Fundación escuela de solidaridad. FES.
Es fiel a su proyecto de seguir a Jesús de Nazareth haciendo familia con aquellos que no la tienen. Sólo ese género de personas que todo lo dan, sin guardar nada para sí, pueden operar milagros. Allí en Sierra Elvira, muy cerca de Granada capital, Ignacio Pereda asiste diariamente al prodigio de lograr llenar el medio centenar de estómagos a su custodia. Por ello no le falta fe. Ésta asoma sin alardes, natural, cautivadora, de ese rostro redondo y bueno, de ese cuerpo fuerte y curtido, de ese espíritu grande y tranquilo. Hacen falta muchas dosis de sosiego para poder afrontar cada día lo imposible.
No se ha limitado a reunir bajo un mismo techo a los desamparados. Ha hecho familia que literalmente amasa barro, pero también sueños, futuro…; familia que camina y sube montañas..., familia que ora de forma universal, canta, danza y ríe… Jamás lo confesará, pero él es el artífice del prodigio, el pegamento que procura la armónica convivencia entre gentes tan diferentes y desarraigadas. Ese amor, que no puede disimular su estampa, es el que conglomera a los últimos, a los olvidados de la tierra instalados en el hogar de la Fundación “Escuela de Solidaridad”.
La recuperación afectiva y motivacional de niños, adolescentes, jóvenes, madres con hijos en situación de emergencia, adultos, cualquier persona sin hogar..., es el desvelo de este cordobés de 49 años de edad que cada día se entrega por entero a “su familia”. “Lo que guardé no lo tengo, sólo tengo lo que dí...” es el particular mantram que Ignacio se repite a sí mismo. Por eso desde que muy joven terminó la carrera de Derecho, se implicó en el afán solidario. A estas alturas no lo podría dejar de ninguna de las maneras: “Ponerse a tiro de su cariño, dejarse querer por ellos. El amor recibido compromete mucho más que el amor dado”.
Este hombre sin escapatoria por la opción tomada, este hombre humilde, pero a la vez acrecentado en una vida de servicio, añade: “La forma de hablar, la ingratitud, la falta de formación y educación es signo vivo de su realidad y constituyen la razón para el esfuerzo de transformación en el que entregamos nuestra vida.
Toda esta dinámica genera un desgaste, que cansa y agota, pero al mismo tiempo retroalimenta y nutre”.
Ignacio no abriga una propuesta asistencial, más bien “propone contemplar, mirar en profundidad, descubrir qué hay detrás de las vidas de estas personas necesitadas. No se trata de números y de eficacia, sino de gustar y sentir aquello que satisface el alma”.
Al principio de toda esta gesta está Jesús. En el arranque de todos los interminables quebraderos de cabeza, de una vida entera entre los últimos sitúa al profeta de Nazareth: “Jesús es lo que me ayuda a levantarme cuando no tengo fuerzas, cuando estoy muy cansado y veo la dificultad de un joven o una madre que no puedo resolver, cuando siento que soy poca cosa para ayudar a los demás, cuando me equivoco, cuando me quejo y me enfado”.
Aprendió de leyes lo suficiente para gestionar sus proyectos en este mundo complicado, pero desde que dejó la toga apenas se ha dado la oportunidad de viajar, conocer y enriquecerse en el exterior, sin embargo cada día llega más gente atraída por el ensayo fraterno de Sierra Elvira, cada vez más gente deja su bagaje experiencial en medio de esa familia multicolor y entrañable.
En Sierra Elvira tiene que haber un coordinador, un controlador de las cuentas, a veces también un gendarme…, pero él quisiera que el proyecto fuera de todos. Cree a pies juntillas en la máxima de Tagore que servir es una inmensa alegría: “Desperté y ví que la vida es servicio. Actué y ví que el servicio es alegría”
La apuesta de Ignacio es de alto coraje y valentía. Exige superar un estilo acomodado, asistencialista. Su esfuerzo se centra en crear un ambiente sano y fraterno, en el que todos los implicados sean constructores del proyecto. He aquí el testimonio de quien arrancó con tan bella historia…
¿Dónde encuentra Ignacio Pereda la fuerza para desarrollar todo ese ingente trabajo a favor de los más desfavorecidos?
Inicialmente yo me enamoro del mensaje de Jesús de Nazareth. Es el evangelio lo que hace cuestionarme mi vida. Jesús es el motor de mis días. La opción la he hecho en la más absoluta libertad.
¿De qué tipo de fe estaríamos hablando?
Una fe activa de vida y esperanza, fe de hombre y mujer que busca y lucha por sus sueños; fe en uno mismo y en los demás; fe en la verdad, en la bondad y en la justicia; fe en esa luz del nuevo día, en sus promesas y alegrías; fe en Dios y en el amor que todo lo puede. En que no hay mal que siempre dure…
¿Cuando te has encontrado con los megaproblemas propios de tu labor, has sentido dentro la fuerza de Jesús?
