de vino, sería pasada a cuchillo. La suerte parecía echada. Y entonces, a alguien se le ocurrió un plan.
    Había un vado, contaron algunos pescadores. Un paso de tres leguas y media: diecisiete kilómetros que la marea baja descubría durante unas horas hasta la altura del pecho de un hombre. Echándole hígados al asunto, entre dos mareas podía intentarse cruzar de noche por ahí; con el peligro de que si quienes lo hicieran se retrasaban o quedaban atrapados en el fango, los pillaría la creciente y se ahogarían todos. Pero, como se decía entonces, no se pescaban peces a bragas enjutas; así que el maestre de campo Mondragón, un correoso veterano de los tiempos de Carlos V, las campañas de Italia, Túnez y Alemania, dispuso una fuerza de 2.500 españoles de los tercios viejos, reforzados por valones y tudescos. Luego los hizo formar en la playa al atardecer, y llamándolos «compañeros míos» -funesto halago que al soldado español siempre le anunciaba escabechina segura- largó un discurso con tres argumentos básicos: que él iba a ir delante dando ejemplo, que si no cruzaban rápido y en silencio se ahogarían todos, y que una vez al otro lado no iban a dejar un puto hereje vivo. Luego le dijo al capellán que diera a todos la absolución preventiva, por si las moscas. Y mientras la tropa se persignaba y blasfemaba por lo bajini, el maestre de campo se quitó la botas y se metió el primero en el agua. La verdad es que fue admirable. Imaginen a dos mil quinientos tíos, la mayor parte morenos y bajitos -había entre ellos muchos arcabuceros vascos, por cierto-, protestando de todo, agarrados unos a otros para que no se los llevara el agua, con la marea por el pecho, llevando en alto los saquetes de pólvora, el pedernal y las mechas en la punta de picas y arcabuces. Diecisiete kilómetros de noche, chapoteando a oscuras, mojados hasta la barba, heridos los pies descalzos en las piedras y cascajos, fatigados por lo pegadizo del fango. Sintiendo subir poco a poco la marea mientras se preguntaban qué puñetas estaban haciendo allí, de noche y a remojo, en vez de estar pidiendo limosna como señores en la puerta de una iglesia de Talavera, Hernani o Sevilla. Pero hubo suerte: sólo se ahogaron nueve. Los menos altos.
    Y ahora imaginen la escena. La mala hostia con que esas criaturas llegaron a la orilla. Esa luz gris y sucia del amanecer. Esos holandeses e ingleses que de pronto ven asomar a dos millares y medio de homicidas barbudos, sucios de barro, con ojos de locos y unas ganas desaforadas de quitarse el frío degollando a mansalva. Y claro. Por mucho que corrieron hacia sus embarcaciones, no les dio tiempo a todos. A pirarse. He buscado cantidades exactas: Fernández Duro habla de dos mil palmados y Bentivoglio se limita a decir «mataron muchos». La cifra más creíble son 800 holandeses e ingleses pasados por la piedra, entre los acuchillados y los que se ahogaron intentando salvarse. Y oigan. Parece un resultado más bien sangriento para cuartos de final. Tampoco estaba allí Manolo el del bombo, ni Iker Casillas con arcabuz. Pero qué quieren que les diga. Eran otras ligas. Eran otros tiempos.     

    Número 4 revista Desperta Ferro: Los sitios de Constantinopla

    Estupendo número de la revista de historia militar y política, Desperta Ferro. Además de los artículos hay que destacar los dibujos y mapas, muy trabajados, hay un tríptico de Constantinopla del año 1000 que es maravilloso. No dejen de comprar la revista.

    Aquí se puede leer un resumen de los artículos incluidos:

