Bienvenidos a la libertad de Carlos Herrera

Artículo de Carlos Herrera sobre Cuba y la "liberación" de presos.

Soy un fósforo.

Destaco:

¿Dónde todos los luchadores por la libertad de las tierras y los hombres oprimidos? ¿Dónde los solidarios con la huelguista de hambre sahariana? ¿Dónde el muy batallador alcalde de Puerto Real, el hombre de los Castro en España, con permiso del ministro Moratinos? ¿Dónde el tontopollas de Willy Toledo? ¡Dónde van a estar, querido Félix!: en su casa.
 
 
ARTÍCULO:
 
El grupo de presos cubanos generosamente liberados por el gobierno de Raúl castro ya está en España. Qué bien. Qué humano todo. Resulta poco dudable que siempre estarán más confortables en un hostal de polígono industrial madrileño que en una de las terroríficas cárceles cubanas en las que fueron presos por el consabido delito mil veces repetido en las dictaduras y de consecuencias temibles: disentir. Pero aparece de forma inevitable la impertinente pregunta que ronda las cabezas una vez éstas ya han superado las primeras horas de júbilo: ¿y ahora qué vamos a hacer con ellos?, ¿a qué van a dedicar su tiempo?, ¿cómo van a planear su futuro y el de sus hijos?, ¿qué son?, ¿trasterrados?, ¿exiliados?, ¿desterrados?, ¿refugiados políticos?

En una magnífica columna en la edición sevillana de ABC, el gran Félix Machuca escribía ayer —con la ventaja que brinda ser uno de los mejores conocedores del divertículo antillano— sobre la extrañeza que le había producido no haber visto a ningún miembro de los fogosos libertarios de Izquierda Unida recibir a los presos con pancartas de apoyo y soflamas de altavoz al pie del avión que les traía de su tierra. ¿Dónde todos los luchadores por la libertad de las tierras y los hombres oprimidos? ¿Dónde los solidarios con la huelguista de hambre sahariana? ¿Dónde el muy batallador alcalde de Puerto Real, el hombre de los Castro en España, con permiso del ministro Moratinos? ¿Dónde el tontopollas de Willy Toledo? ¡Dónde van a estar, querido Félix!: en su casa. Para los batalladores abogados de la causa revolucionaria cubana, estos hombres, estas familias, son unos delincuentes, y seguramente el régimen demuestra excesiva debilidad y blandura dejándoles en libertad. Para los anteriormente citados, ser disidente político es ser un contrarrevolucionario merecedor de los veinte años de cárcel a los que estaban condenados de media todos los que han sido expulsados del país. Son indeseables, gusanos, basura. Y a la basura no se la recibe con hurras, sencillamente se deposita en un contenedor y luego se incendia. A estos hombres, testigos vivos de un régimen corrupto y cruel, no les permiten, por demás, vivir en su propio país: os voy a liberar pero os largáis de aquí, vuestro único lugar en la isla es la cárcel. Mientras ellos no puedan volver con normalidad y ejercer su derecho a la vida en el país de uno, es evidente que no serán libres. Aquí en España, como mucho, tendrán que aguantar de vez en cuando a algún idiota que les acuse de traidores vendidos a los yanquis, pero no dejarán de estar de prestado en una sociedad que no es la suya. Ignoro por qué no les parece legítimo a los ausentes en el recibimiento a estas víctimas del terror del socialismo real el simple hecho de reivindicar la libre decisión de tener ideas distintas, de trabajar por su país oponiéndose a una anquilosada e inoperante gerontocracia política que sigue en pie mediante un sofisticado sistema de represión y control incapaz de conseguir objetivo de bienestar alguno pero sí de encarcelar en un amplio y bello territorio a más de once millones de personas. Deberían explicárselo a ellos, a esos cincuenta liberados por el gobierno cubano que, al menos, ya no han de temer por su vida, pero sí por la vuelta a sus calles, sus casas, su Patria. Puede que la biología solvente poco a poco esta anomalía, pero dígaselo a quienes han entregado años de la suya en los pudrideros penales cubanos. Sean en cualquier caso bienvenidos a España y disfruten del bien sagrado de la libertad. Sepan que esto está lleno de cretinos, pero aquí al menos no te meten en la cárcel por decirlo.

