Velázquez en el CCCL aniversario de su muerte por Juan J. Luna

Recordando a Velázquez y su pintura.

Destaco:

Paulatinamente supera y desplaza a otros pintores cortesanos, pero lo que determina su evolución es la llegada de Rubens a la corte, en 1628. El famoso autor debió aconsejar a Velázquez en materia pictórica y sobre todo le indicaría la necesidad de un viaje a Italia. Allí irá entre 1629 y 1631; tal estancia le servirá para enriquecer su práctica ampliamente, matizar su manejo del pincel y potenciar su innata sensibilidad. Al regreso, los claroscuros violentos y creadores de volumen de los primeros años han desaparecido para siempre, sustituidos por un nuevo sentido de la luz, difuso y grato, que anticipa sus logros posteriores. No hay más que comparar «Los borrachos» con «La fragua de Vulcano» (ambos cuadros en el Museo del Prado), para advertir la metamorfosis técnica y estética que ha sufrido gracias a la estancia italiana. El clasicismo romano y la brillantez renacentista veneciana le influyen hasta el punto de transformar profundamente su estilo. La década de los treinta es la de su gran avance, que ya no se detendrá en un camino de progresivo perfeccionamiento: es la época de los retratos de la corte, de «La rendición de Breda» (Museo del Prado) y los primeros bufones, entre otras obras maestras de importancia.

Así, comprendiendo que el ojo humano sólo puede apreciar el objeto que enfoca, mientras el entorno en el que no repara su atención se vuelve borroso y se desdibuja, el artista procura plasmar tal situación sobre el lienzo, utilizando un sistema abocetado en las formas, merced a una pincelada suelta, prodigiosamente efectiva; por otra parte, observa que los motivos a ciertas distancias van perdiendo concisión y sus colores se empañan, desapareciendo la brillantez inicial, con lo que la sensación de profundidad puede conseguirse a base de sutiles interpretaciones de la lejanía. Todos estos principios estarán cada vez más patentes en la realización de sus cuadros, hasta culminar en las geniales pinturas del final de su vida, como «Las Meninas» y «Las Hilanderas», en realidad «La fábula de Aracne», en las que la impresión de espacio aparece conseguida de manera tan fluida, sin los habituales recursos geométricos, propios de la perspectiva lineal, que puede hablarse de «perspectiva aérea», en la cual la atmósfera se siente: se nota el aire interpuesto entre los personajes que protagonizan la acción, incluidos en un espacio que tiene toda la apariencia de existir ante el espectador.

A todos los aciertos anteriormente enunciados, Velázquez une un deseo de una exquisita naturalidad en sus composiciones, cuyas masas aparecen perfectamente contrapuestas en aras de alcanzar un equilibrio consciente; no deja nada al azar y retoca y corrige sin cesar...Pero Velázquez no es siempre un innovador absoluto sino que, llevado por su deseo de perfección, estudia, reconoce y emplea en ocasiones motivos ajenos tanto de las grandes escuelas de pintura precedentes y coetáneas, como de grabados, a fin de obtener por medio de la asimilación e interpretación de todo ello, la visión de totalidad plena y exacta que desea para cada asunto; en consecuencia, lo que ante el espectador aparenta fácil y sencillo, posee un trasfondo medido, a veces resultado de un largo proceso intelectual, que ha tenido en cuenta múltiples aspectos finamente elaborados hasta lograr la categoría indudable de obra maestra.



ARTÍCULO:

EN el día de hoy se conmemora el fallecimiento, acaecido en Madrid el 6 de agosto de 1660, del gran pintor, español y universal, después de una corta enfermedad. Diego Rodríguez de Silva y Velázquez —puesto que éste es el nombre del genio— nació en Sevilla en 1599 y vivió allí su infancia y adolescencia antes de trasladarse a Madrid.

Autorretrato de Velázquez en Las Meninas

Curiosamente, se trata de una figura que está de permanente actualidad; la aparición de una nueva obra suya levanta pasiones, entraña controversias de científicos y suscita opiniones dispares, tal es el interés de todo lo que afecta a aquel autor, de no muy extensa ejecutoria, de quien el poeta Alberti dijo:

«En tu mano un cincel

pincel se hubiera vuelto

pincel, solo pincel,

pájaro suelto».

Porque Velázquez es el pintor por excelencia, cuya mirada portentosa, avivada por sus poderosas dotes de observación al servicio de una mano infalible, detiene la realidad, suspendida para siempre en un instante pleno de vida elocuente.

Su peripecia creativa se encuentra en una auténtica encrucijada pictórica, entre el naturalismo tenebrista de sus primeros años, propio del primer tercio del siglo XVII, y la plenitud barroca de la segunda mitad de la centuria. Es en Sevilla donde se educa y en Madrid, donde madura y alcanza la expresión más depurada de su arte. Comenzó su formación en el taller de Herrera «el Viejo», brevemente, y muy pronto, en 1610, pasó al de Pacheco, quien será su verdadero mentor, con cuya hija Juana se casa en 1617. La subida al trono del joven Felipe IV, en 1621, y la presencia a su lado de un favorito, el todopoderoso Conde-Duque de Olivares, permiten a Velázquez llegar a ser pintor del Rey. Tras un primer viaje a Madrid en 1622, consigue retratar al Monarca al año siguiente, y es creado Pintor de Cámara. A partir de entonces se establece en la capital y comienza una larga carrera de honores y puestos en la corte, ascendiendo progresivamente hasta alcanzar los más altos cargos palatinos y morirá siendo Aposentador Mayor de Palacio. También fue ennoblecido, entrando en la Orden de Santiago, merced a la protección del Rey, quien se la dispensó toda su vida, lo que aparte del privilegio de la amistad con el soberano, le facilitó un trabajo artístico en completa libertad, sin tener que verse obligado a soportar las limitaciones que imponían la clientela eclesiástica o aristocrática.

