Por Gabriela Calderón de Burgos.
Recuerdo la controversia que desató un artículo que escribí en 2007 en el que señalaba el
simple hecho de que el ícono socialista Che Guevara –ídolo de Hollywood,
Europa y Latinoamérica– fue un asesino (se le atribuyen 216 víctimas). En ese entonces muchos
saltaron a defenderlo; ya que, como me dijo una lectora, "luchó por [sic]
las desigualdades sociales".
Por otra parte, cuando cito al Nobel de Economía Milton Friedman,
muchos lo descalifican por el simple hecho de que defendió algo que consideran
inherentemente inmoral: el capitalismo.
Este tipo de actitudes se explican por la muy arraigada presunción –en
Latinoamérica– de que el socialismo es moral y
el capitalismo inmoral. El escritor venezolano Carlos
Rangel decía:
El utopismo es
generalmente considerado virtuoso y estéticamente agradable, a pesar de los
monstruos políticos que ha generado en la práctica, entre los cuales se cuentan
todos los experimentos totalitarios. En cambio el libertarianismo sufre de
cierta desconsideración, [porque se lo intuye] fundado en la comprensión de que
los hombres son imperfectos y dispuesto a acomodarse a esa realidad, en lugar
de proponer construir unhombre nuevo, un superhombre.
J. R. Clark y Dwight R. Lee explican que este sesgo a favor del socialismo y en
contra del capitalismo tiene que ver con que la gente valora más la ayuda a
terceros si conlleva sacrificio y no lucro. "Hay una marcada tendencia a
ignorar los beneficios de las actividades lucrativas, incluso a considerarlas
perjudiciales para otros". Es muy probable que Bill Gates haya
contribuido más a la prosperidad y la libertad de los individuos cuando estaba
concentrado en hacer crecer su empresa –Microsoft– que ahora que está volcado
en la filantropía.
El sesgo a favor del socialismo está ahí, a pesar de que este sistema
no necesariamente promueve un comportamiento moral. Consideremos esta descripción en Vanity Fair de
la Grecia de 2010, un caso claro de socialismo light:
Se presume que
los funcionarios del Gobierno roban (...) El Estado griego no solamente era
corrupto sino corruptor (...) Todos están prácticamente seguros de que todos
hacen trampas al pagar impuestos, sobornan a políticos, aceptan sobornos o
mienten sobre el valor real de su patrimonio. Esta total ausencia de confianza
se alimenta a sí misma. La epidemia de mentir y robar hace que cualquier tipo
de vida civilizada sea imposible.
Esa descripción de Grecia bien podría ser una descripción del Ecuador
de las últimas décadas. La paradoja es que, con tanta desconfianza hacia los
políticos, el Gobierno de Alianza País haya concentrado todavía más poder en el
Estado. Esto tiene que ver en parte con la predominante percepción de que el
socialismo es moralmente superior, algo que aprendieron que no es cierto en
países tan distintos como la República Checa y China, donde por muchos años
experimentaron un mayor grado de socialismo.
© El Cato
GABRIELA CALDERÓN DE BURGOS, editora de elcato.org y
columnista de El Universo (Ecuador).