The Moral Naturalists by David Brooks

David Brooks sobre la moral y la ciencia.

Dentro de unos años veremos como evoluciona este tema.



ARTÍCULO:

Where does our sense of right and wrong come from? Most people think it is a gift from God, who revealed His laws and elevates us with His love. A smaller number think that we figure the rules out for ourselves, using our capacity to reason and choosing a philosophical system to live by.

Moral naturalists, on the other hand, believe that we have moral sentiments that have emerged from a long history of relationships. To learn about morality, you don’t rely upon revelation or metaphysics; you observe people as they live.

This week a group of moral naturalists gathered in Connecticut at a conference organized by the Edge Foundation. One of the participants, Marc Hauser of Harvard, began his career studying primates, and for moral naturalists the story of our morality begins back in the evolutionary past. It begins with the way insects, rats and monkeys learned to cooperate.

By the time humans came around, evolution had forged a pretty firm foundation for a moral sense. Jonathan Haidt of the University of Virginia argues that this moral sense is like our sense of taste. We have natural receptors that help us pick up sweetness and saltiness. In the same way, we have natural receptors that help us recognize fairness and cruelty. Just as a few universal tastes can grow into many different cuisines, a few moral senses can grow into many different moral cultures.

Paul Bloom of Yale noted that this moral sense can be observed early in life. Bloom and his colleagues conducted an experiment in which they showed babies a scene featuring one figure struggling to climb a hill, another figure trying to help it, and a third trying to hinder it.

At as early as six months, the babies showed a preference for the helper over the hinderer. In some plays, there is a second act. The hindering figure is either punished or rewarded. In this case, 8-month-olds preferred a character who was punishing the hinderer over ones being nice to it.

This illustrates, Bloom says, that people have a rudimentary sense of justice from a very early age. This doesn’t make people naturally good. If you give a 3-year-old two pieces of candy and ask him if he wants to share one of them, he will almost certainly say no. It’s not until age 7 or 8 that even half the children are willing to share. But it does mean that social norms fall upon prepared ground. We come equipped to learn fairness and other virtues.

These moral faculties structure the way we perceive and respond to the world. If you ask for donations with the photo and name of one sick child, you are likely to get twice as much money than if you had asked for donations with a photo and the names of eight children. Our minds respond more powerfully to the plight of an individual than the plight of a group.

These moral faculties rely upon emotional, intuitive processes, for good and ill. If you are in a bad mood you will make harsher moral judgments than if you’re in a good mood or have just seen a comedy. As Elizabeth Phelps of New York University points out, feelings of disgust will evoke a desire to expel things, even those things unrelated to your original mood. General fear makes people risk-averse. Anger makes them risk-seeking.

People who behave morally don’t generally do it because they have greater knowledge; they do it because they have a greater sensitivity to other people’s points of view. Hauser reported on research showing that bullies are surprisingly sophisticated at reading other people’s intentions, but they’re not good at anticipating and feeling other people’s pain.

The moral naturalists differ over what role reason plays in moral judgments. Some, like Haidt, believe that we make moral judgments intuitively and then construct justifications after the fact. Others, like Joshua Greene of Harvard, liken moral thinking to a camera. Most of the time we rely on the automatic point-and-shoot process, but occasionally we use deliberation to override the quick and easy method. We certainly tell stories and have conversations to spread and refine moral beliefs.

For people wary of abstract theorizing, it’s nice to see people investigating morality in ways that are concrete and empirical. But their approach does have certain implicit tendencies.

They emphasize group cohesion over individual dissent. They emphasize the cooperative virtues, like empathy, over the competitive virtues, like the thirst for recognition and superiority. At this conference, they barely mentioned the yearning for transcendence and the sacred, which plays such a major role in every human society.

Their implied description of the moral life is gentle, fair and grounded. But it is all lower case. So far, at least, it might not satisfy those who want their morality to be awesome, formidable, transcendent or great.

