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Libres de texto por Daniel Rodríguez Herrera‏

¿Por qué el modelo del software libre no se aplica fuera de sus estrechos márgenes? Bueno, lo cierto es que no es un modelo de aplicación universal. Ya en la Wikipedia tiene sus problemas, porque la enciclopedia carece de un estándar objetivo que permita establecer si una aportación es valiosa o no. El software funciona o no funciona. Por mucha verborrea que tenga un programador, por muy convincente que sea, si su código no va sus aportaciones no sirven de nada. No obstante, pese a carecer de un estándar semejante para distinguir el valor de cada contribución, mal que bien Wikipedia va tirando.

Hay otro sector, con un modelo de negocio bastante estable, que parece pintiparado para disfrutar de las ventajas de las aportaciones voluntarias: los libros de texto. En España lo tendríamos fácil: el Ministerio impone qué debe estudiarse y sólo bastaría con que grupos de voluntarios prepararan el material apropiado no necesariamente para un curso entero, sino para determinadas "unidades didácticas", o como quiera que las llamen ahora los pedagogos cursis, que se podrían luego unir para ofrecer un libro completo a los alumnos.

El sector editorial facturó 844,45 millones de euros en España a cuenta de los libros de texto, ya fuera cobrando de las administraciones o de los padres. En buena medida la razón de semejante cifra está en la increíble velocidad con que estos materiales quedan obsoletos, pese a que los temarios no varían demasiado que digamos; se cambian dos dibujos y el tipo de letra de modo que los números de página no coincidan, y listo. En Estados Unidos pasa lo mismo. Scott McNealy, cofundador de Sun, recuerda que cada año se gastan entre 8.000 y 15.000 millones de euros en libros de texto. Es más de lo que pagó Oracle por su empresa. Ahora que tiene tiempo libre ha decidido embarcarse en la aventura de ofrecer libros de texto gratuitos mediante una organización llamada Curriki.

El principal problema no es encontrar buenos profesores en activo o retirados plenamente dispuestos a participar, sino pasar por el filtro de la aprobación oficial de ministerios y consejerías autonómicas. No sería de extrañar que algunos se resistieran a, ejem, permitir que las editoriales tradicionales como Santillana acabasen en la ruina. Ustedes ya me entienden. Pero, idealmente, supondrían un estándar de objetividad que le viene que ni pintado a un proyecto de estas características.

No obstante, aún habría que imprimirlo y eso cuesta. Pero podría distribuirse por vía electrónica. El primer Kindle, lanzado en 2007, costaba 399 dólares. El siguiente modelo se lanzó el año pasado a un precio de 359 dólares que fue bajando paulatinamente hasta los 259. El más reciente está disponible ahora mismo por 139 pavos. Evidentemente, esta bajada no va a continuar indefinidamente, pero no parece impensable que los precios acaben en los alrededores de los 50 euros para los modelos más sencillos en muy pocos años. ¿Se imaginan que ese fuera el único gasto que tuvieran que hacer en los libros de texto de sus hijos durante toda su etapa escolar? ¿Qué a partir de ahí bastara con alimentar estos cacharros con material gratuito escrito bajo las premisas que han permitido la creación de Linux, Firefox y otras aplicaciones que usamos a diario sin enterarnos?

Sin duda, librerías y editoriales sufrirían como lo han hecho discográficas y tiendas de discos. Pero no podrían quejarse más que aduciendo que crean empleo, y cuando ese es el único argumento que puedes ofrecer para justificar tu existencia es que ya no tienes nada útil que aportar a los consumidores.

Quizá lo único que nos haga falta para olvidarnos del pastizal que nos gastamos cada mes de septiembre y el enorme peso que hacemos descansar sobre las lumbares de nuestros niños sea un Scott McNealy dispuesto a liderar un proyecto como éste. ¿Alguien se anima?

Daniel Rodríguez Herrera es subdirector de Libertad Digital, editor de Liberalismo.org y Red Liberal y vicepresidente del Instituto Juan de Mariana.

Construir una escuela en África por Ignacio Moncada‏

Tim Harford contaba en El economista camuflado un gráfico ejemplo de por qué la ayuda externa no permite que África se desarrolle. En Camerún, país centroafricano devastado por un gobierno totalitario, el autor visitó una moderna biblioteca construida gracias a un programa de ayuda occidental. La biblioteca era una especie de versión reducida de la Ópera de Sidney en la que no habían reparado en gastos. Sin embargo, cuando entró en el edificio descubrió que, pese a tener tan sólo un par de años, la biblioteca estaba arruinada. Las fuertes lluvias la habían inundado tantas veces que más bien parecía un invernadero ecuatorial. Ni rastro de libros, ni por supuesto de lectores, sólo vegetación. La biblioteca estaba abandonada. Pese a que el edificio fuese espectacular el día de su inauguración, las organizaciones occidentales que hicieron el esfuerzo de construirla para fomentar la lectura no cayeron en la cuenta de que para construir una biblioteca no vale con levantar un edificio. Es necesario, sobre todo, que tenga un propietario.

Este ejemplo me traía a la cabeza el vano empeño con el que tantas organizaciones y ejércitos occidentales presumen de construir escuelas en África u Oriente Medio. Se limitan a erigir un edificio, en ocasiones vistoso, y ponen "colegio" en el cartel de la entrada. Pero para que los locales puedan disfrutar de una escuela, el edificio es lo de menos. El verdadero cimiento para implantar un buen colegio, o universidad, es generar la confianza suficiente a los padres de que si llevan a sus hijos, diez años después saldrán con una formación adecuada. La educación siempre es una inversión a largo plazo a cambio de un intangible, aunque nuestro subconsciente tienda a relacionar el servicio de la enseñanza con el edificio. Para que se cumpla esto es necesaria, como en casi todos los problemas de desarrollo, la propiedad privada. Y para ello unas instituciones que la respeten y la protejan, no que la ataquen.

La receta puede parecer sencilla, pero es enormemente complicada de aplicar. Para construir una escuela es necesario que alguien esté dispuesto a gastar dinero anualmente para pagar a buenos profesores. Que sea capaz de atraer a los padres y convencerles con un buen servicio. Y sólo alguien que tenga que vivir de gestionar adecuadamente una escuela podrá garantizar una formación eficaz para los lugareños. Un gobierno que no respeta la propiedad privada como el de Camerún, o tantos otros, bloqueará la educación de su país. Este problema que los occidentales tienden a infravalorar, cuando no a negar, es la mayor causa de pobreza en el mundo. Preferimos seguir distrayéndonos gastando dinero en construir bibliotecas, escuelas y hospitales, sin caer en la cuenta de que no funcionarán. Aunque sea tan absurdo como pensar que para tener una universidad de la calidad de la de Harvard, basta con replicar sus edificios.

Ignacio Moncada es ingeniero industrial por ICAI y trabaja en la gestión de proyectos energéticos internacionales.

La OCDE desmiente a Blanco: los españoles pagan impuestos altos por Manuel Llamas‏

Un reciente informe de la OCDE tumba la afirmación de que los españoles pagan unos impuestos "muy bajos". La presión fiscal que sufren los trabajadores también supera la media de los países ricos. Tan sólo IRPF y Seguridad Social restan a los españoles el 38,2% de su renta.

Los españoles sufren una tributación elevada, por encima de la media, no sólo de la zona euro sino también de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), que agrupa a los 30 países más desarrollados del planeta. En concreto, la presión fiscal soportada por las rentas del trabajo en España es la doceava más alta de los países ricos.

El pago de IRPF y cotizaciones a la Seguridad Social (tanto por parte del trabajador como del empresario) ascendió al 38,2% del salario medio en 2009 (23.943 euros brutos al año), por encima de la media de la OCDE (36,4%), según el informe Taxing Wages, publicado por esta organización el pasado mayo.

De este modo, los españoles no sólo soportan uno de los esfuerzos fiscales más elevados de la zona euro (el 47% del sueldo si se incluye el IVA y los Impuestos Especiales) sino que también sufren una de las tributaciones más elevadas del mundo desarrollado. De hecho, si finalmente el Gobierno apuesta por subir nuevamente los impuestos, España corre el riesgo de entrar en el top ten de los países ricos con mayor tributación sobre el trabajo.

Más impuestos en 2009

Por si ello fuera poco, la fiscalidad aumentó el pasado año como resultado de la subida de impuestos (la mayor de la democracia) aprobada por el Ejecutivo socialista. Así, tal y como señala Cristina Berechet, responsable de Investigación del think tank Institución Futuro, "este informe nos acaba de confirmar que, efectivamente, la presión fiscal sobre el trabajo en el último año (2009) ha aumentado ligeramente en España del 37,8% al 38,2%, mientras que en 24 de los 30 países de la OCDE, la presión se ha reducido".


España ha sido el único país de la OCDE, junto a México, Islandia, Irlanda Suiza y EEUU, donde aumentó la tributación sobre el trabajo en 2009, mientras que se redujo en los 24 países restantes que conforman dicho grupo.

La fiscalidad castiga a padres y rentas bajas

El estudio analiza de forma detallada la presión fiscal que soportan los trabajadores en función de su nivel de renta, su situación civil y el número de hijos. Y la conclusión es que "los contribuyentes más desfavorecidos por nuestro sistema fiscal son, una vez más, los solteros y las parejas casadas con hijos y con bajos niveles de renta ya que soportan, respectivamente, una presión fiscal 11,5 y 6,3 puntos porcentuales por encima de la media de la OCDE y también de la media europea", advierte Berechet.


