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Music: It's in your head, changing your brain

Elizabeth Landau.


(CNN) -- Michael Jackson was on to something when he sang that "A-B-C" is "simple as 'Do Re Mi.'" Music helps kids remember basic facts such as the order of letters in the alphabet, partly because songs tap into fundamental systems in our brains that are sensitive to melody and beat.


That's not all: when you play music, you are exercising your brain in a unique way.


"I think there's enough evidence to say that musical experience, musical exposure, musical training, all of those things change your brain," says Dr. Charles Limb, associate professor of otolaryngology and head and neck surgery at Johns Hopkins University. "It allows you to think in a way that you used to not think, and it also trains a lot of other cognitive facilities that have nothing to do with music."


The connection between music and the brain is the subject of a symposium at the Association for Psychological Science conferencein Chicago this weekend, featuring prominent scientists and Grammy-winning bassist Victor Wooten. They will discuss the remarkable ways our brains enable us to appreciate, remember and play music, and how we can harness those abilities in new ways.


There are more facets to the mind-music connection than there are notes in a major scale, but it's fascinating to zoom in on a few to see the extraordinary affects music can have on your brain.


Continue reading in CNN.

Niñas, apechuguen con el genérico

Arcadi Espada.



Estoy profundamente descontento con la evidencia de que en este debate sobre el genérico masculino (las marcas blancas de la lengua) los varones siguen cediendo terreno. Es la hora de que alcen su voz ante la proliferación de frases del tipo, tan comunes, como
«Estos gilipollas de Telefónica...»
Donde no solo se repite la circunstancia habitual de que las gilipollas permanezcan en la confortable penumbra sino que, además, tal fenómeno se produce en una personificación teleoperadora del ente Telefónica donde predomina lo femenino, lo que hace aún más injusta la estigmatización del varón por la sobrecarga genérica.
Que el todos y todas no sirva solo para recoger adulaciones, sino también hachazos, eso es lo que, siempre con educación, ha de reclamar el varoncito orgullo de su hogar.

Monkey metaphors. Matt Ridley


The experiment, run on 29 baboons by Joel Fagot of the University of Provence and Roger Thompson of Marshall College, found that the monkeys could ignore the fact that some symbols were more familiar from previous sessions and stick with the task of selecting those that came in pairs, and that they still partly recalled the skill after a year.

Down goes another claim of human uniqueness. It had been argued that only human beings could reason by analogy because only human beings use grammatical language. Indeed, language is suffused with analogy, comprehensively infiltrated with metaphor—analogy's sibling—to the point that we no longer notice it. (In the previous sentence, for instance, consider that "suffused," "infiltrated," etc. are all metaphors.)


In his new book "The Better Angels of Our Nature" (reviewed on page C7), Steven Pinker points out that, for centuries, perpetrators of genocides have described their victims in biological terms laced with disgust: as rats, snakes, maggots, lice or diseases. This presumably helps them justify to their followers the inhuman acts they commit. Metaphors possess considerable power to move us.


Certainly, analogies can generate insights. I am fond of using one from the works of Shakespeare to explain how a mouse and a human can have mostly the same genes and yet be very different. In his plays, the bard used a vocabulary of about 20,000 words (not counting inflections like plurals), just as a mammal has about 20,000 genes. The difference between two Shakespeare plays lies not so much in the vocabulary as in the order of the words. Indeed, the six most frequent words in "Othello," "Lear" and "Hamlet" are the same: the, and, to, of, I and you. So it is with genes: the difference between a mouse and a man is in the order and pattern of expression of the genes, not in having different genes.



The language window. Matt Ridley


All of these cases, if they are genuine, reinforce the view that language must be learned within a critical window of time during youth, or it will be too late. Experiments with song birds reach the same conclusion: If deprived of the sound of adult song at a particular age, young finches are never able to learn to sing their species' song. (The research, incidentally, was called the Kaspar Hauser experiments.)


These findings are prime evidence of how nature and nurture work together rather than in opposition to each other. The brain is innately designed to be open to experience, but only during a certain period. I like to call it "nature via nurture."






Reconociendo palabras. César Tomé.