El papel que desempeña Velázquez en el ámbito de la propia pintura es único y renovador, tanto en el campo de la técnica, como en el de la visualización de la obra artística. A su natural disposición, unió los consejos de un maestro y protector Pacheco, quien, convencido del talento del discípulo, procuró facilitarle el ejercicio de su arte en lugar de condicionar sus naturales aptitudes. Así, el joven artista pasará de una primera fase naturalista, la etapa sevillana en la que sigue conceptos tenebristas —tanto en la ejecución como en los asuntos populares y cotidianos—, a otro momento distinto, influido por el ambiente de la corte madrileña. Sin abandonar el sentido realista, lo diversifica e infunde nueva vida al contacto con las espléndidas muestras de pintura de las diferentes escuelas europeas que formaban las Colecciones Reales.

Además se relaciona con el mundo aristocrático de Madrid, se desenvuelve en una atmósfera más distinguida y el trato con Felipe IV, a quien efigia, le muestra otros horizontes e incluso le obliga a replantearse sus métodos. Paulatinamente supera y desplaza a otros pintores cortesanos, pero lo que determina su evolución es la llegada de Rubens a la corte, en 1628. El famoso autor debió aconsejar a Velázquez en materia pictórica y sobre todo le indicaría la necesidad de un viaje a Italia. Allí irá entre 1629 y 1631; tal estancia le servirá para enriquecer su práctica ampliamente, matizar su manejo del pincel y potenciar su innata sensibilidad. Al regreso, los claroscuros violentos y creadores de volumen de los primeros años han desaparecido para siempre, sustituidos por un nuevo sentido de la luz, difuso y grato, que anticipa sus logros posteriores. No hay más que comparar «Los borrachos» con «La fragua de Vulcano» (ambos cuadros en el Museo del Prado), para advertir la metamorfosis técnica y estética que ha sufrido gracias a la estancia italiana. El clasicismo romano y la brillantez renacentista veneciana le influyen hasta el punto de transformar profundamente su estilo. La década de los treinta es la de su gran avance, que ya no se detendrá en un camino de progresivo perfeccionamiento: es la época de los retratos de la corte, de «La rendición de Breda» (Museo del Prado) y los primeros bufones, entre otras obras maestras de importancia.

A partir de estos años, el mundo circundante se ve expresado por la magia velazqueña como una permanente relación de cromatismo e iluminación sabiamente compensados, alcanzando la creación del espacio mediante el estudio de la luz y la captación de los más afinados efectos ópticos. Así, comprendiendo que el ojo humano sólo puede apreciar el objeto que enfoca, mientras el entorno en el que no repara su atención se vuelve borroso y se desdibuja, el artista procura plasmar tal situación sobre el lienzo, utilizando un sistema abocetado en las formas, merced a una pincelada suelta, prodigiosamente efectiva; por otra parte, observa que los motivos a ciertas distancias van perdiendo concisión y sus colores se empañan, desapareciendo la brillantez inicial, con lo que la sensación de profundidad puede conseguirse a base de sutiles interpretaciones de la lejanía. Todos estos principios estarán cada vez más patentes en la realización de sus cuadros, hasta culminar en las geniales pinturas del final de su vida, como «Las Meninas» y «Las Hilanderas», en realidad «La fábula de Aracne», en las que la impresión de espacio aparece conseguida de manera tan fluida, sin los habituales recursos geométricos, propios de la perspectiva lineal, que puede hablarse de «perspectiva aérea», en la cual la atmósfera se siente: se nota el aire interpuesto entre los personajes que protagonizan la acción, incluidos en un espacio que tiene toda la apariencia de existir ante el espectador.

En los años cuarenta, Velázquez, cada vez más ocupado en el mundo cortesano, en razón de sus cargos, colabora en la decoración del Alcázar de Madrid y de nuevo viaja a Italia a fin de adquirir lienzos y esculturas, e incluso contratar probablemente pintores decoradores al fresco. Estará entre 1649 y 1651. Al regreso, realiza sus últimos grandes retratos —en Roma ha pintado a su servidor «Juan de Pareja» (Metropolitan Museum, Nueva York) y al «Papa Inocencio X» (Galería Doria Pamphili, Roma), obras ambas auténticamente maestras— y las, ya aludidas, composiciones más espectaculares y famosas, hoy en el Prado. Velázquez muere a los sesenta y un años de edad, a la vuelta de sus trabajos en Fuenterrabía, como alto funcionario cortesano, con motivo de la boda entre Luis XIV y María Teresa de Austria.

A todos los aciertos anteriormente enunciados, Velázquez une un deseo de una exquisita naturalidad en sus composiciones, cuyas masas aparecen perfectamente contrapuestas en aras de alcanzar un equilibrio consciente; no deja nada al azar y retoca y corrige sin cesar. Algunas de estas correcciones han aflorado sobre las telas con el paso del tiempo y se observan a simple vista; otras se conocen por las radiografías y permiten apreciar hasta qué punto el artista calculaba y transformaba todo hasta conseguir el resultado apetecido. Pero Velázquez no es siempre un innovador absoluto sino que, llevado por su deseo de perfección, estudia, reconoce y emplea en ocasiones motivos ajenos tanto de las grandes escuelas de pintura precedentes y coetáneas, como de grabados, a fin de obtener por medio de la asimilación e interpretación de todo ello, la visión de totalidad plena y exacta que desea para cada asunto; en consecuencia, lo que ante el espectador aparenta fácil y sencillo, posee un trasfondo medido, a veces resultado de un largo proceso intelectual, que ha tenido en cuenta múltiples aspectos finamente elaborados hasta lograr la categoría indudable de obra maestra.

Retratista de primer orden, profundiza en el espíritu de sus modelos y los eleva con una imponente dignidad ante el favorable juicio de los siglos , inmunes a los dictados de cualquier moda pasajera. Sereno, reservado, discreto y elegante, capta todos los matices del entorno que suscita su atención y con su análisis implacable pero humano, y hasta magnánimo, los traslada al lienzo milagrosamente vivos, quedando por encima de problemas formales y cultivando la belleza intrínseca de los seres y las cosas, que imprimió sobre los lienzos para asombro y deleite de la posteridad.

El Ser Supremo por Arcadi Espada

Arcadi Espada escribe sobre la voluntad del pueblo.

Da en la diana.