Un trabajador con dos niños que gane 15.962 euros brutos al año (el 67% del salario medio) paga a Hacienda el 28,4% de su renta tan sólo en IRPF y cotizaciones (4.533 euros); si no tiene hijos, el 34,2% (5.459 euros); si gana el sueldo medio (23.943 euros), el Fisco le resta el 38,2% de su renta anual (9.146 euros); mientras que si gana un 67% más que la renta media (sueldo bruto anual de 39.905 euros), la presión fiscal asciende al 41,6% del fruto de su trabajo (16.600 euros).

El informe también revela que más allá de un determinado nivel de ingresos el sistema es regresivo. Es decir, comparativamente, pagan más impuestos las rentas bajas y medias que las altas, ya que para determinar la presión fiscal total sobre el trabajo el IRPF hay que analizarlo junto con las cotizaciones a la Seguridad Social. "Estas cotizaciones a la Seguridad Social son las que distorsionan la progresividad de la tributación sobre las rentas del trabajo, ya que se basan en un tipo único y no en un sistema por tramos", recuerda Berechet.

Por ello, la ministra de Economía, Elena Salgado, se agarra a esta característica del sistema para defender un aumento de impuestos a las rentas más altas, y así mejorar la "equidad" de la tributación en España. Sin embargo, el Gobierno olvida que los sistemas fiscales orientados hacia la progresividad (como es el caso español) "introducen una mayor complejidad en el sistema, favoreciendo la evasión fiscal y la inequidad", justo lo contrario de lo que persigue, señala Berechet.

¿Alternativa? El tipo único

Por ello, "el tipo único o el flat tax, como es conocido en el mundo anglosajón, está ganando peso en los sistemas impositivos de todo el mundo, ya que a menudo resulta un impuesto más justo y eficiente, que reduce la complejidad y mantiene bajo control la evasión fiscal", añade.

"Además, los países que lo han implementado han conseguido mejorar la recaudación, fomentar la actividad económica, garantizando a la vez la equidad a través de la introducción de un amplio mínimo exento. Probablemente, el momento actual es el mejor para introducir el tipo único en nuestro sistema fiscal para acabar con la economía sumergida, simplificar los trámites y, por último, aumentar la recaudación, que es al fin y al cabo, muy importante en estos momentos de control del déficit público".

Por otro lado, "no hay que olvidar los efectos favorables que puede tener sobre el empleo, la actividad y la recuperación económica una reducción de los impuestos y cotizaciones sobre el trabajo", concluye la responsable de Investigación de Institución Futuro.

Esto es el comunismo




Masacres en Lituania - 1941

El programa de deportaciones se completó con una limpieza étnica y política de las sociedades bálticas. Proliferaron los pelotones de fusilamiento y los juicios sumarios. Como en la Guerra de España, los cadáveres se enterraban apresuradamente en fosas comunes. En la imagen una exhumación de una fosa en Lituania.



Campos de exterminio - 1945

El sistema de campos contaba con agencia estatal propia a cargo de la NKDV, la llamada Administración de colonias y campos de trabajo, cuyo acrónimo en ruso era GULAG, de donde toda la red tomó el nombre. Entre 1929 y 1953 pasaron por los campos del GULAG más de 15 millones de personas, de las cuales murieron más de millón y medio. A la muerte de Stalin el GULAG tenía casi dos millones de presos. Formalmente el sistema desapareció en 1960 aunque hasta el colapso de la URSS siempre hubo miles de presos políticos. En la imagen un esquelético niño polaco en el campo de Buzuluck. Nótese que, a pesar de estar desnudo, mantiene una cruz de madera colgada del cuello.



Violaciones en Alemania - 1945

El Ejército Rojo entró a sangre y fuego en Alemania. El jefe de la Propaganda soviética, Ilya Ehrenburg, pidió con vehemencia a los soldados que consumasen la venganza: "Soldados del Ejército Rojo, arrancad por la violencia el orgullo racial de las mujeres alemanas!... ¡Violad, destruid, matad! Y lo hicieron.



Represión en Hungría - 1956

En octubre de 1956 los húngaros se levantaron contra el Gobierno comunista de Erno Gero, que acababa de sustituir al estalinista implacabe Matias Rakosi. Las protestas se extendieron por todo Budapest hasta que el Gobierno pidió ayuda a las tropas rusas acantonadas en el país. Le siguió una brutal represión que dejó casi tres mil muertos en las calles húngaras y cerca de 13.000 heridos. Occidente no hizo nada.



La Gran Hambruna China - (1959-1961)

El régimen comunista chino ha sido tanto o más letal que el soviético. Entre los campos de concentración, los Laogai, las ejecuciones y las hambrunas, el comunismo en China ha arrancado la vida a más de 50 millones de personas. Sólo la gran hambruna de 1959, provocada por la colectivización forzosa de la agricultura, mató a unos 35 millones. Mientras los silos estatales rebosaban de grano destinado a la exportación, los campesinos morían de hambre. Mao Zedong mostró la más absoluta indiferencia.


Muro de Berlín (1961-1989)

La RDA levantó un muro entre las dos partes de Berlín en 1961 para evitar que la población escapase del "paraíso socialista". Este muro fue completado con un sistema de alambradas y torres de vigilancia que recorrían toda la frontera entre las dos Alemanias. Cientos de personas murieron tratando de pasar al otro lado. Otras muchas fueron encerradas en presidios donde fueron víctimas de torturas y todo tipo de ultrajes por parte de la policía política de la RDA, la temida Stasi.



Los Jemeres Rojos (1975-1979)

La madre de todas las barbaries comunistas no tuvo lugar ni en Rusia ni en China, sino en la remota Camboya. Durante los años en los que gobernó Pol Pot y sus infames jemeres rojos se asesinó a unos 2 millones de personas de todas las maneras imaginables. "Basta un millón de buenos revolucionarios para el país que nosotros construimos" decía Pol Pot, el resto se podía prescindir.



Los Jemeres Rojos (1975-1979)

La furia homicida de los Jemeres Rojos iba dirigida contra toda la sociedad. Todo el que llevaba gafas fue ejecutado porque los líderes comunistas daban por hecho que era un intelectual y un cosmopolita. Parecida suerte corrieron los católicos, muchas veces ejecutados mediante crucifixión en la selva siamesa tal y como se ve en la foto.



El genocidio tibetano (1950-actualidad)

En 1950 el Ejército Popular Chino invadió el Tibet. La agricultura fue colectivizada, los monasterios budistas destruidos y la disidencia severamente perseguida y castigada. Se calcula que entre uno y dos millones de tibetanos han sido asesinados, hechos presos y torturados por las tropas y la policía china. A las bajas humanas hay que sumarle el genocidio cultural y la repoblación intensiva por parte de granjeros chinos.

Cuatro y CNN+ elogian la venta de plantas venenosas como cura para el cáncer‏

Destrozar la propiedad ajena o vender "plantas medicinales" que en realidad son venenosas como remedio contra el cáncer son los méritos del protagonista de un escandaloso reportaje de Cuatro y CNN dedicado al primer agricultor español que fue condenado por arrasar un campo de maíz transgénico.

Josep Pamiés es el protagonista de un laudatorio reportaje realizado por la periodista Jordina Ferri para CNN+ y Cuatro, al que la presentadora de la cadena de noticias daba entrada hablando de la "guerrilla antitransgénicos": un grupo de ciudadanos cuyo mérito es destrozar la propiedad ajena y vender plantas venenosas como remedio frente al cáncer.

Tal y como refleja el blog Magonia en un duro artículo el reportaje se emitió el pasado día 17 en el informativo del mediodía de Cuatro y en varias ocasiones durante toda la jornada en CNN+.

La pieza informativa presenta a su protagonista poco menos que como un héroe de una presunta cruzada contra los transgénicos, una cruzada en la que haber incumplido la ley y haber destrozado una propiedad ajena no es sino un mérito, pues como tal se expone ser "el primer agricultor condenado por segar un campo de transgénicos".

El propio Pamiés, en lugar de arrepentirse de su acto delictivo lamenta no poder seguir el ejemplo de salvajismo que da el famoso José Bové en Francia (donde ataques similares son bastante habituales), ya que en Cataluña no se pueden segar los campos de este tipo de cultivos "porque aquí todo es transgénico". Además, también se aflige de que destrozar la propiedad ajena "está muy mal visto aquí".

Plantas venenosas contra el cáncer

El reportaje, olvidando absolutamente cualquier respeto por la ciencia, dedica también parte de su tiempo a la actividad de Pamiés como vendedor de una planta venenosa, la Kalanchoe daigremontiana, como remedio contra el cáncer. De hecho aparecen dos "clientes" que van a adquirir la planta y que cuentan apenados que, como "el cáncer que tiene es muy malo no podemos dejar la quimioterapia".

Pamiés defiende que va a seguir vendiendo o regalando la planta venenosa, "hemos regalado muchas" dice, digan lo que digan las autoridades, pues la venta de determinadas plantas medicinales está prohibida por la Generalidad catalana. Finalmente, la reportera cerraba el reportaje loando la "lucha contra lo químico" de su protagonista.

