Cometarios de Juan Abreu sobre Mao: la historia desconocida

Emanaciones.


Leo una biografía de Mao. Por donde voy ya Mao tiene treinta años y acaba de descubrir el vértigo del crimen. Hasta ahora ha sido un lidercillo de provincias, vago y segundón, que siente un gran desprecio por los campesinos. Ha vivido del dinero de su familia y de Moscú y hecho muy poco por la causa del proletariado mundial. Prefiere comer y leer y escribir algún poema ocasional. Pero todo eso cambia con la experiencia de la violencia. “Matar a golpes a una o dos personas es poca cosa”, dice. E instruye a sus pupilos. Si las víctimas se ponen tercas: “Hay que seccionarles los tendones del tobillo y cortarles las orejas”.

Padece estreñimiento y vive obsesionado con la defecación.


Aparece Chiang Kai-shek, un militar que al principio es aliado de los comunistas pero al que le basta (un tipo sensato sin duda) un viaje a la Unión Soviética para comprender que tiene que deshacerse de los comunistas. El 12 de abril de 1927 emite una orden de arresto contra los comunistas. Sus tropas asaltan todos los bastiones comunistas en Shanghai y abren fuego contra los que ofrecen resistencia. Matan alrededor de trescientos comunistas. Muy pocos a todas luces.

Pero el gran error de Chiang Kai-shek fue no matar a Mao. Tenía que haberse concentrado exclusivamente en matar a Mao. No existía nada más importante. Es lo único que tendría que haber hecho: matar a Mao. En Cuba pasó lo mismo. Batista, por sobre todas las cosas, tenía que haber matado a Fidel Castro. Eso lo hubiera convertido en el gran benefactor de Cuba. Pero no lo hizo. Una verdadera lástima.

Mao, mientras Chiang Kai-shek consolida su poder al frente de los nacionalistas, ha conseguido hacerse con un pequeño ejército de bandoleros. Se dedica a saquear y asesinar. Sólo ha participado en una batalla, de lejos, a través de unos prismáticos. Los soviéticos, que desconfian de él, comienzan a apoyarlo pues aprecian su falta de escrúpulos. Cada vez que Mao y sus bandoleros llegan a un pueblo o a una pequeña ciudad, saquean lo que pueden y asesinan a los “burgueses” en la plaza pública después de someterlos a variadas torturas. Mao, generalmente, se instala en la casa de alguno de los “burgueses” que ha matado. A Mao le gusta el lujo y la comodidad. Bebe mucha leche y todos los días consume un kilo de ternera cocida y un pollo entero.

“Puedo comer y cagar mucho”, dice.


Entre los años 1929 y 1931 Mao se mantuvo alejado de los combates y se concentró en purgar de posibles adversarios a su ejército. Mediante estas purgas aumentó su control sobre un número considerable de bandoleros.

Varios líderes rojos se rebelaron contra Mao. ¡Dadnos una vida tranquila y un trabajo pacífico! Clamaban los campesinos. La respuesta de Mao fue asesinar a miles de campesinos e imponer un régimen de terror en los territorios bajo su control. Mao y sus bandidos no se limitaban a matar, una de sus torturas favoritas se aplicaba a las mujeres: “les quemaban particularmente la vagina y les cortaban los senos con puñales”.

Según un informe secreto remitido a la jefatura comunista, en la zona de Jiangxi, completamente saqueada por Mao, “se interrumpieron todos los trabajos para matar. Todos vivían con miedo. Las torturas más espantosas eran generalizadas”. Las había de muchas clases. Una de ellas consistía en meter el cañón al rojo de una pistola por el ano de las víctimas. Sólo en el condado Victoria había ciento veinte tipos de tortura. En una de ellas, bautizada como “ángel tocando la cítara”, los torturadores metían un alambre por el pene de la víctima.

En total, siempre según el informe aludido, murieron en Jiangxi decenas de miles de personas, sólo en el ejército fueron purgados alrededor de diez mil soldados, una cuarta parte del propio ejército de Mao en aquellas fechas.

Estas purgas y matanzas pueden considerarse el momento fundacional del maoísmo.


No es verdad que el comunista Mao quisiera mejorar la vida de los chinos. No es verdad que las ideas de los comunistas rusos y chinos fueran “en el fondo” buenas. Consistían fundamentalmente en esclavizar a medio planeta.

Dejo el libro y pienso en lo estupendo que sería que existiera el Infierno para en cuanto llegue allí irme corriendo a buscar a Sartre y darle una patada en el culo.

