Entrevista a Steven Pinker

Es uno de los científicos más populares, admirados y discutidos de Norteamérica. Steven Pinker pretende saber hasta qué punto nuestro cerebro ha sido programado por la evolución y cuánto es capaz de aprender. Para averiguarlo, su campo predilecto de estudio son las palabras y, en concreto, los verbos. 
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Steven Pinker, de 54 años, puede parecer una estrella del rock, pero en realidad es un explorador del lenguaje. Entre las frases y la sintaxis, Pinker busca pistas –que él llama “madrigueras de conejo”– que le lleven hacia lo más profundo de nuestro cerebro. Durante más de un cuarto de siglo ha investigado en centros como el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) y las Universidades de Stanford y Harvard, donde actualmente es profesor de Psicología. Sus libros han sido finalistas del prestigioso Premio Pulitzer en dos ocasiones, tanto por su valor científico como por su extraordinaria amenidad, ya que ilustra sus ideas con diálogos de cine, fragmentos de novela e incluso tiras cómicas.

En uno de los más populares, La tabla rasa (2002), Steven Pinker argumenta que al nacer el cerebro no es una hoja en blanco que será escrita por la cultura y la experiencia, sino que viene programado con muchos aspectos de nuestro carácter, incluido el talento. En otras palabras, la naturaleza humana está determinada por la selección natural. No es sorprendente que las ideas de Pinker hayan estado en el centro de algunos acalorados debates. No hace mucho, defendió a Lawrence Summers, ex presidente de la Universidad de Harvard, quien apuntó a las diferencias de género innatas como posible explicación para la escasez de mujeres en las ciencias. Por supuesto, el respaldo de Pinker alimentó aún más la polémica. 

De muchas maneras diferentes, el último libro de Pinker El mundo de las palabras. Una introducción a la naturaleza humana –publicado en España por la editorial Paidós–, intenta demostrar que nuestro pensamiento, nuestra manera de interpretar la realidad, se basa en unos pocos conceptos clave. Hemos hablado con él de este y otros temas en su oficina de la Universidad de Harvard. 

– Ha dicho usted que cuando creció en la comunidad judía de Montreal estaba rodeado por fervientes adeptos a todo tipo de filosofías políticas, y que continuamente se entablaban guerras entre lenguajes e ideas. ¿Esto ha influido en sus esfuerzos por describir los patrones universales del pensamiento que subyacen bajo el lenguaje?

– Ciertamente, hizo que me interesara por esos grandes temas de la naturaleza humana. Pero definitivamente quise estudiarlos de una manera profunda, no al nivel de charla de sobremesa. Así que me introduje en la psicología cognitiva. 


– En su libro más vendido, La tabla rasa, usted argumenta que la mente infantil no es una vasija vacía que la sociedad puede llenar con los valores y comportamientos que prefiera, sino que más bien nacemos con ciertas predisposiciones genéticas. ¿Por qué cree que estas ideas resultan tan controvertidas?

–Considerar a las personas como organismos biológicos puede resultar inquietante por muchas razones. Una de ellas es la posibilidad de la desigualdad. Si la naturaleza humana es una tabla rasa, entonces todos somos iguales por definición. Pero si consideramos que la naturaleza determina nuestras cualidades, entonces algunas personas pueden estar mejor dotadas que otras, o con cualidades distintas a los demás. Quienes están preocupados por la discriminación racial, de clase o sexista preferirían que la mente fuese una tabla rasa, porque entonces sería imposible decir, por ejemplo, que los hombres son significativamente diferentes a las mujeres. Yo sostengo que no debemos confundir nuestro legítimo rechazo moral y político a prejuzgar a un individuo en función de una categoría con la reclamación de que la gente es biológicamente indistinguible o que la mente de un recién nacido es una hoja en blanco. 

El segundo miedo es el de quebrar el sueño de la capacidad de perfeccionamiento del género humano. Si los niños fueran tablas rasas, podríamos modelarlos para que fuesen el tipo de gente que queremos que sean. Pero si nacemos con ciertos instintos y rasgos innobles, como la violencia y el egoísmo, entonces los intentos de reforma social y mejora del ser humano podrían ser una pérdida de tiempo. Yo defiendo que la mente es un sistema muy complejo con muchas partes, y que se puede hacer trabajar a unas partes del cerebro en contra de las otras. Por ejemplo, los lóbulos frontales, con su habilidad para empatizar y anticipar las consecuencias de nuestras decisiones, pueden anular los impulsos egoístas o antisociales. Hay, pues, campo de acción para la reforma social. 

Y en tercer lugar, está el temor al determinismo, a la pérdida del libre albedrío y la responsabilidad personal. Pero es un error considerarlo así. Porque incluso si no existe un alma separada del cerebro que influye de algún modo sobre el comportamiento –e incluso si no somos nada más que nuestros cerebros–, es indudablemente cierto que hay partes de la mente responsables de las consecuencias potenciales de nuestros actos, es decir, responsables de las normas sociales, para premiar, castigar, creer o culpar. 


– En El mundo de las palabras dedica un capítulo a los términos malsonantes y las diferencias culturales en este campo lingüístico.

–Creo que soltar tacos es a la vez tan ofensivo y tan atractivo porque permite pulsar los botones emocionales de la gente, y especialmente sus botones emocionales negativos. Las palabras llevan una carga emocional que el que escucha procesa involuntariamente. No puedes escuchar un vocablo sólo como un mero sonido; siempre evoca un significado y una emoción asociada en el cerebro. Por eso las palabras nos pueden servir de sonda para conocer el cerebro de otras personas. Con ellas, podemos manejar sus resortes emocionales a nuestro antojo. 

