Analizo el artículo de Josep Ramoneda, del día 7 de diciembre, publicado en El País. En rojo y entre corchetes mis comentarios para que se distingan de las palabras de don Josep:
En servil cumplimiento de órdenes superiores, en agosto de 2011, el presidente Zapatero y Rajoy, líder de la oposición [servil viene de siervos y no creo que el adjetivo se le pueda aplicar a Zapatero y Rajoy, quienes juntos representaban unos 23.5 millones de votos], perpetraron [este verbo está relacionado con la comisión de un delito. Ya sabemos que a don Josep no le gustó la decisión y además le pareció un delito] una reforma del artículo 135 de la Constitución, burlando la soberanía popular [¿burlando? Los ciudadanos eligen a sus dirigentes para que tomen decisiones como éstas, y si no gustan a la mayoría es tan fácil como elegir a unos nuevos partidos, u otros representantes de los mismos partidos, que revoquen esa decisión. Pero calificar de burla lo que hicieron PP y PSOE sí es una burla]. PP y PSOE constitucionalizaron la limitación del déficit del Estado y otorgaron prioridad a los acreedores a la hora de cobrar, por delante de las necesidades básicas de los españoles [ésta es el parte que me ha impulsado a escribir esta entrada. O sea que limitar al Estado para que no gaste más de lo que ingresa y pagar a la gente a la que el Estado debe dinero es malo. Luego escribe sobre las necesidades básicas. Da miedo preguntar qué entenderá este hombre por tales necesidades. No hay mejor manera de que los españoles estén bien que reducir la deuda, evitando el déficit, y pagar a los acreedores para que nos presten a un tipo de interés razonable en caso de pedirlo. Recordemos que gran parte de la deuda hay que refinanciarla año a año]. Pedro Sánchez ha rescatado para el debate público este momento estelar del pactismo bipartidista, ejemplo insuperable de la democracia invertida en que vivimos y de la crisis moral que la acompaña [¡con un par! ¿democracia invertida? O sea que un acuerdo entre los dos partidos más votados, repito 23.5 millones de votos, es democracia invertida. Y luego añade lo de crisis moral. Creo que la crisis moral en España se debe a personas como don Josep que escriben en periódicos importantes y que creen que sus ideas y maneras de ver el mundo les da derecho a decidir lo que es democráticamente invertido, sea lo que sea eso].
La democracia está cabeza abajo [o quizá usted don Josep]. Los Gobiernos viven pendientes cada día de las exigencias de los mercados que les financian [nadie les obliga a financiarse en los mercados. Pero, un momento, si antes estaba contra el déficit don Josep y ahora se quiere financiar. Una explicación simple para desubicados: si gastas más de lo que ingresas tienes que pedir prestado para pagar. Se pide prestado a los mercados. Y si los mercados te exigen una serie de condiciones hay que cumplirlas, sino no te prestan. Me encantaría ser un deudor de don Josep, lo que nos íbamos a reír juntos] y sólo cada cuatro años se preocupan de los ciudadanos, a los que les piden, con promesas imposibles [aquí le tengo que dar la razón. La gente se lo cree todo. Incluso las mentiras de Podemos. Pero es tan culpable el que engaña como el que se deja engañar], un voto que asumen como un cheque en blanco. Me decía Belén Barreiro que un 54% de los ciudadanos españoles creen que han bajado de clase social [¿aún hay clases sociales? Por favor, que me digan en la que estoy] con esta crisis. Y, sin embargo, la desigualdad no está en la agenda política del Gobierno [tremenda frase. Aunque no quiere decir nada. Absolutamente nada. Demagogia].
La impostura [su artículo, don Josep, sí que es un engaño] del artículo 135, es una prueba más de la doctrina que funda la acción de nuestros Gobiernos, que, como escribe Tzvetan Todorov, “postula, a la vez, que los intereses económicos deben primar sobre nuestras necesidades sociales y que el ser humano es autosuficiente. Y en mundo en que la satisfacción de los individuos es el único valor compartido, no hay lugar para la moral: esta empieza por la toma en consideración de la existencia de los otros”. Si a la ciudadanía sólo se le reconoce un papel de acompañamiento, si se reduce el ciudadano a su estricta condición económica, todo lo demás se da por añadidura: la bunkerización del sistema político en el bipartidismo cerrado y la corrupción, bajo el principio de que todo tiene un precio [¿ha escrito don Josep este artículo gratis? Es tan amplia la economía que podríamos decir que abarca casi todo lo que atañe a la vida del ser humano. Pensar que puede ser peyorativo el término es estar muy perdido, don Josep]. Los partidos se comportan con la corrupción como los curas ante la pederastia: la defensa de la reputación del grupo pasa por encima de la persecución del crimen [Y la declaración de culpabilidad antes de que ni se haya iniciado el juicio, deporte nacional en España, extiende sobre otros el halo fétido de la sospecha, haciendo de la corrupción una caza de brujas].
La corrupción es el icono de la crisis del sistema democrático, por efecto de un modo de gobernabilidad en que la política está condenada a un papel subalterno. Para afrontar la corrupción no se necesitan leyes si no recursos, como han dicho los jueces. Pero los Gobiernos se resisten a darlos. Combatir la corrupción pasa por la asunción de responsabilidades y, en un sistema tan jerarquizado, éstas corresponden al jefe máximo [¡toma ya! O sea que la responsabilidad individual no existe para don Josep. O sea que cuando un redactor de El País cometa un delito el director de El País a la cárcel. ¡Vaya tontería!]. Pero sobre todo requiere un cambio cultural, una desmitificación de las verdades del momento, que Zygmunt Bauman enumera así: que el crecimiento es la base del bienestar; que un consumo en constante aumento favorece el deseo y la felicidad; que la desigualdad es natural; y que la competencia es condición suficiente para la justicia social. La política ha de recuperar el mando. A los que la reivindican como un derecho de todos les llaman populistas. Si al animal político (el ser humano) le quitamos la política sólo queda el animal [redoble de tambores para este final inefable].