Destaco:

O sea, el típico sesgo argumental de la discriminación nacionalista o racista: las personas son juzgadas por lo que son y no por la calidad de los argumentos que despliegan. Lo que a esta hora, sin embargo, más me extraña (esto es «retórica pura», que decía Virgilio) es el silencio del fatuo progresismo español. ¿A qué esperan para lanzarse en degüello sobre el juez que ha osado enmendarle la plana al pueblo? ¿Dónde está esa boca llena de demos (copia)? Hoy sólo la derecha aclama al pueblo. Nada más transversal que el infecto populismo.

Si un hombre no puede estar por encima de la ley, mucho menos va a estarlo el pueblo.


ARTÍCULO:

Miss Maggie Gallagher, dirigente de la National Organization for Marriage, ha dicho que la sentencia del juez Walker sobre la prohibición del matrimonio homosexual en California es la que podía esperarse de “un juez gay”. Y añade: «Ha sustituido el punto de vista de los estadounidenses por el suyo propio.» Ah, ah. ¡Cómo no ver en Miss Gallagher los argumentos del nacionalismo catalán! Unos jueces españoles (unos maricas, vaya, siguiendo la trastienda de Gallagher) usurparon la voluntad del pueblo. No sólo Miss Gallagher: a estas horas ése es el argumento central de la hez sociológica norteamericana: un marica contra el pueblo. Obsérvese, tanto en el caso de los maricas como en el de los españoles, una cuestión superior: cómo la opción sexual o la nacionalidad nubla el entendimiento e impide que la objetividad rija. O sea, el típico sesgo argumental de la discriminación nacionalista o racista: las personas son juzgadas por lo que son y no por la calidad de los argumentos que despliegan. Lo que a esta hora, sin embargo, más me extraña (esto es «retórica pura», que decía Virgilio) es el silencio del fatuo progresismo español. ¿A qué esperan para lanzarse en degüello sobre el juez que ha osado enmendarle la plana al pueblo? ¿Dónde está esa boca llena de demos (copia)? Hoy sólo la derecha aclama al pueblo. Nada más transversal que el infecto populismo.

El caso californiano, como el catalán, arrancan de lo que podría llamarse democracia mayorista, o mejor al por mayor, siguiendo a Julian Baggini, que acuña un concepto parecido en un capítulo de ¿Se creen que somos tontos? (Paidós). Y que añade, recordando que nuestra democracia es representativa para evitar así la tiranía del mayorista: «Si Gran Bretaña funcionase con criterios mayoritarios, la caza del zorro se habría prohibido hace mucho tiempo y jamas se habría abolido la pena capital. En otras palabras, en Gran Bretaña se mataría a más personas pero a menos animales». Una manera excelente de caracterizar las Iniciativas de Legislación Popular, cuya naturaleza perversa es la misma se aplique a zorros, toros, homosexuales o españoles.

Como era previsible, ya está en todos los titulares «la polémica decisión del juez Walker». El lugar del adjetivo es el primer paso de la manipulación. Polémica fue la decisión política que provocó la convocatoria de un referéndum sobre el matrimonio homosexual, descargando de su obligatoria responsabilidad a los gobernantes. Lo que luego ha hecho el juez Walker es cumplir con su función constitucional. Si un hombre no puede estar por encima de la ley, mucho menos va a estarlo el pueblo.

La problemática salida de Iraq por Alberto Piris

Alberto Piris escribe sobre la guerra de Iraq.

Yo prefiero un gobierno que garantice las libertades individuales, y si ese gobierno tiene que venir de una potencia extranjera, bienvenido sea. Lo importante es que las personas seamos libres no quien garantiza eso, de hecho no hay nadie que deba garantizarlo debería de presumirse como el valor en la guerra.

Destaco:

Al final, ¿de qué ha servido todo esto? Ni Sadam Hussein tenía armas de destrucción masiva, ni Iraq había participado en los ataques terroristas contra EEUU en septiembre de 2001, ni la invasión iba a crear una democracia donde solo existía una brutal dictadura de carácter laico (no muy distinta a otras coetáneas), sustituida ahora por un hervidero de odios y rivalidades religiosas. Hubo una embajadora de EEUU en Bagdad que con imprudencia, y probablemente recordando el viejo entendimiento entre los dos países durante la guerra entre Iraq e Irán, contribuyó en 1990 a dar luz verde a Sadam en su conflicto petrolífero con Kuwait. Propició con ello una desastrosa y acelerada sucesión de prolongadas violencias que todavía prosigue hoy. Un distinguido miembro de la élite washingtoniana opinó poco después que “había que bombardear Iraq hasta hacerlo volver a la Edad de Piedra”. Cuando la Historia juzgue lo ocurrido es muy probable que reparta las responsabilidades casi por igual entre el execrado y ahorcado dictador iraquí y los falaces, prepotentes y presuntuosos gobernantes occidentales que creyeron que las armas lo arreglarían todo.

Los actuales ocupantes de Iraq y Afganistán harían bien en recordar una frase de aquel pacifista que liberó la India del dominio británico sin disparar un solo tiro: “No hay ningún pueblo en la Tierra que no prefiera un mal Gobierno suyo a un buen Gobierno de una potencia extranjera”.



ARTÍCULO:

El lunes pasado, ante una convención de veteranos de guerra, Obama confirmó que a finales de este mes de agosto solo quedará en Iraq un contingente de unos 50.000 soldados, tal como había prometido hace dos años durante la campaña electoral. Estas tropas, recordó el Presidente, permanecerán allí hasta finalizar el próximo año, dedicadas a apoyar e instruir a las fuerzas de seguridad iraquíes, proteger al personal e instalaciones de EEUU en ese país (su embajada en Bagdad es un enorme complejo fortificado, capaz de albergar un millar de funcionarios) y organizar operaciones antiterroristas.

También cambiará el actual nombre en código de la intervención militar de EEUU en Iraq, “Libertad iraquí”, que pasará a ser conocida como operación “Nuevo amanecer”. Esto traerá, sin duda, algunos recuerdos a los lectores españoles de cierta edad. Por el bien de los iraquíes -que ya han sufrido bastante-, hay que desear que su amanecer sea más democrático y menos sangriento que el que trajo a nuestro país el que se cita en el himno oficial de la Falange Española.

