Han pasado doce meses desde la llegada a España del primer grupo de ex presos de conciencia del grupo de los 75, a raíz de un inédito diálogo entre el régimen de La Habana, La Iglesia Católica Cubana y la participación del Gobierno Español, gracias a las presiones de la disidencia interna y de la comunidad internacional. Terminaron así más de 7 años de angustia para nuestras familias. En este proceso, salieron también otros presos políticos cubanos y sus familiares.
Cuando se vive lejos de la tierra que nos vio nacer todo nos parece raro, extravagante e incluso fantástico. Sin embargo, con el tiempo, me he percatado que lo raro, extravagante y fantástico es mi país. Cuba es otro planeta o mejor dicho los comunistas han convertido a nuestra Isla en otro planeta.
Recuerdo que al aterrizar en el aeropuerto de Barajas sentí una sensación única, por primera vez en mi vida pisaba tierras de libertad.
Días después de mi llegada, pude ver por TV Española el debate sobre el estado de la nación en el congreso de los diputados. La intervención de Mariano Rajoy, líder del partido opositor y sus críticas a José Luis Rodríguez Zapatero presidente del Gobierno Español fueron duras y sin tapujos. Ese día comprendí que la democracia es más que una palabra, es el sentido de vivir. Fue mi primera lección de democracia.
Entre el deseo de recomenzar y la frustración ha estado matizado este primer aniversario en libertad. El exilio es muy duro por disímiles razones: la nostalgia, las nuevas costumbres, la ausencia de seres queridos; ver en la distancia a la patria esclava por una cúpula militar es duro. Y si a esto le sumamos la falta de empleo, entonces el sufrimiento se multiplica.
Es cierto que he tenido un techo, comida, estudios gratis para mi hijo, sanidad y otros beneficios que cubren mis necesidades básicas, demás de la solidaridad del pueblo español de quien estoy y estaré eternamente agradecido. Así lo he manifestado desde que llegué a suelo ibérico. También debo añadir que he recibido muestras de cariño, respeto y solidaridad del exilio cubano y varias ONG de varios países. Pero todo eso no llega a reemplazar la necesidad de ganarse la vida con el sudor de nuestra frente.
Es incomprensible que pasado un año ningún profesional de los llegados a España en ese proceso haya comenzado a homologar los títulos, al menos los homologables en ese país.
Mi esposa es médica, con 16 años de experiencia en Cuba. Su vida profesional está a punto de irse por la borda; sólo logró sacar su titulo de medicina y fue imposible en 48 horas conseguir los demás documentos. En el aeropuerto, los funcionarios de la embajada española nos dijeron que los títulos se homologarían y pasado este tiempo ni legalizarlos se ha podido. La parte cubana se niega a enviarlos y entregarlos a nuestros familiares en Cuba, incluso pagando al régimen como lo hacen todos los que emigran o desertan. No tengo dudas que es el castigo adicional de la dictadura contra nosotros, aun en libertad no escapamos de sus crueles tentáculos.
He tenido la oportunidad durante este año de visitar varios países en Europa y Sudamérica. Me han invitado ONG que siempre estuvieron presionando al régimen cubano por nuestro injusto encierro. Me escribían postales dándome aliento y creando un escudo protector frente a mis verdugos. Con esta iniciativa alimentaron día tras día mí deteriorada esperanza en cautiverio. Por suerte, he podido agradecer en persona a mucha gente, pero siempre hago énfasis en mis compañeros dentro de Cuba. Ellos, los demócratas cubanos, merecen toda la atención posible por ser los más vulnerables a la represión de la dictadura. Viven con la espada de Damocles pendiente sobre sus cabezas y aun así aceptan el desafío. En cada llamada telefónica me dicen lo mismo Félix Navarro, Pedro Arguelles, Librado Linares, Iván Hernández y otros: Pablito, continuaremos la lucha hasta que en nuestra patria exista libertad y ustedes, los que quieran regresar, puedan hacerlo.
En este año que ha pasado volando, siempre he tenido la idea fija de regresar apenas Cuba comience a vivir en democracia y no corra el riesgo de ir nuevamente a la cárcel por mis ideas políticas. Parece extraño, pero a medida que transcurre el tiempo, siento la necesidad de caminar por las calles de mi pueblo, el deseo inconcluso de visitar a Pedro Arguelles u otro opositor pacífico.
Es cierto que aquí tengo Internet, libertad, escribo sin temor a represalias y vivo en el primer mundo Pero no basta. Necesito más, necesito ver a mi islita libre, vivir junto a mi pueblo y reconstruir la ruina que nos han dejado más de 50 años de totalitarismo comunista. Ojalá el tiempo de destierro no se prolongue demasiado.
El mayor desafío de un exiliado es el empleo y en España la situación es muy compleja. En estos momentos las cifras de parados roza los cinco millones según fuentes gubernamentales y no se vislumbra a corto plazo una solución al problema, al menos desde mi óptica. Tratamos, mi esposa y yo de encontrar trabajo en cualquier tarea, porque queremos ganarnos la vida con nuestro esfuerzo. Necesitamos recomenzar nuestras vidas y eso no ha podido ser posible en España.
Por eso, después de analizar una y otra vez la situación, mi esposa y yo nos planteamos la disyuntiva de partir o quedarnos en España.Decidimos hacer las maletas y recorrer el camino reverso que nos trajo a Europa. Por fortuna, el gobierno de los EEUU abrió sus puertas una vez más a los exiliados cubanos y nos permitió ingresar a esta nación bajo un programa de visado especial.
Partimos con la esperanza de encontrar el camino que nos ayudará a reconstruir nuestras vidas y poder dar lo mejor de mí por la causa de la libertad de mi tierra. Y también con el recuerdo y la gratitud hacia esa España que me abrió sus puertas cuando más lo necesité y el deseo de que salgan de la crisis económica que los golpea.
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