Durante
cinco fechas consecutivas, previas a la celebración de nuestras Fiestas
Patrias, el diario El Comercio publicó a doble página una sucinta referencia a
los acontecimientos que han venido jalonando nuestra historia desde la
proclamación de la Independencia.
Entre esos
acontecimientos en forma destacada aparece la figura de José Sabogal como
promotor de un viraje decisivo en la trayectoria de nuestra cultura,
concretamente en el campo de las artes plásticas.
Sin embargo,
el acontecimiento más significativo en torno a la figura de Sabogal lo
constituye la extraordinaria exposición que el MALI (Museo de Arte de Lima) ha
abierto en su espacioso local del Parque de la Exposición en la capital. Dicha
exposición fue abierta al público el pasado 10 de julio y permanecerá hasta los
primeros días de noviembre próximo.
La noche
anterior a su apertura, y en el marco de un exclusivo acto protocolar, una
masiva asistencia de personajes de la política, funcionarios, diplomáticos,
periodistas, empresarios y figuras de la sociedad limeña asistieron al cóctel
de inauguración oficial bajo estrictas medidas de seguridad.
Para quienes
de una u otra manera nos sentimos ligados a su memoria, aquella ceremonia
ostensiblemente desbordaba respeto y admiración por lo que, pasado ya más de
medio siglo, esta exposición significaba el reconocimiento a la obra y decisión
de un hombre que soñó con una patria de auténtica peruanidad, pero que, como
toda propuesta revolucionaria, chocó y fue combatida con ensañamiento desde
sectores con intereses distintos.
A los
cajamarquinos que desconocen aún el personaje y solamente lo tienen presente
como el nombre de uno de los principales jirones de la ciudad, nos permitimos
hacer una breve referencia a su trayectoria.
El apellido
Sabogal proviene de Calabria Cantabria región del norte de España bañada por el Golfo de
Vizcaya, donde se pescan sabogas utilizando las redes llamadas precisamente
sabogales. De allí vino al Perú su padre Don Matías; su madre peruana tenía el
apellido Diéguez.
A los 22
años de haber nacido en Cajabamba, con unas cuantas libras peruanas en el
bolsillo, se embarcó por su cuenta y riesgo en un buque mercante que después de
varias semanas de navegación lo desembarcó en un puerto italiano.
Desde muy
niño había soñado con este viaje, tanto que a los 12 años se escapó del hogar y
emprendió camino hacia la Costa donde sabía que iba a encontrar el mar que
habría de cruzar para llegar a la tierra de “el Sanzio” el gran pintor que él
trataba de imitar en sus dibujos infantiles. Pero unos amigos de don Matías que
lo encontraron por el camino lo obligaron a volver con ellos. Esta aventura se
repitió a los 16 años pero ya con la aquiescencia familiar. Varios años de
trabajo en los cañaverales de La Libertad le permitieron juntar aquellas libras
que por fin hacían posible aquel viaje soñado.
Deslumbrado
por el arte de los maestros del Renacimiento , entre los cuales admiraba la
sobriedad y el vigor de Masaccio, anduvo muchas veces, por los caminos de
Florencia, Siena, Pisa, Roma y otras ciudades más para conocer y estudiar las
obras que en ellas se atesoran.
Cuando se
acabaron aquellas libras peruanas, empezó a alternar sus lecciones vespertinas
de dibujo y pintura con trabajos ocasionales de ayudante de albañilería o de
pintor de brocha gorda. Cuando esto le permitió ahorrar algo, cruzó el
Mediterráneo para recorrer los países norafricanos antes de pasar a España
donde, según lo manifestara más tarde, sentía bullir en las venas lo que
quedaba de la herencia de sus ancestros cantábricos.
Un día, en
el puerto de Cádiz, se enteró que, estando para partir rumbo a Buenos Aires, un
velero requería con urgencia un grumete que le faltaba para completar su
tripulación. En un vehemente arranque de aventura y recordando su juvenil
dominio del deporte de barras y argollas, tomó la decisión de darse un paseo
por “su” América.