Gracias a reafirmar públicamente ese punto de su programa electoral, Obama puede pasar por alto, una vez más, el flagrante incumplimiento de otra promesa que despertó grandes expectativas: el cierre de la prisión militar de Guantánamo. En todo caso, y como era de esperar, la declaración presidencial ha suscitado numerosos comentarios en uno y otro sentido.

El aspecto que ha sido más discutido es el que se refiere a la retirada definitiva que se completará al concluir 2011. Como esto es parte de un acuerdo formalmente suscrito entre el Gobierno iraquí y el de EEUU (durante la presidencia de Bush), solo podría modificarse renegociándolo con Bagdad, donde todavía el resultado de las elecciones celebradas en marzo pasado no se ha materializado en la formación de un nuevo Gobierno que refleje sus resultados.

Una primera objeción de urgencia es obligada: no existe Fuerza Aérea en Iraq y, por tanto, la retirada total de EEUU dejaría a este país sin posibilidad de controlar su propio espacio aéreo, con todo lo que esto significa en una región de tan crítica inestabilidad. ¿Habrá que hacer una excepción con la Aviación de EEUU? Obama, una vez más, parece haberse dejado atrapar por sus buenos deseos: “Nuestro compromiso con Iraq está cambiando, desde un esfuerzo militar conducido por nuestras tropas hacia un esfuerzo civil gestionado por nuestros diplomáticos”. ¿Tienen éstos capacidad suficiente para cubrir tan amplia responsabilidad?

Es fácil, por el contrario, interpretar muy negativamente la designación de una fecha fija de retirada: puede considerarse como un modo de sugerir a la insurgencia que tenga paciencia y espere, que se rearme en la clandestinidad y que esté dispuesta a volver a poner toda la carne en el asador a partir de esa fecha, en la casi seguridad de que las circunstancias volverán a serle favorables.

Al final, ¿de qué ha servido todo esto? Ni Sadam Hussein tenía armas de destrucción masiva, ni Iraq había participado en los ataques terroristas contra EEUU en septiembre de 2001, ni la invasión iba a crear una democracia donde solo existía una brutal dictadura de carácter laico (no muy distinta a otras coetáneas), sustituida ahora por un hervidero de odios y rivalidades religiosas. Hubo una embajadora de EEUU en Bagdad que con imprudencia, y probablemente recordando el viejo entendimiento entre los dos países durante la guerra entre Iraq e Irán, contribuyó en 1990 a dar luz verde a Sadam en su conflicto petrolífero con Kuwait. Propició con ello una desastrosa y acelerada sucesión de prolongadas violencias que todavía prosigue hoy. Un distinguido miembro de la élite washingtoniana opinó poco después que “había que bombardear Iraq hasta hacerlo volver a la Edad de Piedra”. Cuando la Historia juzgue lo ocurrido es muy probable que reparta las responsabilidades casi por igual entre el execrado y ahorcado dictador iraquí y los falaces, prepotentes y presuntuosos gobernantes occidentales que creyeron que las armas lo arreglarían todo.

Los actuales ocupantes de Iraq y Afganistán harían bien en recordar una frase de aquel pacifista que liberó la India del dominio británico sin disparar un solo tiro: “No hay ningún pueblo en la Tierra que no prefiera un mal Gobierno suyo a un buen Gobierno de una potencia extranjera”. Lo que es doblemente cierto si, además, los modos de gobierno que aplican los ocupantes, aunque sea desde la sombra y mediante presiones más o menos solapadas, no se distinguen precisamente por su eficacia ni por su adaptación a las peculiares circunstancias de los dos países que han venido sufriendo los efectos de las guerras promovidas por EEUU y sus aliados.

PORTA-AVIONES USS. LINCOLN vs galllegos

CHISTE:

Gallegos: (ruido de fondo)...Les habla el A-853 por favor, desvíen su rumbo quince grados sur para evitar colisionarnos, se aproximan directo hacia nosotros, distancia 25 millas náuticas.

Americanos:(ruido de fondo)...Recomendamos que desvíen su rumbo quince grados norte para evitar colisión.

Gallegos: Negativo, repetimos, desvíen su rumbo quince grados sur para evitar colisión.

Americanos:(otra voz) Al habla el capitán de un navío de la marina de los Estados Unidos de norteamericana. Insistimos, desvíen ustedes su rumbo quince grados norte para evitar colisión.

Gallegos: No lo consideramos factible, ni conveniente, les sugerimos que desvíen su rumbo quince grados sur para evitar colisionarnos.

Americanos(muy caliente): LES HABLA EL CAPITAN RICHARD JAMES HOWARD, AL MANDO DEL PORTA-AVIONES USS. LINCOLN, DE LA MARINA DE LOS E.E.U.U., EL SEGUNDO NAVÍO DE GUERRA MÁS GRANDE DE LA FLOTA NORTEAMERICANA, NOS ESCOLTAN DOS ACORAZADOS, SEIS DESTRUCTORES, CINCO CRUCEROS, CUATRO SUBMARINOS Y NUMEROSAS EMBARCACIONES DE APOYO, NOS DIRIGIMOS HACIA AGUAS DEL GOLFO PÉRSICO PARA PREPARAR MANIOBRAS MILITARES ANTE UNA EVENTUAL OFENSIVA DE IRAQ. NO LES SUGIERO...¡¡LES ORDENO QUE DESVÍEN SU CURSO QUINCE GRADOS NORTE!!! EN CASO CONTRARIO NOS VEREMOS OBLIGADOS A TOMAR LAS MEDIDAS QUE SEAN NECESARIAS PARA GARANTIZAR LA SEGURIDAD DE ESTE BUQUE Y DE LA FUERZA DE ESTA COALICIÓN, USTEDES PERTENECEN A UN PAÍS ALIADO, MIEMBRO DE LA OTAN Y DE ESTA COALICIÓN...

POR FAVOR, OBEDEZCAN INMEDIATAMENTE Y ¡¡¡QUíTENSE DE NUESTRO CAMINO!!!