    portada
  • • Introducción al número: la evolución de la guerra de asedio, por Rubén Saez Abad Resulta muy complicado saber en qué momento histórico se produjo la aparición de las primeras máquinas de asedio en territorio mesopotámico, aunque probablemente sucediera de forma contemporánea a la aparición de las ciudades. Las primeras referencias escritas al empleo de ingenios de asedio las encontramos en los archivos de Mari, datados en el segundo milenio a. C.
  • • Las murallas de Constantinopla, por Hilario Gómez SaafigueroaÚltimo reducto de la defensa del Imperio, Constantinopla disfrutó durante siglos de la protección ofrecida por sus casi inexpugnables murallas, que solo pudieron ser superadas en 1204 por los caballeros de la IV Cruzada y en 1453 por los turcos.
  • • Septimio Severo y el asedio de Bizancio de 193-195, por Julio Rodríguez González Tras casi un siglo de estabilidad política en Roma, el último día del año 192 d. C. iba a mar-car el comienzo de un turbulento período político-militar en el Imperio romano que, a su vez, daría paso a un agitado siglo III. El día mencionado, el emperador Cómodo (180-192) era asesinado por una conspiración dirigida por el jefe de la Guardia Pretoriana, el prefecto del pretorio Quinto Emilio Leto, y la amante del emperador, Marcia.
  • Cabeza ariete
  • • Barbari ad portas: El sitio ávaro-sasánida del 626, por Aitor Fernández Delgado Constantinopla, verano del año 626. Una terrible tenaza se cierne sobre la capital del Imperio. Mientras los persas sasánidas avanzan desde el este, por el oeste se aproxima una ingente confederación de “bárbaros” a cuya cabeza se encuentran los ávaros. La supervivencia del Imperio se haya seriamente comprometida. Heraclio está inmerso en una crucial campaña en el frente oriental, por lo que la ciudad debe ingeniárselas para hacer frente a la amenaza sin su emperador.
  • • El primer ataque árabe contra Constantinopla: 668-678Tras derrotar en el año 628 d. C. a su enemigo histórico, la Persia sasánida, el exhausto Imperio romano de Oriente no pudo hacer frente a la embestida de un nuevo antagonista destinado a cambiar la historia del mundo: el Islam. Perdidas sus provincias orientales, hostigado por los árabes en Anatolia y por los eslavos en los Balcanes, el Imperio se jugó su futuro en el último tercio del siglo VII d.c. a las mismas puertas de su capital, Constantinopla.
  • Romano bizantino
  • • La población civil en los sitios, por José Manuel Rodriguez García, profesor de Historia Medieval, UNED No hay guerra donde la población civil no sea una de sus primeras víctimas. Esto es especialmente cierto en el tipo de guerra de desgaste y asedio que se practicaba en la época medieval. El problema viene, sin embargo, cuando empezamos a investigar y descubrimos que esa población civil, en el medioevo, no era tan “civil” como podíamos suponer en un principio.
  • • Los asedios de Constantinopla 1203-1204, por Francisco García Fitz, profesor de Historia Medieval, Universidad de Extremadura “Nunca hubo un crimen mayor contra la humanidad que la Cuarta Cruzada. No sólo causó la destrucción o dispersión de todos los tesoros del pasado que Bizancio había almacenado devotamente, y la herida mortal de una civilización activa y aún grandiosa, sino que constituyó también un acto de gigantesca locura política… En el amplio alcance de la historia mundial, los resultados fueron totalmente desastrosos” S. Runciman, Historia de las cruzadas, pp.715-716.
  • • 1453: la caída de Constantinopla, por Feridun Emecen, profesor de la Istanbul Üniversitesi, TurquíaConstantinopla, fundada por Constantino I sobre la pequeña ciudad griega de Bizancio, tuvo el glorioso título de “primera capital de un imperio cristiano”. Para los gobernantes islámicos, la ciudad constituía fundamentalmente un objetivo militar que debía ser capturado, aunque rodeado de un halo de espiritualidad. Para las comunidades musulmanas, la conquista de Constantinopla era una obligación sagrada que acometer a toda costa. Más aún, la conquista de la ciudad había sido predicha por Mahoma, anuncio que despertó en muchos soberanos musulmanes el deseo de cumplir la profecía.
  • caonstantinopla1453.jpg
  • • Reseñas de libros, miniaturas y juegos.
  • • Y además, introduciendo el nº 5: La campaña de Pompeyo contra los piratas, por Carlos Javier Pacheco López El origen de la piratería marítima se pierde en la noche de los tiempos. Posiblemente sea tan antiguo como el de la navegación. No obstante desde la primera mitad del s. II a.C. se sucedieron una serie de circunstancias que favorecerían su desarrollo y expansión. Su poder y organización crecerían hasta tal punto que Roma tendría que realizar un esfuerzo militar titánico para combatirla. Conozcamos y analicemos los hechos.
  • Y aquí se puede leer la bibliografía en la que se basan cada uno de los artículos.
    En la web de la revista se puede encontrar mucho material sobre historia: enlaces, descargas, incluso la posibilidad de leer el número cero de la revista online.
    Sobre el mismo tema recomiendo el libro de Steven Runciman,La caída de Constantinopla (The fall of Constantinople), del año 1965. Incluido en mi selección de libros.

    Diez preguntas sobre Siria

    por Jordi Pérez Colomé.

    Tras 16 meses de conflicto, en Siria hay más preguntas que respuestas. Ha habido miles de muertos y el país está destrozado, pero no hay una solución fácil. Estas diez preguntas intentan aclarar algo.

    1. Quién va ganando
    Nadie gana por paliza, pero el gobierno está en peor situación que hace unos meses. La oposición ha logrado más victorias, pero ninguna ha sido definitiva.

    Desde hace unos días el frente más importante está en Alepo, la ciudad más grande de Siria. Como en Damasco poco antes, los rebeldes controlan algunos barrios de las afueras. En la capital, el régimen les echó (aunque siguen ahí, como se ve en este buen resumen de Al Jazeera). En Alepo sigue la batalla.

    Seguir leyendo en Obamaworld.

    Prefieren no mirar

    por Arturo Pérez-Reverte.


