La Quiebra (económica) del PSOE

Xavier Sala i Martín.

En un post del pasado 15 de Enero que escribí a raíz de que el Partido Popular se había pasado por el forro algunas de las promesas electorales más importantes como la de no subir el IRPF, llegué a la conclusión de que las campañas electorales eran inútiles: en teoría, su objetivo principal es dar a conocer a los electores los diferentes programas para que puedan votar informados. Después de los incumplimientos de Zapatero durante 8 años y las mentiras del PP de 2012 (sumadas a las mentiras de otros partidos como la quimera del pacto fiscal de CIU) es evidente, si es que no lo era ya antes, que los partidos mienten de manera sistemática y patológica, por lo que uno debe llegar a la conclusión de que las campañas electorales son innecesarias porque no aportan información veraz al elector para que éste pueda votar informado. Si las campañas son inútiles porque no cumplen su objetivo, deben ser reducidas drásticamente: en lugar de semanas deberían durar uno o dos días. Esa reducción ahorraría millones de euros en malgasto y se transmitiría la misma cantidad de información útil. Es decir, ¡ninguna! Lo más importante es que eso representaría un ahorro para los contribuyentes ya que, recuerde el lector, los partidos políticos son básicamente financiados con dinero público.
El argumento que utilizan los partidos para obtener subsidios del estado es que sin éstos, solo podrían “informar” los partidos de los ricos y por lo tanto siempre ganarían las elecciones esos partidos. Para que los "partidos de los pobres" puedan también informar y ganar elecciones, es necesario que el estado subvencione las campañas de todos por igual. Eso es cierto... pero sólo si las campañas siguen para informar. Si, como es el caso, solo sirven para vomitar mentiras, el argumento del subsidio deja de tener validez.
El problema es que los partidos (también) mienten cuando dicen que necesitan el dinero para las campañas. En realidad, con el burdo argumento de la información electoral, utilizan la mayor parte del dinero para dar empleos a amigos, familiares, personas afines y toda una constelación de inútiles incapaces de obtener empleo fuera de su maquinaria. Sin esos generosos subsidios la mayoría de los partidos estarían en bancarrota debido a los extravagantes gastos de unos aparatos políticos sobredimensionados.
De hecho, uno de los partidos que se encuentra cerca de la quiebra es el PSOE: sus malos resultados electorales han hecho que muchos amigos que antes estaban colocados en ministerios y gobiernos varios, siendo incapaces de encontrar empleo en el sector privado, ahora necesiten trabajar en el aparato. Es más, sus ingresos han caído en picado en parte porque los subsidios públicos son proporcionales a los escaños obtenidos y en parte porque el PP ha recortado las subvenciones a todos los partidos. Con menos ingresos y muchos más gastos, parece que el PSOE no tiene ya suficiente dinero para pagar nóminas y devolver unas deudas acumuladas que, al parecer, alcanzan los 22 millones de euros. Para salir del agujero, el PSOE exige al PP queaumente los subsidios de los partidos.
Compañeros y compañeras del PSOE: ¡BIENVENIDOS AL MUNDO REAL! Ustedes se encuentran en la misma situación en la que se encuentran la mayoría de empresas y familias de toda España que no han llorado al gobierno para que les diera subsidios (y si lo han hecho, no se los han concedido) y se han visto obligadas a recortar sus gastos o a buscar otros ingresos para sobrevivir. Muchas de esas familias han tenido que vender sus casas y emigrar. Centenares de miles de empresas han tenido que cerrar.
Eso es exactamente lo que deberían hacer ustedes: si no pueden sobrevivir con el dinero de sus militantes y simpatizantes, recorten el gasto, rebajen el salario de sus amigos o despidan a sus militantes más favorecidos. Si, una vez hecho, no pueden pagar sus deudas, vendan patrimonio o busquen maneras de recaudar: ¡por ejemplo, suban las cuotas de sus militantes (y militantas) o hagan colectas entre todos los y las que se beneficiaron de sus favores políticos en el pasado! Y si después de hacer todo eso todavía no tienen suficiente para pagar lo que deben (es decir, si son insolventes) ¡cierren las puertas! Eso es lo que lo que deben hacer todas las empresas en España que, en parte por culpa de la incompetencia de ustedes, se han arruinado. La historia de la democracia española está llena de partidos que se extinguieron o se convirtieron en irrelevantes por la incompetencia de sus líderes (UCD, CDS, PC, PSUC, ...) sin que los contribuyentes tuviéramos que acudir en su ayuda, y no ha pasado nada.
He explicado mil veces que el estado no debe rescatar a bancos, empresas o instituciones privadas que han hecho las cosas mal. Ustedes no deben ser una excepción.