Gallegos (siempre con calma): Les habla Juan Manuel Salas Alcántara. Somos dos personas. Nos escolta nuestro perro, nuestra cena, dos cervezas y un canario que ahora está durmiendo. Tenemos el apoyo de cadena dial de "a Coruña" y el canal 106 de emergencia. No nos dirigimos a ningún lado ya que les hablamos desde tierra firme, estamos en el faro A-853 en Finisterre, de la costa de Galicia. no tenemos la mas puta idea de que puesto ocupamos en el ranking de faros españoles. Pueden tomar la medidas que consideren oportunas y les de la puta gana para garantizar la seguridad de su buque de mierda, que se va a hostiar contra las rocas, por lo que volvemos a insistir y le sugerimos que lo mejor, mas sano y mas recomendable es que desvíen su rumbo quince grados sur para evitar colisionarnos.

Americanos: Bien...recibido...gracias y buenas noches.

Anthony de Jasay en España (I y II) por Carlos Rodríguez Braun

Artículos de Rodríguez Braun sobre Anthony de Jasay.

Destaco:

Dice de Jasay que dos impulsos lo llevaron a escribir El Estado. Primero, una necesidad que remitía al jefe comunista de años atrás. De Jasay se dio cuenta de que el Estado puede matarnos de inanición si tiene el suficiente poder sobre la vida y la economía, y si no hay, como decía Scumpeter, “fortalezas privadas”. El segundo impulso fue el análisis de la Polonia de comienzos de los 1980, en la que casi toda la población, incluyendo a miembros del Partido Comunista, habría querido cambiar el régimen, pero no pudieron, y no sólo por la presencia cercana del ejército soviético. El Estado tiende a perdurar.

Si es lo que parece, es decir, que desea maximizar el poder, tal poder puede ser para hacer el bien, para cambiar el mundo o para favorecer a un grupo de la sociedad que lo merezca, verbigracia "los humildes", como diría Zapatero.

El Estado quiere el poder para usarlo de alguna manera, mientras que el gobierno limitado renuncia al uso del poder, un poder que puede ser utilizado para causas loables. Esto es absurdo, replica de Jasay: ¿por qué voy a esposarme para no hacer el bien?

La necesidad del contractualismo surge del supuesto de que los contratos no podrán hacerse cumplir si no hay alguien lo imponga, un “enforcer”. En caso contrario, si los contratos no requiriesen su existencia, no necesitaríamos el Estado. Para crear el "enforcer" necesitamos el contrato social, pero si podemos estipular un contrato social y crear el “enforcer”, entonces no lo necesitamos. De Jasay denuncia este razonamiento circular y peligroso, porque ¿qué garantía tenemos de que el "enforcer" va a respetar las condiciones de los contratos que firmemos?

El peligro fundamental de la teoría del contrato social es que legitima el Estado y puede actuar como opio del pueblo. Es una explotación que bien puede ejercerse sin violencia pero que desarma la sospecha popular contra el poder, cualquier poder, porque si firmamos un contrato, es que queremos el Estado que tenemos.

¿cuál es el papel legítimo del filósofo político? Respondió de Jasay: levantarse y gritar.



ARTÍCULOS:
 
En poco tiempo volverá a España Anthony de Jasay, acaso el más importante y original pensador liberal vivo. Nacido en Hungría, un joven de Jasay buscando desesperadamente un empleo se topó con un dirigente comunista que le dijo con esa claridad típica del progresismo: “tú y la gente como tú jamás podréis trabajar en este país”. Se marchó a Australia, claro.

Allí estudió economía y tomó contacto con D.H.Robertson, que lo recomendó en Oxford. Una vez en esa universidad su tutor fue Roy Harrod, pero de Jasay quería criticar al keynesianismo, y Harrod, amigo de Keynes, no era partidario. Su tutor pasó a ser entonces John Hicks, del que guarda un muy buen recuerdo.

De Jasay, insatisfecho con la ortodoxia keynesiana, desconfiaba de la preferencia por la liquidez, la función de consumo y la eficacia marginal del capital, magnitudes a las que no veía conectadas con actos humanos. Como dice Hartmut Kliemt, profesor de la Universidad de Duisburg y autor de la entrevista con este autor para el Liberty Fund, de Jasay se adelantó a mediados de los años 1950 a una noción que iba a triunfar mucho después: la microfundamentación de la macroeconomía.

Tras siete años en Oxford, de Jasay abandonó la vida académica y en 1962 se instaló en París y trabajó en el mundo financiero hasta 1979, cuando se retiró a un pueblo en Normandía, a pensar y a escribir. Sólo el primero de sus libros, un análisis nada convencional de la lógica del poder político, ha sido traducido al español: El Estado (Alianza Editorial), aunque creo que está agotado. El original apareció en 1985, y después vinieron: Social contract, free ride (1989), Choice, contract and consent (1991), Before resorting to politics (1996), Against politics (1997), y Justice and its surroundings (2002).

Dice de Jasay que dos impulsos lo llevaron a escribir El Estado. Primero, una necesidad que remitía al jefe comunista de años atrás. De Jasay se dio cuenta de que el Estado puede matarnos de inanición si tiene el suficiente poder sobre la vida y la economía, y si no hay, como decía Scumpeter, “fortalezas privadas”. El segundo impulso fue el análisis de la Polonia de comienzos de los 1980, en la que casi toda la población, incluyendo a miembros del Partido Comunista, habría querido cambiar el régimen, pero no pudieron, y no sólo por la presencia cercana del ejército soviético. El Estado tiende a perdurar.

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Según la inquietante predicción de Anthony de Jasay, el pensador liberal que visitará nuestro país próximamente, el Estado mínimo es una anomalía. Abordó la cuestión en El Estado, su primer libro, y el único traducido al español. Allí razona sobre por qué manda el Estado, para qué lo hace y qué quiere maximizar.

Si es lo que parece, es decir, que desea maximizar el poder, tal poder puede ser para hacer el bien, para cambiar el mundo o para favorecer a un grupo de la sociedad que lo merezca, verbigracia "los humildes", como diría Zapatero.

El Estado quiere el poder para usarlo de alguna manera, mientras que el gobierno limitado renuncia al uso del poder, un poder que puede ser utilizado para causas loables. Esto es absurdo, replica de Jasay: ¿por qué voy a esposarme para no hacer el bien?

