Un año después por Pablo Pacheco Avila

Vía Miguel Galbán Gutierrez.


Han pasado doce meses desde la llegada a España del primer grupo de ex presos de conciencia del grupo de los 75,  a raíz de un inédito diálogo entre el régimen de La Habana, La Iglesia Católica Cubana y la participación del Gobierno Español,  gracias a las presiones de la disidencia interna y de la comunidad internacional.  Terminaron así más de 7 años de angustia para nuestras familias.  En este proceso, salieron también otros presos políticos cubanos y sus familiares.
Cuando se vive lejos de la tierra que nos vio nacer todo nos parece raro, extravagante e incluso fantástico. Sin embargo, con el tiempo, me he percatado que lo raro, extravagante y fantástico es mi país. Cuba es otro planeta o mejor dicho los comunistas han convertido a nuestra Isla en otro planeta.
Recuerdo que al aterrizar en el aeropuerto de Barajas sentí una sensación única, por primera vez en mi vida pisaba tierras de libertad.
 Días después de mi llegada, pude ver por TV Española el debate sobre el estado de la nación en el congreso de los diputados. La intervención de Mariano Rajoy, líder del partido opositor y sus críticas a José Luis Rodríguez Zapatero  presidente del Gobierno Español  fueron duras y sin tapujos. Ese día comprendí que la democracia es más que una palabra, es el sentido de vivir. Fue mi primera lección de democracia.
Entre el deseo de recomenzar y la frustración ha estado matizado este primer aniversario en libertad. El exilio es muy duro por disímiles  razones: la nostalgia, las nuevas costumbres, la ausencia de seres queridos; ver  en la distancia a la patria esclava por una cúpula militar es duro. Y si a esto le sumamos la falta de empleo, entonces el sufrimiento se multiplica.
Es cierto que he tenido un techo, comida, estudios gratis para mi hijo, sanidad y otros beneficios que cubren mis necesidades básicas, demás de la solidaridad del pueblo español de quien estoy y estaré eternamente agradecido.  Así lo he manifestado desde que llegué a suelo ibérico. También debo añadir que he recibido muestras de cariño, respeto y solidaridad del exilio cubano y varias ONG de varios países. Pero todo eso no llega a reemplazar la necesidad de  ganarse la vida con el sudor de nuestra frente.
 Es incomprensible que pasado un año ningún profesional de los llegados a España en ese proceso haya comenzado a homologar los títulos, al menos los homologables en ese país.
Mi esposa es médica, con 16 años de experiencia en Cuba. Su vida profesional está a punto de irse por la borda; sólo logró sacar su titulo de medicina y fue imposible en 48 horas conseguir los demás documentos. En el aeropuerto, los funcionarios de la embajada española nos dijeron que los títulos se homologarían y pasado este tiempo ni legalizarlos se ha podido. La parte cubana se niega a enviarlos y  entregarlos a  nuestros familiares en Cuba, incluso pagando al régimen como lo hacen todos los que emigran o desertan. No tengo dudas que es el castigo adicional de la dictadura contra nosotros, aun en libertad no escapamos de sus crueles tentáculos.
He tenido la oportunidad durante este año de visitar varios países en Europa y Sudamérica. Me han invitado ONG que siempre estuvieron presionando al régimen cubano por nuestro injusto encierro. Me escribían postales dándome aliento y creando un escudo protector frente a mis verdugos. Con esta iniciativa alimentaron día tras día  mí deteriorada esperanza en cautiverio. Por suerte, he podido agradecer en persona a mucha gente, pero siempre hago énfasis en mis compañeros dentro de Cuba. Ellos, los demócratas cubanos, merecen toda la atención posible por ser los más vulnerables a la represión de la dictadura. Viven con la espada de Damocles pendiente sobre sus cabezas y aun así aceptan el desafío. En cada llamada telefónica me dicen lo mismo Félix Navarro, Pedro Arguelles, Librado Linares, Iván Hernández y otros: Pablito, continuaremos la lucha hasta que en nuestra patria exista libertad y ustedes, los que quieran regresar, puedan hacerlo.
En este año que ha pasado volando, siempre he tenido la idea fija de regresar apenas  Cuba comience a vivir en  democracia y no corra el riesgo de ir nuevamente a la cárcel por mis ideas políticas.  Parece extraño, pero a medida que transcurre el tiempo, siento la necesidad de caminar por las calles de mi pueblo, el deseo inconcluso de visitar a Pedro Arguelles u otro opositor pacífico.
Es cierto que aquí tengo Internet, libertad, escribo sin temor a represalias y vivo en el primer mundo Pero no basta. Necesito más, necesito ver a mi islita libre, vivir  junto a mi pueblo y reconstruir la ruina que nos han dejado más de 50 años de totalitarismo comunista. Ojalá el tiempo de destierro no se prolongue demasiado.
El mayor desafío de un exiliado es el empleo y en España la situación es muy compleja. En estos momentos las cifras de parados roza los cinco millones según fuentes gubernamentales y no se vislumbra a corto plazo una solución al problema, al menos desde mi óptica. Tratamos, mi esposa y yo de encontrar trabajo en cualquier tarea, porque queremos  ganarnos  la vida con nuestro esfuerzo. Necesitamos  recomenzar nuestras  vidas y eso no ha podido ser posible  en España.
Por eso, después de analizar una y otra vez la situación, mi esposa y yo nos planteamos la  disyuntiva de partir o quedarnos en España.Decidimos hacer las maletas y recorrer el camino reverso que nos trajo a Europa. Por fortuna, el gobierno de los EEUU abrió sus puertas una vez más a los exiliados cubanos y nos permitió ingresar a esta  nación bajo un programa de visado especial.
Partimos con la esperanza de encontrar el camino que nos ayudará a reconstruir nuestras vidas y poder dar lo mejor de mí por la causa de la libertad de mi tierra. Y también con el recuerdo y la gratitud hacia esa España  que me abrió sus puertas cuando más lo necesité y el deseo de que salgan de la crisis económica que los golpea.