Y además está el hecho de que el contenido de los insultos y los tacos varía a través de la historia y de una a otra cultura. El denominador común entre todos ellos es una emoción negativa, pero la cultura y el tiempo determinan de qué emoción se trata: repulsa ante las secreciones corporales, temor a lo divino, o repugnancia hacia las perversiones sexuales. A esto hay que añadir una segunda cuestión, y es que uno reconoce cuándo otra persona está tratando de evocar esa emoción negativa, a la vez que sabes que tu interlocutor sabe que tú te estás dando cuenta de sus intenciones. En gran parte, te ofende por eso. La elección de las palabras importa: no es lo mismo decir “joder”, que es obscena, que “copular”, aunque ambas se refieran a la misma acción. Uno sabe que cuando alguien usa "copular" habla de la copulación, pero si usa “joder”, está intentado que pierdas la compostura. De nuevo topamos con la pragmática. 


– Asegura que estudiando ciertos aspectos de la adquisición del leguaje por los niños –concretamente, investigando cómo aprenden a usar verbos– usted cayó, como Alicia, en un mundo oculto donde podía observar las estructuras cognitivas más profundas. ¿Qué vio usted en ese país de las maravillas? 

– En este aspecto es importante imaginar cómo los niños aprenden a usar verbos simples para poner las cosas en su sitio; verbos como “llenar”, “echar”, “cargar” o “salpicar”, que implican movimiento de algo a alguna parte. El problema era cómo explicar la manera en que un niño pequeño, sin conocimientos previos sobre el funcionamiento de un idioma concreto y que no va a recibir lecciones sobre cómo usar las palabras en determinadas circunstancias, aprende lo que significan las palabras y las frases en las que se pueden emplear. Nosotros, los adultos, por ejemplo, diremos "llena el vaso de agua" pero no "llena el agua dentro del vaso", aunque entendemos perfectamente el significado de la frase. Diremos "echa el agua dentro del vaso" pero no "echa el vaso con agua". La segunda versión es razonable, pero no suena bien. Sin embargo, con un verbo como “cargar” podemos decir tanto "cargar el heno en el vagón" como "cargar el vagón con heno".

Así que tienes un verbo que toma el contenedor como objeto directo, uno que toma el contenido como dicho objeto, y el tercero que puede funcionar de ambas maneras. ¿Cómo se las apañan los niños para acertar casi siempre desde el principio? La respuesta es que aprenden diferentes maneras de formular una misma situación. Si yo me acerco al fregadero y el vaso acaba lleno, puedo pensar en una actividad como hacerle algo al agua –es decir, causando que entre en el vaso– o hacer algo al vaso –provocando que cambie de estado de vacío a lleno–. Por eso, “llenar” y “echar” tienen comportamientos diferentes. Si la acción más simple, como poner agua en un vaso, puede ser formulada de esas dos maneras, con diferentes consecuencias en términos de cómo usamos las palabras, eso sugiere que uno de los dos talentos fundamentales de la mente es enmarcar cada situación de múltiple modos. El debate y el desacuerdo puede surgir cuando dos personas –o una persona en diferentes ocasiones– interpretan el mismo evento de diversas maneras. “Echar agua” frente a “llenar un vaso” es un matiz inofensivo, pero decir “invadir Irak” frente a “liberar a Irak”, o "confiscar bienes" frente a "redistribuir recursos" tiene consecuencias más importantes. Esta facultad sugiere limitaciones a nuestra racionalidad; por ejemplo, que podemos ser vulnerables a falacias en el razonamiento o a la corrupción de nuestras instituciones. 


– Huey Newton, cofundador del partido Panteras Negras en los años 60, dijo una vez: "El poder es la habilidad para definir los fenómenos". ¿No está eso justo en la línea de muchas de sus observaciones?

– Efectivamente. Las palabras son medios para tratar de cambiar la forma de pensar de la gente, pero existe algo objetivo sobre lo que quieres cambiar sus opiniones. No estamos simplemente atrapados en un mundo del lenguaje. Tomemos "invadir Irak" frente a "liberar Irak", dos maneras distintas de enmarcar la misma acción militar. No obstante, existe un hecho que no podemos obviar: si la mayoría de la población rechazaba el régimen anterior y da la bienvenida al nuevo, o viceversa. Entonces, ambas interpretaciones no son ni mucho menos equivalentes: una es más cierta o válida que la otra. aunque tú puedas escoger una formulación antes que la otra para convencer a la gente de que crean una cosa en vez de la otra, eso no significa necesariamente que una interpretación sea tan cierta o tan válida como la otra. Es importante entender el gran poder del lenguaje, pero no se debe sobreestimar. 


– Usted dice que el lenguaje pone de manifiesto nuestras limitaciones, pero también ha insistido en que puede mostrarnos un camino para salir de ellas. En este sentido, su superhéroe lingüístico es la metáfora.

– En realidad tengo dos superhéroes. Uno es la metáfora y el otro la combinatoria. Mediante la metáfora transferimos y transformamos maneras de pensar que proceden de acciones muy concretas, como echar agua, tirar piedras o cerrar un cajón atascado. Podemos filtrar su contenido y usarlas como estructuras abstractas para razonar acerca de otras realidades. Por ejemplo, usamos gráficos para comunicar relaciones matemáticas como si fueran líneas y superficies en el espacio. De hecho, gran cantidad del lenguaje científico es metafórico. Hablamos de código genético, donde código originalmente significaba “clave”. También nos referimos al modelo planetario como si este se distribuyera de manera similar Sol y los planetas. Construimos las metáforas con elementos concretos y las empleamos para representar conceptos abstractos.

Cuando juntamos el poder de las metáforas con la naturaleza combinatoria del lenguaje y el pensamiento, somos capaces de crear un número prácticamente infinito de ideas, incluso aunque estemos equipados con un inventario finito de conceptos y relaciones. Yo creo que es el mecanismo que usa la mente para razonar sobre conceptos abstractos el como ajedrez o la política, que no son físicos ni tienen una relevancia obvia para la reproducción y la supervivencia de nuestra especie. También puede permitirnos –a través de las palabras de un escritor hábil, por ejemplo– habitar en la consciencia de otra persona. 