Esto es lo que hay por Carlos Herrera

Carlos Herrera "alabando" a nuestra clase política.

La impresión sobre ellos es mala en general, y la mía en particular también lo es. Y no ayudan mucho ni con sus declaraciones ni con sus acciones.

Destaco:

Es bastante común, por otra parte, considerar que no se sostiene la comparación entre esta crema llena de éxito y la costra dirigente que en España toma decisiones transcendentales. Gozamos de números uno en disciplinas tanto colectivas como individuales, deportivas o médicas, financieras o artísticas, todas de primer orden mundial, y, en cambio, asistimos resignados a la medianía rampante, a la mediocridad manifiesta de líderes sociales incapaces de distinguir un pargo de una rapaz. ¿Qué ha llevado a que la gestión pública sea, con las excepciones debidas, alguna de ellas ciertamente notable, un refugio de cantamañanas?



ARTÍCULO:

ARRANQUE de optimismo veraniego: España puede sentirse orgullosa de los hombres y mujeres jóvenes que pelean por destacar en los diferentes ámbitos concursales de la vida, orgullosa de una nueva generación de tipos bien pertrechados de ambición y destreza que alcanza pequeños éxitos diarios allá donde ellos van. Arranque de pesimismo estival: valiente generación de inútiles que ni estudian ni trabajan ha criado la sociedad a sus pechos con la leche materna de la Logse. El habitual transtorno bipolar que atormenta la opinión de este humilde columnista se me reprodujo ayer, de forma violentamente aguda, viendo el angustioso final de etapa del Tour a su llegada al Tourmalet: de forma casi segura, un hombre sencillo, educado, combativo y sonriente, Alberto Contador, se va a proclamar vencedor de la ronda gala por tercera vez, y lo va a hacer desde lo que tiene de excepcional la normalidad. Ya es normal que ganemos los Tours, o Wimbledon, o los mundiales de fútbol o basquet. Es normal que en el mundo científico las publicaciones que se realizan desde este solar tengan un peso respetable. Como lo es que en las más importantes estructuras empresariales del mundo figuren jóvenes profesionales educados en España. Es decir, es normal que desde fuera se vea a esta sociedad española, tan lastrada en diferentes ámbitos durante las diversas «largas noches» en las que ha dormitado, con una cierta mueca de sorpresa y admiración. Sin embargo, más allá del orgullo emocional adolescente de ver triunfar a un compatriota en una disciplina dura, sacrificada y disputadísima, un algo te dice que ese país no es cierto, que España no es Contador o Nadal. Eso queda compensado por el hecho de que casi todos los países suelen pensar algo así de ellos mismos, sobre todo cuando es otro el que triunfa, pero la realidad es que crece el pesimismo acerca de los valores de la emergente sociedad civil que nos tiene que empujar por las rampas de este apasionante siglo XXI. Desgraciadamente, aseguran agudos observadores sociales, la indolencia y la falta de competitividad de los españoles nacidos ya pasada la Transición hace sospechar que el futuro es una apuesta fallida; viendo, sin embargo, a las puntas de sierra de las gráficas, algo nos hace sentirnos esperanzados: ¿La España de pasado mañana será la de los Contadores o la de los holgazanes niñatos de la borrachera diaria?

Es bastante común, por otra parte, considerar que no se sostiene la comparación entre esta crema llena de éxito y la costra dirigente que en España toma decisiones transcendentales. Gozamos de números uno en disciplinas tanto colectivas como individuales, deportivas o médicas, financieras o artísticas, todas de primer orden mundial, y, en cambio, asistimos resignados a la medianía rampante, a la mediocridad manifiesta de líderes sociales incapaces de distinguir un pargo de una rapaz. ¿Qué ha llevado a que la gestión pública sea, con las excepciones debidas, alguna de ellas ciertamente notable, un refugio de cantamañanas?

