Por Ignacio Moncada:
"Si el Partido Socialista opta por intentar recuperar el poder con urgencia, tomando atajos, sin autocrítica ni revisar su ideario, fracasará. No sólo no conseguirá recuperar el poder ante una España temporalmente vacunada contra el populismo socialista, sino que pospondrá la necesaria catarsis que necesita el partido. Ahora le tocan unos años de reflexión y enmienda que pueden alargarse más de lo que les gustaría. Deben revisar su doctrina económica, sus bases teóricas y su oferta política y moral, y refundar una alternativa de izquierdas acorde con nuestros tiempos. Deben analizar su oportunista relación con los nacionalismos, su aversión a la libertad económica y su tendencia al dirigismo de la sociedad desde arriba. De lo contrario, puede que no encuentren hueco en la España del siglo XXI. Otro partido, como UPyD, podría barrer al PSOE y pasar a ocupar de forma mayoritaria el centro-izquierda español. Las urnas no tienen piedad. Es el momento de que el Partido Socialista decida entre la catarsis ideológica o precipitarse por el abismo ante el que hoy se encuentra".
“Ningún poder en la tierra podrá arrancarte lo que has vivido.” Viktor Frankl
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El mandato de Rajoy. Ignacio Moncada
Mucha gente piensa que los ocho años de gobierno de Zapatero han sido ocho años perdidos. No estoy de acuerdo. Desde luego hemos perdido muchas cosas. Pero hemos ganado algo fundamental: ahora sabemos qué es lo que no hay que hacer. Zapatero nos ha enseñado cuáles son las políticas que llevan a un país a la ruina. Y España ha aprendido. Mediante sus votos, los españoles han otorgado a Mariano Rajoy el mayor poder democrático que nadie antes había tenido en nuestro país. Un poder hegemónico, casi absoluto. El mandato que los españoles le han dado a Rajoy es claro: haz lo que sea necesario, pero sácanos de ésta. Que no se vuelva a repetir.
Rajoy no sólo va a ser un presidente del Gobierno con amplia mayoría absoluta. No sólo no dependerá de los nacionalistas para constituirse, nombrar a sus ministros y sacar adelante un duro programa político. También tiene un poder abrumador en las comunidades autónomas y en los municipios. Así que no podrá haber excusas. Rajoy tiene todos los medios a su disposición para sacarnos de la crisis económica y de la depresión política en la que España está sumida. Se la ha dado la solución ante uno de los problemas que más preocupan en el exterior, a los acreedores e inversores, que es la capacidad para coordinar estado central, autonomías y municipios. Esto es fundamental para la tarea que tiene por delante para que España abandone, de una vez por todas, esta terrible pesadilla.
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Rajoy no sólo va a ser un presidente del Gobierno con amplia mayoría absoluta. No sólo no dependerá de los nacionalistas para constituirse, nombrar a sus ministros y sacar adelante un duro programa político. También tiene un poder abrumador en las comunidades autónomas y en los municipios. Así que no podrá haber excusas. Rajoy tiene todos los medios a su disposición para sacarnos de la crisis económica y de la depresión política en la que España está sumida. Se la ha dado la solución ante uno de los problemas que más preocupan en el exterior, a los acreedores e inversores, que es la capacidad para coordinar estado central, autonomías y municipios. Esto es fundamental para la tarea que tiene por delante para que España abandone, de una vez por todas, esta terrible pesadilla.
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Tres estupideces europeas. Ignacio Moncada
Vivimos en una Europa en la que las cigarras se ríen de las hormigas. Grecia se ha convertido en el símbolo del cigarrismo. Sus políticos han construido un parque temático socialista en el que el gasto público supone un 50% del PIB. Esta fiesta se paga con deuda que no puede ser devuelta. Sólo pidiendo nuevos créditos se pueden afrontar los anteriores. La ruina a la que lleva esta política no sólo afecta a Grecia, sino que ha situado a toda Europa al borde del colapso. Tras innumerables oleadas de rescates por parte de los contribuyentes europeos, los políticos griegos siguen manteniendo su paraíso de gasto público. Siguen inmersos en politiqueos urdidos en las marisquerías. Se burlan de quienes durante años han sido austeros y razonables, como los alemanes, para poder luego sortear la crisis. Y, como es normal, esto empieza a servir de ejemplo. ¿Cómo van a esforzarse otros políticos europeos, ya sean italianos o españoles, si ven que la fiesta les puede salir gratis?