– Sostiene que las metáforas y la combinatoria deberían ser claves de nuestra educación, que deberíamos ser estimulados para pensar y usar el lenguaje de un modo que promueva nuestro desarrollo y productividad. ¿Por qué?

–Tenemos que explotar la capacidad de la mente para comprender las cosas de manera familiar y luego aplicarlas a nuevas ideas y áreas de pensamiento. Pero hay que tener en cuenta sus límites, decirnos a nosotros mismos: “esto es como aquello desde esta perspectiva pero no desde otra”. Así, por ejemplo, la selección natural se parece a un ingeniero porque los órganos de los animales están diseñados para desempeñar ciertas funciones, pero no lo es en el sentido de que no tiene previsión a largo plazo. Las analogías pueden dar elementos de comprensión, pero también conducir hacia conclusiones falaces si no se usan con cuidado. Hecha esta salvedad, la percepción de las semejanzas y las conexiones están detrás de innumerables en ciencias, artes, y otros muchos campos. 


–¿No cree que la mayor parte de la educación es justo lo contrario de lo que usted describe? Mucha gente piensa que debería ser un tipo de adoctrinamiento en las ideas convencionales de nuestra sociedad.

–Para mí es clave explotar el pequeño germen de motivación compartido por todos, que consiste en averiguar cómo funcionan las cosas, saber la verdad y no permitir que nos engañen. ¿Si no nos gusta que nos mientan, ni en nuestra vida privada ni en los negocios, por qué querrías que lo hicieran sobre el origen de la vida o el destino del planeta? Creo que las instituciones que promueven la búsqueda de la verdad, como la ciencia, la historia y el periodismo, se dirigen a fortalecer en buena medida ese músculo de la realidad. Hay otras parte de la mente que militan en contra, como la que se preocupa por cómo nos vemos a nosotros mismos y cómo nos ven los demás. Ese autoengaño hace que queramos proyectar una imagen más positiva al mundo, ya sea verdadera o no. Se trata de una tendencia intrínseca, conocida por la psicología social como sesgo de autoservicio o efecto lago Wobegon –una ciudad ficticia creada en un show radiofónico estadounidense, donde todo el mundo parece estar por encima de la media–. Casi todo el mundo cree estar por encima de la media en algún rasgo positivo. –o el grupo al que pertenecen–.


– ¿Hay algún tipo de investigación científica o intelectual a la que se sienta especialmente cercano?

–Sí, todo lo que me haga sentir que hay algo profundo y misterioso sucediendo bajo la superficie. He pasado 20 años investigado sobre los verbos regulares e irregulares, no porque sea un amante obsesivo del lenguaje, sino porque me parecía que explotaban una distinción fundamental en el procesamiento del lenguaje: entre la memoria y la computación dirigida por reglas. La intuición me dice que, aunque no entienda aún el asunto, e incluso aunque ignore si la respuesta va a llegar, hay algo importante que no seré capaz de responder a menos que comprenda muchas cosas sobre la mente a un nivel muy profundo. 

Mi atención sobre la elección de verbos regulares o irregulares se debía a la sensación de que aquello podría revelar algo sobre la computación mental. Todos estos años estudiándolos nos han conducido a la idea de que este sistema optimiza el uso de los conceptos humanos y la formulación cognitiva, en otras palabras, el material del que están hechos los pensamientos. Si llegases a comprender realmente por qué el verbo "llenar" difiere del verbo "verter" y ambos son distintos del verbo "cargar", habrías penetrado en los patrones más profundos del pensamiento humano. 

Es el fenómeno al que yo llamo "madriguera de conejo": sólo percibimos una pequeña abertura, pero algo muy rico, profundo, importante y misterioso late bajo la superficie. 

Propuesta de Reforma Educacional por José Piñera

Excelente artículo de José Piñera, proponiendo una reforma educativa en Chile. Además de explicar la diferencia entre pobreza y desigualdad.

Vía Carlos Rodríguez Braun.


Destaco:

Las discusiones de remuneraciones se darían al interior de cada escuela entre los profesores y los dueños, y se hablaría de productividad, capacidades individuales bien evaluadas, y resultados docentes. Los mejores profesores ganarían más que los malos profesores, y sería ese un incentivo poderoso para mejorar la calidad de las clases y el perfeccionamiento docente. No habría paros nacionales que sólo dañan a los niños pobres. Los educadores que sean capaces de retener a los mejores profesores, pagándoles sueldos que reflejen su verdadero aporte y tratándolos con dignidad, tendrán las mejores escuelas. Seguramente todas con banda ancha y acceso a bibliotecas virtuales y técnicas educativas modernas. Los padres se darán cuenta. Esas escuelas se expandirán para atender al incremento de alumnos. Otras cerrarán. Habrá una competencia entre investigadores y expertos por desarrollar diversas pruebas que midan lo mejor posible la "calidad educacional" de cada escuela. Todos los resultados estarán en Internet, por escuela, por barrio, por comuna. Se crearán empresas privadas clasificadoras de escuelas, como las que evalúan el riesgo financiero. Con ley antimonopolios extensiva a este campo y plena transparencia financiera y de instalaciones de cada escuela.

La pobreza no es como el cáncer, para el cual no hay, todavía, remedio. En las últimas décadas se ha comprobado que existe una fórmula para derrotar la pobreza, basada en el crecimiento económico que genera una economía de libre mercado, en los mercados de trabajo flexibles que generan leyes laborales que permiten el pleno empleo, y en una educación de calidad.

Pero como ha sostenido el mismo Steve Jobs, fundador de Apple, aumentar las computadoras en los colegios es un avance, pero no es la solución per se: "Yo soy la persona que ha regalado más computadores en Estados Unidos. Sin embargo, creo que no es la solución, me he equivocado. El problema está en la gestión de las escuelas, está en los sindicatos de profesores, está en la pésima administración de los currículums y en la manera como se enseña".