Balsero

Tania Díaz Castro.

LA HABANA, Cuba, abril, www.cubanet.org -Han sido muchos miles los cubanos que han muerto durante los cincuenta años de dictadura, cuando decididos a lograr la libertad se lanzan al mar en improvisadas embarcaciones para cruzar el Estrecho de la Florida.
Visitar una de esas tantas casas de Santa Fe, pueblo costero de La Habana, donde se lloran esos seres queridos, es una amarga experiencia, sobre todo si en ella se encuentra una madre que se ha quedado sola.
Elvira le decía al hijo que se olvidara de la libertad que había en la otra orilla del mar, que se apartara del peligro, que se cuidara. Porque sin él, ella se moriría de pena. Pero su hijo no la escuchaba. Seguía soñando con la libertad.
Una mañana salió en silencio de la casa, mientras ella dormía. Pero ella cree haber sentido sus pasos descalzos que se alejaban, un sonido que dice que jamás ha podido olvidar.
Han pasado más de quince años desde aquel abril. Cuando cae la tarde y en el patio de su casa danzan los rayos rojos del sol entre las begonias, ella se levanta del sillón, va hasta la foto del hijo que cuelga de la pared de la sala y le dice: Yo sé que volverás.
La sonrisa de su hijo en la foto la estremece, y ella piensa que eso es una buena señal. No le importa que los truenos de la tormenta invernal sean portadores de malos augurios, ni que una noche la foto de su hijo haya caído al suelo y desde entonces no tenga cristal. Ella sabe que volverá.
Se lo dice el vuelo de los pájaros que cruzan el cielo en alegres bandadas y esa luz del amanecer que se cuela por entre las rendijas de las paredes de su cuarto, para que casi pueda escuchar la voz de su niño llamándola para que despierte.
Dice que en ocasiones, cuando se asoma al portal y ve un grupo de escolares que regresa de sus aulas, lo ve a él, contento y travieso, colgarse de su cuello y decirle: Ya llegué, mamá.
También le ha parecido verlo muchas veces, aun más de cerca, con el viejo botero del barrio Bajo, cuando ambos llegan a la costa con sus ensartas de pescado para vender y ella se ha quedado sin saber qué hacer, si llorar o salir espantada de la vida y de su soledad, al descubrir que ha vuelto a  confundirlo con otro.
Dice su vecina que la ha consolado durante muchos años, que no se atreve a decirle que el nombre de su hijo está en una lista de desaparecidos, posiblemente devorados por los tiburones.
Nadie quiere decirle que su hijo no volverá, que se olvide de los buenos presagios de los pájaros que vuelan en lo alto. La han dejado así, para que muera al menos con esa esperanza, porque desde aquella noche de abril, cuando dormida sintió que sus pasos se alejaban, se quedó sin hijo. Sola para siempre.

Francia: la bomba de relojería de la Eurozona

Xavier Sala i Martín.