Funesta manía de etiquetar de Fernando García Cortázar

Artículo de Fernando García Cortázar sobre las etiquetas que se ponen a las personas y que impiden valorar todas sus facetas, esa manía de simplificar la existencia.

Destaco:

A estas alturas del siglo XXI creía estar curtido en lo que toca al grado de estupidez a que puede llegar nuestra especie. A mi entender, la oficialización de una autocomplaciente versión de la guerra civil impulsada por el gobierno de Zapatero había colmado todo lo que la imaginación podía crear en punto a estulticia y cinismo en España. Pero no. Estaba en un notorio error. En este país somos capaces de alcanzar abismos aún más grotescos y delirantes. Mientras Inglaterra, Francia y Rusia se sirven de la persona y obra de sus creadores más célebres para mayor gloria de la cultura e historia nacional, mientras Francia, por ejemplo, lee sin estridencias el Viaje al fin de la noche del colaboracionista Céline, o Rusia se conmueve con los poemas de amor y las increíbles metáforas del revolucionario Maiakovski, aquí, en España, seguimos hablando el lenguaje del inquisidor, desatando adhesiones entusiastas o abjuraciones feroces, malgastando el tesoro de nuestras letras mediante absurdos procesos ideológicos.

Lo he dicho en varias ocasiones. Vivimos una época de sospechosas simplificaciones, una época que bajo la vestidura de la tolerancia imita la retórica aterradora de las dictaduras más siniestras del siglo XX. Consecuencia de ello es esa manía de ver el pasado como algo que puede reprocharse a quien no comparte nuestras ideas, o esa insensata división de la humanidad entre «izquierdas» y «derechas», «buenos» y «malos». Como si nuestro paso sobre la tierra, el complejo azar de la vida, pudiera reducirse al esqueleto mental de una novela de caballerías. O peor aún, al vocabulario del imperturbable Saint Just, quien, en medio del coro de la Revolución francesa, mientras los matarifes instalaban la guillotina en las plazas, mientras el filántropo Marat reclamaba con sus gritos doscientas setenta y tres mil cabezas, alzaba su voz para exclamar: «Demostrad vuestra virtud o entrad en las cárceles».


ARTÍCULO:

1945... Noviembre de 1945. Un extranjero camina por las calles nocturnas de San Petersburgo, casi sin ver los graves daños causados por el asedio alemán de la Segunda Gran Guerra. Su nombre es Isaiah Berlin, un intelectual de origen ruso, un profesor de la Universidad de Oxford y diplomático de la embajada británica. Se dirige al viejo y destartalado palacio de Sheremétev, en el canal del Fontanka. Allí le espera Anna Ajmátova, la más alta voz poética de Rusia en el siglo XX, la escritora que sobrevive en medio del hambre, la enfermedad y la sórdida, implacable y continua vigilancia de una policía omnipresente y obtusa.

El visitante extranjero conoce los problemas de Ajmátova con el régimen soviético, cuyos celosos guardianes la han calificado de «poetastra antipopular». Pero nunca habría imaginado que viviese de una manera tan pobre. El empapelado cuelga de las paredes; al lado de la estufa hay un sillón despanzurrado, con los muelles salidos y una pata rota; los escasos objetos de valor no adornan la habitación sino que subrayan su miseria. Lo único realmente hermoso en la casa del Fontanka es ella, Anna, a pesar de la vejez, y del horror que es la vida de quien se permite tener sensibilidad y lucidez en la patria del comunismo.