La influencia de este autor, que escribió el libro fuera de los círculos académicos, se vio favorecida por el respaldo que le brindó el premio Nobel de Economía James Buchanan. De Jasay está muy agradecido a Buchanan, que demostró amplitud intelectual, puesto que de Jasay criticó el contractualismo de la escuela de la elección pública.

La necesidad del contractualismo surge del supuesto de que los contratos no podrán hacerse cumplir si no hay alguien lo imponga, un “enforcer”. En caso contrario, si los contratos no requiriesen su existencia, no necesitaríamos el Estado. Para crear el "enforcer" necesitamos el contrato social, pero si podemos estipular un contrato social y crear el “enforcer”, entonces no lo necesitamos. De Jasay denuncia este razonamiento circular y peligroso, porque ¿qué garantía tenemos de que el "enforcer" va a respetar las condiciones de los contratos que firmemos?

El peligro fundamental de la teoría del contrato social es que legitima el Estado y puede actuar como opio del pueblo. Es una explotación que bien puede ejercerse sin violencia pero que desarma la sospecha popular contra el poder, cualquier poder, porque si firmamos un contrato, es que queremos el Estado que tenemos.

El profesor Kliemt, en la entrevista que le hizo para el Liberty Fund, le preguntó: en estas condiciones ¿cuál es el papel legítimo del filósofo político? Respondió de Jasay: levantarse y gritar. Pero ¿y si no vivimos bajo una dictadura comunista o fascista sino bajo una democracia liberal? No se pierda el próximo capítulo.

Individualismo progresista por Carlos Rodríguez Braun

Reflexión de Rodríguez Braun sobre los camelos socialistas.

Estoy a favor del matrimonio homosexual y la adopción de hijos por parejas homosexuales, pero no de los camelos que nos venden y que describe muy bien Braun.


ARTÍCULO:

LOS socialistas de todos los partidos aspiran a identificarse con el progreso, la solidaridad, la justicia, la igualdad, e incluso con la libertad, pero jamás con el individualismo. Sospecho, empero, que si no la analizamos desde el individualismo no hay manera de cuadrar la lógica de fomentar que personas del mismo sexo contraigan matrimonio y adopten hijos, y facilitar el aborto y la eutanasia, pero dificultar que se haga la compra los domingos, fustigar a las empresas y la Iglesia, y aumentar el intervencionismo y el gasto público.

La clave estriba en que los socialistas se fijan sólo en las personas y no en las instituciones que han desarrollado a lo largo de los siglos. Por eso la libertad padece en sus manos: el individualismo progresista que subraya la esfera privada, y concentra allí libertades y derechos, es débil en comparación con el liberalismo que defiende no sólo a las personas individualmente, sino en sus relaciones sociales. Es inevitable pensar en Tocqueville y su admiración por las instituciones estadounidenses intermedias entre el individuo y el poder político, y la línea individuo/instituciones puede ir hacia Adam Smith antes y hasta Robert Nisbet en nuestro tiempo.

Desde esta perspectiva ha sido notable la retórica de la izquierda y sus medios a propósito del matrimonio homosexual. «Bodas para todos», editorializó arrebolada la prensa correcta; es obviamente falso, con lo que supongo que la prohibición de la poligamia o el incesto será pronto considerada una «injusta discriminación». Se alegaron razones democráticas, puesto que hay «una realidad: dos de cada tres españoles aprueban las bodas gays». Esto, dejando aparte el carácter dudosamente democrático de la verdad, es un doble desatino. En primer lugar, porque elude los matices posibles de la pregunta, que desde luego nunca es: «¿Aprueba usted la devaluación del matrimonio tradicional merced a su identificación con otras uniones, por ejemplo, las de personas del mismo sexo?». En segundo lugar, porque el progresismo manipula la opinión pública presumiendo de seguirla fielmente, cuando en realidad sólo lo hace cuando le conviene y no cuando las encuestas rechazan la adopción por homosexuales o respaldan a la Iglesia. Por eso inquieta leer que «nada impide al poder civil adecuar un contrato no confesional a una nueva realidad». ¿Nada lo impide? Eso es, exactamente, el totalitarismo, que resumió con arrogancia Rodríguez Zapatero: «Quienes se oponen están equivocados y no estaría mal que avanzaran un poco para estar en el tiempo social en el que vivimos».

Se ufanó el presidente: los gays dejan de ser gracias a él «ciudadanos de segunda», y el progresismo lagrimeó festejando el «avance en la igualdad de derechos» e incluso la «larga lucha por los derechos humanos de los colectivos con derechos cercenados». Dramático lenguaje, en efecto, y por completo falso, porque no son de segunda las personas del mismo sexo por no poder casarse, sino la mayoría de casados que ven su institución devaluada por una engañosa noción de igualdad; y no hubo nunca una larga lucha homosexual por nada: lo largo de verdad es el matrimonio. Pero esto no importa. Diagnosticó López Aguilar que el PP bloqueó el «avance» homosexual, pero que ahora gozaremos de «la extensión de derechos civiles»; y Fernández de la Vega aseguró que su progresista Gobierno «acaba con siglos de discriminación», y añadió insulto al escarnio cuando dijo que esto «supone reforzar la institución familiar». Cabe conjeturar que si la familia sale reforzada no será gracias a los socialistas, sino a su pesar. Obsérvese, hablando de reforzar y debilitar, que la razonable institución del contrato, un contrato distinto del matrimonio pero que surtiera efectos legales, era algo que los grupos homosexuales reivindicaban al principio. Ha quedado, no obstante, sepultado frente a la combustión de «progreso» a que da lugar la mezcla de dichos lobbies con la política, y que apunta directamente al matrimonio, al suprimir, como si fuera baladí, el requisito de que los contrayentes deben ser de distinto sexo.

