“Ningún poder en la tierra podrá arrancarte lo que has vivido.” Viktor Frankl
Presos políticos cubanos que han muerto en huelgas de hambre (1959-presente)
Actualizado 3/1/2010 (trabajo en progreso)
Fidel Castro estuvo preso sólo 18 meses de una condena de 15 años de cárcel por dirigir el ataque al Cuartel Moncada. El dictador Fulgencio Batista cedió ante la presión pública y liberó a todos los implicados. Durante su confinamiento gozaron de privilegios de presos políticos – comodidades, visitas, abundante material de lectura y deportes en grupo. En cambio, durante los 51 años de régimen Castrista el trato a los presos políticos ha sido deplorable --trabajo forzado, torturas, palizas, malnutrición, falta de atención médica, y hasta asesinatos a manos de los guardias penitenciarios. Muchos han recurrido a huelgas de hambre para exigir un trato humano. Lamentablemente, algunos han pagado con sus vidas.
12 casos documentados a la fecha. Ver detalles en www.CubaArchive.org/database
Documento completo.
La ayuda a África: limpiando conciencias
Domingo Soriano.
Siempre he pensado que uno de los mayores atractivos del socialismo que nos rodea a izquierda y derecha es su capacidad para liberar de preocupaciones a la sociedad. Por eso los gobernantes lanzan de forma constante mensajes del tipo: "Si algo está mal es porque el Gobierno no ha hecho lo suficiente, preparemos un plan para arreglarlo".
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De esa manera, los políticos y sus propagandistas pueden mirar a los que pedimos que cesen en su asfixiante intervencionismo con la reprobatoria mirada del que se siente superior moralmente: "Observad, mientras nosotros intentamos arreglar el mundo, vosotros seguís ahí, impasibles ante la miseria de millones de personas".
Esto es fantástico, porque les da más poder y al mismo tiempo limpia la conciencia de sus votantes. Ya no son cómplices del mal que nos rodea, porque han dado su apoyo a aquellos que están intentando solucionar todos los problemas.
En ningún otro campo es esto más claro que en el de la ayuda al desarrollo.
Desde que, en la década de los 60, los países africanos accedieron a la independencia, en Europa y Norteamérica se ha extendido el mensaje de que es necesario ayudar al Continente Negro a salir de su pobreza, que tendría causa en los males del colonialismo occidental. Así, en los últimos cincuenta años se han sucedido las campañas de ayuda, los programas solidarios y las políticas de impulso al crecimiento africano. Pero nada ha dado resultado: África sigue siendo la región más pobre del mundo (algo que no era así hace medio siglo), y la única que se mantiene casi completamente al margen de los beneficios de la globalización.
Con este panorama, era lógico que algunos economistas sensatos comenzasen a atar cabos y se preguntaran si no son precisamente estas políticas, supuestamente solidarias, las culpables de la misérrima situación de la mayoría de los países africanos. Pocos han lanzado este mensaje con la contundencia, claridad y precisión de Dambisa Moyo. Desde que se publicó, hace tres años, su libro Dead Aid (ahora en español bajo el título de Cuando la ayuda es el problema) ha supuesto un auténtico terremoto en uno de los temas más queridos por los políticos biempensantes del mundo desarrollado.
Seguramente nadie más podía haber escrito un libro así sin riesgo de ser aplastado bajo el peso de la corrección política. Dambisa Moyo es africana (de Zambia), de raza negra y, claro, mujer. Y esto también ha sido una ayuda para que la claridad de su argumentación llegue al gran público sin el ruido que acompaña a las habituales descalificaciones ad hominen del progresismo mediático, esos mensajes del tipo: "Aquí tenemos otro neoliberal vendido a las grandes corporaciones".
Su experiencia personal y profesional le sirvió para intuir que detrás de la fachada de la ayuda exterior se escondía el verdadero cáncer de la economía africana. Como demuestra este libro, todos estos años sólo han valido para que Occidente lavara su conciencia ante una realidad dolorosa: en un mundo cada vez más rico, hay zonas que se han estancado en la pobreza. Aunque Moyo reconoce que la mayoría de las personas que piden más dinero para África son bienintencionadas y quieren realmente ayudar, lo cierto es que el resultado final de medio siglo de solidaridad no puede ser más devastador.
