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La 'maldición' de la ayuda exterior a los países pobres

Ángel Martín.



Los importantes recortes del Gobierno español en la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD) desde 2009 han levantado las críticas del sector y parte de analistas. El objetivo que se marcó el Ministerio de Asuntos exteriores y Cooperación de alcanzar el 0,7% de ayuda al desarrollo en proporción de la Renta Nacional Bruta en 2012 queda ya en papel más que mojado. "Malos tiempos para la generosidad", así comenzaba el artículo de El País en el que daba cuenta de estos recortes y sus previsiones para este ejercicio.
Ahora bien, más allá de la irresponsabilidad derivada de incumplir los compromisos -y la posible mala imagen internacional que esto puede conllevar-, ¿tendría esto graves implicaciones para los países más pobres? SegúnIntermón Oxfamsin duda"Esto se traduce en que millones de personas no van a tener qué comer".
En Reino Unido se está debatiendo acerca de la conveniencia de establecer por ley el objetivo del 0,7%.Un informe reciente de la Comisión de Asuntos Económicos de la Cámara de los Lores sostuvo que esto sería inapropiado. "Creemos que la ayuda al desarrollo debería ser juzgada por los criterios de efectividad y valor para el dinero empleado y no por si un objetivo de gasto específico y arbitrario es alcanzado".
Las organizaciones de ayuda y agentes del sector de la cooperación británica han criticado con fuerza el informe, señalando los efectos beneficiosos de la ayuda y lo que podría suceder de recortarse. "La ayuda británica proporcionará vacunas contra enfermedades mortales a más de 80 millones de niños, salvando 1,4 millones de vidas [...] Ayudará a crear 19 millones de oportunidades de empleo", señala el director ejecutivo de ONE, organización dedicada a luchar contra la pobreza extrema. Así, se proporcionarían "inversiones esenciales que permitirán a los más pobres escapar de la pobreza y no necesitar la ayuda en el futuro".
Esto último -que la misma ayuda exterior iba a hacer que ésta dejara de necesitarse- se afirmó cuando los países ricos occidentales comenzaron a conceder AOD a lo que llamaron Tercer Mundo, allá por mediados del pasado siglo. Sin embargo, la cuantía en términos absolutos no ha dejado de aumentar desde entonces.
Evolución de la Ayuda Oficial al Desarrollo
Fuente: Development Co-operation Directorate (DCD-DAC), OCDE
Desde 1960 se han concedido cerca de 3,5 billones de dólares en AOD. Recursos que, como señala el prestigioso economista William Easterly, no han servido para, por ejemplo, proporcionar las medicinas necesarias con las que se evite la muerte de niños por la malaria, ni para proveer de mosquiteras a todas las familias pobres del mundo, siendo ambos remedios relativamente baratos.
Así, son cada vez más las dudas acerca del papel de la ayuda al desarrollo como instrumento para reducir sistemáticamente la pobreza, tanto desde perspectivas liberales como de izquierda, e incluso académicas. Aunque dichos enfoques varían: las críticas de la izquierda enfatizan el papel de la ayuda como instrumento ideológico de Occidente y de grandes corporaciones; los liberales destacan que es un arma del intervencionismo gubernamental; y las académicas ponen su acento en la falta de evidencia empírica sobre la relación positiva entre ayuda y desarrollo económico.
Lo cierto es que no existe consenso respecto a los efectos de la ayuda exterior sobre el desarrollo. Pero sí es cierto que no hay una evidencia sistemática de que ésta sea un elemento importante para que los países pobres salgan de su estado de miseria.