    Hieren su sensibilidad. O sea, molestan a los lectores. Los desconsiderados redactores que metieron en los periódicos de papel o digitales unas fotos de niños escabechados en la última matanza de la guerra civil siria, no tuvieron en cuenta que enseñar cadáveres es de mal gusto. Incurrieron en el voyeurismo sórdido. Y claro, numerosos ciudadanos irritados se han dirigido a los medios correspondientes, afeándoles la conducta. Niños degollados y sangre. Qué espanto. Qué inapropiado. Me han causado ustedes un problema de tipo emocional de aquí te espero. Hacen de la muerte un espectáculo, de la tragedia un morbo. Mostrar carnaza es propio de periódicos y revistas de baja categoría. Una falta de respeto para lectores y víctimas. Etcétera.

    Tiene gracia. Aunque sea puñetera gracia. Esas quejas de lectores sensibles coinciden exactamente con lo que una individua sectaria, desabrida y biliosa, hoy ideóloga ética en la telebasura y entonces directora de Informativos de TVE, nos decía a principios de los 90 cuando mandábamos cada día carne fresca, recién descuartizada, desde los Balcanes. Los combates de Vukovar. Los degollados de Petrinja. Los morterazos del mercado de Sarajevo. La bomba de Dobrinja. El hospital Kosevo, con la gente llegando reventada por la metralla y la morgue llena hasta la puerta, donde el suelo rojo hacía chof, chof, cuando lo pisabas. Imágenes de la matanza cotidiana, grabadas, jugándose la vida bajo las mismas bombas que mataban a esa gente, por Márquez, por Miguel de la Fuente, por Paco Custodio. Por mis compañeros y amigos. Profesionales que estaban allí para mostrar lo que ocurría, la atrocidad y la barbarie; no para plantearse problemas éticos sobre la sensibilidad de los espectadores. Pero la jefa -tener esa jefa era una desgracia como otra cualquiera- se ponía como una fiera. No mandéis esas imágenes, que son muy fuertes. Malvados. Si grabáis mucho niño muerto, os los quitaremos de la crónica antes de emitirla en el telediario. Por suerte, entre ella y nosotros estaba Miguel Ángel Sacaluga, el subdirector, que metía lo que le enviábamos y nos cubría las espaldas -nunca se lo agradeceré lo suficiente- porque estaba tan cabreado como nosotros de tanto paño caliente, tanta diplomacia y tanta mierda: Javier Solana, el negociador simpático, morreándose con los verdugos y repitiendo, con mucho plural de por medio, que todo iba a solucionarse de un momento a otro. Así, día tras día, mes tras mes, año tras año. Y mientras la cobarde Europa por él representada miraba hacia otro lado, en Sarajevo faltaba tierra para enterrar a la gente, y hasta los campos de fútbol había que convertirlos en cementerios. Por eso me da tanta risa torcida cuando al correo del lector de tal o cual periódico acude la peña con quejas. Si aquella foto debió publicarse entera o cortada, en primera o en páginas interiores. Si a la niña de catorce años violada y degollada deberían haberle tapado ustedes la cara para cumplir con las leyes de protección a la tierna infancia. Si la imagen de esa mujer destripada no lleva pie de foto con crítica explícita a la violencia machista. Si difundir la imagen de treinta cuerpos amontonados junto a una pared acribillada de impactos de bala supone una falta de respeto al dolor de sus familias. Y es que no se han enterado de nada, rediós. Esos menguados olvidan que la función de las imágenes de guerra atroces es precisamente ésa. Sacudir, atormentar, herir la sensibilidad del lector, del espectador, lo más que se pueda. Decirle: mira, gilipollas, esto es real. Así muere la gente cuando la matan. Y para que te enteres: en Siria y en todas las Sirias repartidas por el puerco mundo, son precisamente los familiares de esas víctimas los que desean que se fotografíen y graben las matanzas. Son ellos quienes se juegan la piel para llevar a los periodistas hasta allí, y de ese modo hacer al mundo testigo de un horror que, de otra manera, quedaría oculto y con frecuencia impune. Dudo que ningún editorial de periódico, ninguna tertulia televisiva, logre hacer con sus argumentos que alguien odie tanto a los nazis como la brutal visión de las imágenes de Auschwitz o Dachau, a la hora de comer. Por ejemplo. Pero es que la cuestión real no es ésa. Lo que ocurre es que esta sociedad anestesiada, egoísta, que a pesar de la que está cayendo fuera y dentro sigue sin querer enterarse de en qué peligroso mundo vive, está empeñada en que nadie le altere el pulso. En que no la despierten de su imbécil sueño suicida. Lo que pide, o exige, es vivir cómodamente sentada en el sofá, zapeando entre anuncios con gente que baila y sonríe, Sálvame y el puto fútbol.    


    Los ciudadanos democráticos necesitan conocer la guerra

    La revolución naturalista.



    Victor Davis Hanson en 2005

    Victor Davis Hanson es un historiador militar experto en la época clásica y además un columnista de la red de blogs conservadores "Pajamas Media". En 2011 publicó una recopilación de ensayos sobre la guerra que se ha traducido al español: Guerra. El origen de todo (Turner Noema).