Evidentemente, el libro no se apoya sólo en intuiciones y mezcla una catarata de datos con una argumentación sencilla de seguir... y difícil de rebatir para sus enemigos. Desde hace doscientos años, decenas de países han salido de la pobreza, empezando por Inglaterra y EEUU en el siglo XIX y acabando con los tigres asiáticos en las tres últimas décadas. Todos ellos tienen dos cosas en común: no recibieron ningún tipo de ayuda al desarrollo (o sólo en cantidades mínimas) y, en cambio, siguieron con denuedo las políticas capitalistas que ha defendido siempre el liberalismo: integración en las redes internacionales de comercio, respeto a la propiedad privada, una normativa económica clara y no confiscatoria, respeto a la libertad empresarial... Mientras, los países africanos han vivido desde su independencia inmersos en el intervencionismo, con numerosos dictadores y políticos populistas, y de espaldas a la globalización que se expandía por el mundo.
En todo este proceso, la ayuda exterior no sólo no ha sido positiva, sino que ha ayudado a agravar los problemas africanos. Como explica Moyo, un Gobierno que recibe miles de millones de dólares en ayuda del exterior es un objetivo mucho más deseado para cualquier golpista o político corrupto. Así pues, Occidente mantiene desde hace décadas una política de envío de fondos que alienta la corrupción y los regímenes totalitarios, mientras al mismo tiempo cierra sus fronteras a los productos africanos. Es justo lo contrario de lo que sacó a los países europeos o norteamericanos de la pobreza.
El mensaje que llega a los habitantes de aquel desdichado continente es que no se merecen que les compremos sus productos, sino sólo nuestra caridad. No dejamos que desarrollen sus industrias, pero les inundamos con nuestras limosnas. Les decimos que no están preparados para el capitalismo que a nosotros nos hizo ricos. El resultado es que, después de haber desembolsado en África el equivalente a diez Planes Marshall, Zambia tiene una renta per cápita que no llega a los 1.600 dólares.
Afortunadamente, Moyo asegura que todavía hay esperanza. En los últimos años varios países africanos están creciendo de forma constante; algunos, incluso, se están aproximando a los países en vías de desarrollo: curiosamente, o no, son los que aplican las recetas que ofrece Cuando la ayuda es un problema: más mercado, menos Gobierno, apertura al exterior. Uno de ellos es Botsuana, que ya ronda los 14.000 dólares per cápita (en paridad de poder adquisitivo).
Para que este ejemplo se extienda hay que romper con muchas inercias, convencer a mucha gente de que lo hecho hasta ahora no ha funcionado y lograr que los votantes occidentales asuman que los africanos abandonarán la pobreza sólo si siguen los mismos derroteros que seguimos nosotros. No será sencillo, pero puede lograrse. Luego, habrá que forzar a los políticos de Europa y Norteamérica a abandonar sus grandilocuentes planes y olvidar esas grandes cumbres en las que se reúnen con el objetivo de ayudar a los pobrecitos africanos. Esto, me temo, será muy complicado, por muy convincente que sea este libro de Dambisa Moyo.
DAMBISA MOYO: CUANDO LA AYUDA ES EL PROBLEMA. Gota a Gota (Madrid), 2011.
Esto es fantástico, porque les da más poder y al mismo tiempo limpia la conciencia de sus votantes. Ya no son cómplices del mal que nos rodea, porque han dado su apoyo a aquellos que están intentando solucionar todos los problemas.
En ningún otro campo es esto más claro que en el de la ayuda al desarrollo.
