Por Francisco Moreno.
La idea de la evolución es antigua. No obstante, la visión del mundo y de la vida que predominó desde los tiempos de Aristóteles fue estática (fijismo). El paradigma empezó a cambiar lentamente en el siglo XVI y, sobre todo, a partir de mediados del siglo XVIII.
La idea de la evolución es antigua. No obstante, la visión del mundo y de la vida que predominó desde los tiempos de Aristóteles fue estática (fijismo). El paradigma empezó a cambiar lentamente en el siglo XVI y, sobre todo, a partir de mediados del siglo XVIII.
Erasmus Darwin, abuelo paterno del célebre naturalista, fue un notable médico que sentía pasión por todo ser viviente, la poesía y los inventos. Fue uno de los miembros fundadores de la Sociedad Lunar, un grupo de científicos (generadores de conocimiento) e industriales (adaptadores de conocimiento) que discutía sobre la tecnología y sus aplicaciones. Formaban parte de dicho club muchos ilustrados ingleses de los condados centrales de Inglaterra en torno a la ciudad de Birmingham. Pese a que la Ilustración inglesa no tuvo el brillo de la francesa o la profundidad de la escocesa fue un eje vital y práctico para unir la Revolución científica y la posterior Revolución industrial.
Erasmus escribió al final del XVIII un trabajo científico denominado Zoonomia que anticipaba la teoría lamarkista de la evolución biológica (que luego se revelaría falsa) y mostraba su idea de que toda vida orgánica provenía de un solo y mismo filamento viviente.
El médico Sr. Darwin estaba familiarizado con el pensamiento evolucionista gracias a su amistad con el juez y lingüista James Burnett, Lord Monboddo, ilustrado escocés conocido por ser el fundador de la moderna lingüística comparada y también por sus análisis de la evolución lingüística y el cambio adaptativo de la capacidad de los humanos para el lenguaje (tenía Burnett, además, una extraña obsesión con la relación del hombre y los primates).
Mantuvo el abuelo de Darwin asimismo una prolongada relación de amistad con Benjamin Franklin; ambos compartían apoyo por las revoluciones americana y francesa de su época y ambos visitaron Edimburgo (la “Atenas del Norte”) y mantuvieron una fructífera correspondencia con muchos de sus eruditos de allí. Como Franklin, la mayoría de los integrantes de la Sociedad Lunar, y en especial Erasmus, se opusieron al inmoral comercio de esclavos.
Otro miembro de la ilustración escocesa con el que también trabó estrecha amistad fue James Hutton, padre de la moderna geología, quien primero sugirió junto a John Playfair que la tierra fue configurada por fuerzas tectónicas de movimientos lentos durante enormes periodos de tiempo que seguirían operando en la actualidad. El geólogo inglés del siglo siguiente Charles Lyell, influyente amigo de Charles Darwin, refinó dicha teoría con numerosas observaciones plasmadas en su obra Principios de Geología, obra de cabecera del nieto Darwin durante su periplo por el Beagle. Por cierto, el geólogo James Hutton fue amigo íntimo de David Hume y de Adam Smith cuyas obras sobre la naturaleza y sentimientos humanos Erasmus conocía sobradamente (lo mismo que su nieto).
Tanto el iluminismo escocés como el inglés, a diferencia de sus coetáneos franceses, no buscaron crear con sus teorías y observaciones un nuevo mundo (creacionismo social) sino únicamente descubrirlo y entenderlo. Sin mostrar una confianza desmedida en la razón llegaron a conclusiones sorprendentes, tales como que los humanos son criaturas de su entorno en permanente dinamismo o que muchas de las costumbres e instituciones sociales que habían hecho progresar al hombre surgieron, paradójicamente, de forma espontánea en el curso de la acción humana, no de su designio intencional. La misma mente, siendo producto del cerebro, no era causa de la evolución o proceso social sino más bien su efecto.
El hombre es efectivamente un ser intencional pero la evolución (tanto biológica como cultural) carece de propósito o de dirección. Aunque ambas sean muy diferentes entre sí, son las dos naturales. La actual teoría de la evolución biológica fue concebida por el nieto de Erasmus y, por ignorarse en su época las leyes de la genética, hubo de completarse más adelante (aún así, sigue plenamente vigente). La actual teoría de la evolución cultural, por su parte, se asemeja –según Hayek- curiosamente al lamarkismo y la dedujo el extenso círculo de amigos del abuelo Erasmus mucho antes que Darwin.
Erasmus escribió al final de su vida un largo poema sobre la evolución conocido como el Templo de la Naturaleza que traza la progresión de la vida desde los microorganismos a la sociedad civilizada. Dicho poema, publicado póstumamente en 1803, fue originalmente titulado El Origen de la sociedad.
Darwin no lo tuvo tan difícil.