De hecho, los países que más han crecido en las últimas décadas, como China, India, Chile o losTigres Asiáticoslo hicieron sin cantidades significativas de ayuda. La razón de su éxito radica en factores internos -en pocas palabras, reformas aperturistas y liberalizadoras, en contextos institucionales muy deficientes con gobiernos corruptos y grados de respeto por la propiedad privada mínimos- y no en factores externos.
Por el contrario, países que recibieron grandes inyecciones de ayuda sufrieron décadas de estancamiento. El caso paradigmático es el del continente africano en el último tercio del siglo XX, como se muestra en el gráfico.
En su trabajo sobre los esfuerzos de Occidente para "salvar a África", Easterly concluye que hay pocas evidencias de que se haya ido aprendiendo en el esfuerzo de los países ricos por ayudar al continente africano. Sostiene que la evidencia disponible no apoya la hipótesis de que la ayuda externa pueda generar el desarrollo económico tan necesitado en África.
Así, numerosos investigadores han señalado el mecanismo perverso que establece la AOD respecto a las necesarias reformas que los países pobres deberían emprender, al desincentivar este tipo de cambios. Tengamos en cuenta que si un país receptor de ayuda crece y sale de la pobreza dejaría de percibir esos fondos, por lo que existe un problema de riesgo moral en este sentido.
Lo que suele suceder es que los fondos de ayuda externa son -análogamente a los ingresos derivados de los recursos naturales- un dinero fácil que, especialmente en manos de gobiernos con débiles limitaciones de su poder, son una tentación casi irresistible para la corrupción, concesión de favores y otro tipo de medidas que empeoran el entorno institucional y generan conflictos potenciales, perjudicando así el crecimiento. Por ello, reputados académicos han llegado a denominar la ayuda exterior como una "maldición", en analogía con la maldición de los recursos naturales.
Economistas africanos como George Ayittei Dambisa Moyo, por ejemplo, culpan a los países occidentales de prolongar la pobreza en África a través de la ayuda enviada a los corruptos líderes del continente, ya que ayudan a sostener dictaduras represivas y malas políticas económicas al tiempo que desplazan y marginan a las instituciones indígenas locales, claves para el futuro desarrollo económico de la región.
Efectivamente, los datos demuestran que los países desarrollados han enviado de forma continuada considerables cantidades de fondos de AOD a países liderados por algunos de los peores dictadores del mundo, tales como la Zimbabwe de Mugabe o el Sudán de Omar al-Bashir, sosteniendo financieramente a regímenes corruptos, violentos y represivos que, además, han utilizado una parte significativa de ese dinero para financiar gasto militar.
No obstante, debe matizarse que no toda la ayuda es igual, y que en ocasiones sirve a fines útiles para los pobres. Así lo constatan algunos programas específicos que, por ejemplo, han conseguido procurar alimentos o medicinas a niños y mejores condiciones de salud e higiene (como agua potable) a pobladores de comunidades muy pobres.
Asimismo, es cierto que el recorte en el presupuesto para cooperación al desarrollo puede acarrear consecuencias negativas sobre las personas que se beneficiaban de proyectos concretos. Por ello, es importante seleccionar bien las prioridades. Pero, por otra parte, no es menos cierto que estos proyectos pueden generar una dependencia excesiva en los pobres de las dádivas de los demás, algo que es deseable que acabe antes o después para que sean ellos mismos los que tomen las riendas de su futuro.