Comentario 5:



Sigo vadeando el montón de sangre y mierda de Mao. Ya casi tiene cuarenta años y no es nadie. No se ve por ningún sitio al Gran Timonel que produjo tantos cosquilleos anales a la izquierda europea.

Mientras aparece, se crea un Estado Rojo, al sudoeste de Jiangxi. Se sovietiza la vida y el paisaje. Se talan árboles se construyen plazas de mártires y se convocan concentraciones. Se inaugura un gigantesco monumento en forma de bala gigante. Los cabecillas del Estado Rojo viven en la mansión de la persona más rica de la ciudad, previamente aniquilada. Mao ni siquiera es responsable de la operación, ha llegado Zhou Enlai, un hombre de Moscú, que está al mando. “En cada aldea se fundan decenas de comités: comité de reclutamiento, comité de la tierra, comité de confiscación, comité de registro, comité de toque de queda, entre otros. A partir de los seis años se recluta a los niños para el Cuerpo de Niños. A los quince pasan a la Brigada de Juventudes. Todos los adultos van a parar al Ejército de Defensa”.

Zhou Enlai profesionaliza el crimen. Los asesinos al servicio de Mao “eran cínicos y corruptos y buscaban, ante todo, el beneficio personal”. Ahora se emplea a profesionales entrenados por los soviéticos. Mao queda fascinado con esta maquinaria implacable y más tarde, la impondrá en toda China.

Apenas instaurado, se hizo patente que el nuevo Estado Rojo no podía sobrevivir sin matanzas continuas. “El bienestar de los ciudadanos nunca formó parte del programa político”.

Páginas después me entero de que “el mito Mao”, lo creó un norteamericano: Edgar Snow, un periodista. Siempre hay un periodista norteamericano idiota o hijo de puta o ambas cosas (como Herbert Matthews) cuando un asesino lo necesita.

Como es lógico, muchos de los habitantes del nuevo Estado Rojo, optaron por el suicidio. Inmediatamente Mao desplegó la siguiente consigna: “Los suicidas son los elementos más vergonzantes de las filas revolucionarias”.

Comentario 6:



Ya he pasado los capítulos dedicados a la famosa Larga Marcha de la Revolución China. Resulta que La Larga Marcha a fin de cuentas no es más que un cuento inventado por Mao y los comunistas. Mao se pasó la Larga Marcha en un palanquín cargado por esclavos, jóvenes camaradas, quiero decir. Jamás estuvo en peligro y la cantada batalla en el puente sobre el río Dadu nunca tuvo lugar. Yo mismo he visto películas pavorosas en la isla pavorosa que narraban con lujo de detalles el heroísmo de los rojos chinos y de Mao en esa batalla pero todo es mentira no hubo tal batalla. Sólo hubo un asesino gordo en su palanquín a lomos de jóvenes esclavizados e ideológicamente imbecilizados. Eso fue la legendaria Larga Marcha de Mao.

Me leo otras cien páginas de matanzas, torturas y planificadas hambrunas comunistas. Los mataron a palos. Las jóvenes eran ofrecidas como putas del Partido a los jerarcas comunistas chinos y a los asesores soviéticos. Los mataron de hambre. Los mataron de terror. Estamos hablando de millones de personas. Y todavía no ha llegado al poder Mao.

Y aquí hago un alto para pedirles un favor. Si alguien dice cualquier cosa buena de Mao o de los comunistas chinos o de la Revolución China, o de los comunistas en general, denle un par de bofetadas. Es lo que se merece. Hay que carecer de cualquier tipo de decencia para celebrar a Mao o decir cualquier cosa positiva de semejante asesino y su llamada Revolución. Dos bofetadas. Y si es posible ya que estamos en eso también una patada en el culo.


Cuando Mao por fin tomó el poder gracias a la ayuda norteamericana, soviética y a las estupideces de Chiang Kai-shek, se puso sin demora a la tarea de convertir a toda China en una gran zona roja. Es decir en un gran campo de concentración. Cientos de asesores soviéticos viajaron a China. Las matanzas se hicieron comunes e institucionalizadas. Mao, personalmente, reprendía a los cuadros del partido en las provincias por “ser muy blandos y no matar bastante”. Cuando las provincias elevaban las tasas de ejecuciones, Mao se sentía “muy complacido”.

El 30 de marzo de 1951, Mao ordenó: “En muchos lugares no se atreven a matar contrarrevolucionarios a gran escala y con amplia difusión publicitaria. Esta situación debe cambiar”. Sólo en Pekín se celebraron 30.000 mítines con condenas y ejecuciones a los que asistieron 3,4 millones de personas.