Como bien apunta Luis Alfonso Gámez en su blog Magonia, que por cierto está alojado en las páginas de El Correo: "En un vídeo de menos de dos minutos, se alababa la actitud de quienes arrasan campos de transgénicos; se fomentaba un remedio contra el cáncer no sólo no demostrado científicamente, sino que además conlleva la ingesta de una planta venenosa; se daba cobertura a alguien que anunciaba que va a saltarse la ley y seguir comercializando esa planta, aunque eso suponga un riesgo para la salud; y se rubricaba todo ello con la estupidez de que en la agricultura natural no hay química cuando hay química en todo".

Y esto en los canales que presumen de luchar contra las supersticiones y de estar por el progreso y la ciencia.






¿Se imaginan a algún medio de comunicación presentando como un héroe a alguien que haya quemado intencionadamente un bosque porque no le gustan los árboles que crecen en él y que vende productos tóxicos porque cree que curan el cáncer? ¿A qué no? Pues algo así hicieron ayer Noticias Cuatro al mediodía y CNN+ durante toda la jornada con una pieza dedicada a Josep Pamiés, seguidor del activista francés antiglobalización José Bové. "Josep Pamiés siempre ha apostado por los cultivos ecológicos. En 2006 fue el primer agricultor condenado en España por segar un campo de maíz transgénico", explicaban en el reportaje. El protagonista se lamentaba de lo "mal visto" que está lo que había hecho y de que la táctica de Bové de segar campos de transgénicos es factible en Francia "porque hay sólo pequeños campos experimentales, pero aquí, en Cataluña, es todo transgénico". Vamos, que, si no fuera porque no daría abasto, seguiría arrasando los cultivos de otros porque lo que crece en ellos no le gusta.

Para coronar la pieza, nos ofrecieron el testimonio de un enfermo de cáncer, Ramón Vidal, que va todos los días a la granja de nuestro héroe para hacerse con hojas de Kalanchoe daigremontiana con las que tratarse contra la enfermedad y de una mujer -¿su esposa?- que indicaba que, "dado que él tiene un cáncer muy malo, lo que no podemos hacer es tomar sólo las plantas: tenemos que también hacer la quimioterapia". ¡Menos mal! Ojalá le vaya bien y se cure; aunque entonces atribuya falazmente su sanación al remedio mágico y no a la medicina, como hizo otro cliente de Pamiés, según él mismo cuenta en su blog, poco después de que nuestro agricultor ecologista tuviera noticia de los supuestos poderes anticancerígenos del Kalanchoe. "Unos dos meses más tarde, casualidades de la vida, vino otra persona, Carles, de Lleida, interesado por la Stevia y, al observar la planta colombiana un poco crecida, un poco sorprendido me da la grata noticia de que su mujer con un cáncer de mama con un tumor calificado de grande, al combinar la quimioterapia previa a la cirugía con la colombiana, redujo el tumor más de la mitad de su tamaño y los ganglios linfáticos aparecieron limpios. Me comentó que estos resultados tan positivos los atribuye en buena parte a la planta".

Paladas de anticiencia

La realidad es que el Kalanchoe daigremontiana es una planta venenosa que contiene un glucósido cardíaco, la daigremontianina, que puede llegar a causar la muerte. Tras el testimonio del paciente de cáncer y su allegada, la reportera de Cuatro recordaba que la venta de algunas llamadas plantas medicinales está prohibida en Cataluña, a lo que Pamiés replicaba que él seguirá vendiendo el Kalanchoe y otras plantas, y regalándolas. ¡Sí, señor! ¿O es que nadie quiere acabar de una vez con la conspiración de las autoridades sanitarias y las farmacéuticas para evitar que enfermos como Ramón Vidal se envenenen con una planta tóxica? "De forma más pacífica, su lucha contra lo químico continúa", sentenciaba la reportera respecto a Pamiés.

En un vídeo de menos de dos minutos, se alababa la actitud de quienes arrasan campos de transgénicos; se fomentaba un remedio contra el cáncer no sólo no demostrado científicamente, sino que además conlleva la ingesta de una planta venenosa; se daba cobertura a alguien que anunciaba que va a saltarse la ley y seguir comercializando esa planta, aunque eso suponga un riesgo para la salud; y se rubricaba todo ello con la estupidez de que en la agricultura natural no hay química cuando hay química en todo. Ni un palabra de ciencia y paladas de anticiencia en un reportaje a mayor gloria del movimiento antitransgénicos, una iniciativa que cuenta con buena prensa en la misma medida que carece de pruebas científicas en respaldo de lo que sostiene.

Digan lo que digan los profetas de lo natural, lo que ellos llaman productos ecológicos son el fruto de milenios de manipulación de genes, porque el hombre lleva practicando la modificación genética de plantas y animales desde que empezó a domesticarlos, si bien ahora puede hacerlo en el laboratorio con mucha más precisión y seguridad. Como me dijo hace ya ocho años Félix Goñi, director de la Unidad de Biofísica del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y la Universidad del País Vasco (UPV), "los que hoy se oponen a las cosechas transgénicas son los que se oponían al ferrocarril, a la luz eléctrica...".

Estímulos destructivos por Juan Ramón Rallo

Los datos de crecimiento económico de Alemania hechos públicos la semana pasada sorprendieron a muchos. ¿Cómo es posible que un país de la zona del euro que apenas ha recibido "estímulos" fiscales y monetarios consiga crecer al mismo ritmo que la economía estadounidense, sometida a importantísimas dosis de gasto público e inyecciones crediticias?

La pregunta, sin embargo, oculta un claro sesgo intervencionista. Se asume de entrada que el sector público es de algún modo capaz de "salvar" e "impulsar" nuestras economías mediante un mayor gasto público o expandiendo artificialmente el crédito. Pura petición de principios derivada de una concepción mecanicista de la economía: si aumentamos la demanda agregada con más gasto público –¿da igual en qué y para qué?–, ésta tirará de la demanda de empleo y cuando los trabajadores vuelvan a estar ocupados y a gastar –de nuevo, ¿da igual en qué y cómo se haga?– los empresarios volverán a ser optimistas para invertir de nuevo con vigor –¿tampoco es relevante dónde?– lo que relanzará el crecimiento –¿es significativo en qué industrias?– en un círculo virtuoso que no conocerá fin y que incluso nos permitirá amortizar con creces el endeudamiento público inicial.

Por el contrario, algunos venimos sosteniendo desde hace tiempo que el problema presente no es la insuficiencia de gasto, sino la falta de adaptación de la economía para satisfacer todo el gasto excesivo que actualmente se produce. Es decir, se consume y se invierte demasiado a partir de unas rentas infladas derivadas de la presunta venta de una mercancía (viviendas, por ejemplo) que hoy no tiene salida. Por ello, lo primero es reconocer que no podemos gastar tanto (reduciendo nuestras rentas, como lo deberían estar haciendo los trabajadores que se van al paro o los empresarios que quiebran) y lo segundo reestructurar nuestra economía para que deje de estar adaptada para la construcción de viviendas y pase a estarlo para la producción de los bienes (de capital y de consumo) que se demandan.

Los planes de estímulo de gobiernos y bancos centrales, entre otros muchos perjuicios como el famoso crowding-out, sólo logran que nuestros ingresos sigan artificialmente inflados (gastando más de lo que podemos permitirnos para volver a crecer de manera sostenible) y que los incentivos hacia la reestructuración sean nulos; esto es, prologan y agravan la agonía.

Sentado esto, no nos costará demasiado entender que los países que más hayan "estimulado" su economía –más hayan distorsionado el ajuste espontáneo del mercado– sean los que peor están afrontando la recuperación. Basta comparar la evolución de Alemania, Estados Unidos, Francia y España en los dos últimos años. La primera ha limitado enormemente sus déficits públicos, hasta el punto de que en 2008 no incurrió en déficit y en 2009 apenas superó el 3% del PIB. Los otros tres, en cambio, han gastado a manos llenas, tanto en 2008 como sobre todo en 2009, duplicado y triplicando los déficits teutones (y en el caso de EEUU, además, con inyecciones crediticias de la Fed mucho más intensas que las del BCE en la zona del euro).


¿Resultado? Pues el que muchos nos temíamos. La tasa de paro de Alemania, tras un repunte inicial en 2009, lleva descendiendo desde entonces, hasta situarse a mediados de 2010 en el 7% de la población activa. En cambio, España, Francia y EEUU han visto cómo sus tasas de desempleo se duplicaban en unos meses, pese a los paquetes de estímulo o, más bien, a causa de los paquetes de estímulo.


Ante este desaguisado, Almunia nos pide a los españoles que "contribuyamos" con impuestos más elevados, es decir, que nos mostremos sumisos mientras Zapatero, Blanco y Salgado nos llevan al matadero. Pero la cuestión es, ¿contribuir a qué? ¿A destruir lo poco que queda en pie de nuestra economía sufragando más despilfarros distorsionadores? No, el camino es el que marca Alemania: presupuestos austeros; dejar de gastar tanto en evitar que prosperemos. Ni España, ni Francia, ni EEUU, ni nadie ahora y nunca han logrado nada bueno incurriendo en déficits públicos. No es que con la austeridad lo tengamos todo hecho –necesitamos también unos mercados mucho más flexibles de lo que disfrutamos en España–, pero al menos dejaremos de cavar nuestra propia tumba. ¿Se darán cuenta alguna vez los keynesianos?

