Principios liberales (IV) por Carlos Rodríguez Braun

La democracia expande la coacción, pero Anthony de Jasay apunta que “en general todas las formas o sistemas de reglas para gobernar un Estado son antagónicos con el liberalismo” (“Inspecting the foundations of liberalism”, Economic Affairs, marzo 2010). La clave del recorte de la libertad en la democracia es que el Estado se basa en apoyos y ello requiere redistribuir. La democracia no es el recambio pacífico de los gobernantes, porque eso lo garantiza la ley o la costumbre, y no es exclusivo de la democracia; durante mil años hubo transiciones políticas pacíficas en Venecia sin ningún voto popular, mientras que en África hoy hay estados democráticos donde las transiciones no son apacibles.

Cualquier poder necesita redistribuir para legitimarse, pero la cantidad a redistribuir depende según de Jasay de dos características del gobierno: la primera es la proporción de apoyo con respecto a la población, porque es evidente que no es lo mismo gobernar con el apoyo de la guardia pretoriana o la KGB que gobernar gracias al voto popular. La segunda característica es el grado de competencia política, que resulta máxima cuando cada pocos años se busca atraer nada menos que la mitad de los votos.

La democracia no sólo expande el Estado sino que también confunde las lenguas, típicamente instala la idea de que democracia liberal = justicia social, cuando la redistribución coactiva viola la justicia, que es un principio liberal. Sostiene de Jasay que la llamada justicia social no es justicia porque le falta un requisito básico, a saber, un sistema de reglas que distingue los actos justos de los injustos. “Como faltan las reglas es imposible decidir que una situación es socialmente justa y no reclama reparación. El corolario lógico, por supuesto, es que la demanda de justicia social no es satisfecha jamás”. (Es habitual en los políticos este latiguillo: nos queda tanto por hacer…).

La justicia social resulta ser más que la justicia, porque ante ella no podemos esgrimir ni propiedad ni contratos voluntarios. La superioridad moral de sus partidarios tiene que ver con la igualdad, pero tampoco es igualdad ante la ley, que a todos respeta; la igualdad es quitarle a unos para darle a otros, con lo que parece más injusticia que justicia. Al final vamos en círculos: “la igualdad es justa porque es parte de la justicia social, y la justicia social es justa porque procura la igualdad”.

El debate sobre los impuestos por Fernando González Urbaneja

José Blanco, dice que a título personal, como que eso fuera posible siendo ministro del gobierno y mandamás del aparto del partido, ha tirado una buena pedrada en el vacuo estanque del debate político: su propuesta es subir los impuestos para acercar la fiscalidad española a la media europea. Es una apuesta contracorriente ya que durante la última década los socialistas habían abatido la bandera socialdemócrata clásica de altos impuestos, progresivos y con la finalidad de ampliar el estado generoso y protector, el llamado estado del bienestar.

Las socialdemocracias europeas, especialmente las del norte de Europa, hicieron ese viaje hacia una fiscalidad del orden del 50% del PIB después de Guerra Mundial para construir sociedades más igualitarias y estados que se ocupan del ciudadano desde la cuna a la tumba. El viaje fue feliz durante muchos años (consolidó en el poder a los socialdemócratas y a loa democristianos que les acompañaban en la aventura) pero tocó techo mediados los años setenta. La fiscalidad alcanzó cotas desalentadoras tras sobrepasar esa cota del 50% que llegó al 80% en los tramos altos de la tributación personal.

A partir de mediados de los setenta la escalada fiscal empezó una fase de retirada; los partidos conservadores y liberales defendieron u aplicaron rebajas de la fiscalidad, recortes en los tipos máximos, desplazamientos en la recaudación hacia impuestos sobre el consumo. Y los socialdemócratas revisaron principios para empezar a sostener propuestas que desplazaban las políticas de igualdad al gasto más que a los impuestos. Las propuestas de mínimos exentos altos (renta básica de ciudadanía sin impuestos), de tipos únicos para hacer impuestos sencillo y eficaces, salieron de la factoría socialdemócrata más actualizada y también desde economistas liberales (Milton Friedman) críticos con el ogro filantrópico.

En España la fiscalidad tocó techo a finales de los ochenta (etapa González-Borrell) con una presión efectiva por encima del 40% y tipos marginales próximos al 60%. El PP de Aznar ganó las elecciones con la bandera del recorte de impuestos, y con parsimonia cumplió la promesa mediante dos reformas del IRPF, una por legislatura, que afeitó todos los tipos y tramos para colocarlos en la zona más baja de la Europa del euro. Zapatero mantuvo la misma estrategia con criterios más preventivos que por convicción.

Blanco ha levantado ahora la bandera clásica de la socialdemocracia más impuestos para repartir, para que paguen los que tienen y reciban los que no tienen. El eslogan es atractivo, pero no es tan cierto y lineal como parece o pretenden. El debate fiscal tiene muchas notas a pie de página, no se puede despachar con un titular, hay que sentar las bases y evitar que se diga lo mismo y lo contrario o que lo que se dice luego no s etraduzca en realidades.

Blanco ha tirado la piedra, seguramente con pretensiones electorales y de agitación, para ir creando estado de opinión y para sumar adeptos por la izquierda. Es un debate político que merece la pena y que requiere algo más que brochazos. Pero sospecho que no vamos a salir de declaraciones tan gruesas como huecas. El cualquier caso al PP le dan un buen argumento para marcar diferencias y reforzar su base electoral.

Petraeus, ¿Un general adecuado para Afganistán? por Ricardo Martínez Isidoro

«El nombramiento de Petraeus parece adecuado para el progreso en Afganistán, si bien debe ser acompañado por otros aciertos en los múltiples factores que gravitan sobre el futuro de este atormentado país»

Conocí al general Petraeus en Irak, en septiembre de 2003, en la Transferencia de Autoridad (TOA) de los Marines a la División Multinacional Centro Sur, donde yo ejercía como deputy commanderespañol y segundo jefe. Su presencia era sentida y esperada, después de su inteligente campaña al frente de la 101 División Aerotransportada norteamericana en el Kurdistán. Compartimos espera en el turno de comedor, como cualquier soldado, y desde ese momento, con limitados intercambios de frases sobre la TOA, quedé gratamente impresionado por su personalidad humilde y, sin embargo, de gran ascendiente entre sus subordinados.

Como teniente general volcó su experiencia en el Manual de Contrainsurgencia del Ejército de Estados Unidos que apareció en el año 2006, año terrible para las operaciones militares norteamericanas en Irak, y se puso en práctica sobre todo en ese teatro. Su paso como comandante de la Fuerza Multinacional coincide, al principio, con los peores años de resultados en la estabilización de ese país, con indicadores muy desalentadores. Pasados unos meses, se produce en Irak un cambio de estrategia, lo que ha venido a llamarse «surge», basado en una concepción pragmática de las actuaciones militares y civiles, de tal forma que la estrategia se basó en una observación inquieta de las necesidades de Irak, en ganar los corazones y las mentes de los autóctonos, ahora ya frase célebre, y en obtener, como consecuencia, conceptos e ideas sólidas, para ponerlas en práctica con una gran acción de conjunto, supervisándolas meticulosamente en su fase de ejecución; el enemigo, la insurgencia, debería ser perseguido implacablemente para su neutralización, manteniendo las zonas de las que hubiera sido desalojado. Estos parámetros generales, a pesar de las diferencias con Irak, deberían poder ser aplicables en Afganistán; ahí reside la inteligencia del personaje para poder aplicar su gran bagaje de experiencias.

Pero hay más, Petraeus sacó del ostracismo un factor básico, arrinconado en aquel conflicto hasta entonces por la dureza de la lucha, los valores. Corrigió, sin miramientos, los excesos y costumbres de la nefasta cárcel de Abu Graib y recordó que no se podría estabilizar Irak sin implantar los valores del hombre, del militar y los que siempre han adornado la existencia de Estados Unidos, lo que es lo mismo que renunciar a la guerra sucia y al deslizamiento de la situación hacia la negación de todo lo que el hombre ha conseguido hasta la fecha en el respeto a sí mismo y a los demás. Al llegar a Afganistán como nuevo comandante en jefe de ISAF y de las Fuerzas Norteamericanas, expuso con contundencia que había venido a ganar la partida en este complicado conflicto, manifestando su decisión de impulsar de forma prioritaria, como principio fundamental de su actuación, la voluntad de vencer, contra cualquier veleidad de los derrotistas, en el país y en la retaguardia.

Hubiera sido fácil erigirse como ostentador de otra estrategia para Afganistán, con su predecesor caído en desgracia por un impensable asunto de comunicación pública, y sin embargo ratificó, respetó y reconoció la actuación del general McCrystal, como militar y responsable operacional de ese teatro, recogida en el famoso informe de agosto del año 2009, que provocó el aumento de efectivos norteamericanos y de ISAF en Afganistán; con ello separaba, y salvaba de la desaprobación, la cadena militar de las equivocaciones cometidas en el ámbito de las relaciones político-militares. Precisamente Petraeus, aceptando ser comandante en jefe de Afganistán, realiza un acto de humildad castrense sin precedentes al situarse en el nivel subordinado a su mando en aquel momento, el Central Command, poniendo fin a una crisis profunda en la cadena general de mando del presidente Obama, jefe supremo de las Fuerzas Armadas norteamericanas. La actuación de Petraeus, en relación con Obama, no significa una subordinación ciega al nivel que representa el presidente, que convertiría la cadena de mando en una herramienta rígida y falta de iniciativa, en la que los detalles de cada punto de observación y su validez para conducir las operaciones dependen de la capacidad de ejecución de cada nivel y su significado para el éxito. Por ello, el general proporcionó en cada momento el mejor asesoramiento profesional militar disponible para el conflicto de Afganistán, para que el jefe supremo lo integrara con otras opciones a su alcance. En cuanto a otras virtudes y principios generales que tienen una directa aplicación en el ámbito de la conducción de las operaciones, del general Petraeus hay que esperar que ejerza un gran liderazgo, condición del mando absolutamente imprescindible cuando se trata de realizar una operación de contrainsurgencia (COIN), en la que hay que actuar por resultados conseguidos, a largo plazo, con difíciles limitaciones al uso de la fuerza en relación con su efecto en la población; son de esperar de este intelectual de la COIN nuevos conceptos ad hoc, resultantes de su gran postulado, «aprender y adaptar», una dirección con unidad de esfuerzos, ejemplaridad y una cooperación obligada de cuantos actores intervienen en el conflicto, fruto de su gran energía y visión a largo plazo. Lógicamente los resultados que se esperan de él son fruto del conocimiento profundo de la situación de Afganistán-Pakistán y de la aplicación de su propia concepción de la estrategia, cuyas claves serían las siguientes.