Desde que, en la década de los 60, los países africanos accedieron a la independencia, en Europa y Norteamérica se ha extendido el mensaje de que es necesario ayudar al Continente Negro a salir de su pobreza, que tendría causa en los males del colonialismo occidental. Así, en los últimos cincuenta años se han sucedido las campañas de ayuda, los programas solidarios y las políticas de impulso al crecimiento africano. Pero nada ha dado resultado: África sigue siendo la región más pobre del mundo (algo que no era así hace medio siglo), y la única que se mantiene casi completamente al margen de los beneficios de la globalización.
Con este panorama, era lógico que algunos economistas sensatos comenzasen a atar cabos y se preguntaran si no son precisamente estas políticas, supuestamente solidarias, las culpables de la misérrima situación de la mayoría de los países africanos. Pocos han lanzado este mensaje con la contundencia, claridad y precisión de Dambisa Moyo. Desde que se publicó, hace tres años, su libro Dead Aid (ahora en español bajo el título de Cuando la ayuda es el problema) ha supuesto un auténtico terremoto en uno de los temas más queridos por los políticos biempensantes del mundo desarrollado.
Seguramente nadie más podía haber escrito un libro así sin riesgo de ser aplastado bajo el peso de la corrección política. Dambisa Moyo es africana (de Zambia), de raza negra y, claro, mujer. Y esto también ha sido una ayuda para que la claridad de su argumentación llegue al gran público sin el ruido que acompaña a las habituales descalificaciones ad hominen del progresismo mediático, esos mensajes del tipo: "Aquí tenemos otro neoliberal vendido a las grandes corporaciones".
Su experiencia personal y profesional le sirvió para intuir que detrás de la fachada de la ayuda exterior se escondía el verdadero cáncer de la economía africana. Como demuestra este libro, todos estos años sólo han valido para que Occidente lavara su conciencia ante una realidad dolorosa: en un mundo cada vez más rico, hay zonas que se han estancado en la pobreza. Aunque Moyo reconoce que la mayoría de las personas que piden más dinero para África son bienintencionadas y quieren realmente ayudar, lo cierto es que el resultado final de medio siglo de solidaridad no puede ser más devastador.
Evidentemente, el libro no se apoya sólo en intuiciones y mezcla una catarata de datos con una argumentación sencilla de seguir... y difícil de rebatir para sus enemigos. Desde hace doscientos años, decenas de países han salido de la pobreza, empezando por Inglaterra y EEUU en el siglo XIX y acabando con los tigres asiáticos en las tres últimas décadas. Todos ellos tienen dos cosas en común: no recibieron ningún tipo de ayuda al desarrollo (o sólo en cantidades mínimas) y, en cambio, siguieron con denuedo las políticas capitalistas que ha defendido siempre el liberalismo: integración en las redes internacionales de comercio, respeto a la propiedad privada, una normativa económica clara y no confiscatoria, respeto a la libertad empresarial... Mientras, los países africanos han vivido desde su independencia inmersos en el intervencionismo, con numerosos dictadores y políticos populistas, y de espaldas a la globalización que se expandía por el mundo.
En todo este proceso, la ayuda exterior no sólo no ha sido positiva, sino que ha ayudado a agravar los problemas africanos. Como explica Moyo, un Gobierno que recibe miles de millones de dólares en ayuda del exterior es un objetivo mucho más deseado para cualquier golpista o político corrupto. Así pues, Occidente mantiene desde hace décadas una política de envío de fondos que alienta la corrupción y los regímenes totalitarios, mientras al mismo tiempo cierra sus fronteras a los productos africanos. Es justo lo contrario de lo que sacó a los países europeos o norteamericanos de la pobreza.
El mensaje que llega a los habitantes de aquel desdichado continente es que no se merecen que les compremos sus productos, sino sólo nuestra caridad. No dejamos que desarrollen sus industrias, pero les inundamos con nuestras limosnas. Les decimos que no están preparados para el capitalismo que a nosotros nos hizo ricos. El resultado es que, después de haber desembolsado en África el equivalente a diez Planes Marshall, Zambia tiene una renta per cápita que no llega a los 1.600 dólares.