Justice for Serious Crimes before National Courts

Uganda’s International Crimes Division. Human Rights Watch.





This 29-page briefing paper provides a snapshot of progress from Uganda’s complementarity-related initiative: the International Crimes Division (ICD). The ICD is a division of the High Court with a mandate to prosecute genocide, war crimes, and crimes against humanity, in addition to crimes such as terrorism. Based on research by Human Rights Watch in Uganda in September 2011, this briefing paper analyzes the ICD’s work to date, the obstacles it has encountered, and challenges both for the future work of the ICD and for national accountability efforts more broadly.


Download the full report (PDF, 328.2 KB)

“WAITING HERE FOR DEATH”

Displacement and “Villagization” in Ethiopia’s Gambella Region.


The Ethiopian government is forcibly moving tens of thousands of indigenous people in the western Gambella region from their homes to new villages under its “villagization” program. These population transfers are being carried out with no meaningful consultation and no compensation. Despite government promises to provide basic resources and infrastructure, the new villages have inadequate food, agricultural support, and health and

education facilities. Relocations have been marked by threats and assaults, and arbitrary arrest for those who resist the move. The state security forces enforcing the population transfers have been implicated in at least 20 rapes in the past year. Fear and intimidation are widespread among affected populations.

By 2013 the Ethiopian government is planning to resettle 1.5 million people in four regions: Gambella, Afar, Somali, and Benishangul-Gumuz. The process is most advanced in Gambella; relocations started in 2010 and approximately 70,000 people were slated to be moved by the end of 2011. According to the plan of the Gambella regional government, some 45,000 households are to be moved over the three-year life of the plan. Its goals, as stated in the plan, are to provide relocated populations “access to basic socioeconomic infrastructures … and to bring socioeconomic & cultural transformation of the people.” The plan pledges to provide infrastructure to the new villages and assistance to those being relocated to ensure an appropriate transition to secure livelihoods. The plan also states that the movements are voluntary.

Read full report.

La ayuda a África: limpiando conciencias

Domingo Soriano.


Siempre he pensado que uno de los mayores atractivos del socialismo que nos rodea a izquierda y derecha es su capacidad para liberar de preocupaciones a la sociedad. Por eso los gobernantes lanzan de forma constante mensajes del tipo: "Si algo está mal es porque el Gobierno no ha hecho lo suficiente, preparemos un plan para arreglarlo".

De esa manera, los políticos y sus propagandistas pueden mirar a los que pedimos que cesen en su asfixiante intervencionismo con la reprobatoria mirada del que se siente superior moralmente: "Observad, mientras nosotros intentamos arreglar el mundo, vosotros seguís ahí, impasibles ante la miseria de millones de personas".

Esto es fantástico, porque les da más poder y al mismo tiempo limpia la conciencia de sus votantes. Ya no son cómplices del mal que nos rodea, porque han dado su apoyo a aquellos que están intentando solucionar todos los problemas.

En ningún otro campo es esto más claro que en el de la ayuda al desarrollo.

Desde que, en la década de los 60, los países africanos accedieron a la independencia, en Europa y Norteamérica se ha extendido el mensaje de que es necesario ayudar al Continente Negro a salir de su pobreza, que tendría causa en los males del colonialismo occidental. Así, en los últimos cincuenta años se han sucedido las campañas de ayuda, los programas solidarios y las políticas de impulso al crecimiento africano. Pero nada ha dado resultado: África sigue siendo la región más pobre del mundo (algo que no era así hace medio siglo), y la única que se mantiene casi completamente al margen de los beneficios de la globalización.

Con este panorama, era lógico que algunos economistas sensatos comenzasen a atar cabos y se preguntaran si no son precisamente estas políticas, supuestamente solidarias, las culpables de la misérrima situación de la mayoría de los países africanos. Pocos han lanzado este mensaje con la contundencia, claridad y precisión de Dambisa Moyo. Desde que se publicó, hace tres años, su libro Dead Aid (ahora en español bajo el título de Cuando la ayuda es el problema) ha supuesto un auténtico terremoto en uno de los temas más queridos por los políticos biempensantes del mundo desarrollado.

Seguramente nadie más podía haber escrito un libro así sin riesgo de ser aplastado bajo el peso de la corrección política. Dambisa Moyo es africana (de Zambia), de raza negra y, claro, mujer. Y esto también ha sido una ayuda para que la claridad de su argumentación llegue al gran público sin el ruido que acompaña a las habituales descalificaciones ad hominen del progresismo mediático, esos mensajes del tipo: "Aquí tenemos otro neoliberal vendido a las grandes corporaciones".

Su experiencia personal y profesional le sirvió para intuir que detrás de la fachada de la ayuda exterior se escondía el verdadero cáncer de la economía africana. Como demuestra este libro, todos estos años sólo han valido para que Occidente lavara su conciencia ante una realidad dolorosa: en un mundo cada vez más rico, hay zonas que se han estancado en la pobreza. Aunque Moyo reconoce que la mayoría de las personas que piden más dinero para África son bienintencionadas y quieren realmente ayudar, lo cierto es que el resultado final de medio siglo de solidaridad no puede ser más devastador.

Evidentemente, el libro no se apoya sólo en intuiciones y mezcla una catarata de datos con una argumentación sencilla de seguir... y difícil de rebatir para sus enemigos. Desde hace doscientos años, decenas de países han salido de la pobreza, empezando por Inglaterra y EEUU en el siglo XIX y acabando con los tigres asiáticos en las tres últimas décadas. Todos ellos tienen dos cosas en común: no recibieron ningún tipo de ayuda al desarrollo (o sólo en cantidades mínimas) y, en cambio, siguieron con denuedo las políticas capitalistas que ha defendido siempre el liberalismo: integración en las redes internacionales de comercio, respeto a la propiedad privada, una normativa económica clara y no confiscatoria, respeto a la libertad empresarial... Mientras, los países africanos han vivido desde su independencia inmersos en el intervencionismo, con numerosos dictadores y políticos populistas, y de espaldas a la globalización que se expandía por el mundo.