Existe una serie de televisión que en España se llama “Ladrón de guante blanco” y en México “Estafa y crimen” (“White Collar” en el original) que está salpicada de pequeños trucos neurocientíficos, que el protagonista usa para encandilar, distraer o despistar a sus “víctimas”. Uno que me llamó la atención recientemente fue la explicación del “ladrón” de cómo falsificar una firma convincentemente. Tras hacer que el agente del FBI al que se lo explicaba tratase de imitar una firma en un documento, con un resultado pobre, él hizo una imitación perfecta y con total naturalidad. Su explicación fue que el agente había colocado la firma de forma legible, su cerebro había reconocido las palabras y su tendencia natural a escribir palabras de determinada manera había arruinado la imitación; el ladrón, por el contrario, había tomado el documento tal cual estaba, es decir, al revés, su cerebro había identificado la firma como un garabato y el sólo había copiado el garabato. El ladrón estaba desactivando el área visual de la forma de la palabra (AVFP).

El AVFP hace, con precisión y especificidad, lo que implica su nombre. Cada vez que vemos algo que parece una palabra, se activa, como te habrá ocurrido con las imágenes que abren esta entrada. El AVFP tiene una eficiencia tan alta a la hora de preparar la información visual para su uso por los centros encefálicos del lenguaje que la tarea de reconocimiento de palabras solamente necesita unas decenas de milisegundos. Y, ¡ojo!, que nuestro cerebro la realice con esa facilidad no implica para nada que sea una tarea sencilla; al contrario, es una actividad muy compleja. De hecho, es tan compleja que aún nos diferencia de los ordenadores: si, por ejemplo, quieres dejar un comentario a esta entrada el sistema, para asegurarse de que eres una persona, te pedirá que escribas una palabra distorsionada visualmente (CAPTCHA), algo que para ti es fácil, pero que los ordenadores que envían spam no pueden hacer porque no la reconocen como palabra.



Leyendo la mente, (casi) literalmente. César Tomé


Leer entrada completa.


Extractos:

Un grupo de investigadores encabezados por Francisco Pereira, de la Universidad de Princeton (Estados Unidos), ha conseguido demostrar que es capaz de identificar el tema en el que una persona está pensando simplemente analizando los patrones de actividad de su cerebro medidos por resonancia magnética funcional (fMRI). Los resultados aparecen publicados en Frontiers in Human Neuroscience.


La idea subyacente al estudio y lo que nosotros consideramos su genialidad es darse cuenta de que hay más cosas que podemos expresar con el lenguaje de las que se pueden capturar en una imagen. Esto permite a los investigadores introducir el concepto de “hilo semántico” que es una forma de incorporar nuestras asociaciones mentales: uno empieza pensando en una mano, pasa a la mano de dios, a Maradona y termina acordándose que tiene que llamar a los amigos para quedar a ver el partido del Barcelona (en el que juega Leo Messi). Esta es una tendencia natural del cerebro y los investigadores han permitido que su método sea capaz de seguirla.


Si reflexionamos un poco, vemos la importancia de las implicaciones a medio plazo. La actividad cerebral podría traducirse en las palabras concretas del tema en mente, pero ¡ojo!, que el tema no tiene por qué ser solamente un objeto sino cualquier pensamiento verbalizable ya sea sobre personas, acciones, conceptos abstractos o relaciones. Y esto, pensando sanamente, está muy bien porque así podríamos transformar en texto escrito los pensamientos de una persona que no pueda comunicarse de otra manera (estoy pensando en Stephen Hawking para cuando pierda la movilidad del párpado).


