Arcadi Espada escribe sobre la guerra civil española e investiga un hecho concreto. Queda claro que la vida es muy compleja, y el reducir todo a buenos y malos lo es más, sobre todo en una guerra civil. Cada persona tiene sus miserias y en situaciones extremas salen a relucir.
Querido J:
Hace un año, recuerdas, el secretario de Estado Gaspar Zarrías asistió al acto de homenaje a Baltasar Garzón que se celebró en la Universidad Complutense. Su presencia fue polémica, porque se interpretó que simbolizaba el reproche del gobierno a un procedimiento contra el juez. Protestó el Partido Popular y le replicó el PSOE. A través, concretamente, de la portavoz Elena Valenciano: «A su abuelo lo fusilaron, el otro estuvo 14 años en la cárcel, su padre otros 12. A su padre y sus abuelos los callaron, pero ningún nuevo franquista va a callar a Zarrías». Días después, Román Orozco firmaba un artículo en el diario El País (Zarrías, dos veces fusilado) que era una buena síntesis del ambiente. Así empezaba: «Gaspar Zarrías Moya fue fusilado hace 70 años en la cárcel de Andújar. Su nieto Gaspar Zarrías Arévalo está siendo verbalmente fusilado ahora.» Y más adelante: «El 28 de mayo de 1940, en la cárcel de Andújar caía acribillado Gaspar Zarrías Moya. Tenía 50 años, era un sencillo labrador nacido en Mengíbar. Su “delito”: ser alcalde elegido democráticamente, durante la II República, de Cazalilla, una aldea a unos 30 kilómetros de Jaén.»
Hummm.
Tengo sobre la mesa el Procedimiento Sumarísimo de Urgencia 14.478, que se inició el 29 de septiembre del año 1939 contra Gaspar Zarrías Moya, procesado por el delito de Adhesión a la Rebelión (me gustaría que vieras la caligrafía de esas dos palabras, para darte cuenta de hasta qué punto lo rimbombante puede ser siniestro) y en la cárcel de Cazalilla desde el 1 de abril. Lo tramita el Ejército Español. Más concretamente, la Auditoría de Guerra del Ejército de Operaciones del Sur. Los hechos que se juzgan ocurrieron en la dicha Cazalilla «durante el dominio rojo». Como instructor figura el teniente de artillería Luis Fiestas Contreras. Y como secretario Juan Martos Salido, cuya competencia es Falangista. Del procesado Zarrías se dice que nació en Mengíbar. Tiene 50 años, casado y con 5 hijos, y de profesión labrador.
La nota biográfica obvia algo importante, y es que Gaspar Zarrías fue alcalde republicano en Cazalilla. En la página siguiente habla el alcalde de 1939. Se llama Miguel Cristino Jiménez, mayor de edad, soltero. Ante la «respetable autoridad» denuncia de su puño y letra: «Al vecino de ésta, Gaspar Zarrías Moya, elemento peligroso marxista habiendo desempeñado el cargo de juez de ésta durante el glorioso movimiento y como tal intervenido en las detenciones y persecución de elementos de orden». Esta es la generalidad de las cosas. Pero rápidamente la escritura se adentra en lo concreto: «Este individuo fue el que en la noche del 26 al 27 de diciembre de 1936 sacó de la cárcel y montó en el camión a mi difunto padre, el que con otro fue asesinado aquella noche en el término de Jaén, en el sitio conocido por Puente Mocho».
El sumario es difícil de leer y en algunos fragmentos, aunque cortos, imposible. Hay alguna otra acusación del mismo género contra Zarrías. Hasta que Ana Troyano Rovira llega ante el juez. Después de citar a dos personas como los autores del asesinato de su marido, Andrés Rodríguez, y de su hermano, Santiago Troyano, continúa: «Que también tiene que manifestar que el que tuvo la culpa de todo fue Gaspar Zarrías, que designó a sus familiares para que fuesen asesinados, en lugar del novio de su hija que estaba designado como uno de los que había que asesinar». Otros testimonios como el de Encarnación Carrillo y Pedro Villamor coinciden en el extraño canje. Pero no en los nombres de los que fueron asesinados en lugar del novio y su hermano: Aurelio Villamor y Mateo Cristino Polaino aparecen como los perjudicados y son estos nombres los que los siguientes testimonios van confirmando. También parece confirmarse el canje. Pedro Polaino, familiar de Mateo Cristino, describe la conducta de Zarrías: «Dijo que no se hiciera nada con él [Juan Godoy, el novio de su hija] puesto que si no su hija iba a ser una desgraciada toda su vida». La justicia también reclama la comparecencia del propio novio, Juan Godoy. Dice éste: «Que su futuro suegro Gaspar Zarrías no le facilitó ningún salvaconducto ni le dijese nada y que él huyó pasándose a las tropas nacionales». Su hermano Francisco también huiría. Por último, aquí tienes la transcripción del primer párrafo de la declaración de Zarrías: «En declaración propia, manifiesta: “que es cierto que él sustit[uyó a] los vecinos de ésta Juan Godoy Mateos (novio de su hija) y a su [hermano] Francisco Godoy Mateos, por los también vecinos de ésta, Mateo Cr[istino] Polaino y Aurelio Villamor Gázquez, pero que lo hizo porque el [...] del Frente Popular, Francisco Morenas Polaina, también sustituyó [...] a a dos primos suyos, llamados Juan Antonio Sánchez Fernández y [... Sán-]chez Fernández, a los que también instó dicho miembro a que huyer[an del] pueblo, poniendo en sustitución de ellos a los vecinos Andrés Rod[ríguez] Díaz y Santiago Troyano Rovira, que también fueron asesinados».
O sea que los canjeó. Comprenderás que salte suavemente sobre los motivos. El amor por la hija. Por el yerno. Cualquier amor o cualquier interés. Todo es remoto. Pero no quiero ahorrarte el dilema moral. Una guerra civil. Una oportunidad. El momento de hacerlo. El poder hacerlo. Y la evidencia de que, probablemente, la victoria republicana habría dejado para siempre en la oscuridad la decisión de Zarrías. No estoy del todo seguro de que pueda preguntar esto. Pero allá voy: ¿Qué habrías hecho? El resto de la declaración (las acusaciones contra sus compañeros del Frente Popular y la insistencia en que él se opuso a los asesinatos) es irrelevante para lo que me interesa. Una guerra civil. El labrador republicano. La hija enamorada del falangista. El padre: venga, Juan Godoy, coge a tu hermano y lárgate. Y que los amigos de Juan Godoy acabaran fusilándole. Y la vida, luego, si la hubo, de Juan Godoy con su esposa Zarrías. Toda esa apoteosis humana que el uso de la llamada «memoria histórica» reduce y abrasa como cepillo de carpintero.
Con fecha primero de junio de 1940 el juez municipal de Andújar informaba que en la sección de defunciones de este Registro Civil se hallaba inscrita la de Gaspar Zarrías Moya, «que falleció a las seis horas del día veintiocho de mayo a consecuencia de hemorragia cerebral». Muchos años después, y a propósito de la actividad de un juez en torno de las fosas, el nieto y secretario de Estado diría: «Las heridas hay que cerrarlas, y para cerrar bien una herida hay que limpiarla, desinfectarla, porque si se cierra mal al final vuelve a doler».
Sigue con salud
A.