En todo este proceso, la ayuda exterior no sólo no ha sido positiva, sino que ha ayudado a agravar los problemas africanos. Como explica Moyo, un Gobierno que recibe miles de millones de dólares en ayuda del exterior es un objetivo mucho más deseado para cualquier golpista o político corrupto. Así pues, Occidente mantiene desde hace décadas una política de envío de fondos que alienta la corrupción y los regímenes totalitarios, mientras al mismo tiempo cierra sus fronteras a los productos africanos. Es justo lo contrario de lo que sacó a los países europeos o norteamericanos de la pobreza.
El mensaje que llega a los habitantes de aquel desdichado continente es que no se merecen que les compremos sus productos, sino sólo nuestra caridad. No dejamos que desarrollen sus industrias, pero les inundamos con nuestras limosnas. Les decimos que no están preparados para el capitalismo que a nosotros nos hizo ricos. El resultado es que, después de haber desembolsado en África el equivalente a diez Planes Marshall, Zambia tiene una renta per cápita que no llega a los 1.600 dólares.
Afortunadamente, Moyo asegura que todavía hay esperanza. En los últimos años varios países africanos están creciendo de forma constante; algunos, incluso, se están aproximando a los países en vías de desarrollo: curiosamente, o no, son los que aplican las recetas que ofrece Cuando la ayuda es un problema: más mercado, menos Gobierno, apertura al exterior. Uno de ellos es Botsuana, que ya ronda los 14.000 dólares per cápita (en paridad de poder adquisitivo).

Para que este ejemplo se extienda hay que romper con muchas inercias, convencer a mucha gente de que lo hecho hasta ahora no ha funcionado y lograr que los votantes occidentales asuman que los africanos abandonarán la pobreza sólo si siguen los mismos derroteros que seguimos nosotros. No será sencillo, pero puede lograrse. Luego, habrá que forzar a los políticos de Europa y Norteamérica a abandonar sus grandilocuentes planes y olvidar esas grandes cumbres en las que se reúnen con el objetivo de ayudar a los pobrecitos africanos. Esto, me temo, será muy complicado, por muy convincente que sea este libro de Dambisa Moyo.

DAMBISA MOYO: CUANDO LA AYUDA ES EL PROBLEMA. Gota a Gota (Madrid), 2011.

Magatte Wade: África no necesita 500.000 cooperantes sino "500.000 empresarios"

Entrevista a Michael Strong y Magatte Wade. Por Ángel Martín.


