Destaco:
En Kinshasa ceno con Théodore Ngami. Théodore es un profesor de primaria de Kikwit, alto, enjuto, dueño de unos dedos hipotenusas que revolea como quien lleva una vida precisando recoger la atención de los niños. Conversamos; él me pregunta por mis padres y yo por sus hijos: tiene siete, tres en la universidad. Su gesto de orgullo al hablarme de ellos va entreverado de niebla: 'Cada vez es más duro. El estado me paga treinta y dos mil francos congoleses al mes (unos 24 euros), con eso es imposible alimentarlos y darles estudios. Además, nos pagan cuando quieren, a menudo con trimestres de retraso'. ¿Y qué haces? 'Lo que todos, trabajo la tierra. Tengo un terreno que queda a treinta kilómetros de Kikwit. Al acabar las clases el viernes me marcho a cultivar mandioca, maíz y arroz, y el lunes temprano regreso a la ciudad derrengado. Una parte de la cosecha sirve para que coma la familia; la otra la vendo y con lo que saco me encargo de la ropa, el colegio. Los precios de todo están subiendo. De verdad, no es fácil'. Yo, como de costumbre, no sé qué decir.
El robo consentido de los hombres uniformados es un impuesto directo a los más pobres: a políticos, extranjeros y ricos con coche propio no se les molesta.
En el este las cosas son peores, mucho peores. Los Kivus permanecen infestados de armas, odios e intereses. La violencia no se extingue y nadie labora por la erradicación de las causas de la guerra: una yesca de nacionalismos, miseria y codicia local y global. Hace pocos meses Oxfam publicaba un informe sobre el uso de la violación como instrumento bélico en el este del Congo. Más de cinco mil mujeres fueron violadas allí en 2009: perdón, denunciaron haber sido violadas; el número es trágicamente mucho mayor. Los procesos por violación en el Congo son casi inexistentes. La injusticia como rutina.
Algunos combates se pierden: hace diez días la Corte Penal Internacional de la Haya ordenó que Thomas Lubanga, un líder rebelde acusado de reclutar niños soldado en el este del Congo en 2002 y 2003, fuera puesto en libertad... Todo parece indicar que por motivos de procedimiento no será condenado. Si así sucede será un triunfo del estado de derecho y una derrota de la verdad.
...el historiador Adam Hoschschild fue a Ituri, la región del Congo donde el grupo rebelde de Thomas Lubanga actuaba. Allí la Corte Penal Internacional había dispuesto que la gente, especialmente los jóvenes, pudiera seguir el juicio... Adam Hoschschild escuchó contraviene las buenas intenciones de la Corte. Tras ver el vídeo los chicos congoleses hicieron preguntas incómodas: '¿Por qué están juzgando a Lubanga cuando otros que hicieron las mismas cosas están ahora mismo en el gobierno?'... Otro joven intervino: 'Lubanga no nos reclutó forzosamente, yo me uní a su grupo de forma voluntaria, para defender a mi comunidad. No teníamos ningún lugar al que ir y Lubanga nos aceptó'..l. Otro de los presentes preguntó antes de que la reunión concluyese: '¿Y qué pasa con los que mataron a Sadam Hussein, por qué no están ellos en La Haya?'. Son preguntas legítimas. En la mano del poder el mazo de la justicia es un martillo: siempre.
Recuerdo de infancia, de Félix Grande (1937)
La poesía nos descoloniza de nuestro yo. La poesía nos destrona de nuestra esclavitud. La poesía no está de nuestra parte, está de nuestro todo.
En Kinshasa ceno con Théodore Ngami. Théodore es un profesor de primaria de Kikwit, alto, enjuto, dueño de unos dedos hipotenusas que revolea como quien lleva una vida precisando recoger la atención de los niños. Conversamos; él me pregunta por mis padres y yo por sus hijos: tiene siete, tres en la universidad. Su gesto de orgullo al hablarme de ellos va entreverado de niebla: 'Cada vez es más duro. El estado me paga treinta y dos mil francos congoleses al mes (unos 24 euros), con eso es imposible alimentarlos y darles estudios. Además, nos pagan cuando quieren, a menudo con trimestres de retraso'. ¿Y qué haces? 'Lo que todos, trabajo la tierra. Tengo un terreno que queda a treinta kilómetros de Kikwit. Al acabar las clases el viernes me marcho a cultivar mandioca, maíz y arroz, y el lunes temprano regreso a la ciudad derrengado. Una parte de la cosecha sirve para que coma la familia; la otra la vendo y con lo que saco me encargo de la ropa, el colegio. Los precios de todo están subiendo. De verdad, no es fácil'. Yo, como de costumbre, no sé qué decir.
