Uno de los autores, Juan Ramón Rallo, me escribió en el libro: "Confío en que este libro de introducción a la economía te ayude a comprender mejor el fundamento de la buena ciencia económica". Y así ha sido. Lo incluyo entre mis libros.
Aunque los textos de los dos autores, el mencionado Rallo y Carlos Rodríguez Braun, son lecturas habituales para mí, es el primer libro que leo de alguno de los autores. Hay un libro de Rodríguez Braun, Panfletos liberales II, recopilación de artículos que leí y comenté. Igualmente recomendable.
"El liberalismo no es pecado" es una explicación de la economía desde un punto de vista liberal, aunque me pregunto si hay algún otro enfoque que se aproxime tan fielmente a la realidad.
Aquí pueden encontrar la introducción.
El libro me ha resultado muy claro y didáctico, una pena no haberlo leído con 15 años, ahora tengo 35, ya que me hubiera ahorrado muchas ideas equivocadas, con defensas del comunismo incluidas, que no tenían ni pies ni cabeza y con las que me han llenado la cabeza durante mi vida escolar y universitaria. Ideas ante las que no había mucha defensa, porque el liberalismo y sus teóricos eran algo poco conocido para mí. El capitalismo era tratado como el Anticristo.
El libro está estructurado en cinco lecciones:
1. Precios, beneficios y competencia
2. Dinero y capital
3. Los bancos y los ciclos económicos
4. Riqueza y pobreza
5. El Estado
Todas explicadas de una manera muy sencilla, sin formulación matemática. Aunque muchos de los conceptos y explicaciones ya las conocía, me ha gustado ver todas recogidas en una misma obra, y con el añadido de otras ideas desconocidas para mí. Me he quedado con ganas de más, sobre todo de ese aparato matemático ausente y más referencias bibliográficas. El libro prescinde de ellas para una lectura más ágil y sencilla.
Se echan en falta un índice onomástico y temático.
El libro está plagado de interesantes y buenas reflexiones. A continuación comento algunas de las que me han llamado la atención.
La elección es fundamental en la economía: "Cada agente les otorgará a los bienes económicos el uso que en cada momento considere más adecuado, por obsceno, inmoral, absurdo o disparatado que pueda parecerle a un observador externo". (P. 24).
El muy extendido mito de los intermediarios que "encarecen los precios finales de venta" queda destruido cuando explican que "sin ellos, cada consumidor debería ir de compras a todos los centros de producción de todos los bienes que desea (o cada productor debería ir vendiendo puerta por puerta)". (P. 49).
La explicación del Mercado como algo vivo, como "un proceso de descubrimiento acerca de qué hay que producir, cómo y para quién debe hacerse o cuándo y dónde hay que distribuirlo; ninguna de esas respuestas tienen una respuesta a priori y en todas ellas es del todo posible equivocarse. Pero no por ello hay que dejar de planteárselas, pues esa ignorancia voluntaria nos condenaría al estancamiento y la miseria". (Pp. 50 - 51).
Otro mito extendido es el dominio de la gente a través de la publicidad, cuando es evidente que los que piensan así "deberían preguntarse por qué las empresas no prescinden de todos sus gastos -en I+D, logística, distribución, inventarios, gestión de compras, recursos humanos, etc.- y concentran sus inversiones simplemente en sufragar anuncios muy convincentes; tal vez sea porque la gente es menos tonta de lo que se supone". (P. 70).
La explicación de por qué no funcionarían los precios predatorios en una economía de libre mercado, se explica a través de la anécdota del Herbert Dow, creador de Dow Chemical Company. (Pp.81 - 82). Y aunque en algún caso, temporalmente, la compañía se pueda beneficiar, el verdadero beneficiario de una política de precios predatorios es el consumidor.
Un error muy común es pensar "que una sociedad es tanto más rica cuanto más dinero tiene: si lo que caracteriza al rico es disfrutar de mucho dinero, bastará con multiplicar la cantidad de dinero para que todos se vuelvan ricos." (P. 111).
El valor de la empresas se mide "por los bienes económicos que crean hoy y que se espera que sigan creando en el futuro". (P. 112).
Se define el capital como "el valor monetario de los factores productivos dirigidos a obtener un lucro monetario en el mercado". Y una burbuja "cuando el capital esté muy desligado del lucro futuro que generará". (P. 114).