Debe de haber pocas parejas más interesantes y creativas como la formada por Michael Strong y Magatte Wade, a quienes Libre Mercado entrevista en exclusiva en dos entregas. En la primera nos centramos en la realidad de la pobreza, sus causas y cómo los países pueden abandonarla.
Magatte se autodefine como aventurera cultural y creadora. Es originaria de Senegal y ha fundado dos empresas con las que pretende ayudar a su población natal, además de participar en diversos medios como The Huffington Post. Fue nombrada por la revista Forbes entre las 20 mujeres más influyentes de África, y recientemente BBC Newspublicó un reportaje sobre ella.
Por su parte, Michael es CEO de Freedom Lights Our World (FLOW), autor principal de Be the Solution: How Entrepreneurs and Conscious Capitalists Can Solve All the World’s Problems, y un pensador pionero e innovador en materia educativa, así como emprendedor de este sector. Es, además, miembro del Free Cities Institute de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala. Sobre este tema le preguntamos en primer lugar.
Pregunta (P): Free Cities Institute defiende la creación de ciudades libres a lo largo y ancho del globo. Honduraspuede ser el primer país que lo ponga en marcha. ¿Por qué las "ciudades libres" son importantes, y cómo ve el proyecto hondureño?
Respuesta (R): La prosperidad depende, esencialmente, del sistema legal de una nación. Todos estamos familiarizados con el hecho de que Corea del Sur es mucho más rica que Corea del Norte, y que Alemania Occidental era más rica que Alemania del Este, a pesar de tener exactamente la misma cultura. Mientras que mucha gente ha intentado mejorar los sistemas legales de los países pobres a través de reformas legislativas graduales, esto ha sido muy complicado, transformar todo un sistema legal mediante cambios de una en una ley.
Tengo gran admiración hacia los hondureños que diseñaron y aprobaron la legislación que autoriza las Regiones Especiales de Desarrollo (REDs). Se dieron cuenta de que es improbable que Honduras escape de la pobreza por medio de reformas legislativas graduales, y por ello decidieron permitir la creación de REDs con sistemas legales autónomos. Aunque todavía hay cierta incertidumbre respecto a la implementación final del sistema de RED, mis colegas y yo estamos en contacto con los promotores del proyecto hondureño y están muy receptivos a nuestras preocupaciones.
En particular, para atraer inversión a Honduras y crear empleo, necesitamos tener un nivel de confianza muy alto de que las REDs tendrán un sistema legal de primera categoría que no se corromperá en los años próximos.
P: ¿Cómo surgió este interés en la creación empresarial de sistemas legales?
R: Llegué a interesarme en este tema después de estudiar cómo Dubai creó el Centro Financiero Internacional de Dubai (DIFC con sus siglas en inglés). Dubai quería crear un centro financiero de primera categoría a nivel mundial, pero sabía que la Sharia (ley islámica) que impera en los Emiratos Árabes Unidos no les permitiría alcanzar ese objetivo.
Por eso autorizaron la creación del DIFC en una región desértica de 110 acres (cerca de 45 hectáreas). Desde la autorización en 2003, este pedazo de tierra estéril se ha convertido en el decimosexto centro financiero más importante del mundo, atrayendo con éxito miles de millones en inversión extranjera directa por parte de las firmas financieras más grandes del globo.
Dado que mi mujer, Magatte Wade, es de Senegal, ya era plenamente consciente de la necesidad de conseguir mejores sistemas legales para crear prosperidad en Senegal. Ella y yo hemos estado promoviendo el concepto de la creación empresarial de una Ciudad Libre en Senegal desde hace varios años. Cuando les digo a los senegaleses de que con un marco legal adecuado podrían llegar a ser más prósperos que Francia en un plazo de 30 ó 40 años empiezan a interesarse por esta cuestión.
P: Magatte, como persona que nació, creció y sigue muy vinculada a Senegal, ¿cuál es su impresión acerca de por qué África es tan pobre?
R: Intentar hacer negocios en Senegal, así como en gran parte de África, es una odisea. Es excepcionalmente difícil conseguir hacer cualquier cosa. Por ejemplo, puede costar meses conseguir tener electricidad en funcionamiento, a no ser que des “regalos” a la gente adecuada.
Otro ejemplo de esto es el hecho de que la policía de tráfico para constantemente los coches de forma aleatoria. Salvo que uno tenga los papeles de su coche a la perfección, uno tiene que pagar a la policía una cantidad para continuar el trayecto. Dado que mantener estos papeles en regla requiere muchos días de largas esperas en colas, la mayoría de la gente, simplemente, prefiere pagar a la policía un dólar cada vez que les paran, para poder continuar.
Multiplique estos problemas por mil y se puede hacer una idea de lo que es hacer negocios en África. Hay que tener en cuenta que todo fabricante y proveedor de servicios necesita saltar obstáculos similares. Entonces, uno se percata de por qué tenemos tan poca actividad manufacturera o de servicios profesionales.
Debido a esta burocracia sin sentido y a la regulación excesiva, la inmensa mayoría de africanos trabajan en la economía informal. Por eso no pueden conseguir préstamos bancarios, seguros, ni protección legal para cualquiera de sus actividades. La economía informal funciona, a su propia manera, pero impide al africano medio crear empresas que puedan ser exitosas y crecer para poder aprovechar las economías de escala y ganar en eficiencia.