Lo insólito de todo esto es que detrás no hay nada más que mentiras, prejuicios e ideología. Se inventan graves problemas, como la noble y recta homosexualidad reprimida por la patológica barbarie homófoba. Se enarbolan locuras estadísticas como la supuesta «realidad» de un 10 por ciento de homosexuales, una filfa que jamás ha sido avalada por ninguna investigación seria en ningún país del mundo. Y se proclaman disparates monstruosos, como cuando se afirma de modo inconcuso que para la salud mental de los hijos no sólo dan igual el sexo y la «orientación sexual» de los padres (como si tranquila y sanamente los eligiéramos), sino que incluso es mucho mejor que los niños tengan dos papás o dos mamás. Efectivamente, créase o no, hubo doctos ignaros que lo aseguraron sin rubor, y así se apresuró a recogerlo la prensa, sin matiz ni comentario crítico alguno: «Las únicas diferencias apreciables en los hijos criados en estos hogares son una visión más amplia de los roles de género y una mayor flexibilidad hacia la orientación sexual». O sea, el matrimonio tradicional es un desastre que produce hijos rígidos y con visiones estrechas.

¿Por qué se extiende el embuste de que esto es serio, justo y progresista, y enfrenta a gentes «de avanzada» con fuerzas retrógradas como, típicamente, la Iglesia? Precisamente porque una idea atractiva, el socialismo, a saber, la fantasía de que se puede manejar la sociedad para mejorarla, se ha combinado con un principio inobjetable del progreso: la libertad, pero entendida sólo como libertad individual, sólo como la esfera privada de cada uno, sólo como la extravagancia que propiciaba Stuart Mill como signo de la sociedad abierta, el mismo Mill que, no por casualidad, desconfió de tradiciones y religiones, y puso escasos reparos a la intervención del Estado en la distribución de la renta y la limitación de los derechos de propiedad.

No es evidente que lo progresista sea transformar las instituciones a golpe de ley, porque aunque son imprescindibles para la libertad no fueron creadas racional e ilustradamente por las leyes, sino que son producto de una larga evolución con la que no es gratuito jugar. Editorializó bien ABC cuando dijo que el matrimonio «no es un asunto meramente privado». Esta sensatez choca con la imagen del individuo «libre» pero solitario, sin más amparo que la política. De ahí que no se conciba el liberalismo sino como peligro para la libertad. Se teme a los «neoconservadores» (manía de ponerle «neo» a todo lo que no cambia, y no ponérselo al socialismo, que no está nunca quieto); se atribuyen al liberalismo vicios de sus adversarios, como el historicismo, y se lo combate desde un efímero individualismo posmoderno, sin identidades fuera de la nación y la cultura, ni ontología, porque se aduce que no somos más que figuras de hielo que se derriten. O se identifica el liberalismo con un país, un gobernante, una política exterior, una guerra. El mensaje es que debemos encerrarnos con nosotros mismos y esperar sin resistir mientras nos derretimos, porque todo es aleatorio. Ese liberalismo individualista, claro, es fácil de dominar. El liberalismo de matrimonio, familia, religión, propiedad privada, empresa y comunidad es más difícil.

El liberalismo individualista es atacado también por la Iglesia, que lo identifica erradamente con todo el liberalismo; cede así ante el poder, sólo para encontrarse con que ella misma es el próximo objetivo a aniquilar o subordinar, precisamente por lo que tiene de liberal. Y así, mientras se pretende que las instituciones de la libertad son rémoras reaccionarias, nadie denuncia que lo que ha sucedido con ellas es que han perdido peso en todo el mundo. Al contrario, sigue tan campante la letal fábula según la cual el «progreso» estriba en liquidarlas y dejarnos a todos solos frente a la política, que paradójicamente fomentará la democracia limitando nuestra capacidad de elección, y la libertad garantizando nuestra sumisión al poder político, que, eso sí, nos dejará ser felices individualmente hasta que algún abnegado progresista nos mate para que no suframos más.

Los socialistas sonreirán y exigirán aplausos por extender «derechos de ciudadanía» y demás embustes republicanos que utilizan la libertad personal contra las personas, pretendiendo defenderlas. Procurarán recluirnos en nuestra individualidad con placeres pero sin principios, sin propiedad y sin libertad, que no serán plenamente nuestros jamás, sino apenas gracias que concede la política y que siempre nos puede quitar, como el carné por puntos. Se hostigará al matrimonio y la familia, pero habrá muchas guarderías. Será muy importante proteger a los animales y la naturaleza, pero las personas serán vigiladas severamente cuando conduzcan. Toda sexualidad será promovida, pero estará terminantemente prohibido fumar.

Two Cheers For Fiscal Austerity: Part I. por Anthony de Jasay

Artículo de Anthony de Jasay donde analiza la no-austeridad de los países cuando afrontan la crisis económica actual.

Destaco:

The market for Greek government debt collapsed because it realised, much too late in the day, that Greek public finances looked hopeless even in their window-dressed form. Like shock-absorbers, the speculative "short" position opened up at the outset and closed again after the event, has softened the impact of what was becoming apparent, i.e. that the Greek state was rushing headlong towards default. It was not by "combating the speculators" that it could be stopped and reversed.

It did not "save" the eurozone from its basic weakness, namely that member countries with different cost structures have to live with the same currency—like a fixed exchange rate graven in granite—and the same central bank discount rate. Postponing Greek default by three or five years will cost the rescuer governments a substantial percentage of 110 billion euros which they will lose when Greek sovereign debt will inevitably be "restructured".

It is also treated as axiomatic that if Greece defaults, Portugal, Spain, perhaps Italy and even others will follow suit "by contagion". But there is nothing contagious about a country failing to balance its books. Though bandying about meaningless words like "contagion" and "toxic" is not particularly helpful to sentiment, it does not cause sovereign default to spread from one country to another if such default was not written on the wall to start with. Default by California would not cause Illinois to default; it is the state of the public finances of Illinois that would cause it.



ARTÍCULO:

[This is the first of a two-part series.]

Putting things in absurdly comic terms may highlight their truth more than serious argument ever could. Frédéric Bastiat's mock advocacy of a "negative railway" made the idea of protecting horse drawn transport from the advance of technology unforgettably laughable. The notion of a "negative factor productivity," applied to the state as a supposed factor of production, could be similarly enlightening, though far less funny.