    La guerra es un tema cultural imperecedero. Es interesante desde el punto de vista de la evolución humana, y nunca ha dejado de preocupar a los historiadores, pero se ha convertido casi en tabú para el "consenso progresista" de la academia y la clase política. Esta marginación de la guerra es paradójica, habida cuenta de la fascinación que sigue despertando en el público, y naturalmente de que tampoco vivimos en una época de "paz perpetua" kantiana, pese a la disminución de la violencia en los últimos dos siglos. Sólo hay que pasarse por las estanterías de unos grandes almacenes, donde especialmente en los últimos años se apilan volúmenes dedicados a analizar las guerras mundiales, las grandes batallas y todo tipo de episodios bélicos. Estos libros se venden por cientos de miles, sin mencionar el éxito ininterrumpido de novelas, películas o cómics.

    Pero en el discurso público la guerra es un asunto desagradable y políticamente incorrecto. Los estudiosos sofisticados prefieren hablar de "resolución de conflictos", los políticos de "alianza de civilizaciones", los filósofos de "diálogo", los rebeldes de "protesta pacífica" y los teólogos de "conversión", "perdón" y "reconciliación". Todos prefieren hablar de "paz". De una paz, incluso, "sin vencedores ni vencidos". ¡No a la guerra! Esta constelación de conceptos bienintencionados ha llegado a erigirse en el colmo de la excelencia democrática, y la élite intelectual y moral de los países occidentales los repiten como si fueran salmos cada vez que surge o se enquista un conflicto. 

    De ahí que la llamada de Victor Davis Hanson a que la guerra sea estudiada seriamente, en especial por la ciudadanía democrática, tenga un interés especial. "La guerra -o la amenaza de guerra- sirvió para poner fin a la esclavitud en Estados Unidos, al nazismo, al fascismo, a la militarización de Japón y al comunismo soviético. Es difícil pensar en una democracia -afgana, estadounidense, ateniense, de la Alemania contemporánea, iraquí, italiana, japonesa o de la antigua Tebas- que no fuera resultado de una lucha armada". Ahí es nada.

    War Is Good for the Economy - Isn't It?



    Antiwar.com, March 6, 2006
    A common theme that has emerged in critiques of my "Wartime Economist" columns on Antiwar.com is that war is good for an economy. One respondent wrote:

    "Why did [Franklin D.] Roosevelt want the war [World War II] so badly? He wanted it for the same reason every American president since that time has wanted a war, and that is to prevent the US economy from slipping deeper and deeper into economic depression. Counting the Cold War, the United States has been in a continual state of war for the past 60 years, and there is no end in sight. Without war, I do not believe our economy can survive."

    The people who write me to this effect seem to hate that "fact." They would prefer that war not be a plus for an economy – but, nevertheless, they think it is. This belief has led many of these people to feel hopeless because they think that, on top of all the other difficulties of opposing war, they are opposing something that makes Americans better off. If I thought that, I would feel hopeless too. Fortunately, it's not true. The actual fact is that any war, even a war that is justified, has substantial costs.

    Imagine an economy whose government spends 2 percent of its GDP on its military. (On average, the world's governments spend just under 2 percent of their countries' GDP on the military, and the U.S. government spends about 4 percent.) Then, imagine that the government suddenly gets into a war and raises military spending to 7 percent of national income. How does that affect people in that country? Whether the government finances the war effort with taxes or debt or by printing money is not very important. What matters much more is that the government now takes an additional 5 percent of the real output of that economy to wage its war. The government buys tanks, trucks, fuel, clothing, parachutes, bullets, guns, airplanes, and all the other paraphernalia of war. In addition, the government hires laborers away from other uses, or it drafts them. All of the capital and labor that go to produce the "outputs" of war is capital and labor that cannot be used in their previous uses. Thus, there is a cost of all these resources used in war – what economists call the "opportunity cost." "Opportunity cost" means the value of the highest-valued opportunity foregone. The opportunity cost of resources spent on war is the value of these resources in what they would have been used for had the government not gone to war.

    Take World War II. The government spent a good deal more than 7 percent of GDP on the war, and, in fact, in 1944, the peak of the U.S. government's World War II spending (as a percent of gross national product), the government spent about 45 percent of gross national product on the war. (Gross national product, not gross domestic product, was the widely used measure back then. For the U.S. economy, the difference between the two measures is close to rounding error.) Where did the resources come from to make the hundreds of thousands of trucks and jeeps and the tens of thousands of tanks and airplanes? Much of the capital and labor would have been producing cars and trucks for the domestic economy. In fact, the assembly lines in Detroit, which had churned out 3.6 million cars in 1941, were retooled to produce the vehicles of war. By 1942, auto production was down to under 1 million. For the years 1943 to 1945, auto production was so low that Wikipedia does not even report it. During the period from late 1942 to the 1945, in other words, almost the whole of U.S. participation in the war, production of civilian cars was essentially shut down.