En los Estados Unidos, al igual que en África, casi todo el mundo tiene un empresario en la familia. La diferencia crucial es que los empresarios americanos pueden conseguir préstamos, su propiedad está protegida por la ley, pueden estar asegurados, y si su compañía crece pueden acceder a mercados de capitales desarrollados. Nada de esto está disponible para los africanos.
P: Ahora usted es empresaria con un fuerte compromiso hacia sus conciudadanos senegaleses. ¿Qué proyectos empresariales ha creado o tiene en marcha y cuál ha sido su impacto sobre Senegal?
R: Con mi primera empresa, Adina World Beverages, reactivé la industria del hibisco (un género de plantas que proliferan en Senegal). En un viaje a mi país natal descubrí que el bissap, la tradicional bebida senegalesa hecha de hibisco, estaba siendo reemplazado por la Coca-Cola y la Fanta. Me puse furiosa, y entonces me di cuenta de que solo cuando las tradiciones de Senegal fueran respetadas en Occidente, los senegaleses volverían a respetar su propia cultura.
Por ello creé Adina, para comercializar en los Estados Unidos bebidas de hibisco procedentes de mi país. Cuando empecé, este tipo de bebida estaba casi muerto, pero después de trabajar con socios en Senegal y de la Universidad de Rutgers conseguimos hacer resurgir una industria de hibisco orgánico en Senegal que ahora emplea a más de 4.000 mujeres.
Actualmente, estoy trabajando en mi segunda empresa, Tiossano, que está comercializando en el mercado estadounidense productos para el cuidado de la piel basados en recetas tradicionales de Senegal. Mi objetivo es crear una cadena de suministro completa localizada en Senegal y, en última instancia, crear miles de empleos.
Para la fase de prueba del concepto estamos fabricando en EEUU, pero tan pronto como me pueda permitir crear la infraestructura para hacerlo en Senegal desplazaremos la producción allí. También estoy dedicando el 50% de los beneficios de Tiossano para contribuir a impulsar una educación innovadora en Senegal, basada en el trabajo de mi marido, Michael Strong.
P: ¿Qué pueden hacer los países desarrollados para ayudar a los más pobres? ¿Qué recomendaría a los individuos que quieren el bien para África?
R: Lo más importante que puede hacerse es que los individuos compren productos de calidad hechos en África y que inviertan en empresarios y compañías africanas. El capitalismo es el único camino para crear prosperidad, y África necesita urgentemente más capitalismo. La gente también puede apoyar el movimiento de las Ciudades Libres como estrategia para crear lugares con sistemas legales de alta calidad.
Por el contrario, no deberían apoyar la ayuda externa de gobierno a gobierno, dado que la mayor parte de ella va a mantener el mismo viejo sistema corrupto. Respecto a las ONGs, mientras que siento gran respeto hacia las que se dedican a la ayuda humanitaria urgente, no me convence el desempeño de la mayoría de ONGs en África.
Con frecuencia, éstas pagan a jóvenes incompetentes, pero idealistas, de países desarrollados para decir a nuestra gente lo que tiene que hacer. Consiste más en hacer que los donantes y jóvenes idealistas se sientan bien con ellos mismos que en beneficiar a nuestros países y a nuestra población. Salvo que las ONGs sean o estrictamente humanitarias o verdaderamente efectivas a la hora de ayudarnos a construir negocios reales preferiría que se fueran.
En un momento dado calculé que había alrededor de 500.000 cooperantes en África. Si tuviéramos 500.000 empresarios, cada uno con los 100.000 dólares de capital que, probablemente, absorban anualmente cada uno de los cooperantes, estaríamos mucho mejor.
P: En sus escritos enfatizan la importancia de los empresarios. ¿Por qué son tan importantes para salir de la pobreza y desarrollarse?
R: Todo el progreso tiene lugar a través de la destrucción creativa. Si las nuevas empresas no echaran del mercado a las viejas, habríamos estado atascados con las mismas cosas que teníamos hace cien o doscientos años atrás.
Michael y yo visitamos Ruanda, uno de los países más pobres de la tierra, hace un par de años. ¿Sabe qué? Todavía se dedican a la agricultura de subsistencia a lo largo y ancho del país, haciendo casi lo mismo que hacían hace mil años atrás, excepto porque ahora tienen azadas de hierro y algunos de ellos tienen bicicletas para llevar los bienes al mercado.
¿Qué necesitan en Ruanda? Empresarios que creen empleos industriales de forma que puedan abandonar la vida agrícola para mejorar su condición. En lugar de cultivar patatas y maíz para comer lo suficiente para sobrevivir, necesitan cultivar café, té, y aceites esenciales para la exportación, además de hacer el máximo posible del procesamiento de estos bienes en el país para beneficiarse de los precios más altos que obtendrían por añadir valor a estas commodities. Ésta es la única forma de que puedan convertirse en un pueblo orgulloso y próspero en el mundo moderno.
P: ¿Y qué deberían hacer los políticos?
R: Los tomadores de decisiones políticas tienen que facilitar a los empresarios las cosas para que hagan su trabajo. Derechos de propiedad seguros, estado de derecho y libertad económica es todo lo que se necesita para generar prosperidad a través de la labor de los empresarios.
Suena muy simple, pero muchos gobiernos de todo el globo no parecen entenderlo y empeoran las cosas. Hong Kong y Singapur eran casi tan pobres como muchos de los países africanos en 1960, y ahora son dos de los lugares más ricos de la tierra, así como dos de los países más libres económicamente.

