'Somos lo que hacemos', no lo que decimos. Fernando Palmero
La definición la fijaba el propio Errejón en este periódico hace poco más de un mes. Sabía de lo que hablaba. Si no fuese un líder político cuyo único aval es el discurso, antes revolucionario, hoy regeneracionista, el suyo sería uno más de los casos de abuso y malversación con los que convivimos a diario. Un amigo, trabajador público, lo llama, como otras veces llamó a otros amigos que estaban en el paro, para ofrecerle un trabajo. No es una beca. Es un empleo. Lo llama a él porque sabe que necesita dinero mientras Podemos (en cuya ejecutiva estarán luego ambos integrados) se constituye en partido. Le garantiza que nadie más optará al puesto y que no tendrá que cumplir los requisitos a los que obliga el contrato: ni las 40 horas semanales presenciales en la Universidad de Málaga (él vive en Madrid) ni la entrega periódica de las conclusiones de su investigación (de las que no hay constancia más allá de las declaraciones de su amigo el profesor). La certeza de que por la gestión de ese dinero (que procede del gobierno autonómico) nadie tendrá que dar explicaciones, porque nadie las pedirá, ni siquiera les llevará a tomar las precauciones mínimas. Ni el profesor autorizará por escrito (sólo lo hará verbalmente) a que el contratado pueda abstenerse de ir al centro de trabajo, ni éste pedirá la compatibilidad para poder dedicarse (y cobrar por ello) a otra actividad, como así ha hecho. Amiguismo, intereses de grupo, uso fraudulento de dinero público, impunidad: casta.
Noventa y ocho. José María Albert de Paco
El tema no está exento de variaciones: en la localidad alavesa de Salvatierra, tres guardias que habían acudido a desviar el tráfico por el paso de una carrera ciclista fueron tiroteados por etarras confundidos entre el público. Como quiera que uno de los guardias agonizaba, el gentío alertó a los terroristas, que ya habían emprendido la huida, y éstos regresaron para rematarlo. 24 tiros más, no hubiera que volver de nuevo.
Chavismo y Podemos, Punto Fijo y Moncloa. Héctor Schamis
El problema fue cuando, justamente en los ochenta, el precio del petróleo comenzó a caer. La austeridad puso de manifiesto las limitaciones del arreglo: partidocracia y no democracia, se escuchó con frecuencia. Le siguió la crisis de la deuda, precipitando el ajuste económico, que a su vez puso en descubierto el carácter corrupto del pacto: solo los muy selectos tenían acceso a sus rentas. El Caracazo fue el hito que presagió el final. El Punto Fijo se desarmó y los partidos tradicionales perdieron toda credibilidad. Chávez llegó para ocupar ese espacio vacío, por medio del golpe o del voto, el método ya carecía de importancia. El chavismo tal vez haya asesinado a la democracia venezolana, pero debe reconocerse que la encontró agonizando y con el certificado de defunción escrito. Solo le faltaba la firma y el sello oficial.
Los niños-soldado. Jo Becker
Aunque pueda parecer ilógico que a los ejércitos o a los grupos armados les interesen los niños, algunos comandantes los buscan activamente por su inmadurez o su vulnerabilidad. Muchos creen que los niños cumplen las órdenes con más facilidad que los adultos, y su adoctrinamiento es más sencillo. Es posible que los niños estén más predispuestos a asumir riesgos en combate si no comprenden las consecuencias de lo que se les pide que hagan. Si no han tenido oportunidad de aprender a discernir entre lo que está bien y lo que está mal, tal vez estén más dispuestos a cometer atrocidades.
Una historia de España (XXXVI). Arturo Pérez-Reverte
Y así llegó a darse la circunstancia siniestra de que en algunos libros de ciencia figurase la pintoresca advertencia: «Pese a que esto parece demostrado, no debe creerse por oponerse a la doctrina católica». Ésa, entre otras, fue la razón por la que, mientras otros países tuvieron a Locke, Newton, Leibnitz, Voltaire, Rousseau o d´Alembert, y en Francia tuvieron la Encyclopédie, aquí lo más que tuvimos fue el Diccionario crítico universal del padre Feijoo, y gracias, o poco más, porque todo cristo andaba acojonado por si lo señalaban con el dedo los pensadores, teólogos y moralistas aferrados al rancio aristotelismo y escolasticismo que dominaba las universidades y los púlpitos -aterra considerar la de talento, ilusiones y futuro sofocados en esa trampa infame, de la que no había forma de salir-. Y de ese modo, como escribiría Jovellanos, mientras en el extranjero progresaban la física, la anatomía, la botánica, la geografía y la historia natural, «nosotros nos quebramos la cabeza y hundimos con gritos las aulas sobre si el Ente es unívoco o análogo».