La ingeniería romana declinó después de 100 d.C., siendo a partir de ese momento sus avances modestos. De hecho, hay quien opina que uno de los factores clave que contribuyeron a la caída del Imperio Romano, fue, precisamente, el estancamiento producido en la ciencia y la ingeniería. Aunque el año 476 d.C. indica dicha caída, es probable que las leyes impuestas cerca de 301 d.C. por Diocleciano, por las que pretendía reformar el control de precios y salarios, fuesen el inicio del declive. Dichas leyes, orientadas a proporcionar estabilidad económica, obligaban a todo hombre del imperio a seguir el oficio de su padre. No deja de sorprender cómo las crisis económicas no son algo nuevo. Pero sigamos con lo que estamos.
Incluso antes de que se desplazara el poder de Roma a Bizancio en el siglo VI d.C., la ciudad tuvo que construir uno de los sistemas de abastecimiento de agua más importantes del momento. Cuando la ciudad creció bajo Constantino I, este sistema se amplió considerablemente para cubrir las necesidades de una población en aumento. Con la caída del Imperio Romano de Occidente, la ingeniería evolucionó surgiendo nuevos procedimientos constructivos. Durante los diez siglos siguientes a la caída del imperio romano una de las causas que mantuvieron a raya a los bárbaros fueron la construcción de elevadas murallas, algunas de hasta 13 m de altura. En esta técnica defensiva los bizantinos superaron a egipcios, griegos y romanos. Además, sus ingenieros construyeron cisternas gigantescas para almacenar el agua, como la Cisterna Basílica, grandes ciudades amuralladas -destacando las murallas de Teodosio, realmente una triple muralla de más de 6 km que protegía el flanco débil de Constantinopla-, un estadio gigantesco y una inmensa catedral abovedada que desafiaba las leyes de la naturaleza: Santa Sofía. Pero ésto último merece un comentario especial.
En Bizancio se desarrolló el principio del arco utilizándose en un domo soportado en las esquinas de una torre cuadrad, donde su diagonal era igual al diámetro de la base del domo. Un ejemplo notable de este sistema es la catedral de Santa Sofía. En este caso, por la carencia de puzonala para el hormigón, se tuvo que emplear un procedimiento constructivo a base de ladrillo colocado con gruesas capas de mortero, que también permitía una mayor rapidez en la construcción. De hecho, una de las grandes innovaciones de la arquitectura bizantina y que hace famosa la cúpula de este templo es el apoyo de las cúpulas y bóvedas sobre cuatro puntos (pechinas), cuando antes las bóvedas se sustentaban en muros circulares, como el Panteón de Agripa. La cúpula de Santa Sofía mide 32,6 metros de diámetro y está formada por 40 elementos curvos, cada uno de los cuales aloja una ventana que ilumina directamente la nave.
Santa Sofía se alzó entre los años 532 y 537 sobre una primitiva basílica incendiada en el mismo 532. Desde el primer momento, el emperador Justiniano I decidió construir una basílica completamente diferente, más grande y más majestuosa que sus predecesoras. Para ello mandó llamar a dos ingenieros militares, Isidoro de Mileto y Antemio de Tralles, confiando en ellos las innovaciones necesarias para asegurar su grandiosidad. En el edificio trabajaron más de diez mil obreros. Con todo, la gran cúpula se hundió en el terremoto del 558 y se tuvo que reconstruir, entre los años 558 y 562 por Isidoro el Joven, sobrino del de Mileto.
Pero como una imagen vale más que mil palabras, a continuación os paso un vídeo realmente interesante donde se describen las obras más representativas construídas por los ingenieros bizantinos. Creo que vale la pena verlo.
Referencias:
YEPES, V. (2009). Breve historia de la ingeniería civil y sus procedimientos. Universidad Politécnica de Valencia.