Africa needs biotech crops


In a strongly worded editorial in Science magazine this week, Calestous Juma, the director of the Agricultural Innovation in Africa program at Harvard's Kennedy School, called for a government-led initiative to introduce biotechnology into Africa. "Major international agencies such as the United Nations have persistently opposed expanding biotechnology to regions most in need of its societal and economic benefits," he wrote.
Genetic modification has had a huge impact on agriculture worldwide. More than 15 million farmers now plant GM crops on almost 370 million acres, boosting yields by 10% to 25%. Despite opponents' fears that the technology would poison people, spread superweeds and entrench corporate monopolies, it's now clear that the new crops have reduced not only hunger but pesticide use, carbon emissions, collateral damage to biodiversity and rain-forest destruction.
Yet, while much of North and South America, Australia and Asia are expanding the use of GM crops, only three African countries have adopted them (a further four are conducting trials). Mr. Juma argues that Africa is the place that most needs a boost from biotech: Many of the continent's farmers cannot afford to buy pesticides, so corn and cotton that are genetically insect-resistant could make a big difference there. Over the past five decades, while Asian yields have quadrupled, African yields have barely budged.
Yet political squeamishness abounds. In an article this week for the Alliance for a Green Revolution in Africa (AGRA), John Kufuor, the former president of Ghana, argued that "Africa's agriculture has been cut off from the scientific advances which have transformed yields in many other parts of the globe"—but he did not mention GM crops. AGRA, whose chairman is former U.N. Secretary-General Kofi Annan, says that the group "does not fund the development of GM crops."
Africa grows a diverse range of crops as staple foods: not just corn, rice and wheat but cassava, yams, black-eyed peas and bananas. Genetic modification has so far focused mainly on the big commercial crops. Ironically, this is because of immensely complex biosafety regulations demanded by environmental pressure groups in the West, which don't apply to crop varieties produced by other means, including mutation by irradiation.
Only big firms can afford this ordeal by red tape, and only for big crops. The pioneering Swiss biologist Ingo Potrykus, who has watched his not-for-profit invention of vitamin-enhanced "golden rice" tied up for 13 years by regulatory procrastination, is no longer in the mood to mince words. He recently wrote that he holds "the regulation of genetic engineering responsible for the death and blindness of thousands of children and young mothers."
Biotechnology's potential in Africa is illustrated by the case of the black-eyed pea, a crop that is attacked by an insect called the Maruca pod borer, which causes $300 million in annual losses to small-scale farmers there and can be controlled only with expensive pesticides that many cannot afford. A university in Nigeria has developed an insect-resistant GM black-eyed pea, but Nigeria does not allow the commercial use of GM crops.
In Uganda, where people often eat three times their body weight in bananas a year, a GM banana that is resistant to a bacterial wilt disease, which causes $500 million in annual losses and cannot be treated with pesticides, is being tested behind high security fences. The fences are there not to keep out anti-GM protesters, as in the West, but to keep out local farmers keen to grow the new crop.
"By creating institutions such as the Convention on Biological Diversity that seek to smother biotechnology at birth," Calestous Juma tells me, "sections of the U.N. are no more than the Pontius Pilate of innovation."

Children Mining Gold in Mali


At least 20,000 children work in Malian artisanal gold mines under extremely harsh and dangerous conditions. These children literally risk life and limb. They carry loads heavier than their own weight, climb into unstable shafts, and touch and inhale mercury, one of the most toxic substances on earth. Courtesy NBC Rock Center.