“Mao quería que la población, tanto los adultos como los niños, fueran testigos de la violencia y las muertes, con el propósito de aterrorizarla e insensibilizarla, para lo cual llegaría mucho más lejos que Stalin o Hitler, cuyos crímenes más repugnantes se llevaron a cabo en su mayor parte lejos de la vista del público”.

La cantidad de suicidios igualaba, según los investigadores, la de ejecutados. Los chinos se suicidaban por cualquier medio para escapar del régimen del gran Mao, por ejemplo, “muchos metían la cabeza en una trituradora de grano”.

En 1970, Mao se describió a sí mismo ante el imbécil (o el hijo de puta, cómo saberlo) de Edgar Snow, como “un hombre sin ley ni límites”.

Esto se tradujo al inglés como “Mao, el “monje solitario”.


Mao no tuvo necesidad de robar el dinero del Estado chino, como han hecho la mayoría de los dictadores, sencillamente consideraba el dinero del Estado como suyo. Era infinitamente mejor. Mao apreciaba la buena vida y no se privaba de ningún capricho. Le gustaban las casas de campo. Durante sus veintisiete años de mandato acumuló cincuenta casas de campo, de las cuales cinco se hallaban en Pekín. Estas casas de campo se levantaban en lugares de gran belleza. A veces ocupaban montañas enteras, que se acordonaban para uso exclusivo de Mao. Todas estaban construidas a prueba de balas y algunas de ellas disponían de refugios nucleares, excavados a gran profundidad. Tenían grandes puertas de acero y el coche de Mao podía entrar directamente al salón. También el tren particular de Mao llegaba hasta el interior de estas casas de campo. En muchos casos se construyó un túnel subterráneo que recorría toda la distancia entre el aeropuerto más cercano y la casa de campo de Mao. Cuando Mao volaba en su avión, todos los aviones en el espacio aéreo de China tenían que aterrizar.

Mao era un gourmet. Se hacía traer su comida favorita desde cualquier punto del país. Un pescado especial que le gustaba tenía que ser enviado vivo desde Wuhan, a mil kilómetros de distancia, en una bolsa de plástico con agua que debía mantenerse oxigenada permanentemente. Las verduras de su gusto, así como la leche y las aves de corral, se producían en una granja especial llamada Jushan.

A Mao no le gustaba darse baños ni ducharse. Pasó un cuarto de siglo sin cuarto de baño. Su higiene se limitaba a ser frotado por sus sirvientes con toallas tibias. Tampoco se cepillaba los dientes.

Mao disponía de un ejército de esclavas sexuales reclutadas entre las jóvenes camaradas a lo largo y ancho del país. Aparte de cantantes, bailarinas, animadoras del Partido y doncellas de sus casas de campo, Mao también apreciaba a las enfermeras. A veces, a cambio de los servicios sexuales de sus hijas, la familia de las esclavas recibía alguna pequeña cantidad de dinero.

Este dinero provenía de la llamada Cuenta Especial de Mao. En ella guardaba el dinero de los royalties de sus escritos. Al margen de todos sus privilegios y de ser dueño de todo el dinero del Estado, Mao también tenía acaparado el mercado editorial, al tiempo que prohibía la obra de la gran mayoría de los escritores chinos. Toda la población estaba obligada a comprar las obras de Mao. La Cuenta Especial de Mao llegó a acumular una cifra astronómica para la época.

Mao fue el único millonario que generó la China de Mao.
Comentario 9:
Llego a la Guerra de Corea. Mao quiere la guerra porque así se asegurará la ayuda de Stalin para crear una infraestructura bélica que convierta a China en una gran potencia militar. Para Stalin “el principal aliciente de esta guerra era que los chinos, con sus inmensos efectivos militares, que Mao se mostraba impaciente por utilizar, podían ser capaces de eliminar, o en cualquier caso mantener ocupados, a un número tal de soldados estadounidenses que el equilibrio de poder podía inclinarse a favor de Stalin y permitirle hacer realidad sus planes, que incluían apoderarse de varios países europeos, entre ellos Alemania, España e Italia.”

Hubo un momento, en que Stalin consideró la posibilidad de atacar desde el aire a la flota estadounidense que se encontraba en alta mar, en septiembre de 1950. En octubre, Stalin le comenta a Mao que “la coyuntura constituía una oportunidad única (y fugaz), dado que dos de los países capitalistas más importantes, Alemania y Japón, estaban militarmente fuera de circulación.”

Mientras debatían sobre la posibilidad de desatar la Tercera Guerra Mundial, Stalin reflexionó: “¿Deberíamos temerla? En mi opinión, no… Si es inevitable que haya una guerra, librémosla ahora y no dentro de unos cuantos años”.