Por qué hablan los loros


Mi vecino tiene un loro gris capaz de pronunciar mi nombre y el de mi hijo con el mismo acento y tono que mi mujer. Además, a través del balcón, sorprende a muchos peatones con sus saludos y sus comentarios. ¿Por qué “hablan” los loros? ¿Para qué les sirve esta habilidad en la Naturaleza? Virginia Morell trata de darnos la respuesta en Science. Durante 24 años se ha estudiado la comunicación mutua entre un grupo de loros en estado salvaje en Venezuela. Se creía que los loros imitan los sonidos del ambiente y que los machos con un repertorio más amplio de imitaciones impresionan más a las hembras. Pero los investigadores han descubierto que la respuesta correcta es que los loros son aves sociales y se imitan los unos a los otros. Los loros emiten llamadas de contacto y las utilizan para su cohesión social, como si los loros pronunciaran sus propios “nombres” y los nombres de sus compañeros. En cautividad los loros repiten esta conducta con los sonidos emitidos por sus dueños. Más aún, los espectrogramas de los sonidos emitidos por los loros de un mismo grupo tienen marcas que permiten identificarlos como miembros de dicho grupo, como si se tratara de los “apellidos” comunes a todos. Más aún, los padres emiten una llamada distintiva (le ponen un “nombre”) para sus polluelos que estos aprenden cuando tienen entre 3 y 4 semanas de edad. Estas llamadas (“nombres”) que les ponen sus padres son utilizadas por el loro para, tras ciertas modificaciones, construir su propio “nombre propio.” En un grupo grande de polluelos, los padres pueden localizar a sus propios polluelos gracias a estos “nombres” sonoros, y al revés, los polluelos pueden identificar a sus padres gracias a las de ellos. ¡Increíble! Yo no tenía ni idea de esto, aunque supongo que los biólogos que leen este blog ya lo sabrán, y me ha encantado el artículo de Virginia Morell, “Behavioral Ecology: Why Do Parrots Talk? Venezuelan Site Offers Clues,” Science 333: 398-400, 22 July 2011. Te recomiendo escuchar el podcast con una entrevista a Virginia.
Desde la época de Aristóteles, la gente sabe que los loros son inteligentes, tienen buena memoria y una gran habilidad para imitar palabras de los humanas y el entonación con la que las expresan. Al igual que los seres humanos, los loros son una especie social que se ha desarrollado un repertorio de vocalizaciones para comunicarse con sus congéneres. En cautiverio, los loros no se limitan a imitar a los seres humanos, también imitan a perros, gatos y cualquier otro animal doméstico. Más aún, también pueden articular respuestas y aparentar una comunicación oral utilizando las palabras adecuadas en el contexto correcto. ¿Para qué quieren los loros esta habilidad en la Naturaleza? Estudiar a los loros salvajes no es fácil. La mayoría de especies de loros tienen una vida larga, anidan en lugares muy altos y viajan largas distancias durante su vida. Además, es muy difícil ponerles transmisores de radio.
Steven R. Beissinger y sus colegas han logrado que una población de loros verdes (Forpus passerinus) anide en una serie de cajas artificiales que les ha permitido realizar un seguimiento muy detallado de las pautas sociales y reproductoras de los loros. No sorprenderá saber que los loros toleran bastante bien la presencia de los científicos, quienes marcan cada huevo con un código numérico, pesan y miden a los polluelos, los indentifican con anillas de colores en sus patas, etc. Gracias a un estudio de décadas los investigadores han logrado obtener información muy valiosa sobre las conductas de los loros. saben que está relacionado con quién.
Los loros tienen un sistema social muy complejo en el que los machos superan en número a las hembras y las parejas monógamas luchan con fuerza para defender la caja-nido que tienen en propiedad. Quizás por esto los loros toleran a los investigadores en lugar de renunciar a esas cajas-nido. Se ha documentado que si uno de los padres muere, los demás loros matan a los polluelos y le roban la caja-nido al padre que siga vivo.
La vida social de los loros se basa en la imitación de los sonidos de otros loros. Por ejemplo, los dos miembros de una pareja monógama comparten ciertos sonidos propios y entre grupos diferentes se observan “dialectos” vocales bien diferenciados. Muchas de las llamadas de contacto entre loros son difíciles de diferenciar para un oído humano no entrenado y al inexperto le parecen todas iguales. Sin embargo, gracias al espectrograma se pueden observar diferencias muy marcadas. El siguiente vídeo te muestra cuatro sonidos a velocidad normal (casi indistinguibles) y ralentizados para mostrar las diferencias (algo que los hace inconfundibles).