Cierto. Sí, definitivamente mi espiritualidad es de Jesús, pero yo la siento abierta y universal. Trabajar con los últimos implica estar preparado para cualquier eventualidad. Imagínate el caso de un alcohólico que en sus crisis de abstinencia comenzaba a romper en la casa todo lo que encontraba. Hemos de estar preparados incluso para su muerte.
Es preciso dejarte “incordiar”, in-cordis, es decir, dejarte tocar el corazón por esta gente, por los últimos. El Creador quiere que haya fraternidad auténtica entre nosotros. Hemos de dejarnos incordiar por el pobre, por el último. Si no nos dejamos molestar, atosigar, cansar…, por ellos, no podemos compartir el día a día. Sí hay momentos en que cansan mucho, pero es preciso estar ahí…
Hablamos por lo tanto de una fe viva, operativa, al tiempo que abierta, que permite ser seducida por otras espiritualidades…
Correcto. Mi credo está abierto al resto de los credos, al resto de los humanos. En la misma casa de la Fundación se practican cuatro religiones, concretamente cristianismo, budismo, hinduismo e Islam. Convivimos con gran respeto y mutuo cariño. Hemos empezado ya a hacer encuentros con un cariz espiritual en los que todos nos enriquecemos mutuamente.
Trabajar juntos es indispensable para el futuro de la humanidad. Es preciso avanzar con sumo respeto por el otro, de esa forma nos aguardará un futuro grande.
¿Qué es lo que más te satisface del trabajo que estás haciendo?
Yo siento aquello como mi propia familia. Mi familia se ensancha. Aquella es mi gente también. Esos niños que he visto nacer y que he llevado al hospital cuando han estado enfermos, los quiero como hijos. Los llevo dentro como a los míos propios. No pongo un amor por delante del otro. No jerarquizo mi entrega. Esos niños cuentan hoy ya con dos horas diarias de apoyo escolar obligatorio. El proyecto es una prolongación de mi familia, sin embargo esta paternidad asumida no es siempre bien comprendida.
¿Qué es lo que más necesita la gente de tu hogar, los miembros de tu familia?
Creo, de verdad, que las personas con las que vivo están más necesitadas de dar que de recibir. Lo que nos constituye en sujetos es nuestra capacidad de aportar, de ser útiles, creadores. Tratamos de sacar todo lo bueno que tienen y ponerlo al servicio de los demás.
A veces en situaciones de intemperie, de fuerte dificultad como las que viví en el comienzo, descubro la fuerza de fe y siento al que me acompaña como familia.
¿La magia de la gran armonía en esa Torre de Babel que es Sierra Elvira?
Creo que es necesario un abanico de edades. Creo necesario también crear una comunidad extensa en la que los más pequeños tengan referentes de más edad. Creo necesario reproducir el esquema amplio y multicolor de la familia. La vida es comunitaria, pero se protege la parte de intimidad que pertenece a cada uno. Las pequeñas casas de Sierra Elvira posibilitan esa intimidad familiar.
¿Subvenciones?
No nos podemos acoger a las ayudas oficiales desde el momento que no deseamos implicarnos con un solo colectivo. Hay subvenciones sólo para grupos sociales determinados: menores tutelados, madres solteras… No contemplan casos como el nuestro. Habrán de contemplarlos en el futuro, pues aquí tienen un testimonio de gran éxito. Sólo contamos con las ayudas particulares. Hacemos también trabajos de artesanía (barro, tela, cobre…) y portes de mudanzas.
¿Reglas?
Alcohol y drogas están prohibidos. Les desaconsejo también que vayan al bar del pueblo. En el día a día siempre hay que pulir cosas…
¿La fraternidad es un sueño de místicos, o es un anhelo que sólo puede encarnar en lugares como Andalucía?
La humanidad necesita de estos laboratorios. Son una fuerte inyección de luz. Sierra Elvira pretende ser un punto de luz, de forma que la gente que nos visite, vea como nos amamos todos, musulmanes, hindúes, budistas, cristianos… Vean que podemos vivir en paz, ayudándonos los unos a los otros. De un lugar que era puro vertedero, con un olor pestilente… ahora hace cinco años, hemos hecho un espacio de luz y de amor.
¿Con alguna religión ha surgido algún inconveniente?
No, simplemente que con los musulmanes es preciso cuidar algunos aspectos. Tienen sus particularidades. Por ejemplo ellos no permiten que haya imágenes en su oratorio, ni que éste sea utilizado por quienes practican otras religiones.
Yo interpelo a los creyentes de una y otra religión a que sean buenos cristianos, hindúes… Cada uno vive su fe y a la hora de comer hacemos una oración de carácter más universal. Queremos que el proyecto sea de los que a él acuden. No sólo nuestro. Me toca operar de coordinador, pero deseo que sea un espacio fraterno, que podamos acoger a quienes lo desean.