En el ámbito político-militar, Petraeus manifiesta su confianza en el presidente Karzai, en su compromiso de transparencia, integridad y responsabilidad, así como en su política de reconciliación con los talibanes, esperando que se hagan realidad los lemas de su Gobierno, dándole una nueva oportunidad de credibilidad, ya que la estrategia de contrainsurgencia difícilmente podría establecerse sin ese requisito. Para Karzai, por otra parte, relevado McCrystal, el mejor candidato era el general Petraeus.

El concepto de la operación de contrainsurgencia pasa por mantener el esfuerzo actual de ISAF y US, cambiando su dedicación cuando las condiciones permitan una transición a las Fuerzas de Seguridad afganas y manteniendo el compromiso en torno a la protección de la población de los militantes que permiten que Al Qaeda tenga un santuario en su país; es de prever también una «surge civil» de más de mil cooperantes. La situación en relación con la insurgencia está en un momento crítico, el enemigo es resistente y tiene una gran confianza en sí mismo, sus metas y valores permanecen constantes, piensan que pueden sostener el momento actual y mantener, e incluso aumentar, su capacidad operacional adaptándose a los cambios producidos en ISAF, expandiéndose y aumentando su influencia, realizando una labor muy activa en torno a la población, a la que apoyan o coaccionan, pasándole su relato de que luchan para expulsar a las fuerzas ocupantes extranjeras que sostienen un Gobierno corrupto; su finalidad es separar lo local y tribal del Gobierno central, por cualquier medio. El valor de la fecha de retirada norteamericana (2011) lo pone en solfa, a pesar del anuncio de Obama, para que signifique el inicio condicionado de un proceso que nunca debe pesar sobre la población y dar opciones a la insurgencia. El nombramiento de Petraeus parece por tanto adecuado para el progreso en Afganistán, si bien debe ser acompañado por otros aciertos en los múltiples factores que gravitan sobre el futuro de este atormentado país.

Ricardo Martínez Isidoro. General de División en la Reserva.

José Blanco y el falso dilema de los impuestos por Hernando F. Calleja

Resulta sugerente que las reflexiones sobre las próximas subidas de impuestos recaigan en el ministro de Fomento, que recuerda por su permanencia agosteña en todos los frentes a los ministros de jornada de antaño, y no en la titular del ramo fiscal.

Lo sugerente es pensar que es en el Partido Socialista donde se fragua una propuesta de este corte y no desde el Gobierno. El debate presupuestario del otoño necesita rebañar los apoyos parlamentarios imprescindibles y sabido es que hay palmeros de la subida de impuestos que estarían encantados.

Y es que el vicesecretario general del PSOE, en su reflexión fiscal, deja de incluir importantes elementos de análisis, lo que le lleva directamente al error, piadosa manera de llamar la ocultación deliberada o media verdad e ineludiblemente a una manera de burdo chantaje. O servicios o impuestos. ¿Se ha enterado de que un Gobierno es sobre todo un administrador?

El Gobierno no puede agarrarse a la presión fiscal general, un dato sinceramente burdo en una fase económica como la presente. Lo que conviene es definir la presión fiscal en función del gasto público final, ya que todo lo que se incremente éste acabará por una vía u otra y, más pronto o más tarde, pagándose con impuestos. Por tanto, la irresponsabilidad de la subida irrefrenable del gasto es la que acarrea la subida de impuestos, nunca al contrario.

Además, José Blanco habla como si el Gobierno no hubiera subido ya los impuestos desbocadamente en el último año (IVA, IRPF, Rentas del capital, especiales...). Una galante invitación a la sumersión de una parte de la economía, que otro miembro del Gobierno, Celestino Corbacho, se atrevió a cifrar por encima de la quinta parte del PIB.

Antes de subir más los impuestos, el Gobierno (o Blanco) debería explicar a los españoles por qué se le escurren entre los dedos a Hacienda unos 200.000 millones de productos y servicios libres de impuestos.

Hernando F. Calleja, periodista de elEconomista.

Estímulos fiscales sí, pero siempre que se pueda por María Jesús Fernández

La recuperación que ha experimentado la economía mundial desde mediados del pasado año ha obedecido, en buena medida, a los potentes estímulos fiscales instrumentados por los gobiernos de casi todos los países desarrollados, junto a los ciclos de los inventarios y a una vuelta del comercio mundial a una cierta normalidad tras el colapso sufrido en el último trimestre de 2008 y primero de 2009.

Ahora que los efectos de estas circunstancias comienzan a agotarse, queda al descubierto la fragilidad y la falta de solidez de dicha recuperación, algo de lo que muchos ya habíamos advertido. No cabe esperar una recuperación consistente mientras el sistema financiero mundial siga sin funcionar con fluidez. Además, muchas grandes economías tienen que terminar de absorber el impacto del pinchazo de sus burbujas económicas.

En este contexto, ¿cuál es el papel que debe desempeñar la política fiscal? En torno a esta cuestión hay dos escuelas. Por una parte se encuentran los que opinan que aún es pronto para retirar los estímulos, y que estos deben mantenerse hasta que la economía se encuentre en condiciones de crecer de forma autosostenida, aun a costa de mayores déficit públicos. Por otra parte, están los que piensan que se debe instrumentar de forma inmediata una política de consolidación fiscal, e incluso que los estímulos han sido un error, ya que han disparado los déficit hasta niveles insostenibles.

En mi opinión, no hay una respuesta única y generalizable a todos los casos. Está claro que los déficit no son sanos y que la estabilidad presupuestaria debe ser un objetivo a medio plazo. Pero este objetivo debe manejarse con racionalidad e inteligencia. Es absurdo elevarlo a dogma sagrado de obligado cumplimiento siempre y en toda circunstancia.

Los países que aún tienen margen para mantener un cierto déficit deberían continuar con políticas de estímulo fiscal para sostener en alguna medida la economía mundial. El caso más claro es Alemania. Su déficit, aunque elevado según los parámetros anteriores a la crisis, es moderado en comparación con otras economías desarrolladas.

Además, en su mayor parte es un déficit de carácter transitorio, puesto que resulta sobre todo de factores cíclicos y de las políticas de estímulo fiscal. Por tanto, puesto que el potencial de crecimiento de la economía alemana se mantiene casi intacto, dicho déficit será relativamente fácil de corregir cuando la recuperación se consolide (o, al menos, mucho más fácil que en otros países).

El caso de España

Por otra parte, el incremento súbito e intenso del déficit público hasta ratios de más del 10% del PIB en países como Reino Unido, Estados Unidos y España es de carácter más estructural y permanente. Sólo en una pequeña medida obedece a las medidas de estímulo o a factores cíclicos. La razón fundamental del déficit en estos casos se encuentra en la insuficiencia estructural de los ingresos del Estado para cubrir sus gastos, debido a una caída permanente en el nivel de aquellos como consecuencia del pinchazo de sus burbujas económicas.

En estos casos también hay que distinguir entre situaciones diversas. Si el país parte de un nivel de endeudamiento moderado, la mejor política sería comenzar ya a corregir el componente estructural de dicho déficit, compensando, al mismo tiempo, al menos en parte, el efecto restrictivo a corto plazo sobre el crecimiento con ciertas medidas transitorias de estímulo fiscal que se retirarían completamente cuando el crecimiento adquiriese solidez. Si el nivel de endeudamiento es ya elevado, sin embargo, no quedará más remedio que recortar el déficit cuanto antes.

España se encuentra en una situación especial. En principio, se podría encuadrar entre aquellos países que deben corregir inmediatamente su déficit estructural pero con posibilidad de mantener medidas temporales de estímulo, puesto que partimos de un nivel de endeudamiento público reducido. Pero la desconfianza de los mercados financieros, derivada del estallido de la crisis de la deuda, nos obliga a incluirnos dentro del último grupo.

Tampoco creo que hayan sido un error los estímulos fiscales instrumentados hasta ahora. Tratar de mantener el equilibrio presupuestario a toda costa en una situación como la de comienzos del pasado año, cuando la economía se estaba desplomando, habría sido absurdamente suicida.

Ahora puede que la economía mundial no se encuentre en fase clara de recuperación, pero al menos se ha estabilizado, de modo que el inicio de la retirada de los estímulos en algunos países no tendrá un efecto catastrófico, si bien debería retrasarse en los casos en que sea posible.

María Jesús Fernández, fundación de las Cajas de Ahorros.

El salario del miedo por Carlos Rodríguez Braun

En una película de Clouzot un camionero (Montand) acepta transportar una carga de nitroglicerina: cobra «el salario del miedo». Esa transacción es norma hoy, pero para todos y a la fuerza, porque nos someten con la excusa de superar nuestro miedo, y en tal caso no hay límites a la coacción. El Gobierno puede comprar millones de dosis de vacunas para una gripe inexistente o forzar a masas de ciudadanos a inútiles humillaciones en los aeropuertos, y no cabe objetar porque ¿y si hubiese habido la famosa epidemia?, ¿y si se relajan los controles y un terrorista vuela un avión? Lo más importante es la seguridad, dijo Blanco cuando los gobiernos europeos impidieron a millones de personas tomar un avión durante una semana. Tal el pensamiento único: hay muchas catástrofes, desde el paro hasta las pensiones, desde la obesidad hasta el tabaquismo, desde la crisis hasta el calentamiento global, que sólo pueden resolverse con menos libertad, y para eso está la política. Los riesgos más o menos conocidos que las personas o las empresas podríamos soportar se vuelven responsabilidades sociales que el Estado debe asumir. Es una trampa, dice Anthony de Jasay («Is society a big insurance company?», www.econlib.org), porque los humanos libres nos protegemos, por ejemplo, con seguros, y no tenemos por qué aceptar como obvio el que nos arrebaten la libertad y los bienes a cambio de una seguridad que definen otros y pagamos todos.

