Me pega lo normal

por Arcadi Espada.


Una Rihanna, cantante pop, ha dicho que ama al que le pegó una buena paliza, un Chris Brown que fue juzgado y condenado por ello. Las palizas no son incompatibles con el amor, al menos con el amor proclamado. Hay gente que, igual que juega a médicos, juega con el sufrimiento. Pero en este caso no hubo juego, y la mujer denunció la conducta del hombre. Al que no ha dejado de amar, insiste. Su confesión redunda en un asunto escabroso. Muchas mujeres son asesinadas porque no son capaces de alejarse de sus maltratadores. Sus muertes tienen un aire vago de suicidio y de sobredosis. Hay mujeres que siguen con su hombre a pesar de que las mata. Otras, porque las mata. No sucede nada demasiado distinto con la heroína y el alcohol. El feminismo ha querido convertir la conducta sometida de algunas mujeres en un asunto político, haciéndolas víctimas del macho. Pero lo cierto es que estas mujeres, equipadas socialmente con todo lo necesario para huir del peligro (y lo principal: los dinerillos), son, ante todo, víctimas de sí mismas. Se trata de mujeres que no son normales. Y utilizo este adjetivo de una manera libre, tranquila y desenvuelta, porque el adjetivo normal, después de haber estado recluido durante años en los campos de concentración del political correctness ha vuelto triunfante ¡y normalizado! gracias a monsieur Hollande, el presidente normal, es decir ce qui ne souffre d’aucune trouble pathologique.
Rihanna es una pobre chica enferma que ama a su maltratador. Digamos, sin apartarnos ni un ápice de la semántica legitimada por monsieur Hollande, que Rihanna es una pobre chica subnormal. Los periódicos pueden recoger declaraciones de personas que sufran este tipo de patologías; pero con la severa condición stendhaliana de que solo sirvan para mostrar la patología. Lo relevante y veraz no es lo que Rihanna dice sobre el amor y la violencia, sino que Rihanna es una enferma. Por desgracia, el tratamiento que los medios dan a sus declaraciones es puramente romántico. Las mismas crónicas que escarbando sobre los hechos con las pinzas del deontólogo eluden incluir referencias a la responsabilidad del alcohol (¡no fuera a ser un atenuante!) en los crímenes de pareja vulgares, se empapuzan de ambigüedad sobre la relación entre la violencia y el amor cuando la víctima no es una cincuentona ama de casa de Albacete, que lo perdonó, sino una top pop. Ya no se trata de la sórdida enfermedad de la dependencia; sino del libérrimo y fértil amour fou. Y me escandaliza que frente a estos relatos el fiscal feminista calle, también sometido. Y no pida, al menos, el inmediato procesamiento de la protagonista, por apología de la violencia y de la droga.
(El Mundo, 23 de agosto de 2012)

Cómo es la propaganda en Corea del Norte

por Jordi Pérez Colomé.


En once días en Corea del Norte solo vi media docena de anuncios. Todos eran de esta marca de coches:

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Es la marca Pyeonghwa (Paz), creada junto a una empresa de Corea del Sur que fabrica coches bajo licencia de Fiat y una empresa china. Así es su logo:

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Además de esos anuncios, en la calle había otro tipo de propaganda. En la mayoría de carteles salía el fundador y “presidente eterno” de Corea del Norte, Kim Il-sung. Aquí de joven:

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Aquí, de mayor:

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En otras salía acompañado:

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Víctimas, 30 de agosto: José María Pérez Rodríguez y Aureliano Calvo Val

Libertad Digital.