La generosidad con la que Contador dejó vencer al excepcional Schleck en la cima pirenaica más temida, su elegancia en la victoria, su capacidad de trabajo y su persistencia en el triunfo ha sido un respiro de verano. Acabada la etapa, vuelve la realidad. Y esto es lo que hay.

El voluntarismo político por Gabriel Tortella

Gabriel Tortella escribe sobre la negación de la realidad y sus consecuencias.

La realidad se acaba imponiendo, muchas veces con graves y penosas consecuencias.


Destaco:

El voluntarismo consiste en hacerse una imagen del mundo, o de una parte, tal como quisiéramos que fuera, investir esa imagen de un aura ética, y decidir en consecuencia que el mundo, o esa parte de la realidad, es como la imagen dicta y que, si hubiera discrepancia, la realidad debe adaptarse a la imagen y no al revés.

Con menos drama, pero más cercanía, una facción de la izquierda española (y occidental) adolece de ese voluntarismo. Yo recuerdo un caso gracioso en Estados Unidos cuando el feminismo se obstinaba en afirmar la igualdad absoluta de los sexos. Ese empeño hizo fracasar la enmienda de la igualdad (Equal Rights Amendment), por la que las mujeres se negaron a votar al darse cuenta de que conllevaría baños compartidos en restaurantes y lugares públicos. Las teóricas beneficiarias de la igualdad se rebelaron contra ella.
 
La Alianza ésta, en todo caso, parece relativamente inocua. Mucho más peligroso es el voluntarismo económico. La economía y el mercado tienen sus reglas: es decir, las sociedades humanas resuelven de cierto modo sus problemas económicos y, como las realidades económicas resultan del comportamiento de millones, o más bien billones, de personas, el pretender remar contra corriente e imponer la propia voluntad a la economía, en especial desconociendo sus principios más elementales, puede tener consecuencias muy graves, como está a la vista de todos.



ARTÍCULO:

El autor analiza cómo los dirigentes tratan de adaptar la realidad a su visión del mundo, perjudicando a la sociedad. Recalca que el optimismo antropológico de Zapatero ha engendrado absurdas iniciativas económicas y diplomáticas.

Hace unos días oí decir a un médico muy competente, como si se tratara de algo atrevidísimo, que él seguía explicando a sus estudiantes que el sexo de cada persona venía determinado por los cromosomas de sus células. Esto es algo que yo había estudiado en los años lejanos de mi bachillerato, e ingenuamente le pregunté si es que nuevas investigaciones habían invalidado esta venerable teoría. «¡Qué va!», me dijo. «Es que el dogma imperante ahora dice que el sexo es de elección voluntaria; lo de los cromosomas x e y, aunque sea verdad, está muy mal visto». Vaya, me dije, la corrección política llega hasta la biología. Pero luego me acordé de Trofim Lysenko y me di cuenta de que la biología había estado sometida a la corrección política hace ya mucho tiempo.

El voluntarismo consiste en hacerse una imagen del mundo, o de una parte, tal como quisiéramos que fuera, investir esa imagen de un aura ética, y decidir en consecuencia que el mundo, o esa parte de la realidad, es como la imagen dicta y que, si hubiera discrepancia, la realidad debe adaptarse a la imagen y no al revés.

El voluntarismo tiene mucho de mesianismo, y es muy característico de una cierta izquierda, aunque, desde luego, no exclusivamente. Se encuentran casos a ambos lados del espectro político. El de Lysenko es paradigmático: biólogo y agrónomo soviético, atrajo la atención de Stalin cuando en los años de hambruna de los 30 afirmó que podía lograr enormes rendimientos de los cereales por medio de simples manipulaciones. Sus experimentos eran muy poco convincentes, pero Stalin quería creer que lograría el milagro agrario en la famélica Unión Soviética, tanto más cuanto que Lysenko afirmaba que su biología proletaria era superior a la ciencia burguesa.

