Pocas veces se ha hablado tanto de la gripe en plena temporada de verano. Pero aquí estamos echando mano de lo que sabemos y, sobre todo, de lo que no sabemos sobre el famoso virus AH1N1 para avivar una polémica política con tintes de serpiente estival.
Unos y otros parecen haber encontrado un motivo para arrearle a sus viejos demonios. Unos (la izquierda) esgrimen la afortunada levedad de la pandemia de gripe A y las supuestas relaciones de miembros del comité de expertos de la OMS con la industria para recordarnos lo malo que es el capitalismo, el demonio que anida dentro de cada empresa farmacéutica y los perniciosa que es la globalización para nuestra salud. Otros (la derecha), aprovecha la ocasión para darle en la nariz a la ministra de Sanidad reencarnada en futura candidata electoral madrileña.
Y por esos extraños compañeros de cama que la política suele prodigar, vemos de la mano a los editorialistas del diario Público y a los portavoces del Partido Popular con un mismo fin: alertarnos sobre lo mal que se gestionó la crisis de la pandemia, sugerir que hubo intereses ocultos en la alarma generada y poner en duda el sistema de reacción internacional contra las epidemias víricas.
Por supuesto, ni unos ni otros se han preocupado en utilizar argumentos científicos para ello.
Si lo hubieran hecho, quizás se habrían visto obligados a reconocer que la investigación, fabricación y distribución de vacunas es una de las actividades económicas más sometida a las tensiones intervencionistas y menos regulada por las leyes del mercado libre.
Que la epidemia haya sido menos grave de lo previsto, que ahora contemos con un stock de millones de dosis sin aplicar que hay que destruir y que cinco de los 15 miembros del comité asesor de la OMS hayan trabajado para la industria no son más que consecuencias de una sucesión de malas políticas que han conducido al práctico enquistamiento de la industria de las vacunas. Porque, comparada con cualquier otra actividad farmacéutica, la invención y fabricación de vacunas sigue siendo lenta, demasiado costosa, muy poco orientada a la innovación y escasamente atractiva para el capital. Está hiperregulada, ahogada por la presión de los Estados, limitada por la intervención sobre los precios y sometida a durísimas normas de seguridad. Es cualquier cosa menos una actividad económica libre en la que las empresas pueden concurrir con el sano objetivo de obtener un beneficio previamente estipulado con riesgo calibrado y unas expectativas de retorno medibles.
¿Por qué? En primer lugar, una vacuna contra la gripe es un producto muy costoso de producir. Una planta de fabricación mediante el método habitual (que consiste en inocular el virus en material biológico extraído de huevo de gallina) puede suponer una inversión inicial mínima de 300 millones de dólares. Para colmo, se necesitan al menos 5 años para que la planta esté operativa con todo el material superespecializado que se requiere y con una nómina de empleados muy cualificados y, por lo tanto, caros.
Al contrario de lo que ocurre con otros medicamentos, la vacunación contra la gripe está regulada por la mayoría de los Estados del mundo. Eso implica que el margen de actuación de las empresas sobre los precios, las fechas de suministro y el stock es reducido. Las compañías llegan a acuerdos previos de fabricación con los estados ya que, de no ocurrir así, sería absolutamente impensable obtener un retorno razonable de la inversión.
Además, la fabricación de vacunas contra la gripe cuenta con un marco regulatorio para garantizar la seguridad que hace imposible a las empresas actuar sobre los costes de fabricación para mejorar los márgenes. Todos recordamos como, en plena crisis de la gripe A, uno de los principales problemas a los que hubo que enfrentarse fue la imposibilidad de servir vacunas mediante mecanismos de urgencia sin pasar por los controles de seguridad regulados.
Todas estas barreras (que sin duda garantizan una inmunización segura, universal y relativamente asequible para la mayoría de los ciudadanos) entorpecen la aspiración lógica de cualquier empresa de mejorar las rentabilidades y avanzar en la investigación y desarrollo de nuevos productos. Una farmacéutica prefiere dedicar recursos de I+D+i en otros terrenos menos minados en los que sus probabilidades de rentabilidad a corto plazo son mayores. Ello se agrava con la peculiaridad de que en el caso de la gripe la innovación a largo plazo es difícil. Los estados deben abastecerse de stocks de vacunas previendo las necesidades que van a tener a un año vista, pero sin contar con datos reales de los tipos de virus que habrá que combatir. Como es sabido, cada año se fabrica una vacuna diferente con los datos de las cepas de virus más activas los años anteriores y la estimación de las nuevas necesidades que la enfermedad impondrá la temporada siguiente. Pero la naturaleza no siempre es tan previsible y, como ocurrió el año pasado, la aparición de mutaciones inesperadas en el virus pueden dar al traste con toda la estrategia de anticipación.