Juan Ramón Rallo es jefe de opinión de Libertad Digital, director del Observatorio de Coyuntura Económica del Instituto Juan de Mariana, profesor de economía en la Universidad Rey Juan Carlos y autor de la bitácora Todo un Hombre de Estado. Ha escrito, junto con Carlos Rodríguez Braun, el libro Una crisis y cinco errores, galardonado con el Premio Libre Empresa 2010.

Seductora, caprichosa, patética por Carlos Rodríguez Braun

Varias ideas económicas hostiles al mercado aparecieron en la entrevista que David Barba le hizo a José Antonio Marina en La Razón. Subrayaré tres, por la relevancia que tiene el que las haya expresado el entrevistador con aún más énfasis que el entrevistado.

Una primera idea que plantea el periodista es: "Seducir es el mantra de nuestra sociedad mercantil". Es un comentario que no elogia dicha sociedad, sino más bien al contrario, como queda claro a continuación. Marina apunta que en la sociedad de consumo satisfacemos algo más que necesidades básicas, ante lo cual Barba interrumpe: "¿Caprichos para todos?". El pensador entonces responde comentando sobre las necesidades creadas o artificiales y le pone un ejemplo: la gente que hace cola para comprar el iPhone. El periodista entonces asiente y clama: "¡Patético!".

La seducción del mercado es vista como negativa y tramposa. Pero la característica del mercado es que no puede vencer, no puede forzar ni obligar, debe convencer. Y para ello, claro está, busca atraer al cliente con ofertas atractivas. Quizá podrían periodistas y filósofos reflexionar sobre qué sucede cuando no hay sociedades mercantiles: se impone en tales casos la coacción política, no el acuerdo entre partes contratantes voluntarias. Es verdad que la política también seduce, pero no es para convencer sino para finalmente obligar a todos. No es lo mismo.

Y no es lo mismo comprar por encima de nuestras necesidades básicas que ser extravagantes y arbitrarios. Si partimos de la base de que todo lo que compramos autónomamente y no es imprescindible es un capricho, estamos abriendo la puerta para que la coacción política y legislativa obstruya nuestra autonomía e imponga su decisión, supuestamente racional, a la nuestra, supuestamente irracional. Convendrán Marina y Barba que esto sería algo triste.

Porque lo triste no es que la gente haga cola para comprar un producto nuevo, bonito y útil como el iPhone. Al pensador y al periodista parece habérseles escapado el hecho de que esa cola no es como la del DNI o el Pasaporte o la DGT o la Agencia Tributaria, todas colas que los ciudadanos estamos forzados a hacer. La del iPhone no es obligatoria.

En suma, parece que lo que David Barba y José Antonio Marina juzgan como tramposa, caprichosa y patética es la libertad.

La realidad de Israel por George Will

Fue una gran victoria para la diplomacia cuando, en 1991 en Madrid, israelíes y palestinos, puestos de acuerdo por Estados Unidos, participaron en negociaciones directas. Casi una generación más tarde, esfuerzos estadounidenses parecen haber logrado disuadir a los palestinos de su reciente insistencia en mantener "conversaciones indirectas" –en las que se han dirigido a los israelíes a través de intermediarios estadounidenses– en favor de las directas. ¿Pero sobre qué?

Aquello del "estado binacional" ya no está sobre la mesa. Aunque se dejara de lado el reciente destino de los estados multinacionales –por ejemplo la antigua Unión Soviética, la antigua Yugoslavia o la antigua Checoslovaquia–, el binacionalismo es imposible mientras Israel quiera seguir siendo el Estado judío del pueblo judío. No existe ningún grupo significativo en Israel que no esté de acuerdo con el primer ministro Benjamín Netanyahu cuando dijo: "El problema de los refugiados palestinos se resolverá fuera de las fronteras de Israel".

La retórica sobre una "solución de dos estados" es casi obligatoria. Pero también es engañosa, habida cuenta de las dos malas experiencias que ha tenido Israel últimamente con el asunto.

El único lugar donde podría existir un estado palestino es Cisjordania, que Israel ha ocupado –legalmente según el derecho internacional– desde que repelió la agresión emprendida desde allí en 1967. Cisjordania no es más que un pedazo del Mandato de Palestina original que carece de fronteras establecidas, de modo que la disposición final de las mismas deberá cerrarse mediante negociaciones. Pero Michael Oren, embajador de Israel en Estados Unidos, dejó a un lado la clásica ambigüedad diplomática y planteó el problema con una notable franqueza, constructiva por lo realista:

No hay liderazgo israelí alguno que parezca dispuesto o simplemente capaz de expulsar a 100.000 israelíes de sus casas de Cisjordania, y eso sería el mínimo imprescindible para despejar el terreno a un estado palestino viable incluso si Israel se anexionaria sus tres principales bloques de asentamientos (que en la práctica hacen las veces de suburbios de Jerusalén). La evacuación de apenas 8.100 israelíes de Gaza en 2005 exigió 55.000 efectivos regulares del Ejército israelí –la mayor operación militar del país desde la guerra de Yom Kippur en 1973– y fue profundamente traumática.

Se desmantelaron 21 asentamientos israelíes; hasta los cadáveres de los israelíes enterrados en Gaza fueron exhumados. Tras unas elecciones en 2006 alentadas por Estados Unidos y bastante irregulares, en 2007 tuvo lugar lo que en esencia fue un golpe de estado de la organización terrorista Hamás. De forma que ahora Israel tiene en su frontera occidental, a 44 millas de Tel Aviv, a una entidad dedicada a la destrucción de Israel, cómplice de Irán y poseedora de un enorme arsenal de proyectiles balísticos.

Los ataques con misiles lanzados desde Gaza se incrementaron de forma dramática después de que Israel se retirara. ¿Cifra de resoluciones de las Naciones Unidas que lo condenen? Cero. El precedente más cercano que tenemos sobre un bombardeo similar fueron los ataques con proyectiles nazis sobre Londres, que fueron contestados con la destrucción de Hamburgo y Dresde, entre otras ciudades germanas. Cuando Israel tomó represalias contra Hamás, la "comunidad internacional" se mostró teatralmente compungida.

Un importante miembro del Ejecutivo –Moshe Yaalón, ministro de Asuntos Estratégicos y un probable candidato a terminar de primer ministro– cree que "nuestras retiradas reforzaron al islam yihadista". "Nosotros tenemos aquí la segunda república islámica de Oriente Medio: la primera están en Irán y la segunda en Gaza: Hamastán".

Pero las retiradas de Israel también incluyen la que permitió consolidarse al satélite iraní ubicado en la frontera norte de Israel, al sur del Líbano. Desde la guerra de 2006, provocada por el incesante bombardeo de Hezbolá contra el norte de Israel, Hezbolá se ha rearmado y dispone de hasta 60.000 misiles. Hoy, dice Netanyahu, el problema de Israel no es tanto su propia frontera con el Líbano como la que separa al país de los cedros de Siria: Hezbolá ha recibido de este país –que a su vez los recibe de Irán– misiles Scud capaces de alcanzar Jerusalén y Tel Aviv. Un líder de Hezbolá ha dicho que "si todos los judíos se concentran en Israel, nos ahorrarán el problema de darles caza por todo el mundo".

Dado que Israel ha recibido a más de un millón de inmigrantes procedentes de la antigua Unión Soviética, la sexta parte de la población habla hoy ruso. Israel tiene prensa en ruso y canales de televisión en ruso. Los israelíes de esta procedencia son en gran medida responsables de que Avigdor Lieberman sea ministro de Exteriores. Yoram Peri, profesor de estudios israelíes de la Universidad de Maryland, dice que estos inmigrantes "no entienden que un Estado que es posible cruzar en media hora de coche vaya a estar dispuesto siquiera a hablar de ceder territorios a unos enemigos aparentemente perpetuos". Saben que la principal ventaja estratégica de Rusia –el tamaño– derrotó a Napoleón y a Hitler.

Netanyahu, que no es precisamente el miembro más conservador de la coalición del gobierno que encabeza, apoya una solución de dos estados pero dice que cualquier Estado palestino cisjordano no sólo tiene que ser desmilitarizado sino que debe impedirse que alcance acuerdos con Hezbolá, Irán y similares. Para impedir la importación de misiles y demás armamentos Israel necesitaría, dice Netanyahu, una presencia militar en la frontera de Cisjordania con Jordania. De lo contrario, tendríamos una tercera república islámica, y la segunda que compartiría frontera con Israel.

De modo que... ¿negociaciones sobre qué? ¿Y con quién?

© Washington Post Writers Group

El hallazgo que puede ser clave para luchar contra el envejecimiento en QUO‏

Un equipo de científicos de la Universidad de Michigan ha logrado prolongar notablemente la vida de un gusano habitualmente utilizado en investigación (el Caenorhabditis elegans) al anular la expresión de un gen.
En los últimos 25 años, las investigaciones relacionadas con el envejecimiento han descubierto que al reducir la dieta de los animales (incluidos los mamíferos), sus expectativas de vida se prolongan. Cuando se reducen las calorías o ciertos nutrientes, los científicos detectan un menor daño en las células y en la reparación del ADN, algo que ocurre a medida que envejecemos.

Por ello se supone que este es un buen mecanismo para reducir las enfermedades relacionadas al envejecimiento. Pese a que hay muchos estudios que intentan dilucidar si esto es válido también para seres humanos, la respuesta aún es enigmática. Pero el objetivo de los investigadores de la Universidad de Michigan es alcanzar los mismos resultados de un modo menos dramático.