    Consider fuel. Because the government wanted to buy fuel at an artificially low price, it imposed price controls on gasoline and put itself first in line. Then it issued ration cards to Americans, dramatically reducing the amount that normal Americans could buy at the controlled prices. In his autobiography, the late David Brinkley tells how he was unable to continue a serious romance during World War II because he couldn't legally buy gasoline to drive to the city where his lady friend lived. Even railroad seats were rationed, writes Brinkley, with priority given to military personnel. In the government's eyes, letting congressmen and other high-level government officials have all the gasoline they wanted, with the rare "X" stickers, was so important to the war effort that the amount available to them was not rationed at all. A young congressman named Lyndon B. Johnson took advantage of this, driving home to his district in Texas from Washington almost every weekend.

    In short, the resources used for the war effort were not available to the typical American and his or her previous normal pursuits.

    So imagine that somehow the United States had avoided entering World War II. I don't want to talk about the consequences for the world – that is controversial and, more important, completely separable from the issue of the war's effect on the U.S. economy. Millions of cars would have been produced; people would have been able to travel much more widely; and there would have been no rationing of meat, tires, nylons, eggs, butter, and sugar. In short, by the standard measures of prosperity, Americans would have been much more prosperous. And David Brinkley would have been able to pursue his true love. I mention this last consequence not to emphasize the trivia, but, in fact, to do the opposite – to emphasize one of millions of stories of the large human cost that befell even Americans whom the U.S. government did not put at risk of dying.

    But I certainly shouldn't leave the issue of human cost without mentioning the ultimate cost – the 407,000 Americans who lost their lives because of the war. As one of my students, a U.S. military officer, put it in a classroom discussion, the war was not good for their economy, to put it mildly.

    To many of you, what I wrote above may sound strange. Isn't World War II, in fact, the big counterexample to all that I'm saying? Didn't World War II bring us out of the Great Depression, as the vast majority of Americans and a simple majority of economists, appear to believe? If we go merely with labels and definitions and forget what they're supposed to stand for, then yes. The Great Depression is typically defined as the period from 1929 to 1941, and America entered the war in 1941. But if we go with the idea that depressions are supposed to measure something about the real amount of goods and services available to people, then no. A complete exposition of this is the topic of my next column on Antiwar.com. Stay tuned.

    La guerra secreta de Obama

    Jordi Pérez Colomé.



    El terrorismo islámico ha vuelto a las portadas en Europa. El francés Mohamed Merah mató a siete personas en la región de Toulouse. Su vinculación real a Al Qaeda aún no está clara. A pesar de la gravedad, ladiferencia con los anteriores ataques de la banda en Europa -Madrid y Londres- es notable.
    La capacidad de Al Qaeda se ha reducido. Desde hace unos años no ha logrado culminar ninguna operación a gran escala. Ni siquiera los dos terroristas solitarios que intentaron volar aviones sobre el Atlántico lo consiguieron. Es indudable que Al Qaeda, aunque no ha desaparecido, tiene menos fuerza.
    De las tres ramas de la banda, dos están tocadas: el núcleo en la región tribal entre Pakistán y Afganistán y los grupos afiliados que aprovechan la marca. El recurso más temible que les queda son los terroristas solitarios nacidos en Occidente, como Merah. Su amenaza es menor, pero son más difíciles de detectar.
    La administración Obama es la principal responsable de la debilidad de Al Qaeda. El gobierno americano ha usado dos métodos basicos para perseguir a los islamistas: los aviones sin piloto (drones) y las fuerzas especiales. Los dos forman parte de una estrategia oculta -o, mejor, no reconocida. Es la guerra secreta de Barack Obama.

    El ataque de los aviones sin piloto


    Los drones sirven para dos objetivos: reunir información y atacar. Estados Unidos los utiliza en zonas de guerra -Afganistán, Irak, Libia- y para grabar qué hacen otros países con sus armas o posibles arsenales nucleares -Irán, Corea del Norte, China. Pero el uso más letal de los drones ha sido contra el terrorismo. Estados Unidos los ha empleado en tres países: Pakistán, Yemen y Somalia.

    Para qué

    Arcadi Espada.



    El 10 de noviembre de 2010, en la Iglesia de St. Bride del legendaria y ahora seca Fleet Street, y a 15 meses de que una bomba la matara en la ciudad siria de Homs, Marie Colvin se preguntaba ante la Reina de Inglaterra y en memoria de los 49 periodistas británicos y sus colaboradores que habían perdido la vida en las guerras de este siglo, con la mirada fuerte y golpeada que incluía la de su ojo muerto Marie Colvin se preguntaba por qué los periodistas aún tenían que ir a la guerra. Su respuesta no pasaba de las frases ciertas y habituales: para informar a la gente de lo que el poder está haciendo en su nombre. Su pregunta, obviamente, partía de un contexto donde la tecnología y el llamado periodismo ciudadano parecen hacer inútil el desplazamiento y, especialmente, el desplazamiento moral que está en la base de todo heroísmo. Marie Colvin estaba reivindicando, como tantos, el lugar del periodista en el mundo. Yo quiero unirme a ella. Porque entre la exuberante patulea que participa hoy en cualquier acontecimiento debe seguir existiendo el hombre impasible. La inmensa cantidad de imágenes que se diseminan por el mundo desde cualquier lugar en duelo y en ruina suelen estar servidas por gentes que al tiempo de actuar se filman y que incluso actúan para filmarse. Hora es, entonces, y en memoria y homenaje de Marie Colvin, que se acuñe una definición nueva del periodista. Aquel que da cuenta de algo sin moverlo.