Afortunadamente, Moyo asegura que todavía hay esperanza. En los últimos años varios países africanos están creciendo de forma constante; algunos, incluso, se están aproximando a los países en vías de desarrollo: curiosamente, o no, son los que aplican las recetas que ofrece Cuando la ayuda es un problema: más mercado, menos Gobierno, apertura al exterior. Uno de ellos es Botsuana, que ya ronda los 14.000 dólares per cápita (en paridad de poder adquisitivo).
Para que este ejemplo se extienda hay que romper con muchas inercias, convencer a mucha gente de que lo hecho hasta ahora no ha funcionado y lograr que los votantes occidentales asuman que los africanos abandonarán la pobreza sólo si siguen los mismos derroteros que seguimos nosotros. No será sencillo, pero puede lograrse. Luego, habrá que forzar a los políticos de Europa y Norteamérica a abandonar sus grandilocuentes planes y olvidar esas grandes cumbres en las que se reúnen con el objetivo de ayudar a los pobrecitos africanos. Esto, me temo, será muy complicado, por muy convincente que sea este libro de Dambisa Moyo.
DAMBISA MOYO: CUANDO LA AYUDA ES EL PROBLEMA. Gota a Gota (Madrid), 2011.
Farmacia con efectos secundarios
Jorge Alcalde.
La crisis tiene mil caras y ninguna buena. Cada uno de nosotros tendrá una historia de recorte y sufrimiento que contar. Pero algunas de ellas no reciben tanta antención como quizás merecen.
La crisis tiene mil caras y ninguna buena. Cada uno de nosotros tendrá una historia de recorte y sufrimiento que contar. Pero algunas de ellas no reciben tanta antención como quizás merecen.
No por anunciada, la situación de estrangulamiento de la industria farmacéutica en España deja de ser grave. Los datos que se han hecho saber esta semana son reveladores. En noviembre de 2011 (faltan por conocer las cifras de cierre de ejercicio) el 70 por 100 de los laboratorios españoles presentaba facturaciones considerablemente menores que en 2010. Las caídas más graves rondan el 15 por 100.
Eso supone que las empresas del sector han ingresado 16.300 millones de euros menos que el año pasado. Ningún laboratorio español se encuentra entre los 10 primeros en cifras de venta en farmacia; en 2010 había dos. Bajan considerablemente las ventas de fármacos de marca (un 6,6 por 100) y suben ligeramente los genéricos, aunque estos apenas llegan a copar el 30 por 100 del mercado.
La caída es más grave si se compara con 2009. Llevamos tres años seguidos de disminución en el mercado.
Las empresas farmacéuticas sufren de los mismos males de comunicación que los bancos. Para el público en general, todas las desgracias que padezcan son pocas. Tienen mala fama, siguen ganando mucho dinero, compiten en un mercado difícil y hacen negocio con nuestra desdichada salud. Pero que el mercado de los medicamentos encoja de tal manera no es buena noticia para nadie.
Las principales amenazas para el sector son el impago por parte de la administración y la superregulación. En cuanto a lo primero, hay casos sangrantes: regiones que llevan más de 400 días de retraso en la deuda por suministro de medicamentos. En tales condiciones se hace cada vez más difícil mantener la distribución universal que nos permite vivir en un país privilegiado, un país donde cualquier ciudadano tiene una farmacia abastecida a una distancia razonable de su casa y cualquier hospital cubre sus necesidades farmacológicas básicas... casi siempre.
La ruinosa situación de Grecia ha revelado cuán importante es algo tan inadvertido por el común de los mortales como la seguridad farmacéutica. Allí, los padres de niños diabéticos han tenido que levantarse más de una vez con la angustiosa noticia de que no está garantizado el suministro de insulina para sus hijos, por ejemplo.
Mantener un estado de equilibrio en la dispensación de medicamentos requiere permitir una industria saneada. La vía de la reducción de precios y los recortes por ley empieza a agotarse y podría poner en peligro la seguridad del sistema, dicen. En cuanto a la superregulación, parece evidente que los intentos de injerencia en el mercado para favorecer la venta de genéricos han sido, como casi siempre ocurre con las leyes que acotan la libertad de elección, poco efectivas.