El equipo del doctor Ao-Lin Allen Hsu, quien firmó el presente estudio en la revista Aging Cell, parece haberlo hallado. El gen drr-2 es un componente fundamental en nuestra respuesta a los nutrientes. Hsu descubrió que al disminuir o aumentar la expresión de este gen podía alargar o acortar la vida del C. elegans.

"Hemos demostrado que en este tipo de nemátodos, el gen, drr-2 es esencial a la hora de modular la extensión de la vida. De hecho, muchos de los genes identificados en el C. elegans relacionados con el control de envejecimiento han sido conservados a lo largo de la evolución. Esto quiere decir que están presentes en muchos animales. Y muchos de estos genes son muy similares a algunos que tenemos los humanos."

Los investigadores, dirigidos por Hsu trabajaron con tres grupos de nemátodos: a unos se les anuló la expresión del gen drr-2, en el segundo grupo, se incrementó la expresión del gen y utilizaron un tercer grupo de control. Esto les permitió demostrar que silenciar el gen era suficiente para prolongar la vida de los gusanos sin necesidad de ningún tipo de dieta.

Un estudio científico niega que el nivel del mar esté subiendo más rápido por Carmelo Jordá

Un nuevo estudio científico publicado en el Journal of Geophysical Research descarta que el nivel del mar esté subiendo más rápido. Esto desmonta otra de las predicciones apocalípticas de los calentólogos, que hablan de apocalípticas inundaciones por el calentamiento global.

Las teorías oficiales del calentamiento global nos aseguran que el nivel del mar está ya subiendo alarmantemente o subirá de forma catastrófica en los próximos años. Sin embargo, la realidad es muy diferente, al menos según un estudio recién publicado en el Journal of Geophysical Research y en el que sus autores afirman que "no hemos encontrado una aceleración significativa" de la subida del nivel del mar.

Se trata de un estudio que han realizados dos miembros del Alfred Wegener Institute for Polar and Marine Research de Alemania, una institución que incluso colabora con el IPCC, y del que se ha hecho eco el blog español Barcepundit.

Los autores del informe aseguran que según los datos que han recopilado con su propia y novedosa metodología, entre 1900 y el 2006 el nivel del mal subió entre 1,5 y 0,25 mm. al año, lo que concuerda con mediciones anteriores. Sin embargo, destacan que en este periodo no se ha producido un incremento significativo de este crecimiento del nivel de los mares, al contrario de lo que aseguran las teorías calentológicas, que predicen catastróficas crecidas de varios metros por el deshielo de los glaciares y de la capa que nieve que cubre Groenlandia.

Y es que tal y como señala otro blog que se hace eco del estudio, The Hockey Schtick, el nivel del mar viene subiendo de forma natural desde el final de la última glaciación, hace 20.000 años, una subida que ha sido más gradual desde hace unos 8.000 años y que, como hemos visto, no ha variado sensiblemente en el último siglo.

Olivenza, hija de España y nieta de Portugal por Fernando Díaz Villanueva‏

Hoy me tocaba contarle como Alfonso VI de Castilla y León (o de León y Castilla, que tanto da porque castellanos y leoneses venimos a ser lo mismo desde hace mil años) a punto estuvo de perder todo lo que había conseguido en una legendaria cabalgada a orillas del Tajo.

Pero no, voy a dar un pequeño rodeo y, como la imaginación nos permite viajar en el tiempo a una velocidad pasmosa, me voy a situar un siglo después, cuando León y Castilla se habían vuelto a separar y reinaba Alfonso IX, zamorano de nación y último monarca del reino leonés.

El noveno de los Alfonsos fue mal padre y peor marido, amigo de pendencias y constante en sus odios, que fueron muchos a lo largo de sus casi 60 años de vida. A modo de reparación hizo dos regalos a España. El primero la fundación del Estudio General de Salamanca, que devendría universidad –y de las buenas– años después. El segundo la reconquista de Extremadura, consumada con éxito poco antes de su muerte tras innumerables campañas contra los invasores almohades, los mismos que sus vecinos habían derrotado en las Navas de Tolosa, una batalla a la que Alfonso IX, muy en su línea, se negó a acudir porque ni castellanos, ni aragoneses, ni portugueses, ni navarros le dejaban ser el jefe.

La reconquista de Extremadura terminó en abril de 1230 con la toma de Badajoz. La morisma local salió en estampida hacia el sur abandonando pueblos, acequias y heredades. El yermo resultante tenía por tanto que ser repoblado por cristianos, tarea no precisamente sencilla dada la debilidad demográfica del reino leonés. Uno de esos lugares que habían quedado vacíos era la vega del Guadiana al sur de la capital. Alfonso entregó la comarca a la Orden del Temple para que la custodiase y, en la medida de lo posible, la repoblase con cristianos traídos del norte.

Así nació Olivenza como una pequeña encomienda situada a en la margen izquierda del río. La derecha pertenecía a Sancho II de Portugal, conquistador del Alentejo. Los templarios fundaron una minúscula aldea de frontera que pasó sin pena ni gloria hasta que 70 años más tarde, en 1297, María de Molina, reina regente de Castilla (y León), se la cedió al rey portugués para que dejase de enredar en los asuntos de Castilla. Olivenza conservó el nombre, los habitantes y fue fortificada por sus nuevos dueños.

Se convirtió en la plaza más oriental del reino luso y en una de las joyas de la corona. Tenía nueve baluartes, uno más que la propia Badajoz, y, junto a la fortaleza de Elvas, formaba una inexpugnable muralla defensiva en el camino de Lisboa. Los sucesivos monarcas portugueses la cortejaron con atenciones, privilegios y nuevas defensas. Levantaron en ella un imponente castillo con la mayor torre del homenaje del reino y construyeron un larguísimo puente fortificado sobre el Guadiana para acudir en su auxilio al que llamaron Ponte da Ajuda.

Durante la guerra que siguió a la sublevación portuguesa de 1640 Olivenza cayó ante las tropas de Felipe IV, pero unos años más tarde fue devuelta en aras de la buena vecindad. Este fugaz episodio bélico reveló que la plaza ya no era invulnerable. Concebida para la guerra medieval, los largos asedios y las cargas de infantería sobre la muralla, sus baluartes poca resistencia podían ofrecer a la artillería y a la movilidad de los ejércitos modernos. Privada de su conexión con Elvas tras la voladura del Puente de Ayuda, nadie daba un céntimo por ella.

El coste en hombres y pertrechos era inmenso, mucho más de lo que la plaza valía. Se encontraba a tiro de piedra de Badajoz y totalmente rodeada por un enemigo que, para el siglo XVIII, era ya infinitamente superior en el campo militar. Si un ejército portugués conseguía llegar hasta ella para romper un hipotético sitio tendría la retaguardia cortada por el río, exponiéndose a una carnicería segura y a perder la ciudad. Los generales portugueses lo sabían, como sabían que su suerte estaría echada si España decidía invadir Portugal, un país volcado en el mar, en franca decadencia, sometido a los ingleses y mal defendido por un ejército valiente pero pequeño e inexperto.

La temida ocasión llegó en la primavera de 1801. Manuel Godoy, valido del rey y amante de la reina, pidió a Portugal que cerrase sus puertos a los navíos ingleses. Ante la negativa portuguesa Godoy, que era natural de Badajoz, se dirigió con un ejército a la frontera. Ocupó varias plazas, entre ellas Olivenza, y obligó al regente Juan a firmar un humillante tratado de paz en el que consumaba la cesión de Olivenza a España por los siglos de los siglos. Entre medias, mientras sitiaba Elvas, en un arranque de romanticismo, envió un ramo de naranjo a la reina por lo que esta, la última guerra entre España y Portugal, ha pasado a conocerse como Guerra de las Naranjas.

Terminadas las guerras napoleónicas el monarca portugués se agarró a la napoleonidad implícita de la conquista de Olivenza para recuperarla. Sin ningún éxito. El Congreso de Viena, en un alambicado lenguaje diplomático, recomendó a españoles y portugueses que dirimiesen sus diferencias fronterizas cuando y como creyesen oportuno. Y hasta ahí llegó la reclamación legal. España miró hacia otro lado... y Portugal, a su manera, también.

Olivenza pasó de ser alentejana a ser extremeña, algo que, en rigor y conociendo la zona, es casi lo mismo. El Alentejo y Extremadura son dos regiones muy bonitas, de mucho aprovechamiento para casi cualquier cosa y con un paisaje y un paisanaje tan parecido que asusta. Durante algo más de dos siglos se ha seguido hablando un dialecto del portugués, el oliventino, que está a punto de desaparecer por falta de hablantes. La arquitectura permanece. El castillo sigue ahí como orgulloso testigo abaluartado de otros tiempos. Las iglesias y el ayuntamiento, manuelino en su fachada y del PSOE en su interior, dan fe de la centenaria presencia portuguesa.

Por lo demás hoy Olivenza es una ciudad española porque sus habitantes quieren ser eso mismo. Tanto y de tal manera que el presidente de la Junta de Extremadura, Guillermo Fernández Vara, es oliventino. Nadie en Olivenza se avergüenza de su pasado portugués, más bien todo lo contrario. El cancionero popular no falla y dictamina en una conocida tonadilla que "las muchachas de la Olivenza no son como las demás, porque son hijas de España y nietas de Portugal".