En Buenos
Aires, mientras se armaba el retorno a Cádiz, el improvisado grumete trabó
amistad con jóvenes porteños algunos de los cuales tenían nexos con el arte.
Allí se había fundado la Academia de Bellas Artes con lo cual la inquietud
artística había despertado gran interés, ello determinó que Sabogal tomase la
decisión de aprovechar la oportunidad para completar aquí su formación
profesional.
Habiendo
terminado los estudios, fue nombrado como profesor en la Escuela Docente de
Jujuy, ciudad del noroeste argentino en el límite con Bolivia y Chile. Para
entonces ya era conocido en los círculos artísticos y contaba con la amistad de
pintores como Modesto Luccioni y Jorge Bermúdez.
Por
entonces, en Argentina soplaban vientos de renovación que se inspiraban
mayormente en los ideales de la llamada Generación del 98, en España, compuesta
por notables figuras como Unamuno, Azorín, Ortega y Gasset, y que en pintura
reflejaba la obra de Ignacio Zuloaga, Anglada Camarasa y Julio Romero de Torres,
artistas de quienes en Buenos Aires ya se conocía su obra.
Con éstos
antecedentes, en Argentina se gestaba también un movimiento cultural que devino
en llamarse “nativismo”. Imbuidos de estos ideales Sabogal y sus amigos se
dieron a pintar motivos netamente argentinos. En el caso de nuestro pintor, el
asunto caló más hondo todavía pues en aquel rincón fronterizo con Bolivia,
Sabogal encontró evidentes similitudes con lo peruano ya que aquella región
había sido parte del Imperio Incaico. Todo esto determinó su decisión de volver
al Perú dejando atrás su proyecto de retorno a Europa.
Entrando por
Bolivia se encontró con la mágica belleza del lago Titicaca; pero su
deslumbramiento culminó al llegar al Cusco, cuyos paisajes urbano y rural así
como la gente que los habita, coparon seis meses de intenso trabajo artístico.
Nunca se había imaginado encontrar tanta belleza de auténtica originalidad.
Además allí encontró también gente imbuida de una inquietud de renovación
política y cultural que venía a afirmar su convicción de que el Perú
independiente tenía que optar por una cultura acorde con su herencia histórica.
Con noventa
cuadros bajo el brazo, Sabogal emprendió viaje a Lima, anhelante de sentir el
impacto que producirían en el público capitalino.
El 15 de
julio de 1919, se inauguró la exposición en los salones de la Casa Brandes, causando
verdadera sensación en un público dividido en pro y en contra. Teófilo Castillo
el crítico más influyente del periodismo se declaró abiertamente a favor
resumiendo de esta manera: “Yo sostengo que Sabogal es lo más fuerte y
verdadero que en temas de arte serio y de los jóvenes háse visto en Lima”.
Años más
tarde Sabogal escribiría: “Cayó esta muestra como si fuera motivo de exótico
país; el medio limeño aún permanecía entre los restos de sus murallas
virreinales con más conocimiento de mar afuera que de mar adentro”.
Esta muestra
de José Sabogal marcará un hito en la plástica peruana. Otro suceso que
coadyuvó en ello fue la creación de la Escuela Nacional de Bellas Artes en
1918, para dirigir la cual se llamó al pintor Daniel Hernández, residente en
París.
No obstante
la disparidad de conceptos y métodos, quizá movido por el éxito de la
exposición, el director de la Escuela invitó al joven Sabogal a formar parte
del plantel de profesores.
A la llegada
del nuevo profesor, en la Escuela empezaron a soplar vientos de renovación.
