En la última entrega de la serie sobre los Premios Nobel hablamos sobre el galardón de Física de 1909, otorgado a Gulglielmo Marconi y Karl Ferdinand Braunpor el desarrollo de la telegrafía sin hilos. Hoy seguimos nuestro recorrido por estos premios con el Premio Nobel de Química del mismo año, 1909, otorgado en este caso a Wilhelm Ostwald, en palabras de la Real Academia Sueca de las Ciencias, En reconocimiento a su trabajo sobre catalizadores y sus investigaciones acerca de los principios fundamentales que gobiernan los equilibrios químicos y las velocidades de reacción.
Como nos ha pasado otras veces, seguramente leer la descripción del Premio no revela la tremenda importancia de lo que hay detrás, aunque en este caso mi impresión es que Ostwald tal vez no merecía el Nobel tanto más que otros investigadores en este campo (luego veremos por qué). Y, como también nos ha pasado otras veces –casi todas– no podemos hablar de Ostwald y su descubrimiento sin retroceder unas cuantas décadas para comprender la situación antes de que llegara el alemán. Como siempre, no supongo que tengas conocimientos de Química, pero sí que tienes paciencia y comprensión — dicho esto, viajemos a principios del siglo XIX, cuando la Química estaba aún en pañales.
Por entonces se habían estudiado ya de manera concienzuda multitud de reacciones químicas; se sabía que algunas sustancias, al ponerse en contacto entre sí, formaban otras nuevas, mientras que otras parecían no reaccionar en absoluto. También se sabía que, en algunos casos, la reacción era rápida y violenta, y en otros lenta y suave. Nadie se había preocupado aún de cuantificar estas características, pero los químicos se habían percatado ya de algo muy curioso: había algunos compuestos que no parecían reaccionar entre sí pero, sin embargo, si se añadía un compuesto nuevo determinado a la fiesta como “invitado”, entonces sí reaccionaban con entusiasmo… pero, al terminar la reacción, aunque los compuestos originales se habían gastado, el compuesto nuevo seguía ahí, igual que antes.
También pasaba a veces que varios compuestos sí reaccionaban entre sí, pero muy lentamente… salvo que se añadiese una vez más un compuesto “invitado”; al hacerlo, la reacción era mucho más violenta y, una vez más, cuando terminaba, el compuesto “invitado” seguía ahí, como si tal cosa, sin haberse consumido como los demás. Como puedes comprender, se trata de algo que puede resultar muy útil para la industria, ya que en muchos casos se quieren realizar reacciones químicas para producir algo como resultado final, y cuanto más rápida sea la reacción más cantidad se produce en un tiempo determinado.
Muchos químicos consideraron esto como una mera curiosidad y, puesto que no se conocían muchos casos de este fenómeno, los calificaron de excepciones y a otra cosa, mariposa. La industria, sin embargo, aunque no entendiera por qué sucedía esto, utilizó los casos contados en los que funcionaba. Por ejemplo, al producir ácido sulfúrico –que empezaba a ser ya un compuesto fundamental en la industria química naciente– si se utilizaba platino era posible, sin gastar el platino, que era el “compuesto invitado” producir el ácido mucho más rápido que sin él. El resultado final era igual, pero la rapidez mucho mayor lo hacía un método mucho más eficaz; claro, hacía falta una inversón extra para conseguir el platino, pero el metal no se gastaba porque era un mero “invitado”, con lo que no hacía falta estar comprándolo todo el tiempo. Como digo, eran casos sueltos, curiosidades. Algunos químicos estudiaron varios de estos casos concretos en más detalle, y uno de los padres de la Química moderna tuvo la suficiente visión como para fijarse en todos esos casos concretos y extraer la clave del fenómeno. Ese químico era el sueco Jöns Jacob Berzelius, quien es probablemente merecedor de uno o más Premios Nobel, pero murió cincuenta años antes de que estos galardones nacieran. A pesar de tener la apariencia del malo en una novela de Dickens, era un auténtico genio: no sólo descubrió los elementos silicio, torio, cerio y selenio, sino que a él debemos los términos proteína, catálisis, isómero, polímero, alótropo, así como la distinción entre compuestos orgánicos e inorgánicos y muchos logros más.