Mario Draghi, el nuevo presidente del Banco Central Europeo, ha llegado determinado a hacer grandes cosas. Mientras la inmensa mayoría de los políticos trabajan duramente por evitar que Europa salga de la crisis, él ya se ha puesto manos a la obra para causar la siguiente. No lo ha dudado. En su primer día ha bajado los tipos de interés, que están dos puntos por debajo de la inflación, y se ha puesto a comprar deuda soberana incobrable. Le ha cogido el gusto a la impresora. Me pregunto si en algún momento se habrá planteado por qué surgen las recesiones, o si creerá que son un castigo divino. La crisis fue generada por unos tipos de interés artificialmente bajos y una expansión del crédito, que crearon una burbuja que desfiguró la estructura productiva. ¿Cómo es posible que para salir de la crisis haya, precisamente, que bajar los tipos de interés y expandir el crédito? Es, como dijo Ortega y Gasset, "pedir el retorno de lo que fue la causa del trastorno".
Un nuevo eslogan recorre el socialismo europeo. Después de llevar a Europa al barranco, y de reducir muchos países a ruinas económicas, el socialismo de todos los partidos quedó desacreditado. Todos esos planes E y desembolsos masivos de gasto público con cargo a la deuda y al contribuyente, lejos de generar riqueza, la ha destruido. Así que, ante la lógica impotencia keynesiana que nos ha arrastrado a la pobreza, todos llegamos a la conclusión de que la austeridad presupuestaria, el no gastar más de lo que se ingresa, es el único camino que puede sacarnos del agujero. Pero el socialismo ahora ha decidido rizar el rizo. Desde los políticos reunidos en Cannes para hablar de la crisis de deuda europea hasta el propio Rubalcaba han encontrado un clavo ardiendo al que agarrarse. Dicen que la solución es aplicar a la vez austeridad y políticas de estímulo fiscal. En términos más sencillos, que lo que hay que hacer es gastar menos, pero a la vez gastar más. Lo siguiente será aprender a soplar y sorber al mismo tiempo. Todo es posible en el imaginario keynesiano. Lo que hay que oír.
La corrupción política e intelectual que puebla las instituciones europeas, incluida España, ha alcanzado cotas desconocidas. Son tiempos en los que las cigarras periféricas se burlan de los responsables. En los que las causas de los problemas a la vez sirven para solucionarlos. Y en los que se puede gastar menos al tiempo que se gasta más. Sirvan estas tres estupideces europeas como muestra de la corrupción intelectual de la política europea. Una podredumbre que nos hunde en la ruina.
Centralizar Europa, descentralizar España. Ignacio Moncada
Es novedad ver en España a partidos como el PSOE defender con tanto ahínco la centralización del poder. También lo es en el PP, aunque la congénita timidez con la que defiende sus ideas también se aplica en este caso. Lo que no es novedoso es que defiendan una idea y la contraria sin inmutarse. Estos dos partidos, que son quienes conforman el sistema, han venido defendiendo desde la Transición que no hay mejor forma de organización política que la descentralización. De esa idea nació el Estado de las Autonomías, que es como comúnmente denominamos a la forma equivocada de descentralizar el poder. Es, eso sí, la forma idónea para que el dinero del contribuyente se cuele sin remedio en un sin fin de grietas diseñadas para su colecta y distribución en beneficio de quienes controlan el sistema público: los partidos políticos.
El sistema autonómico es cualquier cosa menos eso. Nadie paga por sus dispendios. El sistema español no descentraliza el poder, sino que lo embarulla para que se pierda el rastro de las consecuencias, para que los costes queden repartidos y los beneficios a buen recaudo. ¿Sufren nuestros políticos alguna anomalía psiquiátrica que les conduce a pedir centralización en Europa a la vez que defienden la descentralización en España? Nada de eso. Simplemente defienden en cada caso el sistema que más les beneficia. No le quede duda, amigo lector, que también es el sistema que a usted más le perjudica.
Fuente: Francisco Capella.