Había que olvidarse de los viejos postulados del arte europeo, en especial de
la temática cuya visión había que volverla hacia el hombre y el paisaje
peruanos, tema que había sido ignorado en un país lleno de originalidad. Solía
arengar a sus alumnos diciéndoles: “Olviden los Apolos y las Venus. Miren hacia
dentro, dibujen y pinten nuestro paisaje. Métanse en las pupilas los cerros,
los desiertos y las selvas del Perú así como nuestros cholos y negros. Todo eso
somos nosotros”.
Prédicas
como esta calaron hondo en los jóvenes artistas que luego conformaron el grupo
“Indigenista”, mote con el cual bautizaron sus oponentes al movimiento
comandado por Sabogal desde la dirección de Bellas Artes, cargo que había
asumido a la muerte de Hernández. Los componentes de ese grupo eran Julia
Codesido, Teresa Carvallo, Alicia Bustamante, Camilo Blas, Enrique Camino
Brent, Cota Carvallo y Raúl Pro. La mayoría de ellos luego conformarían la
plana docente de la Escuela.
Aclaremos
aquí que, si bien el sentimiento y práctica de la inquietud llamada
“indigenismo” era adjudicada exclusivamente a este grupo, marginalmente se
desarrollaba una actividad similar por varios pintores desligados de la
influencia sabogalina. Entre ellos Manuel Pantigoso y Francisco Gonzáles
Gamarra ,en Cusco; Jorge Vinatea Reinoso, en Arequipa; Alejandro Gonzáles
Trujillo “Apurímak”, en Lima; y Juan Villanueva “Bagate” en Cajamarca, cada uno
haciéndolo a su manera. El caso de Mario Urteaga fue similar, pero desde cuando
fue descubierto y dado a conocer por los indigenistas, se le ha considerado
como tal.
La
consolidación del “Indigenismo” en una institución oficial, enardeció los
ánimos de sus oponentes aduciendo la oficialización del culto a lo feo, la
exaltación del indio y sus costumbres y un intento retrógrado de volver al
pasado incaico. Estas exageraciones, acompañadas de denuestos, eran machacadas
en influyentes periódicos como La Prensa y La Crónica. Sin embargo, de otro
lado, la propuesta de Sabogal había sido plenamente aceptada en los círculos
políticos de izquierda; José Carlos Mariátegui había saludado la exposición de
1919 escribiendo en la revista AMAUTA lo siguiente: “José Sabogal señala ya con
su obra un capítulo de la historia del arte peruano. Es uno de nuestros valores
signos (…) es, ante todo, el primer pintor peruano; severo con los demás pero
severo también consigo mismo, como todo creador auténtico tiene Sabogal la
probidad artística de esos maestros pre-renacentistas que le son tan queridos.
No se encuentra en su obra concesiones al mercado, ni coqueterías con la frivolidad
del ambiente. Trabaja para realizarse libre y plenamente. Por eso su obra
pertenece ya a la historia, mientras otras no pasaran de la crónica”.
Precisamente
en los inicios de AMAUTA, Sabogal había tenido una participación determinante
ya que propuso el nombre de la revista y asumió su original diagramación e
ilustración artística.
Tarea muy
importante en la obra de Sabogal lo constituye el descubrimiento, estudio y
divulgación del arte popular al que dedicó muchos viajes por distintas regiones
de nuestro país, de los que escribió varios libros, como por ejemplo “El toro
en las artes populares”, “El pintor mulato Pancho Fierro”, “El retablista López
Antay”, “Los mates burilados”, “Del arte en el Perú”, “El desván de la
imaginería”, etc.
En 1922, en compañía
de la escritora María Wiesse con quien acababa de contraer matrimonio, Sabogal
realizó un fructífero viaje a México, lo cual se repitió en 1942, por extensión
del que realizara a Estados Unidos a invitación del Departamento de Estado.
Ambos viajes reafirmarían la amistad y admiración que siempre lo vinculó a
Rivera, Orozco y Siqueiros, los maestros del muralismo mexicano.