Isaiah Berlin nunca olvidó este encuentro. Al principio de la entrevista, según sus recuerdos, Ajmátova se interesó por la vida de algunas de sus amistades refugiadas en Londres, y habló de sus visitas a París antes de la Primera Guerra Mundial, o de su amistad con Amadeo Modigliani y Pasternak. Después, a medida que fue pasando la noche, habló de temas cada vez más íntimos: de su infancia a orillas del mar Negro, del San Petersburgo anterior a la Revolución y su prolífica vida artística, de la larga noche que había caído sobre la alegre ciudad de su juventud después de la Revolución de 1917 y de su soledad y aislamiento en una urbe tenebrosa que no era para ella más que el cementerio donde yacían enterrados sus amigos.

«Habló con un tono sosegado, monótono, como una princesa de un lugar remoto en el exilio, orgullosa, infeliz, inasequible, a menudo con una elocuencia absolutamente arrebatadora». Así recordó siempre Berlin a Ajmátova, que aquella noche leyó a su invitado fragmentos del libro que estaba escribiendo. «Poemas como éstos, pero mucho mejores —dice Berlin que explicó tras una pausa— fueron la causa de la muerte del mejor poeta de nuestro tiempo, a quien yo tanto amé y quien tanto me amó...» El visitante extranjero no supo entonces descifrar si ella se refería a Gumiliov —su marido— o a Mandelshtam —su amigo íntimo— porque Anna Ajmátova rompió en llanto y no fue capaz de continuar leyendo.

De todas las historias terribles de la historia del siglo XX, una de las que más me conmueve es la de Anna Ajmátova, la hermosa, anhelada y elegante poetisa a la que los inquisidores del sistema soviético humillaron y aplastaron en la oscuridad. Y es precisamente la historia de Ajmátova —y sobre todo, ese mezquino calificativo que arruinó su vida, «poetastra antipopular»— la que me ha perseguido tenazmente desde que un periodista me dejó caer con entonación de suficiencia, de ortodoxia indiscutible, casi retadora, que en mi último libro, Leer España, había recurrido a muchos más escritores de izquierda que de derecha. Yo, por comodidad, no dije nada, igual que cuando se oye un chiste repugnante y se finge una sonrisa, aunque —además de alegrarme de vivir en una democracia donde ese tipo de análisis no llevan adosados los sabidos golpes en mitad de la noche en las puertas de casa— me pregunté si el esmerado periodista también había metido en su saco de la izquierda a Polibio, Almutamid de Sevilla, Bernal Díaz del Castillo, Cervantes, Cadalso, Galdós, Borges, Álvaro Mutis...

A estas alturas del siglo XXI creía estar curtido en lo que toca al grado de estupidez a que puede llegar nuestra especie. A mi entender, la oficialización de una autocomplaciente versión de la guerra civil impulsada por el gobierno de Zapatero había colmado todo lo que la imaginación podía crear en punto a estulticia y cinismo en España. Pero no. Estaba en un notorio error. En este país somos capaces de alcanzar abismos aún más grotescos y delirantes. Mientras Inglaterra, Francia y Rusia se sirven de la persona y obra de sus creadores más célebres para mayor gloria de la cultura e historia nacional, mientras Francia, por ejemplo, lee sin estridencias el Viaje al fin de la noche del colaboracionista Céline, o Rusia se conmueve con los poemas de amor y las increíbles metáforas del revolucionario Maiakovski, aquí, en España, seguimos hablando el lenguaje del inquisidor, desatando adhesiones entusiastas o abjuraciones feroces, malgastando el tesoro de nuestras letras mediante absurdos procesos ideológicos.

¿Exageración? Recuerden la prohibición del homenaje literario a Agustín de Foxá en Sevilla, justificado por el gobierno municipal de PSOE e IU con el argumento de que Foxá fue un diplomático al servicio de Franco y la Ley de Memoria Histórica impide la exaltación de valores relacionados con la dictadura. Hagan memoria de los dueños que tiene hoy Federico García Lorca, cuántos mangoneadores póstumos que se empeñan en erigir su fantasma en símbolo de las causas políticas del presente, cuántos herederos y administradores que ignoran que la mejor manera de conmemorarlo es leer sus poemas. Como a cualquier buen escritor.