Más tributos por Martín Prieto

Una curva estadística y empírica demuestra que los impuestos no pueden subir indefinidamente porque llega un momento en donde la línea ascendente se dobla, decae la economía y el Estado recauda menos, explicando así la aparente paradoja de que el presidente Ronald Reagan aumentara el Producto Interior Bruto (PIB) estadounidense rebajando los tributos. No fue una Arcadia feliz y se resistieron servicios asistenciales, pero la primera parte de la ecuación es la más dañina de las dos. Dogma socialista es aumentar los impuestos hasta que su misma hacienda tumbó el Estado de Bienestar sueco y el moralista Ingmar Bergman tuvo que exiliarse en una isla danesa.

Durante un tiempo, nuestros socialistas, caídos del guindo, proclamaron eso de que bajar los tributos era de izquierda, pero en breve regresaron a su ser natural, porque ¿a dónde irá el buey que no are? Tras las lecciones de logopedia que le ha quitado la dislexia y su aterrizaje al Ministerio de Fomento, «Pepiño», adoptó maneras de Don José y creíamoslo patricio dado al bien, pero nos acaba de poner en guardia ante más impuestos si queremos servicios de primera.

El conjunto de todos nuestros servicios públicos (transporte, sanidad pública, pensiones, etc.) es una mierda. Somos Polonia pero con AVE. Y no lo digo sólo yo; Carlos Solchaga siendo ministro de Economía de Felipe González afirmaba que teníamos impuestos americanos y servicios africanos. Las comparaciones con el resto de la Unión Europea son trampas para oso, porque no recibimos lo que se reparte en el Benelux, Alemania y los países nórdicos.

El nuevo socialismo español confunde la redistribución con el despilfarro y habremos de tributar más porque ya dijo una «ministra de cuota» que el dinero público no era de nadie.

¡Pero si están pagando impuestos hasta los parados con prestación!

¿Quién tirará de la economía y el empleo? por Antón Costas

Hay una pregunta que con angustia se hacen todos los que han perdido el empleo, los que buscan su primer trabajo y aquellos que, aunque tienen empleo, viven con el temor a perderlo: ¿de qué viviremos ahora que los excesos de la economía del ladrillo, de la obra pública y de otras actividades que solo eran viables cuando el dinero era barato han dejado de tirar del empleo?

Una tentación fácil para las autoridades es seleccionar discrecionalmente nuevos sectores (por ejemplo, las energías renovables), que mediante fuertes ayudas tiren del empleo. Sería un error. No hay que buscar sectores sustitutivos del inmobiliario, hay que fomentar la competitividad de todas las actividades que tienen capacidad para vender bienes y servicios en los mercados globales. De ahí vendrá la demanda de empleo estable que necesitamos.

Pero antes, permítanme una consideración sobre la urgencia de encontrar un atajo para crear empleo. No deberíamos aceptar el desempleo masivo como la "nueva normalidad" que nos ha traído la crisis. Sorprende ver la facilidad con que economistas y políticos aceptan que el desempleo de larga duración es un "rasgo estructural" frente al cual solo cabrían las prejubilaciones y las reformas estructurales. Como las quiebras bancarias, el desempleo masivo tiene naturaleza de "riesgo sistémico": no es solo un drama para el que lo sufre, sino un mal para el sistema económico en su conjunto. Y por tanto, para la cohesión social y el sistema político. De ahí que haya que actuar con la misma rapidez y contundencia que frente a las quiebras financieras. Urgencia que se acentúa cuando vemos que la forma que tienen las empresas de mejorar su productividad en medio de la recesión es despidiendo empleados.

¿De dónde vendrán los impulsos para mantener y crear nuevo empleo? Sometida como está nuestra economía a una necesaria cura de adelgazamiento, no podrá venir del gasto interno. El consumo de las familias se ha recuperado ligeramente, haciendo que la economía salga de la recesión, pero seguirá débil debido a la necesidad de ahorrar para reducir endeudamiento y al miedo frente al futuro. La inversión se mantendrá anémica, tanto porque el consumo es débil como porque las empresas vienen de una fase de elevada inversión, ahora sin utilizar. Y el gasto del sector público estará sometido a cuarentena, para reducir el déficit y la deuda pública.

En estas circunstancias, los impulsos hay que buscarlos principalmente en la demanda externa, es decir, en el aumento de los bienes y servicios producidos para su venta en los mercados globales (incluidas las ventas en el mercado interno que sustituyen importaciones).

¿Podemos? Algunas buenas noticias pueden fortalecer nuestra autoestima y la confianza en nuestras empresas.

Si medimos la competitividad por la capacidad para mantener la cuota de mercado, la española ha sido la economía de la OCDE que desde el año 2000 mejor ha sabido mantener su cuota en los mercados globales, a pesar del euro fuerte y de la competencia asiática. (Con la excepción, eso sí, de Alemania, pero va fuera de concurso). Además, en plena recesión, es la que más ha aumentando su ritmo exportador.

Al señalar esta buena noticia, en ocasiones me he encontrado con la pregunta incrédula: ¿pero, qué exportamos? No solo "aperitivo y postre" (frutos secos, vinos de mesa y naranjas para el postre) y "sol y playa" (turismo), como algunos piensan. Exportamos también productos químicos, automóviles, textiles, calzado, material de oficina e informática, máquinas, herramientas o servicios. Dentro de esta última partida, el cambio ha sido espectacular. En 1990-1995 el turismo significaba el 21,5% de los ingresos por exportaciones, mientras que los servicios no turísticos (servicios a las empresas, ingeniería, etcétera) eran el 11,7%. En 2003-2009, estos últimos ascendían ya al 17,6% mientras que los ingresos por turismo eran el 16,2%. Los servicios empresariales y otros se han convertido en el sector más dinámico.

Esta mayor capacidad y diversidad exportadora es reflejo de la intensa modernización económica y empresarial experimentada desde la recesión de 1992-1994. Gran parte del tejido empresarial, del capital público productivo (las infraestructuras), de los emprendedores y del capital humano de nuestra economía ha cambiado profundamente. Somos exportadores netos de capitales, y las cuentas de muchas grandes empresas se alimentan cada vez más de los ingresos procedentes del exterior.

Pero, la burbuja inmobiliaria ha creado una imagen distorsionada de la economía española, ocultando esa internacionalización y capacidad de competir en los mercados globales. Falta construir una equity story, un relato de esa modernización que fortalezca la autoestima y confianza.

Lo que hay que hacer ahora es fomentar la competitividad de ese tejido de empresas que ya existe, que exporta o tiene potencial exportador, creador de empleo estable y de elevados salarios, no volver a primar artificialmente sectores que crean burbujas de empleo, temporal y de bajos salarios, que al pinchar dejan el reguero de paro que estamos viviendo. Esa es la causa por la que habiendo sido nuestra recesión menor, el paro haya sido muy superior que en otras economías.

¿Cómo impulsar la competitividad? Tenemos tres caminos. El más tradicional es una devaluación de la moneda que haga más baratos nuestros bienes y servicios en los mercados globales. Lo hicimos en 1993, en 1982 y en 1977. Pero ya no es posible. Nos va bien la devaluación del euro, pero tiene efectos limitados, dado que el 70% de nuestras exportaciones van a países del euro que también se ven beneficiados. El segundo camino es apoyar la mejora de la competitividad en ganancias de productividad, mediante las reformas estructurales, la política industrial y la innovación. Es lo que recomiendan todos los economistas. Y tienen razón. Pero el inconveniente es que sus efectos son a medio y largo plazo.

El tercero es posiblemente el único camino eficaz a corto plazo: coordinar una moderación de los salarios en el conjunto de la economía (no solo los funcionarios y pensionistas) con una reducción de precios de los servicios protegidos de la competencia y que entran en la cesta de la compra (comunicaciones, transportes, servicios profesionales, carnet de conducir y muchos otros). Eso permitiría mejorar la competitividad de los bienes y servicios que vendemos en los mercados globales al reducir sus costes y, a la vez, mantener la capacidad de compra de salarios y pensiones. Parece magia, pero funcionó en 1977 (pactos de la Moncloa) y en 1983 (medidas de Miguel Boyer). Eso sí, requiere liderazgo y capacidad política.

Una política de este tipo, si viene acompañada de una mejora de los flujos de capital y crédito a las empresas, hasta ahora bloqueados por el retraso en sanear y reestructurar cajas y bancos, daría lugar a un shock de competitividad que permitiría aumentar las exportaciones, generar empleo, reducir el desequilibrio comercial y disminuir la necesidad de financiación exterior.

Déjenme, para concluir, hacer una consideración política. Como he dicho, a largo plazo la competitividad ha de basarse en mejoras de productividad. Eso requiere reformas estructurales. A corto plazo, sin embargo, la competitividad ha de apoyarse en moderación de salarios y disminución de precios (mediante la aplicación efectiva de la Directiva europea de liberalización de servicios). Esto requiere políticas. Una buena estrategia de competitividad ha de combinar sabiamente el corto y el largo plazo, políticas y reformas.

Muchos analistas y el propio Gobierno están priorizando las reformas y relegando las políticas. En particular, la reforma del mercado de trabajo, de la que se esperan efectos demiúrgicos. El riesgo es quemar el ya escaso capital político del Gobierno en batallas cuyos efectos son, en el mejor de los casos, a largo plazo, impidiendo su uso para lograr los acuerdos sobre salarios y precios que necesita la economía española para provocar un shock de competitividad que tire del empleo. Pienso que es algo que debería ser tenido en cuenta.

Antón Costas Comesaña es catedrático de Política Económica en la Universidad de Barcelona.

El ejército colombiano no da tregua a las FARC

El ejército colombiano ha difundido imágenes de uno de sus ataques contra la FARC. No dan tregua a cinco rebeldes que iban a entregar armas a la guerrilla. Un material que, por cierto, traían de Venezuela. Les ametrallaron, su barca ardió y acabaron muriendo.