Voy leyendo como estos dos asesinos comunistas ( Kim Il Sung no es más que un títere) arman la trama cuyo objetivo es convertir la mayor parte del planeta en un enorme campo de concentración. 

Y entonces, se produce un momento de gran belleza y magnífico esplendor humano e histórico. El momento en que lo único que se interpone en el camino del esclavismo comunista mundial son los soldados de Estados Unidos de América que desembarcan en Inchon, justo por debajo del paralelo 38, cortando el paso al ejército norcoreano y al ejército chino.

Detengo la lectura y dedico un emocionado momento a recordar y agradecer a esos muchachos que combatieron y murieron en defensa de nuestra libertad.

Y después de esto naturalmente me produce un desprecio aún mayor el antiamericanismo español.

Comentario 10:


Mao se pasó la Guerra de Corea en un búnker subterráneo por miedo a que los norteamericanos lo bombardearan. Cosa que deberían haber hecho, en mi opinión. (Ya lo he dicho otras veces pero lo repito con gusto: el magnicidio debería ser una asignatura obligatoria en todas las escuelas del mundo). Si los norteamericanos se hubieran concentrado en lanzar una enorme bomba sobre la cabeza de Mao, los chinos hubieran sido los primeros en agradecerlo.

Ya el ejército chino había perdido más de cien mil hombres. Pero Mao le decía a Stalin que no se preocupara que ya estaba enviando 200.000 soldados más. Los chinos combatían con la táctica de “oleadas humanas”, utilizando la única ventaja que tenían: la superioridad numérica. 

El actor Michael Caine, “que fue llamado a filas durante la guerra, por aquel entonces simpatizaba con el comunismo. Pero la experiencia hizo que lo aborreciera para siempre. Los soldados chinos cargaban en una oleada tras otra, con el fin de agotar las balas occidentales, lo que llevó al actor a pensar: si no les preocupan las vidas de su propio pueblo, ¿cómo puedo esperar que se preocupen por mí?”

Mao advirtió a su jefe militar: “No trates de buscar una victoria rápida”. Quería una guerra larga que permitiera desgastar las fuerzas norteamericanas y de esa forma hacer posible que Stalin invadiera Europa, que por cierto estaba llena en aquella época de intelectuales maoístas y comunistas que competían por ponerse al servicio de la esclavitud y competían entre ellos para ver quién era más estúpido y más comunista.
Habían muerto ya 37.000 soldados norteamericanos.


“El poder que Mao ejerce no es más dictatorial que el de Roosevelt”, eructó Simone de Beauvoir tras una breve vista a China. Acto seguido, se sentó y escribió un libro gordo titulado La larga marcha, y cobró una buena pasta por el bodrio. “Mao evita la violencia”, concluyó la Beauvoir en su bodrio bien pagado.

Por lo años en que la Beauvoir ¿idiota, canalla? soltaba estas sandeces, Mao mataba de hambre a veintisiete millones de personas. Bueno no a todas las mató de hambre, a muchos los mató a palos o los ejecutó. 

Para no ser menos que la Beauvoir, Sartre expelió lo siguiente: “la violencia revolucionaria de Mao es profundamente moral”. Mientras se paseaba por París agitando el Pequeño libro rojo de Mao. Un panfleto lleno de estupideces.

Gracias a gentuza como la Beauvoir y Sartre y gracias en general a un ejército de miserables de su calaña o semejantes, Mao consiguió ocultar a la opinión pública occidental el genocidio generalizado y la esclavitud del pueblo chino.

Cuando por fin algunos chinos pudieron denunciar las atrocidades de Mao, gracias a que habían arriesgado sus vidas escapando a nado a Hong Kong: ¡sus voces recibieron escaso crédito en occidente!

Supongo que en ese momento la Beauvoir estaría demasiado ocupada consiguiendo que sus alumnas se la chuparan a ella y a Sartre, como para prestar atención al asunto.

Comentario 12:



La famosa Revolución Cultural de Mao consistió en destruir gran parte de la milenaria cultura china y sustituirla por el Pequeño Libro Rojo lleno de idioteces de Mao. Y fue, sobre todo, una enorme purga. Los artistas, los intelectuales y hasta los maestros fueron perseguidos, internados en campos de concentración y en muchos casos aniquilados. Desaparecieron los libros excepto los libros de Mao y se prohibió la música, el cine y en general cualquier manifestación cultural. La posesión de un libro se convirtió en algo muy peligroso. Mao organizó a bandas de estudiantes para sembrar el terror en todo el país. Mao, personalmente, ordenó destruir la casa museo de Confusio. “Mao odiaba a Confusio porque el confusionismo sostenía que un gobernante debía cuidar de sus súbditos”. He aquí los lemas de la Guardia Roja, creada por Mao para llevar adelante sus planes: “A la mierda los sentimientos humanos” “Seremos brutales”.