Lo he dicho en varias ocasiones. Vivimos una época de sospechosas simplificaciones, una época que bajo la vestidura de la tolerancia imita la retórica aterradora de las dictaduras más siniestras del siglo XX. Consecuencia de ello es esa manía de ver el pasado como algo que puede reprocharse a quien no comparte nuestras ideas, o esa insensata división de la humanidad entre «izquierdas» y «derechas», «buenos» y «malos». Como si nuestro paso sobre la tierra, el complejo azar de la vida, pudiera reducirse al esqueleto mental de una novela de caballerías. O peor aún, al vocabulario del imperturbable Saint Just, quien, en medio del coro de la Revolución francesa, mientras los matarifes instalaban la guillotina en las plazas, mientras el filántropo Marat reclamaba con sus gritos doscientas setenta y tres mil cabezas, alzaba su voz para exclamar: «Demostrad vuestra virtud o entrad en las cárceles».

Sólo en este contexto de maniqueísmo detestable me explico un comentario como el del periodista que me entrevistaba a propósito de Leer España. Lo más triste es que estos nuevos inquisidores ni siquiera se dan cuenta de lo absurdo que resulta juzgar a las grandes figuras de la historia dentro de un cartabón de «izquierdas» y «derechas». Piensen en Dante, Erasmo de Rotterdam, Montaigne, Quevedo, Jovellanos, Goethe, Stendhal... La necedad de tan elemental clasificación daña la vista. ¿Por qué? Porque, como recordaba Anna Ajmátova a Isaiah Berlin mientras compartía la desgracia de su pueblo, somos algo mucho más complejo, caótico, caprichoso y cambiante de lo que nos quieren hacer creer los temibles herederos de Saint Just.

"Homosexualismo", "normalismo" y otras palabras-policía en Libertad Digital por Federico Jiménez Losantos

Federico Jiménez Losantos a favor de la libertad, como no podía ser de otra manera.

Destaco:

La comparación no es trivial, es tramposa hasta la obscenidad. ¿Qué tiene que ver la cojera con la capacidad científica? No se trata de si es bueno cojear o no cojear. Se trata de que un cojo no sea discriminado por el hecho de serlo, ni sea objeto de burlas en la escuela, ni deje de jugar al fútbol si le dejan, o cree una liga de fútbol de cojos, como hay olimpíadas de discapacitados y matrimonios de ciegos, tullidos y enanos que los partidarios de la eutanasia liquidarían por contrarios al desarrollo "normal" de la raza. Hitler mandó a los campos de concentración a los homosexuales "desviados" de su "norma". Si la "normalidad" significa lo mayoritario, habitual o productivo para la sociedad, vale como palabra descriptiva. Si "normalidad" significa imposición de una "norma" sobre la voluntad y el derecho del individuo, estamos normalizando la tiranía.

Al margen del tonillo normativo, los homosexuales que yo conozco no suelen hacer de su condición sexual el centro de su personalidad y de su vida. No más, en todo caso, que los heterosexuales que se pasan la vida hablando de "tías" y presumiendo de lo que en ellas y con ellas hacen o quisieran hacer. Hay tantos "heterosexualistas" como "homosexualistas", si no más, pero ayer como hoy suelen ser los primeros los que agreden a los segundos, en el aula o en la calle. También agreden ahora los zerolos, cierto, pero contra esa agresión insidiosa y liberticida luchamos, aquí, en Intereconomía y en todas partes. Claro que la homosexualidad "con discreción" nos evitaría todos los problemas. La máxima discreción, el pudor absoluto sería ocultar no sólo la homosexualidad sino nuestra orientación sexual. Así no habría problemas, ni aquí ni en Irán, pero ¿en qué quedaría entonces la libertad? Ya sabemos que la libertad en materia de sexo es para cierta derecha y cierta izquierda, para el franquismo y el castrismo, para los mulás de todas las religiones, es sólo "libertinaje", "desviación" de lo "normal" o de la "norma". Para mí es sólo libertad. Y también para defenderla se fundó Libertad Digital.


