Cuando, en la madrugada del 6 de junio, Venus culminó su tránsito entre la Tierra y el Sol, regalando imágenes astronómicas de insuperable belleza, lo hizo según un programa establecido hace 15.000 millones de años. De alguna manera, con la explosión primordial del Big Bang se crearon las condiciones que habrían de predestinar eones más tarde a un planeta inhabitado del Sistema Solar a arrojar su sombra sobre el Sol.
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Todo está escrito en el mundo físico. Por eso los astrónomos son capaces de predecir con milimétrica precisión cuándo volverá a ocurrir un tránsito de Venus como el de este año: en 2117. Pueden ocurrir catástrofes, impactos de asteroides, erupciones de radiación estelar, fenómenos inadvertidos pero no fortuitos. Cualquier sopresa que nos depare el Cosmos ha de ocurrir según las leyes de la física, y tiene su día y su hora programados.
El determinismo de la física, al menos de la física de los más grandes, la mecánica que debemos a Newton y a Einstein, ha impregnado otros muchos campos del saber. No son pocos los científicos que sueñan con encontrar las mismas reglas precisas e incorruptibles para el origen de la vida, la evolución de los organismos, el desarrollo de los mercados bursátiles, el clima, la mente humana...
¿No es la mente (dicen) un producto de la materia? Se organizan neuronas que son entidades químicas formadas por proteínas que han sido codificadas por genes que son moléculas... y esas neuronas desarrollan una actividad fisicoquímica, intercambiando señales eléctricas que funcionan según las leyes del electromagnetismo y mercadeando con sustancias que siguen los postulados de la química orgánica. Es cedir, el cerebro se puede explicar básicamente con las mismas ecuaciones que permiten comprender por qué se enciende una bombilla al hacer pasar una corriente eléctrica por sus filamentos. Si la mente es un producto del cerebro, ¿nuestros pensamientos, nuestras creencias, emociones y manías, nuestros prejuicios, miedos, amores y odios están también sometidos al dictado determinista de la leyes físicas?
No son pocos los neurólogos que opinan que así es. De hecho, es corriente mayoritaria la de los expertos que prefieren pensar que nuestra mente es sólo sustrato físico. Y todos deseamos que, al menos en parte, así sea. "No nos gustaría que fuera de otra manera, en ocasiones", dice Michael Gazzaniga. "No nos gustaría que la acción de llevarnos la mano a la boca fuera un proceso aleatorio, queremos el helado en los labios, no en la frente"
Pero si todas las facultades de la mente están igualmente sometidas a las leyes del mundo físico, ¿no terminamos siendo una suerte de zombis sin libre albedrío? Mi voto en las pasadas elecciones, mi deseo de abrazar a mis hijos cuando llego a casa, la elección de pareja, mi aversión a los impuestos, mi pasión futbolera... ¿son sólo productos de un programa establecido hace 15.000 millones de años? Con la explosión del Big Bang nacieron las condiciones físicas y químicas que terminarían conduciendo a que Venus transitara ante la Tierra en junio de 2012 y que Jorge Alcalde decidiera unas semanas antes comprarse y leer con placer ¿Quién manda aquí?, de Michael Gazzaniga, editorial Paidós.
Por extraño que parezca, entre la comunidad científica cunden los que creen que el mundo funciona así, que vivimos en un universo que lo determina todo. Incluso nuestra mente. Michael Gazzaniga pertenece a la rara avis de neurocientíficos que opinan lo contrario. Su último libro es, precisamente, un alegato científico contra el determinismo neuronal. En sus 313 páginas de argumentación científica trata de defender que los actos humanos son sólo responsabilidad nuestra, de esa unidad específica y exclusiva a la que llamamos individuo. Que "la magnificencia de ser humano es algo que todos valoramos y no queremos que desaparezca con la ciencia". Queremos sentir nuestra propia valía manifestada en el libre albedrío de nuestras decisiones, que escapa a las leyes deterministas de la física. Queremos y podemos porque, según Gazzaniga, la ciencia no está en disposición de demostrar lo contrario. En sus propias palabras,
MICHAEL S. GAZZANIGA: ¿QUIÉN MANDA AQUÍ? EL LIBRE ALBEDRÍO Y LA CIENCIA DEL CEREBRO. Paidós (Barcelona), 2012, 320 páginas. Traducción de Marta Pino Moreno.
twitter.com/joralcalde
El determinismo de la física, al menos de la física de los más grandes, la mecánica que debemos a Newton y a Einstein, ha impregnado otros muchos campos del saber. No son pocos los científicos que sueñan con encontrar las mismas reglas precisas e incorruptibles para el origen de la vida, la evolución de los organismos, el desarrollo de los mercados bursátiles, el clima, la mente humana...