Ahora bien, es más grave que el Estado produzca un servicio tan complejo y de tanta trascendencia en la formación de la juventud como la educación, a que produzca un cuasi “commodity” como el acero. Por supuesto que soy partidario de que ambas cosas sean producidas por el sector privado, pero prefiero una fábrica de acero estatal a que existan más de diez mil escuelas en Chile administradas por el gobierno de turno.

El Estatuto Docente está produciendo un gran daño a los niños chilenos, porque no hay competencia en la educación pública, no hay incentivos a los profesores; porque los directores de escuela tienen muy poco que decir en la manera cómo se manejan las escuelas, y porque los textos son provistos centralmente.

Por supuesto, el Estado tiene que fiscalizar este sistema. Creo en los mercados libres, pero también en la transparencia y en la competencia. El Ministerio de Educación debiera dejar de ser un ministerio lleno de burocracia, y transformarse en una "superintendencia" técnica de educación, cuya principal tarea sea fiscalizar y licitar pruebas nacionales de calidad educativa. Las universidades —chilenas y extranjeras-- debieran postular a licitaciones para que hubiera no solamente un SIMCE, sino que varios distintos, y todos con resultados de conocimiento público (ahora con la posibilidad de colocarlos en Internet y accesibles desde todo hogar conectado). Así se irían prestigiando las escuelas que son mejores. Esto generaría una explosión de creatividad de las escuelas. Para diferenciarse, algunas se concentrarían en enseñar bien inglés o computación. Otras les asegurarían a los padres que los sábados y domingos estarían abiertas para que se pueda usar la biblioteca o los computadores. Sólo la competencia con transparencia puede elevar radicalmente la calidad de la educación chilena.

Algo que puede confundir el debate --por lo que quisiera hacer una aclaración-- es que una cosa es eliminar la pobreza (que es el gran objetivo que debemos plantearnos), y otra distinta es igualar la distribución del ingreso o reducir lo que se llama la desigualdad económica. Son dos elementos muy distintos y hay una enorme confusión en la discusión pública respecto a esto.

Cuando un Presidente sostiene que "si el veinte por ciento de altos ingresos se lleva el sesenta del producto, nunca vamos a superar la pobreza", está confundido. Nadie se lo "lleva", ellos se lo "ganan". Lo que pasa es que hay un veinte por ciento en Chile que produce el sesenta por ciento de la riqueza nacional y, por lo tanto, los ingresos son concordantes con lo que produce. Entonces lo que tenemos que hacer es tratar de que el veinte por ciento que está en el otro extremo, que "produce" sólo el tres por ciento de la riqueza nacional, produzca más para que se pueda"llevar" más. El desafío en último término es elevar la productividad a los sectores pobres. La manera de eliminar la pobreza, entonces, es elevando radicalmente la calidad de la educación.

Un estadista debe tener el coraje para explicarle a la ciudadanía que para lograr un país sin pobres se debe aceptar, incluso valorar, un país con gente que obtenga altos ingresos, siempre que esa riqueza provenga de logros en un mercado competitivo y no de subsidios estatales, abuso de posiciones monopólicas, fraude o corrupción. Y una sociedad madura es aquella que acepta una pluralidad de jerarquías, limitando el prestigio de la riqueza a su justa dimensión y reconociendo que hay otras jerarquías tan o más valiosas.


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Propuesta de Reforma Educacional. José Piñera

I. LA LLAVE DEL TESORO

Gabriela Mistral, quizá la más notable de las profesoras chilenas y sin duda la más visionaria, escribió: "Me parece una calamidad el Estado docente, especie de trust para la manufactura unánime de las conciencias. Algún día los gobiernos no habrán sino de dar recursos a las instituciones y los particulares que prueben su eficacia en la educación...También pesó sobre mí el Estado docente, centurión que fabrica programas y que apenas deja sitio para poner sabor de alma" (Magisterio y Niño, Editorial Andrés Bello, 1979).

Propongo esta reforma educacional porque la llave de la creación de riqueza en el siglo 21 será el cultivo de la inteligencia y el conocimiento humano:

a) Establecer la más amplia libertad para proveer educación básica, media, técnica y superior, y la libertad de programas de estudios, eliminando toda intervención del gobierno en este campo.

b) Transformar el Ministerio en una Superintendencia de Educación con profesionales de primer nivel, escogidos sin discriminación alguna, que evite todo fraude o uso malicioso de los subsidios estatales, y subcontrate en el sector privado pruebas de calidad educacional.

c) Licitar las actuales escuelas municipales, con plena transparencia e incentivando a los propios profesores a participar, y otorgar subsidios para la capacitación de directores y profesores.
d) Entregar una chequera educacional a cada familia chilenapor cada hijo e hija en edad escolar para que pueda pagar, total o parcialmente, la escuela que libre, informada y responsablemente elija para ellos.

e) Financiar un nivel de esa “chequera” coherente con el nivel que ha alcanzado la economía nacional y solventar los gastos que pueda requerir la “economía política” de la transición, entre ellos capacitar en el exterior a miles de profesores cada año, utilizando para ello el actual presupuesto destinado a la educación como también una fracción relevante de los enormes activos que ha acumulado el Estado chileno gracias al boom de la producción minera privada y el auge del precio del cobre.

f) Derogar el Estatuto Docente, establecer que los profesores se rijan por las mismas leyes laborales del resto de los chilenos, explicar esta reforma con franqueza y convicción a los esforzados profesores, e invitarlos a sumarse con entusiasmo a esta transformación. 

Estos principios, que son similares a los del exitoso sistema de AFP, conducirían a una competencia virtuosa por elevar la calidad educacional y capturar a las familias. El valor de la chequera educacional, basado en la rentabilidad social bien medida de la educación, sería un barómetro de la importancia que la sociedad le asigna a la calidad de la educación, y un elemento determinante para alcanzar el nivel de capital humano y desarrollo de países desarrollados.