ARTÍCULO:

He seguido con perplejidad y creciente asombro la polémica suscitada por Pío Moa tras establecer la "normalidad" y las "desgracias" en materia sexual; las segundas, claro está, consecuencia de la primera. En su último artículo, después del muy desabrido y muy poco argumentado contra José María Marco, temo que Moa va más allá de la cortesía para replicar a Albert Esplugas, aunque tenga la a veces aterradora virtud de la claridad.

Probablemente la clave sea el concepto que con tanto ardor combate Pío: las "palabras policía" que suelen usar los progres para impedir la libertad de los que piensan y se expresan de forma distinta a lo "políticamente correcto". Pues bien, seguramente no hay palabra más "policial" a lo largo de la Historia que "normal". En nombre de la "normalidad" musulmana se ahorca a los homosexuales en Irán. Como "anormales" se han quemado herejes y sodomitas (no confundir con violadores de niños o niñas, que hay "normalizadores" que confunden, consciente o inconscientemente, todo). Por "normalidad" inseparable de la obligación, se ha fusilado a izquierda y derecha, se ha encarcelado, torturado y asesinado a quien se apartaba de lo que se definía como "normal", y que no debe de ser muy normal cuando cambia tanto con los tiempos. Lo "normal" se convierte muy a menudo en "anormal".

La brutalidad y la estupidez cambian menos. La semana pasada se publicó una encuesta según la cual más del 40% de los alumnos españoles de secundaria cambiaría de pupitre si su compañero es homosexual. No sé si Moa considerará "normal" esa aversión, mezcla de inseguridad sexual y burricie genérica. No me resulta sorprendente. Lo que me avergonzaría es que alguien pensara que Libertad Digital es una instancia que legitima tratar la homosexualidad como enfermedad y al homosexual como desgraciado. Me niego a aceptar el prejuicio y el odio como norma de estricto cumplimiento. No acepto que en España se tenga que ser progre para ser considerado intelectual. No acepto que los marxistas sean los únicos defensores de los obreros. No acepto que el nacionalismo catalán sea indiscutible. Y tampoco acepto que Zerolo sea el símbolo de la homosexualidad, ni que, para negar la estúpida "normalidad" de Zerolo y puesto que Zerolo se proclama reina, se funde entre nosotros una república de nuevos mulás, nuevos inquisidores o nuevos sacerdotes de la "normalidad" que se parecen mucho, demasiado, a los que condenaban y condenan, encarcelaban y encarcelan, proscribían y proscriben, excluían y excluyen a los homosexuales de la "normalidad" ciudadana; empezando en la familia, la escuela o la iglesia y terminando en el Código Penal. El despotismo, el desprecio a la libertad individual no son "normales" o, al menos, no deben serlo desde un punto de vista liberal. Es cierto que religiosos o no, hay otros puntos de vista respetables. Cuando merecen respeto, claro. Y en todo caso combatibles.

Lamento que Pío Moa, obsesionado con los zerolos, no sólo pierda ciertas normas de urbanidad en la discusión intelectual, sino que caiga en zafios argumentos como éste:

Un homosexual puede ser tan bueno o mejor que la mayoría como arquitecto, nadador o matemático, pero su homosexualidad no será "tan buena" como la normal: seguirá siendo una desgracia, que puede afrontar mejor o peor. Por hacer una comparación trivial, un cojo puede ser un gran empresario o científico, pero no logrará convencernos de que andar cojeando es tan bueno como andar normalmente.

