El lunes pasado dos gigantes de internet pusieron patas arriba la red de redes al colgar un breve documento en sus respectivas páginas web. El texto contiene una propuesta conjunta “en defensa de un Internet abierto” y las dos grandes empresas son el archiconocido buscador Google y Verizon, una de las principales compañías de telecomunicación de EEUU.
El revuelo que se ha organizado tiene que ver con las matizaciones que en el texto hacen estas dos empresas al concepto de neutralidad de red. Por neutralidad de red se entiende que los operadores de telecomunicaciones no puedan discriminar contenidos, aplicaciones, servicios o simples bits que transiten por sus redes, dando prioridad a unos sobre otros.
El movimiento por la neutralidad de red, liderado hasta ahora por los grandes buscadores como Google, defiende que este principio es fundamental para mantener la libre competencia, la innovación y la libertad de los usuarios. Sus detractores, encabezados por las empresas de telecomunicaciones, argumentan con razón que lo que los activistas por la neutralidad llaman libre competencia es en realidad la usurpación de la gestión de sus recursos y que la verdadera libre competencia es la que resulta de los acuerdos voluntarios entre los dueños de las redes, los proveedores de contenidos y los usuarios finales.
Principio igualitarista
El principio de neutralidad de red se asemeja a una norma que permitiera a los dueños de los centros comerciales cobrar una entrada (en general mediante una tarifa plana) a los clientes que visiten el centro pero no pudieran pedir alquiler por el uso de los locales comerciales a las empresas que se instalen para ofrecer servicio a los consumidores finales.
En virtud de este principio igualitarista el dueño del centro no podría gestionar sus activos. No podría decidir qué empresas se instalan y cuales no lo harán, ni si lo pueden hacer más cerca o más lejos de la entrada, no podría diferenciar el trato que da a clientes que vienen a comprar y luego se marchan frente a los que vienen a pasear y mirar escaparates todo el día.
Mientras el centro comercial sea tan grande que quepan todos las empresas que quieran instalarse y todos los visitantes que quieran entrar sin llegar a estorbarse, todo irá más o menos bien. El dueño del centro habrá perdido su capacidad para determinar el tipo de centro que quiere ofrecer (que no es poca pérdida de libertad) pero el sistema será viable desde un punto de vista estrictamente operativo y de corto plazo.
El principal problema surge desde el momento en que el espacio empiece a escasear. ¿Quién gestionará en ese momento la entrada y los escasos metros cuadrados que existen para instalarse? ¿Lo harán los propietarios o lo hará un tercero? ¿Si lo hace un tercero y el propietario no puede rentabilizar la gran afluencia, quién invertirá en ampliar el centro? Eso es precisamente lo que ha sucedido en Internet.
Mientras la red fue relativamente grande en relación a su uso la idea de neutralidad era viable, si bien su implantación hubiese atentado contra la libertad de los dueños de las redes. Una vez que el uso ha crecido exponencialmente y existe una fuerte presión sobre el recurso que todos utilizan la idea de neutralidad se vuelve en contra de los proveedores de contenidos más competitivos y del consumidor; además de contra las empresas de telecomunicaciones.
Este es el contexto en el que hay que entender las declaraciones de César Alierta en febrero de este mismo año cuando dijo que “es evidente que los buscadores e Internet utilizan nuestras redes sin pagarnos nada, lo cual es una suerte para ellos y una desgracia para nosotros. Pero eso no puede seguir, las redes las ponemos nosotros, los sistemas los hacemos nosotros, el servicios postventa lo hacemos nosotros; lo hacemos todo. Eso va a cambiar, estoy convencido.”
Pues bien, Google y Verizon, el buscador y el telecomunicador, han matizado su apoyo al principio de neutralidad. En el quinto punto de su comunicado conjunto proponen que a través de la banda ancha, además del acceso a Internet, se puedan ofrecer nuevos servicios en los que el proveedor sí pueda priorizar.
Situación insostenible
Por otro lado, en el siguiente punto afirman que las redes inalámbricas son diferentes a las tradicionales y que varían a tal velocidad que no conviene hacerlas pasar por el aro de la neutralidad. Parece que, como decía el presidente de Telefónica, las cosas van a cambiar en alguna medida porque lo otro era insostenible. Google, gran instigador del movimiento por la neutralidad (eufemismo, como hemos visto, para hablar de la gestión colectiva de los recursos propiedad de las empresas de telecomunicación) le ha visto las orejas al lobo que lleva años cebando y ahora quiere dar marcha atrás sin que se note demasiado.
A los activistas por la neutralidad todo esto les parece horrible. Ven que el centro comercial está abarrotado y que pronto será molesto acudir a él. Sin embargo detestan flexibilizar su principio igualitarista y su solución pasa por obligar a las empresas propietarias de la red a que inviertan en nuevas instalaciones aunque no sea rentable hacerlo en el marco de una neutralidad que pretenden imponer. También quieren que sea el Estado quien, bajo su influencia y a través del regulador, dicte cómo será el Internet del futuro y incluso se erija en empresario y gestione el sector de las telecomunicaciones si hiciera falta.
En cambio, a los defensores de un Internet en constante innovación en el que impere la libertad individual, el derecho a la propiedad privada y el respeto por los acuerdos libremente alcanzados entre las partes, el cambio de postura de Google es una buena noticia. Lo último que necesitamos es que el Estado decida qué tiendas y bajo qué condiciones pueden instalarse en el centro comercial.