Donald Boudreaux in Cafe Hayek

Specialization and Trade

Here’s the PowerPoint presentation that I used for my second lecture at the 2011 Cato University (held this year, btw, in one of my favorite towns: Annapolis, MD).
Because of several questions that I received after my first lecture, I began this second lecture with a brief review of the state of manufacturing in America.  I used several of the great graphs that Mark Perry made available over the past few years at Carpe Diem.  Of course, in my verbal remarks I explicitly acknowledged that these graphs are from Carpe Diem – and I encouraged the attendees to check out that indispensable blog.
Then I reviewed, first, Adam Smith’s explanation of the benefits of specialization, and, second, David Ricardo’s explanation (the principle of comparative advantage).  I also combined Smith with Ricardo.
I concluded – after some too-quick remarks on various theories of the industrial revolution – by encouraging the attendees to read Deirdre McCloskey’s Bourgeois Dignity.

Here’s a PowerPoint presentation that I gave as part of a lecture that I delivered today at Cato University.   It’s an updated version of these two posts – here andhere – on shopping today in a Sears catalog from Fall/Winter 1975.
In this presentation, I calculate how many hours each non-supervisory worker earning the average nominal hourly wage of such workers had to work in 1975 to buy a variety of ordinary goods, and how many hours each non-supervisory worker earning the average nominal hourly wage of such workers must work in 2011 to buy similar (or, really, in almost every case far superior) or comparable goods.
The dollar figure beside each photo from the 1975 Sears catalog is the 1975 price(s) of that product(s) adjusted, using the CPI, into 2011 dollars.  (The photos of the various pages of the 1975 Sears catalog, BTW, were taken with the camera in my iPhone.  Just FYI.)
Before starting this PowerPoint presentation, I showed this recent clip from Robert Reich – one of many, many instances of people insisting that ordinary Americans are no better off today (at least materially) than they were since just before the age of alleged laissez faire descended upon us circa 1980.
This presentation, of course, does not prove that middle-class Americans are today better off than were middle-class Americans of the 1970s.  Other factors must be controlled for and considered and factored in.  But this presentation, I fancy, does strongly suggest that the oft-heard claim of middle-class stagnation should bear a much heavier burden of proof than it seems to bear in popular discussions.

A robot that flies like a bird

Geoffrey West: The surprising math of cities and corporations