No se deje engañar: los españoles, entre los europeos que más impuestos pagan por Beatriz Amigot

Cada vez que el Gobierno anuncia que va a subir los impuestos utiliza como justificación que la presión fiscal en España es de las más bajas de Europa. Ya lo hizo hace un año cuando se anunció la supresión de la de los 400 euros, el aumento del IVA y una subida de tipos para las rentas más altas y lo ha vuelto a hacer estos días el ministro de Fomento, José Blanco. Pero este argumento no es válido porque si se miran los detalles, los españoles están entre los europeos que más se rascan el bolsillo para pagar a Hacienda. La presión fiscal y el verdadero esfuerzo fiscal nada tienen que ver.

Es cierto que la presión fiscal ha caído mucho en los últimos ejercicios, ha pasado del 37,2% del PIB en 2007 al 33,1% un año después, y esta tasa se sitúa lejos de otros socios europeos como Francia (42,8%), Alemania (39,3%), Reino Unido (37,3%) o la media de la UE-15 (41%). En consecuencia, el Ejecutivo deduce que hay margen para elevar los tributos. Pero, ¿qué trampa esconde este razonamiento?

La presión fiscal es el resultado de dividir la recaudación total (incluidas las cotizaciones a la Seguridad Social) por el Producto Interior Bruto. Una vez dicho esto, los expertos coinciden en que hay mucha demagogia en este asunto y que la presión poco tiene que ver con las subidas o bajadas de impuestos, sino que sobre todo varía por la caída de la recaudación y ésta a su vez se explica por el ritmo de crecimiento de la economía y del fraude.

De hecho, en teoría existe un multiplicador según el cual por cada punto que varía el PIB los ingresos cambian 1,1 puntos (si el año pasado la economía cayó 3,6 puntos la recaudación debería haberse recortado 4,7). Sin embargo, el pasado ejercicio la caída de la recaudación fue muy superior y se ingresaron 29.430 millones menos que el año anterior (-17%). Los expertos mantienen que esta divergencia de cifras se explica por el fraude.

"En 2008 y 2009 no ha habido rebajas impositivas y si en España la recaudación ha caído mucho más que en otros países europeos sólo se explica por una escalada de la economía sumergida. Si se combatiera ese lastre se conseguiría recaudar unos 38.500 millones anuales, 3,8 puntos del PIB, con lo que la presión fiscal en España subiría hasta el 37,7% (más cerca del 41% que hay de media en la UE 15)", explica José María Mollinedo, secretario general de Gestha.

Para Juan Carlos López Hermoso, presidente de la Asociación Española de Asesores Fiscales (Aedaf), "se está confundiendo recaudación baja con impuestos bajos y eso no es así. Si se suben los impuestos seguirán pagando más los mismos, lo que hay que hacer es aumentar la recaudación. Y eso se consigue generando actividad económica y luchando contra el fraude eliminando, por ejemplo, el sistema de módulos y que la gente pague porque lo que realmente gana".

Una vez aclarado el asunto de la presión, hay que resaltar que a los españoles les cuesta más sudor pagar sus impuestos que a otros vecinos. Pero, ¿cómo se puede medir ese sacrificio?

El esfuerzo fiscal compara de una forma más tangible cómo sufren en cada país los bolsillos de los ciudadanos a consecuencia de los impuestos, pero su cálculo suscita bastante controversia. Los expertos explican que para poder evaluar el esfuerzo fiscal habría que estudiarlo tasa por tasa y teniendo en cuenta la capacidad recaudatoria de cada territorio.

La primera aproximación a este concepto es el índice Frank (1959). Se trata de un indicador sencillo (es el resultado de dividir la presión fiscal por la renta per cápita) y por ello cuenta con sus limitaciones. No obstante, dada la poca información estadística que existe en esta materia, este índice sirve para hacerse una idea de cómo impactan los impuestos a nivel individual. En este sentido, es sorprendente que en 2008 (últimos datos disponibles) los españoles se situaran entre los que más tributaron de la UE-15 con un índice de esfuerzo fiscal del 0,15, sólo por detrás de Portugal (0,24) e Italia (0,17) y al mismo nivel que Grecia (0,15). Un dato que tira por tierra cualquier intento de justificación de una subida fiscal.

En cambio, los países en los que los ciudadanos realizan un menor sacrificio son Dinamarca (0,12), Países Bajos (0,11), Irlanda (0,08) y Luxemburgo (0,05). Ver tabla completa.

El mercado cautivo de las vacunas por Jorge Alcalde

Pocas veces se ha hablado tanto de la gripe en plena temporada de verano. Pero aquí estamos echando mano de lo que sabemos y, sobre todo, de lo que no sabemos sobre el famoso virus AH1N1 para avivar una polémica política con tintes de serpiente estival.

Unos y otros parecen haber encontrado un motivo para arrearle a sus viejos demonios. Unos (la izquierda) esgrimen la afortunada levedad de la pandemia de gripe A y las supuestas relaciones de miembros del comité de expertos de la OMS con la industria para recordarnos lo malo que es el capitalismo, el demonio que anida dentro de cada empresa farmacéutica y los perniciosa que es la globalización para nuestra salud. Otros (la derecha), aprovecha la ocasión para darle en la nariz a la ministra de Sanidad reencarnada en futura candidata electoral madrileña.

Y por esos extraños compañeros de cama que la política suele prodigar, vemos de la mano a los editorialistas del diario Público y a los portavoces del Partido Popular con un mismo fin: alertarnos sobre lo mal que se gestionó la crisis de la pandemia, sugerir que hubo intereses ocultos en la alarma generada y poner en duda el sistema de reacción internacional contra las epidemias víricas.

Por supuesto, ni unos ni otros se han preocupado en utilizar argumentos científicos para ello.

Si lo hubieran hecho, quizás se habrían visto obligados a reconocer que la investigación, fabricación y distribución de vacunas es una de las actividades económicas más sometida a las tensiones intervencionistas y menos regulada por las leyes del mercado libre.

Que la epidemia haya sido menos grave de lo previsto, que ahora contemos con un stock de millones de dosis sin aplicar que hay que destruir y que cinco de los 15 miembros del comité asesor de la OMS hayan trabajado para la industria no son más que consecuencias de una sucesión de malas políticas que han conducido al práctico enquistamiento de la industria de las vacunas. Porque, comparada con cualquier otra actividad farmacéutica, la invención y fabricación de vacunas sigue siendo lenta, demasiado costosa, muy poco orientada a la innovación y escasamente atractiva para el capital. Está hiperregulada, ahogada por la presión de los Estados, limitada por la intervención sobre los precios y sometida a durísimas normas de seguridad. Es cualquier cosa menos una actividad económica libre en la que las empresas pueden concurrir con el sano objetivo de obtener un beneficio previamente estipulado con riesgo calibrado y unas expectativas de retorno medibles.

¿Por qué? En primer lugar, una vacuna contra la gripe es un producto muy costoso de producir. Una planta de fabricación mediante el método habitual (que consiste en inocular el virus en material biológico extraído de huevo de gallina) puede suponer una inversión inicial mínima de 300 millones de dólares. Para colmo, se necesitan al menos 5 años para que la planta esté operativa con todo el material superespecializado que se requiere y con una nómina de empleados muy cualificados y, por lo tanto, caros.

Al contrario de lo que ocurre con otros medicamentos, la vacunación contra la gripe está regulada por la mayoría de los Estados del mundo. Eso implica que el margen de actuación de las empresas sobre los precios, las fechas de suministro y el stock es reducido. Las compañías llegan a acuerdos previos de fabricación con los estados ya que, de no ocurrir así, sería absolutamente impensable obtener un retorno razonable de la inversión.

Además, la fabricación de vacunas contra la gripe cuenta con un marco regulatorio para garantizar la seguridad que hace imposible a las empresas actuar sobre los costes de fabricación para mejorar los márgenes. Todos recordamos como, en plena crisis de la gripe A, uno de los principales problemas a los que hubo que enfrentarse fue la imposibilidad de servir vacunas mediante mecanismos de urgencia sin pasar por los controles de seguridad regulados.

Todas estas barreras (que sin duda garantizan una inmunización segura, universal y relativamente asequible para la mayoría de los ciudadanos) entorpecen la aspiración lógica de cualquier empresa de mejorar las rentabilidades y avanzar en la investigación y desarrollo de nuevos productos. Una farmacéutica prefiere dedicar recursos de I+D+i en otros terrenos menos minados en los que sus probabilidades de rentabilidad a corto plazo son mayores. Ello se agrava con la peculiaridad de que en el caso de la gripe la innovación a largo plazo es difícil. Los estados deben abastecerse de stocks de vacunas previendo las necesidades que van a tener a un año vista, pero sin contar con datos reales de los tipos de virus que habrá que combatir. Como es sabido, cada año se fabrica una vacuna diferente con los datos de las cepas de virus más activas los años anteriores y la estimación de las nuevas necesidades que la enfermedad impondrá la temporada siguiente. Pero la naturaleza no siempre es tan previsible y, como ocurrió el año pasado, la aparición de mutaciones inesperadas en el virus pueden dar al traste con toda la estrategia de anticipación.

La fabricación de vacunas es, además un proceso lento. Aunque las nuevas tecnologías de confección de vacunas con tejido celular de mamífero o de ingeniería genética prometen tiempos de fabricación mucho más cortos, lo cierto es que hoy por hoy la mayoría de las vacunas de la gripe se fabrican con el sistema de huevos de gallina que apenas ha variado en las últimas décadas. Sometidas a la presión estacional y a los acuerdos regulados con los estados, las empresas fabricantes tienen poco margen para la investigación en nuevos sistemas de producción.

Por si fuera poco, las decisiones sobre la vacunación se toman en el seno de comités puramente políticos en los que la ciencia suele quedar relegada al rango de fuente de información asesora. Es el Ministerio de Sanidad quien decide cuánto, cómo y de qué se ha de vacunar a la población, con lo que las compañías tienen las manos atadas para generar cambios de estrategia en el mercado.