Nos morimos por encima de nuestras posibilidades. Ignacio Moncada
Pocas frases pueden resumir mejor el estado actual de las economías occidentales. Y es que, como le sucedió a Oscar Wilde, economías como la española han estado viviendo muchos años por encima de sus posibilidades. El mantenimiento de tipos de interés artificialmente bajos durante los años de la burbuja generaron la falsa señal económica de que los recursos no tenían coste. Los bancos centrales iniciaron una alocada carrera de inyección de dinero que fue a parar, por supuesto, a manos de quienes los controlan: los políticos. Y éstos creyeron que podían gastar cuanto quisieran. Eran tiempos en los que un alcalde creía que podía cambiar todas las infraestructuras de una ciudad en una legislatura, tiempos en los que toda subvención o pago político caía en una balsa presupuestaria que nadie controlaba, pues sobraba el dinero. Sin embargo esa sensación era irreal. Pese a que la manipulación de la moneda alteraba el coste inmediato de los recursos, a medio plazo se puso de manifiesto que éstos no eran gratis. De alguna manera había que pagarlos. Por ese motivo entramos en la crisis. Había miles de empresas e inversiones que no eran sostenibles con los costes reales, y millones de trabajadores tenían sus puestos de trabajo en actividades que quedaron abocadas a la quiebra.
Los keynesianos, yendo más allá, incluso afirman que el problema se soluciona... ¡gastando más! De esa manera, muchos estados europeos, entre ellos España, siguen desafiando al precipicio de la bancarrota negándose a recortar drásticamente el gasto público. Mientras países como España ya no podrían afrontar sus pagos si no fuera por las inyecciones del BCE y la garantía de Alemania, sus políticos siguen gastando como si el dinero siguiera siendo gratis.
Fuente: Francisco Capella.
Una economía desangrada. Ignacio Moncada
Las crisis económicas, aunque los keynesianos las consideren inexplicables maldiciones que vienen del cielo, tienen una causa real y perfectamente solucionable. Suceden porque, tras un periodo de expansión monetaria en la que se han inoculado burbujas económicas, la estructura productiva queda distorsionada. Muchas inversiones en factores productivos y empresas en funcionamiento están orientadas a producir una serie de productos que la sociedad realmente no necesita, pero que durante la burbuja encontraban una demanda artificial. En la crisis actual, tenemos una estructura productiva destinada a producir demasiadas casas, edificios e infraestructuras, y teníamos un sistema financiero que había comprometido mucho dinero en préstamos a este tipo de inversiones.
Los keynesianos dicen que, por algún motivo desconocido, el problema es que falta demanda y que hay que estimularla. Pero eso es absurdo. No hay que tratar de mantener inflada la burbuja de la construcción, como se hizo con los diversos planes E, sino permitir que la estructura productiva se reconvierta para producir los bienes realmente demandados por la sociedad. El problema es que la medicina ritual keynesiana, basada en gasto público, inyecciones monetarias y bajos tipos de interés, trata de impedir esta reestructuración. Al igual que en el caso de las sangrías, el desconocimiento de las causas que originan el problema lleva a aplicar la terapia inadecuada. Al final se termina con un paciente cada vez más débil cubierto de incisiones y sanguijuelas que le chupan la sangre. Y si se insiste en el método, el paciente, que en nuestro caso es la economía, se desangrará hasta la muerte.
Fuente: Francisco Capella.
Los recortes no destruyen empleo. Ignacio Moncada
La crisis de deuda pública que llevamos más de un año sufriendo ha sido un duro varapalo para quienes han estado abogando por disparar el gasto. Nos prometieron que sólo había una manera de salir de la crisis: dejando que los políticos gasten el máximo dinero posible con cargo a la deuda del Estado. Así, decían, en poco tiempo íbamos a estar creciendo y con pleno empleo. Qué mal queda, tras defender esta tesis en público, que el resultado sea una crisis de solvencia de tremendas proporciones. A lo que en España se suma la cifra histórica de cinco millones de parados. Como en política y en economía jamás se reconoce un error, los defensores del keynesianismo, que es la ideología que se ha aplicado para llegar a esta situación, argumentan que el problema es que no ha habido suficiente gasto público. Que no hay crecimiento porque, pese a ejecutar los mayores planes de estímulo jamás vistos, hemos estado tímidos en el dispendio. Extraño razonamiento cuando se hace desde el borde mismo de la suspensión de pagos.
Por fin alguien en España ha decidido coger el toro por los cuernos. María Dolores de Cospedal, presidenta de Castilla-La Mancha, ha anunciado un recorte del 20% del gasto público de la comunidad. Y lo ha hecho, además, con una importante carga política: no ha tocado el sacrosanto gasto social para el progresismo español. Este recorte es de unas proporciones jamás vistas en España. Si se hubiera aplicado, no sólo a Castilla-La Mancha, sino a todo el Estado, el ahorro hubiera sido de alrededor de 100.000 millones de euros. Una cifra que habría acabado con el problema del déficit público. Esto contrasta con el famosotijeretazo dado por Zapatero en mayo de 2010, en el que el ahorro fue casi 10 veces menor, y además lo hizo llevándose por delante a pensionistas, funcionarios y familias.
