Creo que la alarma debería haberse disparado hace ya bastantes años,
pero en todo caso un partido socialista capaz de considerar como valor
indudable para la sucesión de Zapatero a una profesional del humo como Carme
Chacón, de la que nadie conoce una sola idea, es un partido que da señales de
parálisis.
El abandono de los votantes puede tener muchos motivos. También deben
de haber optado por varias alternativas, muchas de ellas respetables. En todo
caso yo sé cuál ha sido la mía y la razón principal para abandonar el partido
al que he dado mi voto desde la muerte de Franco. Ha de ser un caso frecuente,
así que (excúseme la inmodestia) escribo en nombre de varios centenares de
miles de ciudadanos que han rechazado la imposible candidatura del PSOE. Y la
causa es fácil de resumir: creo que han caído en el más absoluto desconcierto.
Por ejemplo, es de todo punto incomprensible que el presidente de los
socialistas vascos sea Eguiguren, un melifluo valedor de quienes han defendido
el asesinato como arma política. Aún confunde más el que Montilla, promotor del
hundimiento del socialismo catalán, siga en su sillón, mudo, como es lógico.
Los socialistas periféricos descubrieron el nacionalismo y fueron aplaudidos
por la ejecutiva, pero pasarán a ser irrelevantes porque esa opción, a mi
entender inequívocamente derechista, está muy bien representada por los grupos
oligárquicos urbanos y los ruralistas, una unidad que ha funcionado
perfectamente desde el siglo XIX.
No es menos confuso el sur, en donde el nacionalismo aún no ha cuajado
(todo llegará), pero cuyos dirigentes se dedican a la compra de voluntades de
un modo tan evidente que algunos acabarán en el banquillo. Así que mientras los
socialistas catalanes apoyan las muy reaccionarias tesis de que Andalucía les
roba el dinero, los socialistas andaluces se dedican a repartir subvenciones para
ganar votantes.
La contradicción parece que no preocupa a nadie en el partido, pero los
votantes se preguntan qué están votando.
Descontadas las tres regiones hasta aquí mencionadas, el partido
socialista simplemente ha desaparecido del restante mapa español. Algo se habrá
hecho mal, deduce cualquier persona con un gramo de seso, pero luego observa
las secuelas de la debacle y advierte que todo sigue igual, incluido el
indescriptible presidente Zapatero y su corte de aduladores, o el curtido
candidato que ha conseguido hundir las encuestas más pesimistas.
Con la mejor voluntad uno se dice que ese partido no sabe lo que
quiere, excepto mantener el sueldo de sus jerarcas. Y con mala voluntad lo
plantea al revés:siendo así que lo único que les importa a los jerarcas
socialistas es mantener la nómina, no es raro que el caos se haya apoderado de
unas siglas que habían suscitado la esperanza de millones de españoles hace
décadas. ¿Cómo se ha producido un fenómeno tan extraordinario? ¿Cómo puede ser
que le esté sucediendo al PSOE lo que ya le sucedió a la UCD?
Casi todos mis amigos y conocidos, o bien han ocupado cargos en el
partido socialista o bien han sido votantes inquebrantables, exceptuada la
última elección. Durante muchos años hemos hablado, discutido, nos hemos reído
de las meteduras de pata y hemos celebrado los aciertos. Sin embargo, en los
últimos años algo ha cambiado. Ya no era posible hablar libremente. Uno tenía
que ir con cuidado porque los socialistas se ofendían fácilmente, signo
inequívoco de inseguridad. Argumentar no estaba bien visto. En cuanto te
apartabas un poco de la ortodoxia comenzabas a ser mirado de soslayo como un
posible submarino del PP. Y si la diferencia era de gran tamaño, como era
inevitable en Cataluña, no había conversación posible y uno era tachado de
facha sin más transición. Y sin embargo, los disidentes sabíamos que los fachas
eran ellos porque querían aplastar a la disidencia.