Su capacidad de influencia sin embargo, aumenta en tiempos de crisis. Precisamente por todo lo dicho, el mercado de las vacunas ha terminado estando dominado por muy pocos actores. Muchas compañías han abandonado el escenario. De manera que, ante una necesidad de emergencia como la de la gripe A, los estados han de plegarse a las condiciones impuestas por los fabricantes y llegar a duras negociaciones en las que la sartén la ase por el mango quien tiene la capacidad de producir. Ésa es la razón por la que es necesario que España cuente con una planta propia de fabricación y la que sería deseable un escenario menos regulado que permitiera el concurso de más compañías (incluso pequeñas y especializadas).

En este entorno, debatir sobre la gravedad del último brote o sobre la fiabilidad de las recomendaciones de la OMS se torna secundario. Si el N1H1 hubiera sido tan virulento como en principio se temió, eso no habría hecho más que ocultar un año más las perversiones del sistema.

Por otro lado ¿es realmente realista pensar que los asesores de la OMS no tengan ningún contacto con la industria? ¿Es tan extraño que entre los 15 máximos expertos mundiales en vacunación, 5 de ellos hayan trabajado o estén trabajando en la industria de las vacunas?

Les pondré un ejemplo reciente. A principios de año, el Gobierno español anunció a bombo y platillo su Plan Integral para el Impulso del Coche Eléctrico que pretendía introducir 2.000 vehículos de este tipo en 2010 y cerca de un millón en 2014. Como se ha informado en estas mismas páginas, a día de hoy se han vendido 16. Para ello, se movilizó en forma de acciones y subvenciones la cantidad de 600 millones de euros. ¿Era ilícito entonces que, en los grupos de trabajo previos a esta norma y que condujeron sin duda a la toma de decisión del Gobierno hubiera representantes de Ford, Mercedes, Nissan, Renault, Seat, Volkswagen, grupo PSA... todos ellos con evidentes intereses en la comercialización de sus nuevos modelos híbridos o eléctricos?

La reacción de la izquierda intelectual contra la OMS y las farmacéuticas no hace otra cosa que responder a seculares complejos anticapitalistas y a indisimuladas pretensiones de regular y politizar aún más el mercado de las vacunas. Quieren un sistema de vacunación aún menos privado, menos sujeto al sistema de patentes, más "social", en el que las empresas farmacéuticas pierdan, aún más, capacidad de acción.

Por su parte, el Partido Popular afila sus colmillos contra Trinidad Jiménez sin reparar en algunas incongruencias de su mensaje. Olvidan que buena parte de las críticas vertidas en su momento contra el Ministerio se basaban precisamente en la escasez de vacunas adquiridas. Mientras países como el Reino Unido y EE UU compraban stocks para más del 70 por 100 de sus habitantes, España se debatió durante semanas entre aumentar la inmunización más allá de los consabidos grupos de riesgo. En aquellos días, no fueron pocos los que pidieron (pedimos) un compromiso aún mayor.

La gripe A nos enseñará algunas lecciones. Pero mientras unos y otros se dejan atrapar por las tentaciones del electoralismo, lo único seguro es que en el interior de una célula de ave o de mamífero ya se estará produciendo la mutación de un virus de la gripe que terminará llegando al ser humano, como todos los años, con renovadas fuerzas. Y para entonces, sólo la ciencia y la industria podrán ayudarnos, como todos los años, a detener la amenaza.

Mises, creador de un sistema por Juan Ramón Rallo

Los clásicos ya se lamentaban de que el tiempo pasa volando, de que se escurre entre los dedos y la vida se queda en nada; un tic-tac existencial que lleva a muchos a aprovechar el día como si no hubiera mañana, siguiendo la interpretación literal del carpe diem horaciano.

A otros, en cambio, los conduce a dedicar cada minuto de su breve existencia a aliviar su sed insaciable de saber y a compartir la mayor parte posible de sus hallazgos con el resto del mundo. Ludwig von Mises era claramente un sujeto de la segunda especie. Incluso padeciendo gripe, desnutrido y a la escasa luz de unos candiles que sustituían malamente el suministro eléctrico –interrumpido por los destrozos de una más que próxima Primera Guerra Mundial en la que había puesto en peligro su vida en diversas ocasiones–, Mises encontró tiempo para estructurar y redactar la que, en palabras de Antal Fekete, es "la contribución más relevante a la ciencia económica en el siglo XX".

Por eso, porque la vida y la mente de un brillante Mises estuvo dedicada por entero a la economía, es imposible escribir un artículo de unas pocas páginas tratando de enumerar y describir sus aportaciones sin ser bastante injusto. Son tantas y tan ricas que por fuerza omitiremos varias de ellas. Baste señalar que el biógrafo de Mises, Jörg Guido Hülsmann, le ha tenido que dedicar un libro de más de 1.000 páginas para intentar hacer honor a la magnitud de sus contribuciones.

Lo primero que debemos tener presente es que Mises fue el sucesor intelectual de la línea de pensamiento subjetivista muy antigua que culminó en la figura de Carl Menger y que prosiguió en la de Eugen Böhm-Bawerk. La apreciación no es baladí, pues el sucesor académico de Menger en la Universidad de Viena no fue Böhm, como habría cabido esperar, sino su cuñado, Friedrich Wieser, un economista socialista que, en oposición a la tradición mengeriana, buscaba derivar la ciencia económica de supuestos muy abstractos y nada realistas (como 50 años más tarde propondría el chicaguense Milton Friedman) y que caracterizaba el valor, no como un orden de prelación de necesidades, sino como una magnitud psicológica con la que podían realizarse operaciones aritméticas y que, en ciertas condiciones, resultaba objetivo e igual para todos los miembros de la sociedad ("el valor natural", lo llamaba).

A partir de la jubilación de Menger en 1903, la nefasta influencia de Wieser dentro de lo que ya se llamaba "la Escuela Austriaca" no dejó de acrecentarse. Durante un tiempo, hasta su deceso en 1914, el prestigio universal de Böhm permitió contener esta tendencia desde sus seminarios universitarios. Pero tras su muerte, Wieser y su contrarrevolución marcaron el desarrollo de los economistas austriacos durante más de una década. Gente como Hayek, Machlup, Haberler o Morgenstern –pese a haber sido alumnos de Mises– no estudiaron la clara y seminal obra de Menger (descatalogada desde finales del s. XIX), sino los pasteleos de un Wieser que buscaba asimilar los errores de otras escuelas de pensamiento –como las de Jevons o Walras– y que opinaba que los estados comunistas estarían en posición de racionalizar la producción aprehendiendo los "verdaderos" valores de todos los individuos. Por mucho que luego trataran de zafarse de esta herencia wiseriana y de redescubrir a Menger (sobre todo en el caso de Hayek), nunca fueron capaces de lograrlo del todo y su producción intelectual se vio fuertemente condicionada por ello.

Mises, sin embargo, se convirtió en economista, de acuerdo con su propia confesión, leyendo los Principios de Menger. Proveniente de los círculos historicistas de Schmoller contra los que tanto luchó el propio Menger, Mises comprendió con este libro que en economía sí existen leyes a priori cognoscibles a través de la experiencia humana y del uso de la lógica y que la sociedad se basa en intercambios voluntarios y mutuamente beneficiosos para las partes. A partir de entonces, Mises pasó a frecuentar los seminarios del que sería su más importante profesor, Eugen Böhm-Bawerk, donde conoció a los más nutrido del marxismo austriaco (que acudía a los seminarios de Böhm para tratar, sin éxito, de refutar su refutación de Marx) y a economistas de la talla de Joseph Schumpeter o Felix Somary.

La teoría del dinero

Fue aquí cuando se dio cuenta que todo el andamiaje intelectual subjetivista de Menger y Böhm, que como sabemos giraba en torno a los intercambios en el espacio y en el tiempo de bienes económicos que satisficieran necesidades humanas, no se había extendido a un campo esencial: el dinero. Es cierto que Menger había analizado con gran perspicacia cómo y por qué surgía el dinero, pero no logró articular una teoría sobre las alteraciones de valor del dinero; y desde luego Böhm-Bawerk ni siquiera lo intentó, pues lo suyo fue volcarse a desentrañar el origen del interés puro (sin perturbaciones monetarias).

La desconexión entre la teoría del valor y la teoría del dinero era desde luego llamativa, pues antes de Menger se había elaborado una vastísima literatura relativa a cuestiones de dinero y banca (en especial, aunque no sólo, con las Escuelas Monetaria y Bancaria en Inglaterra), de la que podían extraerse numerosas teorías acertadas pero que, por desgracia, no habían pasado por la destilería de la teoría subjetiva del valor. En muchos casos, de hecho, ni siquiera se la consideraba teoría económica propiamente dicha, sino tan sólo refriegas entre profesionales de la banca.

Se hacía necesario, pues, conectar ambos mundos –el del dinero y el del valor–, aunque para ello debía superarse la reacción antimercantilista que probablemente los había mantenido separados hasta ese momento; a saber, que el dinero carecía de influencia sobre las transacciones reales. Los clásicos habían concluido que el dinero era un simple "velo" detrás del cual se realizaban unos intercambios que, en última instancia, podían retrotraerse al trueque; los subjetivistas, análogamente, pensaban que el análisis del dinero no aportaba nada a la ciencia económica, pues su demanda y su valor derivaban enteramente de los bienes finales que iban a adquirirse. Ambos sostenían que lo único que cabía decir del dinero era que a mayor cantidad, precios más elevados y viceversa, sin que la actividad económica de fondo se viera en absoluto afectada por estas variaciones.

Mises, en su primer libro, La teoría del dinero y de los medios fiduciarios (traducido incorrectamente al inglés y al castellano como La Teoría del dinero y el crédito) tendió los puentes que conectaban estos dos mundos. El dinero era un bien económico más que debía analizarse a la luz de la pujante teoría marginalista: su valor venía determinado por el fin menos importante que contribuía a satisfacer y este fin venía determinado a su vez por los bienes que permitía adquirir.