Théodore Ngami está deshecho, ha sido un día amargo. Llegó hoy de Kikwit en autobús: la carretera no es mala y en condiciones normales los quinientos cincuenta kilómetros que la separan de Kinshasa se hacen en doce horas. Él ha tardado veintiséis. Poco después de salir el autobús tuvo la primera de un rosario de averías. Al caer la noche el autobusero anunció que se estaba quedando dormido y necesitaba echar una cabezada: nadie se opuso. Parece ser que el buen hombre llevaba una semana yendo y viniendo por la misma ruta sin apenas descansar: el autobús pertenece a una empresa privada que infringe las pocas normas de seguridad que existen en el Congo. Cuando ya creían que no habría más obstáculos en su camino un grupo de militares detuvo el vehículo a punta de metralleta. Hicieron salir al conductor y le exigieron quince mil francos (once euros) para poder continuar. En la cuneta estaban aparcados otros tres autobuses llenos de gente somnolienta y resignada: los berets rouges, boinas rojas, pasaban la mañana recolectando dinero impunemente. Théodore trató de bajar para protestar por el abuso pero uno de los soldados le disuadió encañonándolo con su fusil. El autobusero y los pasajeros intentaron resistirse, argumentar, negociar: hasta que no pagaron entre todos no pudieron seguir. Finalmente, exhaustos y humillados, entraron en Kinshasa.
Hace poco los taxistas de la capital de la República Democrática del Congo y los conductores de microbuses organizaron dos días de huelga para quejarse por el sistema de mordidas que la policía les impone. Taxis colectivos y microbuses hacinados son lo más parecido a un transporte público que existe en Kinshasa: sin ellos la gente no puede ir al trabajo. El robo consentido de los hombres uniformados es un impuesto directo a los más pobres: a políticos, extranjeros y ricos con coche propio no se les molesta. Ésta es la existencia de las personas corrientes al oeste del desaforado país del Río: un estado disfuncional y unas fuerzas de seguridad corruptas hasta la médula. La injusticia como forma de gobierno.
En el este las cosas son peores, mucho peores. Los Kivus permanecen infestados de armas, odios e intereses. La violencia no se extingue y nadie labora por la erradicación de las causas de la guerra: una yesca de nacionalismos, miseria y codicia local y global. Hace pocos meses Oxfam publicaba un informe sobre el uso de la violación como instrumento bélico en el este del Congo. Más de cinco mil mujeres fueron violadas allí en 2009: perdón, denunciaron haber sido violadas; el número es trágicamente mucho mayor. Los procesos por violación en el Congo son casi inexistentes. La injusticia como rutina.
Estados Unidos y la Unión Europea financian al gobierno, las fuerzas de seguridad y la policía del Congo. Su presidente, Joseph Kabila, es considerado un aliado del norte y la presencia de las multinacionales occidentales y chinas está creciendo: las inmensas riquezas mineras del corazón de África alimentan la máquina de consumir del mundo sin perturbaciones. La República Democrática del Congo cada vez hace menos ruido y produce más beneficios: a quién le importa el sufrimiento susurrado de millones de seres humanos, la sementera de rencores, la pobreza como centinela, la injusticia como paisaje.
El poeta Félix Grande escribió hace casi medio siglo un poema sobrecogedor que describe como ningún ensayo la historia del Congo,
RECUERDO DE INFANCIA
Hoy el periódico traía sangre igual que de costumbre
venía chorreando como la tráquea de un ternero sacrificado
he visto chotos cabras vacas durante su degüello
bajo el agujero del cuello una orza se va llenando de sangre
los animales se contraen en sacudidas cada vez más nimias
de pronto ya no respiran por la nariz ni por la boca
sino por la abertura que la navaja hizo en la tráquea
en la cual aparecen burbujas a cada nueva respiración
a menudo parece que están completamente muertos
y no obstante aún se agitan una o dos veces suavemente
ahora sus ojos ya no miran tienen como una niebla
un teloncillo de color indeterminado que recuerda al ceniza
entonces el carnicero se incorpora con las manos manchadas
y procede a desollar y trocear al animal cadáver
para después pesarlo venderlo en porciones hacer su negocio
hoy el periódico traía sangre lo mismo que otros días
acaso unos cuantos estertores más que de hábito
pero cómo saberlo hay países que no especifican
por ejemplo el departamento de estado no da la cifra de sus bajas
únicamente les agrega apellidos
bajas insignificantes bajas ligeras bajas moderadas
hoy el periódico traía sangre en volumen considerable
y mientras leo pacientemente civilizadamente el intento
de justificación de esos destrozos escrito de sutil manera
recuerdo vacas cabras chotos la gran orza en el suelo
y recuerdo imagino pienso que unos cuantos carniceros
continúan desollando troceando pesando en sus básculas
haciendo su negocio mediante esos pobres animales sacrificados.