La fabricación de vacunas es, además un proceso lento. Aunque las nuevas tecnologías de confección de vacunas con tejido celular de mamífero o de ingeniería genética prometen tiempos de fabricación mucho más cortos, lo cierto es que hoy por hoy la mayoría de las vacunas de la gripe se fabrican con el sistema de huevos de gallina que apenas ha variado en las últimas décadas. Sometidas a la presión estacional y a los acuerdos regulados con los estados, las empresas fabricantes tienen poco margen para la investigación en nuevos sistemas de producción.
Por si fuera poco, las decisiones sobre la vacunación se toman en el seno de comités puramente políticos en los que la ciencia suele quedar relegada al rango de fuente de información asesora. Es el Ministerio de Sanidad quien decide cuánto, cómo y de qué se ha de vacunar a la población, con lo que las compañías tienen las manos atadas para generar cambios de estrategia en el mercado.
Su capacidad de influencia sin embargo, aumenta en tiempos de crisis. Precisamente por todo lo dicho, el mercado de las vacunas ha terminado estando dominado por muy pocos actores. Muchas compañías han abandonado el escenario. De manera que, ante una necesidad de emergencia como la de la gripe A, los estados han de plegarse a las condiciones impuestas por los fabricantes y llegar a duras negociaciones en las que la sartén la ase por el mango quien tiene la capacidad de producir. Ésa es la razón por la que es necesario que España cuente con una planta propia de fabricación y la que sería deseable un escenario menos regulado que permitiera el concurso de más compañías (incluso pequeñas y especializadas).
En este entorno, debatir sobre la gravedad del último brote o sobre la fiabilidad de las recomendaciones de la OMS se torna secundario. Si el N1H1 hubiera sido tan virulento como en principio se temió, eso no habría hecho más que ocultar un año más las perversiones del sistema.
Por otro lado ¿es realmente realista pensar que los asesores de la OMS no tengan ningún contacto con la industria? ¿Es tan extraño que entre los 15 máximos expertos mundiales en vacunación, 5 de ellos hayan trabajado o estén trabajando en la industria de las vacunas?
Les pondré un ejemplo reciente. A principios de año, el Gobierno español anunció a bombo y platillo su Plan Integral para el Impulso del Coche Eléctrico que pretendía introducir 2.000 vehículos de este tipo en 2010 y cerca de un millón en 2014. Como se ha informado en estas mismas páginas, a día de hoy se han vendido 16. Para ello, se movilizó en forma de acciones y subvenciones la cantidad de 600 millones de euros. ¿Era ilícito entonces que, en los grupos de trabajo previos a esta norma y que condujeron sin duda a la toma de decisión del Gobierno hubiera representantes de Ford, Mercedes, Nissan, Renault, Seat, Volkswagen, grupo PSA... todos ellos con evidentes intereses en la comercialización de sus nuevos modelos híbridos o eléctricos?
La reacción de la izquierda intelectual contra la OMS y las farmacéuticas no hace otra cosa que responder a seculares complejos anticapitalistas y a indisimuladas pretensiones de regular y politizar aún más el mercado de las vacunas. Quieren un sistema de vacunación aún menos privado, menos sujeto al sistema de patentes, más "social", en el que las empresas farmacéuticas pierdan, aún más, capacidad de acción.
Por su parte, el Partido Popular afila sus colmillos contra Trinidad Jiménez sin reparar en algunas incongruencias de su mensaje. Olvidan que buena parte de las críticas vertidas en su momento contra el Ministerio se basaban precisamente en la escasez de vacunas adquiridas. Mientras países como el Reino Unido y EE UU compraban stocks para más del 70 por 100 de sus habitantes, España se debatió durante semanas entre aumentar la inmunización más allá de los consabidos grupos de riesgo. En aquellos días, no fueron pocos los que pidieron (pedimos) un compromiso aún mayor.
La gripe A nos enseñará algunas lecciones. Pero mientras unos y otros se dejan atrapar por las tentaciones del electoralismo, lo único seguro es que en el interior de una célula de ave o de mamífero ya se estará produciendo la mutación de un virus de la gripe que terminará llegando al ser humano, como todos los años, con renovadas fuerzas. Y para entonces, sólo la ciencia y la industria podrán ayudarnos, como todos los años, a detener la amenaza.
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