¿Cuándo más alegría, cuando llegan o cuando parten?
La llegada es un momento muy especial. Es preciso volcarles mucha atención, mucho cariño. Quizás el momento más importante es cuando descubren el valor y el sentido de la nueva familia. Esa nueva familia le va a querer, le va a dar nuevos horizontes, va a ser la rampa de lanzamiento para poderse integrar de nuevo en la sociedad. Por nuestra parte le vamos a acompañar. Le vamos a hacer un seguimiento de su situación.
¿Pena cuando marchan?
No, pues si marchan quiere decir que ya viven de forma independiente. Es motivo de alegría ver que tienen su propia vida y su casa.
¿Hay un tiempo de permanencia estipulado?
La permanencia en la Fundación no tiene límite. Les animamos a que den el paso de reintegración en la sociedad, pero saben que pueden prolongar su estancia el tiempo que necesiten. En Sierra Elvira tenemos un límite de 55-60 plazas.
Con estas personas, niños, jóvenes, madres con hijos, adultos enfermos, inmigrantes, respetamos el espacio individual. Trabajamos con un tiempo no cronológico. No hay plazos, ni tiempos de acogida. Primamos la búsqueda de sus aspectos positivos, el desarrollo de todos sus potenciales.
Sugerencia para los voluntarios que trabajan…
Necesitamos capacidad de escucha, que nos ayuda a incluir, no a excluir. Este compromiso va más allá del voluntarismo. Propongo contemplar, mirar en profundidad, descubrir qué hay detrás de las vidas de estas personas necesitadas. No se trata de números y de eficacia, sino de sentir aquello que satisface el alma.
A toda esa gente que forma su red social de apoyo, ¿qué les dice…?
Una persona es siempre mucho más que un problema o una necesidad. Lo que menos tienen que aportar los pobres son sus carencias. Se trata de recibirles, no para hacerles un favor porque somos buenos, sino porque tienen preferencia y derecho.
Dejarse interpelar, incordiar, molestar, atosigar, no es fácil. En ocasiones es difícil. Porque no se trata de solucionar su problema, su dificultad rápidamente y después que se vayan. Intentamos crear un espacio de calor habitable, un ambiente de hogar.
Referencias estimuladoras para tu trabajo…
Pocas. Empecé en el año 1985 con ocho niños en tiempos de mi juventud. Me pusieron en un piso de Granada a cuidar de ellos. Pero tuve que romper el convenio en el año 1995 porque no podía seguir las pautas que me imponía la administración. Me quitaban a los que había estado cuidando durante diez años. No pude aguantar por más que aquello me suponía buscar los recursos fuera. Después de diez años con unos chavales, no podía admitir que los metieran en un centro de menores. Podían acabar con el proceso cuidadoso iniciado.
Los fiscales finalmente aceptaron que se quedaran conmigo. Pero no tenía dinero. Yo lloraba en las noches. Tenía ya 18 chavales en un chalet. No paré de luchar. No tenía un trabajo. Entonces comenzamos a trabajar haciendo portes. Después nos abrimos también a cuotas de socios.
¿Cuál es su sensación al mirar atrás?
He vivido el día a día sin poder nutrirme de otros testimonios de fuera. Ahora vivo el momento más hermoso de toda mi vida. Ha habido momentos que me ha tocado estar solo con 40 chavales. No he podido viajar. He vivido un imperativo cotidiano.
¿Proyectos para el futuro?
Sierra Elvira está abriéndose mucho. Están entrando nuevos aires, está llegando nueva fuerza. Está llegando gente con entrega. Han venido por ejemplo personas de la comunidad de Findhorn que nos han orientado mucho.
Estamos reconstruyendo una casa en ruinas. Allí pondremos un expositor para todos los trabajos de artesanía que estamos haciendo. Vamos también a comenzar a trabajar en Senegal en un terreno que nos han regalado. Concretamente vamos a levantar un dispensario pequeñito y cuatro aulas, una casa para voluntarios…
¿Que le pide Ignacio a Dios?
Tengo la obligación moral de seguir. Le pido que me conceda la fuerza y la energía para ello. Que tenga capacidad para saber ver y reír al abandonado con risa alegre y renacida. Ver encenderse la ilusión en los ojos apagados de quien un día se olvidó de soñar y creer. Ver los brazos infatigables de personas que construyen milagros de amor, de paz, de futuro. Ver la oportunidad y llamada donde a veces sólo hay bruma. Ver cómo la dignidad recuperada de los jóvenes cierra los infiernos del mundo. Que en el cercano y en el lejano vea siempre a mi hermano. Utopía no es lo imposible, sino lo que todavía no es real, pero empieza a activarse, poco a poco, soñando un mundo mejor.
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