    'Tierras de Sangre': catorce millones de veces 'uno'

    Mario Noya.



    Libro negro extraordinario, imprescindible, insoportable: Tierras de Sangre. Europa entre Hitler y Stalin, de Timothy Snyder. Aturde.
    Las Tierras de Sangre de que habla Snyder son las repúblicas bálticas y Bielorrusia, casi toda Ucrania, buena parte de Polonia, la franja más occidental de Rusia y una pequeña porción de Moldavia. Fueron las tierras de la Shoá, del Holodomor, del Generalplan Ost, del Plan de Hambre. De Katyn. Del Gas y el Fuego. De las violaciones en masa y el canibalismo. De la saña. Una barbarie única, infernal, indescriptible. No hay palabras, por eso me salen tantas.
    [En 1933, en plena Gran Hambruna ucraniana,] en un pueblo de la región de Járkov, unas mujeres hacían lo que podían para cuidar a los niños. Formaron, recuerda una de ellas, "una especie de orfanato". (...) "Los niños tenían los estómagos abultados; estaban cubiertos de heridas y de costras, sus cuerpos parecían a punto de reventar. (...) Un día, los niños se callaron de repente; fuimos a mirar lo que ocurría y vimos que se estaban comiendo a Petrus, el más pequeño. Le arrancaban tiras de carne y se las comían. Y Petrus hacía lo mismo, se arrancaba tiras y se comía todo lo que podía. Los otros niños ponían los labios en las heridas y se bebían la sangre (...)". (p. 80)
    En primavera, los fuegos ardían en Treblinka día y noche (...) Las mujeres, con más tejido graso, quemaban mejor que los hombres (...) Los vientres de las mujeres embarazadas tendían a reventar, de manera que se podían ver los fetos en su interior. En las frías noches de la primavera de 1943, los alemanes solían quedarse junto al fuego a beber y calentarse. (p. 323)
    ***
    Nazismo y comunismo, hermanos de sangre. Como pavorosa demostración, lo ocurrido en aquellas tierras entre 1933 y 1945. Las solas cifras demudan. Catorce millones de civiles y prisioneros de guerra asesinados ("ni uno sólo" era "soldado en servicio activo", la mayoría eran "mujeres, niños y ancianos"). Ese número supera "en más de diez millones al (...) de personas muertas en todos los campos de concentración alemanes y soviéticos" y "en más de dos millones (...) el (...) de soldados alemanes y soviéticos muertos en el campo de batalla en la Segunda Guerra Mundial". Ese número es
    la suma de las siguientes cifras aproximadas (...): 3,3 millones de ciudadanos soviéticos (la mayoría ucranianos) llevados a la muerte por inanición por su propio gobierno en la Ucrania soviética en 1932-1933; trescientos mil ciudadanos soviéticos (la mayoría polacos y ucranianos) ejecutados por su propio gobierno en la parte occidental de la URSS entre las aproximadamente setecientas mil víctimas del Gran Terror de 1937-1938; doscientos mil ciudadanos polacos (la mayoría de etnia polaca) ejecutados por las fuerzas soviéticas y alemanas en la Polonia ocupada en 1939-1941; 4,2 millones de ciudadanos soviéticos (en su mayoría rusos, bielorrusos y ucranianos) obligados a morir de hambre por los ocupantes alemanes en 1941-1944; 5,4 millones de judíos (la mayoría ciudadanos polacos o soviéticos) gaseados o pasados por las armas por los alemanes en 1941-1944; y setecientos mil civiles (la mayoría bielorrusos y polacos) ejecutados por los alemanes en represalias, principalmente en Bielorrusia y en Varsovia en 1941-1944. (pp. 484-485)
    "Una vez más", anota Snyder en esa misma página (485), "mis cálculos son moderados". Y excluyen a los caídos en combate (¡la mitad de todos los caídos en todos los campos de batalla de la II Guerra Mundial!),
    a las personas que murieron de extenuación, de enfermedades o de desnutrición en los campos de concentración o durante las deportaciones, evacuaciones o huidas ante el avance de los ejércitos. (...) a los que murieron en los trabajos forzados. (...) [a los que] murieron de hambre como resultado de la escasez provocada por la guerra, (...) a los civiles muertos en bombardeos o en otras acciones de guerra. (...) [a los que murieron en] actos de violencia llevados a cabo por terceras partes, claramente motivados, pero no directamente realizados, por la ocupación alemana o la soviética. Tales actos supusieron (...) cifras de muertos muy significativas, como la matanza rumana de judíos (unos trescientos mil) o la limpieza étnica nacionalista ucraniana de polacos (al menos cincuenta mil). (p. 483)
    ***
    Hay que leer este descomunal libro negro de prosa clara, documental, que además recoge testimonios de víctimas y verdugos; también de espectadores, más o menos conmovidos por el Espanto, más o menos implicados en denunciarlo, revelarlo, remediarlo. Hay que leerlo para saber que esos Catorce Millones no fueron un error sino el Horror deliberado: Hitler y Stalin sabían, Hitler y Stalin querían, Hitler y Stalin urgían el exterminio del Otro. Nazismo y comunismo, hermanos de sangre. ¿Hay comparaciones odiosas? No, ciertamente, ésta. Aquí, lo odioso, lo infame, sería no comparar.
    En las políticas que implicaron la eliminación de civiles o de prisioneros de guerra, la Alemania nazi mató a unos diez millones de personas en las Tierras de Sangre, quizá a once millones en total; la Unión Soviética de Stalin aniquiló a unos cuatro millones en las Tierras de Sangre y a unos seis millones en total. Si añadimos las muertes previsibles provocadas por la hambruna, la limpieza étnica y las largas estancias en los campos de concentración, la cifra estalinista total asciende a tal vez nueve millones, y la nazi quizá a doce. (p. 450)