La comparación no es trivial, es tramposa hasta la obscenidad. ¿Qué tiene que ver la cojera con la capacidad científica? No se trata de si es bueno cojear o no cojear. Se trata de que un cojo no sea discriminado por el hecho de serlo, ni sea objeto de burlas en la escuela, ni deje de jugar al fútbol si le dejan, o cree una liga de fútbol de cojos, como hay olimpíadas de discapacitados y matrimonios de ciegos, tullidos y enanos que los partidarios de la eutanasia liquidarían por contrarios al desarrollo "normal" de la raza. Hitler mandó a los campos de concentración a los homosexuales "desviados" de su "norma". Si la "normalidad" significa lo mayoritario, habitual o productivo para la sociedad, vale como palabra descriptiva. Si "normalidad" significa imposición de una "norma" sobre la voluntad y el derecho del individuo, estamos normalizando la tiranía.

Tan mala es esa tiranía que a Moa le destroza la lógica y la gramática, en él habitualmente impecables: "su homosexualidad no será "tan buena" como la normal" dice nuestro admirado historiador. ¿Habrá descubierto la "homosexualidad normal"? No sería de extrañar cuando ataca la fiebre normalizadora. Pero eso será un error fruto del fervor normalizante; lo que no es un error sino un horror es la frase siguiente: "seguirá siendo una desgracia que puede afrontar mejor o peor." Hace treinta años que no oía hablar en ese tono de una supuesta "desgracia" y era a propósito de la "normalización" lingüística en Cataluña. La suscribían los nacionalistas y la acataban los que entonces llamé "charnegos agradecidos", hoy montillas "normalizados" y "normalizadores". A mí me parecían y me parecen repugnantes los que proclaman "desgracia" objetiva lo que subjetivamente les molesta, para así machacar a los "desgraciados". No sé si es el caso de Pío, espero que no, pero lo parece. Por ejemplo, cuando dice que "tampoco lograrán convencernos –ni convencerse– de que el único problema consiste en la actitud de la gente con respecto a esas desgracias o a cualesquiera otras, o de que solo hay desgracia si uno se siente desgraciado. Se trata de la idea de que la realidad no existe, que sólo existen constructos o invenciones mentales, y que basta cambiar el punto de vista sobre la realidad para que esta se transforme en otra cosa".

No entiendo que los "homosexualistas", en el fondo, sean "heterosexualistas" o "normosexualistas", es decir, que los atacados por Moa piensan como Moa, sólo que no lo reconocen. Me parece una infatuación contradictoria. En cuanto a la realidad, no es lo que se dice fácilmente aprehensible. De hecho, llevan dos mil años discutiéndola los filósofos y los que no lo son. Más pedestremente, creo que si pensamos por nuestra cuenta vemos de forma muy distinta esa realidad según los años. En lo que al sexo se refiere, sucede que en la vida se cambia de opinión y a veces hasta de opción sexual. Por poner un ejemplo muy de nuestra generación: "Muerte en Venecia" es la historia de un descubrimiento fatal, pero podría haber sido una aventura, ensoñación o paréntesis matrimonial, sin pintarrajear al "anormal" antes de matarlo, como se mataba a las adúlteras en el cine de anteayer. En la realidad, los homosexuales pueden recibir, si la desean, una comprensión que podría llamarse compasión o caridad si se practicara en silencio. La legalidad es otra cosa: desde el punto de vista liberal, es decir, defensor de los derechos individuales, debe proteger al que, en uso de su libertad y sin atropellar la de otros, es homosexual, heterosexual, ambidextro, polimorfo, eunuco, virgen o casto. La Ley está hecha para todos. Lo contrario supone "bibianizar" por género el Derecho.