Lysenko se convirtió en el amo de la botánica y la agronomía en Rusia, y por contradecirle fueron exiliados y murieron los mejores biólogos rusos, como Nikolai Vavílov, por ejemplo.

La estrella de Lysenko empezó a declinar con la muerte de Stalin en 1953, pero fue un ocaso lento. Sería interesante estudiar en qué medida contribuyó el voluntarismo de Stalin y Lysenko al estrepitoso fracaso de la agricultura soviética.

Otro caso de voluntarismo político nos lo ofrece el primer franquismo, que durante 20 largos años se obstinó en imponer la doctrina autárquica a la economía de un país pobre y atrasado. Caso parecido en el otro extremo del espectro ideológico es el que nos ofrece Mao TseTung, empeñado en revolucionar la revolución con saltos hacia adelante y revoluciones culturales, que costaron millones de vidas sin lograr progreso económico o social alguno en China.

Con menos drama, pero más cercanía, una facción de la izquierda española (y occidental) adolece de ese voluntarismo. Yo recuerdo un caso gracioso en Estados Unidos cuando el feminismo se obstinaba en afirmar la igualdad absoluta de los sexos. Ese empeño hizo fracasar la enmienda de la igualdad (Equal Rights Amendment), por la que las mujeres se negaron a votar al darse cuenta de que conllevaría baños compartidos en restaurantes y lugares públicos. Las teóricas beneficiarias de la igualdad se rebelaron contra ella.

Esta negativa a aceptar los hechos a veces tiene consecuencias chuscas, otras no tanto. La tan traída y llevada Alianza de Civilizaciones, por ejemplo, es un caso de voluntarismo fútil, probablemente inofensivo, aunque indudablemente caro. El pensar que unas prédicas y gestos insípidos y carentes de contenido van a resolver el pavoroso problema del choque de civilizaciones, recuerda al intento de Josué de parar el sol.

Llevamos unos seis años de Alianza de Civilizaciones y los indicios de que las luchas interétnicas se moderan brillan por su ausencia. Estos voluntarismos absurdos a veces perduran, como ocurrió con el lysenkismo, pero éste, afortunadamente, no parece que vaya a durar más allá de 2012.

La Alianza ésta, en todo caso, parece relativamente inocua. Mucho más peligroso es el voluntarismo económico. La economía y el mercado tienen sus reglas: es decir, las sociedades humanas resuelven de cierto modo sus problemas económicos y, como las realidades económicas resultan del comportamiento de millones, o más bien billones, de personas, el pretender remar contra corriente e imponer la propia voluntad a la economía, en especial desconociendo sus principios más elementales, puede tener consecuencias muy graves, como está a la vista de todos.

Pero para un Gobierno acostumbrado a imponer la igualdad de los sexos por decreto (con su correspondiente Ministerio), a llamar oficialmente a la guerra paz, a cambiar la Constitución sin observar el procedimiento establecido, a admitir que ha mentido cuando negó negociar con terroristas, a ignorar la realidad, en una palabra, con tan escaso coste político, el admitir la existencia de la crisis debía parecer una debilidad humillante, una degradación intolerable.

En vista de ello se habló de la fortaleza de la economía española y se siguió como si tal cosa, confiando en la proporción relativamente baja de la deuda pública y olvidando la enorme magnitud de la privada, que al fin y al cabo compromete igualmente al país.

En lugar de tomar medidas contra un desempleo creciente y amenazante se habló de política social y de no abandonar a los desfavorecidos, como si el seguro de desempleo fuera una dádiva que se debiera a la magnanimidad del Gobierno.

En virtud de una interpretación banal del revivido keynesianismo, se emprendió un plan de gasto público, el malhadado Plan E, cuyo principal objetivo no era otro que llenar España de carteles de apenas velada propaganda gubernamental. No se hizo ningún estudio acerca del impacto del plan sobre el empleo, y si se hizo, el chasco fue considerable, porque el empleo siguió cayendo.