    No fueron esos Catorce Millones muertes limpias,discretasmaquinales. Los verdugos se mancharon las manos o la cara de sangre u hollín o pólvora. Los verdugos mancharon a sus víctimas con su semen, su sudor, sus babas. Y cuando para matarlas no las tocaron –"más de la mitad murieron porque se les negó la comida" (p. 17)–, las vieron, olieron, escucharon. Los verdugos sabían y hacían. Y lo contaban: del diario de un miembro de unEinsatzgruppe destacado en Lvov (Ucrania) el 1 de julio de 1941: "Cientos de judíos corren calle abajo con las caras cubiertas de sangre, con agujeros en la cabeza y los ojos colgando" (p. 238); "las familias matan a sus miembros más débiles, normalmente niños, y se comen su carne", constatará la OGPUsoviética en la Ucrania del terrible año 33. Así que no sólo Hitler, claro que no. No sólo Stalin. De hecho, ni Hitler ni Stalin violaron, torturaron, asesinaron a uno solo de esos Catorce Millones. Fueron otros. Tantos.
    ¿Banalización del mal? ¡Pero no mancharon a sus madres, a sus mujeres, a sus hijas con su semen, su sudor, sus babas! ¿Hicieron lo que hicieron porque antes deshumanizaron, animalizaron a sus víctimas? ¡Pero seguían sabiéndolas humanas, por eso las hablaban, las violaban!
    Con independencia de la tecnología empleada, la matanza era personal. Las personas que morían de inanición eran observadas, con frecuencia desde torres de vigilancia, por aquellos que les negaban el alimento. Los que morían por las armas eran vistos muy de cerca a través de las miras de los fusiles, o bien eran sujetados por dos hombres mientras un tercero apoyaba el cañón de una pistola contra la base del cráneo de la víctima. Los que iban a morir asfixiados eran acorralados, metidos en trenes y empujados a las cámaras de gas (...). (p. 18)
    El Gas. Y casi de inmediato se piensa en Auschwitz. Pero sólo "uno de cada seis judíos pereció allí" (p. 449). Pero "cuando las cámaras de gas y los complejos de crematorios de Birkenau entraron en funcionamiento en la primavera de 1943, más de tres cuartas partes de los judíos que fueron víctimas del Holocausto ya habían muerto" (p. 450). Jamás se habla deChelmno, de Belzec, de Sobibor, de Majdanek. Por otra parte, la mitad de los judíos asesinados en las Tierras de Sangre murieron fuera de las cámaras: de hambre, fusilados, quemados. Por eso Auschwitz podría resultar "engañoso" como guía de lo que fue la Shoá: la mayoría de los judíos que murieron allí jamás pisaron un campo de concentración, fueron "gaseados nada más llegar"; y aunque fue la última "factoría de la muerte" en entrar en funcionamiento, "no era la cumbre" de la tecnología nazi para el exterminio: "Los escuadrones de ejecución eran más eficientes y mataban más deprisa, los centros de hambre mataban más deprisa, Treblinka mataba más deprisa" (p. 449).
    "Los asesinatos en masa separaron la historia judía de la europea, y la historia del este de Europa de la del oeste" (p. 23). Stalin mató a 3,5 millones de ucranianos entre 1933 y 1938, y Hitler a otros tantos entre 1941 y 1944. "Bielorrusia fue el centro de la confrontación nazi-soviética, y ningún país sufrió más bajo la ocupación alemana (...) La capital, Minsk, quedó casi despoblada por los bombardeos alemanes, la huida de los refugiados, el hambre y el Holocausto (...) El veinte por ciento de la población [del país] murió durante la Segunda Guerra Mundial" (p. 474). "Nadie menciona nunca que los polacos soviéticos sufrieron más que ninguna otra minoría nacional en los años treinta (...) En el bombardeo de Varsovia de 1939 murió más o menos la misma cantidad de [gente] que en el de Dresde de 1945. (...) Sólo durante el levantamiento de Varsovia murieron más polacos que japoneses en los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki" (p. 475). ElGeneralplan Ost nazi tenía por objeto matar "entre 31 y 45 millones de personas (...), entre un 80 y un 85% de los polacos, el 65% de los ucranianos del oeste, el 75% de los bielorrusos y el 50% de los checos" (p. 199). El sitio de Leningrado (1941-1944) se cobró un millón de vidas, sobre una población total de 3,5 millones. Catorce millones de personas fueron asesinadas con premeditación por dos regímenes durante doce... Nazismo y comunismo, hermanos de sangre.
    ***
    Cada muerte registrada sugiere una vida única, pero no puede sustituirla. Debemos ser capaces no sólo de contar el número de muertos, sino de contar con cada víctima como individuo. La única gran cifra que soporta el escrutinio es la del Holocausto, con sus cinco millones setecientos mil judíos muertos (...) Pero este número, como todos los demás, no debe verse como 5,7 millones, que es una abstracción que pocos podemos concebir, sino como 5,7 millones de veces uno. (p. 477)
    No hay palabras pero hay que encontrarlas, sacarlas de donde sea. Escribir estos libros, reseñarlos, leerlos. Nombrar a los muertos. Para que la memoria gane en su combate contra la nada (Todorov). Hay aquí una misión:
    Los regímenes nazi y soviético convirtieron a personas en números (...) A nosotros los estudiosos nos corresponde buscar esos números y situarlos en perspectiva. A nosotros, como humanistas, nos toca transformar de nuevo esos números en personas. Si no podemos hacerlo, Hitler y Stalin habrán configurado no sólo nuestro mundo, también nuestra humanidad.