Eso en lo que toca a este lado de la raya, en el otro una minoría irredentista ligeramente enloquecida mantiene encendida la llama de la reclamación pasándose por el arco del triunfo 200 años de historia, la voluntad de los oliventinos y hasta el sentido común. Comparan el caso de Gibraltar con el de Olivenza, sin percatarse de que el primero fue ocupado y el segundo cedido y, sobre todo de que, en esencia, españoles y portugueses somos la misma cosa con nombres distintos.

No sufras más por nosotros, Nacho por Carmelo Jordá‏

El presidente de las no tan Nuevas Generaciones del PP, Nacho Uriarte, nos desvelaba este domingo en una entrevista en La Razón dos datos de especial relevancia política: el primero su pasión por el yogur de chocolate, el segundo su pánico por convertirse en un profesional de la política, una situación que de llegar a producirse le haría "huir nadando de eso".

Tan definitiva frase la pronuncia un hombre que con 30 años recién cumplidos no sólo ocupa el puesto más elevado en la organización "juvenil" de los populares sino que es diputado en el Congreso, que creo que algo cobran, y miembro del Comité Ejecutivo Nacional del Partido Popular, cargo que no sé si está remunerado pero que no parece propio de un señor que simplemente pase por allí.

El caso es que no se conoce, suponemos que por modestia del propio interesado, actividad profesional alguna del señor Uriarte fuera de la política. Tiene ciertos estudios, sin llegar al nivel de licenciatura eso sí, pero en su brevísimo perfil biográfico en la página del PP no aparece ninguna empresa, ningún destino, ni una oposición ni tan siquiera un mísero cargo en una compañía de titularidad municipal.

Por otro lado, para haber llegado a la tierna edad de 26 abriles a la presidencia de las juventudes de su partido es de suponer que ingresó en las mismas poco después de salir de la pubertad, sin tan siquiera haber cumplido completamente con el trámite de la adolescencia.

Desde entonces, casi a la par que le salía la poblada barba que luce hoy en día, debió de tener que trabajar duramente (es un decir) en el seno de la organización para ir escalando posiciones, esquivando las intrigas propias de los partidos políticos y entregándose al proyecto con una determinación quizá digna de mejor empeño. Así, aportando ideas, pisando cabezas y moviéndose con singular habilidad por las covachuelas de Génova (más difíciles de conocer y dominar que las mazmorras de Mordor) alcanzó su posición de privilegio en las NNGG y, posteriormente, un sillón en la cámara de la Carrera de San Jerónimo.

Pero ahora nos enteramos de que su vocación no es la política profesional, de que él en realidad deseaba hacer otra cosa aunque todavía no sepamos el qué y de que ha sacrificado su larguísima juventud (tiene treinta tacos y sigue siendo un "juvenil"), suponemos que en aras del bien público. Y encima el bien público, la vida es en ocasiones terriblemente injusta, tampoco parece haberse enterado mucho de la esforzada labor de Uriarte.

Así las cosas, no queda sino hacer un llamamiento público, casi una súplica: Nacho, para ya, no sufras más por nosotros, deja de ser diputado, hazte mayor saliendo de las Nuevas Generaciones y abandona Génova con lágrimas en los ojos, acabas de cumplir los 30 y te mereces ser feliz.

Además, tampoco es que te vayamos a echar mucho de menos.

Carmelo Jordá es redactor jefe de Libertad Digital.

El mercado cautivo de las vacunas por Jorge Alcalde

Pocas veces se ha hablado tanto de la gripe en plena temporada de verano. Pero aquí estamos echando mano de lo que sabemos y, sobre todo, de lo que no sabemos sobre el famoso virus AH1N1 para avivar una polémica política con tintes de serpiente estival.

Unos y otros parecen haber encontrado un motivo para arrearle a sus viejos demonios. Unos (la izquierda) esgrimen la afortunada levedad de la pandemia de gripe A y las supuestas relaciones de miembros del comité de expertos de la OMS con la industria para recordarnos lo malo que es el capitalismo, el demonio que anida dentro de cada empresa farmacéutica y los perniciosa que es la globalización para nuestra salud. Otros (la derecha), aprovecha la ocasión para darle en la nariz a la ministra de Sanidad reencarnada en futura candidata electoral madrileña.

Y por esos extraños compañeros de cama que la política suele prodigar, vemos de la mano a los editorialistas del diario Público y a los portavoces del Partido Popular con un mismo fin: alertarnos sobre lo mal que se gestionó la crisis de la pandemia, sugerir que hubo intereses ocultos en la alarma generada y poner en duda el sistema de reacción internacional contra las epidemias víricas.

Por supuesto, ni unos ni otros se han preocupado en utilizar argumentos científicos para ello.

Si lo hubieran hecho, quizás se habrían visto obligados a reconocer que la investigación, fabricación y distribución de vacunas es una de las actividades económicas más sometida a las tensiones intervencionistas y menos regulada por las leyes del mercado libre.

Que la epidemia haya sido menos grave de lo previsto, que ahora contemos con un stock de millones de dosis sin aplicar que hay que destruir y que cinco de los 15 miembros del comité asesor de la OMS hayan trabajado para la industria no son más que consecuencias de una sucesión de malas políticas que han conducido al práctico enquistamiento de la industria de las vacunas. Porque, comparada con cualquier otra actividad farmacéutica, la invención y fabricación de vacunas sigue siendo lenta, demasiado costosa, muy poco orientada a la innovación y escasamente atractiva para el capital. Está hiperregulada, ahogada por la presión de los Estados, limitada por la intervención sobre los precios y sometida a durísimas normas de seguridad. Es cualquier cosa menos una actividad económica libre en la que las empresas pueden concurrir con el sano objetivo de obtener un beneficio previamente estipulado con riesgo calibrado y unas expectativas de retorno medibles.

¿Por qué? En primer lugar, una vacuna contra la gripe es un producto muy costoso de producir. Una planta de fabricación mediante el método habitual (que consiste en inocular el virus en material biológico extraído de huevo de gallina) puede suponer una inversión inicial mínima de 300 millones de dólares. Para colmo, se necesitan al menos 5 años para que la planta esté operativa con todo el material superespecializado que se requiere y con una nómina de empleados muy cualificados y, por lo tanto, caros.

Al contrario de lo que ocurre con otros medicamentos, la vacunación contra la gripe está regulada por la mayoría de los Estados del mundo. Eso implica que el margen de actuación de las empresas sobre los precios, las fechas de suministro y el stock es reducido. Las compañías llegan a acuerdos previos de fabricación con los estados ya que, de no ocurrir así, sería absolutamente impensable obtener un retorno razonable de la inversión.

Además, la fabricación de vacunas contra la gripe cuenta con un marco regulatorio para garantizar la seguridad que hace imposible a las empresas actuar sobre los costes de fabricación para mejorar los márgenes. Todos recordamos como, en plena crisis de la gripe A, uno de los principales problemas a los que hubo que enfrentarse fue la imposibilidad de servir vacunas mediante mecanismos de urgencia sin pasar por los controles de seguridad regulados.

Todas estas barreras (que sin duda garantizan una inmunización segura, universal y relativamente asequible para la mayoría de los ciudadanos) entorpecen la aspiración lógica de cualquier empresa de mejorar las rentabilidades y avanzar en la investigación y desarrollo de nuevos productos. Una farmacéutica prefiere dedicar recursos de I+D+i en otros terrenos menos minados en los que sus probabilidades de rentabilidad a corto plazo son mayores. Ello se agrava con la peculiaridad de que en el caso de la gripe la innovación a largo plazo es difícil. Los estados deben abastecerse de stocks de vacunas previendo las necesidades que van a tener a un año vista, pero sin contar con datos reales de los tipos de virus que habrá que combatir. Como es sabido, cada año se fabrica una vacuna diferente con los datos de las cepas de virus más activas los años anteriores y la estimación de las nuevas necesidades que la enfermedad impondrá la temporada siguiente. Pero la naturaleza no siempre es tan previsible y, como ocurrió el año pasado, la aparición de mutaciones inesperadas en el virus pueden dar al traste con toda la estrategia de anticipación.

La fabricación de vacunas es, además un proceso lento. Aunque las nuevas tecnologías de confección de vacunas con tejido celular de mamífero o de ingeniería genética prometen tiempos de fabricación mucho más cortos, lo cierto es que hoy por hoy la mayoría de las vacunas de la gripe se fabrican con el sistema de huevos de gallina que apenas ha variado en las últimas décadas. Sometidas a la presión estacional y a los acuerdos regulados con los estados, las empresas fabricantes tienen poco margen para la investigación en nuevos sistemas de producción.

Por si fuera poco, las decisiones sobre la vacunación se toman en el seno de comités puramente políticos en los que la ciencia suele quedar relegada al rango de fuente de información asesora. Es el Ministerio de Sanidad quien decide cuánto, cómo y de qué se ha de vacunar a la población, con lo que las compañías tienen las manos atadas para generar cambios de estrategia en el mercado.

Su capacidad de influencia sin embargo, aumenta en tiempos de crisis. Precisamente por todo lo dicho, el mercado de las vacunas ha terminado estando dominado por muy pocos actores. Muchas compañías han abandonado el escenario. De manera que, ante una necesidad de emergencia como la de la gripe A, los estados han de plegarse a las condiciones impuestas por los fabricantes y llegar a duras negociaciones en las que la sartén la ase por el mango quien tiene la capacidad de producir. Ésa es la razón por la que es necesario que España cuente con una planta propia de fabricación y la que sería deseable un escenario menos regulado que permitiera el concurso de más compañías (incluso pequeñas y especializadas).