Es evidente que no se realizó un análisis serio de los posibles destinos alternativos de los fondos destinados al plan. Y en virtud de la política negacionista se confeccionó un presupuesto para 2010 que nació muerto, porque las estimaciones de crecimiento en que se basaba eran pura fantasía voluntarista, pero que permitía seguir gastando alegremente y sobornar a las comunidades autónomas.

Por último, para llevar a cabo sin trabas esta serie de absurdos, el Gobierno se deshizo de un ministro de Economía que, sin ser hombre de gran firmeza, sí estaba claramente alarmado por la deriva de la política económica que pretendían imponerle. En su lugar se puso a una persona sin ninguna experiencia en la materia y dispuesta a actuar al dictado del voluntarista supremo.

Pero los voluntaristas, a la larga, se estrellan contra el muro de la realidad. La contumaz persistencia en el error sembró la duda en los mercados internacionales, y los problemas de otros países de la zona euro repercutieron en España. La desconfianza es contagiosa, y más en finanzas. Entonces se encontró un chivo expiatorio: los especuladores. Por un momento pareció que echándoles la culpa a ellos podríamos seguir ignorando la realidad.

Pero por fin el sueño del optimista antropológico fue rudamente interrumpido por los que él llamaba colegas y amigos, Sarkozy, Merkel y Obama, que le hicieron poner los pies en la tierra y reconocer lo desesperado de una situación a la que durante tres años dio la espalda.

«Es la economía, estúpido», le vinieron a decir. La conjunción planetaria resultó un choque de voluntades y un giro copernicano; la Alianza de Civilizaciones quedó para mejor ocasión. A regañadientes hubo que dar marcha atrás y hacer pagar a los que no estaban en paro por los errores del delirio voluntarista.

«Siempre pagamos los mismos», dirá el lector. Desde luego, pero una duda persiste: ¿hemos abandonado el voluntarismo, o se trata de una añagaza más para volver a las andadas a la primera ocasión?

Gabriel Tortella es profesor emérito en la Universidad de Alcalá. Sus últimos libros son Los orígenes del siglo XXI y Para comprender la crisis (con Clara E. Núñez).

Tour de Francia 2010 Etapa 19

Contandor es el ganador del Tour de Francia 2010, a falta de la última etapa en París.

La contrareloj de hoy empezó fue muy igualada entre Contador y Schleck, pero poco a poco Contador fue haciendo hueco.

Tercer Tour para Contador, y duelo para los próximos años entre los dos.

Controlemos a los controladores y a Aena por Gabriel Calzada

Reflexión de Gabriel Calzada sobre los controladores aéreos en España. Aboga por la privatización como mejor solución al conflicto.

Estoy totalmente de acuerdo con él, pero privatización total.

Destaco:

Al ministro le quedan al menos dos opciones. Una consistiría en establecer un sistema de auditoría permanente e independiente de la calidad de la actividad de los controladores que sirva para establecer premios y sanciones en un marco de incentivos y desincentivos con el objetivo del desempeño de su servicio en condiciones de eficiencia y seguridad. Pero la verdadera solución pasa por la privatización y liberalización del control del tráfico aéreo. De este modo, los controladores aéreos pasarían, como todas las demás profesiones libres, a estar controlados por los consumidores, al igual que lo estaría Aena.

 
 
ARTÍCULO:
 
Los controladores de nuestras vidas, desde la cuna hasta la tumba, entregaron hace tiempo la navegación aérea a un colectivo en régimen de monopolio.

Con gobiernos de todos los colores, los controladores aéreos han logrado ir consolidando su condición de clase privilegiada, lejos de los acuerdos voluntarios del libre mercado. En este contexto, los elevados sueldos que percibe este colectivo no son más que la consecuencia lógica de la posición de poder en la que el Partido Popular y el Partido Socialista lo han situado irresponsablemente dentro de una empresa, Aena, que no tiene que molestarse por ser mejor que la competencia, porque no la hay.