La confusión se adueñó de los socialistas a partir del Gobierno
tripartito de Cataluña que significó un giro radical en el ideario histórico:
del internacionalismo se pasó a un nacionalismo derechista. De rebote y por
mantener una imposible coherencia, los socialistas vascos del ramo Eguiguren
comenzaron a coquetear con los de Batasuna y los socialistas gallegos se
compraron una gaita. Por milagro aún no han reivindicado los socialistas
andaluces su, a todas luces, poderosa identidad nacional. A nadie del partido
se le ocurrió que en Italia, país similar a España, pero con contrastes de
identidad mucho mayores, solo la ultraderecha plantea diferencias
"nacionales".
Si a la deriva derechista se añade la política de imagen (y solo de
imagen) que consistió en montar una especie de ONG universal para sumarse a
cualquier manifestación de agravio (o de agravia), en lugar de analizar con
seriedad los problemas de las minorías (por ejemplo, los castellanohablantes de
Cataluña) y considerar su componente de clase (baja) como elemento de
conflicto, el resultado es la convicción de que ese partido derechizado tiene
tan mala conciencia que solo es capaz de políticas pánfilas, pero hipócritas.
Salir de ese pantano no va a ser tarea sencilla, sobre todo cuando han
propiciado el poder omnímodo de un PP que si ahora congela sus extremos
eclesiásticos y se centra, bien puede durar tres legislaturas. La renovación
del PSOE se va a realizar con un horizonte sin estímulos y una travesía tan
larga y triste que difícilmente alguien con talento y voluntad se va a poner al
frente de la empresa. Sucederá lo peor: se impondrá la pereza, la resignación,
la parálisis de quienes controlan el poder burocrático, lo que dará una
oposición gritona y sin convicción.
Medidas serias, como la de obligar a los socialistas catalanes a que
aparten sus manos del pastel nacionalista, o bien, si no, que el PSOE se
presente en Cataluña con sus propias siglas, me parecen imposibles de alcanzar.
Dejar atrás la estúpida dialéctica de "el pueblo contra los
banqueros", que es una aceptable caricatura para Izquierda Unida, pero no
para un partido con ánimo de gobernar, tampoco parece fácil. Justamente una de
las últimas decisiones del Gobierno socialista ha sido la de indultar a un
banquero tramposo sin dar explicaciones. Y esa es otra causa de defección:
exigir a los socialistas con tareas ejecutivas que justifiquen sus actos, que
respondan de sus errores, chapuzas, fracasos y corrupciones, parece una
petición de ingenuo idealismo.
Me parece a mí que estos dirigentes no entienden que las corruptelas y
los desórdenes éticos se dan por descontados en la derecha y no afectan a su
votación, como ha dejado bien claro el caso de Berlusconi, pero la izquierda
debería tener como principios inalterables la honestidad, la cultura, la
educación y la justicia. Algo de eso van a tener que proponer en su refundación
aunque tengan muy pocos candidatos ejemplares.
Pero no van a tener más remedio. Algo que parecen no tomar en
consideración los actuales dirigentes del socialismo español es que los
votantes han cambiado considerablemente desde la época de Felipe, cuya
presencia en estas elecciones, por cierto, nos ha afligido a muchos de sus
antiguos votantes. A los ciudadanos ya no se les puede llevar de la nariz con
un periódico y dos cadenas de televisión. Hay ahora otros instrumentos para
conocer con exactitud lo que están cocinando quienes se presentan como
sacrificados amigos del pueblo.
En su inevitable refundación no estaría mal que los socialistas
comenzaran, por ejemplo, diciendo la verdad sobre su confusa ideología y
aceptando que la guerra fría ya ha terminado. La izquierda necesita otro
lenguaje y nuevos conceptos. Si así lo hicieran, todos se lo agradeceríamos
porque quizá sería posible volver a sentir simpatía por ellos e incluso a lo
mejor recuperaban nuestro respeto, que es la condición imprescindible para
volver a ganar unas elecciones.