Los tipos de interés no "son el precio del dinero" son "la compensación que recibe el prestamista por renunciar temporalmente a la satisfacción de sus fines y por asumir riesgos". (P. 118).
No se debe confundir el capital con los bienes de capital que son "esos factores productivos que, ordenados dentro de un plan empresarial, tratan de lograr un lucro monetario fabricando bienes de consumo y servicios para el mercado". (P. 119). Además "es fácil convertir el dinero en bienes de capital, pero (...) los bienes de capital no son ni mucho menos tan sencillo de transformar en dinero sin merma del poder adquisitivo". (P. 122).
"En contabilidad, al conjunto de todos los bienes de capital se le llama 'activo' y al conjunto de todas las fuentes de financiación, 'pasivo'". (P. 125).
Uno de los problemas del comunismo es que "no tiene ninguna referencia a la hora de establecer sus planes productivos. Es perfectamente posible que los trabajadores se dediquen a extraer hierro mientras existe una carestía brutal de alimentos que los mata de hambre (algo que, de hecho, sucedió en la China maoísta entre 1958 y 1961 con su Gran Salto Adelante); lo que en un mercado libre haría disparar el precio y la rentabilidad de producir alimentos frente a hierro". (P. 138). Asimismo "el fracaso del socialismo o de la socialdemocracia es menos patente que el del comunismo no porque el primero sea más eficiente, sino porque su ámbito de actuación es más restringido". (P. 140).
El banco central ha dejado "de ser un banco privado dedicado a redescontar las promesas de pago de calidad en posesión de la banca comercial y a prestar de manera especializada al Gobierno para convertirse en una herramienta más del poder político dirigida a degradar su liquidez con la finalidad de proporcionar una financiación artificialmente barata al Gobierno y a la banca privada". (P. 159).
"El crédito artificial generará un boom económico insostenible: el gasto aumentará en toda la economía, se incrementará el empleo, los beneficios empresariales y las cotizaciones bursátiles se dispararán, etc. Muchas inversiones acometidas por los empresarios serán 'malas inversiones'". (P. 164). Los autores indican que "durante los booms se destruye riqueza, mientras que es en las depresiones cuando se detectan los errores cometidos, se intentan salvar los muebles y se sientan las bases de la recuperación". (P. 173).
"Los precios son las señales que emplean los empresarios para guiar sus inversiones. Falsear los precios equivale a desvirtuar esas decisiones de inversión y, por tanto, a confundirles acerca de dónde es preciso movilizar el capital para satisfacer las necesidades de los consumidores". (P. 177).
Para la recuperación es un requisito que "desciendan los precios relativos de aquellos activos y factores que se sobredimensionaron durante el boom. Mientras esto no suceda, los empresarios no los incorporarán a sus nuevos proyectos empresariales y no procederán a generar otra vez valor". (P. 178).
"Una devaluación muy drástica sí podría tener éxito a la hora de lograr que se supere la crisis (...) El primer motivo es que la devaluación equivale a aun impago a acreedores externos. (...) El segundo motivo, y principal, es que una devolución muy fuerte de la moneda coloca a precio de saldo -en términos de moneda extranjera- los activos y factores productivos nacionales". (P. 180).
"Los planes de estímulo basados en un mayor gasto público sólo contribuyen a incrementar todavía más el endeudamiento total de la economía y a dilapidar el escaso ahorro de agentes privados en nuevas y perjudiciales inversiones que desaparecerán tan pronto ese gasto se retraiga. Llevados al extremo, podrían ocasionar la suspensión de pagos del Estado". (P. 183).
Sobre el dinero fiduciario los autores indican que: "Si ha reemplazado como medio de pago al oro no es por sus cualidades superiores como dinero, sino más bien porque sus cualidades son tan malas que permiten a los políticos y a los banqueros centrales de turno manejarlo a su entera discreción". (P. 195).
