Reconociendo palabras. César Tomé.

Existe una serie de televisión que en España se llama “Ladrón de guante blanco” y en México “Estafa y crimen” (“White Collar” en el original) que está salpicada de pequeños trucos neurocientíficos, que el protagonista usa para encandilar, distraer o despistar a sus “víctimas”. Uno que me llamó la atención recientemente fue la explicación del “ladrón” de cómo falsificar una firma convincentemente. Tras hacer que el agente del FBI al que se lo explicaba tratase de imitar una firma en un documento, con un resultado pobre, él hizo una imitación perfecta y con total naturalidad. Su explicación fue que el agente había colocado la firma de forma legible, su cerebro había reconocido las palabras y su tendencia natural a escribir palabras de determinada manera había arruinado la imitación; el ladrón, por el contrario, había tomado el documento tal cual estaba, es decir, al revés, su cerebro había identificado la firma como un garabato y el sólo había copiado el garabato. El ladrón estaba desactivando el área visual de la forma de la palabra (AVFP).

El AVFP hace, con precisión y especificidad, lo que implica su nombre. Cada vez que vemos algo que parece una palabra, se activa, como te habrá ocurrido con las imágenes que abren esta entrada. El AVFP tiene una eficiencia tan alta a la hora de preparar la información visual para su uso por los centros encefálicos del lenguaje que la tarea de reconocimiento de palabras solamente necesita unas decenas de milisegundos. Y, ¡ojo!, que nuestro cerebro la realice con esa facilidad no implica para nada que sea una tarea sencilla; al contrario, es una actividad muy compleja. De hecho, es tan compleja que aún nos diferencia de los ordenadores: si, por ejemplo, quieres dejar un comentario a esta entrada el sistema, para asegurarse de que eres una persona, te pedirá que escribas una palabra distorsionada visualmente (CAPTCHA), algo que para ti es fácil, pero que los ordenadores que envían spam no pueden hacer porque no la reconocen como palabra.



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