LA HABANA, Cuba, octubre, www.cubanet.org -Cualquier asunto que usted necesite resolver en Cuba, cuesta mucho trabajo. Pero después de 53 años, las personas se han acostumbrado a ello, incluso los extranjeros que viven en el país, los diplomáticos y hasta los turistas se adaptan a enfrentar la hecatombe. Suele decirse que es parte de la ineficiencia del sistema, pero también podríamos pensar que es fruto de mecanismos muy bien calculados.
Los que tratan de solucionar problemas domésticos de cualquier índole, comienzan por los niveles más bajos. En primer lugar, acuden al Delegado de Circunscripción, ese que supuestamente eligieron para representarlos y ayudarlos a mejorar lo que concierne a su barrio. La respuesta siempre es la misma: “no hay recursos”, “no está a mi nivel”, “no he podido ver al responsable”, y finalmente: “dirígete a la Dirección Municipal del Poder Popular”.
Agotado este nivel -que en muchas ocasiones, ni siquiera se molesta en responder-, van al otro y al otro, hasta que finalmente llegan al Comité Central o al Consejo de Ministros. Ambos órganos tienen preparadas cartas circulares, totalmente semejantes, remitiendo al solicitante para el municipio o la provincia que les corresponde.
Entre tanto, ha pasado el tiempo, que a veces son años. Los organismos superiores se desentienden de los planteamientos que les formula la población, a través de la correspondencia, y en ningún momento preguntan a los niveles a los cuales remitieron la solución de los problemas, si de hecho fueron solucionados.
Las personas afectadas mantienen alguna esperanza, partiendo de la engañosa lógica de que si la más alta dirección del país remitió su caso a los niveles locales, alguien tendrá que hacerles caso. Y así viven, esperando que llegue la solución como el maná que cayó del cielo.
En ello precisamente podría consistir la táctica del régimen: a la espera de la solución de sus problemas particulares y confiando en que serán atendidos por las autoridades, las personas prefieren portarse bien, no ser conflictivos políticamente.
Igual sucede con la corrupción, que es algo que genera el propio sistema, junto con la insatisfacción de las necesidades del pueblo. Los ministros, jefes de organizaciones y dirigentes políticos de nivel medio cambian tan frecuentemente, que es casi imposible retener sus nombres y trayectorias. Una vez que son finiquitados, se anuncia que pasarán a ocupar otras responsabilidades. Tal vez sus nombres no se mencionen nunca más en la prensa, pero ello no significa que dejaron de pertenecer a la nomenclatura, ni que hayan perdido sus acomodamientos. Incluso, aun cuando así fuera, durante el tiempo que estuvieron en el “jamón” (como se decía de los políticos anteriores a 1959), ya se hicieron de casas, carros, viajes para sus familiares, lujos, y hasta de amantes, pues el ron y las mujeres jóvenes son deportes favoritos entre los dirigentes del machismo-fidelismo cubano.
El régimen está consciente de que la policía es corrupta. En las aduanas se les roba a los viajeros. Los maestros venden los exámenes. En los puestos de trabajo se roba y se malversa. En los diferentes niveles de la dirección de la vivienda, se adjudican casas a cambio de dinero o prebendas. En los Tribunales se compran los juicios, siempre que no sean por cargos políticos. Los médicos y dentistas reciben dinero por la izquierda por brindarles a las personas atención “gratuita”. Los inspectores viven del soborno.
En fin, sería interminable la lista de ilegalidades que el sistema propicia para mantener contenta a una persona en un cargo, por un tiempo determinado. Después, será remplazada por otra que hará exactamente lo mismo.
Precisamente en este descontrol basa el régimen su “control social”. Deja hacer y recoge los frutos, creando compromisos políticos que mantienen a las personas en deuda, empeñadas y comprometidas.
Es por eso que no se puede creer a la Contralora General de la República, Gladys Bejerano Portela, cuando afirma: “La corrupción es uno de los principales enemigos de la Revolución”. No, señora, es todo lo contrario, es su principal aliada.