Ante esta valiente medida, el PSOE se ha lanzado, tal vez herido por el efecto electoral de la misma, a despreciarla. Rubalcaba habla ahora de los "recortadores", dando a entender que sigue pensando que el despilfarro es el camino correcto. El Partido Socialista criticó la medida argumentando que "destruiría 15.000 puestos de trabajo". Esto es falso. Al igual que un aumento del gasto público no crea empleo, tal y como se ha demostrado, una política de austeridad no lo destruye. Más bien al contrario. Al no gastar más de lo que es asumible, se deja de penalizar a las familias y a las empresas con mayores impuestos (presentes o futuros), y deja de canalizarse todo el ahorro disponible hacia el Estado, liberándolo para inversión privada. Los recortes de gasto público activan un proceso de saneamiento de las cuentas públicas, de mayor desahogo privado y de amortización de deudas, que genera un marco estable para el crecimiento y la creación de empleo. Aunque, eso sí, siempre hay unos empleos que es necesario destruir: los de los políticos que, mediante el dispendio desenfrenado, han terminado por hundir la economía española.
Vía Francisco Capella.
Los eurobonos traerán la miseria. Ignacio Moncada
Vía Francisco Capella.
Extractos:
Cuentan que un profesor de Economía de la Universidad de Texas, al comprobar que muchos de sus alumnos apoyaban el sistema socialista, propuso un experimento con las notas de la asignatura. En lugar de poner a cada uno la calificación que correspondiera a su examen, pondría a todos la nota promedio de la clase. Así no habría gente con 10 ni gente con 0. Todos serían iguales. Y, en efecto, la nota de la clase en el primer examen fue un 6. La catástrofe llegó en el segundo. Los que en el primer examen estudiaron para 10 y sacaron un 6, decidieron que no merecía la pena esforzarse. Y los que no habían estudiado pero también obtuvieron un 6, felices ellos, concluyeron que lo mejor era seguir sin esforzarse. En el examen definitivo toda la clase suspendió. Cuando esto pasa en economía no se produce un suspenso general, sino la miseria masiva y el conflicto social. Son las nefastas consecuencias de cargarse el sistema de incentivos de responsabilidad individual para pasar a uno utópico de responsabilidad colectiva.
Europa está proponiendo exactamente lo mismo con respecto a la crisis de deuda pública. Desde los países con graves problemas en sus cuentas, entre ellos España, se ha insistido tanto en crear el atractivo sistema de eurobonos que Bruselas ha adoptado la exigencia como necesaria. Pero, ¿qué son los eurobonos? El sistema de eurobonos supone la unificación de la deuda pública de todos los países del euro mediante la garantía comunitaria de las emisiones de deuda. Es decir, que los países más solventes y responsables, como Alemania, se verían obligados a pagar los mismos intereses que los irresponsables países en quiebra virtual, como Grecia. Lo que se propone es aplicar el sistema puramente socialista a la deuda pública dentro de la unión monetaria europea.
Construir una escuela en África por Ignacio Moncada
Tim Harford contaba en El economista camuflado un gráfico ejemplo de por qué la ayuda externa no permite que África se desarrolle. En Camerún, país centroafricano devastado por un gobierno totalitario, el autor visitó una moderna biblioteca construida gracias a un programa de ayuda occidental. La biblioteca era una especie de versión reducida de la Ópera de Sidney en la que no habían reparado en gastos. Sin embargo, cuando entró en el edificio descubrió que, pese a tener tan sólo un par de años, la biblioteca estaba arruinada. Las fuertes lluvias la habían inundado tantas veces que más bien parecía un invernadero ecuatorial. Ni rastro de libros, ni por supuesto de lectores, sólo vegetación. La biblioteca estaba abandonada. Pese a que el edificio fuese espectacular el día de su inauguración, las organizaciones occidentales que hicieron el esfuerzo de construirla para fomentar la lectura no cayeron en la cuenta de que para construir una biblioteca no vale con levantar un edificio. Es necesario, sobre todo, que tenga un propietario.