El jueves 30 de agosto de 1979 la banda terrorista ETA asesinaba a dos policías nacionales con una diferencia de horas entre uno y otro, uno en Zumárraga y otro en San Sebastián.
A primera hora de la mañana tres etarras tendieron una emboscada a siete agentes de Policía cuando iban de la estación de Zumárraga a la comisaría, provocando la muerte del agente JOSE MARÍA PÉREZ RODRÍGUEZ. Los agentes, vestidos de paisano, habían llegado a la localidad guipuzcoana procedentes de San Sebastián, donde habían tomado un tren a las 7:30 horas, para hacer el relevo en la comisaría. Llegaron a la estación hacia las 8:50 horas, se apearon del tren y, tras cruzar las vías, se dirigieron a pie a la comisaría que estaba a unos trescientos metros de distancia, tomando un atajo por un camino vecinal que les obligaba a subir un repecho.
Al superar el desnivel del repecho, el primer agente vio a dos individuos encapuchados armados con metralletas, por lo que dio la voz de alarma al tiempo que se ponía a cubierto. Al mismo tiempo, un tercer terrorista, apostado detrás de un camión, comenzó a disparar. Todos los policías se arrojaron al suelo y se pusieron a cubierto, a excepción de José María Pérez Rodríguez, que fue alcanzado por una ráfaga que lo hirió mortalmente. Los policías nacionales trataron de repeler la agresión disparando sus armas reglamentarias, aunque ninguno de los tres terroristas resultó herido. Los autores del atentado huyeron en la furgoneta Ebro de color verde desde la que había disparado uno de ellos. En el lugar de los hechos se recogieron casi setenta casquillos de bala del calibre 9 milímetros parabellum, marca FN, disparados por los etarras. José María fue alcanzado por seis impactos de bala y, aunque fue trasladado inmediatamente a la Clínica Orbegozo, ingresó cadáver. 
El 6 de marzo de 1990 la justicia francesa concedió la extradición de Félix Ramón Gil Ostoaga, aliasZaldi, por el asesinato del agente Pérez Rodríguez. Sin embargo, unos meses después, el Tribunal de Casación anuló dicha decisión al considerar que, según la legislación francesa, los delitos habían prescrito. Posteriormente Gil Ostoaga fue entregado a España para ser juzgado por otros seis crímenes. En la documentación presentada para solicitar su extradición, las autoridades españolas señalaron que los autores del asesinato de José María Pérez, además de Gil Ostoaga, fueron los ya fallecidos Miguel Ángel Goikoetxea Elorriaga, alias Txapela, Ignacio Gabirondo Agote, Donibane, y Carlos Lucio Fernández, Zaharra, junto a un quinto terrorista, Pedro María Leguina Aurre, aliasKepatxu, que entonces se encontraba en la clandestinidad.
El 31 de diciembre de 1999 Leguina Aurre fue detenido en el aeropuerto Charles de Gaulle de París. Pese a que las autoridades españolas consideraban a Leguina Aurre responsable de más de veinte asesinatos cometidos entre 1975 y 1981, entre ellos el atentado en la estación de Zumárraga, no ha podido ser juzgado por la mayor parte de esos delitos puesto que habían prescrito. Entregado por Francia en diciembre de 2001, en la actualidad cumple penas que suman 90 años de prisión por otros crímenes.
José María Pérez Rodríguez tenía 25 años y era natural de Gilena, en la provincia de Sevilla. Sus restos mortales fueron trasladados al aeropuerto de Fuenterrabía para llevarlos a Sevilla en un avión militar. Fue enterrado en San Juan de Aznalfarache.

Doce horas después del atentado de Zumárraga, en la tarde del 30 de agosto fue encontrado en San Sebastián el cadáver del policía nacional AURELIANO CALVO VAL dentro del taxi con el que trabajaba en sus horas libres. El vehículo estaba en la avenida de Tolosa, junto al colegio inglés, y el cadáver presentaba varios impactos de bala. "Aureliano salió a las seis de la tarde del 30 de agosto de 1979 de casa y no volvió jamás (...) No quise saber los detalles ni quise preguntar (...) yo tenía que sacar a mis pequeños adelante" contó su viuda, Carmen Ibarlucea, en Contra el olvido, de Cristina Cuesta (Temas de Hoy, 2000).
Los taxistas donostiarras efectuaron al día siguiente un paro como protesta por el asesinato que costó la vida a Aureliano. No se sabe por qué ETA acabó con la vida de Aureliano, aunque su viuda sí contó en Contra el olvido que "los años previos al atentado estuvieron llenos de miedo. Muchas veces le dije a mi marido que nos fuéramos porque el día a día era una permanente angustia".
Aureliano Calvo Val, de 38 años, había nacido en Quintanas de Valdelucio (Burgos). Estaba casado con Carmen Ibarlucea, y tenía tres hijos: dos niñas de 12 y 3 años, y un niño de 6 meses. Sus restos mortales fueron trasladados por carretera a su localidad natal, donde recibieron sepultura. En abril de 2007, y con motivo de un homenaje a víctimas del terrorismo de Guipúzcoa, Carmen Ibarlucea señaló a El Diario Vasco que ella era "una víctima de los 'años de plomo'. He estado en el total olvido, incluso te hacían sentirte culpable" (23/04/2007). Pese a ello, no quiso irse de San Sebastián: "Siempre quise permanecer en el País Vasco, jamás me planteé irme después del atentado. El País Vasco es mi tierra" (Cristina Cuesta,Contra el olvido, Temas de Hoy, 2000).

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