"Siempre detestaré -y me levantaré contra ella- cualquier militancia que impida a una persona reconocer en otra a un semejante cuya vida es preciosa. Me da igual la coartada, ya se trate de una patria, de una raza o, degenerando, como en Belmonte, de unos animales. Ahora no nos referimos a la fosa séptica del tuiter, a ese aliviadero de maldad, a ese regüeldo colectivo donde el hijoputa clandestino de siempre se volvió expansivo. Ahora nos referimos a la última expresión de la capacidad ideológica de anular la empatía y cosificar a un hombre hasta volverse uno incapaz de apreciar el matiz trágico de su muerte. Peor aún: hasta volverse uno capaz de festejarla como un gol, arrasando por añadidura la intimidad y el dolor de los seres queridos del muerto cuando éstos están más quebradizos".