Figura condescendiente hasta lo risible es la del homosexual "razonable" y "discreto":

El homosexual razonable no hace de su condición sexual el centro de su personalidad y de su vida, acepta su realidad si cree que no puede cambiarla, y la lleva con discreción, ya que se trata de un asunto íntimo, como debieran hacer también los heterosexuales, aunque hoy se procura ya desde la escuela destruir los sentimientos de pudor y otros parecidos.

Al margen del tonillo normativo, los homosexuales que yo conozco no suelen hacer de su condición sexual el centro de su personalidad y de su vida. No más, en todo caso, que los heterosexuales que se pasan la vida hablando de "tías" y presumiendo de lo que en ellas y con ellas hacen o quisieran hacer. Hay tantos "heterosexualistas" como "homosexualistas", si no más, pero ayer como hoy suelen ser los primeros los que agreden a los segundos, en el aula o en la calle. También agreden ahora los zerolos, cierto, pero contra esa agresión insidiosa y liberticida luchamos, aquí, en Intereconomía y en todas partes. Claro que la homosexualidad "con discreción" nos evitaría todos los problemas. La máxima discreción, el pudor absoluto sería ocultar no sólo la homosexualidad sino nuestra orientación sexual. Así no habría problemas, ni aquí ni en Irán, pero ¿en qué quedaría entonces la libertad? Ya sabemos que la libertad en materia de sexo es para cierta derecha y cierta izquierda, para el franquismo y el castrismo, para los mulás de todas las religiones, es sólo "libertinaje", "desviación" de lo "normal" o de la "norma". Para mí es sólo libertad. Y también para defenderla se fundó Libertad Digital.

Estado residual por Carlos Rodríguez Braun

Más tonterías económicas, el incansable Rodríguez Braun sigue al pie del cañón para vencer a todos. Esta vez contra un artículo de Sami Naïr.

Destaco:

Esa llamada estrategia liberal es pura ficción, porque sugiere que los liberales gobiernan el mundo o sus criterios informan las políticas de los que mandan, cuando los que mandan suben los impuestos, que es justo lo contrario de lo que el liberalismo propicia.


ARTÍCULO:

El siguiente sumario en un artículo de Sami Naïr en El País atrajo mi atención: "La estrategia liberal llama ‘reforma’ a acabar con los restos del estado del bienestar".

Esa llamada estrategia liberal es pura ficción, porque sugiere que los liberales gobiernan el mundo o sus criterios informan las políticas de los que mandan, cuando los que mandan suben los impuestos, que es justo lo contrario de lo que el liberalismo propicia.

Pero aún más disparatado es que don Sami hable de "restos del estado del bienestar". Considerando que los Estados tienen un peso que oscila en torno al 50% del PIB, es decir, son Estados que todos los años arrebatan a sus súbditos la mitad de la riqueza que generan, hablar de eso como si constituyera algo residual no tiene mucho sentido, salvo que, inquietante hipótesis, el señor Naïr crea que un Estado no residual como Dios manda es uno que usurpa la totalidad de los bienes de los ciudadanos.

La lectura del artículo no invita al sosiego. Dice por ejemplo: "La crisis actual provoca una radicalización generalizada de todos los mecanismos de dominación social (competencia, precariedad, exclusión, etc.)". Y no dice ni una palabra del peso del Estado, ni una palabra de la presión fiscal, las regulaciones, las multas. Nada. Igual cree que un Gobierno que acaba de subirles los impuestos a todos los trabajadores y que va a prohibirles hasta fumar en sus bares es un Gobierno liberal, pequeñito, abstencionista y residual.

Fin de semana en Monforte

El viernes en coche de Madrid a Monforte. Cada día entiendo menos a la gente que dice que le gusta conducir.

Cena: caldo gallego con grelos, cachelos y unas pocas judías. Acompañado con pan. Mágica.

Duermo a pierna suelta después de haber leído unos apuntes sobre cálculo de estructuras.

Desayuno: zumo de naranja y croissant.

Una vuelta a visitar a mis amigos de la panadería.

Lectura mañanera, más sobre cálculo de estructuras.