Este ejemplo me traía a la cabeza el vano empeño con el que tantas organizaciones y ejércitos occidentales presumen de construir escuelas en África u Oriente Medio. Se limitan a erigir un edificio, en ocasiones vistoso, y ponen "colegio" en el cartel de la entrada. Pero para que los locales puedan disfrutar de una escuela, el edificio es lo de menos. El verdadero cimiento para implantar un buen colegio, o universidad, es generar la confianza suficiente a los padres de que si llevan a sus hijos, diez años después saldrán con una formación adecuada. La educación siempre es una inversión a largo plazo a cambio de un intangible, aunque nuestro subconsciente tienda a relacionar el servicio de la enseñanza con el edificio. Para que se cumpla esto es necesaria, como en casi todos los problemas de desarrollo, la propiedad privada. Y para ello unas instituciones que la respeten y la protejan, no que la ataquen.
La receta puede parecer sencilla, pero es enormemente complicada de aplicar. Para construir una escuela es necesario que alguien esté dispuesto a gastar dinero anualmente para pagar a buenos profesores. Que sea capaz de atraer a los padres y convencerles con un buen servicio. Y sólo alguien que tenga que vivir de gestionar adecuadamente una escuela podrá garantizar una formación eficaz para los lugareños. Un gobierno que no respeta la propiedad privada como el de Camerún, o tantos otros, bloqueará la educación de su país. Este problema que los occidentales tienden a infravalorar, cuando no a negar, es la mayor causa de pobreza en el mundo. Preferimos seguir distrayéndonos gastando dinero en construir bibliotecas, escuelas y hospitales, sin caer en la cuenta de que no funcionarán. Aunque sea tan absurdo como pensar que para tener una universidad de la calidad de la de Harvard, basta con replicar sus edificios.
Ignacio Moncada es ingeniero industrial por ICAI y trabaja en la gestión de proyectos energéticos internacionales.
Elogio del ahorro por Ignacio Moncada
Elogio del ahorro
Henry Hazlitt nos dio la clave para analizar la política económica en su libro Economía en una lección: "Para estudiar una medida no hay que considerar sólo los efectos inmediatos o sobre un sector determinado, sino las consecuencias a largo plazo sobre el conjunto de la población". El poder del bienestar a corto plazo es el causante de muchos de los problemas humanos, tanto en la economía como en la vida. Ésta es la razón por la que el ahorro está infravalorado. Tendemos a preferir un coche mejor, o una casa un poco más grande, aunque eso consuma nuestras posibilidades de ahorro. De esa manera sacrificamos de forma inconsciente vivir un poco mejor a lo largo de nuestra vida a cambio de una mejoría menor pero instantánea.
Esta tendencia humana también se manifiesta a nivel macroeconómico, hasta tal punto que tiene buena parte de la culpa de las crisis económicas. Pese a lo que se dice a menudo, la crisis actual no ha sido generada por simples banqueros suicidas. La causa radica en un sistema monetario que permite invertir sin necesidad de haber ahorrado previamente. Los bancos centrales, mediante las expansiones monetarias, envían información distorsionada actuando como un mecanismo de generación de inversiones fallidas. Y cuando se detiene la máquina del dinero, la inflación que sufren durante años los activos, sean inmobiliarios o bursátiles, estallan poniendo de manifiesto que la inversión no estaba respaldada por ahorro. Es decir, era inversión artificial. La recesión llega cuando toca corregir todas esas distorsiones.
Si la crisis actual se generó por una excesiva inyección de dinero y por unos tipos de interés artificialmente bajos, cuesta entender que vaya a salirse inyectando dinero y bajando los tipos. Es como tratar de seguir hinchando un balón que ha estallado porque se le metió demasiado aire. Es necesario dejar que la economía purgue las malas inversiones. Por ello los bancos cumplen con su deber cuando dejan de prestar a particulares, a empresas o a gobiernos que presentan cierto riesgo. Para salir de la crisis el sistema financiero tendrá que sanear sus balances, y los particulares, empresas y gobiernos ajustar sus cuentas. Es doloroso a corto plazo, pues supone destruir puestos de trabajo y cerrar empresas, pero no queda otro remedio. Cuando no hacemos caso a la lección de Hazlitt llegamos a este callejón sin salida en el que la economía nos obliga a sacrificarnos a corto plazo para sobrevivir a largo. La lástima sería que, una vez realizado ese esfuerzo, volvamos a evitar sacar las conclusiones que nos ofrece esta crisis, y no reformemos el sistema para garantizar que las inversiones se respalden con ahorro voluntario previo.
Ignacio Moncada es ingeniero industrial por ICAI y trabaja en la gestión de proyectos energéticos internacionales.
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