En el fondo, la dilución de las marcas puede tener más efectos secundarios de los esperados. Con cada vez menos compañías españolas en el escenario y una creciente dependencia de pocas firmas pero multinacionales, la imagen del sector patrio se deteriora a pasos agigantados. España puede empezar a no ser un país tan interesante para los grandes fabricantes. ¿Cómo explicar a la matriz intenacional que la filial española es incapaz de cumplir sus objetivos porque el Gobierno no paga, porque la ley impide mejorar los márgenes, porque los precios bajan año tras año...?
La industria farmacéutica es algo más que un mercado de píldoras. Con sus luces y sus sombras, sus excesos y prebendas (que las tiene), es también el marco necesario para que se siga investigando. No hay I+D+I posible en el terreno de la salud sin su concurso. Y no hay concurso posible sin beneficio de retorno. Si nuestro país deja de ser rentable para las grandes compañías, el fantasma de la deslocalización acecha. Se llevarán las inversiones a otro lado. Y, en este caso, sus inversiones son inversiones en la salud de todos.
Allá en el cielo, muy lejos de Cuba
Carlos Alberto Montaner.
Willman Villar tenía 31 años cuando murió de hambre y sed, convencido de que dar la vida por la libertad de los cubanos valía la pena.
En noviembre pasado, Wilman Villar, cansado de atropellos y de la falta de libertades, salió a la calle a protestar contra la dictadura de los Castro, acompañado por un pequeño grupo de jóvenes. La policía política, tras golpearlos y zarandearlos, los acusó de desacato y de resistencia a la autoridad. Pertenecían a una organización llamada Unión Patriótica de Cuba fundada por el ex preso político José Daniel Ferrer.
Willman Villar tenía 31 años cuando murió de hambre y sed, convencido de que dar la vida por la libertad de los cubanos valía la pena.
En noviembre pasado, Wilman Villar, cansado de atropellos y de la falta de libertades, salió a la calle a protestar contra la dictadura de los Castro, acompañado por un pequeño grupo de jóvenes. La policía política, tras golpearlos y zarandearlos, los acusó de desacato y de resistencia a la autoridad. Pertenecían a una organización llamada Unión Patriótica de Cuba fundada por el ex preso político José Daniel Ferrer.
A partir de ese punto comenzó la agonía. A Wilman lo condenaron a cuatro años de cárcel, que debía purgar en una celda espantosa plagada de ratas y cucarachas. En rigor, el régimen violaba sus propias leyes. La Constitución cubana dice reconocer la libertad de expresión y manifestación, así que el preso político de inmediato comenzó una huelga de hambre para exigir se le hiciera justicia. A los pocos días, el oficial de más alto rango del presidio, un teniente coronel apellidado López Díaz, le pidió que depusiera su actitud porque habría un nuevo juicio, dado que era inconcebible que se condenara a una persona por desfilar con una bandera cubana y pedir democracia. Ese comportamiento no era delito en ninguna parte.
El militar mentía. No habría un nuevo juicio. Era sólo una treta para lograr que depusiera su actitud. Cuando lo supo, Wilman decidió volver a las andadas. Como todos los cubanos, había visto morir de en la cárcel a Orlando Zapata Tamayo, y se había admirado de la entereza de Guillermo Fariñas cuando casi fallece por las mismas razones, pero no estaba dispuesto a ceder ante la estrategia represiva de la tiranía.
¿Cuál es esa estrategia? Consiste en mostrar la mayor indiferencia ante las protestas de los demócratas de la oposición. La dictadura es dueña de la vida y la muerte de todos los cubanos. Los maltrata, deja morir o asesina según les convenga a sus gerifaltes. Los Castro no están dispuestos a ceder ante ninguna petición de justicia o compasión. Llegaron al poder matando, lo ejercieron matando y lo mantienen matando. Sus códigos morales son los de una mafia, no los de un gobierno civilizado. Una de las expresiones que más repiten es ésta: "Nosotros llegamos al poder con los fusiles; el que lo quiera, que nos lo quite con los fusiles". Es la razón testicular la que impera en ese pobre país.