Comida: lacón con grelos, siempre con pan. Más magia.

Tour de Francia y siesta. Luego más lectura.

Cena: huevos fritos con patatas (esta vez no triscan), caldo gallego, todo con pan. Mojar el pan en esos huevos y comerlo es el placer máximo.

Lectura y a dormir.

Desayuno: más zumo y croissant.

Visita al Parador, en lo alto. Luego panadería, me llevo mi bizcocho de bica, desayuno asegurado toda la semana.

Comida: pulpo a la feira, para que más.

Siesta y vuelta a Madrid. Se acabó la buena vida.

Aquí la abuela mágica:



Y algo de Monforte:








Correspondencia con Arcadi Espada, 20 de julio de 2010

Le envié esto a Arcadi Espada.



Correspondencia (links en la comunicación):

Internet y la comprensión / Manuel Álvarez López

Buenas Don Arcadi.

Esto para nuestros clarividentes editores.

Aquí hablan de nuevo de internet Internet y la comprensión.

Destaco (por no estar en nada de acuerdo):

"Meanwhile, Jakob Nielsen – the internet guru behind some of the statistics at the beginning of this article – thinks the iPad might just be the answer: "It's pleasant and fun, and doesn't remind people of work." But though John Miedema thinks iPads and Kindles are "a good halfway house, particularly if you're on the road", the author reveals that, for the true slow reader, there's simply no substitute for particular aspects of the paper book: "The binding of a book captures an experience or idea at a particular space and time." And even the act of storing a book is a pleasure for Miedema. "When the reading is complete, you place it with satisfaction on your bookshelf," he says".

Destaco (totalmente de acuerdo):

"Personally, I'm not sure I could ever go offline for long. Even while writing this article I was flicking constantly between sites, skimming too often, absorbing too little; internet reading has become too ingrained in my daily life for me to change. I read essays and articles not in hard copy but as PDFs, and I'm more comfortable churning through lots of news features from several outlets than just a few from a single print source. I suspect that many readers are in a similar position".

Lo que creo es que antes de Internet no se tenía acceso, o era más complicado y costoso tenerlo, a toda la información de la que disponemos ahora. Cualquier persona que quiera comprender y conocer en profundidad algo le tendrá que dedicar el tiempo necesario, pero habrá temas que sólo sean necesarios para ese mismo instante, como información, y que no será necesario memorizar porque estarán disponibles para consultar siempre.

La clave no es quien sabe más sino quien gestiona mejor la información y sabe sacarle lo máximo a toda la ingente cantidad de recursos que tenemos a nuestro alcance.

Manuel Álvarez López.

Tour de Francia 2010 Etapa 16

Después de unos días movidos en los Pirineos Contador se vistió de amarillo en la etapa de ayer, en parte por un problema de mecánico de Schleck, al que se le salió la cadena mientras atacaba a contador.

Se ha levantado un revuelo artificial, esto es un deporte y con esos problemas hay que jugar.

Pero Contador ha demostrado que es un fuera de serie con esto.

De todas las opiniones me quedo con esta de Hinoult: Bernard Hinault, cinco veces ganador del Tour, recomendó a Schleck que "aprenda a manejar los cambios de la bicicleta". Cuestiones que animaron la segunda etapa en los Pirineos, la víspera de la primera visita al Tourmalet, este martes.

En esa etapa, y después del incidente, Contador se fue con Menchov y Samuel Sánchez perseguidos por Schleck que se comportó como un jabato y evito perder mucho tiempo (unos 40 segundos).

Las fuerzas entre Contador y Schleck están muy igualadas, ninguno parece que pueda con el otro en la montaña, aunque después de la jornada de descanso de mañana llega la etapa que acaba en el Tourmalet. Será la última oportunidad para Schleck, porque en la contrareloj del viernes Contador le puede sacar unos 3 minutos. Ahora la diferencia entre ambos es de 8 segundos.