En este entorno, debatir sobre la gravedad del último brote o sobre la fiabilidad de las recomendaciones de la OMS se torna secundario. Si el N1H1 hubiera sido tan virulento como en principio se temió, eso no habría hecho más que ocultar un año más las perversiones del sistema.

Por otro lado ¿es realmente realista pensar que los asesores de la OMS no tengan ningún contacto con la industria? ¿Es tan extraño que entre los 15 máximos expertos mundiales en vacunación, 5 de ellos hayan trabajado o estén trabajando en la industria de las vacunas?

Les pondré un ejemplo reciente. A principios de año, el Gobierno español anunció a bombo y platillo su Plan Integral para el Impulso del Coche Eléctrico que pretendía introducir 2.000 vehículos de este tipo en 2010 y cerca de un millón en 2014. Como se ha informado en estas mismas páginas, a día de hoy se han vendido 16. Para ello, se movilizó en forma de acciones y subvenciones la cantidad de 600 millones de euros. ¿Era ilícito entonces que, en los grupos de trabajo previos a esta norma y que condujeron sin duda a la toma de decisión del Gobierno hubiera representantes de Ford, Mercedes, Nissan, Renault, Seat, Volkswagen, grupo PSA... todos ellos con evidentes intereses en la comercialización de sus nuevos modelos híbridos o eléctricos?

La reacción de la izquierda intelectual contra la OMS y las farmacéuticas no hace otra cosa que responder a seculares complejos anticapitalistas y a indisimuladas pretensiones de regular y politizar aún más el mercado de las vacunas. Quieren un sistema de vacunación aún menos privado, menos sujeto al sistema de patentes, más "social", en el que las empresas farmacéuticas pierdan, aún más, capacidad de acción.

Por su parte, el Partido Popular afila sus colmillos contra Trinidad Jiménez sin reparar en algunas incongruencias de su mensaje. Olvidan que buena parte de las críticas vertidas en su momento contra el Ministerio se basaban precisamente en la escasez de vacunas adquiridas. Mientras países como el Reino Unido y EE UU compraban stocks para más del 70 por 100 de sus habitantes, España se debatió durante semanas entre aumentar la inmunización más allá de los consabidos grupos de riesgo. En aquellos días, no fueron pocos los que pidieron (pedimos) un compromiso aún mayor.

La gripe A nos enseñará algunas lecciones. Pero mientras unos y otros se dejan atrapar por las tentaciones del electoralismo, lo único seguro es que en el interior de una célula de ave o de mamífero ya se estará produciendo la mutación de un virus de la gripe que terminará llegando al ser humano, como todos los años, con renovadas fuerzas. Y para entonces, sólo la ciencia y la industria podrán ayudarnos, como todos los años, a detener la amenaza.

Mises, creador de un sistema por Juan Ramón Rallo

Los clásicos ya se lamentaban de que el tiempo pasa volando, de que se escurre entre los dedos y la vida se queda en nada; un tic-tac existencial que lleva a muchos a aprovechar el día como si no hubiera mañana, siguiendo la interpretación literal del carpe diem horaciano.

A otros, en cambio, los conduce a dedicar cada minuto de su breve existencia a aliviar su sed insaciable de saber y a compartir la mayor parte posible de sus hallazgos con el resto del mundo. Ludwig von Mises era claramente un sujeto de la segunda especie. Incluso padeciendo gripe, desnutrido y a la escasa luz de unos candiles que sustituían malamente el suministro eléctrico –interrumpido por los destrozos de una más que próxima Primera Guerra Mundial en la que había puesto en peligro su vida en diversas ocasiones–, Mises encontró tiempo para estructurar y redactar la que, en palabras de Antal Fekete, es "la contribución más relevante a la ciencia económica en el siglo XX".

Por eso, porque la vida y la mente de un brillante Mises estuvo dedicada por entero a la economía, es imposible escribir un artículo de unas pocas páginas tratando de enumerar y describir sus aportaciones sin ser bastante injusto. Son tantas y tan ricas que por fuerza omitiremos varias de ellas. Baste señalar que el biógrafo de Mises, Jörg Guido Hülsmann, le ha tenido que dedicar un libro de más de 1.000 páginas para intentar hacer honor a la magnitud de sus contribuciones.

Lo primero que debemos tener presente es que Mises fue el sucesor intelectual de la línea de pensamiento subjetivista muy antigua que culminó en la figura de Carl Menger y que prosiguió en la de Eugen Böhm-Bawerk. La apreciación no es baladí, pues el sucesor académico de Menger en la Universidad de Viena no fue Böhm, como habría cabido esperar, sino su cuñado, Friedrich Wieser, un economista socialista que, en oposición a la tradición mengeriana, buscaba derivar la ciencia económica de supuestos muy abstractos y nada realistas (como 50 años más tarde propondría el chicaguense Milton Friedman) y que caracterizaba el valor, no como un orden de prelación de necesidades, sino como una magnitud psicológica con la que podían realizarse operaciones aritméticas y que, en ciertas condiciones, resultaba objetivo e igual para todos los miembros de la sociedad ("el valor natural", lo llamaba).

A partir de la jubilación de Menger en 1903, la nefasta influencia de Wieser dentro de lo que ya se llamaba "la Escuela Austriaca" no dejó de acrecentarse. Durante un tiempo, hasta su deceso en 1914, el prestigio universal de Böhm permitió contener esta tendencia desde sus seminarios universitarios. Pero tras su muerte, Wieser y su contrarrevolución marcaron el desarrollo de los economistas austriacos durante más de una década. Gente como Hayek, Machlup, Haberler o Morgenstern –pese a haber sido alumnos de Mises– no estudiaron la clara y seminal obra de Menger (descatalogada desde finales del s. XIX), sino los pasteleos de un Wieser que buscaba asimilar los errores de otras escuelas de pensamiento –como las de Jevons o Walras– y que opinaba que los estados comunistas estarían en posición de racionalizar la producción aprehendiendo los "verdaderos" valores de todos los individuos. Por mucho que luego trataran de zafarse de esta herencia wiseriana y de redescubrir a Menger (sobre todo en el caso de Hayek), nunca fueron capaces de lograrlo del todo y su producción intelectual se vio fuertemente condicionada por ello.

Mises, sin embargo, se convirtió en economista, de acuerdo con su propia confesión, leyendo los Principios de Menger. Proveniente de los círculos historicistas de Schmoller contra los que tanto luchó el propio Menger, Mises comprendió con este libro que en economía sí existen leyes a priori cognoscibles a través de la experiencia humana y del uso de la lógica y que la sociedad se basa en intercambios voluntarios y mutuamente beneficiosos para las partes. A partir de entonces, Mises pasó a frecuentar los seminarios del que sería su más importante profesor, Eugen Böhm-Bawerk, donde conoció a los más nutrido del marxismo austriaco (que acudía a los seminarios de Böhm para tratar, sin éxito, de refutar su refutación de Marx) y a economistas de la talla de Joseph Schumpeter o Felix Somary.

La teoría del dinero

Fue aquí cuando se dio cuenta que todo el andamiaje intelectual subjetivista de Menger y Böhm, que como sabemos giraba en torno a los intercambios en el espacio y en el tiempo de bienes económicos que satisficieran necesidades humanas, no se había extendido a un campo esencial: el dinero. Es cierto que Menger había analizado con gran perspicacia cómo y por qué surgía el dinero, pero no logró articular una teoría sobre las alteraciones de valor del dinero; y desde luego Böhm-Bawerk ni siquiera lo intentó, pues lo suyo fue volcarse a desentrañar el origen del interés puro (sin perturbaciones monetarias).

La desconexión entre la teoría del valor y la teoría del dinero era desde luego llamativa, pues antes de Menger se había elaborado una vastísima literatura relativa a cuestiones de dinero y banca (en especial, aunque no sólo, con las Escuelas Monetaria y Bancaria en Inglaterra), de la que podían extraerse numerosas teorías acertadas pero que, por desgracia, no habían pasado por la destilería de la teoría subjetiva del valor. En muchos casos, de hecho, ni siquiera se la consideraba teoría económica propiamente dicha, sino tan sólo refriegas entre profesionales de la banca.

Se hacía necesario, pues, conectar ambos mundos –el del dinero y el del valor–, aunque para ello debía superarse la reacción antimercantilista que probablemente los había mantenido separados hasta ese momento; a saber, que el dinero carecía de influencia sobre las transacciones reales. Los clásicos habían concluido que el dinero era un simple "velo" detrás del cual se realizaban unos intercambios que, en última instancia, podían retrotraerse al trueque; los subjetivistas, análogamente, pensaban que el análisis del dinero no aportaba nada a la ciencia económica, pues su demanda y su valor derivaban enteramente de los bienes finales que iban a adquirirse. Ambos sostenían que lo único que cabía decir del dinero era que a mayor cantidad, precios más elevados y viceversa, sin que la actividad económica de fondo se viera en absoluto afectada por estas variaciones.

Mises, en su primer libro, La teoría del dinero y de los medios fiduciarios (traducido incorrectamente al inglés y al castellano como La Teoría del dinero y el crédito) tendió los puentes que conectaban estos dos mundos. El dinero era un bien económico más que debía analizarse a la luz de la pujante teoría marginalista: su valor venía determinado por el fin menos importante que contribuía a satisfacer y este fin venía determinado a su vez por los bienes que permitía adquirir.