Y lo fueron. Por poner un ejemplo, “la directora de un colegio, una mujer de cincuenta años y madre de cuatro hijos, fue pateada y pisoteada por las chicas (la Guardia Roja de Mao), que además le echaron encima agua hirviendo. También le ordenaron que caminara de un lado a otro cargada de pesados ladrillos, azotándola con cinturones del ejército de hebilla metálica y palos de madera tachonados con clavos, mientras caminaba dando tropezones. No tardó en desplomarse y morir”. Escenas como estas se sucedían en todas las ciudades del país.

Un dato para los rojos culosgordos que me encuentro a cada rato: “en 1960 las amas de casa de las ciudades chinas consumían menos de 1200 calorías diarias. Los presos de los campos de concentración de Auschwitz ingerían entre 1300 y 1700 calorías diarias”. Y no es que no hicieran nada las mujeres chinas, se les obligaba a trabajar once horas cada día.

Después de todo esto y en medio de todo esto, Kissinger y Nixon viajaron a China. Allí Mao los humilló, según testigos presenciales, a pesar de que Nixon ya había hecho regalos muy valiosos a Mao para que este accediera a invitarlo a China. Nixon estaba dispuesto a hacer casi cualquier cosa “de cara a sus propios fines electorales”. Entre estos regalos, estaba un escaño con derecho a veto en la ONU, que le fue arrebatado a Taiwan. Y aún hubo más, en una conversación con Zhou Enlai, Kissinger dio a entender (según grabaciones salidas más tarde a la luz) que renunciarían a defender Taiwan y se lo entregarían a China.

Kissinger describió a Mao y sus asesinos como “un grupo de monjes que han preservado su pureza revolucionaria”. “Pueden rivalizar con nosotros en el aspecto moral”. Añadió.

Mao no paraba de reírse y había recuperado el ánimo, bastante decaído a causa de la edad y la mala salud. No paraba de reírse de la imbecilidad de los norteamericanos y del mundo libre por haberle regalado (a cambio de nada) un escaño con derecho a veto en la ONU. Declaró: “Gran Bretaña, Francia, Holanda, Bélgica, Canada, Italia… todos se han convertido en Guardias Rojos”.

Y lo peor del caso es que no le faltaba razón.

Comentario 13:



No crean ustedes que Mao reventó fácilmente. Estuvo reventando largo rato. Antes de reventar del todo tuvo tiempo de retrasar, hasta que no tuvo remedio, la operación para extirpar un cáncer a su colaborador y esclavo de toda la vida Zhou Enlai. Mao no resistía la idea de que Zhou lo sobreviviera. Zhou Enlai, un asesino siniestro y servil que siempre fue fiel a Mao, andaba orinando sangre y rogando a Mao que permitiera su operación, pero Mao se negó hasta que estuvo seguro de que su fiel colaborador moriría antes que él. 

También tuvo tiempo Mao, ya en las últimas, de pactar con Deng Xiaoping, a quien había purgado en 1966 y más tarde rehabilitado, para que se culpara y se castigara a su mujer, la siniestra Madame Mao, por cualquier “error” léase crímenes y matanzas de los comunistas. Todo a cambio de que lo dejaran morir en la cama, y en el poder, tranquilamente.

Al final de su vida, Mao se convirtió en un viejo llorón que sentía lástima de sí mismo y se lamentaba de haber fracasado en su plan de esclavizar el mundo en nombre del comunismo. Le importaba un bledo “que las cifra de muertes resultantes de su mal gobierno superaran con mucho los 70 millones de personas (en tiempos de paz).”

“La autocompasión, a la que siempre había sido propenso, fue la emoción que dominó al absolutamente inmisericorde Mao en sus últimos días”.

Pasados diez minutos de la medianoche del 8 de septiembre de 1976, murió Mao. Sus últimas palabras fueron: “Me siento mal. Llama a los doctores”. Los doctores acudieron pero afortunadamente no pudieron hacer nada y Mao al fin reventó.

“En la actualidad, el retrato de Mao y su cadáver siguen presidiendo la plaza de Tiananmen, situada en el centro de la capital china. El régimen comunista actual se declara heredero de Mao y se esfuerza afanosamente por perpetuar su mito”.

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