Esta sencilla proposición, a la que podría haber llegado cualquier otro economista que conociera por encima la obra de Menger, se topaba con el obstáculo de que, en apariencia, incurría en un razonamiento circular: el valor del dinero de hoy dependía del poder de compra del dinero de ayer, pero a su vez ese poder de compra del dinero de ayer dependía del valor del dinero de anteayer (o dicho de otra forma, la utilidad del dinero dependía de su precio y su precio dependía a su vez de su utilidad). Mises, sin embargo, quebró la presunta circularidad a través de lo que llamó el "teorema regresivo del dinero": era cierto que la utilidad del dinero de hoy dependía de su poder adquisitivo de ayer y éste a su vez de su utilidad de anteayer, pero esta regresión no era infinita, ya que podíamos ir hacia atrás hasta que llegara un momento en el que el bien económico que actuaba como dinero no tuviera ningún uso monetario y se demandara sólo por su utilidad directa (por ejemplo, la demanda de oro con fines ornamentales).

Así pues, el dinero era un bien económico más –con su oferta y su demanda basada en la utilidad– y como tal debía analizarse. Bajo este nuevo prisma, no resultaba difícil entender los billetes o los depósitos de los bancos como obligaciones de estas entidades a entregar una determinada cantidad de dinero (verbigracia oro); unas obligaciones que podían estar en cada momento completamente cubiertas (en cuyo caso cabía denominarlas "certificados de deuda") o sólo estarlo parcialmente (en cuyo caso hablábamos de "medios fiduciarios"). Y por ello, tampoco resultaba complicado comprender que la cantidad de "medios de pago" en la economía podía incrementarse o bien produciendo más dinero (sacando más oro de las minas) o bien generado más medios fiduciarios mediante el sistema bancario.

Pero para redondear su análisis de la economía monetaria a Mises le faltaba explicar cuáles eran los efectos que, más allá de la inflación o la deflación, tenían las variaciones de la cantidad de medios de pago sobre la economía. Para ello tuvo que echar mano de las intuiciones del mejor economista del siglo XVIII, Richard Cantillon, y de la teoría del capital y del interés de su maestro Böhm-Bawerk: un incremento de los medios de pago –especialmente del dinero fiduciario que fabrican los bancos bajo el influjo de los bancos centrales– se filtraría en forma de una mayor oferta de crédito, lo que rebajaría artificialmente los tipos de interés en el mercado y estimularía un período de fuertes inversiones muy por encima del ahorro disponible para financiarlas, creando un "boom económico" que, naturalmente, daría paso más tarde a una crisis por insuficiencia de recursos reales para completar todas las grandes inversiones iniciadas. Mises alcanzaba así una de las joyas de la corona de toda la teoría económica de la Escuela Austriaca, su explicación de los ciclos económicos.

Teorema de la imposibilidad del socialismo

Sólo con su teoría monetaria, por consiguiente, Mises podría haber figurado entre los economistas más grandes de la Escuela Austriaca y, por extensión, de la historia. Pero no contento con ello, el austriaco se propuso, menos de una década después de publicar su tratado monetario, llenar otro de los grandes terrenos inexplorados por Menger y Böhm-Bawerk y que resultaba esencial para fundamentar una sociedad libre.

Hasta Mises, la Escuela Austriaca había basado sus teorías sobre la hipótesis implícita de que los agentes operaban en un marco de relativa libertad y respeto a la propiedad privada. Era así cómo el valor que los consumidores otorgaban a los bienes económicos se trasladaba a los factores de producción, de modo que toda la estructura empresarial se desarrollaba a partir de lo que años más tarde William Hutt llamaría "la soberanía del consumidor".

Wieser fue de los pocos que se planteó que ese valor primigenio de los consumidores era contingente a que tuvieran capacidad de elegir, aunque llegó a la conclusión de que tanto con libertad como sin ella podían alcanzarse unos "valores naturales" que sirvieran tanto para una economía libre como para una fuertemente intervenida o una totalmente socializada.

Mises, poco satisfecho con estas conclusiones, recogió el guante tras haber servido en el frente del ejército austro-húngaro durante la Primera Guerra Mundial y, por tanto, mientras se estaba viviendo una revolución soviética que amenazaba con extenderse a toda Europa, empezando por las profundamente socializadas economías de guerra de Alemania y Austria.

Fue entonces cuando, como decíamos al comienzo, elaboró la que tal vez sea la contribución a la teoría económica más importante del siglo XX: su teorema de la imposibilidad del socialismo. Mises, como ejemplar liberal clásico, se propuso refutar punto por punto el marxismo y lo logró en su libro Socialismo, donde uno a uno fueron cayendo todos los dogmas marxistas: desde la concepción de la historia como una continua lucha de clases hasta la inevitabilidad de la llegada del socialismo o la tendencia inherente del capitalismo hacia el monopolio único. Pero lo realmente relevante, original y devastador de esta obra no fueron tanto las múltiples críticas que Marx recibió tanto sobre sus análisis históricos como sobre sus profecías de futuro, sino la que es sin duda la refutación definitiva del socialismo: su imposibilidad.

Mises, que anticipó este argumento definitivo tres años antes de publicar su libro en un artículo para la revista de economía de Max Weber, explicó que el socialismo carece de mecanismos para asignar racionalmente los recursos. Una economía de mercado cuenta con precios para los bienes de consumo y para los factores productivos y gracias a la comparación de ambos –de precios finales y de costes– puede saber cuándo está usando adecuadamente los siempre escasos recursos para satisfacer las necesidades más apremiantes de los consumidores o cuando los está despilfarrando.

El socialismo, por el contrario, no puede realizar este "cálculo económico", pues para que existan precios debe producirse un intercambio entre dos bienes (por ejemplo, dinero y una mercancía) y para que haya intercambios debe haber propiedad privada para las partes. Pero como el socialismo se basa en la propiedad colectiva de los medios de producción, carece de precios y de la posibilidad de efectuar cualquier cálculo de racionalidad económica. Si ignoramos cuáles son los costes de un bien, ¿por qué no construir, por ejemplo, las vías de ferrocarril con oro? ¿O por qué no destinar, como hizo Mao, a la práctica totalidad de los trabajadores de un país a producir metal? ¿O cómo saber si dedicar a los obreros a producir máquinas que sirvan para fabricar zapatos en lugar de destinarlos a confeccionarlos directamente? No se trata de un problema técnico sobre cómo producir un bien, sino de un problema económico sobre la conveniencia de producirlo de una determinada forma. Una sociedad tiene delante de sí en cada momento millones de proyectos técnicamente viables, pero sólo unos pocos le permitirán satisfacer los fines más importantes de los consumidores con las menores renuncias (o coste de oportunidad) posibles.

El socialismo era y es incapaz de discriminar entre proyectos económicamente viables y por tanto no puede asignar los recursos de un modo en el que todos los sujetos salgan beneficiados a la hora de satisfacer continuamente sus fines más valiosos. Su implantación sólo llevará a la disgregación de la división voluntaria del trabajo y, como esquema coactivo que es, a la explotación de un grupo de individuos por otro grupo de individuos.


Tras sus aportaciones a la teoría monetaria y a la teoría del intervencionismo estatal, Mises completaba un programa de investigación económico –iniciado por Menger y continuado por Böhm– que cubría prácticamente todas las manifestaciones de la acción humana: desde la simple elección individual aislada hasta el intercambio intertemporal con dinero, desde el mercado sin injerencias estatales (la cataláctica, en lenguaje de Mises) al completo control de la producción y de la distribución de los recursos (el socialismo), pasando por todos sus respectivos estadios intermedios. Se trataba de un conjunto de enunciados, teoremas y leyes a priori que el propio Mises había deducido simplemente a partir de un axioma autoevidente como es que "el hombre actúa"; de ahí que considerara pertinente denominar a esta nueva ciencia "praxeología" (ciencia de la acción humana, término acuñado por Weber) en lugar de economía (que vendría a ser sólo la parte más importante de la praxeología, en concreto, la dedicada a estudiar la cataláctica).

A sus casi 70 años, Mises publicó todo este profuso compendio vital, refinado y mejorado, en el que hasta ahora es el libro cumbre de nuestra ciencia: La acción humana. Como con los Diálogos de Platón, bien puede decirse que toda la ciencia económica (o praxeológica) subsiguiente es un simple comentario de los párrafos de La acción humana,ya sea para ampliarla (por ejemplo con la Escuela de la Elección Pública de James Buchacan y Gordon Tullock o con la teoría del orden espontáneo de Hayek) o para corregirla (con la teoría del monopolio de Murray Rothbard o con la moderna teoría de la liquidez de Antal Fekete y José Ignacio del Castillo).

Sin Menger no habríamos tenido una teoría del valor, de los intercambios y de los precios; sin Böhm-Bawerk no habríamos dispuesto de una teoría del interés y del capital; pero sin Mises careceríamos no sólo de teoría monetaria y de una teoría del intervencionismo, sino sobre todo de una ciencia económica consistente, integrada y basada en las libertades individuales –con todos los errores e insuficiencias que más tarde los nuevos economistas le podamos ir encontrando. Sin Mises, la Escuela Austriaca –y con ella, la mejor teoría propiamente económica que además defiende sin ambages la libertad del ser humano– habría desaparecido con el Imperio Austrohúngaro.

Hormigón armado. Notas sobre su evolución y la de su Teoría

Texto sobre la evolución de las estructuras de hormigón armado.

Sirve de introducción al tema.

Destaco:

Freyssinet no era muy afecto a teorías. Tampoco era muy modesto. Podemos resumir sus ideas en sus propias palabras: "No existen para mí más que dos fuentes de información: la percepción directa de los hechos y la intuición en la que veo la expresión y el resumen de todas las experiencias acumuladas en el subconsciente a través de la vida desde la formación de la primera célula. Es necesario, por supuesto, que la intuición sea controlada por la experiencia. Cuando la intuición está en contradicción con el resultado de un cálculo, hago rehacer el cálculo, y mis colaboradores aseguran que, en el análisis final, siempre el cálculo es el incorrecto."

Los libros electrónicos, asignatura pendiente en el mercado hispano de EEUU por EFE‏

A vuelta con los editores.