En una nueva demostración de que todo vale para ganar las elecciones, el presidente Francés, Nicolas Sarkozy, ha mencionado España como ejemplo de desastre económico. De hecho ha afirmado que “si gana Hollande, Francia se convertirá en España”. Sin querer defender la labor de los líderes políticos españoles (más que nada porque su gestión ha sido y sigue siendo nefasta), me gustaría puntualizarle al Sr Sarkozy que el problema de Francia YA ES peor que el de España y lo seguirá siendo, gane quien gane las elecciones.
El gasto público en Francia está por encima del 56% del PIB (la media de la OCDE es del 43%, España tiene el 41%, Alemania y Gran Bretaña el 50%). El gasto público francés está incluso por encima del de Suecia. Francia tiene casi el doble de funcionarios per capita que Alemania (90 funcionarios por cada 1.000 habitantes en comparación de 50 en Alemania).
El estado del bienestar en Francia es insostenible como lo era en Alemania o Suecia (o España). Pero Alemania hizo reformas hace una década, obligada por los grandes costes de la reunificación. Suecia hizo reformas obligada por la crisis del 1993. España está haciendo las reformas ahora, obligada por la crisis actual. Francia, de momento, sigue con su orgía derrochadora y, aunque los candidatos prometan que eso va a seguir, se verá obligada a hacer reformas y recortes, gane quien gane las elecciones. El problema es que va a tener que hacerlo en un entorno en que las empresas más productivas se están escapando de Francia a ritmos acelerados (y el ritmo se va a acelerar todavía más si el nuevo gobierno intenta subir drásticamente los impuestos a los ricos como ya han anunciado los candidatos).
La deuda pública francesa se sitúa por encima del 90% del PIB y subiendo rápidamente debido a un déficit público de 5,2% del PIB. 5,2% no es el déficit de España, pero tampoco es para lanzar cohetes. Las empresas de rating se están ya cuestionando la credibilidad de Francia e incluso una de ellas ya le ha quitado la AAA. Poco a poco, Francia está dejando de estar en el centro del euro para situarse en la periferia.
Siendo como es todo eso un problema, no es el problema mayor. El problema real de Francia es el de la decreciente competitividad, que no solamente es baja sino que sigue cayendo en picado. Durante la última década, los costes laborales unitarios han subido un 21% en Francia y solamente un 5% en Alemania. No es de extrañar que las exportaciones francesas se hayan estancado en un momento en el que las alemanas llegan máximos históricos.
Es verdad que si gana Hollande y éste intenta implementar sus populistas medidas fiscales (75% de IRPF a los megaricos es una medida populista que no va a conllevar ningún aumento de recaudación pero va a enviar un mensaje a las grandes empresas francesas -y Francia es el país europeo que más grandes empresas de éxito tiene en el mundo- que los negocios no son bienvenidos y que es mejor que se vayan a otros países), la catástrofe puede ser mayúscula. Ahora bien, Hollande y el partido socialista tienen una ventaja sobre Sarkozy: al no estar gobernando ahora, pueden llegar al poder y decir aquello tan clásico, aquel truco del almendruco utilizado por todos los nuevos gobiernos: “Después de llegar al gobierno hemos visto que la cosa estaba peor de lo que creíamos por lo que vamos a hacer todo lo contrario de lo que habíamos prometido. Nous sommes désolés!”
Por todo esto, creo de verdad que Francia tiene un serio problema económico y el próximo presidente, sea quien sea, tendrá que acometer las reformas que ya acometieron los alemanes y los suecos hace 10 años y eso, a corto plazo, va a empeorar la situación. Y si no las acomete, a medio plazo Francia va a ser la gran bomba de relojería de la eurozona. El gran problema de Europa no se llama ni Grecia, ni se llama Italia, ni se llama España. ¡Se llama Francia! Y nadie se atreve a hablar de ello.

Acemoglu and Robinson on Why Nations Fail

Francis Fukuyama.