Esta reforma produciría una verdadera revolución del sector educacional, como la que ha tenido lugar en los últimos 35 años, con resultados espectaculares, en todos los sectores liberalizados del país. La flexibilidad inherente de la empresa privada permitiría incorporar, sin demora, los fabulosos avances tecnológicos que están ocurriendo en el mundo y ponerlos al servicio de elevar la calidad de la educación de los niños y jóvenes chilenos.

Las discusiones de remuneraciones se darían al interior de cada escuela entre los profesores y los dueños, y se hablaría de productividad, capacidades individuales bien evaluadas, y resultados docentes. Los mejores profesores ganarían más que los malos profesores, y sería ese un incentivo poderoso para mejorar la calidad de las clases y el perfeccionamiento docente. No habría paros nacionales que sólo dañan a los niños pobres. Los educadores que sean capaces de retener a los mejores profesores, pagándoles sueldos que reflejen su verdadero aporte y tratándolos con dignidad, tendrán las mejores escuelas. Seguramente todas con banda ancha y acceso a bibliotecas virtuales y técnicas educativas modernas. Los padres se darán cuenta. Esas escuelas se expandirán para atender al incremento de alumnos. Otras cerrarán. Habrá una competencia entre investigadores y expertos por desarrollar diversas pruebas que midan lo mejor posible la "calidad educacional" de cada escuela. Todos los resultados estarán en Internet, por escuela, por barrio, por comuna. Se crearán empresas privadas clasificadoras de escuelas, como las que evalúan el riesgo financiero. Con ley antimonopolios extensiva a este campo y plena transparencia financiera y de instalaciones de cada escuela.

Sería un nuevo mundo educacional. Del paradigma del Estado Docente del siglo 20 al paradigma de la Sociedad Docente que requiere el siglo 21. Y que merece, necesita y puede lograr el nuevo Chile.

Mil voces me dirán: es imposible, es un sueño. Primero, soy testigo de que han habido otros sueños que se han hecho realidad en este maravilloso Chile. Segundo, como escribiera el poeta Carl Sandburg: “La República es un sueño. Pero nada sucede si no es primero un sueño”. 

II. FUNDAMENTOS DE ESTA PROPUESTA

Chile fue pionero en América Latina en realizar una profunda y coherente revolución económica y social anclada en los valores de libertad y responsabilidad individual. Eso ha hecho que nuestro país, por primera vez en su historia, tenga el mayor ingreso por habitante del continente y que hayamos cruzado el umbral de amistad cívica que asegura la paz entre nosotros.

No obstante, hay una tarea pendiente: una verdadera reforma educacional que eleve radicalmente su calidad. Ella es urgente, en primer lugar, porque en el siglo XXI la calidad de la educación será el factor económico más importante en el desarrollo de los países. Es bien sabido que estamos viviendo una revolución tecnológica extraordinaria, basada en el conocimiento humano, y, por lo tanto, los países más competitivos y más prósperos serán aquellos que sean capaces de organizar su sociedad para poder tener los mejores sistemas que estimulen el capital humano y especialmente la educación.
En segundo lugar, porque quizás el desafío más grande que nos queda como país es resolver de una vez por todas el problema de la pobreza. La pobreza ha existido siempre en la humanidad. Eso ha sido motivo de inquietud y de tristeza para toda persona decente, que se da cuenta de que alguien que está en la miseria no puede vivir con dignidad. Pero hoy la pobreza es realmente indignante porque existe la manera de eliminarla. La pobreza no es como el cáncer, para el cual no hay, todavía, remedio. En las últimas décadas se ha comprobado que existe una fórmula para derrotar la pobreza, basada en el crecimiento económico que genera una economía de libre mercado, en los mercados de trabajo flexibles que generan leyes laborales que permiten el pleno empleo, y en una educación de calidad.

Chile ha avanzado enormemente en los dos primeros aspectos para eliminar la pobreza. Producto de profundas reformas económicas --sin duda la transformación más importante que ha realizado Chile en su historia para eliminar la pobreza-- el país fue capaz de crecer al 7% anual durante más de una década, y, aunque erradas decisiones del gobierno han desacelerado ese ritmo en los últimos diez años, se puede volver a ese dinamismo en el futuro con políticas públicas óptimas. Asimismo, las leyes laborales que rigieron hasta 1990 hicieron posible que todo trabajador tuviera un empleo, situación fundamental para poder salir de la pobreza, y también se puede volver a ellas revirtiendo los retrocesos de los últimos 17 años.

Sin embargo, todavía falta una verdadera reforma educacional que haga posible que aquellas personas que están empleadas –gracias a mercados laborales libres y a un crecimiento económico acelerado-- tengan una productividad tal que les genere una remuneración que les permita vivir con dignidad. Asimismo, con gente así educada Chile será mucho menos vulnerable a las oscilaciones propias de una sociedad libre y un mundo cada vez más globalizado.

¿Qué sucede en educación?

Las cosas claras: la educación gubernamental chilena es un desastre. Incluso ello debilita a la educación privada, al restarle competencia a todo el sistema. Hace un tiempo, un ministro de Educación sostuvo que más de la mitad de los alumnos que salen de la educación básica chilena no son capaces de comprender lo que leen. Si alguien no comprende lo que lee, ¿cómo podemos hablar de educación? Existen múltiples estudios que comprueban esta situación. Un ejemplo, entre muchos. En un estudio del CEP titulado “El futuro en riesgo” acerca de los textos que se entregan en las escuelas chilenas, se sostenía que un niño chileno lee ocho veces menos en su educación básica de lo que lee un niño alemán, y en textos malos, que no le provocan ningún interés en aprender castellano, matemáticas, ni los elementos esenciales para poder desenvolverse en sociedad.

