De la misma generación que Godard, Alain Resnais respondió a la demanda/denuncia de aquél ("El olvido del exterminio forma parte del exterminio") con el documental Noche y niebla, un encargo del Comité de Historia de la Deportación. Remontándose al inicio de la tragedia, el diseño racionalista aunado alamoral irracionalista de los campos de concentración, Resnais echa mano de fotografías de archivo,que acompaña de comentarios austeramente descriptivos, sabiamente reflexivos, intensamente poéticos, salpicados en ocasiones por una olímpica y distanciada ironía. El autor de los mismos, Jean Cayrol, era unsuperviviente de un campo de concentración, donde, a pesar de todos los extenuantes pesares, pudo escribir poesía, los Poemas de la noche y la niebla.
En el documental vemos trenes precintados,desde los que saludan presos aún enteros que viajan hacinados "sin día ni noche".
El hambre, la sed, la asfixia, la locura.
Los campos eran como otro planeta. Auschwitzlandia.
Ninguna descripción, ninguna imagen puede revelar su verdadera dimensión. Sólo el terror ininterrumpido.
Las imágenes en blanco y negro de los cuerpos devastados se combinancon grabaciones en color de los verdes prados, vacíos de toda presencia humana, que rodearán años después los campos.
Resnais muestra las únicas imágenes que, según mis informaciones, existen del interior de las cámaras de gas, tomadas por un prisionero del campo de Auschwitz-Bikernau, y da cuenta de cómo funcionaban. Estas fotografías originaron un intenso debate a raíz de una exposición sobre los campos en la que el filósofo George Didi-Huberman defendióelvalorde las mismas, aunque fuese parcial: gracias a la rotundidad y al impacto que adquiere lo real en ellas, contribuyen a desvelarla verdad del crimen nazi. Sin embargo, los historiadores Gérard Wajcman y Elisabeth Pagnoux criticaron su exhibición: desde su punto de vista iconoclasta, entendían que con ellose estaba fomentando el voyeurismo asociado al goce en lo horrible.
En la misma estructura literaria y musical del documental se niega el postulado deAdorno. Hay estética en la lentitud de los travellings que muestran el lugar de los asesinatos con la intención de captar su atmósfera criminal. Se revelan detalles que golpean a cada espectador en su circunstancia específica; prestemos atención, por ejemplo, a la terrible anécdota española:
Tres mil españoles murieron construyendo estas escaleras que llevan a la cantera de Mauthausen. Trabajo en factorías subterráneas. Un mes tras otro cavaban, enterraban, se mataban. Les ponían nombres de mujer: Dora, Laura.
O a los detalles que nos recuerdan que el corazón de las tinieblas no es sólo cosa de salvajes, tambiéndecultísimos y civilizados europeos: una orquesta sinfónica, un oso en un zoo, una panorámica de los invernaderos donde Himmler cultivaba plantas raras. El campo de concentración de Buchenwald se construyó alrededor del roble que plantó Goethe, y que los nazis respetaron: sus ramas proyectaban sombra sobre las dependencias en que se practicaban experimentos con productos venenosos, torturas, mutilaciones..., en nombre de la ciencia aria. Sistemáticamente, con germánica eficacia. Una mezcla perversa del imperativo categórico de Kant (v. la defensa de Eichmann) y el sadomasoquismo de Von Sacher-Masoch que puso en práctica el doctor Mengele, todo ello resumido en la máxima de Himmler:
Debemos destruir, pero productivamente.
Además de las imágenes de las cámaras de gas, Resnais muestra las huellas del crimen:
Nada distingue la cámara de gas de un bloque común (...) La única señal, pero hay que saberlo, son los arañazos en el techo. Rascaban hasta el hormigón.
Esos arañazos en el hormigón se combinan con las pastillas de jabón confeccionadas con la grasa del os cuerpos desmembrados. Las excavadoras de los aliados recogen los cadáveres para enterrarlos en fosas comunes; esqueletos cubiertos de piel arrojados junto a cabezas que gritan sinvoz y miran sin ojos. Michel Bouquet, el narrador, termina con una advertencia para que la memoria no se pierda:
Mientras ahora les hablo, la gélida agua de los estanques y las ruinas llenan los huecos de las fosas comunes con nuestra mala memoria. La guerra se adormila, con un ojo siempre abierto. La hierba fiel ha regresado de nuevo al patio de formar, en torno a los bloques. Un pueblo abandonado, aún lleno de amenaza. El crematorio ya no se usa. La astucia nazi está pasada de moda. Nueve millones de muertos en ese paisaje. ¿Quiénes de entre nosotros vigilandesde la atalaya para advertir de la llegada de nuevos verdugos? ¿Son sus caras en verdad diferentes a las nuestras? (...) Hacemos oídos sordos al grito que no calla.
Y uno piensa que la poesía, precisamente después de Auschwitz, es más necesaria que nunca.