En este punto de la película ha aparecido José Blanco, decidido a cambiar la situación. Sus motivaciones pueden ser diversas, pero lo importante es que, por fin, un ministro de Fomento se atreve a recortar los privilegios empresariales y laborales concedidos por sus antecesores en el cargo a costa del consumidor y del sector aéreo.

El anuncio del plan de privatización parcial de los aeropuertos de Aena fue recibido con júbilo por muchos liberales, aunque quizá pecó de quedarse corto y no lanzarse a una privatización completa y transparente de los aeropuertos, cuando lo complicado no es tanto el grado de privatización, sino anunciarla y llevarla a cabo. Además, se perdía una fantástica oportunidad para colocar la navegación aérea, la otra pata de Aena, en el ámbito del mercado –como sucede en países como Suiza– y se prefirió arreglar los problemas del control aéreo con nuevas regulaciones.

En este contexto, el Gobierno aprobó la Ley 9/2010, en la que trata de evitar algunas de las ineficiencias y los vicios generados en el campo del control de la navegación aérea. La ley trata de mejorar la gestión de los recursos humanos y materiales de Aena. En especial, la ley trata de reducir el número de horas extras realizadas, que hasta ahora se pagaban a precio de oro, aumentando las horas corrientes de trabajo. Es muy posible que cualquier intento de privatización del control aéreo requiera primero una acción de este tipo.

Es obvio que ninguna empresa va a querer entrar en el mercado del control aéreo si tiene que asumir unos desorbitados costes salariales y lidiar con un colectivo bien organizado que gestionaba los recursos de manera ineficiente, porque su empleador no está bajo el imperio de la soberanía del consumidor, es decir, del mercado, y se daba el lujo de establecer una escasez artificial en su profesión, haciendo uso de su capacidad exclusiva sobre la formación de nuevos controladores.

Los controladores aéreos, como buen grupo de interés, han intentado presentar la cuestión como si se tratara de un atentado contra la seguridad movido por espurios intereses económicos. Aparentemente, la estrategia de este colectivo ha consistido en emprender una huelga de celo encubierta y presentarse ante la opinión pública como los penosos sufridores de una alta responsabilidad que les genera un alto estrés. Esta estrategia de imagen les habría dado la coartada perfecta para pedir numerosas bajas con las que ralentizar el tráfico aéreo, perjudicando así a los pasajeros, a las líneas aéreas y al sector turístico.

Así pretenden plantar cara al ministro de Fomento y chantajear a toda la sociedad con el objetivo de mantener sus privilegios. Los controladores cuentan con la ignorancia y el miedo de los pasajeros para ganar este pulso. La realidad es que en los sistemas de navegación aérea, cada vez más automatizados, existen múltiples niveles redundantes de seguridad, por lo cual su trabajo quizás no sea tan estresante como pretenden.

Muchos ciudadanos, incluido D. José Blanco, piensan que el estrés colectivo que han sufrido los controladores podría no ser más que una argucia para presionar a toda la sociedad. Todo apunta a que los controladores se saben imprescindibles en la situación actual y no van a renunciar a sus privilegios, como hicieron los nobles ante la convocatoria de los Estados Generales al inicio de la Revolución Francesa.

Ronald Reagan

Los controladores son conscientes de que sus elevadas rentas provienen de unas circunstancias laborales conseguidas bajo presión sindical en el pasado y que la forma de conservarlos no es ser más productivos, sino amenazar con el daño que pueden causar prestando el servicio de forma ineficiente en un marco en el que resulta complicado sustituirles y en el que ellos mismos controlan el acceso a la profesión. Ante este enorme pulso político, Blanco está tratando de emular a Ronald Reagan con la amenaza de usar controladores militares para sustituir a los civiles. La amenaza podría cumplirse con cierta facilidad en aeropuertos pequeños y con tráfico reducido, pero será mucho más complicado realizarla en los grades aeródromos y centros de control españoles.