Un tema muy importante de la revolución industrial fue que "la riqueza se liberó de la dependencia climática". (P. 213). Algo que ya destaqué en mi entrada sobre El optimista racional de Matt Ridley:
Para explicar el despegue de Gran Bretaña a comienzos del siglo XIX las cifras son esclarecedoras (P. 201) "en 1830, Gran Bretaña tenía 17 millones de hectáreas de tierra arable, 25 millones de ha. de pastizales y menos de dos millones de ha. de bosque. Pero consumían azúcar de las Indias occidentales equivalente (en calorías) a la producción de por lo menos otros dos millones de ha. de trigo; madera de Canada equivalente a otro millón de ha. de bosque; algodón de las Américas equivalente a la lana producida en la impresionante cantidad de 23 millones de ha. de pastizales, y carbón de las minas equivalente a 15 millones de ha. de bosque". Todo ello fundamental para dar impulso a la Revolución Industrial incipiente.
También en la misma línea que Matt Ridley los autores señalan que: "Los que piensan que las condiciones de vida de los trabajadores empeoraron en el siglo XIX nunca consideran cómo eran esas condiciones en los siglos precedentes". (P. 214).
Aunque no lo mencionan expresamente, se refieren a Julian Simon, cuando escriben que: "Los pronósticos apocalípticos sobre el agotamiento de los recursos naturales ignoran a menudo el principal recurso de todos: las personas. (...) Es curioso que tanta gente haya pensado que un país se enriquece cuando nace un ternero y se empobrece cuando nace un niño". (P. 215).
Los autores afirman que: "las instituciones son clave de la prosperidad. (...) Un país pacífico, justo y libre será más rico que uno guerrero, injusto y servil". (P. 219).
Asimismo los autores analizan el porqué de los Estados grandes y ricos, indicando que: "Los países no son ricos porque tengan Estados grandes, sino que tienen Estados grandes porque son ricos". Comparan los estados de Francia y Argentina, concluyendo que: "Una diferencia muy notable entre la política de ambos países es la previsibilidad. Los franceses saben que el Estado les quita todos los años una fracción enorme de la riqueza que producen. Pero la otra fracción es suya y el Estado no se la arrebata e incluso garantiza que puedan utilizarla con seguridad jurídica. Esto no sucede así en la Argentina". (P. 221).
Rematan afirmando que: "El marco de las instituciones, por tanto, es un pilar de la creación de riqueza, pero lo es en la medida que protege y consolida la libertad de los ciudadanos, su propiedad y sus contratos, y no lo es en la medida que los restringe o avasalla". (P. 224).
La hipocresía de una gran mayoría en lo relativo a la pobreza es destacada por los autores cuando escriben que: "Es habitual que se nos diga que, como los países pobres no pueden competir con los ricos y son incapaces de progresar en el mercado libre, entonces hay que ayudarles; y, al mismo tiempo, se nos dice que los pobres son tan tremendamente competitivos que hay que cerrarles las puertas a sus productos o a sus ciudadanos y forzarlos a que tengan impuestos tan elevados y regulaciones laborales o medioambientales tan intervencionistas como los que padecen los súbditos de los Estados ricos". (Pp. 230-231).
En el tema de la ayuda exterior se destaca "la arrogancia de pensar que uno tiene razón si cuenta con buenas intenciones". (P. 236).
"La actitud paternalista hacia los menos desarrollados" debería de atenuarse o revertirse si lo que queremos enseñar a esos países es "a soportar el 50% de tasa de paro juvenil" o a tener "tantos falsos empresarios que viven de subsidio público". (P. 242).
Hay "contradicciones que las preferencias ciudadanas plantean; típicamente, la mayoría suele decantarse porque aumente el gasto público, pero también prefiere que lo paguen los demás". (P. 268).
El gasto del Estado está condicionado porque "aunque destina cuantiosas sumas al dispendio y al provecho más o menos corrupto de sus administradores y socios ocasionales o permanentes, el grueso del gasto público se dirige a la provisión de valiosos servicios como la sanidad o la educación, simplemente porque no podría ser de otra manera". (P. 269).
Acabo con esta reflexión, muy acertada, sobre el papel del Estado: "Es un error pensar que los Estados son inocentes de los males que padecemos y también que tienen la capacidad y sabiduría necesarias para arreglarlos y que no van a crear, cuando intenten hacerlo, problemas aún mayores". (P. 283).
Título: El liberalismo no es pecado. La economía en cinco lecciones
Autores: Carlos Rodríguez Braun y Juan Ramón Rallo
Editorial: Deusto
Fecha: 2011
Páginas: 302