Nourishing Bourgeois Culture

By Don Boudreaux.

Like too many western aid experts, Samuel Loewenberg misses the fundamental reason famines still ravage developing countries (“The Famine Next Time,” Nov. 27).

The reason isn’t drought. Yuma, Arizona, gets vanishingly little rainfall, yet denizens of that city aren’t ever threatened with starvation.

Nor is the reason a lack of Well-Researched Plans designed and implemented by Smart and Caring Experts. Yuma is amply supplied with food not through the efforts of intrepid bureaucrats but, instead, through the profit-seeking of restaurants such as McDonalds, retailers such as Wal-Mart, distributors such as Sysco, processors such as Kraft, and thousands of farmers and ranchers – each helped by additional thousands of producers of machinery, fertilizers, packaging materials, and the like – all responding to market prices.

Nor is the reason even the inadequacy of roads: that inadequacy is a consequence of what ails Africa, not a cause.

The bouts of famine that still haunt Africa were routine throughout history and the globe. These were ended only when, only where, and only to the extent that bourgeois culture and its adornments – chiefly, reasonably free entrepreneurial markets – flourished. To recognize this fact is to rob western busybodies of sexy agendas; but it is also to point the only way toward real prosperity for Africans.

The end of foreign aid. Tony Blair

Fifty years ago, the scene in Busan, South Korea, would have been a familiar image of international aid: sacks of grain stacked precariously on a crumbling dockside. The backdrop would have been a country emerging from war and dependent on outside assistance to meet the most basic needs. But when national and development leaders gather in Busan this week to discuss the future of aid, they will see a very different place: the fifth-busiest commercial port in the world, transporting advanced technologies around the globe. This, writ small, is the Korean miracle — the transformation of a country from aid-dependent to aid donor.

The international goal must be to make sure many more countries are transformed. This will require building on the success of aid, broadening our thinking beyond aid to strengthen states and markets, and developing a new set of global relationships to tackle global issues. Each challenge is, of course, hard in itself — but they are also clear and achievable. I believe that within a generation no country need be dependent on aid. This matters around the world but especially to Africa, the continent most dependent on aid and a focus of my own work.

Things are already moving in the right direction. While the West has experienced a decade of sluggish growth, emerging economies have taken up the slack — 19 economies, including eight in sub-Saharan Africa, more than doubled in size from 2000 to 2010. Meanwhile, health and education are improving. In just one example, 10 times more people were receiving treatment for HIV-AIDS from 2003 to 2008 than was the case a decade earlier. And while the Arab Spring has rightly received the world’s attention, the steady political change south of the Sahara could be as significant in the long term. In the 1980s there were three truly free elections in sub-Saharan Africa. In the past decade there were 25. A new generation of democratically elected leaders is emerging, eager to take their countries forward.

Continue reading in RdP.

Africa Needs Growth, Not Pity and Big Plans. Matt Ridley


Bill Gates likes my book "The Rational Optimist." Really, he does. Even though he dislikes my points about Africa and climate change, these take up, as he notes, just one chapter. The rest he summarizes fairly and intelligently, and I appreciate that. It's great for an author when anybody reviews a book "well" in both senses of the word.

It is worth explaining why I chose Africa and climate change as the "two great pessimisms of today." The answer is simple: Whenever I speak about optimism and someone in the audience protests, "But surely you cannot think that we can ever solve..." the subjects that most frequently cross their lips next are African poverty and global warming. Mr. Gates also mentions potential threats from super-intelligent computers and pandemics. Maybe he is right to worry about them, but I have yet to be persuaded that either is more than a small risk.

Mr. Gates dislikes my comments on climate change, which I think will be less damaging than official forecasts predict, while the policies designed to combat climate change will be more damaging than their supporters recognize. I argue that if we rush into low-carbon technologies too soon, because we think the problem is more urgent than it is, we risk doing real harm to ecosystems as well as human living standards?as the biofuel fiasco all too graphically illustrates. The rush to turn American corn into ethanol instead of food has contributed to spikes in world food prices and real hunger, while the rush to grow biodiesel for Europe has encouraged the destruction of orangutan habitat in Borneo.


Read full in TWSJ.