Lecturas interesantes 13 de marzo de 2011

Arcadi Espada escribe sobre el ipad2.

Los únicos problemas serios del primer iPad tenían que ver con la lentitud y una cierta falta de ligereza. Y con las ditadas: para las que la Cosa promete soluciones. Aparte de estos problemas, que se aminoran en la nueva versión, suena la vieja carraca de siempre, que si usb, flash, ranuras y otras coñas. Como si los androides no estuvieran ya al servicio de la carraca. Impera, claro está, la puerilidad, y sus exigencias malcriadas: les gustaría apple si degenerase. La única exigencia con sentido a los ingenieros de Apple es que creen una pantalla que pueda ser leída al sol y a la luna. Aún no han sabido hacerla.

Pero mejor que vayan lentos, desde luego. El grave problema del iPad 2 es la distancia sideral que hay entre esa tecnología y los contenidos. Si hay que reprochar la falta de novedades que no miren al hardware: que los niños giren la vista hacia editoriales, periódicos, revistas, restaurantes, clínicas, universidades, ministerios, etcétera, etcétera, y les reclamen lo que falta. Software. En el que sólo despuntan, por cierto, juegos de mesa y cama.

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Arcadi escribe sobre la reducción de la velocidad máxima a 110 km/h.

La mayoría de los ciudadanos está de acuerdo en que reducir la velocidad reduce los accidentes graves. Otra cosa es que prefiera correr ese riesgo en beneficio del placer de la velocidad y el cumplimiento de las urgencias. El ciudadano no actúa en términos meramente aritméticos: «reducir los accidentes» no quiere decir «reducir mi accidente». Por el contrario «reducir la velocidad» sí es, automáticamente, «reducir mi velocidad». Es en este intersticio entre los intereses individuales y colectivos donde actúa —difícilmente— un gobierno.

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Carlos Rodríguez Braun escribe sobre la productividad y los salarios.

Otros disparate señero es la necesidad de que los gobiernos hagan que los salarios se ajusten a la productividad. Lo que hacen los gobiernos es lo contrario, es subirlos más que la productividad, lo que se traduce en la criatura política progresista por excelencia: el paro. El ajuste entre productividad y salarios es, en realidad, consecuencia inevitable de la contratación libre. Para conseguir este tan ansiado objetivo, crucial para el logro del crecimiento de la economía y el empleo, los políticos tienen que hacer algo aparentemente fácil pero para ellos casi imposible: dejarnos en paz.

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Carlos Rodríguez Braun escribe sobre la ONU.

A ver, adivina adivinanza: ¿qué pensaba la ONU sobre los derechos humanos en Libia el pasado enero? Pues sí, claro que sí: pensaba que todo iba de cine. Las delegaciones nacionales de dicho consejo alabaron “el compromiso del país en defensa de los derechos humanos”. Dirá usted: en esa basura burocrática están países como Cuba y Corea del Norte, atroces dictaduras comunistas que naturalmente simpatizan con el delirante tripolitano. Diré yo: el sólo hecho de que estén ya es revelador. Pero, como apuntó el “Wall Street Journal”, los supuestos progresos libios fueron aplaudidos también por Australia, Canadá o incluso Polonia, que algo conoce de dictaduras opresivas. Si esto no es una farsa, que venga Dios y lo vea.


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Carlos Rodríguez Braun escribe sobre la riqueza.



Primero, los ricos. Es verdad que cada vez hay más ricos y que cada vez son más ricos. Pero la pregunta es: ¿dónde está el problema? ¿qué hay en ese fenómeno que deba impulsarnos al desengaño o la rebelión? Nada en absoluto. Nada en la extensión de la riqueza es deplorable, salvo que sea riqueza obtenida fuera del mercado, mediante la coacción o el fraude. Entonces sí. La riqueza de los sátrapas es objetable, la de Gadafi y Fidel Castro sí, pero tengo para mí que cuando los biempensantes lamentan la opulencia no están pensando en políticos sino en empresarios que ganan su dinero en el mercado. En tal caso no sólo no hacen mal a nadie sino que son una ventaja para la comunidad.

Segundo, los pobres. ¿Cómo puede seriamente pensarse que los pobres son cada vez más pobres? En realidad, son proporcionalmente cada vez menos y son cada vez menos pobres. Tal ha sido la realidad de los últimos siglos y en particular del último medio siglo, en donde la prosperidad de indios y chinos ha sacado de la pobreza a cientos de millones de personas. El fenómeno se ha extendido con más o menos fuerza en buena parte del mundo.

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Reportaje sobre Jan Karski testigo del exterminio judío en Polonia que denuncio el exterminio judio durante la Segunda Guerra Mundial.

Siempre recordó cómo, vestido con un traje andrajoso, se adentró un día en la ciudad de la muerte, el gueto de Varsovia, donde los nazis habían confinado a miles de judíos. "No era un cementerio porque los cuerpos se movían, aunque aparte de la piel, los ojos, la voz, no existía nada de humano en esas palpitantes figuras. Por todas partes había hambre, miseria, la atroz pestilencia de cuerpos en descomposición, los lastimeros gemidos de los niños agonizantes, los gritos desesperados de un pueblo que mantenía una espantosa y desigual lucha por la vida". Un infierno creado por el hombre. Los líderes judíos lo dejaron claro: "Los alemanes no intentan esclavizarnos como hacen con otros pueblos, estamos sistemáticamente exterminados. Esa es la diferencia... Creen que exageramos, que somos unos histéricos, pero millones de judíos están condenados al exterminio. Toda la responsabilidad gravita sobre las potencias aliadas". Aquel era el mensaje que debía transmitir al mundo: "La victoria de los aliados en un año, en dos, en tres, no nos servirá de nada porque ya no existiremos". Un grito desesperado.



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María Blanco escribe sobre las mujeres.

Uno de los mayores errores que hemos cometido nunca las mujeres es aceptar la idea de que para combatir la discriminación hay que discriminar. Es como si se propusiese, para combatir la esclavitud, el esclavizar a los amos. Este error, que se ve más claramente cuando se cambia el contexto, es defendido especialmente en un día como hoy, señalado en el calendario como Día Internacional de la Mujer.

(...)

Los enemigos de las mujeres no son los hombres, ni tampoco otras mujeres. Unos y otras funcionamos según los incentivos que hay en nuestra sociedad. Y esos incentivos dependen de los legisladores, los gestores políticos, los jueces... Pero también de quienes votan y quienes nos abstenemos. En el siglo XXI, en un continente que pertenece a lo que se llama "Primer Mundo", con pleno acceso a la Universidad, con las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, ¿vamos a seguir las mujeres comprando el cuento del falso feminismo que nos vende el Estado? La machacona insistencia en la igualdad no hace sino abrir la brecha de la diferencia, pero, además, es una excusa perfecta para que el Estado compre nuestra libertad con la moneda de cambio en la política: la subvención, el privilegio, el cargo...

El día que la mujer se rebelde de verdad contra el verdadero negrero empezaremos a caminar en la buena dirección.

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Entrevista a Jordi Pérez Colomé: ''Decir cosas en cada frase es mucho más difícil que enrollarse''.

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Recuerdo a las víctimas del 11M.