Principios liberales (IV) por Carlos Rodríguez Braun

La democracia expande la coacción, pero Anthony de Jasay apunta que “en general todas las formas o sistemas de reglas para gobernar un Estado son antagónicos con el liberalismo” (“Inspecting the foundations of liberalism”, Economic Affairs, marzo 2010). La clave del recorte de la libertad en la democracia es que el Estado se basa en apoyos y ello requiere redistribuir. La democracia no es el recambio pacífico de los gobernantes, porque eso lo garantiza la ley o la costumbre, y no es exclusivo de la democracia; durante mil años hubo transiciones políticas pacíficas en Venecia sin ningún voto popular, mientras que en África hoy hay estados democráticos donde las transiciones no son apacibles.

Cualquier poder necesita redistribuir para legitimarse, pero la cantidad a redistribuir depende según de Jasay de dos características del gobierno: la primera es la proporción de apoyo con respecto a la población, porque es evidente que no es lo mismo gobernar con el apoyo de la guardia pretoriana o la KGB que gobernar gracias al voto popular. La segunda característica es el grado de competencia política, que resulta máxima cuando cada pocos años se busca atraer nada menos que la mitad de los votos.

La democracia no sólo expande el Estado sino que también confunde las lenguas, típicamente instala la idea de que democracia liberal = justicia social, cuando la redistribución coactiva viola la justicia, que es un principio liberal. Sostiene de Jasay que la llamada justicia social no es justicia porque le falta un requisito básico, a saber, un sistema de reglas que distingue los actos justos de los injustos. “Como faltan las reglas es imposible decidir que una situación es socialmente justa y no reclama reparación. El corolario lógico, por supuesto, es que la demanda de justicia social no es satisfecha jamás”. (Es habitual en los políticos este latiguillo: nos queda tanto por hacer…).

La justicia social resulta ser más que la justicia, porque ante ella no podemos esgrimir ni propiedad ni contratos voluntarios. La superioridad moral de sus partidarios tiene que ver con la igualdad, pero tampoco es igualdad ante la ley, que a todos respeta; la igualdad es quitarle a unos para darle a otros, con lo que parece más injusticia que justicia. Al final vamos en círculos: “la igualdad es justa porque es parte de la justicia social, y la justicia social es justa porque procura la igualdad”.

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