Gracias a programas de análisis informático, el ornitólogo Karl Berg (Universidad de Cornell) ha empezado a entender cómo aprenden a vocalizar los loritos y a diferenciar entre las diferentes llamadas de contacto, cuyas diferencias son muy sutiles. Por ejemplo, cuando un padre retorna a su nido emite un sonido propio (su “nombre,” digamos José). En respuesta, su pareja repite dicho sonido y emite el sonido de su propio “nombre,” como diciendo “Te escucho, José, aquí está María.” Según Berg estos sonidos son similares a un “Hola, cariño, ya estoy en casa.”
Lo más interesante de las investigaciones es que apuntan (aunque aún no está del todo demostrado) que estas llamadas se aprenden, que no son innatas (como apuntan algunos estudios en cautiverio). Gracias a cambiar a polluelos recién nacidos de un nido a otro se ha podido comprobar que adquieren los rasgos del “habla” de sus padres adoptivos. Todo indica que los padres proporcionan una plantilla básica que cada polluelo aprende y sobre ella introduce sus propias modificaciones para lograr una llamada propia que lo diferencie del resto de los polluelos del mismo nido. Los espectrogramas permiten diferenciar entre polluelos que han compartido el mismo nido y los de otros nidos, así como entre los del mismo nido entre sí. Los investigadores creen que los miembros de la misma familia se reconocen los unos a los otros después de abandonar el nido.
Obviamente surge la pregunta de si el sistema de asignación de “nombres” y “apellidos” en los loros es similar al usado por los humanos. Los investigadores no ponen la mano en el fuego. Aún es pronto para llegar a afirmaciones tan fuertes. Aún así, Berg señala que estudiar cómo aprenden a “hablar” los loros ayudará a entender cómo aprenden a hablar los humanos. No sé, a mí me parecen palabras mayores.
Lo dicho, “al loro” con este interesante artículo sobre los loros. Hoy creo que miraré con otros ojos al loro de mi vecino… aunque quien realmente disfruta jugando a hablar con el loro es mi hijo. Ya sabe que los niños pequeños son como loros…

Entrevista a Steven Pinker

Es uno de los científicos más populares, admirados y discutidos de Norteamérica. Steven Pinker pretende saber hasta qué punto nuestro cerebro ha sido programado por la evolución y cuánto es capaz de aprender. Para averiguarlo, su campo predilecto de estudio son las palabras y, en concreto, los verbos. 
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Steven Pinker, de 54 años, puede parecer una estrella del rock, pero en realidad es un explorador del lenguaje. Entre las frases y la sintaxis, Pinker busca pistas –que él llama “madrigueras de conejo”– que le lleven hacia lo más profundo de nuestro cerebro. Durante más de un cuarto de siglo ha investigado en centros como el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) y las Universidades de Stanford y Harvard, donde actualmente es profesor de Psicología. Sus libros han sido finalistas del prestigioso Premio Pulitzer en dos ocasiones, tanto por su valor científico como por su extraordinaria amenidad, ya que ilustra sus ideas con diálogos de cine, fragmentos de novela e incluso tiras cómicas.

En uno de los más populares, La tabla rasa (2002), Steven Pinker argumenta que al nacer el cerebro no es una hoja en blanco que será escrita por la cultura y la experiencia, sino que viene programado con muchos aspectos de nuestro carácter, incluido el talento. En otras palabras, la naturaleza humana está determinada por la selección natural. No es sorprendente que las ideas de Pinker hayan estado en el centro de algunos acalorados debates. No hace mucho, defendió a Lawrence Summers, ex presidente de la Universidad de Harvard, quien apuntó a las diferencias de género innatas como posible explicación para la escasez de mujeres en las ciencias. Por supuesto, el respaldo de Pinker alimentó aún más la polémica. 

De muchas maneras diferentes, el último libro de Pinker El mundo de las palabras. Una introducción a la naturaleza humana –publicado en España por la editorial Paidós–, intenta demostrar que nuestro pensamiento, nuestra manera de interpretar la realidad, se basa en unos pocos conceptos clave. Hemos hablado con él de este y otros temas en su oficina de la Universidad de Harvard. 

– Ha dicho usted que cuando creció en la comunidad judía de Montreal estaba rodeado por fervientes adeptos a todo tipo de filosofías políticas, y que continuamente se entablaban guerras entre lenguajes e ideas. ¿Esto ha influido en sus esfuerzos por describir los patrones universales del pensamiento que subyacen bajo el lenguaje?

– Ciertamente, hizo que me interesara por esos grandes temas de la naturaleza humana. Pero definitivamente quise estudiarlos de una manera profunda, no al nivel de charla de sobremesa. Así que me introduje en la psicología cognitiva. 