Los presos políticos no ignoran esta posición de fuerza de la dinastía militar que manda en Cuba, pero están dispuestos a dar la vida, lo único que les queda, para salvar la dignidad y no dejarse avasallar. A veces es difícil entender esta actitud del lado de acá de la reja, pero a lo largo de mi vida –ya bastante prolongada– he visto a muchos valientes que deciden morir gritando "¡NO!" antes que bajar dócilmente la cabeza.
Willman Villar tenía 31 años cuando murió de hambre y sed, convencido de que dar la vida por la libertad de los cubanos valía la pena. Es la duodécima persona que fenecía en circunstancias parecidas a lo largo de estos 53 años de tiranía comunista. Wilman deja en total desamparo a una joven viuda enamorada y a dos niñas enfermas de cinco y siete años. La menor padece de asma; la mayor, de epilepsia. Ninguna entiende lo que le ha pasado a papi. Como son cristianos baptistas, la madre les ha explicado que se ha ido al cielo. "¿Y dónde está el cielo, mami?", preguntan. "Muy lejos de Cuba. Muy lejos", les responde.
Argumento y prueba
Arcadi Espada.
Querido J:
Como los misterios de la biología se me quedan pequeños leo ensayos cosmológicos. Lo mejor de estos libros, de una fascinación tan elevada, se produce cuando logro poner un pie en el suelo. Por ejemplo, esta frase de Alex Vilenkin, el físico ruso, de su hipnótico Muchos mundos en uno: «Un argumento es lo que convence a un hombre razonable y una prueba lo que convence, incluso, al menos razonable de los hombres». Ya sospechas que voy a hablarte del caso Camps, que está a punto de sentencia.
Querido J:
Como los misterios de la biología se me quedan pequeños leo ensayos cosmológicos. Lo mejor de estos libros, de una fascinación tan elevada, se produce cuando logro poner un pie en el suelo. Por ejemplo, esta frase de Alex Vilenkin, el físico ruso, de su hipnótico Muchos mundos en uno: «Un argumento es lo que convence a un hombre razonable y una prueba lo que convence, incluso, al menos razonable de los hombres». Ya sospechas que voy a hablarte del caso Camps, que está a punto de sentencia.
Llevo mucho tiempo interesado. Al principio me pareció digno de análisis por la desproporción entre el peso de las acusaciones y el alud informativo que desencadenó la prensa socialdemócrata. Luego me interesó esa figura del cohecho pasivo: una muestra de la capacidad irracional que puede adquirir el Derecho. Por último, y ya inmerso en el frente acusatorio de los periódicos, me pareció que el ex presidente había sido sometido a un juicio paralelo, donde no se advertían ni argumentos ni pruebas. Nada de lo que ha sucedido enestas semanas de juicio me ha hecho pensar distinto.
El examen de las actividades conocidas de Álvaro Pérez en torno al presidente Camps muestra a un comercial interesado en tratar bien a sus clientes y ablandarlos. Pérez vivía en buena parte del Partido Popular y agasajaba a aquellas personas que juzgaba importantes para el buen fin de sus negocios, fueran Francisco Camps, Rita Barberá o Ricardo Costa. Algo perfectamente al alcance de un public relations convencional, aunque tal vez ignorante del alcance perverso del cohecho pasivo. Nada —sus melosidades— que no se haya producido millones de veces entre comerciales, políticos y… periodistas. Sin embargo, hay argumentos poderosos para convencer a un observador ecuánime de que las untuosidades de Pérez no llegaron muy lejos con Francisco Camps.
En primer lugar, está el patrimonio. Una noche en Valencia me contó el ex presidente lo que después repetiría su abogado en el juicio: parte de su perdición había venido porque le cuesta gastar dinero, y los trajes de Milano estaban muy bien de precio. A pesar de su viciosa virtud, lo cierto es que el ex presidente salió de la Generalitat con lo mismo que entró, incluido lo puesto. Ésta es la conclusión, algo desagradable, con que se encontraron los que le han investigado hasta por debajo de sus uñas. Como, a pesar de todo, la cadena Camps corrupto da 197.000 googles, estoy esperando que alguien se haga responsable de la innoble contradicción.