Daron Acemoglu and James Robinson have just published Why Nations Fail, a big book on development that will attract a lot of attention. The latest fad in development studies has been to conduct controlled randomized experiments on a host of micro-questions, such as whether co-payments for mosquito bed nets improves their uptake. Whether such studies will ever aggregate upwards into an understanding of development is highly questionable. By contrast, Acemoglu and Robinson have resolutely focused on only the largest of macro questions: how contemporary institutions were shaped by colonial ones, why it was that regions of the world that were the richest in the year 1500 were among the world’s poorest today, or how rich elites were ever persuaded to redistribute their wealth. In Why Nations Fail, Acemoglu and Robinson restate and enlarge upon earlier articles like “The Colonial Origin of Institutions” and “Reversal of Fortune,” but in contrast to their academic work, the new book has no regressions or game theory and is written in accessible English for general readers.
Acemoglu and Robinson (henceforth AR; Simon Johnson of the old AJR team dropped out of this volume) have two related insights: that institutions matter for economic growth, and that institutions are what they are because the political actors in any given society have an interest in keeping them that way. These may seem like obvious statements, but many people in the development business haven’t gotten the message. Among development specialists there is what AR term the “ignorance” hypothesis: failure to develop is the result of not knowing either what good policies are (this was the old Washington Consensus) or, now that the focus has shifted to institutions, what good institutions are or how to create them. Many development agencies act as if leaders in developing countries want to do the right thing, if only they knew how, and that development assistance should therefore consist of sending smart people from places like Washington out to teach them, perhaps accompanied by some structural adjustment arm-twisting.
By contrast AR argue that bad institutions are the product of political systems that create private gains for elites in developing countries, even if by doing so they impoverish the broader society. (Think Nigeria, which has many multimillionaires while 70 percent of the population lives below the poverty line.) Doing the “right thing” would take away the rents they receive, which is why no amount of hectoring or threats to withhold the next loan tranche has much effect on their behavior. They are making almost the identical point to the one made in the 2009 book Violence and Social Orders by Douglass North, John Wallis, and Barry Weingast (NWW), who argue that most underdeveloped societies are what they term “limited access orders” in which a rent-seeking coalition limits access to both the political and economic system. Indeed, I see no real difference between the “extractive/inclusive” distinction in AR and the “limited/open” access distinction in NWW.
This conclusion about the primacy of institutions and politics for development has important implications for policy as AR point out. If growth is a byproduct not just of good policies like trade liberalization, which can in theory be turned on like a light switch, but rather of basic institutions, then the prospects of foreign aid look dim. Bad governments can waste huge amounts of well-intentioned outside resources; indeed, the flow of aid dollars into poor countries can undermine governance by undercutting accountability, thereby leaving societies worse off than they would otherwise be. As the American nation-building efforts in Afghanistan and Iraq have indicated, moreover, foreign efforts to help construct basic institutions are an uphill struggle. Bad institutions exist because it is in the interests of powerful political forces within the poor country itself to keep things this way. Hamid Karzai understands perfectly well how clean government is supposed to work; it’s just that he has no interest in seeing that happen in Afghanistan. Unless the outsiders can figure out a way to change this political calculus, aid is largely useless.
So far, so good. AR have done a great deal over the years to focus the attention of both theorists and policymakers on institutions, and to shape the emerging consensus on the importance of politics to growth within the economics profession. It is, then, very disappointing that their more fully fleshed out book fails to go very much further than these broad conclusions, skirting critical issues of exactly what sort of institutions are necessary to promote growth, and failing to come to grips with some critical historical facts.
The first problem with their analysis is conceptual. They present a sharply bifurcated distinction between what they call good “inclusive” economic and political institutions, which are sometimes also labeled “pluralistic,” in contrast to what they call bad “extractive” or “absolutist” ones. Unfortunately, these terms are way too broad, so broad indeed that AR never provide a clear definition of everything they encompass, or how they map onto concepts already in use. “Inclusive” economic institutions, for example, seem to include formal property rights and court systems, but also have to do with social conditions that allow individuals access to the market such as education and local custom. “Inclusive” political institutions would seem to imply modern electoral democracy, but they also include an impersonal centralized state as well as access to legal institutions, and forms of political participation that fall well short of modern democracy. We find, for example, that England following the Glorious Revolution of 1688-89 was incipiently inclusive, despite the fact that well under ten percent of the population had a right to vote. When AR first used the term “extractive” in their early articles, it referred to truly extractive practices like the mines of Potosí or the sugar plantations of the Caribbean which extracted commodities out of the labor of slaves. In the current book extractive seems to mean any institution that denies any degree of participation to citizens, from tribal communities to ranchers in 19th century Argentina to the contemporary Chinese Communist Party.