– En su libro más vendido, La tabla rasa, usted argumenta que la mente infantil no es una vasija vacía que la sociedad puede llenar con los valores y comportamientos que prefiera, sino que más bien nacemos con ciertas predisposiciones genéticas. ¿Por qué cree que estas ideas resultan tan controvertidas?

–Considerar a las personas como organismos biológicos puede resultar inquietante por muchas razones. Una de ellas es la posibilidad de la desigualdad. Si la naturaleza humana es una tabla rasa, entonces todos somos iguales por definición. Pero si consideramos que la naturaleza determina nuestras cualidades, entonces algunas personas pueden estar mejor dotadas que otras, o con cualidades distintas a los demás. Quienes están preocupados por la discriminación racial, de clase o sexista preferirían que la mente fuese una tabla rasa, porque entonces sería imposible decir, por ejemplo, que los hombres son significativamente diferentes a las mujeres. Yo sostengo que no debemos confundir nuestro legítimo rechazo moral y político a prejuzgar a un individuo en función de una categoría con la reclamación de que la gente es biológicamente indistinguible o que la mente de un recién nacido es una hoja en blanco. 

El segundo miedo es el de quebrar el sueño de la capacidad de perfeccionamiento del género humano. Si los niños fueran tablas rasas, podríamos modelarlos para que fuesen el tipo de gente que queremos que sean. Pero si nacemos con ciertos instintos y rasgos innobles, como la violencia y el egoísmo, entonces los intentos de reforma social y mejora del ser humano podrían ser una pérdida de tiempo. Yo defiendo que la mente es un sistema muy complejo con muchas partes, y que se puede hacer trabajar a unas partes del cerebro en contra de las otras. Por ejemplo, los lóbulos frontales, con su habilidad para empatizar y anticipar las consecuencias de nuestras decisiones, pueden anular los impulsos egoístas o antisociales. Hay, pues, campo de acción para la reforma social. 

Y en tercer lugar, está el temor al determinismo, a la pérdida del libre albedrío y la responsabilidad personal. Pero es un error considerarlo así. Porque incluso si no existe un alma separada del cerebro que influye de algún modo sobre el comportamiento –e incluso si no somos nada más que nuestros cerebros–, es indudablemente cierto que hay partes de la mente responsables de las consecuencias potenciales de nuestros actos, es decir, responsables de las normas sociales, para premiar, castigar, creer o culpar. 


– En El mundo de las palabras dedica un capítulo a los términos malsonantes y las diferencias culturales en este campo lingüístico.

–Creo que soltar tacos es a la vez tan ofensivo y tan atractivo porque permite pulsar los botones emocionales de la gente, y especialmente sus botones emocionales negativos. Las palabras llevan una carga emocional que el que escucha procesa involuntariamente. No puedes escuchar un vocablo sólo como un mero sonido; siempre evoca un significado y una emoción asociada en el cerebro. Por eso las palabras nos pueden servir de sonda para conocer el cerebro de otras personas. Con ellas, podemos manejar sus resortes emocionales a nuestro antojo. 

Y además está el hecho de que el contenido de los insultos y los tacos varía a través de la historia y de una a otra cultura. El denominador común entre todos ellos es una emoción negativa, pero la cultura y el tiempo determinan de qué emoción se trata: repulsa ante las secreciones corporales, temor a lo divino, o repugnancia hacia las perversiones sexuales. A esto hay que añadir una segunda cuestión, y es que uno reconoce cuándo otra persona está tratando de evocar esa emoción negativa, a la vez que sabes que tu interlocutor sabe que tú te estás dando cuenta de sus intenciones. En gran parte, te ofende por eso. La elección de las palabras importa: no es lo mismo decir “joder”, que es obscena, que “copular”, aunque ambas se refieran a la misma acción. Uno sabe que cuando alguien usa "copular" habla de la copulación, pero si usa “joder”, está intentado que pierdas la compostura. De nuevo topamos con la pragmática. 


– Asegura que estudiando ciertos aspectos de la adquisición del leguaje por los niños –concretamente, investigando cómo aprenden a usar verbos– usted cayó, como Alicia, en un mundo oculto donde podía observar las estructuras cognitivas más profundas. ¿Qué vio usted en ese país de las maravillas? 