Al ministro le quedan al menos dos opciones. Una consistiría en establecer un sistema de auditoría permanente e independiente de la calidad de la actividad de los controladores que sirva para establecer premios y sanciones en un marco de incentivos y desincentivos con el objetivo del desempeño de su servicio en condiciones de eficiencia y seguridad. Pero la verdadera solución pasa por la privatización y liberalización del control del tráfico aéreo. De este modo, los controladores aéreos pasarían, como todas las demás profesiones libres, a estar controlados por los consumidores, al igual que lo estaría Aena.

Pantalones cortos

Leyendo a Arcadi Espada:

La primera delicia. El jardín ocupado por hombres calzados. No hay prueba mayor de la decadencia de la civilización que este alud de pantorrillas de varón hórridas, quasimodas. Ahora no recuerdo si Óscar Tusquets se ocupaba del asunto en su enérgico Contra la desnudez. El pantorrilleo viril es una de las grandes afrentas del espacio público. A la mayoría de esos tipos demediados se les nota enseguida el peligroso rasgo de no saber en qué tiempo viven. En qué tiempo privado, me refiero. Un alarde juvenil sobre rodillas de artrosis.

He recordado que un rechazo similar por la indumentaria inadecuada la tiene Arturo Pérez-Reverte, y alguna amiga suya también:

Ya saben: lorzas sudorosas a la vista y restregándose contigo en la calle Sierpes, pantorrillas peludas a tu lado en el asiento del AVE, fulanos quitándose las pelotillas de los pies en el museo del Prado, y otros horrores estacionales de esta España convertida en inmenso chiringuito playero.

Porque hace pocos días, mientras cenaba allí de chaqueta y sin corbata –un piano al fondo, gente de apariencia educada, indumentaria veraniega pero correcta en torno a las mesas– aparecieron, precedidos por un obsequioso maître, cuatro guiris que podrían llegar directamente de una playa: sudorosos, bañadores caídos, chanclas y camisetas de tirantes de ésas holgadas, que dejan el sobaco y su floresta bien a la vista. Esto, en el centro de Barcelona y a las diez de la noche. Y a esos cuatro guarros, que entraron tan campantes y sin complejos, el sonriente maître les asignó una mesa en el centro del local, para que lo hermosearan a tope.


Mi opinión es que cada uno vaya como le de la gana, no me molesta lo más mínimo ese tipo de situaciones. Eso sí cada uno en su casa puede poner las reglas que quiera, y el que no quiera respetarlas que no vaya.

Take the money and run

Delirante comedia dirigida y escrita por Woody Allen, rodada como un documental que sigue la  vida del desgraciado Virgil Starkwell, una película para relajarse y no pensar mucho en lo que se está viendo. Humor surrealista.

Como ejemplo señalar la escena en la que Virgil intenta matar a una mujer atropellándola con un mini, ¡¡¡dentro de la casa de la mujer!!!

Diálogos como estos:

Mientras intenta conquistar a la chica que luego será su mujer:

- Le pedí que me lavara los calzoncillos. Creo que aquello la conmovió.

***

Intentando atracar un banco:

Cajero - ¡Ah! Es un atraco.

Virgil  - Sí.

C - ¿Puedo ver su revólver?

Virgil se lo muestra.

C - Sin la firma del vicepresidente no puedo darle dinero.

V - Tengo prisa.

C - ¿Qué?

V - Tengo prisa.

C - Lo siento, pero son las normas.

***

En la cárcel organizando una escapada.

Preso 1 - Robarás ropa interior de los carceleros.

Virgil - ¿Qué?

P1 - Ya tenemos los uniformes.

V - ¿Para qué queréis la ropa interior?

Preso 2 - Para que sea lo más realista posible.

P1 - Tengo fama de perfeccionista.

***

Para muestra un botón: