Pocas frases pueden resumir mejor el estado actual de las economías occidentales. Y es que, como le sucedió a Oscar Wilde, economías como la española han estado viviendo muchos años por encima de sus posibilidades. El mantenimiento de tipos de interés artificialmente bajos durante los años de la burbuja generaron la falsa señal económica de que los recursos no tenían coste. Los bancos centrales iniciaron una alocada carrera de inyección de dinero que fue a parar, por supuesto, a manos de quienes los controlan: los políticos. Y éstos creyeron que podían gastar cuanto quisieran. Eran tiempos en los que un alcalde creía que podía cambiar todas las infraestructuras de una ciudad en una legislatura, tiempos en los que toda subvención o pago político caía en una balsa presupuestaria que nadie controlaba, pues sobraba el dinero. Sin embargo esa sensación era irreal. Pese a que la manipulación de la moneda alteraba el coste inmediato de los recursos, a medio plazo se puso de manifiesto que éstos no eran gratis. De alguna manera había que pagarlos. Por ese motivo entramos en la crisis. Había miles de empresas e inversiones que no eran sostenibles con los costes reales, y millones de trabajadores tenían sus puestos de trabajo en actividades que quedaron abocadas a la quiebra.
Los keynesianos, yendo más allá, incluso afirman que el problema se soluciona... ¡gastando más! De esa manera, muchos estados europeos, entre ellos España, siguen desafiando al precipicio de la bancarrota negándose a recortar drásticamente el gasto público. Mientras países como España ya no podrían afrontar sus pagos si no fuera por las inyecciones del BCE y la garantía de Alemania, sus políticos siguen gastando como si el dinero siguiera siendo gratis.
Fuente: Francisco Capella.
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