A sus 23 años, Khim Wimm ha huido de la miseria que asuela su país, Birmania, para trabajar como prostituta en un burdel de la frontera con Tailandia.
Usted manda, es el cliente. Cosas más raras me han pedido. Con tal de que me pague la hora del servicio, puedo contarle mi historia. Nací hace 23 años en Birmania y vivía con mi familia en Yangón (Rangún). Fui al colegio hasta los diez años, pero lo dejé para cuidar a mis cinco hermanos porque mi madre salía todos los días para vender comida en un puesto callejero.
Como mi padre apenas podía alimentarnos con los 10.000 kyats (5,5 euros) que ganaba como barrendero, encontré un trabajo en una fábrica textil por el que me pagaban 25.000 kyats (13,5 euros). Pero no era suficiente para llegar a final de mes. En Birmania, donde un saco de arroz cuesta 18.000 kyats (9,8 euros), una familia necesita al menos cuatro veces más para sobrevivir en Rangún. Antes teníamos una casa propia, pero tuvimos que venderla y mudarnos a otra de alquiler para pagar los gastos médicos de mi padre, que se puso enfermo.
Una mujer de mi barrio me ofreció un trabajo en Tailandia. Ya sabía que no iba a venir aquí para entrar en otra fábrica, donde apenas se gana dinero. Necesitaba cualquier cosa que me diera «pasta», así que le mentí a mis padres y les dije que me marchaba a otra factoría textil en Bago. Viajé en autobús y crucé ilegalmente la frontera por el río porque no tengo pasaporte. Llegamos a una casa donde había otras veinte chicas, de entre 18 y 30 años, y allí un hombre me dijo que iba trabajar para él. Por hacer este recorrido le debo 30.000 kyats (21,5 euros) al dueño del burdel, que le adelantó el dinero a la alcahueta. Además, le pedí prestado una cantidad similar para enviársela a mi familia.
Yo era virgen. Me habían dicho que los clientes llegan a apoquinar hasta 15.000 bahts (355 euros) por la primera vez, pero yo quería empezar a trabajar cuanto antes para pagar mis deudas. Vendí mi virginidad por 800 bahts (19 euros). No soy feliz y creo que me he equivocado, pero mi plan es ganar medio millón de kyats (270 euros) para volver a casa y abrir un negocio. De media, las chicas se llevan aquí a unos cinco hombres al día. Pero yo sólo he tenido cuatro clientes en la última semana. Cobro por servicio entre 500 y 800 bahts (entre 12 y 19 euros), que hay que repartir mitad a mitad con el dueño del local, donde estoy en la barra desde las siete de la tarde hasta la medianoche. Aunque no es un buen tajo y nadie quiere hacerlo, la vida aquí no es tan dura como en Birmania. Tengo miedo a las enfermedades, pero el dueño del burdel nos ha enseñado a usar siempre condón y la ONG World Vision nos hace la prueba del sida cada viernes.
Cuando estoy en la cama con un hombre, sólo pienso en que debo ahorrar para sacar a mi familia adelante. He tenido que pedir dinero prestado a mis compañeras para comprar ropa, maquillaje y zapatos. Ni siquiera llamo a mis padres. Me da vergüenza y, además, una conferencia cuesta 50 bahts (1 euro) o más, ya que en casa no tenemos teléfono y debería llamar a un vecino para que los avisara.
Pero, si tuviera el dinero suficiente, no dudaría en volver con ellos. Uy, la hora ya ha pasado. Lo siento, tengo que marcharme. Debo seguir trabajando.
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