Dichos
viajes le habían hecho concebir ambiciosos proyectos de obras por realizar,
sobre todo relacionadas con el muralismo. Pero el Perú de la época de Manuel
Prado no era el de Vasconcelos en México y aquellos proyectos chocaron con la
indiferencia y la oposición; más todavía, mientras su ausencia habían
recrudecido los ataques dando paso a la confabulación. Esta dio los resultados
apetecidos cuando desde el Gobierno le tendieron una celada que determinó su
alejamiento de la dirección de Bellas Artes.
Esto produjo
una conmoción en la gente adicta a Sabogal, especialmente en el grupo de los
profesores indigenistas que renunciaron a sus cargos; de igual manera, muchos
de los alumnos allegados al maestro también se alejaron de la Escuela y
formaron un taller independiente donde ocasionalmente recibían orientación de
sus antiguos profesores.
En el caso
de Sabogal, Julia Codesido, Teresa Carvallo y Camilo Blas, ellos fueron
convocados para asumir tareas en el recientemente creado Instituto de Arte
Peruano, dependencia del Ministerio de Educación cuya dirección ejercía nada
menos que Luis E. Valcárcel, aquél viejo amigo cuzqueño de idéntica inquietud
peruanista. Esto permitió a Sabogal y los suyos ahondar en el estudio
sistemático de las artes populares, lo que dio paso a la formación el Museo de
Arte Popular.
Durante la
segunda mitad de los años 40 y primeros de los 50, el maestro alternaba sus
investigaciones con su obra personal, con la certeza de estar cumpliendo su
propósito. En su discurso de agradecimiento al homenaje que se le tributó,
expresó lo siguiente:
“Los avances son difíciles, estorbados y, con frecuencia,
vapuleados. Este es el destino de la marcha hacia los ideales de superación;
pero en este remanso episódico, volviendo hacía el año 19, vemos con
satisfacción de que nuestra cabeza de puente de peruanismo artístico, ha
consolidado posiciones y sus filas se hacen más fuertes y templadas”.
Pero José
Arnaldo Sabogal Diéguez, en el fondo de su corazón, también guardaba un
profundo sentimiento de amor por Cajabamba, su inolvidable patria chica y por
extensión Cajamarca, lugares que en un impulso premonitorio visitó por última
vez en los meses de setiembre y octubre de 1956.
Aquí, en
Cajamarca, visitó en forma especial el Conjunto Monumental de Belén y el Cuarto
del Rescate, recinto este que le hizo concebir un muy importante proyecto de
restauración el que, con el título de “El memorial Atahualpa” fue dado a conocer
a los medios de prensa en Lima.
Y aquí
llegamos al episodio final de una vida de intensa lucha en pro de ideales
íntimamente ligados con el destino del Perú. Intempestivamente, cuando menos se
esperaba, el 15 de diciembre de 1956, a los 68 años, fallecía en su hogar de
Miraflores, víctima de una afección de inusitada virulencia.
Hace más de
medio siglo, cuando la oposición a su propuesta creía haberla hecho desaparecer
junto con su muerte física, estaba muy lejos de admitir que el tiempo y la
razón iluminarían de nuevo aquella propuesta.
Hoy, cuando
el Perú está tomando un rango importante dentro del acontecer mundial, el hecho
de lucir caracteres propios de una nación con identidad cultural nos da orgullo
y nos hace olvidar nuestro pasado pesimista. José Sabogal es uno de los
personajes que lo han propiciado, gracias Maestro.
En el Cuarto
del Rescate, Cajamarca. 1953. Archivo José Sabogal, Lima. (*)
India del
Collao. 1925. Óleo sobre tela. (*)
Junto a Walt Disney
en su taller de Lima. 1942. (*)
Músicos
Huancas. Ca 1930. Xilografía. (*)
(*) Fotografías e ilustraciones tomadas del libro:
SABOGAL, de Natalia Majluf y Luis Eduardo Wuffarden
© 2013 de la Edición Asociación Museo de Arte de Lima –
MALI.