The politics of economy is always accompanied by the background noise of commentary, advice and more or less dire prediction by journalists, economists and gurus of all persuasions. This noise has risen to thundering force since the surprise 2008-09 financial upset and recession broke the run of the previous fifteen Goldilocks years and has shaken confidence in the "Washington consensus" of freer trade, light regulation and less onerous direct taxation. In the noise, we hear two main themes. One deals with great matters of the secular future and when it reaches crescendo, it shrieks "Death to Capitalism", though among its many variations some are more soberly analytical than the radical "it's the greed that done it" type. The emphasis is on describing the structure as one that was bound to collapse, and on some albeit smudgy blueprint of a "new order" that would be immune to disorder, aimlessness and social injustice. The other main theme deals with the short term, the immediate problem of "What Is To Be Done?"1 to get the economy back on to a steady upward course, avoid the dreaded 2011 Double Dip, prevent the disintegration of the 16-country eurozone and the bankruptcy that threatens four or five of them within five years at most if their public finances stay on anything like their present trajectory.

Much of the systemic and secular theme starts from the widely shared impression that the 2008 mayhem was due to the inability of free markets to stay in equilibrium, or to regain it when once lost. The contrary view, namely that it was due to the markets not being free enough, having been interfered with, for instance, by strong government sponsorship of mortgage lending to insolvent first-time house buyers, is not given much of a hearing. If markets are by their very nature unstable—and too many people from George Soros down to village school teachers are sure that they are—self-regulation cannot be trusted. A consensual welcome mat is laid out for a boundless procession of new regulations, mostly in the financial services area where markets are the most sensitive because transactions costs are the lowest.2

In recent gropings for a "new order" to replace the banker-ridden greedy capitalism, two items have stood out in a somewhat startling fashion: the "battle to defeat the market" and the Greek incident as a forerunner of the sovereign default threats that will rattle the eurozone and that, for no very evident reason, must at all costs be resisted "to save Europe".

On the first of these headings, the German government has repeatedly cast the financial market in the role of a hostile force that upsets stability. Instability must not be tolerated; the politics of the democratic state must fight the dark forces of the market. It must, and will, defeat them. The first step to this end is to drive back "speculation". Hence the German interdiction of short selling of sovereign debt securities and of "naked" speculation. These are puerile measures showing an appalling lack of common sense. Fortunately, they are ineffective, for a transaction banned in Frankfurt can migrate to London. Should London succumb to moral browbeating about European solidarity—a most unlikely prospect—the transaction could move to Singapore or any other place whose computers can talk to those in the rest of the world. However, the general failure in Continental Europe to grasp the true role and effect of speculation is symptomatic of the counter-productive mindset that dominates policy-making in the area.

How did speculation "against" Greek government bonds work? If it was successful at all, it must have sold Greek bonds before they crashed and bought them back after they crashed. By selling high and buying low, speculators damped down the high price to some extent, and shored up the low price to some extent, reducing each way the volatility that would have prevailed if the speculators had not speculated it down. Frau Merkel spoke as if it had been the speculators who had made Greece crash. Obviously, they did nothing of the sort and could not have done so if they had tried. The market for Greek government debt collapsed because it realised, much too late in the day, that Greek public finances looked hopeless even in their window-dressed form. Like shock-absorbers, the speculative "short" position opened up at the outset and closed again after the event, has softened the impact of what was becoming apparent, i.e. that the Greek state was rushing headlong towards default. It was not by "combating the speculators" that it could be stopped and reversed.

Why, however, was it so important to reverse it? Why would the "new order" of tightly regulated and neutered capitalism, with markets obedient to the will of governments offer better results?

It was proclaimed as axiomatic that Greece must be saved, and it was "saved" by European governments, the Commission and the IMF jointly putting up 110 billion euros to ensure the redemption of Greek state debts for an initial three years. As far as one can see, this gesture "saved" the European banks and the diaspora of Greek shipping magnates from losing the money they rashly and thoughtlessly invested in Greek bonds. It did not "save" the Greek economy from anything worse than reverting from the euro to the drachma on a devalued basis, thus making the competitive position of the country a little less hopeless. It did not "save" the eurozone from its basic weakness, namely that member countries with different cost structures have to live with the same currency—like a fixed exchange rate graven in granite—and the same central bank discount rate. Postponing Greek default by three or five years will cost the rescuer governments a substantial percentage of 110 billion euros which they will lose when Greek sovereign debt will inevitably be "restructured".

It is also treated as axiomatic that if Greece defaults, Portugal, Spain, perhaps Italy and even others will follow suit "by contagion". But there is nothing contagious about a country failing to balance its books. Though bandying about meaningless words like "contagion" and "toxic" is not particularly helpful to sentiment, it does not cause sovereign default to spread from one country to another if such default was not written on the wall to start with. Default by California would not cause Illinois to default; it is the state of the public finances of Illinois that would cause it.

Misunderstanding, the loss of common sense, the thoughtless swallowing of populist rhetoric and pompous pseudo-expertise seem to be guiding the great enterprise of remodeling capitalism and liberating us from the cruel dictatorship of markets that will fail and fail again unless held tightly under control. Perhaps there was a case for a sharp look at the rules, constraints and distorted incentives without which the mayhem of 2008 could not have happened. What the great enterprise of renewing and reforming is about to do instead is to find ways and means for cluttering up the economy worse than it ever was. Fortunately, like the patient who survives intensive medical treatment, the European economy will not stop in its tracks even if it is shot in the foot by its caring but bemused political masters.

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Footnotes

1. This was the title of Lenin's famous pamphlet which he wrote in 1902 on strategies for the Russian communist movement.

2. Like Cato the Elder who seldom failed to add to a speech that "by the way, Carthage ought to be destroyed", French and German political leaders seldom miss an occasion for urgently demanding the adoption of a worldwide "Tobin tax" to increase transactions costs. Fortunately, other G20 governments simply shrug off this proposal as being almost too silly to be discussed.

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* Anthony de Jasay is an Anglo-Hungarian economist living in France. He is the author, a.o., of The State (Oxford, 1985), Social Contract, Free Ride (Oxford 1989) and Against Politics (London,1997). His latest book, Justice and Its Surroundings, was published by Liberty Fund in the summer of 2002.