La recuperación que ha experimentado la economía mundial desde mediados del pasado año ha obedecido, en buena medida, a los potentes estímulos fiscales instrumentados por los gobiernos de casi todos los países desarrollados, junto a los ciclos de los inventarios y a una vuelta del comercio mundial a una cierta normalidad tras el colapso sufrido en el último trimestre de 2008 y primero de 2009.
Ahora que los efectos de estas circunstancias comienzan a agotarse, queda al descubierto la fragilidad y la falta de solidez de dicha recuperación, algo de lo que muchos ya habíamos advertido. No cabe esperar una recuperación consistente mientras el sistema financiero mundial siga sin funcionar con fluidez. Además, muchas grandes economías tienen que terminar de absorber el impacto del pinchazo de sus burbujas económicas.
En este contexto, ¿cuál es el papel que debe desempeñar la política fiscal? En torno a esta cuestión hay dos escuelas. Por una parte se encuentran los que opinan que aún es pronto para retirar los estímulos, y que estos deben mantenerse hasta que la economía se encuentre en condiciones de crecer de forma autosostenida, aun a costa de mayores déficit públicos. Por otra parte, están los que piensan que se debe instrumentar de forma inmediata una política de consolidación fiscal, e incluso que los estímulos han sido un error, ya que han disparado los déficit hasta niveles insostenibles.
En mi opinión, no hay una respuesta única y generalizable a todos los casos. Está claro que los déficit no son sanos y que la estabilidad presupuestaria debe ser un objetivo a medio plazo. Pero este objetivo debe manejarse con racionalidad e inteligencia. Es absurdo elevarlo a dogma sagrado de obligado cumplimiento siempre y en toda circunstancia.
Los países que aún tienen margen para mantener un cierto déficit deberían continuar con políticas de estímulo fiscal para sostener en alguna medida la economía mundial. El caso más claro es Alemania. Su déficit, aunque elevado según los parámetros anteriores a la crisis, es moderado en comparación con otras economías desarrolladas.
Además, en su mayor parte es un déficit de carácter transitorio, puesto que resulta sobre todo de factores cíclicos y de las políticas de estímulo fiscal. Por tanto, puesto que el potencial de crecimiento de la economía alemana se mantiene casi intacto, dicho déficit será relativamente fácil de corregir cuando la recuperación se consolide (o, al menos, mucho más fácil que en otros países).
El caso de España
Por otra parte, el incremento súbito e intenso del déficit público hasta ratios de más del 10% del PIB en países como Reino Unido, Estados Unidos y España es de carácter más estructural y permanente. Sólo en una pequeña medida obedece a las medidas de estímulo o a factores cíclicos. La razón fundamental del déficit en estos casos se encuentra en la insuficiencia estructural de los ingresos del Estado para cubrir sus gastos, debido a una caída permanente en el nivel de aquellos como consecuencia del pinchazo de sus burbujas económicas.
En estos casos también hay que distinguir entre situaciones diversas. Si el país parte de un nivel de endeudamiento moderado, la mejor política sería comenzar ya a corregir el componente estructural de dicho déficit, compensando, al mismo tiempo, al menos en parte, el efecto restrictivo a corto plazo sobre el crecimiento con ciertas medidas transitorias de estímulo fiscal que se retirarían completamente cuando el crecimiento adquiriese solidez. Si el nivel de endeudamiento es ya elevado, sin embargo, no quedará más remedio que recortar el déficit cuanto antes.
España se encuentra en una situación especial. En principio, se podría encuadrar entre aquellos países que deben corregir inmediatamente su déficit estructural pero con posibilidad de mantener medidas temporales de estímulo, puesto que partimos de un nivel de endeudamiento público reducido. Pero la desconfianza de los mercados financieros, derivada del estallido de la crisis de la deuda, nos obliga a incluirnos dentro del último grupo.
Tampoco creo que hayan sido un error los estímulos fiscales instrumentados hasta ahora. Tratar de mantener el equilibrio presupuestario a toda costa en una situación como la de comienzos del pasado año, cuando la economía se estaba desplomando, habría sido absurdamente suicida.
Ahora puede que la economía mundial no se encuentre en fase clara de recuperación, pero al menos se ha estabilizado, de modo que el inicio de la retirada de los estímulos en algunos países no tendrá un efecto catastrófico, si bien debería retrasarse en los casos en que sea posible.
María Jesús Fernández, fundación de las Cajas de Ahorros.
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