Since each of these broad terms (inclusive/extractive, absolutist/pluralistic) encompasses so many possible meanings, it is very hard to come up with a clear metric of either. It also makes it hard to falsify any of their historical claims. Since more real-world societies are some combination of extractive and inclusive institutions, any given degree of growth (or its absence) can then be attributed either to inclusive or extractive qualities ex post.
The use of such broad categories and the failure to distinguish between the different components of political “inclusion” greatly diminish the book’s usefulness, because one wants to know how these components individually affect growth, and how they interact with one another. There is for example a large literature comparing the separate impacts of a modern state, rule of law, and democracy on growth, which tends to show that the first two of these factors have a far greater influence on outcomes than democracy. There is in fact a lot of reason to think that expansion of the franchise in a very poor country may actually hurt state performance because it opens the way to clientelism and various forms of corruption. The Indian political system is so inclusive that it can’t begin major infrastructure projects because of all the lawsuits and democratic protest, especially when compared to the extractive Chinese one. Furthermore, as Samuel Huntington pointed out many years ago, expanded political participation may destabilize societies (and thereby hurt growth) if there is a failure of political institutions to develop in tandem. All of the good things in the “inclusive” basket, in other words, don’t necessarily go together, and in some cases may be at odds. You never get much hint of this in Why Nations Fail, however, since the authors seem to argue the more inclusion the better, along any of its axes.
Like many other works making use of history but written by economists, the AR volume contains some pretty problematic facts and interpretations. It makes the case, for example, that Rome shifted away from an inclusive Republic towards absolutist Empire, and that this was then responsible for Rome’s subsequent economic decline. Leave aside the fact that Rome’s power and wealth continued to increase in the two centuries after Augustus, and that its eastern wing managed to hold on remarkably until the fifteenth century. It can be argued that the shift from the narrow oligarchy of the Republic to a monarchy with highly developed legal institutions actually increased access to the political system on the part of ordinary Roman citizens, while solving the acute problem of political instability that bedeviled the late Republic.
Similarly, following on a tradition begun by Douglass North and Barry Weingast, AR point to the Glorious Revolution of 1688/89 as a critical juncture marking both the establishment of secure property rights and an “inclusive” political system. The latter point is fair enough, but English property rights were rooted in a much older tradition of common law dating from the Norman invasion, and had created a strong commercial civilization well before 1689. The Glorious Revolution was much less important in establishing the credibility of property rights per se, than of the Crown as a borrower, which explains why English public debt exploded in the century following that event.
Given their overall framework, the hardest thing for AR to explain is contemporary China. China today according to them is more inclusive than Maoist China, but still far from the standard of inclusion set by the US and Europe, and yet has been the fastest growing large country over the past three decades. The Chinese restrict access to the market, engage in financial repression, fail to secure property rights, have no Western-style rule of law, and are ruled by a non-transparent oligarchy called the Communist Party. How to explain their economic success? Rather than see this as a threat to their model (i.e., more inclusion, more growth) AR pull a slight of hand by arguing that Chinese growth won’t last and that their system will eventually come crashing down (like Rome did, after about 200 years?). I actually agree that China will eventually crash. But even if that happens, a theory of development that can’t really explain the most remarkable growth story of our time is not, it seems to me, much of a theory.
The broad conclusions of Why Nations Fail are, thus, incontrovertible and of great importance to policy (which is why, incidentally, I gave it a positive blurb). One only wishes then that the authors had made better use of basic categories long in play in other parts of the social sciences (state, rule of law, patrimonialism, clientelism, democracy, and the like) instead of inventing neologisms that obscure more than they reveal.

