Arcadi Espada brillante sobre la igualdad. Yo estoy a favor de que todos tengamos los mismos derechos y obligaciones, pero que intentar igualar frenando el progreso de los mejores acabará perjudicando al conjunto del país.
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Una mujer que quiera hacer una película en España tendrá bonificación a causa de su handicap. Al parecer una mujer es un ser socialmente handicapado y para que el cine patrio pueda alcanzar la igualdad debe compensarla. La izquierda impulsa la iniciativa, porque la palabra «igualdad» es suya. Por las mismas razones se opone al proyecto de la presidenta Aguirre de reservar un bachillerato público para los alumnos notables. La izquierda considera que las mujeres están cinematográficamente discriminadas. Pero niega que los alumnos notables lo estén, aunque su capacidad de adquisición de conocimientos se vea socialmente frenada. La discriminación —teórica— existe en un caso y otro: ni mujeres ni notables pueden hacer lo que quieren y merecen. Pero mientras que la promoción de unas significa adherirse a una determinada masa y reforzar su cohesión, la promoción de los otros supone romperla. La izquierda sigue dispuesta a retrasar el progreso y el conocimiento a cambio de que el avance lo protagonicen grupos sólidos, cohesionados. La utopía de la izquierda es la igualdad; pero su traducción real y cotidiana es el aura mediocritas. No hay que excitarse: tiene patrocinadores y una noble y remota tradición. La izquierda y el buen Gabilondo temen que el Bachillerato de los notables impida el contagio positivo que se produce entre los alumnos mediocres por la acción de los notables. Temen que se instale una educación a dos velocidades donde el grupo de los notables aumente su distancia respecto a unos mediocres sin estímulos. No es un cuadro imposible. Pero hay que completarlo, claro está, con la hipótesis del revés: la letal influencia de los mediocres sobre los notables. La cuestión no es desdeñable, al menos por dos motivos. Los mediocres tienen una superioridad numérica avasalladora. Y gozan, en consecuencia, de una importantísima popularidad social. Conozco más de una alumna que dedica ímprobos esfuerzos para no destacar en la conexionada mediocridad que la rodea. De ahí que por grado o por fuerza, y añadida la legendaria capacidad humana para la pereza, la mediocridad se contagie con mayor facilidad que la excelencia. Probablemente estas sean dos maneras principales de gobernar el mundo que, algo sumariamente, se identifican con el liberalismo y la socialdemocracia. Es probable también que respecto a su elección no quepan juicios absolutos. Y que la inteligencia política consista en intensificar la presión por uno u otro lado, dependiendo de las circunstancias concretas de cada lugar y de cada tiempo. Yo creo que esto es al menos tan verdad como el hecho de que la mediocridad ha alcanzado hoy en España un nivel asfixiante e insoportable.