¿No es la mente (dicen) un producto de la materia? Se organizan neuronas que son entidades químicas formadas por proteínas que han sido codificadas por genes que son moléculas... y esas neuronas desarrollan una actividad fisicoquímica, intercambiando señales eléctricas que funcionan según las leyes del electromagnetismo y mercadeando con sustancias que siguen los postulados de la química orgánica. Es cedir, el cerebro se puede explicar básicamente con las mismas ecuaciones que permiten comprender por qué se enciende una bombilla al hacer pasar una corriente eléctrica por sus filamentos. Si la mente es un producto del cerebro, ¿nuestros pensamientos, nuestras creencias, emociones y manías, nuestros prejuicios, miedos, amores y odios están también sometidos al dictado determinista de la leyes físicas?
No son pocos los neurólogos que opinan que así es. De hecho, es corriente mayoritaria la de los expertos que prefieren pensar que nuestra mente es sólo sustrato físico. Y todos deseamos que, al menos en parte, así sea. "No nos gustaría que fuera de otra manera, en ocasiones", dice Michael Gazzaniga. "No nos gustaría que la acción de llevarnos la mano a la boca fuera un proceso aleatorio, queremos el helado en los labios, no en la frente"
Pero si todas las facultades de la mente están igualmente sometidas a las leyes del mundo físico, ¿no terminamos siendo una suerte de zombis sin libre albedrío? Mi voto en las pasadas elecciones, mi deseo de abrazar a mis hijos cuando llego a casa, la elección de pareja, mi aversión a los impuestos, mi pasión futbolera... ¿son sólo productos de un programa establecido hace 15.000 millones de años? Con la explosión del Big Bang nacieron las condiciones físicas y químicas que terminarían conduciendo a que Venus transitara ante la Tierra en junio de 2012 y que Jorge Alcalde decidiera unas semanas antes comprarse y leer con placer ¿Quién manda aquí?, de Michael Gazzaniga, editorial Paidós.
Por extraño que parezca, entre la comunidad científica cunden los que creen que el mundo funciona así, que vivimos en un universo que lo determina todo. Incluso nuestra mente. Michael Gazzaniga pertenece a la rara avis de neurocientíficos que opinan lo contrario. Su último libro es, precisamente, un alegato científico contra el determinismo neuronal. En sus 313 páginas de argumentación científica trata de defender que los actos humanos son sólo responsabilidad nuestra, de esa unidad específica y exclusiva a la que llamamos individuo. Que "la magnificencia de ser humano es algo que todos valoramos y no queremos que desaparezca con la ciencia". Queremos sentir nuestra propia valía manifestada en el libre albedrío de nuestras decisiones, que escapa a las leyes deterministas de la física. Queremos y podemos porque, según Gazzaniga, la ciencia no está en disposición de demostrar lo contrario. En sus propias palabras,
es posible defender que una compresión científica más completa de la naturaleza y de la vida, del cerebro y de la mente no va en detrimento de ese valor que todos apreciamos.Tras transitar por estas páginas es muy probable que los que creen que todo está escrito en los genes sigan pensándolo. Para el resto, nos queda el argumento técnico de que la ciencia aún alberga demasiadas incertidumbres para tomar partido. Y el argumento intelectual de que reducir nuestros actos al designio de la física es la salida más fácil y perezosa. Ante el dilema de no saber cómo funcionamos, tan perezoso es creer que lo hacemos porque así lo mandó Dios como creer que lo hacemos porque una cadena de aminoácidos decide por nosotros.
MICHAEL S. GAZZANIGA: ¿QUIÉN MANDA AQUÍ? EL LIBRE ALBEDRÍO Y LA CIENCIA DEL CEREBRO. Paidós (Barcelona), 2012, 320 páginas. Traducción de Marta Pino Moreno.
twitter.com/joralcalde