La honorabilidad del presidente respecto a las melosidades de Pérez y adheridos tiene, pues, este argumento genérico (inaplicable, y qué feo es comparar, al caso del ex ministro Blanco), pero también alguno concreto: las conversaciones telefónicas entre Pérez y la familia Camps que interceptó la Policía. Es meditable que de esas conversaciones el pueblo sólo repitaamiguito del alma, que es, en efecto, como le llamaba Camps a Pérez, con léxico de teleñeco. Yo comprendo que nuestra prensa haya querido ver en esa expresión el beso de Andreotti a Totó, y sobre todo su mal aliento; pero lo cierto es que esa sentimentalidad de mazapán queda muy tocada cuando en la segunda conversación (y última: en muchos meses de pinchazos en hueso, la Policía sólo interceptó dos diálogos navideños entre Camps y Pérez), la esposa del ex presidente le dice a Pérez que se ha pasado «varios pueblos» con sus regalos de Reyes y que, en consecuencia, «no me los voy a quedar.» Comprendo también que amiguito del alma te quiero un huevo tenga sobre No me los voy a quedar una gran superioridad rítmica; pero sólo dando por entendida la amarga verdad: el que nuestra prensa ya no fabrique titulares, sino politonos.
La conversación telefónica de la esposa demuestra, por lo demás, algo sustancial: que la familia Camps conocía dónde estaba el límite entre la función social y la función corruptora del regalo. Y es sorprendente que el instructor Flors no lo recogiera así en unos autos, creativos y gramáticos, que no vacilaban en aplicarse a la ontología profunda del regalo, la dádiva o el cargo.
Hasta aquí los argumentos básicos que convencerían a un hombre razonable. En cuanto a las pruebas que convencerían al menos razonable, la conclusión es inequívoca: las acusaciones no han probado que Francisco Camps aceptara «dádiva o regalo que le fueren ofrecidos en consideración a su función». Fueren trajes, zapatos, chalecos u otras fantasías. Cierto: hay un director de moda que, después de haber dicho otras veces lo contrario, declaró en el juicio que el ex presidente no pagaba y lo juró por Dios, creo que el mismo que el de Camps. Pero tu palabra contra la mía sólo se le admite a la violada y no parece el caso del buen mozo. Ni el suyo ni tampoco el de la cajera, que declaró algo cinematográficamente Y que cuando esperaba que Camps le diera el dinero sólo le dio la mano. Siempre les pierde el topos de novela: como cuando el sastre dijo que le dijo sácame de ésta y no te faltará de nada.
En cuanto a los documentos, sin duda prueban que entre las provincianas melosidades de Álvaro Pérez se encontraban las textiles. Pero en el juicio, y en relación al ex presidente, no se ha producido la exhibición que cualquier lego necesitaría. Esta sencilla secuencia ante un jurado ávido: aquí está este traje: aquí está su factura: aquí está el recibo del pago. Porque, arrancando de la premisa esencial, entre las evidencias más extraordinarias que este juicio grotesco y manqué procura, se halla la de que nadie ha dicho ni descrito ni mostrado de qué trajes concretos se está hablando. De la orgía conceptual destaca un solo hecho: Francisco Camps ya no es el presidente de la Generalitat valenciana.
Sin embargo, debo reconocer algo. Sí, debo echar de la boca el notición. El presidente Camps tampoco ha logrado demostrar su inocencia. Ya sabes que nunca leo un libro solo. Sobre todo si son de Alba. El de Vilenkin iba combinándolo con el de Thomas Levenson: Newton y el falsificador. La historia de cómo Isaac Newton, intendente de la Casa de la Moneda en los años que tocó tierra, llevó a la horca a William Chaloner, el más grande falsificador inglés. Chaloner era un canalla. Pero la implacable caza de Newton se va haciendo a cada página más odiosa. Uno espera que la descripción del juicio le libre, finalmente, de la aflicción. Pero el juicio sólo es otra instancia del crimen. Te bastarán estas líneas de Levenson. «A finales del siglo XVII, los procesos judiciales en Inglaterra eran brutalmente expeditivos. No había presunción de inocencia».