Esta es la realidad, pese a que Chile ha avanzado mucho en materia de cobertura educacional, lo cual es un mérito de muchos gobiernos de muy distinto signo, y pese a meritorios avances puntuales, como la introducción de nuevas técnicas educacionales. Pero como ha sostenido el mismo Steve Jobs, fundador de Apple, aumentar las computadoras en los colegios es un avance, pero no es la solución per se: "Yo soy la persona que ha regalado más computadores en Estados Unidos. Sin embargo, creo que no es la solución, me he equivocado. El problema está en la gestión de las escuelas, está en los sindicatos de profesores, está en la pésima administración de los currículums y en la manera como se enseña".

En mi último libro, Fundamentos de la Ley Constitucional Minera (Economía y Sociedad Ltda., 2003), sostuve que durante el siglo XX se dio un enorme enfrentamiento acerca de cómo producir la riqueza que tenía el suelo chileno. Fue un enfrentamiento entre dos grandes concepciones doctrinarias. Una de las cuales culminó con la Reforma Agraria, bajo la hipótesis de que no era importante quién tuviera la propiedad de la tierra. Todos sabemos en la tragedia económica, social y política que terminó el experimento de la Reforma Agraria. Ella llevó, por supuesto, a una serie de otras políticas en la misma dirección, incluso a la expropiación de todos los derechos mineros en Chile.

Veinte años después, la Ley Constitucional Minera estableció un sólido derecho de propiedad en este sector crucial para la economía chilena. Fue una concepción totalmente opuesta a la de la Reforma Agraria. Los resultados han sido elocuentes.

Por lo tanto, en el siglo XX estas dos concepciones se enfrentaron y de los dos experimentos, uno fue claramente exitoso mientras que el otro fue un fracaso. Creo que en el siglo XXI, veremos lo mismo en el campo de la educación. Pues la visión que impera hoy en la educación chilena, aquella del Estado Docente, es hija de la visión que produjo la Reforma Agraria: es una visión en la cual el gran educador es el Estado.

Ahora bien, es más grave que el Estado produzca un servicio tan complejo y de tanta trascendencia en la formación de la juventud como la educación, a que produzca un cuasi “commodity” como el acero. Por supuesto que soy partidario de que ambas cosas sean producidas por el sector privado, pero prefiero una fábrica de acero estatal a que existan más de diez mil escuelas en Chile administradas por el gobierno de turno.

En la década del 80 se realizó un enorme esfuerzo para traspasar la administración de las escuelas estatales desde el ministerio del ramo a los municipios; pero los municipios son parte del sistema político nacional. Si bien teóricamente existe una subvención a cada escuela en relación con la asistencia de los alumnos (un subsidio a la demanda), el municipio también asigna discrecionalmente recursos extras del presupuesto municipal. Así se debilita el incentivo para que las mejores escuelas se expandan más, y casi no hay castigos a las escuelas malas para que se reduzcan. Es casi imposible que un municipio cierre una mala escuela, pues eso implica el despido o la reasignación de profesores. Para peor, en 1991 se aprobó una ley --el "Estatuto Docente"-- que fue un retroceso extraordinario para la educación chilena, porque impidió toda flexibilidad en materia laboral docente, aparte de introducir una uniformidad por la mediocridad. El Estatuto Docente está produciendo un gran daño a los niños chilenos, porque no hay competencia en la educación pública, no hay incentivos a los profesores; porque los directores de escuela tienen muy poco que decir en la manera cómo se manejan las escuelas, y porque los textos son provistos centralmente.

Por lo tanto, el quid del problema no es sólo el nivel de los recursos para la educación. Desde ya, estos recursos crecieron mucho en la década del 90 sin un cambio apreciable en la calidad.

Cada vez que un sistema social o económico falla de manera tan dramática como está fallando la educación chilena hay una causa fundamental, aparte de haber muchas causas secundarias. La causa fundamental en este caso es que las escuelas municipales no tienen dueño y, por lo tanto, no hay estímulos potentes para mejorar su gestión y calidad docente. En las escuelas municipales los directores no tienen incentivos para producir educación de la mejor calidad posible, para competir con otras, para aumentar el cupo educacional, para subirle el sueldo a los mejores profesores y bajárselo a los malos profesores, para echar a los pésimos profesores. Todo eso no existe.

En Chile convive el sistema de pensiones privado en que el Estado ejerce una regulación general, pero que está administrada por el sector privado, con este otro mundo de la educación estatal. Basta entrar a una AFP y a una escuela municipal para que la diferencia sea evidente. La solución del problema previsional no fue llenar de computadores la Caja de Empleados Particulares, o construir más sucursales ni hacer trabajar más horas a los empleados. La solución a un problema estructural debe ser una reforma integral.

Mi propuesta es hacer una profunda reforma educacional, de la envergadura de la que fue la creación del sistema de AFP. Esa reforma tiene que lograr que las escuelas tengan dueño, o sea, que sean privadas. Las escuelas municipales podrían ser entregadas a empresas educacionales formadas por sus propios profesores (en comodato, en arriendo, etc.) y, si algunos de ellos no quisieran, a empresarios privados, con o sin fines de lucro. Así surgirían decenas de miles de empresarios medianos y pequeños que tienen una vocación educacional o que creen que este es un sector en donde pueden hacer una contribución valiosa en busca de una legítima utilidad, regulada por la competencia del mercado y la fiscalización rigurosa del Estado.

Además, debe derogarse el Estatuto Docente y los profesores deben estar regidos por las mismas leyes laborales que rigen para todos los trabajadores de Chile. Deben tener protegidos sus derechos, pero debe haber flexibilidad laboral. Por ejemplo, un director de escuela debe tener la opción de remunerar a un profesor con una renta variable dependiendo de los resultados que tenga su curso.
El rol del Estado en la educación sería, en primer lugar, dar un subsidio directo a todas las familias chilenas. Eso es lo que se llama el sistema de los "cheques educacionales" (“vouchers”).Sería deseable que se entregara a cada familia una cuponera con diez cheques mensuales por hijo e hija, para que los padres los lleven mes a mes a la escuela, sintiendo así que tienen el derecho a exigir una buena educación. Así el padre de familia puede elegir la escuela que quiere para su hijo. Posteriormente las escuelas canjean el cheque por recursos monetarios. Creo firmemente que toda familia chilena, si hay algo que puede elegir bien, es una escuela mejor o peor para sus hijos. Quizás no puede elegir en otras materias inmensamente más abstractas, pero sí en cosas muy cercanas a su vida, como la educación. Por lo tanto, si hay una escuela mala, los padres podrán retirar a sus hijos y llevarlos a otra con el bono educacional.