Los libros electrónicos, asignatura pendiente en el mercado hispano de EEUU

La gerente de contenidos internacionales de Barnes & Noble, Patricia Arancibia, dijo que los editores latinoamericanos deben de cuidar el mercado hispano de EEUU con libros digitales en castellano.

Arancibia hizo esas manifestaciones durante la vigésimo tercera edición de la Feria del Libro de Bogotá.

La ejecutiva de la mayor cadena de librerías de EEUU, y una de las invitadas de gala a esta feria -caracterizada tanto por rendirle homenaje en esta versión al Bicentenario de Colombia como a darle un impulso a las publicaciones digitales- aseguró que el reto que queda por delante es acercarse al público latino, que constituye el 18% de la población de ese país.

"Estamos hablando de 40 millones de personas que ya disponen de muchos libros en inglés pero pocos en español, y son esos, precisamente, de los cuales queremos tener más; porque abundan en impreso, pero no en digital", dijo Arancibia, licenciada en Comunicación de la Universidad de Buenos Aires y que en la actualidad vive y trabaja en Nueva York.

Arancibia alentó a los editores presentes en la Feria, quienes han escuchado sus intervenciones en medio de la "expectación y el nerviosismo" que representa para ellos este nuevo mercado, a que aborden las nuevas tecnologías sin dejar de mantener su negocio tradicional de impresiones en papel.

"Los libros virtuales son más fáciles de vender porque no tienen que pasar por aduanas y son mas baratos para el público", quienes los pueden leer gracias a un 'software' de acceso gratuito que se puede instalar en tabletas, ordenadores y otras plataformas.

"En estos tres días de Feria he podido ver que los editores están receptivos al libro digital, pero que también tienen mucha expectación y miedo, aunque un miedo curioso, que también resulta estimulante para ellos" y que los hace entender que "tienen que meterse en este negocio y saber cómo se hace", explica mientras saluda afablemente a quienes esperan para abordarla con sus dudas.

El 85% de las principales editoriales de la región no ha debutado con los 'e-books', lo que demuestra que el libro impreso sigue siendo el rey en esta parte del mundo.

POco contenido en Latinoamérica

En 2009 sólo el 15% de las principales editoriales de Latinoamérica tenía libros electrónicos en sus catálogos, un porcentaje relativamente bajo pero que significa un crecimiento del 1,5% respecto al 2008, según el Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina (Cerlalc).

Ese organismo, dependiente de la Unesco y con sede en Bogotá, reveló tal medición el pasado 22 de abril, en vísperas del Día del Idioma, y en la misma señaló que el 45% de las editoriales consultadas admitió que tardará unos 10 años para que sus libros editados y comercializados digitalmente representen al menos el 20% de las ventas de sus empresas.

Otro 33% calculó que ello sucederá entre 2015 y 2018, después de de admitir que actualmente, en promedio, no tienen mas de ocho títulos en ese formato.

"Los dueños de Nook (el lector digital comercializado por Barnes & Noble y que es competencia del Kindle, de Amazon) han incrementado sus compras combinadas de libros impresos y electrónicos. La realidad es que no vemos que la gente que compre 'ebooks' deje de comprar los convencionales", apunta.

Aun así, admite que desde que Barnes & Noble lanzó en julio de 2009 su tienda 'online' las ventas se elevaron 51% en el último cuatrimestre fiscal de ese año, toda vez que la gente "puede acceder a más de un millón de libros virtuales", los cuales la firma espera incrementar "con la ayuda de publicaciones en español".

Tendencias

Sobre la preferencia de los lectores, Patricia Arancibia dice observar una fuerte tendencia a los 'thrillers', "a las llamadas historias de género, de detectives, aunque los jóvenes prefieren ahora mucho las novelas de vampiros, que están en boga, como Twilight", y precisa que no sólo las nuevas generaciones se apegan a la tecnología digital en materia de libros.

"La gente que lee 'e-books' y que compra lectores digitales son los denominados jóvenes-adultos y muchos adultos", dice, y sorprende ver cómo "hay una gran cantidad de personas por encima de los 45 años" que gustan de ellos.

De hecho, "en Estados Unidos las mujeres de 35 a 65 años son fuertes compradoras" tanto de libros digitales como de los aparatos electrónicos diseñados para facilitar su lectura, precisa.

Lo anterior muestra que el camino que le resta por recorrer a América Latina "es largo y culebrero" y que más tarde que temprano la industria editorial de la región ha de dar vuelta a la página e incursionar en este nuevo mercado, so pena de recibir un "delete" (eliminar) de sus lectores.

Auto Accidents, AIDS, Contraception and the Pope by David Friedman‏

Suppose you make cars safer by requiring seat belts, collapsible stearing columns, and other changes that make it less likely that an auto accident will kill the car's occupants. The obvious conclusion, and the one many people reach, is that the highway death rate will go down.

Sam Peltzman, in a classic article, pointed out that there was no good theoretical reason to expect that to happen. Auto accidents do not simply happen; they are the result of decisions made by drivers, such as how fast to drive, how much attention to pay to driving and how much to conversations with your passengers or listening to the radio, whether to drive home or take a cab after drinking a little too much. Making cars safer lowers the cost of dangerous driving; on the margin, drivers are more willing to risk accidents the less likely accidents are to kill them. So making cars safer results in fewer deaths per accident but more accidents. There is no theoretical basis to predict whether the net effect will be fewer deaths or more. Peltzman offered statistical evidence that, in the particular case he he was looking at—a collection of safety requirements imposed in the 1960's—the two effects roughly cancelled. Death rates per accident went down, the accident rate went up, and the annual death rate was about what it would have been without the changes.

I was reminded of this by a more recent controversy involving a different issue but the same logic. The Pope has, not surprisingly, come out against the distribution of condoms as a way of dealing with the AIDS epidemice in Africa—and, not surprisingly, been ferociously attacked for doing so.

Just as with auto safety and auto accidents, making sex safer has two effects working in opposite directions. It makes the chance that a given act of sex will result in AIDS transmission lower. But, by lowering that risk, it reduces the incentive to avoid sex entirely, to avoid sexual acts such as anal intercourse that are particularly likely to transmit AIDS, to avoid sex with people likely to give you AIDS, such as prostitutes. On theoretical grounds we have no way of knowing whether the net effect will be more AIDS or less.

It turns out that there is evidence that, just as in the auto case, the two effects roughly cancel. That, at least, was the widely reported conclusion of a Harvard AIDS researcher who had actually looked at the data. “We have found no consistent associations between condom use and lower HIV-infection rates, which, 25 years into the pandemic, we should be seeing if this intervention was working.”

All of which reminds me of another point, relevant to the Catholic church and contraception, which occurred to me quite a long time ago but which I don't think I have ever seen discussed. The church, for doctrinal reasons that are unclear to me, permits contraception via the rhythm method but condemns essentially all alternative methods. Critics of this policy frequently support their criticism with images of poor women who bear ten or twelve children, with terrible effects for themselves and, it is argued, the world.

The problem with that argument is that the particular problem they are concerned with is one—arguably almost the only one—that unreliable forms of contraception such as the rhythm method can solve. If your objective is to have four children instead of eight, a form of contraception that only occasionally fails will do a pretty good job of achieving it. That, presumably, is one reason why, prior to the invention of modern methods of contraception, birth rates responded to factors such as income that affected the desirability of having children, instead of being almost always near the biological maximum—although my guess is that the low tech methods being used were more likely to be coitus interruptus or oral sex than rhythm.

Unreliable forms of contraception can work pretty well for holding down marital birth rates. On the other hand, if your objective is to permit women to have sex with men they aren't married to without a significant risk of pregnancy—to permit, in other words, what has become the normal pattern of sexual behavior in developed societies—there is much to be said for more reliable forms of contraception.

Which leads me to suspect that neither side of that controversy is being entirely honest about its objectives. The Catholic church defends its position on doctrinal grounds, but it can be interpreted, perhaps more plausibly, as social engineering. Limiting contraception to unreliable methods—rhythm, which the church approves of, and interruptus, which it has no way of preventing—makes casual sex considerably riskier without imposing large burdens on marital sex and thus makes the former less attractive as a substitute for the latter. Critics of the church's position claim that their concern is with overpopulation and poverty, but support contraceptive technologies that enable—arguably have created—the modern pattern of sex largely outside of long term relationships.

On general principles, of course, I think contraception should be legal. On the question of whether improved contraception has had, on net, good or bad effects I am agnostic; I can see legitimate arguments in both directions. My point in this post, however, is not to support either side of that question but only to point out reasons to suspect that neither side of the controversy over contraception is being entirely honest about its motives.

Carbón, diamantes, repuntes por Carlos Rodríguez Braun‏

Leo en La Razón que el Gobierno de Castilla y León, con apoyo de sindicatos y empresarios, exige que continúen las ayudas al carbón, porque, "el sector minero da de comer en Castilla y León a más de cuatro mil familias". A propósito de Naomi Campbell y los diamantes liberianos, el mismo diario aludió a la supuesta maldición de los recursos naturales con este titular: "El 90% de los beneficios generados por la industria y la producción del continente cae en manos extranjeras". Por su parte, El País tituló: "El repunte pierde vigor en EE UU por la balanza comercial".

Por más acuerdos sociales en los que confluyan políticos, sindicalistas y empresarios, las ayudas al sector del carbón significan que los ciudadanos están siendo forzados a pagar a unos "sectores" incapaces de vivir sin esa coacción. Salvo que uno piense que los impuestos no tienen ningún impacto negativo de ninguna clase, lo que es un disparate, no hay forma de probar seriamente que esas ayudas al carbón dan de comer a nadie, porque lo cierto es que la comida que dan a unos ha sido arrebatada a otros.

Y pensar que tener diamantes es perjudicial equivale a un arrebato extravagante. Si las riquezas naturales, como sucede en tantos países de África y otros lugares, no redundan en beneficio de la comunidad es porque el marco institucional lo impide, y no por ninguna maldad intrínseca de unos pérfidos extranjeros. El propio reportaje de La Razón daba cuenta de ello, porque después de aludir al 90% de las ganancias que "cae" en manos extranjeras aclara que el 10% restante sirve "para engordar a la elites, y en buena parte para financiar a las guerrillas y milicias".