Don't curse the oil speculators

Donald Boudreaux‏.



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Photo credit: TMS Illustration by Mark Weber/ |
Nothing sparks spasms of poor economic commentary like rising oil prices. From left to right, pundits and politicians outdo each other at accusing evildoers of hurting good people. This week, a Democratic congressional committee held a hearing on the issue of high gas prices and excessive oil speculation.
Speculators are easy targets. They seem to produce nothing. They merely buy and sell and hope for prices to move in directions that will bless them with big profits.
In fact, though, speculators also bless the rest of us with significant benefits -- although too few Americans understand this truth.
Speculators should be celebrated -- not so much for their motives (which are no better or worse than normal) but for the socially beneficial, if largely invisible, consequences of their activities. Speculation makes resources more abundant when there is great scarcity by encouraging people to use those resources more sparingly when there is relative abundance.
Suppose a village on the west side of a mountain range has an unusually good wheat harvest, but a village on the east side loses most of its crop to drought. Everyone agrees that wheat should be shipped from where it's relatively abundant to where it's in short supply. Commerce and market prices ensure that such shipments occur.
Wheat prices in the drought-stricken east village will be high, while prices in the village with the good harvest will be low. So merchants will buy wheat on the cheap in the west -- causing its price there to rise -- and ship it to the east village, where it will be sold at a profit.
It's true that these merchants are motivated by self-interest. No matter. They perform the beneficial task of distributing supplies more equally and sensibly. Because of the merchants' profit-seeking response to the difference in prices between the two villages, people who need wheat less urgently are encouraged by higher prices to use less of it, so that people who need wheat more urgently get what they need. Surely this result deserves applause.
Speculators perform the very same task. The only difference is that, with speculation, people who need resources more urgently are separated from people who need them less urgently not by a physical barrier, but by time.
Speculators who anticipate that oil will be in shorter supply tomorrow than today can profit by buying oil today and selling it tomorrow. Oil is transported across time from today (when it's relatively abundant) to tomorrow (when it will be less so). Barrels of oil that would, without speculation, have been used today when they aren't so desperately needed are, with speculation, conserved for use tomorrow when they will be more desperately needed. Surely this result deserves applause.
Speculators do cause oil prices today to rise -- but these higher prices merely reflect the reality that oil supplies tomorrow are expected to shrink (if, for example, tensions continue to rise in the Middle East). Over the time span that includes today as well as tomorrow, oil has become more scarce. By understanding this, speculators drive up prices today, thus encouraging us to use oil more sparingly today. And that conserves more oil for tomorrow.
Today's higher prices not only prompt us to conserve more, they also prompt oil producers to intensify efforts to supply more. Oil deposits that are unprofitable to exploit at lower prices become profitable to exploit at higher prices.
Speculators might, of course, err. They're human. But such errors are kept to a minimum because when speculators err they wind up buying high and selling low. The wish to avoid such losses, and to earn profits, keeps speculators ever on the lookout for opportunities to transfer resources from times when they're unusually abundant to times when they are unusually scarce.
And surely this result deserves applause.

Víctimas, 10 de abril: Mariano de Juan Santamaría

Libertad Digital.