– En este aspecto es importante imaginar cómo los niños aprenden a usar verbos simples para poner las cosas en su sitio; verbos como “llenar”, “echar”, “cargar” o “salpicar”, que implican movimiento de algo a alguna parte. El problema era cómo explicar la manera en que un niño pequeño, sin conocimientos previos sobre el funcionamiento de un idioma concreto y que no va a recibir lecciones sobre cómo usar las palabras en determinadas circunstancias, aprende lo que significan las palabras y las frases en las que se pueden emplear. Nosotros, los adultos, por ejemplo, diremos "llena el vaso de agua" pero no "llena el agua dentro del vaso", aunque entendemos perfectamente el significado de la frase. Diremos "echa el agua dentro del vaso" pero no "echa el vaso con agua". La segunda versión es razonable, pero no suena bien. Sin embargo, con un verbo como “cargar” podemos decir tanto "cargar el heno en el vagón" como "cargar el vagón con heno".

Así que tienes un verbo que toma el contenedor como objeto directo, uno que toma el contenido como dicho objeto, y el tercero que puede funcionar de ambas maneras. ¿Cómo se las apañan los niños para acertar casi siempre desde el principio? La respuesta es que aprenden diferentes maneras de formular una misma situación. Si yo me acerco al fregadero y el vaso acaba lleno, puedo pensar en una actividad como hacerle algo al agua –es decir, causando que entre en el vaso– o hacer algo al vaso –provocando que cambie de estado de vacío a lleno–. Por eso, “llenar” y “echar” tienen comportamientos diferentes. Si la acción más simple, como poner agua en un vaso, puede ser formulada de esas dos maneras, con diferentes consecuencias en términos de cómo usamos las palabras, eso sugiere que uno de los dos talentos fundamentales de la mente es enmarcar cada situación de múltiple modos. El debate y el desacuerdo puede surgir cuando dos personas –o una persona en diferentes ocasiones– interpretan el mismo evento de diversas maneras. “Echar agua” frente a “llenar un vaso” es un matiz inofensivo, pero decir “invadir Irak” frente a “liberar a Irak”, o "confiscar bienes" frente a "redistribuir recursos" tiene consecuencias más importantes. Esta facultad sugiere limitaciones a nuestra racionalidad; por ejemplo, que podemos ser vulnerables a falacias en el razonamiento o a la corrupción de nuestras instituciones. 


– Huey Newton, cofundador del partido Panteras Negras en los años 60, dijo una vez: "El poder es la habilidad para definir los fenómenos". ¿No está eso justo en la línea de muchas de sus observaciones?

– Efectivamente. Las palabras son medios para tratar de cambiar la forma de pensar de la gente, pero existe algo objetivo sobre lo que quieres cambiar sus opiniones. No estamos simplemente atrapados en un mundo del lenguaje. Tomemos "invadir Irak" frente a "liberar Irak", dos maneras distintas de enmarcar la misma acción militar. No obstante, existe un hecho que no podemos obviar: si la mayoría de la población rechazaba el régimen anterior y da la bienvenida al nuevo, o viceversa. Entonces, ambas interpretaciones no son ni mucho menos equivalentes: una es más cierta o válida que la otra. aunque tú puedas escoger una formulación antes que la otra para convencer a la gente de que crean una cosa en vez de la otra, eso no significa necesariamente que una interpretación sea tan cierta o tan válida como la otra. Es importante entender el gran poder del lenguaje, pero no se debe sobreestimar. 


– Usted dice que el lenguaje pone de manifiesto nuestras limitaciones, pero también ha insistido en que puede mostrarnos un camino para salir de ellas. En este sentido, su superhéroe lingüístico es la metáfora.

– En realidad tengo dos superhéroes. Uno es la metáfora y el otro la combinatoria. Mediante la metáfora transferimos y transformamos maneras de pensar que proceden de acciones muy concretas, como echar agua, tirar piedras o cerrar un cajón atascado. Podemos filtrar su contenido y usarlas como estructuras abstractas para razonar acerca de otras realidades. Por ejemplo, usamos gráficos para comunicar relaciones matemáticas como si fueran líneas y superficies en el espacio. De hecho, gran cantidad del lenguaje científico es metafórico. Hablamos de código genético, donde código originalmente significaba “clave”. También nos referimos al modelo planetario como si este se distribuyera de manera similar Sol y los planetas. Construimos las metáforas con elementos concretos y las empleamos para representar conceptos abstractos.