Esta sencilla proposición, a la que podría haber llegado cualquier otro economista que conociera por encima la obra de Menger, se topaba con el obstáculo de que, en apariencia, incurría en un razonamiento circular: el valor del dinero de hoy dependía del poder de compra del dinero de ayer, pero a su vez ese poder de compra del dinero de ayer dependía del valor del dinero de anteayer (o dicho de otra forma, la utilidad del dinero dependía de su precio y su precio dependía a su vez de su utilidad). Mises, sin embargo, quebró la presunta circularidad a través de lo que llamó el "teorema regresivo del dinero": era cierto que la utilidad del dinero de hoy dependía de su poder adquisitivo de ayer y éste a su vez de su utilidad de anteayer, pero esta regresión no era infinita, ya que podíamos ir hacia atrás hasta que llegara un momento en el que el bien económico que actuaba como dinero no tuviera ningún uso monetario y se demandara sólo por su utilidad directa (por ejemplo, la demanda de oro con fines ornamentales).

Así pues, el dinero era un bien económico más –con su oferta y su demanda basada en la utilidad– y como tal debía analizarse. Bajo este nuevo prisma, no resultaba difícil entender los billetes o los depósitos de los bancos como obligaciones de estas entidades a entregar una determinada cantidad de dinero (verbigracia oro); unas obligaciones que podían estar en cada momento completamente cubiertas (en cuyo caso cabía denominarlas "certificados de deuda") o sólo estarlo parcialmente (en cuyo caso hablábamos de "medios fiduciarios"). Y por ello, tampoco resultaba complicado comprender que la cantidad de "medios de pago" en la economía podía incrementarse o bien produciendo más dinero (sacando más oro de las minas) o bien generado más medios fiduciarios mediante el sistema bancario.

Pero para redondear su análisis de la economía monetaria a Mises le faltaba explicar cuáles eran los efectos que, más allá de la inflación o la deflación, tenían las variaciones de la cantidad de medios de pago sobre la economía. Para ello tuvo que echar mano de las intuiciones del mejor economista del siglo XVIII, Richard Cantillon, y de la teoría del capital y del interés de su maestro Böhm-Bawerk: un incremento de los medios de pago –especialmente del dinero fiduciario que fabrican los bancos bajo el influjo de los bancos centrales– se filtraría en forma de una mayor oferta de crédito, lo que rebajaría artificialmente los tipos de interés en el mercado y estimularía un período de fuertes inversiones muy por encima del ahorro disponible para financiarlas, creando un "boom económico" que, naturalmente, daría paso más tarde a una crisis por insuficiencia de recursos reales para completar todas las grandes inversiones iniciadas. Mises alcanzaba así una de las joyas de la corona de toda la teoría económica de la Escuela Austriaca, su explicación de los ciclos económicos.

Teorema de la imposibilidad del socialismo

Sólo con su teoría monetaria, por consiguiente, Mises podría haber figurado entre los economistas más grandes de la Escuela Austriaca y, por extensión, de la historia. Pero no contento con ello, el austriaco se propuso, menos de una década después de publicar su tratado monetario, llenar otro de los grandes terrenos inexplorados por Menger y Böhm-Bawerk y que resultaba esencial para fundamentar una sociedad libre.

Hasta Mises, la Escuela Austriaca había basado sus teorías sobre la hipótesis implícita de que los agentes operaban en un marco de relativa libertad y respeto a la propiedad privada. Era así cómo el valor que los consumidores otorgaban a los bienes económicos se trasladaba a los factores de producción, de modo que toda la estructura empresarial se desarrollaba a partir de lo que años más tarde William Hutt llamaría "la soberanía del consumidor".

Wieser fue de los pocos que se planteó que ese valor primigenio de los consumidores era contingente a que tuvieran capacidad de elegir, aunque llegó a la conclusión de que tanto con libertad como sin ella podían alcanzarse unos "valores naturales" que sirvieran tanto para una economía libre como para una fuertemente intervenida o una totalmente socializada.

Mises, poco satisfecho con estas conclusiones, recogió el guante tras haber servido en el frente del ejército austro-húngaro durante la Primera Guerra Mundial y, por tanto, mientras se estaba viviendo una revolución soviética que amenazaba con extenderse a toda Europa, empezando por las profundamente socializadas economías de guerra de Alemania y Austria.

Fue entonces cuando, como decíamos al comienzo, elaboró la que tal vez sea la contribución a la teoría económica más importante del siglo XX: su teorema de la imposibilidad del socialismo. Mises, como ejemplar liberal clásico, se propuso refutar punto por punto el marxismo y lo logró en su libro Socialismo, donde uno a uno fueron cayendo todos los dogmas marxistas: desde la concepción de la historia como una continua lucha de clases hasta la inevitabilidad de la llegada del socialismo o la tendencia inherente del capitalismo hacia el monopolio único. Pero lo realmente relevante, original y devastador de esta obra no fueron tanto las múltiples críticas que Marx recibió tanto sobre sus análisis históricos como sobre sus profecías de futuro, sino la que es sin duda la refutación definitiva del socialismo: su imposibilidad.

Mises, que anticipó este argumento definitivo tres años antes de publicar su libro en un artículo para la revista de economía de Max Weber, explicó que el socialismo carece de mecanismos para asignar racionalmente los recursos. Una economía de mercado cuenta con precios para los bienes de consumo y para los factores productivos y gracias a la comparación de ambos –de precios finales y de costes– puede saber cuándo está usando adecuadamente los siempre escasos recursos para satisfacer las necesidades más apremiantes de los consumidores o cuando los está despilfarrando.

El socialismo, por el contrario, no puede realizar este "cálculo económico", pues para que existan precios debe producirse un intercambio entre dos bienes (por ejemplo, dinero y una mercancía) y para que haya intercambios debe haber propiedad privada para las partes. Pero como el socialismo se basa en la propiedad colectiva de los medios de producción, carece de precios y de la posibilidad de efectuar cualquier cálculo de racionalidad económica. Si ignoramos cuáles son los costes de un bien, ¿por qué no construir, por ejemplo, las vías de ferrocarril con oro? ¿O por qué no destinar, como hizo Mao, a la práctica totalidad de los trabajadores de un país a producir metal? ¿O cómo saber si dedicar a los obreros a producir máquinas que sirvan para fabricar zapatos en lugar de destinarlos a confeccionarlos directamente? No se trata de un problema técnico sobre cómo producir un bien, sino de un problema económico sobre la conveniencia de producirlo de una determinada forma. Una sociedad tiene delante de sí en cada momento millones de proyectos técnicamente viables, pero sólo unos pocos le permitirán satisfacer los fines más importantes de los consumidores con las menores renuncias (o coste de oportunidad) posibles.

El socialismo era y es incapaz de discriminar entre proyectos económicamente viables y por tanto no puede asignar los recursos de un modo en el que todos los sujetos salgan beneficiados a la hora de satisfacer continuamente sus fines más valiosos. Su implantación sólo llevará a la disgregación de la división voluntaria del trabajo y, como esquema coactivo que es, a la explotación de un grupo de individuos por otro grupo de individuos.


Tras sus aportaciones a la teoría monetaria y a la teoría del intervencionismo estatal, Mises completaba un programa de investigación económico –iniciado por Menger y continuado por Böhm– que cubría prácticamente todas las manifestaciones de la acción humana: desde la simple elección individual aislada hasta el intercambio intertemporal con dinero, desde el mercado sin injerencias estatales (la cataláctica, en lenguaje de Mises) al completo control de la producción y de la distribución de los recursos (el socialismo), pasando por todos sus respectivos estadios intermedios. Se trataba de un conjunto de enunciados, teoremas y leyes a priori que el propio Mises había deducido simplemente a partir de un axioma autoevidente como es que "el hombre actúa"; de ahí que considerara pertinente denominar a esta nueva ciencia "praxeología" (ciencia de la acción humana, término acuñado por Weber) en lugar de economía (que vendría a ser sólo la parte más importante de la praxeología, en concreto, la dedicada a estudiar la cataláctica).

A sus casi 70 años, Mises publicó todo este profuso compendio vital, refinado y mejorado, en el que hasta ahora es el libro cumbre de nuestra ciencia: La acción humana. Como con los Diálogos de Platón, bien puede decirse que toda la ciencia económica (o praxeológica) subsiguiente es un simple comentario de los párrafos de La acción humana,ya sea para ampliarla (por ejemplo con la Escuela de la Elección Pública de James Buchacan y Gordon Tullock o con la teoría del orden espontáneo de Hayek) o para corregirla (con la teoría del monopolio de Murray Rothbard o con la moderna teoría de la liquidez de Antal Fekete y José Ignacio del Castillo).

Sin Menger no habríamos tenido una teoría del valor, de los intercambios y de los precios; sin Böhm-Bawerk no habríamos dispuesto de una teoría del interés y del capital; pero sin Mises careceríamos no sólo de teoría monetaria y de una teoría del intervencionismo, sino sobre todo de una ciencia económica consistente, integrada y basada en las libertades individuales –con todos los errores e insuficiencias que más tarde los nuevos economistas le podamos ir encontrando. Sin Mises, la Escuela Austriaca –y con ella, la mejor teoría propiamente económica que además defiende sin ambages la libertad del ser humano– habría desaparecido con el Imperio Austrohúngaro.