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Sin empezar, se acabó el debate fiscal por Fernando González Urbaneja‏

José Blanco abrió un debate importante, el de los impuestos, lo hizo en unas declaraciones domingueras, pero fue un mero amago, no ha tenido continuidad más allá de declaraciones de oficio de la oposición, en contra por supuesto. Por parte del gobierno la vicepresidenta de Economía ha puesto punto final al debate rechazando la hipótesis de una reforma fiscal en las actuales circunstancias.

España ha sido desde hace siglos una nación resistente al hecho fiscal, y a los impuestos. Los intentos de modernizar la hacienda fracasaron a lo largo del siglo XIX y quedaron las sucesivas leyes desamortizadoras que quedaron a mitad de camino. Y el impuesto sobre la renta no llegó efectivamente hasta 1977, los anteriores fueron mero sucedáneo.

El actual IRPF es homologable con los equivalentes en el ámbito de las economías desarrolladas; su efectividad recaudatoria es razonable (representa una cuarta parte de los ingresos del Estado) y la presión fiscal que impone se sitúa en la zona baja de los europeos con los que compara.

El IRPF actual induce casi 20 millones de declarantes con rendimientos muy desiguales para Hacienda, rendimientos decrecientes a media que se amplía la base.

Un millón de declarantes (5%) con bases imponibles a partir de 60.000 euros al año, producen casi el 50% de la recaudación, y los siguientes 2,5 millones de declarantes (12%) con bases entre 30.000 y 60.000 euros aportan algo más del 25%. De manera que el 20% de los contribuyentes producen más del 70% de la recaudación efectiva.

Descalificar el modelo con el argumento de insuficiente progresividad se compadece mal con estos datos. La progresividad en sociedades desarrollados con rentas per cápita por encima de los 20.000 dólares, tiene sentido que se desplace hacia los mínimos exentos, más que a tipos altos que pueden llegar a disuasorios. Ampliar los mínimos, tiene costes recaudatorios para Hacienda pero introduce más factores de la llamada progresividad que una escalada de tipos y de tramos que solo producen litigiosidad y confusión.

Lástima que la reflexión de Blanco se vaya a quedar en nada, este podría ser un buen momento para un debate fiscal en serio que diera el salto de modernidad que requiere una economía y una sociedad como la española.

El debate sobre los impuestos por Fernando González Urbaneja

José Blanco, dice que a título personal, como que eso fuera posible siendo ministro del gobierno y mandamás del aparto del partido, ha tirado una buena pedrada en el vacuo estanque del debate político: su propuesta es subir los impuestos para acercar la fiscalidad española a la media europea. Es una apuesta contracorriente ya que durante la última década los socialistas habían abatido la bandera socialdemócrata clásica de altos impuestos, progresivos y con la finalidad de ampliar el estado generoso y protector, el llamado estado del bienestar.

Las socialdemocracias europeas, especialmente las del norte de Europa, hicieron ese viaje hacia una fiscalidad del orden del 50% del PIB después de Guerra Mundial para construir sociedades más igualitarias y estados que se ocupan del ciudadano desde la cuna a la tumba. El viaje fue feliz durante muchos años (consolidó en el poder a los socialdemócratas y a loa democristianos que les acompañaban en la aventura) pero tocó techo mediados los años setenta. La fiscalidad alcanzó cotas desalentadoras tras sobrepasar esa cota del 50% que llegó al 80% en los tramos altos de la tributación personal.

A partir de mediados de los setenta la escalada fiscal empezó una fase de retirada; los partidos conservadores y liberales defendieron u aplicaron rebajas de la fiscalidad, recortes en los tipos máximos, desplazamientos en la recaudación hacia impuestos sobre el consumo. Y los socialdemócratas revisaron principios para empezar a sostener propuestas que desplazaban las políticas de igualdad al gasto más que a los impuestos. Las propuestas de mínimos exentos altos (renta básica de ciudadanía sin impuestos), de tipos únicos para hacer impuestos sencillo y eficaces, salieron de la factoría socialdemócrata más actualizada y también desde economistas liberales (Milton Friedman) críticos con el ogro filantrópico.

En España la fiscalidad tocó techo a finales de los ochenta (etapa González-Borrell) con una presión efectiva por encima del 40% y tipos marginales próximos al 60%. El PP de Aznar ganó las elecciones con la bandera del recorte de impuestos, y con parsimonia cumplió la promesa mediante dos reformas del IRPF, una por legislatura, que afeitó todos los tipos y tramos para colocarlos en la zona más baja de la Europa del euro. Zapatero mantuvo la misma estrategia con criterios más preventivos que por convicción.

Blanco ha levantado ahora la bandera clásica de la socialdemocracia más impuestos para repartir, para que paguen los que tienen y reciban los que no tienen. El eslogan es atractivo, pero no es tan cierto y lineal como parece o pretenden. El debate fiscal tiene muchas notas a pie de página, no se puede despachar con un titular, hay que sentar las bases y evitar que se diga lo mismo y lo contrario o que lo que se dice luego no s etraduzca en realidades.

Blanco ha tirado la piedra, seguramente con pretensiones electorales y de agitación, para ir creando estado de opinión y para sumar adeptos por la izquierda. Es un debate político que merece la pena y que requiere algo más que brochazos. Pero sospecho que no vamos a salir de declaraciones tan gruesas como huecas. El cualquier caso al PP le dan un buen argumento para marcar diferencias y reforzar su base electoral.