    TIMOTHY SNYDER: TIERRAS DE SANGRE. Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores (Barcelona), 2011, 620 páginas. Traducción de Jesús de Cos.

    twitter.com/MarioNoyaM

    marionoya.com

    Internacionalismo proletario

    Augusto Cesar San Martin.

    LA HABANA, Cuba, marzo, www.cubanet.org -Cuando le hablaron a Luis de dar “el paso al frente”, estuvo entre los primeros. No entendió muy bien eso de salvar a la revolución cubana en el continente africano, le pareció muy lejos, pero confiaba en el Comandante en Jefe.
    Luis Bull reside en la calle Paquito Borrero, en Palma Soriano, en la oriental provincia de Santiago de Cuba. Identificado con la revolución acudió a los  llamamientos de sacrificio del socialismo, para llegar al comunismo.
    Poco tiempo duraron los honores y homenajes por haber sido, en dos ocasiones, internacionalista voluntario durante la guerra de Angola. Fue recibido como héroe, pero un año después ya era tratado casi como un desertor.
    Todos los días da gracias al cielo por no haber perdido la vida en un acto heroico de los que invocaban sus jefes. Salir ileso de la contienda le ha permitido ver el abandono del gobierno a las familias de sus compañeros caídos en combate.
    Señala que la Operación Tributo, dedicada a recibir los restos de los cubanos muertos en la guerra de Angola, fue una farsa. A lo largo del país el Partido Comunista de Cuba (P.C.C.) creó comisiones de atención a los familiares de los caídos  y combatientes.
    ¨Durante un tiempo prometieron resolver nuestros problemas, algunos provocados por la ausencia. Una vez que terminó la guerra y la Operación Tributo concluyó, las promesas quedaron en el aire¨; dice Luis.
    Luis se siente víctima. Recuerda que a principio de los años noventa  le ofrecieron resolver su situación de vivienda. Desde entonces reclama y espera.
    Acudió a las oficinas del P.C.C., el gobierno y el Comité Militar de Palma Soriano, sin resultados. ¨Ni siquiera logro estabilidad laboral; un trabajo¨, dice. Algo que también reclama.
    Luis tiene una preocupación. El salario que percibe cuando labora no deja opciones, tiene que delinquir. Advierte que su aspiración  es sustentar a la familia con un trabajo estable y razonablemente remunerado.
    Los días de esplendor como ¨internacionalista proletario¨, acabaron en decepción. La mentira mantenida durante tanto tiempo acabó, y le avergüenza el paso que dio en la década del ochenta.
    A través de una revista censurada que le ofreció un bibliotecario independiente, conoció que en realidad el ejército del que formó parte fue la punta de lanza de las aspiraciones de dominio ruso en África. Supo que el gobierno cubano recibió de los soviéticos tres millones de dólares diarios como pago por enviar cubanos a la guerra. Además, Fidel Castro cumplió sus sueños napoleónicos.
    Desde que leyó el texto, se acentuó en Luis el arrepentimiento de haber abandonado a su familia por cumplir con el llamado del Comandante.  Dice que sentirse manipulado lo ha convertido en una persona llena de rencores. Cada día tiene menos temor a enfrentar al gobierno, en una lucha que no admite reconciliación.
    Aunque dice que no le interesa la política, se declara enemigo del sistema  y sus gobernantes. De ellos dice, refiriéndose al gobierno, “sólo acepto lo que me deben”. Aclara que no pide limosna.
    Luis acusa al gobierno de los traumas psicológicos que padece por su participación en las guerras. Otra vez da el paso al frente, pero ahora no manejado por una ideología y su líder. Ahora lucha por su familia.