El pasado sábado 11 de febrero, cuando visité la Feria del Libro de La Habana, que se desarrolla en el complejo turístico Morro-Cabaña, pude apreciar la hipocresía con que oficialmente se presenta dicho evento.
La mayoría de las personas que visitan la feria no pueden comprar los libros debido a los precios tan altos en que son vendidos a un pueblo que vive de salarios que apenas les alcanzan para comer malamente.
Después que pasa la feria, la mayoría de los libros se hallan puestos en los estantes de las librerías, pero siguen sin venderse porque son muy caros.
Muchos jóvenes hacen colas inmensas para poder recrearse entre los libros, hojearlos y después devolverlos a sus anaqueles, para salir con las manos vacías, y tristes por no poder comprar algún libro.
Numerosas madres con sus niños se aglomeran delante de los estantes de los libros infantiles y escogen algunos, pero cuando llegan a la caja registradora tienen que dejar la mayoría de los libros porque no les alcanza el dinero para pagarlos.
Uno de los libros más demandados es la tercera edición del nuevo diccionario para adolescentes, muy importante para su aprendizaje, pero no todos pueden comprarlos.
En las cajas registradoras, como de costumbre, siempre hay trabajadores que se dedican a estafar: una de las cajeras pagaba cada CUC a 20 pesos en moneda nacional.
El 90 % de los cubanos que van a la Feria del Libro es para recrearse en el parque de diversiones, sentarse a comer en los restaurantes improvisados, e ingerir bebidas alcohólicas. Después comentan que fueron a la Feria, aunque no hayan comprado un solo libro.
No puedo dejar de mencionar a la Policía Nacional Revolucionaria, que en vez de cuidar el orden, con sus arbitrariedades, crea desórdenes públicos en las colas de las guaguas y para entrar a la feria.
Permítanme comentar lo ocurrido con dos ciudadanos extranjeros, chinos por más señas. Estos almorzaron en uno de los restaurantes improvisados en la feria. Cada uno pidió dos raciones de arroz con pollo frito (¡qué hambre!) y varias cervezas Cristal. Cuando terminaron de almorzar y el dependiente les fue a cobrar, le manifestaron que ellos pensaban que la comida era gratis “porque el gobierno cubano tenía que agradecerles mucho a China”. Explicaron que ellos llevaban tres años viviendo en Cuba y “no pagaban en ningún lugar”. Según comentó el dependiente, los chinos le quedaron debiendo 4.00 CUC (unos 100 pesos).
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