“¿Qué otra cosa podría desear para los demás sino paz y tranquilidad?” Hitler, 1935
Los carteles de propaganda política de la primera mitad del siglo XX ya fueran nazis, soviéticos, estadounidenses o de ambos bandos de la Guerra Civil española, no solo suelen ser muy atractivos estéticamente, también resultan enormemente interesantes por su carga semiótica, por la manera en que intentan expresar unas ideas. Sobre estas líneas tenemos uno del Partido Nazi para las elecciones del Reichstag de julio de 1932. El texto dice “Los trabajadores hemos despertado”, y como es costumbre en este partido está protagonizado por un supermacho alemán de mandíbula granítica, aquí representado como un auténtico gigante, con el brazo arremangado y el botón de arriba suelto para que veamos que está fuerte. En esta ocasión, sin embargo, no mira solemnemente al horizonte embargado por alguna emoción patriótica, sino hacia unos enanitos a los que muestra una mueca de desprecio y actitud desafiante, con el puño cerrado dispuesto a romper cabezas.
El primero que tiene enfrente representa con su gorra roja al bolchevismo, y sostiene un cartel que dice “¡Barones de Hitler!; Decretos de emergencia; Acoso y calumnias; Los gerifaltes en el tocino, el pueblo en la miseria”. A su lado vemos a un judío susurrándole al oído. En otras ocasiones, según el discurso nacionalsocialista, controlaban el capitalismo internacional. Así que los judíos podían mover los hilos de una cosa y de la contraria, bien. Tras ellos dos, vemos a un tipo con un puñal en la mano, tal vez un agitador socialista o un simple criminal. Finalmente asomando sobre el horizonte se eleva una colosal esvástica sobre un fondo rojo, que es también el color del texto. De manera que según este cartel se mostraban como los auténticos rojos y los auténticos proletarios, no como esos enanos y bien alimentados bolcheviques y socialistas en quienes confiaban los trabajadores antes de despertar. Así es como el NSDAP quería mostrarse ante las elecciones, en un país en el que el 46% de la población era clase obrera. Y no le fue mal, dado que se convirtió en el principal partido, con 13,5 millones de votos.
Una vez que Hitler fue designado canciller, seis meses después de estas elecciones y en sintonía con esta proclamada cercanía a la clase trabajadora, se celebró por primera vez en Alemania el 1 de Mayo, rebautizado como Día Nacional del Trabajo. Aprovechando la estela de ese gesto propagandístico, al día siguiente los sindicatos fueron prohibidos. También fueron ilegalizados el Partido Comunista y el Partido Socialista. Como sucesor de los sindicatos se instauró unos días después, el 10 de mayo de 1933, el Frente Alemán del Trabajo. Estaba dirigido por uno de los nazis más influyentes, Robert Ley. Piloto durante la Primera Guerra Mundial, sufrió lesiones en el lóbulo frontal del cerebro en un aterrizaje forzoso, a lo que se atribuye su comportamiento inestable —como cuando propinó una paliza al ministro-presidente de Baden— y sus declaraciones en ocasiones pintorescas (que eran objeto de chistes entre la población alemana): “un barrendero echa mil microbios a la cuneta con un solo golpe de escoba; un científico se jacta de haber descubierto un solo microbio en toda su vida”. Bajo su mando esta organización pretendía abolir los antagonismos entre patronos y trabajadores, alcanzar también aquí la unidad y la armonía prometidas para Alemania.
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