¿Y cuánto se le pagará a los profesores? Lo que cada escuela negocie con ellos. Con el subsidio actual de $ 30.000 mensuales, si cada profesor tiene una clase de 30 alumnos, cada clase genera $ 900.000 al mes. Si suponemos que hay un 30% de gastos generales de la escuela, ese profesor de educación básica podría ganar $630.000 mensuales en promedio.

Incluso podría haber una batería de subsidios específicos para contribuir al éxito de este proceso, especialmente durante el período de transición. Un "cheque" para comprar textos educacionales, un "cheque" para transporte escolar, de manera que los padres puedan optar entre un grupo mayor de escuelas, porque de otra manera algunos padres podrían elegir sólo entre las escuelas que están cerca de las casas, un "cheque" para que directores se entrenen en técnicas de gestión de empresas. En fin, hay múltiples detalles técnicos que no cabe presentar aquí y otros que deben discutirse y mejorarse entre expertos. Con la experiencia acumulada en las grandes reformas que se hicieron en la década del 70 y 80, este es un desafío perfectamente posible de enfrentar.

Por supuesto, el Estado tiene que fiscalizar este sistema. Creo en los mercados libres, pero también en la transparencia y en la competencia. El Ministerio de Educación debiera dejar de ser un ministerio lleno de burocracia, y transformarse en una "superintendencia" técnica de educación, cuya principal tarea sea fiscalizar y licitar pruebas nacionales de calidad educativa. Las universidades —chilenas y extranjeras-- debieran postular a licitaciones para que hubiera no solamente un SIMCE, sino que varios distintos, y todos con resultados de conocimiento público (ahora con la posibilidad de colocarlos en Internet y accesibles desde todo hogar conectado). Así se irían prestigiando las escuelas que son mejores. Esto generaría una explosión de creatividad de las escuelas. Para diferenciarse, algunas se concentrarían en enseñar bien inglés o computación. Otras les asegurarían a los padres que los sábados y domingos estarían abiertas para que se pueda usar la biblioteca o los computadores. Sólo la competencia con transparencia puede elevar radicalmente la calidad de la educación chilena.

Esto es un imperativo moral, porque los hijos de casi todas las autoridades políticas están en colegios privados. Los que se educan en las escuelas municipales son los hijos de los trabajadores chilenos. Esta es una reforma que se debe hacer por un imperativo fundamental de justicia y para poder realmente eliminar la pobreza en Chile.

Esta reforma requiere una nueva concepción del rol del Estado y de la sociedad. La sociedad tiene una obligación con la educación, pero la sociedad como un todo. Hoy hay extraordinarias iniciativas educacionales en el sector privado, y desde ya la Iglesia Católica ha dado educación de calidad por siglos. También existen escuelas que manejan personas animadas por una real vocación, por amor a la educación, que son muy buenas, pero son ejemplos aislados. Tenemos que elevar la calidad en todas las escuelas de Chile.

Algo que puede confundir el debate --por lo que quisiera hacer una aclaración-- es que una cosa es eliminar la pobreza (que es el gran objetivo que debemos plantearnos), y otra distinta es igualar la distribución del ingreso o reducir lo que se llama la desigualdad económica. Son dos elementos muy distintos y hay una enorme confusión en la discusión pública respecto a esto.

Cuando un Presidente sostiene que "si el veinte por ciento de altos ingresos se lleva el sesenta del producto, nunca vamos a superar la pobreza", está confundido. Nadie se lo "lleva", ellos se lo "ganan". Lo que pasa es que hay un veinte por ciento en Chile que produce el sesenta por ciento de la riqueza nacional y, por lo tanto, los ingresos son concordantes con lo que produce. Entonces lo que tenemos que hacer es tratar de que el veinte por ciento que está en el otro extremo, que "produce" sólo el tres por ciento de la riqueza nacional, produzca más para que se pueda"llevar" más. El desafío en último término es elevar la productividad a los sectores pobres. La manera de eliminar la pobreza, entonces, es elevando radicalmente la calidad de la educación.

Indudablemente, en toda sociedad libre, va a haber desigualdades de ingreso y no hay nada de malo en que así sea siempre que ellas deriven de la capacidad productiva de las personas. Estoy absolutamente en contra de desigualdades de ingreso que nacen de obtener ventajas del Estado, lo que fue una larga tradición chilena. Esas desigualdades son injustas y poco éticas. También hay que rechazar y evitar las desigualdades económicas que nacen del abuso de posición de mercado, que pueden ejercer empresarios, profesionales, incluso trabajadores, porque hay personas en todos los niveles que, cuando tienen algún grado de poder monopólico, ejercen un abuso. Falta mucho por avanzar en esta tarea. Para eso tenemos que fortalecer nuestro sistema legal, para que todos seamos de verdad iguales ante la ley. Para eso debemos tener una regulación del Estado efectiva, inteligente, que fortalezca al mercado, pero que impida todo tipo de abuso.

También es necesario introducir con mayor fuerza “la pluralidad de jerarquías” en nuestra sociedad. Hay personas que podrán ser muy ricas, hay otras personas que podrán ser grandes servidores públicos, otras que podrán ser grandes poetas. Nadie es mejor que otro simplemente porque tiene más dinero. Las personas no valen por lo que tienen, sino por lo que son, por su búsqueda de la excelencia, por su amor al trabajo bien hecho, por su integridad. Creo que esto es importante destacarlo porque al parecer, se está olvidando en Chile, y una cosa es ser partidario de la libertad integral y de los mercados libres, y otra muy distinta, la de aceptar como jerarquía fundamental de nuestra sociedad para el siglo XXI exclusivamente la que proviene del dinero.