Hay una lucha abierta entre la indignidad del mundo y su dignidad: se libra en cada esquina, en cada bolsillo, en cada voto, en los mercados, en los tribunales, en los bares, en los pasillos del edificio de Naciones Unidas y en las aulas de cualquier escuela. Cada paso es un destino, cada acto una determinación, cada opinión un veredicto. Y la Tierra, más ahora, es un barrio. Nadie vive en las afueras. Nadie vive en las afueras.
Algunos combates se pierden: hace diez días la Corte Penal Internacional de la Haya ordenó que Thomas Lubanga, un líder rebelde acusado de reclutar niños soldado en el este del Congo en 2002 y 2003, fuera puesto en libertad. El juez del caso considera que es imposible que tenga un juicio justo porque la defensa no ha tenido acceso a documentos que se supone pueden exculparlo. Además la fiscalía no quiere revelar el nombre de su principal testigo alegando que hacerlo pondría en peligro su vida: el juez por el contrario considera que su seguridad está garantizada. La acusación ha apelado la decisión del juez y por el momento Lubanga permanece encerrado. Todo parece indicar que por motivos de procedimiento no será condenado. Si así sucede será un triunfo del estado de derecho y una derrota de la verdad.
Lo más grave, como tantas veces, queda al fondo. Mientras se estaban desarrollando las sesiones del juicio, el historiador Adam Hoschschild fue a Ituri, la región del Congo donde el grupo rebelde de Thomas Lubanga actuaba. Allí la Corte Penal Internacional había dispuesto que la gente, especialmente los jóvenes, pudiera seguir el juicio. A tal fin se pasaban vídeos de lo que sucedía en la Haya seguidos de mesas redondas: la idea era usarlos como método disuasorio para que todo el mundo comprendiera que el peso de la justicia cae sobre quienes reclutan a niños soldado. Lo que Adam Hoschschild escuchó contraviene las buenas intenciones de la Corte. Tras ver el vídeo los chicos congoleses hicieron preguntas incómodas: '¿Por qué están juzgando a Lubanga cuando otros que hicieron las mismas cosas están ahora mismo en el gobierno?'. Podían haber añadido que ganando salarios pagados por la comunidad internacional. Otro joven intervino: 'Lubanga no nos reclutó forzosamente, yo me uní a su grupo de forma voluntaria, para defender a mi comunidad. No teníamos ningún lugar al que ir y Lubanga nos aceptó'. En sus años como líder rebelde Lubanga recibió de Ruanda morteros, metralletas, munición y formación, y de Uganda apoyo y asistencia: los presidentes de estos países, Paul Kagame y Yoweri Museveni, reciben ayuda y aplausos de las naciones poderosas que financian la Corte Penal Internacional. Otro de los presentes preguntó antes de que la reunión concluyese: '¿Y qué pasa con los que mataron a Sadam Hussein, por qué no están ellos en La Haya?'. Son preguntas legítimas. En la mano del poder el mazo de la justicia es un martillo: siempre.
Algunos combates se pierden, otros se ganan. La semana pasada el Presidente Obama firmó la Ley sobre Reforma Financiera. Gracias al activismo de grupos de derechos humanos la Ley incluye una provisión que obliga a las empresas estadounidenses importadoras de productos que contienen minerales que son abundantes en el Congo a presentar un informe anual especificando el origen de estos minerales y su procedimiento de adquisición: transparencia en una zona de corrupción y conflicto. Esta medida, difícil de implementar, no acabará con la violencia y su hidra de causas, pero alicortará su financiación y desincentivará a sus predadores. Mucha gente de bien, congoleses y extranjeros, han trabajado, escrito, leído y soñado para que esta página de la Ley viera la luz.
Creo sinceramente que cada persona, en cada encrucijada, decide el porvenir de la humanidad.