Nadie está totalmente seguro de cómo se produjo exactamente el desarrollo de los microondas y los fax, o de la relación que tienen las ideas y los artilugios de Pascal, en el siglo XVII, con la creación de las computadoras, en el XX. Son saltos mutantes leves y continuos que acaban por desembocar en ideas y artefactos que cambian nuestras vidas, pero generalmente sólo son posibles por la acumulación de conocimientos en sociedades capaces de mantener vivas y coleando la memoria colectiva y la colaboración entre generaciones sucesivas.
Es verdad que la radiografía tomada por Wilhem Röntgen a la mano de su mujer en 1896 cambió nuestras vidas y nos permitió penetrar en el cuerpo sin perforar la piel por medio de los rayos equis, pero para llegar a ese punto fueron necesarios el previo estudio de los gases, la electricidad, la fotografía, las ondas radiales y otra media docena de saberes conexos. Es decir, la obra de los grandes genios descansa sobre los hombros de cientos, de miles de personas creativas que les precedieron e hicieron posibles sus hallazgos o invenciones.
[E]l hallazgo, la invención o la perfección de alguna investigación científica se convierte en una empresa comercial que genera beneficios, crece, da empleos, reinversiones, etcétera. Si la ciencia y la técnica no pasan del laboratorio a la empresa, a una empresa que genere utilidades, no hay beneficio material colectivo. Si la empresa genera pérdidas constantemente, acabará siendo perjudicial porque destruye capital y empobrece al conjunto de la sociedad.
¿Por qué las sociedades organizadas en torno a los dogmas comunistas no funcionan adecuadamente? ¿Por qué los alemanes del Este eran mucho más pobres que los del Oeste? ¿Por qué Cuba es un creciente desastre material y, por qué no, espiritual?
Porque la dirección del país y el aparato productivo de estas sociedades comunistas están a merced de las decisiones de unas cuantas personas reclutadas por sus arbitrarias creencias ideológicas y no por su talento o su creatividad.