Cuando juntamos el poder de las metáforas con la naturaleza combinatoria del lenguaje y el pensamiento, somos capaces de crear un número prácticamente infinito de ideas, incluso aunque estemos equipados con un inventario finito de conceptos y relaciones. Yo creo que es el mecanismo que usa la mente para razonar sobre conceptos abstractos el como ajedrez o la política, que no son físicos ni tienen una relevancia obvia para la reproducción y la supervivencia de nuestra especie. También puede permitirnos –a través de las palabras de un escritor hábil, por ejemplo– habitar en la consciencia de otra persona. 


– Sostiene que las metáforas y la combinatoria deberían ser claves de nuestra educación, que deberíamos ser estimulados para pensar y usar el lenguaje de un modo que promueva nuestro desarrollo y productividad. ¿Por qué?

–Tenemos que explotar la capacidad de la mente para comprender las cosas de manera familiar y luego aplicarlas a nuevas ideas y áreas de pensamiento. Pero hay que tener en cuenta sus límites, decirnos a nosotros mismos: “esto es como aquello desde esta perspectiva pero no desde otra”. Así, por ejemplo, la selección natural se parece a un ingeniero porque los órganos de los animales están diseñados para desempeñar ciertas funciones, pero no lo es en el sentido de que no tiene previsión a largo plazo. Las analogías pueden dar elementos de comprensión, pero también conducir hacia conclusiones falaces si no se usan con cuidado. Hecha esta salvedad, la percepción de las semejanzas y las conexiones están detrás de innumerables en ciencias, artes, y otros muchos campos. 


–¿No cree que la mayor parte de la educación es justo lo contrario de lo que usted describe? Mucha gente piensa que debería ser un tipo de adoctrinamiento en las ideas convencionales de nuestra sociedad.

–Para mí es clave explotar el pequeño germen de motivación compartido por todos, que consiste en averiguar cómo funcionan las cosas, saber la verdad y no permitir que nos engañen. ¿Si no nos gusta que nos mientan, ni en nuestra vida privada ni en los negocios, por qué querrías que lo hicieran sobre el origen de la vida o el destino del planeta? Creo que las instituciones que promueven la búsqueda de la verdad, como la ciencia, la historia y el periodismo, se dirigen a fortalecer en buena medida ese músculo de la realidad. Hay otras parte de la mente que militan en contra, como la que se preocupa por cómo nos vemos a nosotros mismos y cómo nos ven los demás. Ese autoengaño hace que queramos proyectar una imagen más positiva al mundo, ya sea verdadera o no. Se trata de una tendencia intrínseca, conocida por la psicología social como sesgo de autoservicio o efecto lago Wobegon –una ciudad ficticia creada en un show radiofónico estadounidense, donde todo el mundo parece estar por encima de la media–. Casi todo el mundo cree estar por encima de la media en algún rasgo positivo. –o el grupo al que pertenecen–.


– ¿Hay algún tipo de investigación científica o intelectual a la que se sienta especialmente cercano?

–Sí, todo lo que me haga sentir que hay algo profundo y misterioso sucediendo bajo la superficie. He pasado 20 años investigado sobre los verbos regulares e irregulares, no porque sea un amante obsesivo del lenguaje, sino porque me parecía que explotaban una distinción fundamental en el procesamiento del lenguaje: entre la memoria y la computación dirigida por reglas. La intuición me dice que, aunque no entienda aún el asunto, e incluso aunque ignore si la respuesta va a llegar, hay algo importante que no seré capaz de responder a menos que comprenda muchas cosas sobre la mente a un nivel muy profundo. 

Mi atención sobre la elección de verbos regulares o irregulares se debía a la sensación de que aquello podría revelar algo sobre la computación mental. Todos estos años estudiándolos nos han conducido a la idea de que este sistema optimiza el uso de los conceptos humanos y la formulación cognitiva, en otras palabras, el material del que están hechos los pensamientos. Si llegases a comprender realmente por qué el verbo "llenar" difiere del verbo "verter" y ambos son distintos del verbo "cargar", habrías penetrado en los patrones más profundos del pensamiento humano. 

Es el fenómeno al que yo llamo "madriguera de conejo": sólo percibimos una pequeña abertura, pero algo muy rico, profundo, importante y misterioso late bajo la superficie.