Fue una gran victoria para la diplomacia cuando, en 1991 en Madrid, israelíes y palestinos, puestos de acuerdo por Estados Unidos, participaron en negociaciones directas. Casi una generación más tarde, esfuerzos estadounidenses parecen haber logrado disuadir a los palestinos de su reciente insistencia en mantener "conversaciones indirectas" –en las que se han dirigido a los israelíes a través de intermediarios estadounidenses– en favor de las directas. ¿Pero sobre qué?
Aquello del "estado binacional" ya no está sobre la mesa. Aunque se dejara de lado el reciente destino de los estados multinacionales –por ejemplo la antigua Unión Soviética, la antigua Yugoslavia o la antigua Checoslovaquia–, el binacionalismo es imposible mientras Israel quiera seguir siendo el Estado judío del pueblo judío. No existe ningún grupo significativo en Israel que no esté de acuerdo con el primer ministro Benjamín Netanyahu cuando dijo: "El problema de los refugiados palestinos se resolverá fuera de las fronteras de Israel".
La retórica sobre una "solución de dos estados" es casi obligatoria. Pero también es engañosa, habida cuenta de las dos malas experiencias que ha tenido Israel últimamente con el asunto.
El único lugar donde podría existir un estado palestino es Cisjordania, que Israel ha ocupado –legalmente según el derecho internacional– desde que repelió la agresión emprendida desde allí en 1967. Cisjordania no es más que un pedazo del Mandato de Palestina original que carece de fronteras establecidas, de modo que la disposición final de las mismas deberá cerrarse mediante negociaciones. Pero Michael Oren, embajador de Israel en Estados Unidos, dejó a un lado la clásica ambigüedad diplomática y planteó el problema con una notable franqueza, constructiva por lo realista:
No hay liderazgo israelí alguno que parezca dispuesto o simplemente capaz de expulsar a 100.000 israelíes de sus casas de Cisjordania, y eso sería el mínimo imprescindible para despejar el terreno a un estado palestino viable incluso si Israel se anexionaria sus tres principales bloques de asentamientos (que en la práctica hacen las veces de suburbios de Jerusalén). La evacuación de apenas 8.100 israelíes de Gaza en 2005 exigió 55.000 efectivos regulares del Ejército israelí –la mayor operación militar del país desde la guerra de Yom Kippur en 1973– y fue profundamente traumática.
Se desmantelaron 21 asentamientos israelíes; hasta los cadáveres de los israelíes enterrados en Gaza fueron exhumados. Tras unas elecciones en 2006 alentadas por Estados Unidos y bastante irregulares, en 2007 tuvo lugar lo que en esencia fue un golpe de estado de la organización terrorista Hamás. De forma que ahora Israel tiene en su frontera occidental, a 44 millas de Tel Aviv, a una entidad dedicada a la destrucción de Israel, cómplice de Irán y poseedora de un enorme arsenal de proyectiles balísticos.
Los ataques con misiles lanzados desde Gaza se incrementaron de forma dramática después de que Israel se retirara. ¿Cifra de resoluciones de las Naciones Unidas que lo condenen? Cero. El precedente más cercano que tenemos sobre un bombardeo similar fueron los ataques con proyectiles nazis sobre Londres, que fueron contestados con la destrucción de Hamburgo y Dresde, entre otras ciudades germanas. Cuando Israel tomó represalias contra Hamás, la "comunidad internacional" se mostró teatralmente compungida.
Un importante miembro del Ejecutivo –Moshe Yaalón, ministro de Asuntos Estratégicos y un probable candidato a terminar de primer ministro– cree que "nuestras retiradas reforzaron al islam yihadista". "Nosotros tenemos aquí la segunda república islámica de Oriente Medio: la primera están en Irán y la segunda en Gaza: Hamastán".
Pero las retiradas de Israel también incluyen la que permitió consolidarse al satélite iraní ubicado en la frontera norte de Israel, al sur del Líbano. Desde la guerra de 2006, provocada por el incesante bombardeo de Hezbolá contra el norte de Israel, Hezbolá se ha rearmado y dispone de hasta 60.000 misiles. Hoy, dice Netanyahu, el problema de Israel no es tanto su propia frontera con el Líbano como la que separa al país de los cedros de Siria: Hezbolá ha recibido de este país –que a su vez los recibe de Irán– misiles Scud capaces de alcanzar Jerusalén y Tel Aviv. Un líder de Hezbolá ha dicho que "si todos los judíos se concentran en Israel, nos ahorrarán el problema de darles caza por todo el mundo".
Dado que Israel ha recibido a más de un millón de inmigrantes procedentes de la antigua Unión Soviética, la sexta parte de la población habla hoy ruso. Israel tiene prensa en ruso y canales de televisión en ruso. Los israelíes de esta procedencia son en gran medida responsables de que Avigdor Lieberman sea ministro de Exteriores. Yoram Peri, profesor de estudios israelíes de la Universidad de Maryland, dice que estos inmigrantes "no entienden que un Estado que es posible cruzar en media hora de coche vaya a estar dispuesto siquiera a hablar de ceder territorios a unos enemigos aparentemente perpetuos". Saben que la principal ventaja estratégica de Rusia –el tamaño– derrotó a Napoleón y a Hitler.
Netanyahu, que no es precisamente el miembro más conservador de la coalición del gobierno que encabeza, apoya una solución de dos estados pero dice que cualquier Estado palestino cisjordano no sólo tiene que ser desmilitarizado sino que debe impedirse que alcance acuerdos con Hezbolá, Irán y similares. Para impedir la importación de misiles y demás armamentos Israel necesitaría, dice Netanyahu, una presencia militar en la frontera de Cisjordania con Jordania. De lo contrario, tendríamos una tercera república islámica, y la segunda que compartiría frontera con Israel.
De modo que... ¿negociaciones sobre qué? ¿Y con quién?
© Washington Post Writers Group
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