A las dos y media de la tarde del lunes 10 de abril de 1995, el brigada del Ejército de Tierra MARIANO DE JUAN SANTAMARÍA fue asesinado en San Sebastián por un terrorista que, tras descender de un vehículo en el que iban otros dos etarras, se situó detrás de la víctima y le disparó un tiro en la nuca. El militar volvía caminando a su casa desde el Centro de Reclutamiento del Acuartelamiento de Loyola. Junto al cuerpo del fallecido se encontró un casquillo de bala SF nueve milímetros parabellum. El asesino regresó de inmediato al automóvil, desde donde los otros dos terroristas le prestaban cobertura, para huir del lugar en dirección al barrio de Eguía.
El vehículo empleado para asesinar a Mariano de Juan, un Fiat Tipo de color blanco con matrícula falsa, fue localizado posteriormente por la Ertzaintza en el Paseo del Urumea, a varios kilómetros del lugar de los hechos. La zona fue acordonada, mientras efectivos de la Unidad de Desactivación de la Policía revisaban el turismo, en previsión de que pudiera contener una bomba trampa. Sin embargo, tras colocar un cebo y abrir el coche a distancia, los técnicos comprobaron que no había explosivos en el interior del vehículo.
Mariano quedó tendido en la acera rodeado por un gran charco de sangre. Cubierto con una sábana, el cuerpo del militar asesinado permaneció tendido en la calle por espacio de más de dos horas, hasta que el juez titular del Juzgado de Instrucción número 1 de San Sebastián, Fernando Andreu, ordenó su levantamiento. El cadáver fue conducido al Instituto Anatómico del cementerio de Polloe, donde los forenses le practicaron la autopsia.
El gobernador civil de Guipúzcoa, Juan María Jáuregui, señaló en el lugar de los hechos que el asesinato del militar "tiene el mismo estilo del tiro en la nuca" empleado por ETA en los atentados contra el teniente de alcalde del Ayuntamiento donostiarra, Gregorio Ordóñez, y contra el suboficial de la Guardia Municipal, Alfonso Morcillo, asesinado por ETA el 15 de diciembre de 1994.
Todos los partidos políticos vascos, con excepción de Herri Batasuna, condenaron ese mismo día el asesinato. El PNV interpretó el hecho como una demostración del bloque ETA-KAS, "de que no están por la labor de la paz". Inaxio Oliveri, entonces secretario general de Eusko Alkartasuna,pidió responsabilidades políticas a HB por el apoyo que presta a ETA e hizo un llamamiento a la formación proetarra "para que ejerza su influencia en ETA".
La Comisión Ejecutiva de los socialistas vascos pidió en un comunicado a las formaciones nacionalistas que le digan a ETA "que no asumen ni quieren ninguno de sus objetivos". El Partido Popular, por su parte, reclamó "unidad y firmeza" en la lucha contra ETA y sus cómplices y reiteró que "cualquier intento de aproximación a los violentos es inútil. No puede haber tregua a los terroristas y sí reafirmación en la lucha policial, en la acción de la Justicia y en el cumplimiento íntegro de las condenas que les impongan los jueces".
El portavoz de IU en el Parlamento Vasco, Javier Madrazo, se preguntó si Herri Batasuna "arrojará cal viva en el escaño de aquellos hombres y mujeres de KAS que, a todas luces, marcan y aplauden la línea de actuación de ETA".
Por el asesinato de Mariano fueron condenados Valentín Lasarte Oliden (1997) y Francisco Javier García Gaztelu (2006). En la sentencia se recalcaba como los etarras asesinaron al brigada "vilmente" y de manera "cobarde".
Mariano de Juan Santamaría tenía 37 años. Era natural de Alhucemas (Marruecos). Llevaba 18 años destinado en el País Vasco y había pasado los 10 últimos trabajando en el Centro de Reclutamiento del cuartel de Loyola. Era habitual verle hacer footing por las mañanas y cargar las bicicletas de sus hijos los domingos en el coche para salir con ellos y su mujer de paseo. El brigada era una persona "conocida e integrada en el barrio", según relataron varios vecinos y conocidos. Las citadas personas recordaron que De Juan participaba en los torneos de mus organizados en Loyola durante las fiestas del barrio y era muy aficionado al deporte, practicando asiduamente la pesca submarina, el paracaidismo y el montañismo. Pertenecía a la Federación Guipuzcoana de Patinaje y entrenaba al equipo senior de hockey sobre patines del colegio Sagrado Corazón de Mundaiz, en el que estudiaban sus dos hijos. Mariano vivía con su familia en un bloque de casas militares situado en las cercanías del acuartelamiento, razón por la cual regresaba todos los días andando a su casa. Estaba casado y tenía dos hijos: Víctor, de trece años, y David, de quince.

Estructuras Metálicas. 2011

Apuntes.


Universidad Politécnica de Cartagena. Open Course Ware.


Incluyo estos apuntes entre mis documentos sobre Estructuras.



  • Estructuras Metálicas

    Antonio Tomás Espín
    Área de Ingeniería de la Construcción

    Titulación en la que se imparte:

    Grado en Ingeniería Civil
    Curso: 3º y Pasarela (curso de acceso al grado).
    Febrero, 2011
Descripción de la asignatura. Adecuación al perfil profesional:

La finalidad de esta asignatura es transmitir los fundamentos básicos del proyecto y la construcción de estructuras de acero. La formación recibida en el curso permite proyectar y construir estructuras metálicas de perfiles laminados. La asignatura aporta, por tanto, parte de la formación necesaria para que el futuro titulado pueda desarrollar adecuadamente las atribuciones profesionales relacionadas con el comportamiento de las estructuras metálicas y con su capacidad para concebir, proyectar, construir y mantener este tipo de estructuras.

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