No. No la había. Pasa frecuentemente. Creemos que nuestras vértebras morales nos han sostenido siempre. Y no. Son recientes, frágiles, costaron mucho sufrimiento. Asombra nuestro frívolo derroche. Cierto, no hay que exagerar. Camps no irá a la horca. Ya ha ido.
Sigue con salud,
A.
(El Mundo, 14 de enero de 2012)
Víctima, 21 de enero: Pedro Antonio Blanco García
Libertad Digital.
El 21 de enero de 2000 es asesinado en Madrid el teniente coronel del Ejército PEDRO ANTONIO BLANCO GARCÍA.
El año 2000 fue especialmente duro. Con 23 personas asesinadas, rompió la tendencia a la baja que se inició en 1993. Además, y como respuesta a la firma del Acuerdo por las Libertades y Contra el Terrorismo entre PP y PSOE, los concejales socialistas pasaron también a ser objetivo prioritario de ETA, como ya ocurría con los dirigentes y personajes relevantes del PSOE y con todos los cargos del PP, del nivel que fuesen.
Pedro Antonio Blanco García fue la primera víctima mortal de ETA tras la ruptura de la tregua decretada por la organización terrorista en septiembre de 1998, contrapartida al acuerdo suscrito con el PNV y EA. Durante esa tregua, el presidente del Gobierno español, José María Aznar, accedió a la celebración de un encuentro con ETA en Suiza, que no dio ningún resultado positivo.
La tregua se vino abajo en julio de 1999, aunque ETA no hizo pública su decisión hasta finales de noviembre. Mes y medio después, y tras 14 meses sin matar, materializaba su anuncio activando con un mando a distancia un coche bomba cuando el militar se dirigía, caminando, al lugar donde diariamente acudía a recogerle su vehículo oficial camuflado con su inmediato superior, un general de brigada que, según fuentes del Ministerio del Interior, era el objetivo del atentado. Eran las 8:08 de la mañana del 21 de enero.
El coche bomba, cargado con 20 kilos de dinamita, estaba aparcado en la calle de Pizarra, esquina con el paseo de Virgen del Puerto, una zona próxima al estadio Vicente Calderón repleta de viviendas militares y que ya había sido anteriormente escenario de atentados terroristas. Entre otras, la vivienda del comandante de Infantería Rafael Villalobos, que sufrió el 17 de octubre de 1991 la amputación de ambas piernas por un atentado de ETA en ese mismo barrio, se vio afectada por la explosión que mató al teniente coronel Blanco. Otras tres personas sufrieron heridas leves. Entre ellas, una niña de 13 años que sufrió cortes por rotura de los cristales de su vivienda, y una joven de 17 años, que sufrió lesiones tras ser derribada por la onda expansiva mientras se dirigía a un centro escolar próximo.
Cincuenta minutos más tarde tenía lugar una segunda explosión del vehículo en el que huyeron los terroristas, a pocos metros de distancia de la primera y de una guardería repleta de niños menores de cinco años. Esta vez no hubo que lamentar víctimas.
Pedro Antonio Blanco García tenía 47 años, era natural de Madrid. Dejaba viuda a Conchita Martíny huérfanos a dos hijos: una joven de 16 años y un niño de 11. Conchita Martín se ha distinguido por su firmeza en la defensa de la justicia que demandan las víctimas del terrorismo.
El 20 de junio de 2007 fue detenido en Quebec (Canadá) Iván Apaolaza Sancho por su presunta implicación en el asesinato del teniente coronel Blanco. En octubre de 2008 fue entregado a la Policía española por estar reclamado por la Audiencia Nacional desde 2002.
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