Si comprendemos la diferencia entre pobreza y desigualdad, creo que vamos a poder limpiar y racionalizar el debate público y avanzar en muchas modernizaciones, especialmente en la modernización definitiva de la educación chilena.

Algunos dirán: "Pero una reforma de esta envergadura, en estos tiempos, no se puede hacer". Sostengo que esta reforma se puede hacer, pero, como toda obra grande en la vida, requiere de verdadero liderazgo.

La revolución económica chilena se hizo porque hubo realmente la voluntad de innovar y de hacer las cosas que eran correctas para Chile. A muchos nos inspiraba esa motivación por la excelencia que tan bien refleja este poema de T.S. Eliot, “¿para qué construir un camino si no conduce a una catedral?”.

El liderazgo consiste en atreverse a hacer lo que es correcto para el país, aunque sea inicialmente impopular o riesgoso.Por supuesto que si se quiere permanecer en la vida pública hay que tratar de que lo que es correcto sea también popular, y eso exige un esfuerzo de educación cívica y comunicacional persistente e importante. Pero aun así, siempre habrá un riesgo al dar un paso adelante del resto. Quizás, incluso después de todas las explicaciones, la ciudadanía no considere positiva una iniciativa. Sin embargo, el que tiene una posición de liderazgo en la sociedad --y puede ser a nivel de Presidente, de ministro, de líder de opinión pública-- tiene que postular lo que cree correcto y no, insisto, lo que saca aplausos en los titulares de la tarde, es aprobado por los ubicuos “focus groups”, o suma puntos en las encuestas de la semana siguiente.

Una propuesta como esta no se inscribe en los ejes actuales de la política contingente. Esta propuesta puede ser abrazada por personas que pueden tener visiones muy distintas de lo que ha ocurrido en el pasado en Chile, siempre que coincidan con un proyecto futuro de país marcado a fuego por los valores de la libertad y la justicia.

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Nota sobre pobreza y desigualdad.

La clave está en comprender que es imposible lograr un país sin pobres y sin ricos (entendiendo por "ricos" personas con altos ingresos logrados en el mercado). El crecimiento acelerado que elimina la pobreza también recompensa a los más productivos con mayores ingresos, creando "ricos". Por otra parte, las políticas públicas que intentan eliminar a los ricos crean inevitablemente un país de pobres, ya que ellas tienen que expropiar los ingresos de los sectores más trabajadores, innovadores y dinámicos y limitar las libertades personales en tal grado que debilitan mortalmente los estímulos claves del crecimiento. La igualdad de ingresos y patrimonios sólo se puede lograr dentro de la pobreza (y el totalitarismo, como en Cuba).

Un estadista debe tener el coraje para explicarle a la ciudadanía que para lograr un país sin pobres se debe aceptar, incluso valorar, un país con gente que obtenga altos ingresos, siempre que esa riqueza provenga de logros en un mercado competitivo y no de subsidios estatales, abuso de posiciones monopólicas, fraude o corrupción. Y una sociedad madura es aquella que acepta una pluralidad de jerarquías, limitando el prestigio de la riqueza a su justa dimensión y reconociendo que hay otras jerarquías tan o más valiosas.

Es errónea la noción de que el crecimiento económico, si bien está eliminando la pobreza, aumentaría la "desigualdad". Lo probó la evolución, durante el período de alto crecimiento 1987-96, de los ingresos autónomos de los hogares (no incluyen los subsidios sociales del Estado y, por lo tanto, subestiman el mejoramiento efectivo de los más necesitados). El promedio de ingreso del quintil más pobre subió un 61% el período 87-96, de $52.276 a $84.173 (todas las cifras son oficiales y expresadas en pesos del mismo valor de noviembre de 1998). Mientras el promedio de ingresos a nivel país subió en un 58,5%, los del quintil más rico subieron en un 56%, de $800.182 a $1.249.466. Las cifras demuestran, entonces, que los ingresos de todos los hogares suben en porcentajes importantes, y aquellos de los hogares más ricos lo hacen a un ritmo inferior al promedio y al del quintil más pobre.

Si la desigualdad de ingresos entre el quintil más rico y el más pobre es medida como el cuociente entre tales ingresos promedios, la desigualdad también disminuyó en este período, ya que el cuociente desciende desde 15.3 en 1987 a 14.8 en 1996 (reflejo del hecho de que los ingresos del quintil más pobre crecieron en un 61% versus el 56% del quintil más rico).

Se requiere una definición alambicada de desigualdad, como brecha absoluta de ingresos, para poder llamar "desigual" el crecimiento del período 1987-96, ya que esa brecha aumentó desde $ 747.906 a $ 1.165.293 (diferencia aritmética entre los ingresos promedios del quintil más rico y el más pobre). Una definición así es más pariente de la envidia que de la equidad.

Aunque en un texto clave del igualitarismo -"A Theory of Justice" (1971)- el filósofo John Rawls sostuvo que "una política que beneficia a toda la raza humana excepto a una persona no debe ser adoptada (incluso si esa persona no es dañada por la política), porque esa sería una 'injusta' distribución de los beneficios de esa política", esa equivocada conclusión fue refutada brillantemente por Robert Nozick en "Anarchy, State and Utopia" (1974) y por Thomas Sowell en "Knowledge and Decisions" (1980).

Es un hecho entonces que la revolución de libre mercado ha sido la causa principal de la dramática reducción de la pobreza en Chile. Pero porque aún hay mucho camino por recorrer, seguiré luchando, como lo he hecho durante toda mi vida adulta, por un Chile mejor para todos.