Hablando de caer, el de El País cae en vetustas falacias mercantilistas. Sigue sin titubear al Gobierno estadounidense, que se precipitó a atribuir la desaceleración de la economía entre abril y junio a la balanza comercial. Sandro Pozzi escribe que como las importaciones crecieron más que las exportaciones "este desfase acabó restando 2,8 puntos porcentuales al crecimiento". Acabáramos, don Sandro. Ya hemos descubierto nuevamente el Mediterráneo: si las importaciones restan puntos al crecimiento, entonces hay que frenarlas, limitarlas o, mejor aún, directamente prohibirlas, y hala, a repuntar con vigor.

Nota al margen. Según Sandro Pozzi, en el segundo trimestre el crecimiento en EE UU se moderó "al crecer un 0,6 %, que en tasa anualizada sería el 2,4 %". La tasa anualizada sería del 2,42 % (para anualizar una tasa trimestral se suma la unidad a dicha tasa, se eleva el resultado a la cuarta potencia, porque cuatro es el número de trimestres del año, y se resta uno del resultado). Si la diferencia entre 2,4 y 2,42 no es muy grande es porque el porcentaje de crecimiento es pequeño, pero el mismo razonamiento equivocado que lleva a aplicar operaciones aritméticas sencillas directamente a porcentajes puede dar lugar a abultadas desviaciones del resultado correcto en otros casos.

Falta de correspondencia por Arcadi Espada‏

Barcelona, 1 de agosto de 2010.

Querida Maite: Espero que estéis bien al recibo de la presente. Por aquí bien, a Dios gracias. El caso por el que te escribo, lo reconozco, es algo extravagante; pero así es la vida. Me han encargado en el periódico uno de esos articulillos veraniegos del género Mi Primera Vez. Y voy a contar lo que pasó en una habitación de Cambrils hace 36 años. Mi intención, ya sabes cuánto odio la fiction en lo faction, es ser preciso en lo que pueda serlo. Y se me ha ocurrido lo siguiente. Yo escribiría un texto base, que tú podrías ir acotando en lo que recuerdes o en lo que te interese. Mi intención es escribir a dos voces el recuerdo. Me encantaría que quisieras hacerlo, pero comprendería que no.

Un beso y abrazos para Javi… A.

Roses, 2 de agosto 2010


Querido Arcadio:

Anoche leí tu correo y he pensado en lo que me propones.

La idea de evocar un recuerdo común, escribirlo y contrastarlo después, es buena. Puede resultar algo interesante, fructífero e incluso divertido. De hecho, la idea me parece tan buena que no creo que la merezca un articulillo veraniego del género Mi Primera Vez. Con esto, no quiero decir que no te crea capaz de hacer algo bueno, correcto y hermoso para el género veraniego: hace años, recuerdo que escribiste una serie sobre el río Ebro que fue con seguridad lo mejor de El País aquel verano. Pero lo que me propones en tu correo es otra cosa, tú mismo lo dices: «un articulillo».

Lo que se recuerda suele ser a veces engañoso. La memoria es así. Pero a veces es valiosa, precisa y preciosa.

En cuanto a Cambrils, creo que tu memoria te engaña: no hubo nada especial en aquel viaje, incluso nos lo podríamos haber ahorrado. El viaje lo hicimos a finales del primer verano y terminamos comiendo en casa de Elisenda. El recuerdo al que creo que quieres referirte es anterior y tiene otro escenario, aunque su población también empezase por C y también cogiéramos un tren.

Ahora que lo pienso me doy cuenta de que hicimos bastantes viajes en tren en aquella época. Conservo un recuerdo especialmente hermoso asociado a la antigua estación de Cercanías: era, según creo, la primera vez que nos veíamos a solas. Llegaste con más de una hora de retraso a la cita y yo te esperaba, o mejor dicho, ya no te esperaba, sentada en los escalones de la estación. Recuerdo tu sorpresa, tu alegría sincera al encontrarme. Cogimos el tren y fuimos a la playa. Hoy podría decirse que no sucedió nada. Nada, al menos, digno de ser contado en un articulillo. Absolutamente nada. Volvimos a Barcelona en tren a última hora de la tarde después de un día de playa. Hacía calor. De ese día conservo un grato recuerdo y un poema sencillo y hermoso que escribiste. Ahora no estoy en casa y no puedo comprobarlo, pero creo que el poema termina con estas palabras: «Calor en el viaje sentimental». Sapore di sale, sapore di mare…

Os deseo un buen verano.

Barcelona, 2 de agosto de 2010


Querida Maite:

¡Por una vez que no me doy importancia…! No escribiré un articulillo. Intento no escribir bobadas. Y mucho menos molestar a la gente por ellas. Justamente si me he metido en este atolladero de la memoria es por no resolver la papeleta con un mero aliño.

Pero, en fin, esto es lo de menos.

Lo realmente importante (y sensacional) son las noticias que me das sobre Cambrils. Creo que te equivocas, francamente. Casi amanecía y tú estabas encima de mí. Que hayas adosado al recuerdo la figura de Elisenda me ha hecho dar un respingo. ¿Que comimos en casa de Elisenda? ¿Yo comí alguna vez en aquella casa? ¿Por qué? No puede ser verdad. Fue en Cambrils, sin duda alguna. Yo lo he recordado mucho cada vez que pasaba por allí.

Creo que con la C aludes a Canet. No recuerdo nada de ese viaje concreto. Pero sí que fuéramos alguna vez, claro. Íbamos a los lugares con tren. Nadie conducía entonces. También recuerdo el viaje a la playa, que fue nuestro primer encuentro a solas, en efecto. Fuimos a Blanes. Sé lo que hice antes de besarte. Fue muy comentado entre nosotros. Pero no logro recordar, en cambio, por qué llegué una hora tarde. Yo he sido siempre puntual. Y recuerdo el poema, y recuerdo el sapore di sale, con cuyos versos (»un gusto un po’ amaro») escribiste el que debió de ser tu último papelillo a mí.

En fin, querida. Disculpa si todo esto te ha causado alguna molestia.

Un beso… A.


Roses, 2 de agosto 2010

Querido Arcadio: No hay nada que disculpar porque nada me ha molestado verdaderamente. Lo único que no me gustaría es que utilizases un recuerdo hermoso para un articulillo (la palabra la has utilizado tú): «Me han encargado en el periódico uno de esos articulillos veraniegos del género Mi Primera Vez». Así es como exactamente lo expresas. Las palabras «articulillo» y «primera vez» no me han gustado para referirse a recuerdos por los que siento un gran cariño. Sólo eso y nada más.

A veces lo que se recuerda es engañoso. Ya lo ves: según parece Cambrils nos evoca recuerdos distintos. Tú estás convencido de que yo me equivoco y yo creo conservar una memoria muy precisa. Es lo que pasa con la memoria: que está hecha de material sensible.

Un beso. Maite.

Juan de Mariana contra Zapatero por Gabriel Calzada Álvarez‏

Charlatanes, aduladores y tiranos

Hace ahora cuatro siglos España estaba en una situación financiera muy parecida a la actual. Durante la primera década del siglo XVII, Felipe III y el Duque de Lerma expandieron el gasto público y desequilibraron las cuentas incurriendo en un déficit que puso en jaque a toda la economía española. Al igual que ocurrió el pasado mes de mayo, la hacienda pública del hijo de Felipe II entro en quiebra técnica y los españoles sufrieron las consecuencias de las políticas irresponsables y manirrotas de sus gobernantes. Todo igualito que ahora.

A lo que no llegaron nuestros gobernantes hace 400 años es a tener la desfachatez de decirnos que nuestros impuestos "son muy bajos" cuando nuestra renta disponible –a los que por fortuna seguimos disponiendo de ella– a duras penas nos dan para llegar a fin de mes. Pues eso, ni más ni menos, es lo que ha hecho José Blanco este fin de semana y lo que llevan repitiendo Zapatero y Salgado desde el debate del estado de la nación para ir preparando la enésima subida de impuestos. Claro que Felipe III aprendió economía de su preceptor, García de Loaysa, un hombre culto y prudente que dedicó años a la formación de su alumno, mientras Zapatero aprendió en dos tardes de Jordi Sevilla, un preparado economista keynesiano que como todos los de su escuela carece de la más mínima prudencia.

Loaysa explicó a su pupilo que no tenía derecho alguno sobre los bienes y la renta de sus súbditos de tal forma que pudiera tomarlos para él o transferirlos a otros. También le enseñó que si realmente la hacienda real estaba en apuros debía esforzarse en recortar los gastos y si aun así era necesario recaudar más, debía explicar el motivo a la ciudadanía para que esta decidiera voluntariamente si estaba dispuesta a pagar más impuestos o no. Juan de Mariana, quien a su vez aconsejaba a Loaysa sobre los contenidos de las instrucciones al príncipe, añadió que quienes sostienen lo contrario "son los charlatanes y aduladores, que tanto abundan en los palacios."

Zapatero no necesita estar rodeado de charlatanes y aduladores para darnos otra vuelta de tuerca impositiva y sin embargo cuenta con una legión de fieles que nos repiten una y otra vez que si queremos servicios públicos decentes debemos pagar mucho más. Es la misma cantinela de siempre. La verdad es que si queremos mejores servicios públicos lo que necesitamos es recortar el gasto público de modo que el Estado deje de abarcar tantos aspectos de la vida de los ciudadanos y así fomentar que los servicios públicos los desarrolle y los ofrezca la sociedad civil. Esta crisis requiere adelgazar el Estado, como bien explicaba Mariana hace cuatro siglos. Tratar de salir de esta crisis cebando el leviatán conllevaría estrangular las posibilidades futuras de crecimiento de este país y requeriría seguir estableciendo nuevos impuestos que, como bien explicaba Juan de Mariana, irían "reduciendo poco a poco a la miseria a quienes hasta hace poco eran ricos y felices". "Proceder así", concluía el sabio autor, "sería obrar como un tirano, que todo lo mide por su codicia y se arroga todos los poderes".

Gabriel Calzada Álvarez es doctor en Economía y presidente del Instituto Juan de Mariana.